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I La tarde en que me asomé definitivamente a esta venta- na una mujer sola con una malla roja tomaba sol entre las Sabanas recién tendidas; lo supuse porque habia aire y no Se movian en Ja soga. Tenfa una toalla de colores vivos atada a la cabeza y en la misma terraza un perro ovejero Parecfa muerto de un tiro. Me asomé, tuve el mismo miedo de siempre a la altura, el mismo desasosicgo ante la posibi- lidad y tentarme. Ahora busco la manera de acomodar mis libros — les descubro sefiales de otro tiempo —, colgué el mismo Klee del final que se te resistia, y poco a poco la picza en este quinto piso imprevisible va cobrando un olor que reconozco a fuerza de Particulares Livianos y la yerba dentro del plato que siempre me olvido de sacar. Todavia hoy puede ocurrir que me acerque a la ventana y apenas comprenda de qué forma han pasado todos estos afios; por una especie de juego demasiado sutil, de fidelidad al recién legado, algo en mi se resistiria a terminar con tus enaguas puestas a secar sobre la cocina de kerosén, con el sonido de tu orin en el baiiito compartido. Venfa de un viaje muy simple también previsto por el Adivino, de correr el telén, de acatar con un indicio de aplomo no sin algunas lagrimas en la butaca del fondo de cierto cine de Lavalle. Los libros todavia por el suclo, la tierra y me asomé a la ventana: algo en esa mujer ten- dida al ultimo sol me hizo pensar en el pasado — las veces en que abro y me tiro con todo el cuerpo en el pasado. Ya sé que yo buscaba un par de manos para acompafiar mi re- pentina soledad de la pieza de dos camas en la pensin de Congreso, que todo habia vuelto a confundirse a mi alrede- ML dor y se me puso en la cabeza tu manera de and; lor de tus medias. Sé que tendia a ocuparme del do de La Nacién convencido de su importancia, tieso, al poco tiempo los dos en algiin banco de la plaza Lavalle'a = tes de Ja primera seccién de los domingos en ese cine ron so de Corrientes y mis poemas rimados que te gustaban tanto, y Federico Nietzsche, y tu insistencia en acompafiar. me a seguir con todo ese tesén de la misma forma, con la misma sencillez que si se me hubiera dado por la pugna o cl Zen o Ja poda de Arboles en la punta del Himalaya. ;Vis. te, Clara?, sin embargo has podido seguir viviendo sin mi, ¥ el atardecer que te levé por primera vez a la amuc. blada de Bouchard (con la ropa puesta te mostré el rio por Ja rendija de la persiana sujeta con alambre), me dijiste hu- mildemente que te gustaban las flores del papel de las pare- des, si, pobre, el color de las paredes del Alvear Palace, me dieron ganas de decirte; no respirabas ese olor, Clara, fuis- te capaz de cosas increfbles a fuerza de no darte cuenta de casi nada, de aceptar acaso el destino. Hoy me digo sin grandes rodeos que yo entonces debi saber que iba a em- barazarte y que otras veces, con los afios, también secreta- mente lo supe: nadie escuché nunca mis poemas como lo hiciste vos. El Adivino — en distintos momentos te hablé mucho de esa parte mia que parece adelantarse — ya estaba cansado de todo aquello, tenfa sus propios estimulos y trucos cuan- do te sali al paso en el club social de Caballito. Casi toda aquella noche mirdndote y resistias salirme a bailar porque se te amontonaban delante en cuanto amenazaba la misica. Me result6 enormemente dificil llegar hasta vos, no quise Teconocer otras voces y mezclé mi pobre Arlt del normal interrumpido con todas las putas hasta alli, con mi mane- 2 cspecialisima de caminar en el tango que me venia de aan Yun infinito, un Gltimo desprecio por todo ese rito vitae EUs finalmente en mis brazos y habia ocupado la Para ac de mi adolescencia. Llegué a escribirte esa ar, el co- rotograba- 1". carta con una cita de Eliseo, el dramaturgo anarquista y Pelirrojo que vivia en la bohardilla de la calle Libertad con cl actor fracasado que seguia repitiendo Sobre el dario que hace el tabaco y creyendo en la metempsicosis. Eliseo, el primer fildsofo de la Republica Argentina segin palabras de Santana que se habia pasado aiios cebiindole mate en Villa Urquiza, el maestro Elisco de aquel primer cuento mfo que te hizo llorar en plaza San Martin justo en el pi- rrafo en que la Muerte le respondia a la Esperanza después del largo monélogo de la Incertidumbre, la misma incerti- dumbre que me invadia y te invadia, que hacia de ese ban- 0 el corazén del mundo y la vergiienza y tu vestido viole- ta, los zapatos altisimos transformandote unas piernas a las que nunca me cansé de adorar. Desde esta ventana veo las terrazas de cuatro manzanas ala redonda, una calle que se pierde a lo lejos con Ja fila de Arboles a cada lado; como siempre una calle que se pier- de a lo lejos es también lo que niego, lo que todavia res to. Eran profundamente rojas a esa hora casi insostenible a poco del teldn lentisimo y me quedé apoyado en los codos hasta que la mujer debi6 sentir frfo porque se agitaron un poco Jas sabanas que recogié entre sus brazos y la siguié el perro: més de dos semanas de empezado el otofio. A ve~ ces pienso que ya no recordarés lo que significa el otofio para mi, sobre todo los primeros dias a la hora del anoche- cer. Y reconozco que habrds hecho bien, Clara, la literatu- ra enferma, nos cerca tanto papel y la idea de la muerte, tu maternidad (y esto es justo que ocurra aunque no alcanz6 para todo) ya te estard alejando de tu lucha de clases, de tus conciencias y Simone de Beauvoir. ‘Mas de cuatro aiios