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CARTAS DE MONSEÑOR WILLIAMSON

Comentarios Eleison XCIII


Debates difíciles
Del Obispo Tissier de Mallerais, hablando en París, hemos escuchado que se han fijado las
condiciones para las discusiones doctrinales que deben tener lugar entre la SSPX y las
autoridades de la Iglesia en Roma. Estas discusiones serán por escrito, lo cual es sabio, pues
con esta medida se le quitará espacio al apasionamiento y se tendrá más tiempo para pensar
cuidadosamente. Tampoco serán públicas, previsión que a lo mejor elimina el efecto “TRIBUNA”
por cualquiera de las partes —también conocido como “jugar para la galería”— porque no habrá
galería presente.

Desde Roma hemos escuchado que la iniciativa de entendimiento Roma-SSPX —generada por
el “Levantamiento de las Excomuniones” de los cuatro obispos de la SSPX por el Papa, en Enero
— se vio seriamente frenada a raíz de la desconfianza producida por la agitación de los medios
de comunicación en Enero y Febrero, alboroto diseñado para lograrlo. Sin embargo,
subjetivamente hablando, sin lugar a dudas existe una buena intención por parte del Papa hacia
la SSPX, y no hay falta de buena voluntad de la SSPX para con la persona del Santo Padre.

El problema en estos debates es que, objetivamente hablando, de ambos lados puede existir
cierta renuencia para admitir que estamos en presencia de UN ENFRENTAMIENTO
IRRECONCILIABLE entre la religión de Dios y la religión del Hombre. El Vaticano II mezcló
ambas, lo que derivó en mucha más religión del Hombre; cuando menos un 50 %. Permítasenos
decir que Benedicto XVI desea combinar el Vaticano II con la Tradición Católica; esto continúa
siendo demasiado de la religión del Hombre; ahora en una cuarta parte. Permítasenos suponer
que la SSPX y Benedicto XVI se comprometen entre ellos a llegar a la mitad de camino; esto aún
implicaría una octava parte de la religión del Hombre con siete octavos de la Religión de Dios, lo
que a los ojos de Dios Todopoderoso, sería todavía demasiado en una octava parte.

Porque si sólo hace falta una desproporcionadamente pequeña cantidad de agua mezclada en
un tanque lleno de gasolina, para detener el motor de un automóvil, así sólo una pequeña dosis
de idolatría es suficiente para obstaculizar la verdadera religión de Dios. El Señor mismo nos
dice que es un Dios celoso (Éxodo XX, 5, etc.), y no va a soportar ningún falso dios a su lado. A
cualquiera en la SSPX que se vea tentado a prácticas de culto con los Neo-modernistas, así
como a cualquier Neo-modernista que pudiera desear actos de culto con los Católicos, el profeta
del Antiguo testamento, Elías, le diría lo que dijo a los Israelitas vacilantes: “¿Hasta cuándo
estaréis claudicando hacia dos lados? Si Yahvé es Dios, seguidle; y si lo es Baal, id tras él” (III
Reyes, XVIII, 21); y concluye el versículo: “Mas el pueblo no le respondió palabra”.

Subjetivamente los Israelitas querían tener ambos caminos. Objetivamente eso era imposible.
Para nosotros mismos también.

Kyrie Eleison
Londres Inglaterra
Obispo Richard Williamson
18 Abril 2009

Contradicción llana
Después de que, con el Concilio Vaticano II, la Autoridad Católica y la Verdad Católica
conformaron emprendimientos substancialmente divergentes, los católicos que se aferraban a la
Autoridad han tenido problemas con la Verdad, y los católicos que se aferraban a la Verdad han
tenido problemas con la Autoridad Católica. ¿Qué puede ser más lógico? Católicos de ambos
lados suspiran por una reunificación; y especialmente entre los católicos conciliares decentes,
esto toma la forma concreta del ardiente deseo de que el Papa Benedicto XVI y la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X lleguen a un entendimiento.

Muy bien; pero hay un problema: El Vaticano II contradice la Verdad Católica, fuera de la cual —
porque su Divino Maestro, Nuestro Señor Jesucristo, es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan
XIV, 6)— se disuelve la Autoridad Católica. Para probar la contradicción, léase, por ejemplo, “El
Concilio Vaticano II y la Libertad Religiosa”, de Michael Davies, donde el autor muestra que,
mientras la Iglesia Católica siempre ha enseñado que ningún hombre tiene un verdadero
derecho a que se le permita la propagación de errores, el Concilio Vaticano II (“Dignitatis
Humanae”) enseña que cada hombre tiene un verdadero derecho a que no se le impida la
difusión de errores (salvo el orden público; véase, en particular, el capítulo XXII de la obra de
Davies). La contradicción es directa.

A primera vista puede parecer poco significativo, porque ¿qué importaría si unos pocos alocados
dijeran algunos sinsentidos en público? Pero, de hecho, la diferencia entre el derecho y el no
derecho a propagar el error, es la diferencia entre un espectáculo cómico de Hollywood y el
Señor Dios de los Ejércitos, cuyos truenos y relámpagos conmocionaron de terror los corazones
de los israelitas incluso a millas de distancia del humeante Monte Sinaí (Éxodo XX, 18-21).([1])

De hecho, toda acción humana obedece a algún pensamiento. El pensamiento es transmitido


entre los hombres, o publicado, sobre todo con las palabras. Así, el ser y la acción de toda la
sociedad humana depende de los intercambios de palabras; por lo tanto, o la verdad y el error no
tienen importancia para la existencia de toda sociedad y la orientación en uno u otro sentido, o
toda sociedad debe controlar las expresiones públicas en su seno, por lo menos en el grado
suficiente para comprobar si se transmiten errores significativos.

Ahora el único límite establecido por el Concilio Vaticano II para las expresiones públicas, es que
no deben perturbar el “orden público”. Por lo tanto, para el Concilio Vaticano II cualesquiera
herejías o blasfemias pueden ser pronunciadas en público, siempre y cuando no sea necesario
llamar a la policía, ¡y cualquier deidad que pueda existir debe someterse ante esta “libertad y
dignidad de la persona humana”! Por el contrario, el Señor Dios del Sinaí, la Santísima Trinidad,
cuya Segunda Persona es Jesucristo, nos dice que deberemos dar cuenta de toda palabra
ociosa (Mt. XII, 36), e incluso de pensamientos pecaminosos (Mt.V, 28). Por lo tanto, de
conformidad con el Dios de la Verdad (y tanto más cuanto mejor lo haga), controle la sociedad
católica que no haya propagación pública de errores contra la fe o la moral.

+
Kirie eleison.
Londres Inglaterra.
Obispo Richard Williamson.

Artículo del 25 de Abril de 2009

¡Buena pregunta!
No se piense que Su Eminencia gasta su tiempo atendiendo a este tipo de cosas; me declaro
culpable de transmitirle lo que creo más relevante de los vínculos que refieren o contestan a
nuestro sitio. Por otra parte, he comunicado al Padre Zuhlsdorf en el pasado (sin obtener
respuesta) que encuentro su tono a veces parcial, por lo que escribir acerca de “WDTPRS”
(What does the priest really say?; “¿Qué dicen realmente los clérigos?”, nombre del blog del
Padre Zuhlsdorf; http://www.wdtprs.blogspot.com/), no es un aval de ningún tipo. (Stephen
Heiner, colaborador del Blog de Monseñor Williamson).

En el blog de un tal Padre John Zuhlsdorf apareció esta semana una serie de comentarios
provocados por “discusiones difíciles”, artículo aparecido aquí hace una semana. (Nota de Radio
Cristiandad: Ver nuestra entrada del 19 de Abril, traducida por nosotros como “Debates
difíciles”). Muchas de estas observaciones fueron relativamente serias (un cumplido al Padre
Zuhlsdorf). Una fue directa al grano: “El obispo Williamson utiliza términos sin definirlos.
Realmente me gustaría saber si soy un neomodernista”. Joe Pinyan (el autor del comentario)
quería saber más, “a fin de no estar ligado a Baal”: si se le debe rendir culto a Dios antes en una
capilla de la SSPX que en una parroquia, donde se celebran tanto el rito “extraordinario” como el
“ordinario”.

Joe: para ofrecer una respuesta, permítame comenzar por la definición de “Neomodernismo”. Es
el renacimiento (“Neo”, nuevo), permitido dentro de la Iglesia Católica por el Concilio Vaticano II
(1962-1965), de la herejía omnímoda del Modernismo. El Modernismo es el terrible sistema de
putrefacción de la mente, aparecido hace más de un siglo dentro de la Iglesia y solemnemente
condenado por San Pío X en su Encíclica “Pascendi”; sistema según el cual la Iglesia Católica
debe adaptarse para ajustarse al mundo moderno, al estilo del protestantismo y del liberalismo.
De hecho, es la última forma de liberalismo; y esto por causa de sus principios kantianos, que
pretenden liberar la mente del hombre (y su voluntad) de cualquier verdad (o ley) en absoluto.

El modernismo es un error especialmente hipócrita y peligroso, porque puede dejar intacta la


apariencia de la religión católica, mientras la va vaciando realmente. Así, Jesucristo no es
realmente Dios, pero soy libre de hacerlo Dios (para mí) si quiero. Así pues, la verdad y la ley
católicas se convierten en lo que yo quiera hacer con ellas. Así, de los diez mandamientos, soy
libre de obedecer o no los diez, porque de cualquier forma lo que estoy haciendo (lo que debo
hacer) es sólo obedecerme a mí. El Neomodernismo es aún más peligroso que el Modernismo,
ya que es una consecuencia de que las más altas jerarquías de la Iglesia, en lugar de seguir
como San Pío X condenando íntegramente el Modernismo, ¡lo adaptaron para establecerlo
oficialmente dentro de la Iglesia!

Así pues, hoy los católicos han sido liberados, ya sea para asistir al rito “extraordinario” o al
“ordinario”, según ellos entiendan la esencia inmutable de Dios y Su esencialmente inmutable
Santa Misa; o a ambos, si los consideran como adecuados para el mundo de hoy. Ahora bien;
esta reciente liberación de la asistencia a la verdadera Santa Misa, ha procedido de la mejor de
las intenciones de Benedicto XVI, pero el verdadero Dios nos impone a todos nosotros adorarle
como Él realmente es, y no al modo en que ha quedado reducido por el hombre moderno. Así,
espero que me crea contra Roma, Joe, si yo le sugiero huir de la misa “ordinaria”; porque si no
quiere tener nada que ver con el culto de Baal, eso es, objetivamente hablando, lo que debe
hacer.

De cualquier modo, si usted desea creerme, ¡lea! Lamentablemente, la “Pascendi” de San Pío X
se hace de difícil lectura. Comience aquí en Dinoscopus con los “Comentarios eleison” que tratan
de religión; continúe con los dos libros que se publicitan en este blog, que pronto serán cuatro
(Nota de Radio Cristiandad: Se trata de las publicaciones —en idioma inglés— de Monseñor
Williamson “Cartas del Rector del Seminario Santo Tomás de Aquino”); luego lea algo escrito por
Monseñor Lefebvre. Pero por encima de todo esto, lo más importante para obtener luz es rezar
el Rosario a la Madre del verdadero Dios. Y que Dios lo bendiga. Kyrie eleison.

Artículo del 2 de Mayo de 2009

La insuficiencia de los reyes


Nunca me he sentido totalmente cómodo en el entorno de los monárquicos, y me refiero a las
personas para quienes el retorno de los reyes y de las reinas resolvería gran parte de nuestros
males democráticos actuales. Estoy de acuerdo en que añejas monarquías como las de
Inglaterra, Francia y Rusia son grandes paisajes para un viaje nostálgico, y que Cromwell,
Robespierre y Lenin fueron pioneros de un traicionero y terrible Nuevo Orden Mundial. Sin
embargo, la nostalgia se me presenta como una distracción.

Tales pensamientos se derivan de mi visita a la maravillosa exposición en la galería Tate de


Londres, abierta hasta el 17 de Mayo, titulada “Van Dyck y Gran Bretaña”. Sir Anthony van Dyck,
nombrado caballero por el rey Carlos I, fue el más destacado pintor del siglo XVII inglés. Nacido
en 1599 en Amberes, (hoy Bélgica), mostró un talento precoz para la pintura, y pronto se
convirtió en el “mejor alumno” del famoso pintor flamenco Pedro Pablo Rubens (1577-1640). En
medio de sus viajes de juventud por el continente —en especial a Génova para aprender de los
maestros italianos— fue que hizo una breve visita a Londres en 1620-1621.

No obstante, desde 1632 hasta su temprana muerte en 1641, por invitación del rey Estuardo
Carlos I, un gran mecenas de las artes, Van Dyck volvió a Inglaterra para quedarse. Aquí se
convirtió en el más famoso e influyente retratista de la clase gobernante de Inglaterra,
proyectando —como, sin duda, el Rey deseaba— una imagen glamorosa de la dinastía
Estuardo. El glamour vive en los coloridos y caracterizados retratos que componen la mayor
parte de esta exposición.

Al igual que sus maestros continentales, Rubens y Tiziano, y como la Reina Consorte, Enriqueta
María de Francia, Van Dyck era católico. Si imaginamos un puritano pintor, este nunca podría
gratificarnos como Van Dyck con sus juegos de luz sobre magníficos trajes, o retratar esas
infladas mangas que con tanta fantasía superadora de la realidad reprodujo Van Dyck. Por
supuesto, los puritanos le declararon la guerra a Carlos, y en 1649 lo decapitaron, pero con la
Restauración de los Estuardos en 1660, algo de los colores y la belleza regresó, y la influencia
de Van Dyck en la pintura inglesa duró —uno piensa, en particular, en Gainsborough y Reynolds
en el siglo XVIII— hasta principios del siglo XX, cuando finalmente las “luces” se extendieron a
toda Europa, y los remanentes monárquicos se extinguieron con ellas, o fueron desmembrados.

Los reyes, por lo tanto, no bastan por sí solos. Ellos pueden patrocinar las artes, y sus cortes
pueden mantener por un rato el glamour y la gloria, como refleja por ejemplo Van Dyck, en cuyos
gallardos lienzos no se encuentra sorprendentemente casi ningún rastro de las tensiones
asesinas subyacentes en la Inglaterra de 1630. No obstante, la Monarquía y la corte fueron
arrasadas poco después de él, y sólo restauradas sobre carriles modernos. Entonces, ¿qué se
necesita para recuperar el color y glamour perdidos por la modernidad? ¡Nada menos que el
Rey de reyes, y su Cruz Católica! “O crux ave, spes unica” – “Salve a ti, la Cruz, nuestra única
esperanza” Kyrie eleison.

Respuesta publicada el 6 de Mayo de 2009 por Mark D. Amesse, en el blog “Dureland”

(http://rencesvals.blogspot.com/2009/05/my-thoughts-on-kings-insufficient.html), y referenciada
en el blog de Monseñor Williamson como “Una meditada respuesta”.

El último Comentario eleison, “La insuficiencia de los Reyes”, del Obispo Richard Williamson,
comienza con el texto: “Nunca me he sentido totalmente cómodo en el entorno de los
monárquicos, y me refiero a las personas para quienes el retorno de los reyes y de las reinas
resolvería gran parte de nuestros males democráticos actuales”. Creo que hemos obrado bien
todos los hombres que hemos hecho de la monarquía nuestra religión, o aquellos para los que el
reinado de un monarca por Él elegido, es tan glorioso e importante para la cristiandad como el
reinado de Cristo Rey. En este sentido, creo que podemos estar de acuerdo con Su Señoría.

Los católicos monárquicos son, en primer lugar, católicos, o deberían serlo. Desde luego, no es
necesario ser monárquico para luego ser católico. Somos, y así debe ser, católicos monárquicos
y no monárquicos católicos. Los gobiernos son dispuestos por Dios para gobernar el ámbito
temporal en Su Nombre. Decir que Cristo es Rey sin expresar lo que eso significa, deja Su
reinado con el concepto de “un pie en el cielo”. Esto debe tener una realidad concreta, y no
puede ser una cuestión de palabras sentimentales. Pero si los católicos somos monárquicos, es
porque creemos que el reinado social de Cristo Rey puede ser realidad —es decir, ser llevado a
la realidad concreta— mucho más cuanto más imite la corte celestial y se base en la misma
estructura monárquica bajo la cual Él reina en su Reino celestial y asimismo en la Tierra, en la
persona del Sumo Pontífice.

Si una república católica puede constituirse para dar gloria a Dios, ayudará sustancialmente a la
Iglesia en la salvación de las almas, y promoverá el bien común para más de una generación,
manteniendo su estabilidad y evitando los errores de la democracia, o la subversión del enemigo;
tanto que digo: ¡que tal republicanismo prospere y se multiplique! Ah, pero entonces vuelvo a la
fría realidad y veo que, salvo en ciudades-estado y similares, y bajo condiciones muy especiales,
este nunca ha sido el caso. Enfrentado a la realidad, no se puede rechazar el hecho de que las
monarquías, a pesar de algunos fracasos, a veces abismales, han constituido “el mejor de todos
los gobiernos”[1] cuando se trató de proporcionar una base concreta sobre la cual la dulce
doctrina de Cristo, —en el ámbito socio-político— ha descansado. ¿Significa que esto sólo
puede hacerlo la monarquía? No, pero la inestabilidad de los otros regímenes requiere mucho
más esfuerzo para construir una base sólida. Este hecho, y el hecho de que todos los hombres,
por inclinación natural son monárquicos (ya que es la forma más natural de gobierno, que refleja
lo que sabe el hombre en términos terrenales —lo familiar— y lo que sabe por la gracia y la fe
que descansan en lo celestial), son las razones por las que soy un católico monárquico.

Su Excelencia hace una observación sobre las artes que florecieron merced a los reyes en la era
de la revolución, y estoy de acuerdo en que ese fue el factor, ya que la mafia de las pasiones fue
el arma para, o bien mantenerse en el reino, o desgarrarse en ruinas sangrientas. Tanto los
monarcas y los revolucionarios trataron de influir sobre las artes, aunque los revolucionarios se
comprometieron más y mejor, mientras que en tiempo de los católicos se trataba de una cuestión
corriente. Podría escribir mucho más sobre esto, pero será para otra ocasión, quizás.

Lo que más me interesa, es su declaración sobre la nostalgia. Si un sentimiento se somete a la


razón por la voluntad, que es iluminada por la gracia, entonces el sentimiento es servidor y nos
ayuda a hacer lo correcto. La nostalgia es sólo una distracción si nos impide seguir adelante,
pero estoy convencido, como dije cuando fundé Durendal, que sólo mirando a los buenos
ejemplos del pasado, podemos saber lo que hay que avanzar en el futuro. Tomemos ejemplos
de la edad de la fe, pero sin limitarnos sólo a los modelos relacionados directamente con las
materias eclesiásticas, sino tomando como paradigma lo que era bueno en todas las esferas de
la vida y la sociedad. Yo anhelo conservarme en ese pasado sin ningún reparo, como caminando
por él, de modo de no caer en la posibilidades de ser engañado por los charlatanes del
modernismo, y contando con más probabilidades de saber cómo proceder.

Artículo del 16 de Mayo de 2009

Objeción floja
Un amigo me acaba de recordar la clásica objeción a la enseñanza de la verdadera Iglesia
Católica sobre la libertad religiosa, aquí, la semana pasada. He aquí el razonamiento: Premisa
Mayor: Forzar a alguien a creer es absurdo, porque la creencia no es algo que pueda ser
obligado. Premisa Menor: Rechazar la libertad religiosa de las personas, es forzar sus creencias.
Conclusión: Por lo tanto, denegar la libertad religiosa es absurdo.

La premisa mayor es cierta. Lo que alguien cree o no en materia de religión es elección interna
de su libre voluntad, que o bien no puede nacer desde fuera de él, y/o —especialmente en el
caso de la fe católica— no debe ser impuesto desde el exterior, porque “Nemo nolens credit”
(San Agustín), es decir, nadie puede creer en contra de su voluntad. Por lo tanto, obligar a la
creencia católica desde lo exterior, es imposible o incorrecto.

El problema reside en la premisa menor de la objeción. La doctrina tradicional de la Iglesia


Católica, de que un Estado no debe conceder a sus ciudadanos la libertad religiosa, no significa
que el Estado debe obligar a alguien en sus creencias privadas, ni tampoco significa que el
Estado puede obligar a cualquiera a actuar en público de conformidad con la creencia católica.
Lo que sí significa es que un Estado católico tiene derecho a impedir la práctica pública de
cualquier religión contraria a la creencia católica, y si la prohibición conlleva más bien que mal, el
Estado tiene el deber de prohibir esa práctica. Esto se debe a que todo Estado formado por los
seres humanos, proviene de Dios como provienen ellos, y de este origen divino nace el deber
correspondiente de proveer lo temporal (es decir, hacerse lo que se pueda en el tiempo, en lo
terrenal) para el eterno bienestar de sus ciudadanos (es decir, su salvación en el cielo). Los
ciudadanos están influenciados por todo lo que normalmente pasa en el Estado alrededor de
ellos, por lo que su salvación eterna comúnmente se ve obstaculizada por la práctica pública de
las religiones falsas.

