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PERDIDOS
Fuente: http://members.es.tripod.de/Larmenius
Las sensacionales investigaciones con las que Gérard de Sède sorprendió al mundo,
relativas al tesoro y los pergaminos que un cura de Rennes-le-Château, en Francia,
encontró durante la restauracón de su iglesia, dieron lugar a más de cuatrocientos
artículos y ensayos. En algunos de ellos -como en la obra The Holy Blood and the
Holy Grail, de Baigent, Leigh y Lincoln- se aventuraban hipótesis fascinantes:
Descendientes directos de Jesús hasta nuestros días, rastreo de cátaros y
templarios, complejas tramas de sociedades secretas...
En el capítulo en que se habla sobre una dinastía de oscuros reyes merovingios que
fueron conspiratoriamente depuestos del trono francés hace más de mil trescientos
años (al parecer con la intervención también de oscuros intereses eclesiásticos) se
citan asimismo a los sicambros, descendientes de la tribu judía de Benjamín, que
emigraron sucesivamente a la Arcadia, a Sicilia, a los Alpes y a las orillas del Rin. De
Meroveo hasta Clodoveo, los reyes merovingios, apodados los Ursus, fueron
paganos entregados al culto de Diana. El famoso jarrón de Soissons contenía
muestras de la sangre de los treinta y nueve primeros reyes francos, que fueron
merovingios. La dinastía de los carolingios y la de los capetos (el rey Felipe el
Hermoso, destructor de la Orden del Temple, era un Capeto) no eran legítimas, ya
que el último rey merovingio, Dagoberto II, asesinado en el año 679 cerca de Stenay,
en las Ardenas, tenía un hijo, Sigisberto IV, que escapó a la suerte de su padre, fue
salvado por un tal Meroveo Levy, puro sicambro, quien le llevó en secreto a Rennes-
le-Château. Sigisberto IV, llamado Plant-Ard (Retoño Ardiente), se casó con la hija
del rey visigodo español Wamba y dió nacimiento al linaje de los condes del Razès,
del que provenían también los Blanchefort.
Este linaje es, pues, el único que puede pretender legítimamente el trono de Francia.
Tal era, según los cuestionados documentos apócrifos, el secreto genealógico-
dinástico contenido en los pergaminos encontrados por el abate Saunière en la
parroquia de Rennes-le-Château (desaparecidos luego misteriosamente), y que
estaban garantizados, según se dice, por el sello de Blanca de Castilla. El linaje
cripto-merovingio se perpetuó en la sombra hasta nuestros días, de modo que el
"Rey Perdido", el "Gran Monarca" (pues este regio linaje tendría su origen en el
vástago del propio Jesús tras su unión con Maria Magdalena, llevada tras la
crucifixión clandestinamente a la Galia donde encontró refugio, pues ya existían allí
comunidades judías), está presente de incógnito entre nosotros. Cuando llegue el
momento, se manifestará como incluso predijo Nostradamus en una de sus sextillas.
Pero el Rey Perdido no lo estaba para todo el mundo, ya que hacía mucho tiempo
que una temible sociedad secreta, el Priorato de Sión, conocía el secreto. Esta
sociedad (de la que ya se hablará más adelante) tuvo su origen en la fusión de tres
grupos de iniciados: los monjes de la abadía del Monte Sión, fundada en 1099 en
Jerusalén por el jefe de la Primera Cruzada, Godofredo de Bouillon, que era un
sicambro; los seis (o trece) Sabios de la Luz, discípulos de un tal Ormus (del que
también se hablará más adelante) y que tenían como emblema la Rosacruz y,
finalmente, por los últimos esenios, la secta judía de la que procede el Cristianismo y
a la que se deben los manuscristos del Mar Muerto.
Parece ser que durante cuatro siglos la sangre real merovingia fluyó a través de
nudosos y numerosos árboles genealógicos. Finalmente, mediante un proceso
análogo a los injertos de vides en la viticultura, parece que dio fruto. Y el fruto fue
Godofredo de Bouillon, duque de Lorena. Y aquí, en la casa de Lorena, estableció un
nuevo patrimonio.
Esta revelación arrojaría una luz nueva y significativa sobre las cruzadas. Ahora
podrían verse las cruzadas desde una nueva perspectiva, y discernir en ellas algo
más que el gesto simbólico de arrebatar el sepulcro de Cristo a los sarracenos.
Ante sus propios ojos, así como ante los de sus seguidores, Godofredo sería más
que duque de Lorena. De hecho, sería un rey legítimo, un pretendiente legítimo de la
dinastía depuesta con Dagoberto II en el año 679. Pero si Godofredo era un rey
legítimo, era también un rey sin reino; y la dinastía capeta de Francia, apoyada por la
Iglesia de Roma, estaba demasiado consolidada para que fuese posible destronarla.
A este respecto, Baigent, Leigh y Lincoln se preguntan: ¿Qué se puede hacer si se
es rey y no se tiene reino? Quizá buscar un reino. O crearlo. El reino más precioso
de todo el mundo: Palestina, la Tierra Santa, el suelo que pisara el mismísimo Jesús.
¿Acaso el gobernante de semejante reino no sería comparable a cualquier otro de
Europa? ¿Y acaso, al presidir el más sagrado de los lugares de la Tierra, no se
cobraría una dulce venganza de la iglesia que traicionara a sus antepasado cuatro
siglos antes?.
Relicario de plata que contiene el cráneo trepanado de
Dagoberto II, asesinado cerca de Stenay el 23 de diciembre
de 679. El cráneo se guarda en un convento de Mos.