acompafiindome a las librerias, entrando a saco en todas Jas librerias y los cineclubs. Es- cuchamos a Borges hablandole a la niebla en el edificio inmundo de la calle México, en piezas al azar detras de ven- tanas en ruinas leimos juntos toda Ja literatura argentina y seguiste mi miseria por el arte, mis novelas truncas que pa- 13 on bees sabas después de hora en la Underwood del escribano Ra. mirez, a dos espacios con margen para carpeta sélo atre. viéndote a dudar de alguno que otro que, alguno que otro verbo subrayado por vos levemente a lapiz y consultado con tu tono de reserva para los grandes acontecimientos, Lo cierto es que también habias Ilegado a un gusto sin- gular en el baile, algo de iniciada en el acto de dejarte estar en los brazos y ofrecer Ia cara como una vieja corrompida aunque después, con las horas, se notara que no cra verdad: no te habfan dejado nada los hombres, 0 creyendo que eso era un bien, me Jo ocultaste sistematicamente desde el club de Caballito hasta la tarde sin lagrimas y con el hijo en el andén de Retiro; mas de cuatro afios, Clara, entre los dos extremos, todo lo recorrido hasta este quinto piso porque ahora ocupo un ambiente — una cocina chica, un bafio os- curo—, sintomas de acuerdo y me visitan los amigos que entonces me faltaban (nos habiamos quedado muy solos en Ia casa de Banfield, zrecords?), procuro escribic menos, volver a los libros y aceptar el silencio. Voy acomodéndo- los con mucha lentitud en los estantes después del desor- den, de todo el desorden; porque asi aparecen las ideas centrales, los momentos que espero: todo el desorden de los afios desaforados y mi manera meticulosa de traicio- narte con la primera mujer que me saliera al paso y el do- Tor, el insigne, zacaso quién se atreveria a negar que yo también he sufrido? 14 Il En resumidas cuentas no ha ocurrido nada excepcional: esté quedando atrds otro verano, la playa de Olivos colma- da y una imprevista necesidad de cruzar ese rio. Distingo mi piel oscura en el contraluz de estos vidrios, pareceria bastarme con la caida de dos pobre hojas: una especie de tradicién cultural, de refinamiento suburbano. Estoy aqui colgado de los grises, buscando el tiltimo sol con la cara, y tiendo a repetir de una vieja manera aquello de la vieja so- ledad, de casas con cortinas de macramé y siempre una es- tufa, un simbolo bastante oculto en alguna de las piezas del medio, Todo el invierno del otro afio, ya sin vos, con los pies helados en los bares abiertos pasadas las tres de la ma- fiana Jo mismo al final cercado por el agua jabonosa frente al amigo intimo que no hilvana bien, que se desorienta frente al prestidigitador. Mentiria si niego que tampoco pasé semana sin una tarde de sol por la Avenida de Mayo, el color local y entonces casi un pobre tipo ante las casas de misica a lo sumo asaltado por un disco del Fresedo de antes que me detiene y me golpea, que vuelve a confundir- me entre Bach y Cobian, entre la Iamada humedad perpe- tua como un ladrillo en la cabeza y las ganas que tuvo siempre Gardel de dejar esto de lado, tomfrselas de una vez para siempre. ¥ sentir que es un soplo la vida, que todo parece destinado a la literatura. Fue de repente, sin siquiera imaginar que a los pocos dias del regreso iba a serme dado este quinto piso, un mat- tillo para Jas decisiones. Nada menos que yo sobre los ado- quines de la dérsena con una valija prestada apenas unas horas antes de partir, el olor a los trenes del sur, a la fron- 5 tera del sur como la lamébamos durante Jos afios — tampoco entenderé la forma en que Pudo poster. garse el final durante los dos tiltimos afios —, y los aconna, cimientos que se entrecruzan, que siempre Parecieron so_ brepasarme. Ves, Clara?, todavia insisto en llamar aconte. cimientos a las cosas mAs insignificantes. Toda mi inanditg falta de naturalidad puesta en los actos més sencillos, para desdoblar un pasaje, para subir con esa maldita valija imi. taci6n cuero a la cubierta, sentir las alfombras ¥ No autori- zarme el destierro, Cruzo por primera vez el rfo a exactamente un verano sin vos; cualquiera puede permitirse afirmar que me dirijo a Samarcanda. Atrés las luces de la ciudad donde transcurri toda mi vida sin un paso mis alld de esas calles, sin haber pensado mucho en ese paso. Un incotregible lugar comin, un argumento para viejos tomadores de caiia y mate amar- 80. Mi pobre cuota de cosmos atravesando el rio inmundo Ge diria un retorno al actor, a Eliseo en la pocilga de la calle Libertad), mejor me parece comprender hasta qué cla- se de extremos soy un lector de novelas. En realidad no hice otra cosa que sentirme vivir — zrecordas esta idea di- gamos inaferrable del principio? —, lo mismo que cuando Pretendi hacértelo entender a las pocas semanas del social de Caballito. Te levaba del hombro por la calle de arboles de tronco jirafa como te gustaba repetir: los escdndalos del alma, Clara, y vos con las insistentes sonrisas al solista, al fundador de ciudades con tu asombroso convencimiento y ¢l tapado de algodén que iniciaba los grumos. A un verano de distancia y sin testigos visibles descu- ro la raya de luz de nuestros penosos trenes del sur; mas media hora cruzando Avellaneda bajo las estrellas. No Pisnso en el comedor, no camino por la cubierta, me quedo ere con las dos manos a la baranda de popa, conva- Sao bien de las Gltimas pensiones del Centro, la cone el bafio inundado. En definitiva las cosas no ucho: dias como los de Banfield con vos en 16 