Así pues, la Iglesia Católica enseña que la libertad religiosa se debe negar 1) sólo en el caso de
las religiones falsas, 2) sólo en su práctica pública, y 3) sólo cuando prohibir tal práctica conlleve
más bien que mal. Esto se puede decir sólo de los Estados católicos, porque cuando hay poca o
ninguna fe católica, una prohibición de esta especie no tiene sentido. Hoy en día, esto se aplica a
todos los Estados, porque los ciudadanos de todos los Estados modernos se encuentran tan
hundidos en el liberalismo (la cuasi-religión de la libertad) que incluso en los Estados católicos,
insinuar la aplicación de tal prohibición significaría un ultraje a la libertad de culto del pueblo, y
así podría hacer más mal que bien.

Sin embargo, de estas tres condiciones, la primera es la clave. Si no entiendo que el catolicismo
es la única e íntegramente verdadera religión, nunca voy a concebir por qué todas las otras
religiones siempre deben ser obstruidas en su presencia pública. Por el contrario, si yo entiendo
que el catolicismo es la única religión (al menos aceptándolo implícitamente) que puede enviar
las almas al Cielo, y que todas las otras religiones, como tales, repito, como tales, envían las
almas al infierno, se deduce automáticamente que su práctica pública, donde sea razonable,
debe obstaculizarse. Todo se reduce a una cuestión de fe. “¡Creo! ¡Ven en ayuda de mi falta de
fe!” (Mc. IX, 23). Kyrie eleison.

Artículo del 23 de Mayo de 2009

Reclamaciones enfermizas
Otro amigo mío me dice que con motivo de algún aniversario de Shakespeare (1564-1616),
cierto número de personas que, sin duda, combaten a la “homofobia”, sostienen una vez más
que él fue uno de “ellos”. Para la prueba de que el bardo pertenecía a lo que se podría llamar la
Brigada de la Lavanda, recurren como de costumbre a los sonetos, muchos de los cuales eran
de hecho dirigidos con amor a una joven. Vamos a tratar de desentrañar el caos.

En primer lugar, el uso indebido de varones con varones, o de mujeres con mujeres, de ese
mecanismo que Dios le dio a ambos para utilizarlo correctamente el uno con el otro para la
reproducción y la continuación de la raza humana, es tan grave pecado contra Dios y la sociedad
humana, que la Iglesia Católica lo denomina como uno de los cuatro pecados que “claman
venganza del cielo”. Para asegurarse la continuidad de la raza humana, Dios puso en cada uno
de nosotros una profunda repugnancia natural para la relación de varón con varón o de mujer
con mujer. Blanquear el pecado por el ennegrecimiento de esa repugnancia natural, tildándola
como “homofobia”, es mental y moralmente enfermizo.

Sin embargo, “para los contaminados e incrédulos, nada hay limpio” (Tito I, 15). Para las mentes
enfermas, no puede existir un amor limpio entre varón y varón. Por lo tanto, cuando la Escritura
(II Reyes I, 26) nos presenta una historia de amor tan extremadamente noble como el llanto de
David por su amigo Jonathan muerto —“La angustia me oprime por ti, ¡oh, hermano mío
Jonathan! Tú eras toda mi delicia; tu amor era para mí más precioso que el amor de las mujeres;
como una madre ama a su hijo único, así te amé”— estas mentes enfermas declararán que este
amor debe ser aprobado, ya que no podría ser nulo de pecado, pero sólo debido a que condenan
como pecado la “homofobia”.

En el caso de Shakespeare, el amor por el joven que hizo famoso en sus Sonetos, es
seguramente similar. Muchas de esas piezas literarias nos dicen cómo este joven estaba
adornado con una belleza comparable a la de las mujeres, o incluso más bello, dice
Shakespeare. Y, aparentemente, los que ahora tratan de reclutar al bardo para sus filas, invocan
en particular el soneto 20 para probar su perversión. Pero yo me pregunto: ¿saben ellos leer?
Las primeras ocho líneas de este soneto parecen elogios a la belleza femenina de ese joven,
pero en los siguientes cuatro versos pasa a relatar cómo la Naturaleza lo había dotado también
con características masculinas (L.12), no para el goce de Shakespeare, sino para deleite de las
mujeres ( L.13). ¿Conclusión? “Mío es tu amor, y de ellas el uso de su tesoro” (L.14).

Si las personas que permanecen atrapadas en el vicio contra la naturaleza, hacen todo lo posible
para salir de él, se merecen la simpatía de todas las almas sanas. Pero si se revuelcan en su
perversión como para pretender que héroes cuerdos del pasado son como ellos, tienen que ser
denunciados con energía y claridad… ¡en tanto no sea ilegal hacerlo! Kyrie eleison.

Artículo del 30 de Mayo de 2009

Simples reclamaciones
Asumiendo que el Concilio Vaticano II estableció dentro de la Iglesia Católica una seria división
entre la Verdad Católica y la Autoridad, dijimos en nuestro “Comentario eleison” de hace tres
semanas (“Nota de Radio Cristiandad: Ver nuestra entrada del 10 de Mayo, traducida por
nosotros como “Contradicción llana”), que se ha dividido a los católicos entre los que se aferran a
la Verdad Católica y tienen problemas con la Autoridad, y los que se aferran a la Autoridad
Católica y tienen problemas con la Verdad o sus doctrinas; por ejemplo, en lo relativo a la
libertad religiosa.

Crear un paralelo entre los “conciliaristas” que siguen el Concilio Vaticano II y los
“tradicionalistas” que obedecen a la antigua doctrina y su liturgia, puede significar un gran
choque para muchos de entre ambos, por las razones evocadas más arriba; pero vamos a apelar
a la realidad de la Iglesia que nos rodea. ¿Acaso no vemos que los tradicionalistas que rechazan
a las actuales autoridades de la Iglesia Católica se arriesgan a perder su sentido católico, así
como los conciliaristas que hoy desprecian a los tradicionalistas (como sucede con la mayoría de
los obispos alemanes) corren el riesgo de dejar de ser católicos por falta de sentido de la Verdad
doctrinal?

Sin embargo, el paralelo no va muy lejos. Aunque el puro y simple “sedevacantismo” y el


Neomodernismo simple y puro son comparables en ese aspecto lógico, por lo demás no son
equivalentes, porque la Verdad es superior a la Autoridad, que sólo existe para servir a la
Verdad. Si toda Autoridad desaparece, la Verdad permanece allí (“Mis palabras no pasarán”,
dice el Señor; Mc., XIII, 31). Pero si toda la Verdad se sepulta bajo una parva de mentiras, como
está sucediendo hoy, habremos de ver —como estamos viendo— el descrédito de toda
autoridad, que es suplantada por la fuerza bruta. La Verdad y su consecuente Justicia son la
sangre vital de la Autoridad; la Autoridad no es más que servidora y protectora de la Verdad y la
Justicia.

Esto explica por qué los tradicionalistas que se aferran a la Verdad son, como tales —repito,
como tales— mejores católicos que los conciliaristas que se aferran a la Autoridad; ¡juzguemos
por los frutos! Y mientras la Verdad —por su naturaleza de correspondencia con el objeto y no
con el sujeto— no puede inclinarse ante la Autoridad, por el contrario, las autoridades de la
Iglesia, los Papas, Cardenales y Obispos, un día deberán inclinarse de nuevo ante la Verdad; y
cuanto antes lo hagan, mejor . Tampoco se está planteando, ni de forma remota, una arrogante
reclamación por parte de los tradicionalistas, como el Cardenal Ratzinger opinó una vez, porque
los tradicionalistas nunca inventaron la Tradición, La Tradición fue un don, dado por los que
fueron fieles, a aquellos que simplemente asumen su denominación. El Arzobispo Lefebvre hizo
grabar en su lápida las palabras de San Pablo “Tradidi quod et accepi” (I Cor. XI, 23) porque él
fue el primero en sostener que no había hecho más que transmitir lo que le había sido dado.

Esta primacía fundamental de la Verdad sobre la Autoridad se aplica dentro y fuera de la Iglesia
Católica, dentro y fuera de cualquier parte de la Iglesia. Pero las almas modernas han perdido
casi todo asidero en la Verdad. Ahí está el drama. Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 100,

6 de Junio de 2009

La búsqueda de la verdad
La pérdida de la verdad es una característica de los tiempos modernos. Toda la gente parece
creer que la verdad no existe (“¿Qué es la verdad?”, Preguntó Poncio Pilato); o que existe pero
no es importante; o que existe y es importante, pero no puede ser descubierta por la mente
humana. Cualquiera sea la opción, comamos, bebamos y gocemos, porque si la mentira es tan
buena como la verdad, entonces lo erróneo es tan bueno como lo correcto, lo que me hace libre
de hacer lo que quiera.

¿Qué es la verdad? La verdad es la adecuación entre la mente y la realidad. Hay verdad en mi


mente cuando lo que está en mi inteligencia se corresponde con lo que está fuera de ella, en la
realidad. Nadie cree seriamente que no existe la realidad fuera de su mente (a menos que esté
loco), porque por ejemplo nadie a quien se le detenga el motor de su coche, deja de levantar la
cubierta (el capó) para averiguar la causa real de esa detención. Luego existe la verdad para mí,
siempre que mi juicio coincida con la realidad externa.

¿Esta verdad es importante? Por supuesto que sí. Mi supervivencia en esta vida depende
minuto a minuto de saber que realmente el aire es respirable; día a día en saber qué alimentos y
bebidas son realmente consumibles; y mi felicidad eterna depende de saber si Dios realmente
existe, si Él es realmente quien me garantiza la felicidad, y si realmente ha establecido las
condiciones para obtenerla. Si en cualquiera de estos puntos impera la mentira y no la verdad en
mi mente, ya sea que muera en pocos minutos, o en unos pocos días, pierdo la felicidad para
toda la eternidad. ¡Por supuesto que importa determinar si lo que está en mi mente se
corresponde con la realidad fuera de ella!

¿Pero puede la mente humana conocer siempre la verdad? De hecho a veces no puede hacerlo.
Pero por lo general en la búsqueda de la verdad, “Cuando hay voluntad, hay un camino”. Si los
hombres a menudo no encuentran la verdad, no es porque no se puede encontrar, sino porque
no existe voluntad real para hallarla. Tome, por ejemplo, la difícil y costosa búsqueda de las
pruebas que explicarán por qué se estrelló el avión francés entre Río de Janeiro y París. Los
investigadores pueden o no finalmente decirnos dicen la verdad, pero en definitiva lo deberán
hacer, porque parece que la seguridad de los futuros vuelos, por lo que sabemos, dependen de
ello.

¡Que nadie pretenda que toda verdad no puede ser encontrada cuando hay una forma de
hallarla! El que así lo afirma, simplemente demuestra su falta de voluntad para descubrirla. Hay
una enorme ausencia de tal voluntad en lo que se llama “civilización occidental”; por eso ésta es
satánica (Jn. VIII, 44).
Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 101,

13 de Junio de 2009

Doble virtualidad
http://www.cbc.ca/gfx/images/news/photos/2009/06/08/flt447-cp-w6837339.jpg

La mayoría —si no todos— de ustedes saben que en las primeras horas del 1º de Junio un avión
de Air France con 228 almas a bordo cayó del cielo en su camino de Río de Janeiro a París, y se
estrelló en el Océano Atlántico. ¿Un acontecimiento extraordinario? ¿O lo extraordinario no es
que no todos esos monstruos de 100 a 150 toneladas caigan del cielo? ¿La tecnología humana
no ha sido virtualmente dominada, en realidad?

La tecnología de estos Leviatanes aéreos es, en efecto, algo que maravilla. Cada día, en la
actualidad, miles de ellos en todo el mundo desafían la gravedad ascendiendo a seis millas de
altura, y cientos de pasajeros al mismo tiempo se encuentran volando sobre cadenas
montañosas, a través de grandes océanos, de continente a continente; generalmente con total
seguridad. Los accidentes siempre ocupan los titulares en los medios de comunicación, pero son
muy raros en comparación con el número total de vuelos que los pasajeros pueden recelar —
pero nunca creer— que caerán.

Así, con confianza entran las personas en el vientre de esos monstruos en el aeropuerto de
partida, despegando de la tierra y pasando del ambiente real al mundo virtual de los sonidos
serenos, las comidas chatarra y —la virtualidad dentro de la virtualidad— el “entretenimiento en
vuelo”, cada vez mayor y mejor; hasta eligiendo su propia película en su butaca individual.
Envuelto en este acogedor capullo de tecnología omnímoda, uno tiene, normalmente, sólo algún
estremecimiento ocasional de vuelo, o un cabeceo de los motores, para recordarle que existe
afuera, a sólo unos pocos pies de altura, una realidad potencialmente mortal, y no siempre
perfectamente dominada…

¿… Como deben haber sido los últimos momentos en el interior de la cabina del Air France 447?
¡Es horrible imaginarlo! Once días más tarde la causa exacta del accidente aún no se conoce.
¿Se bloquearon los sensores de velocidad, confundiendo a las computadoras (piloto
automático), causando cambios erráticos de la velocidad, muy peligrosos cuando se vuela en
medio de una turbulencia? Afortunadamente para los pasajeros y la tripulación, cuando el avión
se partió en lo alto, la despresurización instantánea les privó de la conciencia durante algunos
minutos, en tanto caían a través de la oscuridad a una muerte segura en el momento del impacto
con el agua, ¡que se comporta en las circunstancias como hormigón!

¿O fueron desafortunados todos ellos? De las 228 almas en el AF 447, ¿cuántas habrán tenido
la necesidad de hacer un acto de contrición perfecta antes de perder la conciencia? De éstas,
¿cuántas habrán tenido la fe necesaria, y la presencia de ánimo no abrumada por el pánico y el
terror, para hacerlo? En resumen, ¿cuántos habrán estado en disposición de salvar sus almas?
En lo concerniente al momento de la muerte, nuestro Señor nos dice a todos nosotros, “Velad,
pues, porque no sabéis cuándo volverá el Señor de la casa… no sea que volviendo de
improviso, os encuentre dormidos” (Mc. XIII, 35). Y en lo relativo a lo aparentemente azaroso de
los accidentes, nos dice: “Os digo que… todos pereceréis igualmente si no hacéis penitencia”
(Lc, XIII, 5). La penitencia suficiente en la actualidad es vivir por nuestra fe. ¿Resulta esto aún
demasiado? Mucho menos que ser alcanzado por un AF 447. Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 102,

20 de Junio de 2009

Sagrado Corazón
Ayer fue la fiesta del Sagrado Corazón. Antes de que me convirtiera al catolicismo, la mera
expresión “Sagrado Corazón de Jesús” me hubiera coagulado la sangre, ya que esas palabras
sonaban demasiado dulces y pegajosas. Esta impresión habría sido confirmada por una serie de
figuras que representan el Sagrado Corazón, ¡que son tan tiernas que uno se sorprende de no
encontrar, en lugar de la imagen en la pared, un charco pictórico al pie del muro!

Sin embargo, cuando uno envejece, puede esperar un crecimiento propio un poco más prudente,
aunque no exento de tristeza. Poco después de entrar en la Iglesia Católica, el Señor Dios puso
en mis manos un maravilloso libro sobre el Sagrado Corazón —se podría decir escrito por el
Sagrado Corazón— “El Camino del Amor Divino”, por la Hermana Josefa Menéndez (1890-
1923). Ella fue una joven monja española, que profesó oculta, lejos de toda publicidad, en un
convento de las Hermanas del Sagrado Corazón en Poitiers, Francia, y que durante los tres
últimos años de su corta vida actuó como mensajera del Sagrado Corazón de Jesús, con la
finalidad de hacernos llegar uno más de los mensajes urgentes del amor de Dios a las almas de
la modernidad, cada vez más en peligro todas ellas de quedar lejos de Él.

“¡Yo soy Dios (página 377 de la primera edición en inglés), pero un Dios de amor! Soy un Padre,
pero un Padre lleno de compasión, y nunca severo. Mi Corazón es infinitamente Santo, así como
infinitamente Sabio, y conoce los males y la fragilidad humana; por eso mi Corazón se inclina a
los pobres pecadores con infinita Misericordia”. Este libro me dio a entender que así como la
especial revelación del Sagrado Corazón se había iniciado en el siglo XVII, cada vez más
endurecido por el racionalismo y jansenismo, así esa revelación se volvió —a medida que el
mundo se tornaba cada vez más y más frío— progresivamente más cálida, ¡hasta que las
imágenes, se podría decir, casi se derretían, cayendo de las paredes! Como si Nuestro Señor
nos estuviera diciendo que no importa si entendemos Su Justicia o si apreciamos las bellas
artes, siempre y cuando entendamos Su verdadera Misericordia.

“Amo a quienes después de su primera caída vienen a Mí a pedir perdón… los amo aún más
cuando piden perdón por su segundo pecado, y si esto volviera a suceder, no digo un millón de
veces, sino hasta un millón de millones de veces, todavía los amo y perdono, y voy a lavar en Mi
Sangre su último pecado tan plenamente como el primero. Nunca me cansan los pecadores
arrepentidos, ni dejo de aguardar su regreso; y cuanto mayor es su aflicción, mayor es Mi
acogida… Esto es lo que quiero que todos sepan. Enseñaré a los pecadores que la Misericordia
de Mi Corazón es inagotable… ¡Es tan fácil confiar completamente en Mi Corazón!”

Es sumamente fácil confiar en Su Corazón. Pero los hombres modernos miramos hacia otro
lado, y hasta nos enorgullecemos de ello. Sagrado Corazón de Jesús, ten misericordia de
nosotros. Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,
Comentario Eleison Nº 103,

27 de Junio de 2009

Reestructuración
Mañana, o pasado mañana, apenas nos quedarán espacios fuera de los cuales no será
necesario pensar. En la Iglesia y en el mundo, las mentalidades y las estructuras de la llamada
“civilización occidental” se están desplomando a nuestro alrededor. Sin embargo la masa de
almas occidentales prefiere dormir su sueño audio-visual, aunque la realidad las esté cercando
hermanentemente; puede ser que no despierten antes de que sean esposados en el Nuevo
Orden Mundial.

Los EE.UU. durante casi un siglo, parecieron ser escudo y espada de la “civilización occidental”.
Ahora sus finanzas, su economía y sus estructuras de poder político se están derritiendo en un
maremágnum de codicia, corrupción, egoísmo y disolución armado entre Wall Street, Nueva
York y Washington, DC. Sin embargo —nunca estará de más decirlo— “Nosotros el pueblo”
podemos culparnos sólo a nosotros mismos. Hemos querido la causa: el materialismo sin Dios.
Ahora tenemos que vivir con los efectos: la quiebra final del sistema bancario, del papel moneda
y de la política democrática.

Las estructuras ciudadanas se desmoronan. En Flint, Michigan, hogar original de la hoy en


bancarrota General Motors —que actualmente ocupa a 8.000 personas oriundas, cuando antes
había 79.000 empleados— los políticos locales son pioneros de una idea para evitar la
desaparición de su ciudad: arrasar barrios enteros y devolver la tierra a la naturaleza. Esta idea
implica un llamamiento a que el Gobierno Federal designe otras 50 ciudades como posibles
candidatas para la salvación por la excavadora, incluidas Detroit, Filadelfia y Baltimore.

Las estructuras del Estado están fallando. En California, el Alcalde John Chiang dijo hace unos
días que si los legisladores del Estado no pueden solucionar rápidamente el déficit de 24 mil
millones de dólares de California, entonces en las siguientes semanas tendrán que pagar las
deudas del Estado con bonos a futuros. “Desafortunadamente”, dijo él, “la incapacidad del Es-
tado para equilibrar sus finanzas, implicará a corto plazo grandes cambios para los contribu-
yentes, los gobiernos locales y las pequeñas empresas”. Es fácil imaginar cuál será la reacción,
pero no es fácil imaginar la forma en que el déficit presupuestario se resolverá.

