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Orden disperso Ensayos sobre arte, método, ciudad y territorio André Corboz Traduccién de Cristina Fangmann y Gustavo Zappa Universidad Nacional de Quilmes Editorial Bernal, 2015 EI territorio como palimpsesto 1 El territorio esté de moda. Se ha conyertido finalmente en el lugar don- de se confrontan los grandes problemas nacionales que hasta hoy se plan- teaban casi siempre en funcién y provecho de las ciudades 0 incluso de las metré6polis. Su misma representacién, que hasta hace pocos lustros pasaba por terriblemente abstracta y estaba reservada a los especialistas, hoy es de dominio pablico. Muestras como Mapas y rostros de la Tierra (Paris, 1980) 0 Paisaje: imagen y realidad (Bolonia, 1981) han atraido tantos visitantes ‘como una retrospectiva de los impresionistas; y no es solamente en razén de Ja novedad del tema, de Io singular de algunos documentos o de la belleza de la mayor parte de ellos, asi como da fe de esto el éxito de manifestaciones aim mas especializadas, como las consagradas al catastro sardo de 1730 Jen Saboya 0 al de Maria Teresa en Lombardia (Chambéry y Pavia, 1980). Todo lleva a creer que, frente a la complejidad y la integracién de las funciones en el seno de las distintas comunidades na fexto de 1983. Publicacién original: “Le territoire comme palimpseste”, Diggéne, N’ 121, enero- arzo de 1983 (en inglés eon el titulo “The Land as Palimpsest”, Diogenes, N° 121, primavera 1983; en espafiol, “EI territorio como palimpsesto”, Didgenes, N° 121, primavera de 1983: 0 publicado en italiano: Casabella, N° 516, septiembre de 1985, pp. 22-27). En su publi- ci6n en libro, el autor hizo una nota aclaratoria afirmando que el teato fue dedicado a Alain éveillé, “que mucho tiene para enseitarnos sobre la morfologia de la ciudad y del territorio, més de su buen uso”. [N. del E.] 107 Andre Corboz un gran conjunto dotado de propiedades especfficas y en la cual muchos otros ven una suerte de panacea (a tal punto que a veces basta asociar a este concepto una idea o un proyecto que no terigan una relacién directa con él, para lamar la atencién inmediatamente). 4Concepto? En este nivel de generalizaciones seria mas prudente hablar de un horizonte de referencia. En efecto, hay tantas definiciones de terri- torio como disciplinas vinculadas a él: la definieién de los juristas, por ejemplo, se refiere solamente a la soberania y a las competencias que se desprenden de ella; la de los planificadores, en cambio, tiene en cuenta fac- tores tan variados como la geologia. la topografia, la hidrografia, el clima, la cobertura forestal, asf como las culturas, las poblaciones, las infraestrue- turas técnicas, la capacidad productiva, el orden juridico, la distribucién administrativa, la contabilidad nacional, las redes de servicio, las manio- bras politicas, ete. y no solamente en la totalidad de sus interrelaciones, sino, dinamicamente, en virtud de un proyecto de intervencidn. Entre estos dos extremos el simple y el hipercomplejo~ tiene lugar toda la gama de las otras definiciones, las del gedgrafo, del socidlogo, del etndgrafo, del histo- riador de la cultura, del zoélogo, del boténico. del meteordlogo, del Estado Mayor, etc. Al margen de estos campos disciplinarios mas 0 menos cerra- dos, subsisten ademés las aproximaciones del lenguaje cotidiano, que tam- bién son significativas, donde la palabra “territorio” puede ser tanto una alegoria de la unidad de la nacién o del Estado, como designar la exten- sidn de las tierras agricolas o reenviar a paisajes asociados al tiempo libre. La misma ateneién con respecto a un orden de fenémenos mas generales -la transformacién de la regién en territorio—, de alguna manera. podria permitirnos eliminar un problema nacido del desarrollo urbano del siglo xvi y devenido elasico a partir del advenimiento de la civilizacién indus- trial: el antagonismo