dos tltimos que los papeles envejecen de pronto, noches largufsimas re- viviendo en un bar, con la intacta conviccién de ese bar. Te dejé muda aquella fogata de la media tarde en el patio con canteros de Banfield, me pedias que no lo hiciera, que no quemara mi opera magna hasta alli, pobre, vuelta hacia adentro del embarazo para no escuchar mis gritos en el pa~ tio de cemento, mi trascendencia y vos ya tejfas a aftos luz del indtil, tu fe madonna del Giotto, todos mis borradores tiznando el rincén de los malvones. Imprevistamente desaparecen los trenes y me quedo solo agarrado a la baranda; nunca habfa estado solo de ver- dad o me parece mentira comprenderlo. Después de levan- tar todo lo de Banfield, después de ese primer mes en que ni vi al chico y en el que senti agrupado el final, siguieron para mf los hoteles de sdbanas recién desinfectadas, mi fes- tejo siempre pareciéndose a un sollozo cuando Jo descubro, mi lamada voz para el amor en una llamada pieza del mundo, lo mucho que esperé este momento incluido el pa- sado carmesi para que lo consuelen. A vos te reprochaba la soledad de la vida juntos, la isla con la lmpara gris en el caserén de los techos agujereados: recobro Banfield y cruzar la via al costado de los perros, la calle de tierra in- mediata a las radios de par en par y en el fondo del pasillo los dos platos separados por el pan, el ruido de los cubier- tos contra la loza hasta desesperar de tu silencio. De modo que grité en las piezas altisimas, te denuncié mil veces no haberme dejado lorando en el terraplén de La Lucila — la humedad de tus manos cuando los derrumbes que siguieron y entonces también parecian hacerte la sefia, ahora, acér- quese despacio a ese hombre, tire de ese argentino con la eterna falta de astucia para los corretajes en el Gran Bue- nos Aires, Frente al mismo rio que tengo toda la noche debajo ilu- minado por el vapor de la carrera — un marrén usado, un vértigo de suburbio —: me llevabas el libro de Macedonio “Fernandez y no eras feliz. ;De dénde te venia aquella obs- tinacién? Yo me habia encargado de preparar te el desenlace, te explicaba en calma el mal glo, {tecordas? El mismo rio que se golpea al desde la baranda hasta no més de dos met; otro es la noche total y apenas tres 0 cuatro Uaneda. A Ja altura de La Lucila después de caminar toda la tarde entre naranjos, vos con el suéter celeste del cuclle hasta arriba, se dirfa asomada por alli a Ja tarde que ni si- quiera habias previsto, Debi llegar a palabras distintas, pa. labras para la salvacién que no parecias escucharme. Asi por la calle en barranca al mismo rio y a segundos de mi. rarte las ufias quebradas por la Underwood, contestaste a todo con tus cuatro palabras, tu poder de sintesis, Clara: “Entonces yo me tiro”. Me rei del melodrama a casi dos metros de vos porque en esa forma habiamos vagado todo el tiempo entre los residenciales, sin argumento posible me tei de vos con los labios morados por el viento que me mi- tabas mirar el agua con algo de predestinado a dos aiios exactos del club social. Cuatro palabras para un final que no te concernia sentada en la piedra mintscula con el libro de Macedonio en la falda, insobornable cuando me volvia, cuando me inclinaba para silabearte que no era capaz. {Por qué raz6n no me dejaste lorando en el terraplén de La Lu- cila, por qué nos siguié aquel perro hasta los penosos tre- nes del sur? Cerca de un mes completamente solo recorriendo toda la costa de Uruguay para sentir el extranjero — hay mate, hay baraja espafiola en los boliches. Sin embargo después legué hasta el norte, otro idioma en las tiendas y dos dias con sus noches conteniendo las ganas de seguir, de no vol- ver en cambio cada fin de semana al chico que tienesus- mismosojos y no sabe siquiera que ya te imita en los ges- tos. Dos dias con sus noches en una pensién miserable miréndole las manos a la mucama, sumergido en sébanas Como trapos con casi treinta y nueve de fiebre. Resisti, Cla- Ya, anduve a la tarde por la playa entre mareos y chuchos Pacientemen. de nuestro gi bajo, que veo TOS porque lo luces en Ave- de frfo (ese giro de Jo imprevisible por primera vez), tiran- do entonces del telén a un verano de distancia, del telén lentisimo para cubrir finalmente Ia cama de dos plazas que compramos en el remate de Banfield a varios dias de casar- nos, al afio el cochecito en movimiento en el humo de la cocina del fondo, la manera si se quiere diéfana en que vol- viste a Griseta después de las ocho de la mafana con el suéter celeste entonces destefiido, un resplandor azul desde a banderola opaca hacia donde tiraba el humo y vos se di- ria asomada por el cuello alto a la pileta de azulejos, la ca nilla con agua muy escasa bajo el alero de zinc. TL A veces, entre las ruinas del forajido, todavia me pre- gunto como si durara ese primer mes de dejarnos: ,quiénes seremos, Clara, los memoriosos, los ausentes? Creo que no mucho después que el guarda te ayud6 a subir desde cl an- dén de Retiro y llevabas el chico y me volvi se diria de los cuatro afios con vos antes de que particra el tren; empez6 algo asi como un mes solo por la calle una vez terminadas Jas siete horas mudo en la oficina — ni me interesaban los actos de arrojo y opté por quedarme quicto aceptando la invasién para uso exclusivo, bastante literaria ella también y muy préxima a inclinaciones que ya habfas dejado de co- nocerme. Mi acostumbrada minuciosidad y si querés el due- lo, el tnico compareciente. Podria decirse