En cuanto a nuestras estructuras nacionales, si no estamos dispuestos a permitir su fusión en el


Nuevo Orden Mundial, entonces seguramente será orquestada una Tercera Guerra Mundial para
persuadirnos, comenzando con un 81/121 ¡(9/11 al cuadrado)! Sin embargo, todos estos co-
lapsos empalidecen en comparación con el Concilio Vaticano II, porque fue la Iglesia Católica
quien defendió realmente “la civilización occidental”. Si el hundimiento católico no es pronto
revertido por la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María, entonces uno debe
preguntarse si no será necesario reestructurar los elementos saludables de la Iglesia en un
movimiento de resistencia subterránea. Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 104,

4 de Julio de 2009

Gladiadoras de Wimbledon
Desde la ventana de mi actual morada, por la que se aprecia a la distancia Wimbledon Park, he
estado viendo durante la última semana, o algo así, a multitudes de amantes del deporte que
suelen acampar durante toda la noche para obtener buenos asientos para uno de los máximos
torneos de tenis, que cada año se celebra en las cercanías. El ejemplo tira; un atardecer fui yo
mismo durante unas horas.

Entrada la noche no se consiguen los mejores asientos, ni se asiste a los mejores juegos —
como una vez me dijo una azafata, algo que nunca olvido: “Usted no puede conseguir champaña
contando con dinero para una cerveza”—; así, no he visto ninguno de los partidos individuales,
que son el mayor espectáculo en el noble deporte del tenis: una mente, una voluntad y una
fuerza enfrentadas en combate singular contra las de otro, en una contienda de excelsa
habilidad, como dos gladiadores, sólo que sin el derramamiento de sangre. Sin embargo, pude
ver parte de varios partidos de dobles mixtos; hombres y mujeres, dos contra dos.

Todos los hombres que vi jugar estaban vestidos, para mi sorpresa, con pantalones cortos hasta
la rodilla, lo que uno supone que no puede obstaculizar a un jugador de tenis. Sin embargo, el
vestido de las jugadoras mujeres, en su mayoría, sólo llegaba hasta la mitad del muslo. Por
supuesto, nada parece más normal; de hecho varias de las espectadoras vestían aún más
brevemente. El tiempo era caluroso, ¿pero no hay hombres que se decidan a decirles a sus
hijas, hermanas, esposas —¡o madres!— que tal vestimenta es sólo apropiada para los ojos de
su esposo?

Pero hay otro problema, aún más grave, que suele pasar desapercibido. El tenis es un deporte
de gladiadores, en el que un impetuoso servicio, poderosos golpes a la línea de base y enérgicos
remates, encaminan al triunfo, haciendo de la energía psíquica, la resistencia física, el espíritu de
lucha y la voluntad de dominar, lo más importante. Estas son prerrogativas masculinas; las
mujeres, naturalmente, hacen todo lo posible por imitar a los hombres, lo que puede halagar el
orgullo machista, pero ¿nos detenemos los varones a pensar cómo vamos desnaturalizando
nuestra admiración por las mujeres, alentándolas a esta clase de lucha? ¡Cualquier gladiadora
que podría haber resultado agraciada a la vista la otra noche, perdió esa gracia al momento en
que se preparó para lanzar o recibir tremendos pelotazos!

Así que aquí hay una cuestión práctica: cuando una mujer se entrega a un campeonato de tenis
o a cualquier otro deporte apto para el desarrollo varonil, ¿se puede considerar como algo más
que una molestia de la que deshacerse, ese a veces agobiante recordatorio mensual de Dios,
que le hace presente que ella fue conformada para la perpetuación de la raza humana?
Despreciar o bloquear su fecundidad, ¿cómo puede fomentar su maternidad? ¿Pueden entonces
los habitantes de Wimbledon, Roland Garros, Flushing Meadows, etc., sorprenderse si su tasa
de natalidad local se está desmoronando? ¿Tienen algún derecho a reclamar, si sus países
parecen encaminarse a ser ocupados por los inmigrantes en un futuro no muy lejano?

Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 105,

11 de Julio de 2009

Iglesia Conciliar
La expresión “Iglesia Conciliar” da lugar a mucha confusión. Por ejemplo, ¿cómo puede la Iglesia
Católica, la impecable Novia de Cristo (Efesios V, 27), verse teñida con la nueva religión,
centrada en el hombre, del Concilio Vaticano II, es decir, el Conciliarismo? Sin embargo, Nuestro
Señor fundó sólo una Iglesia, de modo que si la “Iglesia Conciliar” no es católica, ¿hay dos
Iglesias, una Iglesia Conciliar y una Iglesia Católica? Imposible.

De hecho no hay dos Iglesias. Sólo hay una Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, y esa es la
Iglesia Católica. Sin embargo, esta Iglesia Católica se encarna en seres humanos, que son
necesariamente imperfectos. Nuestro Señor la instituyó no para salvar ángeles o animales, sino
exclusivamente para nosotros, los pobres seres humanos, que por nosotros mismos sólo
tendemos, a causa del pecado original, a caer más y más lejos del Cielo y de Dios.

Así, la Iglesia Católica siempre tiene dos aspectos: divina por su origen o principio (Jesucristo); y
por su finalidad (llevar las almas al Cielo); y por otro lado es, en sí misma, necesariamente
humana, por su involucrarse entre los seres humanos a los que viene a salvar. Por lo tanto,
como debe haber seres humanos dentro de la Iglesia, también habrá siempre imperfecciones en
el interior de la Iglesia, a veces muy visibles; pero estas imperfecciones seguirán siendo
incapaces de manchar a la Esposa de Cristo, impecable en sí misma.

Ahora bien, el Conciliarismo, como nueva religión del Vaticano II, poniendo al hombre en el lugar
de Dios, es error e imperfección puramente humana; de ninguna manera divina. Así pues, la
expresión “Iglesia Conciliar”, refleja la Iglesia Católica en su aspecto puramente humano e
imperfecto, la Iglesia como desfigurada por el hombre moderno, que organizó el Vaticano II para
ponerse a sí mismo en el lugar de Dios. Sin embargo, la Iglesia permanece inmaculada bajo
todas las desfiguraciones, como si se tratara de un martín pescador, que se precipita sobre un
lago a recoger a un pez y vuela de nuevo al Cielo, sin hesitar, liberándose de toda el agua que lo
impregnó momentáneamente.

¿Luego hay dos Iglesias? De ninguna manera. Sólo hay una inmaculada Esposa de Cristo.
Entonces, ¿la expresión “Iglesia Conciliar” no tiene significado real? Por desgracia, esa locución
nombra una muy concreta realidad. Designa a todos los miembros y estructuras de la Iglesia
verdadera que están como atrapados en las estrategias de los sutiles errores del Concilio
Vaticano II, y como tendiendo todo el tiempo a salir de la verdadera Iglesia por causa de esos
errores. Esta es la “Iglesia Conciliar” de la cual Monseñor Lefebvre nunca se reconoció
“excomulgado”, porque, como él decía, desde un principio jamás perteneció a ella.

Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 106,

18 de Julio de 2009

Realidad impensable
Considerando que en el “Comentario Eleison” de hace diez semanas (Nº 99) dije que la escisión
entre la Autoridad Católica y la Verdad Católica era responsable de la actual e incomparable
ruina de la Iglesia, recientemente un objetor dijo que esa escisión era impensable porque la
Verdad Católica viene a través de la Autoridad Católica. La respuesta es breve: Normalmente, sí;
hoy, no. Vamos a ver que la objeción es errónea y a continuación, por qué.

Que la Verdad y la Autoridad están escindidas queda demostrado por los frutos (cf. Mt., VII,
15:20). La Verdad Católica obtiene buenos frutos, pero el Conciliarismo que la Autoridad Católica
viene impulsando desde el Concilio Vaticano II, ha dado sólo frutos malos; en todos los frentes la
Iglesia Conciliar colapsa, a menos que uno redefina la palabra “colapso”. Este colapso puede ser
reconocido por los laicos con mayor facilidad que por el clero; en parte porque los laicos no
suelen estar sometidos al pesado adoctrinamiento conciliar que en estos tiempos es normal para
el clero; en parte porque los laicos no han apostado por lo común su vida y su reputación al éxito
del Concilio, como en general las autoridades de la Iglesia de hoy lo han hecho.

Una forma de describir la grandeza de Monseñor Lefebvre, es decir que fue una de las muy
pocas autoridades de la Iglesia que, como secuela del Concilio, no sólo vio cómo la Verdad
Católica había sido abandonada por la Autoridad Católica, sino que también, y con un gran costo
personal, tomó posición a raíz de lo que vio. ¿Cuántas veces le hemos escuchado decir, en la
década de los ‘70, “C’est inconcevable, c’est inimaginable”, en el sentido de que el desastre
sobreviniente en la Iglesia era “impensable”? Pero eso nunca le impidió reconocer que era la
realidad.

Por qué eso se convirtió en realidad, él solía explicarlo por los anteriores quinientos años de
historia de la Iglesia: el Protestantismo se levantó contra el Catolicismo, y una vez establecido de
cara al Catolicismo, dio lugar al Liberalismo, en el que todas las “verdades” son tan buenas una
como otra. Por un tiempo fueron resistidas esas tonterías por lo que todavía quedaba de Fe y de
sentido común en los hombres, especialmente en los clérigos de la Iglesia Católica —la
Autoridad todavía se aferraba a la Verdad— pero finalmente, en el Concilio, estos eclesiásticos
también declinaron en su resistencia. Si el sol camina hacia el ocaso, con el tiempo se oculta; si
usted se aventura a beber, con el tiempo se embriaga. Si la tendencia sigue y sigue
aumentando, con el tiempo se superan todos los diques construidos como frenos.

La gran encíclica de San Pío X sobre el Modernismo, “Pascendi”, revela que la corrupción
definitiva de la mente, extendiéndose por encima de todos los diques, anuncia el final de los
tiempos, si no el fin del mundo. Esa corrupción ha inundado a los clérigos de la Iglesia Católica
en el Concilio Vaticano II, y ellos han abandonado la Verdad Católica. Entonces ¿Dios
Todopoderoso ha desamparado a su Iglesia Católica? De ninguna manera (Mt., XXVIII, 20); pero
Él nunca prometió que su Iglesia pudiera no empequeñecerse hasta un pequeño resto, ya sea
ahora o en el fin del mundo (Lc., XVIII, 8).

Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 107,

25 de Julio de 2009

Quince decenas
Justo antes de que los “Comentarios Eleison” se conviertan en algo un poco más discreto
(cerciórese de registrarse en dinoscopus@gmail.com si desea estar seguro de seguir
recibiéndolos en privado), dejemos que otra persona escriba en mi lugar mis últimas palabras
públicas. Cito textualmente a un lector a quien le había recomendado que rezara, en cuanto
fuera razonablemente posible, los quince Misterios del Rosario cada día.

“… A veces es difícil lograrlo, pero… ya ha hecho una enorme diferencia en mi vida.


Ciertamente, mi fe y mi esperanza se han fortalecido notablemente, ya que me había tornado
débil debido a los constantes ataques de todas las direcciones, por no contar con una real
defensa sacramental… (el destacado es mío) Además de contribuir a mi santificación personal,
puedo apreciar muchos otros beneficios… Es un acto de reparación. Se trata de una
participación en la Cruzada del Rosario de Monseñor Fellay… Se consiguen gracias de Nuestra
Señora por su empleo, y ayuda a salvar almas (A menudo me he notado angustiado de pensar
cuántas almas, algunas de ellas muy cercanas a mí, parecen estar en el camino de la perdición,
y me he sentido totalmente impotente al respecto; pero ahora juzgo que estoy haciendo algo
para colaborar).

Y finalmente puedo ver que el Rosario es un arma tremendamente poderosa contra Lucifer y
su Nuevo Orden Mundial. He percibido por años que algo estaba muy mal con el mundo, y
dentro de los diez últimos años, especialmente desde el 9/11, he aprendido más de lo que
siempre quise saber acerca de lo que realmente sucede. Cuando la venda cayó de mis ojos me
sentí totalmente devastado y cerca de la desesperación. Pero ahora siento que cuento en mis
manos con artillería pesada, y que estoy haciendo un verdadero daño al enemigo.” (El destacado
es mío).

¡Lectores, créanlo! El Señor Dios permite esta terrible crisis de la Iglesia y del mundo, solamente
con el fin de despertarnos de nuestros sueños letales y llevarnos de vuelta a Él, para que
logremos la felicidad con Él, en lugar de ser desdichados por toda la eternidad sin Él. Ante el
aparentemente inminente triunfo mundial de sus enemigos, se puede sentir que no hay nada que
podamos hacer. ¡Error! Nuestro amigo tiene razón. ¡Quince Misterios al día es “artillería pesada”
en todo sentido! Como él sugiere, si uno opta por no saber qué está pasando, resulta de lo más
horrible. Pero mucho mejor que soñar con la fresca pradera de la película “The Sound of Music”
(“La novicia rebelde”, o “Sonrisas y lágrimas”), es volver a entrar en la realidad y hacer lo que
uno puede hacer al respecto. Las bombas caerán pronto.

En el mismo sentido nuestro amigo escribe: “Desde que comencé a rezar por lo menos quince
decenas del Rosario de Nuestra Señora todos los días… no he tenido estómago para asistir a
una iglesia del Novus Ordo… ” Me dice que se atemorizó un poco de no ir a Misa el domingo,
pero le respondí que el Tercer Mandamiento es “santificar las fiestas”, y no participar en un
tobogán hacia la apostasía; y le di el consejo que Monseñor Lefebvre acostumbraba impartir en
estos casos; es decir, que trate más bien de concurrir a la verdadera Misa cuantas veces pueda.
Dios bendiga a este lector; su Cruz aparece delante de él, pero tiene el Rosario en las manos.

Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 108,

1º de Agosto de 2009

Orgullo asesino

Me encanta “El Poema del Hombre-Dios” de María Valtorta. Consta, en la edición inglesa, de
cinco volúmenes con las visiones de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor, y la
mayoría de los tres años de su ministerio público; visiones que tuvo en los últimos años de la
Segunda Guerra Mundial una mujer italiana lisiada, soltera, postrada en su lecho de enferma a
raíz de una lesión sufrida muchos años antes, en su juventud. Como visionaria, tuvo siempre
miedo de ser engañada por el Diablo. Los frutos del “Poema” en la elevación y conversión de las
almas, indican más bien que sus visiones son un verdadero regalo del cielo.

El “Poema” no resulta atractivo para todo el mundo; tiene críticos severos, y algunos lo
encuentran sentimental. Lo encuentro, sí, lleno de sentimiento, pero es un sentimiento objetivo y
no autocomplaciente. Algunos lo encuentran contrario a la sana doctrina; me parece discutible
quizás en algunos detalles, pero en general la doctrina es sorprendentemente rica y precisa (las
notas a pie de página en la edición italiana son de gran ayuda). Algunos encuentran el “Poema”
demasiado terrenal; yo lo veo como una maravillosa presentación de Nuestro Señor como
verdadero Dios y verdadero hombre ¿Podrían estos últimos críticos haber esperado que la
Encarnación fuese menos encarnada? Cristo tomó carne.

Aquí está una muestra de los miles de apuntes concretos del “Poema” sobre cómo funciona la
naturaleza humana, no reconocidos hasta el día de hoy. Para superar los malos impulsos que
Judas Iscariote reconoce en sí mismo, le pregunta a la Madre de Dios si puede quedarse con
ella durante un tiempo en Nazaret. Como “Refugio de pecadores”, Ella le pregunta a Nuestro
Señor si puede prestarle este servicio a Judas. Nuestro Señor le responde que no se opone; sólo
sabe que será inútil:

“Judas es como alguien que se ahoga, y a pesar de sentir que se está ahogando, rechaza por
orgullo la cuerda que le arrojo para regresarlo a tierra; carece de voluntad para volver a la orilla.
A veces el terror del ahogamiento lo insta a buscarme y pedirme que le acerque un cabo que lo
ayude, que le sirva de asidero; mas entonces retorna el orgullo, rechaza mi ayuda y se aparta
lejos, como queriendo salvarse por sí mismo; pero al mismo tiempo, se siente cada vez más
pesado por el agua fangosa que está tragando. De todos modos, que nadie pueda decir que Yo
he dejado de intentar todos los remedios posibles: Atiéndelo, pobre Madre” (“Pobre”, porque a
Ella no le agrada este intento de rescate frustrado).

Cada alma en el infierno —¡caramba; quisiera que estuviera vacío!— ha optado por estar allí,
única alternativa del sometimiento a Dios. Cualquier sumisión disminuye en mí el sentido de mi
propia excelencia; el orgullo es el pecado de los pecados. De nuestro oculto orgullo, ¡oh, Señor,
líbranos!

Kyrie eleison.

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 109,

8 de Agosto de 2009

Cartas del Rector

Permítanme sugerir el motivo por el cual los lectores de “Comentarios Eleison” deberían estar
interesados en echar un vistazo a uno o a los cuatro volúmenes de “Cartas del Rector”, ahora
disponibles en forma impresa a través de la editorial Estadounidense “Restauración de la
Verdad” (True Restorian Press). En pocas palabras, estos libros presentan una combinación
poco usual, de algunos enfoques de la verdadera Fe con algunos criterios de nuestro falso
mundo moderno.

Fue lógico que, a medida que el mundo moderno caía en la apostasía y se distanciaba cada vez
más de Dios, la tentación de las mentes Católicas —a menos que estuvieran dispuestas a
esforzarse al máximo— fuera sujetarse firmemente al mundo y dejar de lado a Dios —como en el
Concilio Vaticano II— o aferrarse sólidamente a Dios y dejar de lado al mundo moderno, como lo
hicieron muchos Católicos “cincuentistas”, que renunciaron a los esfuerzos para hacer frente a la
modernidad y se retrajeron en el imaginario y a menudo sentimentalista refugio del supuesto
Catolicismo preconciliar.

¡Pero el Catolicismo no puede ser irreal, si quiere llevarnos a la realidad del Cielo! La década de
1950 ha pasado. Ya terminó. Se fue. Por supuesto que no todos los Católicos de la década de
los ‘50 vivían en la irrealidad. Monseñor Lefebvre es un ejemplo sobresaliente de rechazo de esa
ficción. Pero también muchos de aquellos Católicos desconectaron la Fe de su realidad
circundante, razón por la cual cuando ésta se cerró sobre ellos en forma espectacular en la
década de los ‘60, su Fe declinó, y más o menos despreocupadamente se deslizaron en la
religión del hombre del Vaticano II, una religión realmente moderna, falsamente Católica; pero
sin embargo, inteligentemente disfrazada. ¡No puede hacerse caso omiso de la realidad!

Entonces, tal vez lo que caracteriza a las “Cartas del Rector” es que en tanto proclaman la
verdadera Fe inmutable de la Iglesia, al mismo tiempo hacen frente, a la luz de esa Fe, a una
variedad de problemas modernos que, si bien existían antes del Concilio, han crecido
inmensamente desde ese evento: La Fe retorcida, los varones carentes de virilidad, las mujeres
asumiendo el ponerse los pantalones, las familias desintegrándose, un sentimentalismo
rampante, medios de comunicación mendaces, políticos traidores, etc., etc.; y, lo peor de todo,
los hombres de la Iglesia Católica extraviando su camino. Por desgracia, es lógico que ellos
también hayan perdido sus amarras, bajo la presión de la realidad de su entorno que no se
habían preocupado por manejar.

Las “Cartas” ofrecen un análisis de muchos de esos problemas. Su autor no reivindica la


infalibilidad de sus soluciones, pero sostiene que, a menos que los Católicos aborden los
problemas que plantea, corren el riesgo de lanzarse en no mucho tiempo, más o menos
descuidadamente, al seno del Concilio Vaticano II.

Kyrie eleison.

*.*.*.*

De los Archivos

Carta Nº 174

Esta carta puede causar alguna conmoción; creo que es necesario. Permítanme darles una
explicación, a partir de una historia de la literatura alemana que estudié en la escuela hace 40
años, pero cuyo pleno significado sólo se me hizo presente varias décadas más tarde: “La
maravillosa historia de Pedro Schlemiel”, de Adelbert Chamisso (1781-1838).

Pedro Schlemiel es un joven brillante[1] que quiere progresar en el mundo; así que cuando un
extraño de levita gris le ofrece todo el oro que quiera a cambio de su sombra, Pedro acepta.
Después de todo, ¿qué utilidad tiene su sombra? Sin embargo, luego descubre que todo el oro
del mundo no puede hacer frente al escarnio de todos los que lo rodean, porque carece de
sombra. En medio de su desesperación, el hombre de levita gris se le aparece nuevamente, para
ofrecerle un segundo trato: si Pedro desea recuperar su sombra, todo lo que debe hacer es
renunciar a su alma. La historia termina con un compromiso que no recuerdo con mucha
precisión: Pedro no pierde su alma, pero todavía debe pagar un precio por su estupidez inicial.