campo-ciudad. Eliminar, y no resolver: por despla- zamiento del enunciado. Porque esta oposicin es tan falsa como la que concebiria una isla como limitada y rodeada por cl agua, pensamiento propio de hombres de tierra adentro, que no tiene sentido para los pesca- dores, ya que su incesante ir y venir de la tierra al mar utiliza los umbra- les entre los elementos para crear a partir de dos dominios aparentemente incompatibles una wnidad necesaria. El antagonismo entre campo y ciu- dad, que durante tanto tiempo paralizé el territorio, es también, antes que nada, una nocién urbana. Ella se presenta, como la anterior, con la clari- dad de una figura inscrita sobre un fondo. Después de haber servido de fimdamento a un juicio moral. esta nocién fund6 un orden politico, y expresé una diferencia econémica. Ya para Vir~ gilio, pero para la Biblia antes, el campo-refugio se extiende frente a la ciu- dad corrupta; los humanistas, luego los romédnticos, emplearon también EL territorio como palimpsesto este recurso ret6rico, los tltimos con mas razén que los primeros, porque vivieron el nacimiento de las aglomeraciones. La persistencia misma de este lugar comin podia por otra parte interpretarse como el signo de que la humanidad, mientras sufria la conmocién de la industria, todavi fa no se habia repuesto de la conmocién de la urbanizacién. Pero hasta el fin del Antiguo Régimen, la ciudad dominaba al campo porque concentraba todos los poderes y dictaba la ley: cualquiera sea el tipo de gobierno, la ciudad impone en efecto su voluntad, salvo excepciones, a la provincia que la nutre. Después, la sujecién continiia, pero cambia de naturaleza: la ciudad erece, se agita, inventa, fomenta, realiza, planifica, transforma, produce, cambia. resplandece y se extiende, mientras que los ritmos del campo, con sus cos- tumbres y sus métodos, persisten en la aparente permanencia de la larga duracién; tampoco por mucho tiempo, sin embargo, porque esta duracién concluiré muy pronto: la dinémica de las empresas urbanas termina por contaminarla, y la distancia entre las dos mentalidades se reduce. El espa- cio rural en el siglo xix puede definirse como “el lugar donde se ejecutan las decisiones tomadas en el interior del espacio urbano” (Franco Farinelli). Los campesinos nunca se habjan reconocido en la imagen del campo como una Arcadia. Pero, paradojalmente, ellos tenfan una representacién casi idéntica de lo urbano, igualmente ficticia, ya que concebian la ciudad como un lugar de ocio perperno. Y como nadie los escuchaba, no lograban fracer extender eu propia condicién, y por lo tanto el hombre de la calle seguia percibiendo el campo como la verde soledad a la que aspiraba. Aho- ra bien, si la oposicién de lo rural y de lo urbano est ahora en camino de ser superada, es menos por el nucyo concepto territorial —este interviene solo en segundo término~ que en virtud de la extensién de lo urbano al conjunto del territorio. No es solamente que el niumero de regiones con una alta concentracién de poblacién haya crecido de manera desmesurada des- pués de la Segunda Guerra Mundial, sino que sobre todo las mentalidades ajenas a la ciudad, en el conjunto de Europa occidental, al menos, estén en vias de sufrir una metamorfosis decisiva, ya consumada en los Estados Unidos. La operacién se ha producido por la difusién de los medios masi- vos: mas rapido que las vias del ferrocarril en el siglo pasado, la radio y sobre todo la televisién han logrado modificar los comportamientos pro- poniendo una suerte de homogencizacién de las formas de vida a través de la imposici6n de reflejos culturales. Considerada desde este dngulo antropolégico, la oposicién campo-ciu- dad deja de existir, porque la ciudad se impuso. Por consiguiente, el espacio urbano es menos aquel en el que las construcciones se apifian unas junto a otras, que aquel cuyos habitantes han adquirido una mentalidad urha- na. Esta