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El presente trabajo fue publicado en lengua Francesa: en Archives de Philosophie du Droit,
n º 25, La Loi , Chanteur Janine, con el título de La loi en Platon, págs. 137 a 146, Sirey, París,
1980. Texto en castellano: Patricia Inés Bastidas.
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Demás está decir que la reflexión platónica sobre las leyes es solidaria con
la tradición en la que se articula y con la enseñanza de los sofistas en el siglo V
a.C.; a quienes si bien Platón se oponía, no dejaba nunca de interrogar; como si
la refutación de sus teorías fuera esencial para la elaboración y la verdad de su
propio pensamiento. En esta perspectiva, Platón se nos presenta a la vez como
heredero de la tradición , como un polemista brillante, pero también como un
innovador, al menos en su coherencia doctrinal fundada en el continuo replanteo
de sus ideas.
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particular el problema de la ley en su relación o en su falta de relación con la
naturaleza, podrá plantearse en términos claros y encontrar una solución.
No hay una sola enseñanza sofística sino varias. Si el hombre “es la medida
de todas las cosas”, como afirma Protágoras, esta diversidad no pude sorprender.
Sin embargo, es posible no solamente destacar algunas similitudes sino también
poner luz en corrientes, que aunque opuestas, son también importantes.
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dañaban recíprocamente ya que no poseían el arte de la política” (322 b). La
especie desaparecería de no encontrarse un medio, una técnica para cambiar el
modo de vida. En el estado de naturaleza, contrariamente a la enseñanza de
Platón y luego de Aristóteles, el hombre no es un “animal político”. Decir que no
poseían el arte de la política, quiere decir que su esencia carece del atributo que
hace que los hombres se reúnan naturalmente en comunidades políticas. Por eso,
la dispersión original es más bien el signo de la falta de sociabilidad natural, la falta
de aptitud para la vida en comunidad. La descripción de Protágoras es mucho
menos completa y elaborada que la que hará Rousseau en el Discurso sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres, pero permitirá a este último extraer
todas las consecuencias de las indicaciones de Protágoras y hacer aún más
coherente su análisis del estado de naturaleza.
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el futuro, es obra de buenos y ancianos legisladores, obliga a los que ordenan y a
los que obedecen a adaptarse a ella. Al que se aparta se le impone una sanción,
en nombre de la justicia, (326 c, d) por eso el más injusto de los hombres, en una
ciudad sometida a la ley, parece justo en comparación a los salvajes que viven sin
ley”.(327 c)
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No todos los sofistas tienen el mismo razonamiento de Protágoras. Otros
como Gorgias, en el diálogo que lleva su nombre, no reconocen necesariamente
el mismo origen de la ley. En el Gorgias, no es un sofista sino de un orador
imaginario, alumno de los sofistas, Calícles, el que va a oponer a la teoría sobre el
origen convencional de la ley, una teoría que postula su origen natural. Pero la
naturaleza de la que habla es distinta a la que define Platón, de suerte que
Calícles opone a la vez una filosofía de la naturaleza a otra filosofía de la
naturaleza , la de Platón, y a una filosofía de la convención, la de Protágoras.
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marca de lo justo, es la dominación del poderoso sobre el débil y su admitida
superioridad” (482 e, 483 a, b, d.).
Es útil comenzar con tales afirmaciones para demostrar hasta que punto
son difíciles, por no decir imposibles, de refutar. Por lo demás, el Gorgias no
concluye y Calícles no queda convencido por la lógica de las respuestas de
Sócrates. ¿Qué lógica, en efecto, podría oponerse a argumentos que traducen el
arrebato pulsional de la vida, que hacen del surgimiento del deseo y del dominio
que él impone el criterio de santidad, verdadero nombre de la justicia? ¿Cómo
negar que los conquistadores “obran según la verdadera naturaleza del derecho y
según la ley de naturaleza, aunque pueda ser contrario a la que nosotros
establecemos? (483 e). Si el derecho de la naturaleza y la ley de la naturaleza se
confunden y consisten en afirmar un vigor que se impone a una suma de
debilidades, Cómo refutarlo sino como lo hace Platón, primero no sustrayéndose
al reconocimiento de esta naturaleza que rehusa ver a los niños más bellos
reducidos al estado de cachorros de león a los que se habrían arrancado los
dientes usando los discursos moralizadores de los débiles, luego preguntándose si
la fuerza de la pulsión es suficiente para dar a la naturaleza su completa
definición.