La historia es encantadora, según recuerdo, y está muy bien escrita. El forastero de levita gris
es, por supuesto, el diablo; Pedro es un hombre occidental que se ha mutilado a sí mismo y ha
puesto en peligro su alma en aras de la prosperidad material y del bienestar. Pero lo que nos
interesa en primer término es la técnica del Diablo, como la entiende Chamisso. Es bastante
simple cuando se piensa en ella, y tiene enormes aplicaciones en el mundo que nos rodea.

El diablo atrapa a Pedro Schlemiel por etapas. En primer lugar, el oro a cambio de su sombra.
En segundo lugar, su sombra a cambio de su alma. Obviamente, el diablo no le presta la menor
atención a la sombra de Pedro, excepto como una trampa para capturar su alma. Como se ve,
Pedro ha cometido un grave error permutando su sombra por oro; ¡cómo debe ser de fuerte la
segunda tentación —de recuperar su sombra y conservar el oro— para negociar así su alma! El
oro puede convertirse en polvo, por lo que ahora él sabe lo valiosa que es su sombra. ¿Y qué es
lo que sabe acerca del valor de su alma?

Con esa táctica, el diablo tiene a Pedro en la sartén, y de ahí lo tienta para que salte al fuego.
Pedro ha caído en la primera tentación, que es relativamente menor; pero las consecuencias son
lo suficientemente graves como para que quiera corregirlas cayendo en otra tentación
absolutamente mayor. Él ha cedido una cosa secundaria y sin valor: su sombra; luego se ve
tentado a entregar algo mucho más importante, su alma.

Ahora bien, “La maravillosa historia de Pedro Schlemiel” puede ser sólo un cuento de hadas,
pero consigue decir una verdad mucho mayor que los periódicos o la televisión. “Pedro
Schlemiel” puede ayudar a explicar por qué estas cartas parecen aprobar horrores como el
Unabomber o las películas de Oliver Stone, y a la recíproca, aparentemente desaprueban los
dulces sueños del Catolicismo y películas supuestamente encantadoras como “The Sound of
Music” (“La novicia rebelde”, o “Sonrisas y lágrimas”). Las cosas no son lo que parecen.

El hombre occidental es como Pedro Schlemiel. A finales de la Edad Media, estaba perdiendo un
montón de pequeñas cosas sin importancia. Así, el diablo les propuso un trato a los Cristianos
para corregir esta situación, tratando de imponer los grandes errores. Los Cristianos se
dividieron: Los que se negaron al pacto, se conservaron Católicos y mantuvieron la Fe; los que
aceptaron el acuerdo se convirtieron en protestantes. Estos fueron recompensados por el diablo
con la prosperidad y las satisfacciones exteriores, pero perdieron la Fe y perdieron sus almas.

Por lo tanto, el sello distintivo de la cultura protestante que surgió en Inglaterra, en el norte de
Alemania —donde escribió Chamisso— y en los Estados Unidos, está constituido por la
prosperidad y las satisfacciones exteriores, aunadas a la degeneración interior. Aparentemente
todo se ve bien y atractivo, pero por dentro hay problemas profundos e insolubles; insolubles
porque no son reconocidos, ya que se ocultan a la vista debajo de una superficie agradable.
Para hacer frente a estos problemas, el Protestantismo se convirtió en el Liberalismo (la
adoración de la Libertad), que a su vez está mutando a la tiranía mundial; y mientras todo en la
superficie aparece cada vez más brillante (“superación” de la enfermedad, del hambre, de las
diferencias), en la profundidad los problemas son, realmente, peores que nunca (caos intelectual,
moral y espiritual; basta pensar en el arte moderno). Durante siglos hemos comprado al diablo
soluciones menores a cambio de problemas mayores; una agradable superficie a cambio de
horribles profundidades.

En cuanto a los países Católicos que rechazaron el Protestantismo, por desgracia, luego se
dejaron infectar por el Liberalismo, hasta que fueron barridos por el Neo-modernismo, en el
desastre del Concilio Vaticano II. Cuando en este punto los hombres de la Iglesia Católica
perdieron su control sobre la solución, la desconcertante decisión de los hombres de perder
insensiblemente sus almas bajo la abundancia de oro tangible y de bienes mundanos, se
convirtió en un problema universal.

Este es mi diagnóstico del Unabomber. Usted puede decir lo que quiera de él como un criminal
terrorista, etc., etc., y mucho de ello es cierto. Pero este hombre, como se desprende de su
Manifiesto (que vale la pena leer),[2] por lo menos trataba de abordar y dar a conocer los serios y
profundos problemas del hombre en una sociedad mecanizada. Tiene un nombre polaco,[3] y
apuesto a que sus abuelos tenían la Fe Católica, que él mismo, o bien nunca la tuvo, o la ha
perdido; pero todavía tiene una remota idea Católica de cómo la tecnología brutaliza al hombre.
¿Cómo es que los Católicos, por el contrario, sostienen que todos los tecnófilos merecen ser
calificados como quienes tienen derecho —alegremente— en todos los sentidos, de revolcarse
a gusto en sus computadoras? Denme la seriedad de la superficialidad del Unabomber, todos los
días de la semana.

Lo mismo con Oliver Stone. No me preocupa para nada todo lo que sé de este hombre; en lo
superficial es horrible, como lo son sus películas, pero puedo mencionar cinco de ellas
(incluyendo “Nixon”, “JFK”), todas las cuales, desde un ángulo distinto, afrontan un grave
problema: ¿qué pasó con los Estados Unidos en los años ‘60? Aparentemente, estas películas
no tienen nada que ver con la Fe, y son totalmente inadecuadas para la “televisión familiar”,
incluso para ser observadas por muchos adultos (como he dicho en su momento), pero en mi
interior apuesto una vez más a que la ascendencia Católica de la madre francesa de Stone tiene
mucho que ver con su profundo malestar y su preocupación por la década de 1960. Denme de
nuevo, todos los días de la semana, este monstruo que se toma en serio los graves problemas
de los ilusos que intencionalmente se engañan a sí mismos; o son engañados, por ejemplo, con
que el “Modo Americano” no tiene, en el fondo, ningún problema. La Constitución de 1787,
aunque todos crean que es una parte importante de la solución, es un componente substancial
del problema, y ¡ay de cualquier Católico que piense lo contrario!

Pero incluso si concedemos que la horrible película “Asesinos Natos”, por ejemplo, por debajo de
su horrible exterior tiene algo serio que decir acerca de la sociedad moderna, ¿se vio obligado
Oliver Stone a crear una fachada tan horrorosa?

Lamentablemente, uno puede decir que sí, porque si él hubiera hecho lo superficial agradable, la
mayoría de su audiencia no hurgaría en lo profundo. Sus mentes estarían felices a un “clic” de
ingresar al Hollywood normal, al estilo “The Sound of Music”: el mundo es dulce, todos los
hombres son buenos (excepto los nazis), la vida es un juego, nadie va al infierno. Los artistas
occidentales serios, durante los últimos 200 años han hecho sus trabajos cada vez más feos, en
parte para reflejar la realidad occidental, en parte para conmocionar a los occidentales con lo que
la realidad es: el alma cada vez más extraviada.

Recordemos la famosa oración de San Agustín: “… Señor, si te dispones a golpearnos, hacemos


todo tipo de promesas, pero si te contienes, no las cumplimos… Si entonces nos golpeas,
clamamos por misericordia; y si te muestras misericordioso, entonces volvemos a pecar de
nuevo, para forzarte a golpearnos… ”. Como Dios no puede sojuzgar a su pueblo pecador, así
cualquier hombre con un mensaje serio, no puede doblegar a una audiencia moderna. Si Él
transmite en la longitud de onda de los hombres, no hay manera de que pueda decir lo que
necesitan escuchar. Si Él transmite en su propia longitud de onda, los hombres desconectan la
sintonía. A la cabeza, ellos prevalecen; Dios, a la zaga, pierde. La nuestra es una situación en la
que el Señor Dios nos dirá muy pronto: “Señor y señora Lot, caminen ¡y ojo con mirar hacia
atrás!”

Por tanto, si en las cartas del Seminario utilizara un lenguaje agradable para decir cosas bonitas,
los lectores se sentirían muy a gusto consigo mismos y no prestarían ninguna atención. Si se
dicen cosas desagradables, pero de un modo placentero, los lectores pueden huir de lo áspero
refugiándose en la amabilidad de las formas, y no se inquietarían como debieran. Es por eso que
en las cartas deben decirse a veces cosas desagradables con malos modos; porque incluso
aunque la mayoría de los lectores se apartaran por repugnancia, si una minoría de lectores
fueran movidos a pensar seriamente en los problemas reales, el estilo habrá sido digno. No hay
esperanza en el “Modo Americano” —que ahora está siendo seguido en todo el mundo— como
para que los Católicos crean en él. La única esperanza es que los Católicos hagan frente a los
problemas profundos y graves que contiene, que se remontan al Protestantismo.

Pedro Schlemiel puede obtener de nuevo su sombra, ¿pero de qué le sirve, si pierde su alma? El
mundo moderno puede conseguirnos un montón de pequeñas cosas buenas, ¿pero de qué nos
sirven, si en la misma proporción, nos acarrea grandes males? El Unabomber, Oliver Stone y su
evidente malicia, pueden suministrar un montón de pequeñas cosas malas, pero ¿cuánto importa
eso en comparación con el esfuerzo de los Católicos para obtener algunos grandes bienes?

Estimados lectores, recen el Rosario. No crean en Wall Street. No crean en Washington, ni en el


Parlamento de Londres. No crean en el dólar. No crean en los fondos de pensiones. No crean en
la democracia, ni en la Constitución, ni en la Monarquía Británica. No crean en ninguna de las
obras del hombre moderno; es una pobre criatura, y maldita por su propia elección. Ha
construido sobre la arena, y sus castillos de arena están al borde del colapso.
Crean en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, y en Jesucristo, Su Hijo
unigénito, que nos prometió que quien construye sobre su Evangelio, está edificando sobre roca.
Los vientos y la lluvia de los próximos años van a azotar ese edificio, pero no caerá. Y si el
sufrimiento se atraviesa en nuestro camino, seamos agradecidos, porque es el sello distintivo del
Catolicismo real, el signo más seguro de que estamos siguiendo los pasos de Jesucristo en el
camino al Cielo.

Feliz Pascua. Que Dios se apiade de todos nosotros.

2 de Abril de 1998

Winona, Minnesota

[1] Irónicamente, y prefigurando la verdadera personalidad del protagonista, la palabra yidish


“schlemiel”, y su afín hebreo “schlumi’el”, designan a una persona irremediablemente
incompetente, a un chapucero (Nota de R.C.).

[2] Puede verse aquí: http://www.sindominio.net/ecotopia/textos/unabomber.html (Nota de R.C.).

[3] Theodore Kaczynski (Nota de R.C.).

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 110,

15 de Agosto de 2009

Dios dispone
Si es cierto, como dice el proverbio, que “El hombre propone y Dios dispone”, entonces parece
sensato moderar, a la luz de las disposiciones de Dios o de la Divina Providencia, el temor que
se pueda tener a las propuestas o intenciones de los hombres. Incluso en esta terrible crisis de la
Iglesia y del mundo, necesitamos no caer en el pánico porque, en palabras de otro proverbio, los
renglones de los hombres pueden verse tortuosos, pero en ellos Dios Nuestro Señor escribe
rectamente.

Por ejemplo, si la crisis de la Iglesia, meollo de la crisis del mundo, fue desatada por el Concilio
Vaticano II con su división (sin precedentes en la historia de la Iglesia), entre la Verdad Católica y
la Autoridad Católica, ocurre que aquellos católicos que se aferran a la Verdad —en términos
generales, los “tradicionalistas”— se alejan de la autoridad oficial, mientras que los católicos que
se aferran a esa autoridad —en líneas generales, la corriente dominante en la Iglesia— se
apartan de la Verdad. ¿Acaso no se observa cómo los “tradicionalistas” que no han perdido su
sentido de la Autoridad Católica, de uno u otro modo se proponen reencontrarse con ella,
mientras que los católicos que han perdido mucho del sentido de la Verdad Católica (¡hoy en día,
innumerables muchedumbres han perdido todo sentido de cualquier verdad!) de alguna u otra
manera tratan de recobrarlo?

Pero ambas buenas intenciones pueden volverse tortuosas. Si, por un lado, los “tradicionalistas”
trataran de complacer al mundo mediante el uso de la ambigüedad —el clásico punto de partida
del abandono de la Verdad— podrían agradar a los hombres (especialmente a los periodistas),
pero no ciertamente a Dios, que “… abomina… la boca perversa… ” (Proverbios VIII, 13). Por
otra parte, si Benedicto XVI estuviese intentando reincorporar a la FSSPX a la corriente
dominante de la Iglesia ecuménica —como si la tradición fuese sólo una opción entre muchas—
también estaría desagradando a Dios por negarse a ver hasta qué grado las exigencias de la
Verdad Católica son absolutas.

Aún suponiendo que tales intenciones son o se vuelven tortuosas, podremos todavía comprobar
que Dios escribe rectamente, a pesar de ellas. Por ejemplo, ¿no será que tanto los
“tradicionalistas” (que se esfuerzan por mantener su sentido de la Autoridad Católica), como este
Papa (que trata de mantener el contacto con la Tradición Católica), cada uno a su manera, están
sirviendo a Dios en su preparación de la futura reunificación de la Verdad y la Autoridad? Que se
vuelvan a unir puede ocurrir no tan rápido como quisiéramos, pero es necesario que no cunda el
pánico. El Señor Dios visiblemente se encuentra trabajando al cuidado de su Iglesia.

En el ínterin, sin embargo, no se permitan pensar los Católicos que hay equivalencia entre la
Tradición jalando la Autoridad hacia la Verdad, y el Papa tirando de la Verdad hacia la Autoridad.
La Verdad tiene la prioridad absoluta: “Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar
testimonio a la verdad.”, dice el Verbo Encarnado (Juan XVIII, 37). La máxima Autoridad en todo,
se subordinó Él mismo a la Verdad; la Autoridad equivocada debe darle paso. En cuanto a la
Tradición, por más veraz que sea, debe seguir siendo humilde y caritativa, siempre mirando
hacia la Autoridad; sin ninguna ilusión, pero con una inquebrantable esperanza.

Kyrie eleison.

*.*.*.*

De los Archivos

Pensamientos

Hace un mes, he hecho pública en Internet la opinión de que un acuerdo entre Roma y la FSSPX
“parece imposible”, porque “si la Fraternidad se reintegrara a Roma, la resistencia de la Tradición
Católica se quedaría sin aquella”, y si el Papa adhiriera a la posición de la FSSPX, se enfrentaría
a una guerra sin piedad.

En otras palabras, entre la Tradición Católica y las posiciones de la Roma de hoy, hay “un gran
abismo establecido”, que no depende de las personas que adoptan estas posturas, sino de esas
mismas posiciones a las que se adhiere. Entre estas dos actitudes, toda reconciliación es
imposible. Tomemos, como ejemplo, dos matemáticos: si uno dice que 2 y 2 son 4, mientras que
el otro dice que son 5, sus posiciones resultan irreconciliables. Nuestros dos matemáticos
pueden personalmente llegar a un acuerdo, en la verdad o en el error, pero 2 y 2 nunca harán, al
mismo tiempo, 4 y/o 5.

Así, en la actual diferencia entre Roma y la FSSPX, los hombres de Roma pueden volcarse al
punto de vista de la Fraternidad, o los hombres de la FSSPX pueden “¡teóricamente!” inclinarse a
las posturas de Roma. Sin embargo, las actitudes conciliares de la Roma de hoy todavía son tan
falsas como la afirmación de que 2 y 2 son 5, mientras que las posiciones Tradicionales sigue
siendo tan ciertas como que 2 y 2 son 4. Esto significa que incluso si la FSSPX “¡Dios no lo
permita!” fuese a abandonar las posiciones tradicionales, éstas, no obstante, seguirían siendo
defendidas por el resto de los amigos de la Tradición; tanto como que si el Papa, por su parte,
fuera a abandonar por completo las posiciones conciliares, éstas van a ser defendidas (hasta la
muerte) por impenitentes partidarios del Concilio.

Esto es lo que quiero decir al afirmar que si la FSSPX se reincorporase a Roma, la resistencia de
la Tradición Católica se quedaría sin aquella. De ninguna manera quiero significar que los
Católicos defensores de la Tradición, o la FSSPX, estén al borde de una escisión, debido a la
audiencia concedida el 29 de Agosto por el Santo Padre al Superior General de la Fraternidad.

Creo que un buen número de aquellos que leyeron “Pensamientos” de Agosto, entendieron lo
que significa, pero algunas personas aguardan una división en la FSSPX, tanto como otros
temen esa fractura, y por esto es que están prestos a reaccionar ante el menor indicio de una
ruptura.

Sin embargo, no hay por el momento ninguna señal de cualquier cosa de esa clase. Los cuatro
obispos de la FSSPX mantienen un pensamiento único en el sentido de que, por un lado, el
Concilio Vaticano II puso en peligro el dogma de la Fe, pero, por otra parte, las autoridades de la
Iglesia oficial deben ser respetadas como tales; que el rescate de la Iglesia Católica depende de
su regreso a las posiciones de la Tradición Católica, y que la Fraternidad debe hacer todo lo
posible para ayudar a lo largo de ese retorno. Con este fin, en primer lugar, la FSSPX no debe
abandonar la Tradición; por el contrario, debe dar su ejemplo, que muestra cómo la Tradición,
que se supone muerta en el mundo moderno, está viva y bien, y es tan buena como sus frutos
de siempre.

Pero acabo de decir “por el momento”, ¿y eso significa que temo una división para el día
después de mañana? ¡No, no es así! Cuando digo “por el momento”, me limito a repetir el
recordatorio del mes pasado, de que seguir siendo fieles a la Verdad es una gracia de Dios, que
no se debe a nadie más, por lo tanto, “… el que cree estar de pie, cuide de no caer.”, como dice
San Pablo (I Cor. X, 12).

Y así, mientras las autoridades de la Madre Iglesia padecen la lepra de la herejía del
neomodernismo, oremos a Dios para que podamos mantener el equilibrio, no llegando tan cerca
de ellas como para contagiarnos de su peste, ni permaneciendo tan lejos como para abandonar
a nuestra Madre. Se trata de un delicado equilibrio, pero los cuatro obispos de la Fraternidad,
siguiendo a Monseñor Lefebvre, podremos mantenerlo con la ayuda de Dios y de Su Santísima
Madre.

13 de Septiembre de 2005

La Reja, Argentina

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 111,

22 de Agosto de 2009

Sinceridad peligrosa
Si Benedicto XVI no es un verdadero destructor de la Iglesia, entonces —al igual que sus
antecesores Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II— por lo menos está presidiendo su
destrucción. Un excelente análisis de la última Encíclica de Benedicto XVI (disponible en
www.angelqueen.org), realizado por el Padre Peter Scott, suscita nuevamente una problemática
crucial: ¿han estado conscientes estos Papas de la destrucción que se está llevando a cabo bajo
su responsabilidad? Hablando en términos generales, existen tres respuestas fundamentales.

Primeramente, liberales y modernistas niegan que exista tal destrucción, por lo que es obvio
pensar que los últimos Papas no están conscientes de ser o de haber sido, en su tiempo,
destructores. A su manera de ver, ellos han sido Pastores buenos que no deben ser culpados;
únicamente necesitan ser seguidos por su rebaño. En segundo lugar y por el contrario, los
sedevacantistas dicen que estos Pontífices han sido responsables de la devastación de la
Iglesia; que han recibido todos excelente educación, que han conocido muy bien la Iglesia
preconciliar (siendo todos ellos en aquél entonces hombres ya mayores) y que todos ellos han
pronunciado en repetidas ocasiones (en sus años mozos) el intimidante Juramento
Antimodernista, por lo que no se puede decir que no fueron conscientes de la destrucción que
han causado. No solamente debemos culparlos —siguen los sedevacantistas— sino que no
podemos por lógica reconocer que hayan podido ser Papas, y mucho menos pensar que sea
conveniente seguirlos.

En tercer lugar, al igual que el amanecer y el anochecer no son contradictorios o simplemente


ilógicos porque mezclan la noche y el día (siendo ambos sucesos reales que ocurren una vez
cada 24 horas), así tampoco la postura de Monseñor Lefebvre y de la FSSPX debe ser
considerada contradictoria simplemente porque es más complicada, cayendo en la posición
intermedia entre las posturas más simples de los liberales y de los sedevacantistas. Por el
contrario, esta postura es más real que las otras dos, y corresponde mejor a la compleja realidad
de estos Papas católicos liberales (Monseñor Lefebvre solía decir que un Católico liberal es una
contradicción ambulante).