identificaci6n del territorio con la ciudad ya habia sido expresada André Corboz por el poeta galo Rutilius Numatianus en el siglo v de nuestra era dicien- do de Roma: urbem fecisti quod prius orbis erat (“de lo que primero era el mundo, ti has hecho una ciudad”). Al ideal de la ciudadania universal, sin embargo, lo sustituy6 una escala de valores basada en el utilitarismo y la inconciencia ideolégica, cuyas consecuencias a largo plazo no dejan de ser inquietantes. Aunque deploremos la conquista del territorio por la ciudad con los arguinentos mas razonables, aunque valoremos lo que atin se opone a este movimiento y objetemos ejemplos contrarios, no podriamos negar la ten- dencia, ni la influencia ereciente de sus efectos. Algunos han percibido el fendmeno de lejos. En una carta de 1763, Rousseau escribe que “Sui- za entera es como una gran ciudad dividida en trece barrios, de los cuales unos estan en los valles, otros en las laderas, otros en las montaiias. [...] Hay barrios ms 0 menos poblados, pero todos lo estén de manera suficien- te para hacer notar que estamos siempre en la ciudad. [...] No pensamos més que estamos recorriendo desiertos cuando nos encontramos con cam- panarios entre los abetos, rebafios sobre los peiiascos, manufacturas en los precipicios, talleres en los torrentes”. En una época en que los viajeros des- cubrian en este pais, después de haber leido el poema de Haller “Les Alpes”, el modelo de la ruralidad edénica, este pasaje y el que le corresponde en las Meditaciones de un paseante solitario reyisten un caracter visionario. Lo que hace dos siglos podia pasar por una extrapolacién poética se ha convertido en realidad delante de nuestros ojos. La construccién de redes de autopistas, de nuevas infraestructuras ferroviarias y aéreas, el equipa- itienlo sistematico de las costas mas favorablcs para el turismo estival y el de las regiones montaiiosas impropias para la agricultura y la vivienda para recibir el turismo invernal, tales son las huellas mas visibles de una actividad esencialmente urbana. cuya meta consiste en poner los conti- nentes a disposicién del hombre de las ciudades. Por otra parte, bastaria que un porcentaje infimo de la poblacién se ocupara de las plantas comes- tibles para alimentar al conjunto de los habitantes del planeta. En estas condiciones, no cabe duda de que el territorio, por més vaga que pueda ser su definicién, constituye a partir de ahora la unidad de medida de los fenémenos humanos. 2 El territorio no es un dato: es el resultado de diversos procesos. Por una parte, se modifica espontdneamente: el avance o retroceso de bosques y alaciares, la extensidn o desecacién de los pantanos, el relleno de lagos y la El territorio como palimpsesto formacién de deltas, la erosién de las playas y de los acantilados, la apari- cién de cordones litorales y lagunas, el hundimiento de valles, los desliza- mientos de terreno, el surgimiento 0 enfriamiento de volcanes, los temblores de tierra, todo manifiesta una inestabilidad de la morfologia terrestre. Por otra parte, el territorio sufre las intervenciones humanas: irrigacién, construccién de rutas, de puentes, de diques. construccién de represas hidroeléctricas, cavadura de canales, perforacién de tineles, excava- ciones, desbrozamientos, reforestaciones, mejoramiento de las tierras, ¢ incluso los actos mas cotidianos de la agricultura, hacen del territorio un espacio remodelado sin cesar. Los determinismos que lo transforman siguiendo su propia légica (es decir, aquellos que conciernen a la geologia y a meteorologfa) se asimilan a iniciativas naturales, mientras que los actos de voluntad que apuntan a modificarlo son ademas capaces de corregir en forma parcial las conse- cuencias de su actividad. Pero la mayor parte de los movimientos que tra- bajan el territorio -como las modificaciones climaticas— se despliegan en un lapso de tiempo tal que