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Otra versión del Diablo

Por Ybrahim Luna

Un niño le pregunta a su padre: ¿por qué Dios creo al Diablo? Y el padre le responde
¿y quién te dijo que el Diablo fue creado?

Es probable que el Diablo siempre haya estado allí al igual que Dios porque, en buena
cuenta, serían la misma entidad simbólica.

No se busca aquí replantear postulados teológicos ni inducir a teorías conspirativas


respecto a la Fe, tan solo analizar desde la curiosidad del sentido común una versión
nueva de los postulados católicos.

En la mitología griega, Prometeo movido por su amor a los hombres “les regala el
tesoro del fuego sagrado aunque para ello se haya visto obligado a robárselo al propio
Júpiter, quien le hace pagar de forma terrible su generosa contribución a la
humanidad, ordenando a Mercurio que lo precipite en el Tártaro y lo encadene en la
cima del Cáucaso, donde durante cientos de años un buitre le devoraría las entrañas,
las mismas que se regenerarían para continuar con el suplicio eterno. Los hombres
también recibieron su castigo con un intenso Diluvio”.

Finalmente, Hércules dio muerte al buitre y Júpiter perdonó a Prometeo. Desde


entonces el mito de “Prometeo Encadenado”, gracias a Esquilo, representa “la imagen
viva del espíritu luchando con la materia inerte, como la razón en pugna con la fuerza,
como la personificación de lo grande y elevado contra lo bajo y rastrero”.

Prometeo no solo es condenado por el acto del robo en sí, sino por la osadía misma
de compartir la razón -esa sabiduría reservada a los Dioses- con los simples mortales,
movido únicamente por el amor.

Desde las primeras teorizaciones respecto a la dualidad del Bien y el Mal, estaban
presentes, y emparejadas, las de la Razón y la Ignorancia, las del Control del
conocimiento y los Instintos más primarios. Entiéndase, el hombre que se dejara guiar
por sus instintos se guiaría por el mal, el hombre que actuara cobijado por la razón
sería alumbrado por la antorcha del Bien. Dios está en el discernimiento y el equilibrio
y el Diablo en los instintos que solo buscan satisfacerse.

En el Edén, ese paraíso del embotamiento y la flacidez, Dios prohíbe a Adán y Eva,
los primeros humanos según las creencias judía, cristiana y musulmana, probar de los
frutos del árbol del conocimiento bajo riesgo de muerte. Pero, ¿qué padre que ame a
sus hijos les negaría la luz del conocimiento? ¿Qué riesgo podrían correr los humanos
de ser dueños de su propio destino?

Dios plantea la prohibición como una subrepticia invitación a la desobediencia. No


existiría tal tentación sino existiese la necesidad de transgredir. No existían
necesidades en el Paraíso, recuérdese. ¿Para qué la necesidad de controlarse? Pero
ya que los primeros humanos poseían la pureza de la más conspicua ignorancia, salvo
para revolotear como hippies en el verde jardín, fue necesario que apareciera un ente
disociador que adoptase el papel de facilitador de la inminente transición, a riesgo de
ser condenado eternamente por tal acción. Dicho sea de paso, si Adán y Eva lograron
ser tentados es porque algo más que mera curiosidad debieron poseer en sus almas
perfectas.
Satanás, el ángel caído (“Lucifer (del latín lux [‘luz’] y fero [‘llevar’]: portador de
luz”), expulsado al Caos por rebelarse contra Dios, aparece en el Edén en forma de
serpiente para tentar a Eva a probar del fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y el
Mal, y así extender el “pecado mortal” a Adán y a la humanidad futura.

La figura simbólica de Satanás es probablemente la del primer indicio de razón propia


después de Dios. Su rebelión -toda rebelión- requiere de un conocimiento que se
oponga a otro. Satanás fue dotado de razón antes de que Adán y Eva pecaran de
desobediencia.

Satanás es la imagen del hijo caído y castigado por rebelarse contra el Padre, similar a
la de Prometeo condenado por robar el fuego sagrado de su dios supremo Júpiter.
Ambos pecaron de discernimiento y de intencionalidad personal, ya sea por envidia o
por amor: ambas características muy humanas.

Algunas religiones, tradiciones o doctrinas (Yezidismo, Luciferismo o los Gnósticos)


consideran a Lucifer como una entidad positiva, libre de oscuridad, que “se rebeló
contra Dios para darle a la Humanidad la sabiduría, (y que luego) Dios lo perdonó
y restauró como su ángel predilecto”.