Contra los liberales, esta tercera postura sostiene que ha habido una destrucción de la Iglesia
bajo estos Papas, quienes con su educación, experiencia preconciliar y juramentos solemnes
debieron, ciertamente, ser conscientes de ello. Todos deben ser culpados por faltar a sus
responsabilidades fundamentales, aunque el grado exacto de culpa que se les pueda atribuir,
sólo es conocido por Dios.

Por otra parte, y contra los sedevacantistas, en nuestra extremadamente enferma era moderna,
aunque una ceguera como la de estos Papas sea objetivamente reprobable, puede ser
subjetivamente más o menos sincera. Por ejemplo, en el seminario alemán, después de la
guerra, el joven José Ratzinger fue expuesto a brillantes e indudablemente carismáticos
profesores modernistas, quienes debieron enseñarle que la Iglesia Tradicional necesitaba ser, si
no destruida, por lo menos cambiada al punto de no ser reconocida, hasta adecuarse al hombre
moderno. Y José Ratzinger lo ha creído así desde entonces: la doctrina Tradicional, la Iglesia
Tridentina y sus juramentos solemnes eran buenos, inclusive excelentes para su época, ¡pero
ese tiempo ya es pasado! Objeción: ¿Acaso no enseño solemnemente Pío X (“Lamentabili” Nº
58) que la Verdad no puede evolucionar? El Cardenal Ratzinger dijo que “Lamentabili” era una
excelente enseñanza, ¡pero para el pasado!

De nuevo, solo Dios es juez de la responsabilidad exacta del joven José y de sus maestros, en el
hecho de que su mente haya caído en la trampa de la verdad evolutiva; pero lo que es cierto es
que una vez que la inteligencia ha caído en esa trampa, solamente con suprema dificultad —en
el entorno actual— podrá ser sacada de nuevo. Hasta que una Señal Divina y/o un castigo
limpien el ambiente, los liberales pueden cómodamente vivir en ese grave error, a pesar de todo
sincero.

FSSPX, ¡cuídense de esa “sinceridad” que hace que el error se sienta bien! ¡La Verdad ante
todo, sin mentiras ni ambigüedades, aún cuando nuestro mundo enfermo caiga encima de
ustedes como una tonelada de ladrillos!

Kyrie eleison.

*.*.*

De los Archivos

Pensamientos
(Angelqueen, Octubre de 2005)

En este día, 21 de Octubre de 2005, uno que fue colegial inglés hace cincuenta años, no puede
dejar de pensar en el gran combate naval que tuvo lugar apenas hace 200 años al sur de
España, un poco al oeste del Estrecho de Gibraltar: la Batalla de Trafalgar.

En esa batalla, como todos los escolares ingleses suelen saber, sucedieron dos cosas. En
primer lugar, la armada británica, bajo su querido y popular almirante Horacio Nelson, le propinó
una aplastante derrota a las fuerzas navales conjuntas francesa y española, poniendo así fin de
inmediato a las esperanzas de Napoleón Bonaparte de invadir Inglaterra con un ejército terrestre,
y garantizando el dominio británico de los mares por 100 a 150 años, hasta que la Marina de los
Estados Unidos surgió para hacerse cargo de ese señorío.

Pero en segundo lugar, el precio de la victoria fue la muerte del almirante Nelson, quien
alrededor de media hora después de que su barco, el HMS Victoria, entrara en combate feroz
con los buques franceses, fue herido en el hombro y en la columna vertebral por la bala mortal
de un certero tirador francés, desde los altos mástiles del Redoutable.[1] Llevado
inmediatamente bajo cubierta, Nelson murió tres horas después, a tiempo para conocer que 17
barcos enemigos habían sido capturados; más de la mitad de la flota enemiga, pero menos que
los 20 navíos que había esperado.

Todo escolar inglés suele conocer por lo menos tres dichos de Nelson en aquella batalla. Justo
antes de comenzar el combate, señaló a toda su flota: “Inglaterra espera que cada hombre
cumpla con su deber”. Mientras agonizaba, dijo, “Bésame, Hardy”. Nelson era un hombre con
necesidades y afectos humanos (¡no un homosexual!), y Hardy era el capitán del HMS Victoria,
que estaba caminando con Nelson en cubierta cuando fue herido el almirante. Por último,
cuando Nelson supo que la victoria estaba asegurada, alcanzó a decir: “Gracias a Dios he
cumplido con mi deber”.

Por supuesto, cada nación “necesita” o suele necesitar de sus héroes, y Nelson sigue siendo un
héroe popular del pueblo británico desde hace ya 200 años. En su época, recibió altos honores
de muchas naciones de Europa, debido a que con tanto éxito limitó los planes de conquista
revolucionaria de Napoleón.

Nelson era un hombre pequeño, tal vez de 5 pies y 6 pulgadas de alto,[2] pero era un gran
guerrero, “un poeta en acción”, que destellaba con viveza cuando entraba en combate. Fue un
líder inspirado, y tenía lo que se conoce como “el toque de Nelson”. No aplastaba la iniciativa de
sus subordinados; por el contrario, esperaba que tomaran sus propias decisiones de acuerdo a
las circunstancias inmediatas del combate, que sólo ellos podían conocer. En el momento de la
Batalla de Copenhague, uno de sus grandes combates navales antes de Trafalgar, no era
Nelson el Comandante en Jefe de la armada británica, pero con su propia sección de la flota
atacó al enemigo tan audazmente, que su Comandante en Jefe le hizo señas de banderas para
que retrocediera. Avisado de eso, Nelson levantó con un brazo el telescopio hasta su ojo ciego, y
diciendo: “No veo ninguna señal de esa clase”, ¡se encaminó a conseguir una gran victoria!

¿Y cómo se ve todo eso 200 años más tarde? ¡Ah, mis queridos amigos!, las naciones ya no son
lo que eran. Así como el Catolicismo Internacional (la Cristiandad), fue destrozado por perder la
Fe Católica de a pedacitos, o porque las naciones comenzaron a guerrear entre sí, ahora —
justamente— esas naciones guerreras están, en su ceguera, buscando volver a unirse en el
Anticatolicismo International; o sea, en la Globalización. Por eso, en todos los países los héroes
nacionales están siendo desacreditados, y los escolares son alimentados, en su lugar, con
héroes virtuales o electrónicos, como los de “Star Wars”. Y de un mundo de héroes virtuales está
surgiendo un mundo de hombres vacíos.

Sin embargo, la realidad concreta se impone todo el tiempo, y el martirio se acerca día a día a
los católicos que seriamente desean llegar al Cielo, y no sólo a la cima de una columna en
Trafalgar Square, en Londres. Para predisponernos al martirio, necesitamos líderes con el toque
de Nelson, pero en la Fe. Monseñor Lefebvre, un “gabacho”,[3] como Nelson lo habría llamado,
fue sin duda uno de esos líderes. Unámonos en oración por muchos más, porque sólo Dios
puede suscitar tales líderes, a través de la intercesión de su Santísima Madre. Auxilio de los
Cristianos, ruega por nosotros.

21 de Octubre de 2005

La Reja, Argentina
[1] “Formidable” (Nota de R.C.)

[2] Poco menos de 1,68 metros (Nota de R.C.)

[3] Término despectivo que denomina a un nativo francés (Nota de R.C.)

Monseñor Williamson,

Comentario Eleison Nº 112,

29 de Agosto de 2009

La conversión de Rusia
Un sorprendente pero posible plan del Cielo para el mundo de hoy puede esperarse, si la
Cristiandad Ortodoxa está reviviendo dentro de Rusia, de acuerdo con lo que un ruso me
comentó hace algunos días en Londres. Su percepción coincide con la impresión que se trajo
consigo desde Rusia un amigo americano que visitó San Petersburgo hace algunos años; el ruso
promedio posee, a diferencia del espiritualmente desgastado hombre occidental, una mayor
sustancia espiritual. ¿Acaso esto tiene algún nexo con Nuestra Señora de Fátima… ?

El ruso de Londres me comentó que la Iglesia Ortodoxa en Rusia está siguiendo, mas que
guiando, un renacimiento de la ortodoxia entre su gente. La asistencia a la liturgia ortodoxa se ha
incrementado en un 50% en los últimos dos años, y hoy en día el 80% de los rusos están por lo
menos refiriéndose a ellos mismos como “ortodoxos”; esto es, creyentes. Nuevas parroquias
están surgiendo por todas partes. Se arrebatan las Biblias tan pronto salen a la venta. La
literatura religiosa está floreciendo, mientras que la propaganda atea está desapareciendo. La
“Rusia Santa” se está levantando desde la tumba en donde el Comunismo de 1917 a 1989 había
luchado por enterrarla.

De tal manera que en 1989, cuando las estructuras comunistas del “imperio diabólico” soviético
(así llamado por el presidente Ronald Reagan) se colapsaron, los rusos volvieron su mirada
hacia atrás en busca de una ideología que sustituyera al Comunismo; y no fue en el Liberalismo
Occidental sino en sus raíces nacionalistas y religiosas de la Ortodoxia Rusa en donde
encontraron ese reemplazo. De hecho, ¿que podría ofrecerle el decadente Occidente a Rusia
para satisfacer sus renovadas necesidades en los 90? En la economía, el saqueo de su riqueza
por buitres capitalistas; en la política, el aún existente cerco de sus fronteras para asegurar la
hegemonía global y permanente de los Estados Unidos de Norteamérica a través de la
construcción de un anillo de bases militares que representan una de las razones —si no es que
se trata del verdadero motivo— por las cuales la desastrosa ocupación de Irak y de Afganistán
jamás llegará a su fin; en cuanto a la religión, el intento de expandir hacia el Este el ecumenismo
conciliar con el cual, aparentemente, los clérigos rusos no quieren relación alguna; por el
contrario, son conscientes del movimiento Católico Tradicional y lo aprueban.
Sin embargo, no nos hagamos ilusiones: la Ortodoxia rusa unifica a la religión y al patriotismo en
una mezcla no totalmente reverente, y ésta sigue siendo cismática al no aceptar la Supremacía
Papal, y herética al rechazar algunos dogmas; por lo tanto, los rusos necesitan convertirse a la
verdaderamente Universal Iglesia Católica. Pero si Nuestra Señora de Fátima ha elegido a su
país para ser consagrado a Su Corazón, ¿no podría ser que esto no deba ser atribuido al hecho
de que los rusos aún son comunistas perversos, sino a que los grandes sufrimientos que su
gente ha tenido que soportar durante 70 babilónicos años de cautiverio comunista, la está
haciendo resurgir de las raíces religiosas de la “Rusia Santa”; un renacimiento de vitalidad
espiritual que podría salvar a la verdadera Iglesia, en el presente marchitándose en el Oeste, en
donde la Autoridad de la Iglesia puede que aún tenga un gran número de seguidores pero con
muy poca Fe, mientras que el resto que aún permanece Tradicional tiene la Fe verdadera, pero
pesa muy poco si contamos el número de sus seguidores, y menos aún si hablamos de
Autoridad? ¡Dios bien sabe que la Iglesia Occidental también necesita convertirse!

¿Podría ser entonces que Rusia vaya a romper este círculo vicioso en una Tercera Guerra
Mundial, consiguiendo ocupar Europa, lo que llevará por fin al Papa Latino a consagrar a Rusia
al Corazón Inmaculado de Nuestra Señora, como Ella lo ha pedido en vano por tanto tiempo?
¿Será que en ese momento el renovado vigor religioso de los rusos salvará nuestra deteriorada
Autoridad y Tradición Católicas, cuya Verdad a su vez limpiará sus errores? Si sucediera así,
entonces nuevamente a todos los habrá “… encerrado Dios dentro de la desobediencia, para
poder usar con todos de misericordia… ¡Cuán inescrutables son Sus juicios, y cuán insondables
Sus caminos!… A Él sea la gloria por los siglos de los siglos… ” (Rom. XI, 32… 36).

Católicos, tanto los de la corriente dominante como los de la Tradición, recen con todas las
fuerzas de su corazón por la consagración de Rusia al Afligido e Inmaculado Corazón de la
Madre de Dios, o “Theotokos”, como es conocida en la Iglesia Oriental.

Kyrie eleison.

*.*.*.*

De los Archivos

Pensamientos

(Angelqueen, Noviembre de 2005)

A riesgo de ser tildado de racista, nazi, antisemita y Dios sabe qué más, voy a tratar de hablar
con algo del poco común sentido Católico, sobre los problemas que han surgido en las últimas
semanas en varias ciudades de Francia.[1]

Al momento de sentarme ante mi ordenador (¡no es lo mismo que escribir!) parece como si
pensar en la imposición de un toque de queda, calmara el problema a corto plazo, y que el
dinero de los contribuyentes franceses (¿qué otra cosa) permitirá aliviar el asunto a mediano
plazo. Sin embargo, en el largo plazo, si la guerra civil no se desencadena esta vez, es seguro
que estallará en unos cuantos años, y no sólo en Francia sino también en otras naciones
europeas (antes cristianas pero ahora liberales), cuyo liberalismo ha importado una gran
población del extranjero, no asimilada todavía, y que no parece que lo vaya a ser en el futuro.

Esta inmigración ha tenido lugar en Francia, Gran Bretaña, Alemania y hasta en los EE.UU.,
entre otros países, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial, por dos razones
principales. En primer lugar, los europeos de estos países quisieron disfrutar de las comodidades
del materialismo sin el inconveniente de tener hijos. Así, pues, no hubo suficientes trabajadores
para sus fábricas o para las tareas domésticas, desde aquel entonces en adelante consideradas
por debajo de su dignidad de graduados universitarios, grados universitarios que se han vuelto
tan comunes como las margaritas. En segundo lugar los enemigos de Dios, como de costumbre,
mirando más adelante que Sus amigos, previeron en la inmigración de población extranjera, un
gran medio para diluir la identidad nacional de los países que, por su larga y orgullosa historia,
suponían el riesgo de no ser fácilmente absorbidos por el Nuevo Orden Mundial del Anticristo.

Sin embargo, ninguno de estos motivos podría haber entrado en juego si el liberalismo no
hubiera diluido el sentido común de estas naciones. Porque como la cordura dice, “las aves del
mismo plumaje vuelan juntas”, y no es normal agrupar a la gente que no tiene un acervo común.
Pero el liberalismo, con su falsa igualdad y su falsa caridad, prevalece sobre el sentido común, y
afronta el desafío de hacer todo lo posible para desintegrar la identidad nacional. Una vez más,
he aquí un castigo que han merecido las naciones apóstatas.

Porque si hubiesen mantenido la Fe de San Pablo, nunca se habrían dejado engañar por la falsa
igualdad y caridad de los liberales, que no son más que una parodia de la caridad e igualdad
cristianas. San Pablo dice: “Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis vestidos
de Cristo. No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno solo en Cristo Jesús.” (Gal III, 27-28). Del mismo modo, “… y vestíos del
hombre nuevo, el cual se va renovando para lograr el conocimiento según la imagen de Aquel
que lo creó; donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, ni bárbaro, ni escita, ni
esclavo, ni libre, sino que Cristo es todo y en todos” (Col. III, 10,11).

Observemos cómo en cada una de estas citas, pinta San Pablo la igualdad de diferentes razas,
clases y sexos dentro de Cristo. En otras palabras, la igualdad es ante Dios, y sólo se cumplirá
en el cielo. San Pablo nunca hubiera soñado negar o ignorar ante las gentes la desigualdad que
nace de las diferencias humanas. En cuanto a la desigualdad en esta vida entre judío y griego,
véanse Romanos y Gálatas; entre esclavos y libres, véase Filemón; entre el hombre y la mujer,
véanse Efesios y Colosenses. La voluntad de Dios para con los hombres en la tierra es que los
católicos salven a los judíos, que el hombre libre se desvele por el esclavo, y que el varón sea
cabeza de la mujer. Así que cuando los hombres blancos renuncian a salvar judíos, descuidan a
los necesitados y desisten de dirigir a sus mujeres, es muy normal que sean castigados,
respectivamente, por la dominación de las finanzas judías, por la negativa a seguirlos de los
indigentes, y por el feminismo rampante.

Por negar a Cristo, los blancos ya no entienden la dimensión divina de la verdadera igualdad
entre los hombres. Conservan sin embargo del Cristianismo —porque conviene a su orgullo— el
sentido del valor de cada hombre; en consecuencia, la igualdad de la eternidad tiene que ser
incorporada en este poco de vida en la tierra, donde necesariamente aplasta a las jerarquías,
queridas por Dios, entre las razas, clases y sexos. Así, al afirmar la igualdad de los hombres sin
Cristo y sin vida eterna, estos hombres blancos traicionan tanto a los judíos como a los pobres y
a la mujer.

Cronológicamente, antes de Cristo nadie en su sano juicio habría imaginado negar la


desigualdad de las razas, clases y sexos. Cuando Cristo vino, nadie en su sano juicio pudo
imaginar que la igualdad de los hombres en Cristo acabaría con estas diferencias, trascendiendo
o levantándose por encima de ellas. Sin embargo el hombre moderno postcristiano, al negar toda
trascendencia, o a cualquiera por encima de él, pierde todo contacto con la realidad, y con toda
probabilidad se necesitará algo más que unos pocos miles de coches quemados para ver
rectamente una vez más.

¿Entonces qué? Entonces, hay que rezar para que los desastres mucho mayores que tendrán
lugar pronto, abran tantos ojos como sea posible, para salvar tantas almas como sea posible; y si
los blancos todavía se niegan a convertirse, oremos por algunas grandes conversiones entre los
judíos, los musulmanes y los negros, para que puedan hacerse cargo de lo que los blancos han
abandonado, y puedan seguir mostrándonos el camino al Cielo. ¡En la medida en que sirven a
Dios, todo honor a sus siervos, de cualquier raza, clase o sexo!

10 de Noviembre de 2005
La Reja, Argentina

[1] Se refiere a los disturbios producidos en Francia entre Octubre y Noviembre de 2005. El
detonante de esa explosión social fue la muerte de dos jóvenes electrocutados y un tercero
herido. Los jóvenes encontraron la muerte cuando huían de la persecución policial y se
refugiaron en una cabina de alta tensión eléctrica. Inmediatamente a este hecho, se inició una
acción de protesta que mostró en su haber miles de automóviles incendiados, cientos de locales
y comercios hechos polvo, escuelas del Estado convertidas en cenizas, puestos policiales
atacados por turbas de cientos de manifestantes, alrededor de 2.800 personas detenidas, cerca
de 400 condenados a prisión, el anuncio de la expulsión de una cantidad de extranjeros, una
considerable movilización de miles de policías, un muerto en el norte de Paris, y finalmente el
estado de emergencia y toque de queda en la capital francesa y diversos pueblos de provincias.
(Nota de R.C.)

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 114

12 de Septiembre de 2009

Sonata Hammerklavier
La música, la historia y la teología están íntimamente relacionadas, debido a que existe un solo
Dios y todos los hombres fueron creados por Él para ir a Él. La historia relata las acciones entre
los hombres, según su tendencia sea el ir hacia Dios o el alejarse de Él; en tanto, la música
expresa la armonía o discordia en sus almas al transitar su historia, vaya hacia Él o se desvíe de
su debido camino. La música de Beethoven (1770-1827), tomada como dividida en tres períodos,
es una clara muestra de lo dicho.

El primer período, que contenía las obras relativamente tranquilas de su magistral aprendizaje de
Mozart (1756-1791) y Haydn (1732-1809), corresponde a los últimos años de la Europa
prerrevolucionaria. El segundo período contiene la mayoría de sus obras gloriosas y heroicas,
por las cuales Beethoven es mejor conocido y apreciado, y corresponde al período de
levantamientos y guerras esparcidos por la Revolución Francesa a lo largo de toda Europa,
extendiéndose esta etapa aún más allá de estos acontecimientos. El tercer período, que contiene
obras maestras profundas pero un tanto desconcertantes, corresponde al intento de Europa,
después del Congreso de Viena (1814-1815), de reconstruir el antiguo orden prerrevolucionario
sobre bases posrevolucionarias, intento ciertamente incomprensible.