que el mismo confundido de siempre fue el encargado de abrirles la puer- ta medio Kafka, medio portén de Tribunales. Yo tendria abajo del sobaco una carpeta con tapas ajadas en las esqui- nas, un libro de poemas de Bayley o de Juanele, todo el tubor de los honestos contrabandos y vos petrificada con la cabeza en aquel pafiuelo de gasa del segundo otoiio juntos con el habito de los museos. Quiénes seremos fue, lo reco- nozco ahora, una forma de ingenuidad al plano de juego de mesa; pese a todo me he movido pacientemente en eso durante casi todo un mes a pie hasta Retiro sin libreta de teléfonos, ni encuentros, ni pensamientos adyacentes. ;Los Janguidos, Bettinoti que guitarrea la suya y se va a dormir colmado de una ginebra desastrosa? Los he sentido a todos dentro de mi y paralelamente aspiré en cada momento a la sinceridad, me meti en algin cine con la pelicula empeza- da. Entre el tumulto aparecian cada tanto los Ferreira, la mujer y él con el Coppa y Chego y su irreversible je, quia, empezaban por el final, repetian mas 0 menos: garon los dos por la tarde a las piezas abandonadas adelante y él parecia voluntatioso, Ios chicos mucstive © miraban subirse al techo para tapar las goteras: a cine que siempre sonrefa, Je prestamos una tarde uw ” Tu tia Elena con el pelo tirante, los pocos roitige on 5 rodearon durante la vida juntos, no més de veinte pero cast todos al mismo tiempo incluida una muy poco nitida ima. gen de nuestro chico aunque ya con ropa de conscripto, pero no estaba, yo lo ponia alli entre ustedes por automa. tismo, por ganas de complicar la sesién, de no ser un deca. dente. Tomaron posiciones, ensordecian mientras el de Ia culpa caminaba después del horario de oficina dispuesto a escucharles los actos centrales de su vida, mi vida en uilti- ma reencarnacién muy contadas veces mas all4 del obelis- co y ala que hace bastante tiempo presumo iniciada por un chico fumando barba de choclo detrés de los geranios en el patio colonial, un chico empecinado en no decirme nunca nada aunque supo esperar paciente la calle, cierto Tumor alejado, ciertas murmuraciones cuando el radiotea- tro de Carmen Valdés y la cocina econémica. Esa oscuri- dad que permanece en nosotros, como dirfa alguien que yo sé: el repetido chico ni alegre ni triste llamado a recitar Se- tenta balcones en las fiestas de la misma casa de los abue- los y después las manos grandes de papi al piano de la pri- mera pieza, Cadicamo o la tia Mercedes con las pulseras de plata sublevadas del vals. ees la despedida del colegio en que dejé de ser el menaatdo para promunciar un largo discurso exagerada- samin Pa Por pap4 — Jos recuerdos sin astucia, el per- Tate ae con el mapa del tesoro. Me Ilevaron a un bu de Vargas eplausos y él patio se desolé bajo la Zam- watcher pers oe puto tucumano que nos habia hecho mi cabeza y dieiéndele, eee enO, con Ja mano en _ 3 termina presidente de la Re- piblica”, y el Adivino que casi seguro debié experimentar Su primer sintoma de tristeza en aquel patio vacfo con el toldo hecho trizas. Un tibio mediodia sin palabras posibles por la avenida interminable con papi que secaba Ios crista- les de sus anteojos y mis ganas de correr a sentarme en el cordén de la vereda frente al colegio de mujeres en dos filas que se abrian al Iegar a la maestra de turno, el cole- gio con forma de castillo a la vuelta de casa porque alli es- tarfa sin duda ella, la eterna buscada hasta hoy en todos los cordones que después fueron parques, y manera de bailar, y Para alentar una nostalgia y otros poemas. ‘Ya desde varios meses atrds habia abandonado Jas lar- gas siestas con la boca seca en el olor del chico del lechero — “veni cuando te amo, quedate” —, tengo juego de ma- nos con una prima Ilorona coleccionadora de mnuiiecas, como todo el mundo logro verla aterida en e} centro del bafio y después se lo confieso para mantenerla cerca. Igual percibo un compacto recogimiento familiar a mi alrededor, igual mama una tarde de mis vacaciones en que la miro planchar me dice: “esta noche pap4 quiere hablar a solas con vos, esté muy preocupado por vos”. Papd que fuma dos cigarrillos seguidos después de la cena, papa con el codo en la biblioteca de roble. Lo veo caminar de una pun- ta a la otra del hall con las puertas cerradas para dejarnos solos, uno frente al otro, y la ternura que todavia hoy me sacude, y su revista ilustrada para ferroviarios un domingo ala mafiana de cada bimestre en la linotipia de 1a calle Salta. Aquellas estiipidas ganas de refr en el momento més serio, los grandes pasos de él sobre la importancia de mi destino. ‘Me despertaron una madrugada con mucha niebla afue- ra; desayuné en la cocina muerto de suefio y conteniendo una arcada. Mami, el pelo atado detras de la nuca, prepa- 16 un séndwich de jamén. Desde la ventanilla del diez, con el papel de estraza destilando algunas manchas y el Lance- 10 sobre las rodillas, dejé la casa con mArmol Tustrado sin 23 pensamientos para nadie. Ese muchacho que se larg6 de trasatl&ntico al Iegar al Once, el que caminé en sentido contrario por las calles mugrientas y una mujer muy Vieja dandole bofe a los gatos y después del rodeo la indecible congoja en la vereda contraria a los portones altisimos del normal. IV ¥ alos pocos dias de rondarlo supo que eran siempte as mismas caras, gente silenciosa sin ninguna necesidad de 41, fueron lo sospechado de la ciudad sin percatarse de él atreviéndose finalmente a entrar y desde ese momento cada mafiana muy temprano