Entonces, si Dios hizo una invitación subrepticia a la desobediencia, Satanás solo fue
un vehículo de ese plan que buscaría, en buena cuenta, el despertar del hombre a la
razón, y a todas sus aristas, ventajas y desventajas. Esa serpiente pudo ser el mismo
Dios que en su infinita gracia, y a pesar de su deseo de protección eterna a sus hijos
amados, tuvo que dar el empujón para que los polluelos dejasen el nido y se
enfrentasen a la realidad, con el inmejorable regalo de la brillante tea del
conocimiento. Dios practicó el libre albedrío en su más desprendida expresión, le dio al
hombre la libertad de darle espalda.

No se podría entender un amor sincero si el mismo Padre hubiese creado a los


humanos y al amor en forma perfecta para mantener un sistema jerárquico basado en
una conducta inconciente, repetitiva y eterna. ¿Qué padre desearía que sus hijos lo
amasen por el cumplimiento al pie de la letra de un mandato judicial?

Bajo la deducción de que Dios es Todo y que ni un cabello se mueve sin su voluntad,
el mismo Dios pudo crear el equilibrio a través de la razón, materializando el peso
contrario de la balanza en una entidad o actitud que proviniese de Él mismo. Dios
puede ser el otro lado del espejo, creando por ecuación matemática “el Mal” que
nosotros podemos elegir, evitar o combatir. Por ejemplo, ¿Judas fue tentado a actuar
con traición o tenía una misión que debía cumplir a través del más doloroso sacrificio?
¿Tras de Judas estaba Satanás o el mismo Dios?

Jorge Luis Borges, en su cuento Tres versiones de Judas (Ficciones – 1944) hace una
disertación literaria interesantísima sobre a la equivalencia de los órdenes
complementarios: “El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio,
de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para
corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos
los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas,
único entre los apóstoles intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El
Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a
delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se
apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra
corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las
incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los
treinta denarios y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aun más la
Reprobación”.

Muchas religiones y creencias consideran la no existencia del Diablo, explicando la


maldad como el nivel de lejanía de uno con respecto a Dios. Eso asume que la
oscuridad también proviene de Dios, pero que nosotros tenemos la libertad de elegirla
gracias a que poseemos el poder de discernir entre el bien y el mal.

Como dicen algunos: el Cielo en el otro mundo, el Infierno en la Tierra. Dios en el


alma, el Diablo en la carne. La figura mítica del Diablo fue la identidad secreta de
Dios. Luego el hombre adoptó e hizo suya esa figura para justificar su debilidad y
alimentar los miedos propios y ajenos. Así el hombre le dio cuerpo y consistencia (y
cuernos) a lo que para Dios solo era una idea de complementariedad.

Las posesiones demoníacas son parte del juego simbólico. La idea de ser “poseídos”
nos asusta, nos aterra, nos aleja del mal y nos acerca más a Dios. El Mal encarnado
tiene muy mala publicidad al perder casi siempre en los exorcismos. Lo que hace
realmente el Diablo a través de ese juego macabro es poner a prueba nuestra Fe,
fortalecerla y difundirla, como a través de los Santos, por ejemplo, tantas veces
tentados cuando eran simples hombres y tantas veces vencedores. Los demonios son
tan inferiores a la sola presencia divina, como cuando le suplicaron a Cristo quedarse
por lo menos dentro de cerdos antes de desbarrancarse. En resumen, la idea del
Padre jugando con su propia sombra para asustar al niño y así atraerlo a sus
brazos protectores.

La Iglesia ha jugado un papel curioso en el desarrollo de la razón como identidad de la


sociedad moderna. Durante mucho tiempo sometió todo atisbo de pensamiento
independiente, persiguió a los librepensadores hasta la misma hoguera, sumió a la
humanidad en una época de oscurantismo, creó un sistema contra el progreso, impuso
límites al conocimiento para mantener un régimen opresor basado en creencias. La
razón entonces tenía un dueño: La Iglesia. Solo esa razón prevalecería y no la de los
demás. La razón basada en los férreos dogmas de una Fe ciega.

Tuvieron que transcurrir varios siglos hasta que el Renacimiento terminase con la
oscuridad imperante en la Edad Media, reactivando el conocimiento y su difusión.

Sin embargo, la evolución nos muestra un lado muy sugestivo de las teorizaciones
teológicas. El hombre adquirió la razón a través de millones de años, y ésta le sirvió
para avanzar de una manera vertiginosa en su desarrollo como sociedad y especie.
Pero esa misma razón ha llevando a la humanidad a un extremo de alcances
irreversibles. ¿Será la razón nuestra herramienta de autodestrucción? ¿Debimos llegar
a este nivel de conocimiento luego de bajar de los árboles?

Cuando destruyamos el planeta en el que vivimos quizá nos preguntemos si hubiese


sido mejor que nos ocultasen eternamente el fruto del conocimiento.

¿Prometeo y Lucifer nos entregaron el fuego que terminará incendiándonos?

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Anotación: el autor de este artículo es agnóstico.

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