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completa unidad, la coherencia y la inteligibilidad dentro del devenir que le es
propio.
Esto es lo que Platón no deja de enseñar una y otra vez en los análisis que
retoma en cada diálogo. La palabra naturaleza puede entenderse en dos sentidos
que no son sinónimos: en un primer sentido la naturaleza es la determinación y la
fuerza de la pulsión que no reconoce más autoridad que su propio impulso. En
este sentido, la ley de la naturaleza expresa la necesidad casi mecánica de
afirmar y hacer prevalecer la fuerza sin importar su legitimación. La fuerza es su
propio derecho, y las leyes civiles, cuando tratan de oponerse a ella, son un
derecho contra-natura, hecho por los débiles a fin de protegerse de los fuertes
mediante el engaño de una moral que no es más que superchería.
Pero la naturaleza es ante todo, una realidad inteligible; el orden y por ende,
sus leyes fundan la legitimidad de las leyes civiles cuando éstas traducen en
obligaciones cotidianas la coherencia de un mundo unificado en el que se
inscriben el hombre y la ciudad. Esta es la enseñanza de La República, según la
cual el hombre capaz de convertirse en filósofo es el que lleva a cabo la ardua
tarea de ascender del mundo sensible al inteligible y que, al conocer el orden
inteligible necesariamente se convierte en legislador e informa en la Caverna que
es el mundo sensible, su conocimiento del orden bajo la forma de leyes para que
este último pueda manifestar su origen inteligible. También es la lección del mito
del
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Político en el cual Dios da a los hombres una comunidad pacífica que, al vivir
bajo la mirada divina, no tiene necesidad de instituciones políticas. Cuando Dios
abandona el gobierno del mundo, la tarea del hombre es recordar las instituciones
de dios padre y hacerlas revivir en leyes.
II
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No se trata aquí del capricho ni de la arbitrariedad del gobernante. Por el
contrario, el conocimiento del orden primordial permite a aquel jefe que es capaz
de alcanzar el nivel de la ciencia, manifestar este orden en la ciudad y como ésta
está considerada en el devenir temporal, se pueden ajustar constantemente las
decisiones a las circunstancias cambiantes de modo que ellas manifiesten
constantemente la verdad del principio que testimonian; tal como un buen médico
transforma sus recetas según la evolución del paciente. El gobernante, a
diferencia del tirano, está más allá de las leyes. Sus prescripciones tienen la
docilidad necesaria que exige la identificación, lo más perfecta posible, de la
contingencia a la verdadera necesidad.
No obstante, esta visión de las cosas que, al suprimir las leyes humanas,
legitima la autoridad en la unidad del primer principio por medio de la ciencia del
gobernante, si bien es lógica no es realista y Platón lo sabe. De este modo, dice el
Extranjero en el Político :”puesto que, de hecho, no se establece en las ciudades
de antemano, rey alguno, único por su superioridad de cuerpo y alma, pareciera
entonces que es necesario reunirse para redactar los códigos, tratando de seguir
las huellas de la verdadera constitución” (301 d, e). Concluye que “hay que
prohibir la posibilidad de hacer algo contra las leyes y a aquel que osara hacerlo,
habría que castigarlo con la muerte y los mayores suplicios” (297 e). Sin embargo,
el Ateniense comprueba que ningún hombre “puede regular, en virtud de su
naturaleza, como eximio maestro todos los asuntos humanos sin colmarse de
desmesura y de orgullo” (Leyes, IV. 713 c). En 875 d, luego de haber evocado lo
feliz que sería para una ciudad contar con alguien excepcional, capaz de
gobernar solamente mediante su ciencia, incluso llegará a decir: “Pero de hecho,
tal fortuna no existe en ninguna parte ni se da en modo alguno sino en forma
limitada; por ello es necesario tomar el segundo camino: la ordenanza y la ley que
solo ven y consideran la generalidad, siendo impotentes para el detalle.”