escapan a la observacién del individuo, incluso de una generacion, de ahi el cardcter de inmutabilidad que connota habi- tualmente “la naturaleza”. Los habitantes de un territorio no dejan de tachar y de volver a escribir en el viejo libro de los suelos. Como consecuencia de la explotacién siste- matica que la revolucién tecnolégica del siglo x1x ha propagado hasta los tiltimos rincones de tantos paises, todas las regiones han sido poco a poco puestas bajo un control reciente. Incluso las mas altas cadenas montafio- sas, que la Edad Media consideraba como una suerte de infierno terrestre, han sido colonizadas y transformadas en productivas gracias a los equi- pamientos industriales. En ciertas zonas de los Alpes, los itinerarios estén tan bien sealados que es imposible perderse, lo que contribuye a supri- mir la dimensién fantastica de estas comarcas antiguamente temibles. Pero no basta con afirmar, como lo muestra la enumeracién de estas operaciones, que el territorio resulta de un conjunto de procesos més 0 menos coordinados. No se recorta solamente en un cierto mimero de fené- menos dindmicos de tipo geografico y climatico. A partir de que una pobla- cién lo ocupa —ya sea a través de una relacién superficial, como la cosecha, o profunda, como la extraccién de minerales-, ella establece con el territo- rio una relacién que depende del acondicionamiento, incluso de la plani- ficacién, y se pueden observar los efectos recfprocos de esta coexistencia. En otros términos, el territorio hace las veces de una construcci6n. Es una suerte de artefacto. Por consiguiente, constituye también un producto. Los objetivos y los medios cle este empleo del territorio suponen a su vez coherencia y continuidad en el grupo social que decide y ejecuta las inter- 201 venciones de explotacién. Puesto que la porcién de corteza terrestre deno- minada territorio es habitualmente objeto de una relacién de apropiacion que no es tinicamente de naturaleza fisica, sino que por el contrario pone en juego diversas intenciones, tanto miticas como politicas. Esta cireuns- tancia, que impide definir un territorio con la ayuda de un solo criterio (por ejemplo geogratico, el de las famosas “fronteras naturales”, o étnico, en funcién de la poblacién residente o mayoritaria 0 dominante), indica que la nocién no es “objetiva”. Esto no significa de ninguna manera que sea arbitraria, sino que incluye un niimero considerable de factores, cuya ponderacién varia segin el caso y cuya historia a menudo ha compuesto -si no consagrado- su amalgama. La historia, sobre todo la reciente, lamentablemente ha dado forma a una multitud de territorios incompletos cuya definicién acarreé tensio- nes porque no respondia a las expectativas de las etnias afectadas. En un pequeiio ntiimero de casos particularmente trAgicos, asistimos a fendme- nos de “doble exposicién” (en el sentido fotografico del término): la misma extensién geografica es reivindicada por grupos incompatibles, elaboran- do proyectos contradictorios como el de los romanos y el de los germanos enfrentados en la frontera renana. Para que la entidad del territorio sea percibida como tal, importa enton- ces que las propiedades que se le reconocen sean admitidas por los inte- resados. El dinamismo de los fenémenos de formacion y produccién es perseguido en la idea de un perfeccionamiento continuo de los resultados, donde todo estaria vinculado: el logro mas eficaz de las posibilidades, la reparticién més justa de bienes y servicios, la gestion mas adecuada, la inno- vacién en las instituciones. Por consiguiente, el territorio es un proyecto. Esta necesidad de una relacién colectiva vivida entre una superficie topografica y la poblacién establecida entre sus pliegues permite con- cluir que no hay territorio sin imaginario del territorio. El territorio puede expresarse en términos estadisticos (extensi6n, altitud, temperatura