en aquel segundo aiio por el Once a través de las mesas del marrén quemado de puchos, me- tiéndose en el olor a salén grandisimo y deshabitado, a tiza para taco y sobras de café hasta el bafio oscuro con la Have de la luz oculta al principio y los billares como bestias abandonadas, latiéndole el corazén a causa del templo, ante el presentimiento de que cualquier mafiana de ésas todo iba a terminar y habria que aceptarlo sin discutir, lo chistarfan simplemente desde el mostrador de adelante para que apre- surara el paso y no tocara las bandas, para que no apro- vechara la travesia frente a cubiletes deformados o caras ldmguidas de toda la noche, las mismas caras sin gestos ha- cia é, é1 no existia para ellos con sus rayas flamantes en el pantalén de franela de botamanga angosta, no significa- ba nada para ellos haberse atrevido a la moneda para un disco de Fiorentino, la costumbre del tabaco desde la ma- fiana, que ciertas veces salia de alli pero no iba después al normal y se dedicaba a las mujeres lentas de la recova, desenfadadas y con polleras muy cortas alrededor de log hoteles del Once donde acariciaba gatos en el umbral bia una docena de escalones para fingir aes a que salia de alli ya llevaba esa vida, donde se qued6 una oportunidad h: 4 el mediodfa porque ella—una de ellas—~-sonrié ante nn humo por la nariz, para tentarla, y no volvié a bajar aun- que él no conocfa el desaliento; regres6 en cambio en el é c el almuerzo con la sola vergiienza de no ores Pda a tirar el sandwich las mafianas como ésas Jejos del siglo de Pericles por Astolfi en jugar de comerlo desoladamente en un banco de la plaza Miserere, la inde- SKoable mision de Jas mafianas siguientes con los mismos Cuadernos a esperar acaso el chistido © cualquier otro de- senlace que lo abismaba y de golpe fue al principio del in- vierno que se desvié en medio del sal6n y Ileg6 hasta los tacos, uno entre sus manos, lo hizo correr sobre la ultima ‘mesa del fondo, la del pafio zurcido y los declives con su saco sport exageradamente chico, obstinado como era y manteniéndose de espaldas para s6lo escuchar el chistido y no enfrentarse a las caras, sintié llegar al mozo y esper6 Ta desgracia, lo escuché moverse a Ram6n que entonces no era todavia Ramén y no prestaba plata, nunca se lo pudo decir en los afios que siguieron: la tapa del taximetro, pri- mero la colorada que siguié por el taco y fuc a morir al rin con, una a una las perillas de las tres luces en el colmo del sobrentendido, lo dejé solo allé en el fondo con el taco ri- gido y la tiza en Ia banda, infinitamente inhabil en la pe- numbra del fondo. Vv ana de instalado en este quinto piso na visitarme. Arriba golpearon y teras justo en los momentos ¢n Soe reaparecian Ias voces, pero Ismael igual tocd hasta Gaasarse, hasta casi barrer con esta necesidad mia de en- contrar un orden. Todos a coro menos yo que me senté en el suelo, contra la pared, sintiéndolos en mi casa. En realidad debo hacer un gran esfuerzo para reponer- me de jas caras a quemarropa después de toda una tarde de movimientos lentos con las cobijas por el suelo. No al- canzo a entender si se festeja mi regreso de Uruguay o el hecho demasiado simple para ellos de ocupar este ambien- te de paredes grises. Insisto en llevarlos hasta la ventana, les hablo con una insospechada ingenuidad de lo que me ha brindado hasta ahora la ventana, de Clara Bow, pero tengo en seguida la impresién de que no hacen nada por entenderme. No bien bajamos por otras botellas ya me da vueltas la cabeza y lo paso agarrndolos de los hombros, haciendo otra vez lo posible para que descubran este cam- bio en la vida: el mismo gigante de siempre con adema- nes cada minuto mas torpes, esa cara de payaso en el es- pejo del ascensor. Del resto debié encargarse el aire en la calle, sentir frfo y un gusto casi olvidado en la boca, esas ganas absurdas de dejarse arrastrar. El recién Iegado, el que Sempre seminars ree nlose, Cuando estoy otra vez puedo otra cosa que observar las caras, respirar el humo y el alcohol apoydnd ij como la traje de Uruguay. Alguien dice que co caw tal m r guien dice que se esta bi alt, que 1a foto es digna. Yo me dedico a presenciar el No mas de una sem: y los amigos que viniero golpearon el techo, horas ent amor de las mujeres cantando a coro con los amigos, me relajo de repente en la viejfsima historia del paso del tiem- po (mas o menos él clima de toda la tarde al acecho de la valija hasta la campanilla del timbre), aquello en lo que nunca habfas pensado y quizd logré acercarte todavia mas cuando te lo dije los dos por el bosque de Palermo: cu- brirlo todo a partir de un instante, cso era, un simple des- pegue que nos aleja de la cosa mimiscula y manoseada, caer otra vez en el momento menos previsto al caminito entre tipas y reconocerse, y no permitirse sufrir, reconocer a Clara reciente que se dejaba besar en puntas de pie y le- vantaba los brazos, la pieza de paredes grises un sébado a la noche con Ismael gritando La del cincuenta y cinco y la foto enmarcada del hijo y Le poisson magique. No me levanto con alguna idea precisa, hubiese pref rido seguir alli sentado hasta que se hiciera de dia y ni si quiera el mas minimo rastro de los sintomas. De golpe me escucho pidiéndole Madame Ivonne a Ismael que nunca lo supo y rasca un Discépolo irreconocible, voy hasta los li- bros con Ja repentina necesidad de encontrar Escrito sobre una mesa de Montparnasse, el sentimental que recorre in- numerables veces el