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principio trascendente. Una vez publicada, la ley se convierte en estable, es
prácticamente imposible transformarla (salvo si se toman debidas precauciones
que equivalgan a hacer prácticamente imposible dicha modificación) La
legislación debe su legitimidad a su origen, no por el hombre que la dicta, sino por
el conocimiento de la unidad del primer principio al que muy pocos hombres
acceden tal como el filósofo-rey de la República , el tejedor del Político y el
legislador de Las Leyes; en virtud de su ciencia se elaboran, prescriben y
conservan las leyes. El hombre, así dotado es siempre un intermediario, un
pasaje pero nunca es el fundamento ni el creador.
III
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atribuciones y hace en la ciudad la tarea que le corresponde: es la justicia la hace
a una ciudad justa” (434 c). La legislación tiene como finalidad la justicia que es
en el orden político, lo que la unidad es en el orden ontológico. “La ley, dice
Sócrates en el Libro VII, busca procurar la felicidad en toda la ciudad, uniendo a
los ciudadanos mediante la persuasión o la coacción, llevándolos a integrarse
unos con otros en los servicios que cada estamento es capaz de dar a al
comunidad” (519 e)
En Las Leyes, el ateniense insiste en que ellas tienen como función realizar
la comunidad, ésta es imagen, en el mundo sensible, de la unidad trascendente.
“Si por todos los medios, dice, (persuasión o coacción) todo lo que se consideró
como justo cercenó, de algún modo, la vida; si las leyes consiguieron, en cierto
sentido, volver común lo que por naturaleza es privado como los ojos, las orejas,
las manos; de forma tal que parezca que ver, oír y obrar es algo común, hacer
que todos, en la medida de lo posible, alaben y censuren con una sola voz, tengan
los mismos motivos de gozo y de aflicción, nadie podría fijar, a fin de darles la
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palma de la excelencia , ninguna otra norma más justa ni mejor” (V. 739 c) Así, el
arte de la verdadera política es el que dicta y conserva las leyes, el que se ocupa,
no del bien particular, sino del bien común “porque el bien común une mientras
que el bien particular desgarra las ciudades” (IX. 875 a).
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La dialéctica se define como un ejercicio que consiste en conocer el orden
de las esencias y su multiplicidad para luego referirlas a una unidad principal que
es su origen en virtud de un orden inmutable, natural e inteligible; posteriormente
se distinguen unas de otras a fin de conocer sus relaciones necesarias. A partir de
esta tarea, las leyes del mundo inteligible y su orden se convierten en evidentes y
es posible, cuando uno se ha dedicado mucho tiempo a ese estudio trasladar, a la
incoherencia del mundo sensible, el mismo método para tratar de ordenar el
mundo del devenir según un orden que imita el de las esencias que han sido
conocidas. La multiplicidad ordenada en una unidad, lo ilimitado circunscripto a
límites coherentes, lo diverso puesto en relación inteligible con lo idéntico. Esto es
lo que realiza la unidad en la ciudad, en la que los distintos estamentos ocupan su
lugar, así también resulta asegurada la amistad entre los ciudadanos. Tal es la
obra del legislador que, en tanto conocedor de “ las articulaciones naturales”,
sabe hacer respetar esa relación mediante la prescripción y la observancia de las
leyes políticas. La legislación es el acto del dialéctico por cuanto del conocimiento
se deduce analíticamente, en la medida de lo posible, la acción política. Las leyes
son el acto propio de la dialéctica puesto que se deducen del conocimiento de lo
inteligible. Gracias a ellas, el verdadero orden llega a ser real en el mundo
sensible. Ellas son la transcripción, en términos de mandato, de lo que es la
dialéctica en términos de conocimiento.
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el orden inteligible, es una obra de justicia y al mismo tiempo es, en tanto el
hombre más inteligente puede acceder al conocimiento, también una obra de
verdad.
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