La Tercera Sinfonía de Beethoven, la “Heroica” (1804), le otorgó primordialmente una expresión


total a su humanismo intrépido en el entorno de aquel nuevo mundo, por lo que es considerada
la obra crucial entre el Primer y el Segundo Período. Análogamente, su 29ª Sonata para Piano,
la “Hammerklavier” (1818),[1] fue el punto de inflexión entre el Segundo y el Tercer Período. Es
una gran pieza, majestuosa, distante, admirable, pero extrañamente inhumana… El primer
movimiento abre con una fanfarria resonante, seguida de una variedad de ideas en la
Exposición, una lucha climática en el Desarrollo, una Recapitulación variada y una Coda
nuevamente heroica, características típicas del Segundo Período, aunque estamos en un mundo
diferente: las armonías son frescas, por no decir frías, mientras que la línea melódica raramente
es cálida o lírica. El breve segundo movimiento difícilmente es más amigable: un apuñalante
cuasi-scherzo, un estruendoso cuasi-trío. El tercer movimiento —el movimiento lento más largo
de Beethoven— es un lamento profundo y casi absoluto, en donde los momentos de consolación
apenas destacan el ambiente predominante de desesperanza total.

Una introducción reflexiva es necesaria para hacer la transición al último movimiento de la


Sonata, usualmente veloz y reconfortante, pero en este caso sombrío y veloz: un tema principal,
recortado, se retoma; se hace más lento, se voltea de atrás hacia adelante y de arriba hacia
abajo, en una sucesión de episodios desgarbados de una fuga de tres partes. A la pena sin
límites del movimiento lento, responde una energía ilimitada en una lucha musical más brutal que
armoniosa, nuevamente con la excepción de un breve interludio melódico. Al igual que en el
movimiento del cuarteto de cuerdas —la “Grosse Fugue” (Gran Fuga)— Beethoven augura en
esta sonata la música moderna. “Es magnífica”, pudo haber dicho el General Pierre Joseph
François Bosquet,[2] “pero no es música”.

El mismo Beethoven descendió de este Monte Everest de sonatas para piano, para componer en
sus últimos diez años algunas otras obras maestras, particularmente la Novena Sinfonía, pero
todas ellas son en cierto modo opacas. La exaltación desinhibida del Segundo Período de este
músico, es generalmente cosa del pasado. Es como si Beethoven hubiera primeramente
abrazado el orden devoto de antaño, luchando luego para conquistar su independencia humana,
para en tercer lugar acabar preguntándose: “¿Qué significado tiene todo esto? ¿Qué significa el
hacerse independiente de Dios?” Los horrores de la “música” moderna son la respuesta,
augurada en la “Hammerklavier”. Sin Dios, tanto la historia como la música mueren.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

*.*.*.*

De los Archivos

Pensamientos

(Angelqueen, Enero de 2006)

Si la crisis en la Iglesia Católica continúa empeorando, como parece probable por el momento,
van a ser cada vez muchos más —entre los católicos que deseen mantener la Fe— los que se
verán tentados a convertirse en sedevacantistas; es decir, comenzarán a pensar que no ha
habido un verdadero Papa en la Sede de Pedro desde, por decir, la muerte de Pío XII en 1958.
Con la esperanza de disminuir (en lugar de incrementarla) la confusión de esta clase de
católicos, ante un futuro próximo que no promete ser fácil, permítanme presentar la doble razón
por la que yo nunca he sido un sedevacantista.

El principal problema, obviamente, es el liberalismo de los últimos cinco Papas en particular,


(Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II, Benedicto XVI). En lugar de resistir al mundo moderno
anticatólico, prefirieron adaptarse más o menos a sus errores. El resultado era previsible: la
descomposición de la Iglesia, hasta el punto de que uno puede temer que en unos años más no
habrá nada de ella en pie. Entonces, ¿cómo es posible que dos… o tres… o cinco Vicarios de
Cristo (¡son Vicarios de Cristo, en nombre de Dios!) pueden haber sido tan malos pastores de la
Iglesia universal? “¡No puede ser!” gritan los sedevacantistas, “¡No pueden haber sido
verdaderos Papas!”

Tengamos en cuenta en primer lugar que esta frecuente reacción indignada, procede de la Fe. Si
alguien no creyera en la Iglesia, en el Papado en particular, obviamente, no tendría dificultad en
conceder que los Papas pudiesen ser los sepultureros de la Iglesia. Pero también hemos de
señalar que ese argumento que empuja a los católicos liberales a su liberalismo, es exactamente
el mismo que impulsa a los sedevacantistas católicos a su sedevacantismo. Premisa mayor: el
Papa es infalible; premisa menor: los últimos Papas son liberales. Conclusión liberal: por lo tanto,
debemos ser liberales. Conclusión sedevacantista: por lo tanto, estos “Papas” no son verdaderos
Papas.

¡De donde parece que los sedevacantistas pueden no ser tan antiliberales como piensan! De
hecho en los últimos 30 años hemos visto a varios líderes sedevacantistas caer en el liberalismo
de la forma más sorprendente, y ahora hasta vemos que determinados dirigentes de la
“Tradición” Católica se ven tentados a abrazar la Roma conciliar. Un católico tentado por el
sedevacantismo no puede pensar demasiado en esa relación, aparentemente sorprendente,
entre el sedevacantismo y el liberalismo: ambas posiciones pueden ser como el anverso y el
reverso de la misma moneda.

Ahora bien, en el condensado argumento anterior, la lógica es buena; la premisa menor es


correcta, así que el problema debe estar en la mayor. La clave se encuentra de hecho en la
exageración de la infalibilidad papal; y aquí llegamos a mi doble razón: hacer a la Verdad y a la
Iglesia de Dios tan dependientes de los seres humanos, es una manera demasiado humana de
considerar las cosas de Dios.

En cuanto a la verdad, ella es natural o sobrenatural. La verdad natural la leemos en la


naturaleza de las cosas creadas, y todas las fantasías y estupideces de la humanidad no pueden
cambiar un ápice de lo que se puede encontrar o leer allí. En cuanto a la verdad sobrenatural,
ella ha existido sin cambios en la mente de Dios desde toda la eternidad. Fue simplemente
revelada por Nuestro Señor Jesucristo, quien como hombre en repetidas ocasiones dijo que
estaba por encima de Él. Ha sido meramente transmitida desde entonces por los apóstoles y sus
sucesores, con los Papas a la cabeza. “El cielo y la tierra pasarán”, dice Nuestro Señor, “pero
mis palabras no pasarán” (Mc. XIII, 31).

Así que no nos preocupemos excesivamente si los instrumentos humanos de Nuestro Señor,
incluyendo sus Papas, fallan gravemente al momento de proclamar la Verdad, o en la defensa de
su Iglesia. Esta Verdad y la Iglesia vienen de Dios y a Él le pertenecen; es Dios el que decidió
confiarlas en manos de hombres fácilmente capaces de ponerlas en peligro, pero ¿cómo podría
Él embellecer su cielo con los grandes héroes de la Iglesia, a menos que también fuera posible
para los antihéroes traicionarlo? Y si los antihéroes ponen en peligro a la Iglesia y a la Verdad,
¿nos imaginamos que Dios es incapaz de dosificar con minuciosidad el peligro para el bien de
los elegidos, tanto de los pastores cuanto de sus ovejas, con una precisión que excluye en
absoluto la destrucción de la Iglesia? ¿Por quién tomamos a Dios? “¿Se ha acortado acaso mi
brazo, de suerte que no pueda redimir?”, dice el Señor, “¿o no tengo fuerza para salvar?” (Isaías
L, 2).

Sin duda, el hecho de que los últimos Papas hayan sido tambaleantes no es razón para seguirlos
o rechazarlos negligentemente. Oremos silenciosamente por ellos, porque en una fracción de
segundo, en el momento calculado desde la eternidad por Dios, Él va a intervenir para rescatar
en su Papa el principio de Autoridad, el único capaz de salvar a la Iglesia y al mundo.

¡Madre de la Iglesia, intercede por los vicarios de tu Hijo!

[1] Literalmente, la palabra Hammerklavier significa piano de martillos, y es utilizada para


diferenciar el piano del clave. La obra debe su sobrenombre al encabezamiento que el propio
Beethoven escribió en la portada: Große Sonate für das Hammerklavier (Gran sonata para piano
de martillos). Con cerca de cincuenta minutos de duración, es una de las sonatas más largas que
se hayan escrito; Beethoven, al crearla, dijo: “ya sé componer”. (Nota de R.C.)

[2] General francés que intervino en la Guerra de Crimea. En el curso de esta contienda bélica se
libró la batalla de Balaclava (25 de octubre de 1854), durante la cual los británicos
protagonizaron la desastrosa “Carga de la Brigada Ligera”, acción temeraria (costó más de un
tercio de bajas entre alrededor de 600 jinetes atacantes) que transformó el triunfo en una victoria
pírrica. Este ataque infausto inspiró un célebre poema del bardo británico Alfred Tennyson, que
lleva el mismo nombre de la ofensiva. El militar galo nombrado como referencia, describió con
propiedad lo sucedido: «Es magnífico, pero eso no es la guerra», expresión de la que Monseñor
Williamson extrae su comentario análogo. (Nota de R.C.)

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 115

19 de Septiembre de 2009

Debates difíciles III[1]


Si las discusiones con Roma significaran el más mínimo peligro de la FSSPX de ser infiel a esta
vocación, es ahí cuando no deberían de haber debates.

Dos objeciones al principio mismo de que la Fraternidad de San Pío X posiblemente ingrese
pronto en discusiones doctrinales con las autoridades de la Iglesia en Roma, ayudarán a
enmarcar la naturaleza, objetivo y limitaciones de tales discusiones. La primera objeción dice que
la Doctrina Católica no es objeto de debate. La segunda dice que ningún católico debe atreverse
a discutir con representantes del Papa, como si estuviera con él en un pie de igualdad. Ambas
objeciones se aplican en coyunturas normales, pero las circunstancias actuales no lo son.

En lo que se refiere a la primera objeción, es claro que no está sujeto a discusión que la Doctrina
Católica no cambia y no se puede cambiar. El problema es que el Vaticano II comprometió el
cambio de dicha doctrina. Por ejemplo ¿puede, o debe un Estado católico tolerar la práctica
pública de religiones falsas? La Tradición Católica dice que “puede”, pero únicamente para evitar
un mal mayor o en orden a lograr un bien mayor. El Vaticano II dice “debe”, bajo toda
circunstancia. Pero si Jesucristo es evidentemente el Verbo encarnado, nada más que el “puede”
es verdad. Por el contrario, si el “debe” es verdad, entonces Jesucristo no es más
necesariamente reconocido como Dios. El “puede” y el “debe” están tan distantes entre sí como
Jesucristo siendo Dios por naturaleza divina, o por elección humana; es decir, entre que Jesús
sea, o no sea, objetivamente, ¡Dios!

Sin embargo las autoridades Romanas de hoy en día claman que la doctrina del Vaticano II no
representa ruptura alguna con el dogma Católico, sino su evolución continua. A no ser que —
¡Dios no lo permita!— la FSSPX también esté abandonando el Dogma Católico, no pretende
discutir con estas autoridades si Jesús es Dios; tampoco intenta someter a discusión la Doctrina
Católica; por el contrario, espera persuadir a cualquier Romano que quiera escuchar, que la
doctrina del Vaticano II se opone gravemente a la Doctrina Católica. Con respecto a esto, aún
cuando el éxito de la FSSPX resulte mínimo, ésta consideraría de todos modos que era su deber
dar testimonio de la Verdad.

Pero los Romanos pueden responder diciendo “Nosotros representamos al Papa. ¿Cómo es que
se atreven a discutir con nosotros?” Esta es la segunda objeción, y para todos aquellos que
piensan que la Roma Conciliar está en la Verdad, este argumento parece válido. Pero es la
Verdad la que hace a Roma y no Roma la que hace la Verdad. Nuestro Señor mismo en
repetidas ocasiones declara en el Evangelio de San Juan que su doctrina no es de Él, sino de su
Padre (Juan VII, 16). Y si Jesús no tiene la facultad de cambiar la Doctrina Católica, mucho
menos está en el poder de su Vicario el cambiarla, es decir ¡en el Papa! Si entonces el Papa, por
el libre albedrío que Dios le dio, decide apartarse de la Doctrina Católica, en ese punto ha
abandonado su estatus Papal, y únicamente en ese punto —sigue siendo Papa— él mismo y/o
sus representantes se colocan por debajo de quienquiera permanezca fiel a la Doctrina del
Divino Maestro.
Por lo tanto, cualquier católico que sea fiel a la Verdad adquiere el mismo estatus que el Papa
habrá dejado a un lado en la medida en que se haya separado de la Verdad. Tal como dijo
Monseñor Lefebvre frente a las autoridades Romanas que lo interrogaban por su desacuerdo
con el papa Paulo VI, “¡Soy yo el que debería estar interrogándolos a ustedes!” El defender la
Verdad de Dios Padre es el orgullo y la humildad, la vocación y la gloria de la pequeña FSSPX
del Arzobispo. Si las discusiones con Roma significaran el más mínimo peligro para la FSSPX de
ser infiel a esta vocación, es ahí cuando no deberían de haber debates.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

*.*.*.*

De los Archivos

Pensamientos

(Angelqueen, Marzo de 2006)

¿No suena un poco extraña la expresión “el dogma de la fe”? Sin embargo, fue utilizada por
Nuestra Señora, y va directamente al corazón de la crisis de la Iglesia, ¡que está previsto que
nos aflija por un tiempo aún!

La expresión parece extraña porque la fe católica contiene una serie de dogmas, y no sólo uno.
En nuestra forma normal de hablar, todos los artículos de la fe constituyen dogmas y cada
definición solemne de la Iglesia fija otro. Entonces, ¿cómo se puede hablar de “el dogma de la
fe” en singular?

El contexto en el que Nuestra Señora usó la expresión es altamente significativo. Fue en Fátima,
en 1917, que le dijo a Sor Lucía entre la segunda y la tercera parte del Secreto: “En Portugal el
dogma de la fe siempre será conservado”. Todos conocen la segunda parte del Secreto. Ahí es
donde la Virgen advirtió al mundo que Rusia tendría que ser consagrada a su Corazón
Inmaculado, y la reparación tendría que hacerse por medio de la Comunión de los primeros
sábados del mes; de lo contrario seríamos sometidos a castigos severos.

Por el contrario, la tercera parte del Secreto de Fátima, generalmente conocida como el Tercer
Secreto, que todo el mundo católico estaba esperando que fuese dado a conocer por la Iglesia
en el año designado por la Virgen para ese fin —1960— nunca ha sido revelada (el supuesto
“Tercer Secreto” hecho público por Roma en el año 2000 seguramente no es el mismo que el
texto esperado en 1960). Pero el más confiable de los estudiosos de Fátima considera que las
palabras “En Portugal el dogma de la fe siempre será conservado” son en realidad las palabras
de apertura del verdadero Tercer Secreto, porque cuando Sor Lucía escribió el texto del segundo
secreto, ella agregó “… siempre será conservado, etc… ”, como si se hubiera querido indicar con
el “etc” que a partir de ahí el texto del Tercer Secreto continuaba.

Todo esto parece altamente probable, y es por eso que la expresión un poco extraña de la
Virgen es tan interesante. Porque, dicen estos expertos, si el verdadero Tercer Secreto nunca
fue dado a conocer por Roma, ¿no fue porque denunciaba con antelación la crisis de la Iglesia
desatada —por no decir planeada— por los innovadores del Concilio Vaticano II, a quienes no
les interesaba ser condenados de antemano por la Madre de Dios? Así ellos mantuvieron el
Secreto silenciado en 1960, para poder seguir adelante con su Concilio en 1962. Porque de
hecho ¿no es diciendo que en Portugal será siempre conservado el dogma de la fe, que se
sugiere que en otros lugares se perderá?
Así que la Virgen pudo haber elegido las palabras “el dogma de la fe” para expresar el corazón
mismo de la crisis de los últimos 40 años en el desierto del Concilio Vaticano II. ¡Tal parece ser
el caso!

Ahora bien; lo que caracteriza a esta crisis y la convierte en la peor de toda la historia de la
Iglesia, es que un gran número de católicos, mientras que aún no han perdido la Fe —sabrá Dios
— sin duda han perdido el sentido del carácter dogmático de la Fe. Puede ser que todavía crean
en todos los artículos de la Fe como tal, pero ya no creen que estos artículos y esta Fe condenan
todo lo que la contradice; en otras palabras, todos los errores de todas las otras religiones falsas
del mundo. Entonces, ¿puede la condición de esos católicos ser mejor resumida que diciendo
que han perdido “el dogma de la fe”?

La crisis es terrible, precisamente porque los católicos que se encuentran en tal condición
pueden convencerse a sí mismos de que al aceptar como lo hacen todos los dogmas
particulares de la Fe Católica, son sin lugar a dudas Católicos, ¡especialmente si están con el
Papa! Pero en realidad su catolicismo se está convirtiendo en muy cuestionable, porque desde el
momento en que ellos creen, con el Concilio Vaticano II, que todo hombre tiene un derecho civil,
es decir, un derecho a su propia creencia, están socavando, en general, todos los dogmas
singulares que ellos creen en particular tener. Dándose cuenta o no, están sustituyendo a la
religión de la Verdad de Dios con la religión de la libertad del hombre, porque la libertad religiosa
es la base de sus creencias. Puede no aparecer así, pero en realidad están poniendo al hombre
en el lugar de Dios.

Por eso, cuando el Cardenal Castrillón tan amablemente invitó a los obispos de la FSSPX a
almorzar con él en Roma el 11 de agosto de 2000, le dije: “Su Eminencia, pertenecemos a dos
religiones diferentes”. Poco más tarde, el Cardenal respondió —en palabras aproximadas—
“¡Pero usted y yo creemos en el mismo Jesucristo, la misma Santa Eucaristía, la misma Iglesia!”

¡Su Eminencia, si lo hacemos y no lo hacemos, fundamentalmente no lo hacemos! Yo siempre


recurro al mismo ejemplo: “Si un matemático cree que dos y dos pueden hacer cuatro o cinco,
mientras que otro considera que sólo son cuatro y nada más que cuatro, ¿tienen la misma
aritmética en la cabeza?” ¡Claro que no! La aritmética del primer matemático puede no descartar
verdades (al igual que Su Eminencia no excluye la Sagrada Eucaristía, etc), pero ¿de qué sirve
eso, si no se excluye al mismo tiempo el error? La verdadera aritmética, por el contrario, suprime
todos y cada uno de los errores que están fuera de línea con la realidad.

Del mismo modo, la verdadera Fe Católica excluye cualquier error de cualquier otra religión,
especialmente el error de la libertad religiosa, que socava la verdad objetiva a fin de establecer la
religión del hombre.

Su Eminencia, pertenecemos a dos religiones diferentes. La verdadera Religión Católica siempre


ha dado a luz a los mártires de la verdad, porque el Catolicismo verdadero condena los errores
del mundo. Por el contrario, la religión de la libertad religiosa, que sólo parece católica, no ha
dado a luz a mártires de esa estirpe, porque está en paz con el mundo y sus errores.

¡Reina de los Mártires, ruega por nosotros!

La Reja, Argentina

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 116


26 de Septiembre de 2009

Y si alguna vez…
… Y si alguna vez los debates que se celebrarán entre Roma y la Sociedad de San Pío X,
parecieren estar llegando a un “acuerdo práctico” no doctrinal entre las partes, entonces todos
los Católicos que deseen salvar sus almas, deberían estudiar minuciosamente ese “acuerdo” —
especialmente la letra pequeña— para ver quién será en el futuro el responsable de nombrar al
líder o a los líderes, y sus sucesores, en la FSSPX aprobada por Roma.

Podría otorgársele cualquier título que satisficiera a cualquiera de las dos partes: “Superior
General” o “Prelado Personal” o “Sumo Señor Ejecutor” (un personaje de noble rango y título); el
nombre no tendrá importancia. Lo crucial será ¿quién será responsable de tomar las decisiones?
y ¿quién designaría a la persona responsable de esas decisiones? ¿Sería ésta nombrada por el
Papa o por la Congregación del Clero, o por cualquier dirigente Romano, o seguiría siendo
nombrado independientemente de Roma, desde dentro de la FSSPX como hasta ahora, a través
de una elección sometida a unos 40 sacerdotes principales de la FSSPX por un período de 12
años (la próxima elección se llevará a cabo en el 2018)? Sin embargo, ¿que le habría dado este
“acuerdo” a Roma si no le otorgara el control de nombrar al líder de la FSSPX?

La historia de la Iglesia Católica está plagada de ejemplos de combates entre los amigos y los
enemigos de Dios —normalmente la Iglesia y el Estado, respectivamente, pero ¡ya no!— por
controlar el nombramiento de los obispos Católicos. Como cualquier amigo o enemigo inteligente
de la Iglesia lo sabe bien, los obispos son la llave de su futuro. (Como Monseñor Lefebvre solía
decir, desafiando los despropósitos democráticos actuales, son los obispos los que forman a la
grey Católica y no la grey la que forma a los obispos.)