indice buscando al sentimental en una mesa de Montparnasse mientras trastabilla en el centro de Jas caras a quemarropa quejindose de Espaiia que le con- duce el vino o de la inclinacién secular a la tristeza, casi a gritos por la imposibilidad de escucharse a si mismo lee penosamente para los amigos actuales se dirfa de espaldas a la falta de ruido en nuestra cancel de Banfield, para la valija todavia cerrada que dejé caer en el norte de Uruguay y el teldn lentisimo porque queda todo detrés y pareceria estar ofreciéndome derechos. Sin librarme entonces del so- nido de mi risa traigo las viejas cosas que s6lo tienen ila- cién dentro de mi debido a cierta rugosidad en la madera o un vidrio empafiado a la hora exacta de los retornos. {Los que hicieron todo Jo posible por amarse en esta misma ciudad un poco después del neorrealismo? Vos, Cla. e ra, en aquel entonces mo decias se te cambia la cara, sos otro, pero igual les hablo de Santana con cl Adivino en la nebulosa dictandome el final inevitable, justo toda la se- cuencia a partir de una remota mesa en este caso en un bar de Villa Urquiza y el lento arribo de Ja Polaca a las pocas semanas ensefiéndome a hacer el amor en Ia piecita hameda del altillo de Flores. Recapitulo, entro en trance, ya no existen los otros: que Ja Polaca se levantaba a la ma- fiana y limpiaba Ia jaula antes de salir a la calle para mi, el final tristisimo con ella sacindome los trajes aunque yo con la leccién aprendida y nunca més Jas oficinas del fe- rrocarril, yo ms seguro en los bailes hasta que le hablé a Sartana de mi rodeo a Irene y él que me ayuda a inventar una vida anterior sin reconocer que Io hace, Hegué hasta Irene, me escuché una noche bailando en el Palermo Pa- lace y terminamos juntos en el padock de San Isidro. Les hablo a los amigos de las noches interminables esperando- la hasta las cuatro de la mafiana en la mesa del fondo del barcito de Maipi, toda la plata en el bolsillo alto del saco y los consejos de Santana en los bafios turcos hasta que todo giré y no pude mas, me descubri la tarde de la noti- cia entre los vestidos de Irene, un afio entero a la pieza in- fame de Congreso, completamente aislado en la ciudad y la cultura que venia de Eliseo: me fui una noche al social de Caballito a buscarte, a limpiarme y creer en eso como si obedeciera a un proyecto de toda Ja vida. Y les cuento también de vos a los amigos, mejor siento el primer ruido adentro —un chasquido, un gozne —, que tenias los ojos calmos y escuchabas sin respirar. Es més o menos un por- tefio el que se larga a llorar como un idiota por el fraca~ sado corretaje y tus anticipos del escribano Ramirez, por las obras completas del pobre Hermann Hesse. Cémo me fui del edificio en ruinas a vivir con Thelma, y siento que la atencién decrece pero igual les aseguro que te extraiia- bas del cambio, me vefas insistir con la literatura, el elegi- do, la tarde aquella de la puerta entornada en el primer piso de Colegiales, tus tacos de no aceptar el que te propuse y Thelma aleanzdndome le 14 a tu encuentro; vos y yo por Federico La hermosa de octubre, algo asi como dos chi lorando cada uno por cosas infinitamente distinta verglienza de entonces en el camino del arte, tomas, ¥, 8 igual que un graméfono— todo siempre mezeltae 18° haciendo agua—, oro también por el final de Sine Por mi, me lo reprocho en voz alta y alguien entre lee on 0s pide la guitarra y me hace una broma en la que procs entrar a tiempo echdndole la culpa al origen del tangy y Hamada frustraci6n argentina. m Se fueron todos al amanecer y me quedé apoyado de espaldas contra la puerta viendo girar las paredes, venirse encima los muebles. Trastabillé hasta la ventana — la ma- nia de legar a la ventana —, logré asomarme casi medio cuerpo afuera olvidado del miedo y vomité sin interrupcién hacia la primera claridad de las terrazas, feliz del estreme- cimiento final, de poder hacerlo a cuenta de un dfa largar- me a reir, haber elegido quedarme solo en esta pieza como el mismo Alain Gerbault, Para que venga Blanca Luz y me ame, Primer final Pa para Salir ‘croze una tarde cos en un andén _ El otofio que trae el futbol. Después de un largo rato sin voluntad Para otra cosa que seguir alli tendido repi- tiendo en mi la noche anterior, busqué restos de pan en la cocina y me llevé la pava al tefiejo: como en jos malos tiempos tomé mate contra la néusea envuelto en una radio ena. Llegaba con toda nitidez desde la terraza de Clara ‘ow, la chica que veo jugar cada tarde a las estatuas y los Bestos, que ni siquiera se inmuta cuando me quedo mitdn~ dola. Dejé abierto, me dediqué a las copas por el piso; por nos segundos lleg6 a irritarme tanta marca de pucho, ‘Sélo bastante después senti que empezaba a ceder el aturdinicn: to por la falta de costumbre a la dosis de alcohol, En un: de las pasadas fui hasta la valija y la subi de un envién iz 3 Ja cama, la dejé abierta para oler un poco a sal o acaso ten- tarme de una vez. . La he visto cada tarde vestida con trapos grandisimos y zapatos altos, quedarse inmévil lo mismo que Clara Bow en Ja actitud de recibir un angel o asistir a un derrumbe; hubo instantes en que llegé a causarme estupor tocar esos pe- quefios actos de heroina de cine mudo, asomarme a las po- Heras amplias, al tul y las flores en el sombrero reapare- ciendo entre las sébanas. Ahora permanecia apoyada con los codos en la mesa de marmol, observandolo a é1 repetir el solitario y escuchar 1a portatil con detenimiento. Pensé