Un ejemplo clásico de esta lucha es el Concordato Napoleónico de 1801 a través del cual el
recientemente creado Estado Francés francmasónico se aseguró de adquirir un grado
significativo de control sobre la elección de los obispos en la Iglesia de Francia. Rápidamente
todos los obispos prerrevolucionarios que aún eran demasiado Católicos, fueron hechos a un
lado y la Iglesia fue puesta camino al Vaticano II de modo seguro. De modo semejante, cuando
en 1905 los Francmasones rompieron toda unión del Estado Francés con la Iglesia (lo mejor
para perseguirla), el heroico Papa Pío X se benefició de su indeseada nueva independencia de
ese Estado para designar, y él mismo consagrar, a un pequeño grupo de nueve obispos, cuyo
viril Catolicismo asustó tanto a los Francmasones que tan pronto como Pío X murió, se
apresuraron a volver a renegociar una cierta comunión entre el Estado y la Iglesia, sólo para
conseguir recuperar el control del nombramiento de los obispos Franceses; y el Vaticano II se
puso de nuevo en marcha.

El patrón se repitió en 1988 cuando solamente la fe heroica y la valentía de Monseñor Lefevbre


salvaron a la FSSPX, consagrando a cuatro obispos, con independencia de la desaprobación
explícita de la Roma Conciliar. Los mismos zorros Conciliares pueden hoy en día “regalar el
negocio” para recobrar así el control de los cuatro “patitos feos” de la FSSPX y de sus sucesores
potenciales; ¡los patitos son un exquisito bocado para zorros hambrientos! ¡Dios bendiga al
Padre Schmidberger y a Monseñor Fellay, y a todos los sucesores que mantendrán esa
independencia Católica durante todo el tiempo necesario, mientras Roma se encuentre fuera del
pensamiento Católico!

Kyrie eleison.
Londres, Inglaterra

*.*.*.*

De los Archivos
Pensamientos

(Angelqueen, Marzo de 2006)

Divide y vencerás

Puede ser útil ver una película; hace algunos años vi una llamada Michael Collins, que me
enseñó cierta historia concerniente a mi patria, que nunca había aprendido y que arroja una luz
interesante sobre la situación actual entre Roma y la FSSPX.

Durante siglos Irlanda sufrió bajo la dominación de la vecina Inglaterra. En el siglo XIX un
movimiento nacionalista irlandés cobró fuerza, hasta que en 1916 ocurrió un alzamiento armado
en Dublín, la capital de Irlanda, que fue aplastado por el ejército británico. Sin embargo, cuando
los británicos fusilaron a 16 cabecillas del levantamiento, el sentimiento nacional de Irlanda se
volvió decididamente contra los ingleses, e Irlanda inició una guerra de guerrillas contra el
ejército de ocupación. El movimiento de resistencia fue tan exitoso que forzó una paralización de
las poderosas fuerzas británicas.

En este punto, en 1921, en lugar de la fuerza del león, los británicos recurrieron a la astucia del
zorro. Para finalizar las hostilidades ofrecieron a los irlandeses un tratado de paz, perfectamente
calculado para poner a la mitad de los rebeldes en una situación desagradable para los demás; y
para asegurarse de que fuera aceptado el pacto, los británicos también ejercieron una presión
considerable sobre la clásica debilidad personal del reconocido líder de la resistencia, Michael
Collins.

Efectivamente, cuando Collins volvió a Irlanda con el tratado, la resistencia irlandesa se partió al
medio, a tal punto que los irlandeses abandonaron el combate contra los ingleses, y comenzaron
a luchar entre sí. Fue el comienzo de 18 meses de guerra civil en Irlanda, cuyas cicatrices
perduran en la verde Erin hasta hoy en día.

Para evitar aquella guerra, los irlandeses tendrían que haberse puesto de acuerdo entre sí en
cuanto a lo que Irlanda realmente necesitaba.

Así; ¿Qué es lo que realmente necesita la FSSPX? Me acabo de interiorizar de una cita profética
de un sacerdote francés del siglo XIX, Monseñor Gaume: “En estos tiempos terribles, una
especie de vértigo asalta al mundo. La gente pierde la cabeza, las palabras cambian de
significado. Las mejores inteligencias dejan de razonar, y el resto se vuelven locas. En el
enfrentamiento constante de opiniones contradictorias, las convicciones se tambalean. Como lo
verdadero y lo falso se confunden, también lo hacen el bien y el mal; por lo tanto, se producen
frecuentes errores de juicio, y muy a menudo se cometen acciones que se lamentan por
siempre.”

Esta es una maravillosa descripción de lo que está sucediendo en el mundo que nos rodea. En
su loca carrera por la libertad, el hombre moderno se ha despojado de todas las restricciones
¡incluso se liberaría del aire que respira, si pudiese! Gracias a ser la salvadora y guardiana de la
naturaleza, durante mucho tiempo la Iglesia Católica se opuso a esta locura, pero cuando con el
Vaticano II el grueso de los obispos católicos del mundo aceptó el principio de la libertad
religiosa, entonces todos los diques que restaban se rompieron, y la propia Iglesia fue inundada
por la locura.

Esto se debe a que la libertad religiosa significa liberar a la sociedad civil (o sea a la sociedad
humana, al hombre), de la verdadera religión de Dios. Ahora bien, si el hombre puede ser libre
de la verdad de Dios, ¿qué otra verdad entonces le obliga? Y sin la verdad, ¿para qué es libre la
mente, sino para volverse loca? Pero si la mente se vuelve loca, ¿para qué sirven las buenas
intenciones que aún pudieren quedar?
Durante y después del Vaticano II, Monseñor Lefebvre se mantuvo firme, y fundó la FSSPX para
mantener esa firmeza en su posteridad. Lógicamente, las inundaciones, las aguas que la rodean
por todos lados, golpean contra los diques de la Fraternidad. Por supuesto, la FSSPX no está ahí
sólo para defender sus propios intereses, ni sólo la plenitud de la verdad católica. Está ahí para
evitar que los humanos enajenen sus mentes, para detener el cambio de significado de las
palabras, para impedir que los hombres pierdan la razón. Está ahí para rechazar la
contradicción, para reforzar la convicción, para distinguir claramente lo verdadero de lo falso y el
bien del mal, para evitar errores de juicio y fechorías que se han de lamentar.

Incluso con todos sus aliados, la FSSPX, obviamente, enfrenta aquí una tarea sobrehumana,
pero “Nuestra ayuda está en el nombre del Señor.”

Cómo Él salvará a su Iglesia y rescatará a la humanidad de su fantasía de liberación, no es


nuestro problema. Por otro lado lo que la FSSPX realmente necesita es conservar toda la verdad
mediante la preservación de la plenitud de la verdad católica, en particular contra la
contaminación de sus enemigos conciliares. Que éstos ronden alrededor de la Fraternidad como
polillas alrededor de una vela, es una buena señal. ¡Esto demuestra que la vela está encendida!

Madre de Dios, Sede de la Sabiduría, ruega por nosotros.

La Reja, Argentina

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 117

3 de Octubre de 2009

Error sobre la misa


Una crítica interesante sobre la Fraternidad de San Pío X, básicamente falsa pero en un
minúsculo aspecto verdadera, fue realizada por el Cardenal Castrillón Hoyos en una entrevista
que concedió a un periódico de Alemania del Sur hace diez días (el texto está disponible en
Internet). Él dijo que los líderes de la FSSPX con quienes se reunió en el año 2000 le dieron la
impresión de tener una fijación por la Misa Nueva como si fuese “la fuente de todo el mal en el
mundo”.

Obviamente la reforma de la liturgia latina de la Misa, que sucedió al Vaticano II (1962-1965) no


es responsable de todo el mal en el mundo, pero evidentemente es responsable en gran medida
del mal en el mundo moderno. Primeramente, la Religión Católica es la sola y única religión
instituida por el único Dios verdadero cuando una vez, y sólo una vez, tomó naturaleza humana,
tornándose en el hombre-Dios Jesucristo, hace 2000 años. En segundo lugar, el sacrificio
personal y cruento en la Cruz de Jesucristo, por sí solo capaz de aplacar la justa ira de Dios,
acrecentada por la apostasía mundial de hoy en día, mantiene esa ira aplacada sólo por el
incruento sacrificio renovado en el verdadero sacrificio de la Misa. En tercer lugar, el antiguo rito
latino de esa Misa, cuyas partes esenciales se remontan a los inicios de la Iglesia, fue cambiado
significativamente después del Vaticano II por Pablo VI, de un modo tal que, según él mismo le
comentó a su amigo Jean Guitton, su nuevo diseño agradara a los protestantes.

Pero los Protestantes adquieren su nombre de sus protestas contra del Catolicismo. Esa es la
razón por la cual el rito de la Misa, reformada “en el espíritu del Vaticano II”, reduce severamente
la expresión de verdades Católicas esenciales: en orden, 1º.- La Transubstanciación del pan y
del vino, cumpliendo 2º.- el Sacrificio de la Misa que constituye a su vez 3º.- el Sacerdocio
sacrificante, todo esto 4º.- por la intercesión de la Bendita Madre de Dios. De hecho, la totalidad
de la liturgia latina antigua es la expresión completa de la doctrina Católica.

De tal manera, si es principalmente a través de la asistencia a Misa, y no por la lectura de libros


o la participación en conferencias, que la gran mayoría de los Católicos practicantes absorben
estas doctrinas para vivirlas en su vida diaria; y si haciendo esto actúan como la luz del mundo
contra el error, y como la sal de la tierra contra la corrupción, entonces no hay de qué
asombrarse si el mundo de hoy se encuentra en tal grado de confusión e inmoralidad.
“Destruyamos la Misa y así destruiremos la Iglesia”, decía Lutero. “El mundo podría vivir sin la
luz del sol, antes que sin el Sacrificio de la Misa”, decía el Padre Pío.

Esa es la razón por la cual una urgente prioridad en la fundación de la FSSPX para formar
sacerdotes, era el salvar el antiguo rito latino de la Misa. Gracias a Dios, este rito está ahora
lentamente pero a paso firme retornando a la corriente oficial de la Iglesia (cosa que no sucederá
bajo el Anticristo). Entonces, ahora la Fraternidad de Monseñor Lefebvre debe salvar el
fundamento doctrinal íntegro de esa Misa, de las víctimas y perpetradores del Vaticano II, aún
firmemente establecidos en Roma. Debemos orar arduamente por las “discusiones doctrinales”
que darán inicio este mes entre Roma y la FSSPX.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

“Séame hombre viril y no titubeante”

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 119

17 de Octubre de 2009
“Tristán” – Escenificación

Después de ausentarme por aproximadamente 40 años del Royal Opera House de Londres, fue
un gusto recibir de unos amigos, la semana pasada, un boleto para asistir a la presentación de
“Tristán e Isolda” de Wagner. Fue una tarde muy agradable, pero ¡oh queridos amigos!, ¡la
producción moderna! Los clásicos del ayer son una cosa; su puesta en escena hoy en día,
¡puede llegar a ser completamente distinta!

Un clásico como “Tristán e Isolda”, que fue puesto en escena por primera vez en 1865, se
convirtió en un clásico por su éxito al expresar los problemas humanos y las soluciones que
pertenecen a todos los tiempos. Nunca, por ejemplo, habían sido expresadas tan hábil y
poderosamente las pasiones del amor romántico entre el hombre y la mujer que en el drama
musical de “Tristán”. Pero cada vez que un drama clásico es escenificado, su producción puede
obviamente pertenecer sólo a la época de su puesta en escena. De tal modo, el clásico depende
en sí mismo del autor, pero la producción depende del productor y de cómo él entiende el clásico
que está produciendo.

Wagner puede ser llamado el padre de la música clásica, especialmente debido a la revolución
causada por las armonías cromáticas de “Tristán”, en constante cambio. Nadie puede decir que
Wagner no es moderno. Sin embargo, lo que la producción actual de “Tristán” en el Covent
Garden muestra, es la distancia abismal que existe aún entre el tiempo de Wagner y el nuestro.
Puede ser que este productor no haya entendido el texto de Wagner o simplemente no lo tomó
en cuenta, lo que podemos ver a través de dos ejemplos: En el Tercer Acto, cuando Kuwenal
debería estar buscando el barco de Isolda en el mar, se le muestra observando a Tristán todo el
tiempo. Por el contrario, en el texto de Wagner, cuando finalmente Isolda se apresura y
encuentra a Tristán en su lecho de muerte, ella se encuentra observándolo para poder percibir
tan siquiera una señal de vida, ¡pero este productor la coloca en el piso dándole la espalda! Esta
violación flagrante del texto original, y del sentido común, se hizo presente a través de toda la
obra, de principio a fin.

¿Qué es lo que el productor pensó que estaba haciendo? Me gustaría saberlo. O no tenía
sentido común o, si lo tenía, se propuso desafiarlo deliberadamente. Peor aún, la Royal Opera
House probablemente le pagó una gran cantidad para que lo hiciera, debido a que a su juicio la
audiencia de hoy en día disfrutaría el reto. A uno se le viene a la mente Picasso cuando decía
que sabía que su arte no tenía sentido, pero también sabía que era lo que la gente quería. En
efecto, el público de la semana pasada, que debería haber abucheado las tonterías que
sucedían en el escenario, en lugar de eso atendió a la obra con docilidad y aplaudió
calurosamente. En el país natal de Wagner, hoy en día, a menos que esté equivocado, las
producciones clásicas de sus operas son raras.

Uno está obligado a preguntarse, ¿qué es lo que está pasando con el sentido común? ¿Hacia
dónde se dirige la audiencia de hoy en día? ¿Cómo podrá la gente sobrevivir por un largo tiempo
si encuentra placer, por ejemplo, en amantes que se dan la espalda al momento de morir?
Objeción: esto es solamente teatro. Contestación: el teatro refleja como un espejo a la sociedad.
Conclusión: la sociedad hoy en día, o no tiene sentido común, o está pisoteando el poco que le
queda. Ya que el sentido común es el sentido de la realidad, esta clase de sociedad no puede
sobrevivir.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

El acorde de “Tristán”

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 120

24 de Octubre de 2009

A una estructura objetiva del alma humana, corresponde una estructura objetiva de la música.
Ambas pueden ser perturbadas por las opciones discordantes de los hombres; pero el libre
albedrío subjetivo no puede cambiar estas estructuras, ni su correspondencia recíproca. ¿No es
sentido común que así como es corriente la música suave en los supermercados para estimular
a las mujeres a comprar, se ejecuta música vigorosa en el ejército para incitar a los hombres a
marchar? La mercadotecnia y la milicia son actividades demasiado reales para permitir que las
interfieran las fantasías del liberalismo.

Aún así, los liberales fantasean. De ahí, sin duda, la actual producción de “Tristán e Isolda” en el
Covent Garden, que se esfuerza en “desconstruir” la obra maestra de Wagner, como se
describió en el Comentario Eleison de la semana anterior. Sin embargo, un artículo de dos
páginas incluido en las notas del programa para la misma producción, ilustra la correspondencia
objetiva entre clases de música y clases de reacciones humanas. Quisiera poder citarlo todo,
pero no se asusten de los detalles técnicos, lectores, porque estos son precisamente los que
prueban el punto.

El artículo está tomado del libro “Vorhang Auf!” (“Arriba el telón”), de un director alemán que aun
vive: Ingo Metzmacher. Se centra en el famoso “Acorde Tristán”, que aparece por primera vez en
el tercer compás del preludio. El acorde consiste en un tritono (o cuarta aumentada), fa y si abajo
de do central (do4) y arriba de él, una cuarta: re sostenido y sol sostenido. En este acorde, dice
el autor, hay una tremenda tensión interna en busca de una resolución, pero de las cuatro veces
que este acorde aparece en los primeros 14 compases del Preludio, sólo se resuelve en la
dominante 7ª; un acorde irresoluto de por sí y que clama por una resolución. Y cuando al final se
alcanza un acorde estable en fa mayor en el compás 18, inmediatamente es desestabilizado por
una nota baja elevándose un semitono medio compás adelante, y así sucesivamente.

Los semitonos son de hecho la clave, dice Metzmacher, del nuevo sistema armónico inventado
por Wagner en “Tristán” para expresar el anhelo ilimitado del amor romántico. Los semitonos
“actúan como un virus; no hay sonido que esté a salvo de ellos y no hay nota que pueda estar
cierta de que no variará hacia arriba o hacia abajo”. Los acordes así fraccionados
continuamente, reparados e inmediatamente fraccionados otra vez, constituyen una procesión
implacable de estados de tensión irresoluta, que corresponde perfectamente en música al deseo
mutuo de los amantes, “creciendo inmensurablemente como un resultado de la imposibilidad de
encontrarse plenamente”.

Pero Metzmacher señala el precio que se ha de pagar: la música basada en el sistema de


claves, una mezcla estructurada de semitonos con tonos plenos, “toma su fuerza vital de una
habilidad de darnos con una clave particular, la sensación de estar en casa”. Por el contrario, con
el sistema de Tristán, “nunca podemos estar ciertos de que un sentimiento seguro no es en
realidad una decepción”. Así, el acorde de Tristán “marca un punto de inflexión en la historia no
sólo de la música, sino de toda la humanidad”. Metzmacher entendería bien el viejo proverbio
chino: “cuando la modalidad de la música cambia, los muros de la ciudad tiemblan”.

Quizá como la música tonal subvertida de “Tristán”, así este productor del Convent Garden
intentó subvertir “Tristán”. Entonces ¿dónde se detiene la desconstrucción de la vida y la
música? Respuesta no wagneriana: ¡En las verdaderas celebraciones de la Misa! Con la Nueva
Misa Masónica, los verdaderos Católicos nunca se sentirán en casa.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 122

7 de Noviembre de 2009

La Escuela de Fráncfort

Valiosas lecciones para todos los amigos y amantes de la “Civilización Occidental” pueden
entresacarse de un análisis sobre la desviación a la izquierda en los Estados Unidos de los 60´,
realizado por un Profesor en Psicología de California; estudio que puede ser consultado en el
sitio http://www.theoccidentalobserver.net/articles/MacDonald-WheatlandII.html. El Profesor
Kevin MacDonald analiza allí la crítica de la cultura de masas presentada en un libro acerca de
“La Escuela de Fráncfort en el Exilio”.

Es necesario conocer mejor a La “Escuela de Fráncfort”. Era un pequeño pero muy influyente
grupo de intelectuales no-Cristianos quienes, cuando Hitler subió al poder, emigraron de
Alemania hacia los Estados Unidos de Norteamérica en donde, junto con un grupo afín de
Trotskistas de Nueva York, siguieron ejerciendo una influencia fuera de toda proporción con el
número de sus integrantes. Sintiendo una profunda alienación de la “cultura tradicional Anglo-
Americana”, dice MacDonald, le hicieron la guerra, promoviendo al individuo contra la familia, a
la multi-cultura contra el liderazgo de la raza blanca, y al modernismo contra la tradición en todos
los ámbitos, especialmente en las artes. “El deseo de Theodor Adorno de una revolución
socialista lo inclinó a favorecer la música Modernista, la cual dejaba al que la escuchaba con un
sentimiento de insatisfacción y desubicación; música que consciente e intencionalmente evitaba
la armonía y la predictibilidad”. La “Escuela de Fráncfort” quería “el fin del orden que engendró a
la sonata”.

La “Escuela de Fráncfort” despreciaba la carencia del anhelo por la Revolución de la gente


americana, y sus integrantes culpaban a la “pasividad, escapismo y conformismo” de esta gente
—dice el Profesor— y al control de la cultura de masas en general por el “capitalismo tardío”, a
través, por ejemplo, de organizaciones conservadoras que imponían estándares morales en
Hollywood. Sin embargo, cuando en los 60′ ellos mismos obtuvieron el control de los medios de
comunicación, de las universidades y de la política, explotaron al máximo la cultura de masas,
Hollywood, y la condición de conformismo y adormecimiento de la gente, para sesgarlos hacía la
izquierda. El Profesor lamenta el vicioso ataque resultante en contra de los “intereses de la raza
blanca”, de la “identidad blanca” y de la “población tradicional y la cultura de Occidente”.

El Profesor tiene razón en varios aspectos. Por ejemplo, la guerra no es principalmente entre
capitalismo y comunismo, como los izquierdistas originalmente pensaban y como muchos
norteamericanos aún creen. El confort materialista ha arrullado a los Americanos hasta dejarlos
dormidos, tanto después como antes de los 60´. También, estén fuera de control o no, Hollywood
y la cultura juegan un papel muy importante en moldear las mentes y las masas (razón por la
cual en los “Comentarios Eleison” frecuentemente se abordan temas culturales). Además, allí
existe un pequeño grupo, consciente y resuelto, de enemigos de la “cultura tradicional
Occidental”, que tienen una elevada influencia.

Sin embargo, para defender “los intereses de la raza blanca”, el Profesor necesita ir más allá de
esos intereses en sí. El problema real es religioso. ¿Por qué los europeos de raza blanca
siempre tenían tanto para dar? Porque por siglos y siglos cooperaron con la gracia de Dios, para
aprovechar mejor la Fe Católica. ¿Por qué es que este pequeño grupo de izquierdistas aborrece
tanto a la “cultura Occidental”? Porque en esta se encuentra lo que resta todavía de esa Fe. ¿Y
por qué es que ese pequeño grupo se tornó tan poderoso de los 60´ en adelante? Porque en el
Vaticano II (1962-1965) los mismos “Blancos” fueron principalmente responsables de la traición
de los Católicos oficiales contra la Fe, que tuvo lugar en ese Concilio. El triunfo actual de los
izquierdistas es, ni más ni menos, un justo castigo de Dios.

Profesor, no está usted adormecido ¡Ahora vaya y consiga un Rosario!

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson
Comentario Eleison Nº 123

14 de Noviembre de 2009

La femineidad redescubierta
Cuando un pueblo amurallado está siendo asediado, y el enemigo está continuamente atacando
una parte de sus muros, los habitantes deben continuar defendiendo ese sector de la muralla.
Hoy en día el enemigo de la humanidad, Satanás, está permanentemente atacando a la
verdadera femineidad, porque sin verdaderas mujeres no pueden existir verdaderas madres, ni
una vida de familia verdadera, ni niños verdaderamente felices y por ende tampoco seres
humanos verdaderos. Quisiera citar el testimonio completo de otra ex feminista, quien me
escribió hace algunos meses para agradecerme por “afirmar y sostener nuestra naturaleza
verdadera como mujeres”, de acuerdo a cómo ahora ella lo percibe. Lo que sigue es un escueto
resumen de su carta, que debe ser considerada un clásico por su contenido:

“Nacida a mediados de los años 60′, tuve un padre violento y abusivo, y he carecido de una
figura paterna desde entonces. Después de que el murió, cuando yo tenía 14 años, rechacé mi
fe Católica y me alejé de la Iglesia… es difícil creer en un Dios de amor cuando no eres amada
por tus propios padres. Lejos de la Iglesia abracé al feminismo radical y al paganismo, y terminé
odiando los vestidos porque estos eran retratados como una forma inferior de vestir a la que
usaban los varones. Me pregunto ¿de dónde saqué la idea de que las mujeres son débiles?
Ahora entiendo que las mujeres no son para nada débiles, sino que somos fuertes en aspectos
diferentes a los de los hombres.

Fui a la Universidad determinada a demostrar que podía hacer cualquier cosa que un hombre
hiciera, pero en mis próximos siete años como oficial de policía, me di cuenta de que la
agresividad y el dominio requeridos por aquel trabajo no se me daban naturalmente, y que nunca
podría ser tan fuerte físicamente como los hombres. Así es que equiparé cualquier signo de
femineidad en mí, con una debilidad. Al mismo tiempo, como feminista radical, odiaba a los
varones y deseaba no necesitar a ninguno de ellos; y debido a toda esa basura feminista, casi no
llegué a casarme. Pero al promediar los treinta años, me di cuenta de que corría el riesgo de
quedarme sola por el resto de mi vida, así es que decidí comenzar a salir con muchachos. Poco
tiempo después conocí a mi futuro esposo.

Cuando él me pidió que usara un vestido porque era más atractivo, ¡exploté! Sin embargo, me lo
probé únicamente para darle gusto. Fue entonces que mi comportamiento empezó a cambiar
lentamente, y a medida que empecé a actuar y a sentirme más femenina, descubrí que me
gustaba sentirme así porque lo sentía natural para mí. Cuando después de algún tiempo nos
casamos, mis prioridades cambiaron, y deseaba intensamente quedarme en casa. En el trabajo
puedo ser positiva, pero no es algo que disfrute. Entiendo perfectamente ahora que es normal
para mí, como mujer, preferir no ser el líder, porque esa es la manera en que Dios me diseñó. He
pasado toda mi vida de trabajo tratando de competir con hombres e intentando ser como ellos, y
esto me ha hecho infeliz y sentirme fracasada, porque por más que lo intentaba, no soy como los
hombres ni nunca podré serlo, porque no soy un hombre.

Fue el amor de mi esposo que me permitió, después de 26 años, volver a la Iglesia a


regañadientes; ¡pero Dios me llamaba! Allí encontré todo algo diferente de lo que recordaba, y
para empezar no estuve de acuerdo con la postura de la Iglesia en todas las cuestiones que
involucran a las mujeres. Pero a medida de que leía más, mis ojos se abrieron y me di cuenta,
entre otras cosas, de cómo la manera en que visto da forma a mis sentimientos e inclusive a mi
personalidad. Cuando me pongo vestidos o faldas me siento gentil y femenina, más natural. Mi
educación continua en las enseñanzas de la Iglesia, que incluye las «Cartas del Rector», me ha
ayudado a respetarme a mí misma como mujer y no como un pseudo-varón. Es en detrimento de
todos que el feminismo haya echado raíces en nuestra cultura.” (Fin del testimonio).

Madre de Dios, por favor consigue para nosotros hombres viriles, sin los cuales difícilmente
tendremos mujeres femeninas.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 124

21 de Noviembre de 2009

Delincuencia sin igual I


Para destacar una vez más la delincuencia sin igual del Concilio Vaticano II (1962-1965), dos
semanas no resultan demasiadas para responder a la objeción razonable de un lector al
argumento del “Comentario Eleison” de hace tres semanas (31 de octubre). Dicho argumento
sostenía que los ritos sacramentales de la Nueva Iglesia, introducidos como secuela del Concilio,
son de tal naturaleza que a largo plazo invalidarán los sacramentos de la Iglesia, debido a que
fueron diseñados para que a través de su ambigüedad puedan corroer la intención sacramental
del Ministro (sea obispo, sacerdote o laico), sin la cual no puede haber sacramento.

El lector interpuso su objeción sobre la base de la enseñanza clásica de la Iglesia que dice que
las fallas personales del Ministro sacramental, aún su falta de fe, pueden ser compensadas por
la Fe de la Iglesia en cuyo nombre él está suministrando el sacramento (cf. Summa Theologiae,
3a, LXIV, 9 ad 1). Así —tomando un ejemplo clásico— un judío que no posee en lo más mínimo
la Fe Católica puede, sin embargo, válidamente bautizar a un amigo en su lecho de muerte,
siempre y cuando el judío sepa que la Iglesia Católica realiza algo cuando bautiza, y tenga la
intención de realizar esa misma cosa que la Iglesia realiza. Esta intención de hacer lo que la
Iglesia hace, la demuestra al pronunciar las palabras y al llevar a cabo las acciones establecidas
en el rito de la Iglesia para el sacramento del bautismo.

Por lo tanto, argumentaba nuestro lector, la Nueva Iglesia puede haber corrompido la fe del
Ministro Católico, pero la Iglesia Eterna compensará cualquier carencia de su fe, y los
sacramentos que él administre seguirán siendo válidos. En esta situación, la primera parte de la
respuesta a la objeción es que si los ritos sacramentales de la Iglesia Conciliar atacaran
únicamente la fe del Ministro, la objeción sería válida, pero si también socavan su intención
sacramental, entonces no habrá sacramento alguno.

Otro ejemplo clásico debería dejar este asunto muy en claro. Para que el agua fluya a través de
una tubería de metal, no importa si el conducto está hecho de oro o de plomo, pero para que el
agua corra, la tubería necesita estar conectada a la llave del agua de algún modo. El agua es la
gracia sacramental; la llave es la fuente principal de esa gracia, Dios per se. La tubería es la
fuente instrumental, llamado el Ministro sacramental, a través de cuyas acciones la gracia del
sacramento fluye desde Dios. El oro o el plomo representan la santidad o ruindad del Ministro.
Por lo tanto, la validez del sacramento no depende de la fe personal o de la infidelidad del
Ministro, pero sí depende de que él se conecte a la fuente principal de la gracia sacramental que
es Dios.
Esta conexión la realiza precisamente por su intención de hacer lo que la Iglesia hace. Por medio
de esa intención se pone como instrumento en las manos de Dios para que el Altísimo vierta la
gracia sacramental a través de él. Sin esa intención sacramental, él y su fe pueden ser de oro o
de plomo, pero estará desconectado de la llave. Queda por demostrar, la semana entrante, cómo
el Concilio Vaticano II fue diseñado y es apto para corromper no sólo la fe del Ministro, sino
también cualquier intención sacramental que éste pudiera tener.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 125

28 de Noviembre de 2009

Delincuencia sin igual II

En el “Comentario Eleison” de la semana pasada me comprometí a demostrar que el Vaticano II


fue diseñado para invalidar los sacramentos de la Iglesia introduciendo ritos sacramentales cuya
deliberada ambigüedad corrompería, en el largo plazo (“después de 50 años”, decía el Cardenal
Lienart en su lecho de muerte), la intención sacramental indispensable de los Ministros. Pero el
Vaticano II tendrá que esperar hasta la semana próxima. Esta semana necesitamos analizar con
detenimiento el mecanismo de la intención humana para poder entender que el Ministro
sacramental necesita tener en su cabeza una idea fundamentalmente sana de lo que la Iglesia
es y hace.

Cuando un ser humano tiene la intención de algo, o intenta alcanzar alguna meta, necesita
primero tener en su cabeza la idea del objetivo que quiere lograr. De hecho, nadie puede
perseguir una meta sin tener en principio la idea de ésta en su cabeza, y se puede perseguir tal
objetivo solamente a través de la idea que se tiene del mismo. Pero las ideas dentro de la
cabeza de cualquier ser humano, pueden o no corresponder a la realidad que impera fuera de su
mente. Si su idea corresponde a la realidad, puede entonces alcanzar su meta. Si no
corresponde, puede llevar a cabo su idea pero no alcanzará su objetivo.

Tomemos por ejemplo un padre de familia que tiene la intención de hacer felices a sus hijos,
pero cuya idea de cómo lograr esto consiste en relajar toda clase de disciplina en su casa. ¡Dios
mío!, la indisciplina hace a los niños infelices, no felices; así es que cuando el papá relaja la
disciplina, logra la relajación pero no la felicidad de los pequeños. Él llevó adelante su idea pero
no alcanzó la realidad, porque su idea estaba desconectada de la realidad.

Ahora bien, para que un sacramento sea válido, el Ministro (obispo, sacerdote o laico) debe tener
la intención de “hacer lo que la Iglesia hace”, como expliqué la semana pasada, de modo de
lograr poner su acción instrumental bajo la acción primordial de Dios, única fuente de toda gracia
sacramental; así es que antes de administrar el sacramento, tiene que tener una idea de lo que
“la Iglesia hace”, lo que requiere una idea previa de lo que la Iglesia es. Por lo tanto, si sus ideas
de lo que la Iglesia es y lo que la Iglesia hace no se corresponden con las realidades Católicas,
¿cómo puede tener la intención de hacer lo que la Iglesia verdadera hace?, y por lo tanto, ¿cómo
puede administrar sacramentos verdaderos? Si por ejemplo este Ministro cree verdaderamente
que la Iglesia es una clase de “Club para Creyentes Sentimentalistas”, o que la Misa es el picnic
de esa comunidad y el Bautismo el rito de iniciación para pertenecer a ese Club, puede entonces
alcanzar su objetivo de concretar el picnic o formalizar la iniciación, pero lo que realizará nunca
será una Misa o un Bautismo Católico.

Ahora bien, uno podría objetar que un ministro de esa clase tiene la intención implícita de “hacer
lo que la Iglesia hace y siempre ha hecho”, pero su Intención sacramental no resulta
necesariamente válida. Por ejemplo, de acuerdo a la “hermenéutica de la continuidad” que reina
hoy dentro de la Nueva Iglesia, no debe interpretarse ninguna ruptura entre la Iglesia Católica y
la Nueva Iglesia, ni entre la Santa Misa y el picnic; ¡todo debe ser entendido como un desarrollo
armónico! Así es que la voluntad de celebrar la Santa Misa descartando el picnic, o el propósito
de disfrutar del picnic excluyendo a la Santa Misa, deben considerarse disposiciones que
muestran la misma intención: supuestamente, ¡la de realizar “Misapicnics”! ¡Dicha
“hermenéutica” hace posible reconciliar cosas que son, en realidad, irreconciliables! Pero,
¿puede alguien que tenga esta “hermenéutica” en su cabeza, realizar sacramentos en realidad
válidos? Como dicen los Yanquis, “¡Vaya uno a saber!” Sólo Dios sabe.

Esta manera de pensar es la razón por la cual existe una confusión casi sin esperanza en la
Iglesia de hoy. ¿Qué se necesitará para que los clérigos católicos vuelvan a ver a los gatos como
gatos y no como perros, y a reconocer a los perros como perros y no como gatos? ¡Un
cataclismo!

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson
Comentario Eleison Nº 126
6 de Diciembre de 2009
Delincuencia sin igual III
Para que un sacramento Católico sea administrado válidamente, el Ministro debe tener la
Intención “de hacer lo que la Iglesia hace” (“Comentario Eleison” 124). Dicha Intención requiere
que el Ministro tenga por lo menos una idea mínimamente correcta de lo que la Iglesia es y hace
(“Comentario Eleison” 125). Ahora solamente falta por mostrar que el Vaticano II debilitó dicha
Intención corrompiendo esa idea, y de una forma como nunca antes fue corrompida en toda la
historia de la Iglesia.

Eso es debido a que el Vaticano II fue la oficialización, o el reconocimiento oficial dentro de la


misma Iglesia Católica, del humanismo anti-Católico que se remonta por lo menos al
Renacimiento de los años 1400. Por siglos posteriormente, los sacerdotes Católicos que
adoraban al único Dios verdadero se habían resistido fuertemente a sustituirlo por la adoración
del hombre del mundo moderno, pero a medida que ese mundo, a través de 500 años se fue
haciendo más y más pagano, dichos sacerdotes finalmente se rindieron en los ’60 del siglo
pasado, y con el Vaticano II comenzaron a seguir al mundo moderno en lugar de guiarlo.
Siempre habían existido dentro de la Iglesia seguidores del mundo, ¡pero nunca antes ese rumbo
se había hecho oficial en la Iglesia Universal!

Sin embargo, los padres del Concilio no querían ni podían dar la espalda a la religión antigua de
un solo tajo, en parte porque todavía creían en ella y en parte porque tenían que guardar las
apariencias. Esta es la razón por la cual los documentos del Concilio se caracterizan por su
ambigüedad, mezclando la religión de Dios en el lugar de Dios, con la religión del hombre en el
lugar de Dios. Esta ambigüedad significa que los Católicos conservadores bien pueden apoyarse
en los textos del Concilio para aseverar que el Vaticano II no excluye la religión antigua, así
como los Católicos progresistas pueden apoyarse en el espíritu implícito de esos mismos textos
para aseverar que el Concilio estaba promoviendo la nueva religión; y con estos documentos,
tanto los conservadores como los progresistas ¡tienen razón! Es así como la religión antigua aún
estuvo presente en el Vaticano II, pero sus cimientos ya habían sido dañados, y desde entonces
ha venido desapareciendo.

Una ambigüedad similar aqueja a los Ritos sacramentales “reescritos” bajo el espíritu del
Concilio, asamblea que rendía tributo hacia el exterior a la religión de Dios, pero hacia su interior
abrazaba ya la religión del hombre. La religión antigua aún puede subsistir ahí debido a que las
Formas sacramentales (las palabras que son esenciales para su validez) no son, por regla,
automáticamente inválidas, pero al mismo tiempo todos los Ritos que rodean dichas Formas se
están deslizando hacia la nueva religión. Por lo tanto, debido a la presión suave pero feroz del
mundo moderno para ubicar al hombre en el lugar de Dios, y dado que todos los Ministros
sacramentales poseen nuestra pobre naturaleza humana, la cual, al sentirse bajo presión
fácilmente se inclina hacia el camino menos difícil, se tiene como resultado que estos nuevos
Ritos son hechos a la medida para debilitar eventualmente la Intención sacramental de los
Ministros y, con ello, la validez de los sacramentos.

Católicos, mientras evitan ustedes los nuevos Ritos, mantengan el equilibrio de la verdad. No
digan que estos Ritos son automáticamente inválidos; ni tampoco, porque puedan ser válidos,
que son inofensivos. Aún si son válidos, debilitan la Fe. Con respecto a los sacerdotes que los
utilizan, no digan que han perdido la Fe, ni que son inofensivos si los emplean. Estos Ministros
pueden bien conservar la Fe, pero pueden correr el riesgo de dañarlos a ustedes si utilizan Ritos
diseñados para debilitar su Fe. Busquen los Ritos antiguos y los sacerdotes que utilizan estos
ritos. Al hacerlo estarán ayudando a salvar el honor de Dios, su verdadera Religión y muchas
almas que están perdiéndose sin esa religión.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

Monseñor Williamson
Comentario Eleison Nº 127
12 de Diciembre de 2009
Calmando la confusión

Nos ha tomado tres ediciones de los “Comentarios Eleison” el poder desenmarañar por qué el
presunto testimonio del Cardenal Lienart en su lecho de muerte (“Comentario Eleison” 121)
podría fácilmente considerarse verdadero, dado que corresponde exactamente a la manera por
la cual la validez de los sacramentos Católicos ha sido puesta en peligro por los ritos
sacramentales conciliares que fueron introducidos después del Vaticano II (“Comentarios
Eleison” 124, 125 y 126). Un amable crítico piensa que me he preocupado demasiado por
defender la validez de los sacramentos conciliares, pero no quiero más exagerar su validez,
tanto como su invalidez.

Es evidente que ninguna persona razonable que ame la verdad, quiere hacer otra cosa que
alinear su mente con la realidad, porque la verdad se define como “la adecuación entre la mente
y la realidad”. Si una situación es negra, quiero llamarla negra. Si es blanca, diré que es blanca.
Y si está conformada por una variada gama de grises, quiero que tome esa exacta tonalidad de
gris en mi mente; ni un gris más oscuro ni más blanquecino que el que es en realidad.

Ahora, es cierto que cualquier sacramento que se haya administrado en la vida real habrá sido
válido ó inválido. No existen más matices entre válido e inválido, que las que hay entre estar
embarazada o no estarlo. Pero si consideramos en su totalidad los sacramentos conciliares que
se administran a través de la Nueva Iglesia, sólo podemos decir que algunos son válidos y
algunos inválidos; todos ellos han sido puestos en una pendiente hacia la invalidez por la idea
básica de los ritos conciliares de reemplazar la religión de Dios con la religión del hombre. Esta
es la razón por la cual la Nueva Iglesia está en camino de desaparecer completamente y la razón
por la que la FSSPX no puede, de ninguna manera, permitirse ser absorbida por aquella.

Pero ¿en qué punto exactamente de ese declive, un determinado sacerdote o grupo de
sacerdotes, por ejemplo, ha perdido la idea de lo que la Iglesia es, a tal grado que ya no pueden
tener más la intención de hacer lo que la Iglesia hace? Solo Dios sabe. Bien podría ser que
llegar a ese punto pueda exigir más que lo que sugerí en el “Comentario Eleison” 125; quizás
tome menos, como sugiere nuestro crítico. Cualquiera que sea el caso, ya que solamente Dios
puede tener la certeza de ello, yo no necesito saberlo. Solamente necesito tener en mi mente
bien claro que los ritos conciliares han puesto a los Divinos Sacramentos en una pendiente que
los aleja de Dios, y una vez que me sea evidente que están ayudando a destruir la Iglesia —
porque para eso fueron diseñados— debo mantenerme alejado de tales ritos.

Mientras tanto, en cuanto a en qué punto exacto en la caída de la pendiente se encuentra éste o
aquel sacerdote, o inclusive la Nueva Iglesia como un todo, aplicaré el gran principio de San
Agustín: “En las cosas ciertas, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad.” Y
como en un marco de certidumbres tal, dentro de la Nueva Iglesia no todo es Católico, ni todavía
todo ha dejado de serlo, quiero otorgar a mis compañeros Católicos la misma libertad de juzgar
las cosas inciertas como espero que ellos me lo permitan también. Madre de Dios, ¡obtén el
rescate de la Iglesia!

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

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