durante mucho tiempo en ese hombre de tricota de dos la- nas sumergido en su domingo, en ella con las estatuas in- vadidas dentro del tapadito marrén que apenas le llega a las rodillas. De pronto eras vos, Clara, era la casa honda de Olavarrfa en la dificultad de tu memoria quizd para compensar en parte aquel complicadisimo “te voy a con- tar mi vida” que a la semana de conocernos ya te tuvo ho- ras acariciindome la cabeza en el atardecer del parque Le- zama, sin duda sobrepasada por la historia del desaforado de la muerte ilustre hasta que senti como nunca ahogarme en tu infinita ausencia de aristas, te pedi el hueco en un hombro y corriste sencillamente el pelo hacia el otro; sdlo mucho después de la punta de tu zapato en la tierra del parque, tu voz apenas conocida, temblando porque yo me quedaba en tu cuello y te sentia evitar los movimientos: “en una casa con macetas en fila en Olavarria”, contando- me que Ja loca de la pieza del fondo usaba trenzas hasta la cintura y gritaba por las noches hasta que no podias resis- tir mas, cambiabas de cama, te ibas a dormir abrazada a tu hermana mayor; me trafas el miedo del patio de Olava- rria para tapar mi repetida desgracia de seguir todavia en el centro de la orquesta sin saber qué clase de cosas inten- tar con el instrumento en las manos: pobres metéforas de Ia vida de entonces ciegamente convencido de que era im- posible sufrimiento mayor a sélo cinco afios de un barrio tranquilo acurrucado en tu serenid; ra, la duefia del porvenir sin estru en cualquier pieza privada de vent rs con un aro sin pareja o el collar d clicidag sas como en Olavarria para iene wa ne Peauetias eo. resistiendo a brazo partido y no Megar al fone eeu 8 Ta pieza de la loca, quedarte abrazada sin trices Me cuerpo, sin asomo de voz. como desputs conmigo eek nye| cada vez que parecfan vencidos los ademancs y se qué tanta calle, tanto buscar si se quiero una reewuen, como podia leerse en las biografias noveladas 0 los diana intimos, cosa de otro mundo tanto volver derrotado de cae minar inttilmente por el Centro y sentarse en los bares con la misma ropa, no haberme quedado en cambio con vos le. yéndote la transitada novela de Thomas Wolfe, lo que en- tonces habré lamado no aceptar el destino y escapar a tu carpetita de hilo celeste tinicamente para mf, las dos tazas de té con los bizcochos Canale lejos de la televisién, tu piel resinosa y el suefio de escuchar al profeta en la larguisima paciencia. Sélo un domingo a Ia tarde con a pava a la rastra en- tre los pocos objetos que algo indefinible dentro de mi ha podido salvar de los Ilamados naufragios, y que no tendrfan casi nada que ver entre s{ rodedndome en este quinto piso imprevisible con el paso de los amigos en las botellas amon- tonadas en la cocina, sin grandes gestos, sin recuerdos glo- riosos donde verificarme, s6lo ocupado en eso de la alegria triste de crecer como dirfa alguien que los dos sabemos aunque tal vez ya ni lo recuerdes, que es justo también re- cobrarte en cualquiera de las cosas salidas al paso (incluso ayudar a que ocurra de esta manera), verte una y otra vez después del telén que dura este largo afio, amarte enton- ces por entero para de paso comprenderme un poco mas; ‘simplemente ocurrirfa que ahora me dedico a mirarte igual que a la chica de las estatuas en el centro de su terraza a 3a hora de la luz, y acepto tus ademanes y tu soledad sin lad de madre tri endos, sin aaivinn jo ; inaci ‘ana haciendo la fetign’® preocuparme de participar, sin la portatil y el naipe en el momento de tu consagracién, digo bien que procuro amar- te con lo que hace unas pocas semanas empecé a llamar una merecida serenidad y dejo correr las imagenes un tan- to borrosas, Clara Bow muda viniendo de los afios que por otra parte nunca interpretaremos del todo sumergidos en alguna que otra butaea de un cineclub, pero que estén alli adelante, grotescas y sin banda sonora Clara Bow de los gestos bajo mi ventana, tristes porque también fue una for- ma de expresar cl amor entre dos en un tiempo perdido para siempre y la simplisima razén de que todo envejece y si sigo lo bastante aqui el dia menos pensado la chica no vuelve nunca mds a la terraza y yo habré cambiado defini- tivamente, Clara Bow platinada que nos hace reir justo en . las secuencias donde corresponde Ilorar pero Ia melancolia es otra, otra cosa muy distinta para ella y para mi quizd porque también es justo recibir Angeles entre los brazos mientras los otros nos buscan en la casa, aceptar cierta ex- trafia congoja después de los partidos con la hija aterida dentro del tapadito marrén cada vez més chico, tu vida que s6lo ahora me parece nunca debf haber tocado, nunca ten- tarme y ponerla a favor porque tampoco te inmutabas, tu vida, Clara, que en este afio se dirfa empecinado siento comprendida de una vez para siempre, un afio entero con el film mudo frente a los ojos, Clara Bow de los gestos abrazada cuando chica en la cama de Olavarria, sin ruidos en el cuerpo, sin voz al agitarse los vidrios altos de la ven- tana por el paso de los tiltimos trenes, juntos todavia los dos en las noches intransitables del sur. VI El traje azul a escondidas porque era para las matinée de los domingos en el cine de Triunvirato y las chicas ton- tas que lo espiarian fumar con un pie en los besos de James Cagney o Dorothy Lamour. Una de las tltimas mafianas durante el segundo afio en el normal, lejos de alguna prue- ba de matematicas y observandose en los vidrios por los al- rededores de Palermo hasta que descubrié las nifieras en el pasto de la barranca de Plaza Francia — desde entonces las plazas para sentirse mejor. Solia esconder los cuadernos dentro del saco y hacerles sefias imperceptible, palabras de desamparo o de lujuria que acaso ellas nunca llegarian a descifrar: por primera vez un presentimiento semejante y se descubrié a si mismo subiendo de a cuatro las escaleras y arriba le parecié escandalosa la lentitud del tiempo en el reloj del viejo petrificado en las diez. ¢Laura, Laura, dénde estas; Laura, qué sera de noso- tros? Ella abajo sin nombre todavia, con el pelo suelto fren- te al chico rubio que loraba por miedo a los extrafios. La observé largamente en su isla remota de abajo, perdida de toda posible verdad con la pollera inflada en el momento de los saltos. Y ocurrié entonces el primer tirén del Adivi- no bajo un cielo sin nubes al final del invierno: nunca una Jentitud mayor al dejarse llevar por un declive, ella deteni- da, ella casi una postal para recibir el brazo entumecido del Jado de los cuadernos. Debié decir breves cosas como por ejemplo Laura o el color de las magnolias cuando compro- b6 que él seguia inmévil alli sin duda amando intensamente esa facilidad para decirlo. Ella le grité al chico, se dej6 so- brepasar por la pelota: todo Jo hizo Laura llegada tres afios antes de Entre Rios con cuerpo de mujer pliera esa mafiana. No pudo intentar el mds insignificante movi Jo apartara de alli, se qued6 en cambio con un pie apoyats en el tronco de la magnolia miréndola subir la barranca en el centro de una congoja que volveria a repetirse. Y estuvo a las sicte en punto del mismo dia es la esquina de Lax Heras y Pueyrred6n, la vio cruzar corriendo hacia él, Ia sin. tié dejarse conducir envueltos los dos por el olor a Atkinson. en el baiiito de servicio. Para que se cum. imiento que Momo con el sombrero para atrés, con el cigarrillo siempre en un dngulo de la boca cumplia sus series matuti- nas en la primera mesa y en una oportunidad se habia acer- eado por su cuenta para indicarle la manera correcta de pegar con el taco. Ese dia lo escuché con todo el cuerpo en la penumbra del fondo del bar del Once; nadie hubiera sospechado el abismo, Después fue sacando las piernas de abajo de la mesa y aseguré que a él de muchacho le habia ocutrido algo parecido, que lo necesario era pensar en otra cosa, no sabia con exactitud en qué, pero en otra cosa pre- ferentemente desagradable hasta que la mujer demostraba estar cerca 0 ung lo sospechaba por el ritmo. ¥ ésas fueron las palabras de la redencién por haberse atrevido a invitarlo a Momo hacia la penumbra, el fin de toda una semana con Ja imagen de Laura que esa primera noche al llegar los dos al banco del plitano prefiere un hotel y Ia plata no alcanza, que acepta con la misma sonrisa la zona de los drboles pe- gada a la via y en el trayecto se abandona al peso del brazo, Que se adelanta con la pollera levantada para esquivar lag Famas y desde allf lo espera en el olor a barro y el pelo cu- brindle Tos ojos, con el aliento como humo en la niebla y rrodilla primero frente a él y lo llama con la repenti : pentina cara de estrella de circo fugazmente iluminad : de un tren: Laura tendida y helad Mee ee que acaticia diciende ja que Hama y abraza, “tantos meses sin un hombre” y ya era demasiado tarde mojado y vencido sobre ella, aplastan- dola con la boca en el olor a podrido de la tierra. El esta- pido silencio que no parecié comprender y se quedé sola, y fue dejada sola a Jos pocos instantes limpidndose el vestido con la palma de Ja mano, encorvada por la avenida de las luces lejos uno del otro y no poder encontrar las palabras. Una semana después de los consejos finales de Momo la observé desvertirse por completo en Ia primera pieza de la amucblada de Rinc6n, inmévil en Ia sillita de esterilla con Ia ropa puesta mirindola casi bailar a través del espejo. Ella lentamente hasta él, el tirén de la corbata. El que se trepé todavia con los pantalones para colgar la frazada en las aberturas de los postigos y desde alli arriba la risa de Laura boca abajo ahogada por la colcha, Laura como des- mayada en la cama con colchén hundido, todo el tiempo junto a él lanzando el humo contra el cielorraso hasta que desde muy lejos lo ayud6 a moverse, a largar los brazos en- tre las cobijas con olor a cloro donde el solista atiné a bus- carla con una inimaginable torpeza, quiso levantarla en vilo y le clavé las ufias cn la espalda, pretendi6 dominarla y no hubo el menor sfntoma de lucha. Debié aceptar el mimetis- mo aunque legado el momento pensé a su manera en fieras enormes descuartizadas al sol, en la muerte de Momo vela- do con toda pompa sobre el pafio de la primera mesa, trajo el tren que le habja iluminado Ia cara y desencaden6 una catdstrofe. En el reservado del Café de los Angelitos, con las manos entrelazadas sobre crisantemos de papel, clla le dijo que se morirfa si legaba a perderlo. Irrumpieron los exémenes sin una pégina con el padre en la lecherfa de la esquina del normal entre un café con borra y el olor a tinta de La Nacién: su pollo en el camino de la sabidurfa y los grandisimos destinos, Un desdibujado Principio de verano sin Laura, perdida con la misma sim- plicidad con que habia Ilegado, las largas siestas hacia la hija de Salomén a la salida de la academia. Del primer bai- le en Villa Crespo un sAbado en que lo dejaron volver des.

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