media. produccién bruta, etc.), pero no se puede reducir a lo cuantitativo. Sien- do un proyecto, el territorio se ha semantizado. Es parte de un “discur- so”. Tiene un nombre. Se elaboran sobre él todo tipo de proyectos, que lo transforman en un sujeto. En las civilizaciones tradicionales, temerosas de perturhar el orden. del mundo, e incluso procurando mantenerlo, el territorio es un cuerpo vivo, de naturaleza divina, al cual se le rinde culto. Algunas de sus par- tes podian conocer un estatus especial que las volvia sagradas. Durante la Antigiiedad tardfa, un busta femenino coronado de torres era el emblema de Tréveris o de Milan. La Edad Media y luego la época barroca practica- ron otros modos de personificacién, fundados en la interpretacién simb6- 9n9 AE CORD: PERE SeEEy lica de los contornos terrestres: se trataba de hacer coincidir un personaje con ellos, que expresaba el cardcter del pais representado. Esta voluntad de moralizacién permitia identificar a la Tierra con Cristo (mapamundi de Erbstorf, siglo xm), declarar andrégina a Europa, siendo Espafia la cabe- za y Venecia el sexo (mapas de Opicinus de Canistris, siglo x1v), mostrar los Paises Bajos espaiioles como un le6n y al Tirol bajo forma de um agui- la (siglo xvi). La pérdida de sentido que acompafia el advenimiento de la eivilizacin industrial provocé la caida de estas alegorias en la caricatura, que daba en el siglo xrx a un pais la apariencia de un ogro y a otro la de una solte- rona. La personificacién del territorio es anterior al concepto de nacién como conjunto orgénico y algunas veces toma su lugar; cuando ella hubo perdido sus virtudes, los estados modernos inventaron la idea de patria y, con la ayuda del chauvinismo, lograron volverla eficaz, por més insipida que pareciera en sus comienzos. Estas diversas traducciones del territorio en figuras nos remiten a una realidad indiscutible: que el territorio tiene una forma. Mas atin, que es una forma, que, evidentemente, no tiene que ser geométrica. Hemos men- cionado varias veces a Roma: la cuadricula que impuso fisicamente a los paises conquistados proporciona un ejemplo extremo de configuracién voluntaria, atin hoy legible de Escocia a Siria, de Rumania a Portugal y de ‘Titnez a Alemania: la parcela de 2.400 passus (alrededor de 710 metros) constituye la base uniforme de su sistema de explotacién agricola, en redes orientadas de diversa manera; esta articulacién basica, a su vez, estaba compuesta de divisiones y subdivisiones que permitfan controlar tanto la extensién mas grande (una provincia entera) como la més pequeiia (un acius, menos de un cuarto de hectérea). En otra escala totalmente distin- ta, que escapa a la percepcién directa, la Francia actual expresada por un hexagono es una alegoria del cardcter cerrado y perfecto de wn equilibrio alcanzado a través de siglos de vicisitudes. El ejemplo extremo est cons- tituido por los Estados Unidos, cuyo espacio est dividido en zonas des- de los Apalaches hasta el océano Pacifico en virtud de un sistema tinico, decidido en 1785. Entre esas formas regularizadas del territorio, una por sus Ifmites y otra por su tejido, tienen lugar muchas soluciones intermedias. Los mil kilé- metros cuadrados de zona equipada en el siglo 1x alrededor de Angkor constituyen una de las més singulares: templos, ciudades de palafitos y arrozales se suceden sin solucién de continuidad funcional en un todo orientado astronémicamente, estructurado por cuadrantes inmensos agru pados alrededor cle los santuarios, de las plataformas, de estanques gigan- tescos, de zanjas, de diques, de calzadas. Pero al lado de esta “fabrica de Ona arroz” (Henri Stierlin), también se puede citar la interminable sucesion de filas en Quebec, estrechas bandas de tierra perpendiculares al rio, ali- neadas como con regla (y a veces un pulgar de mas hace vibrar la trama) © los cuadrados, los circulos y las estrfas que forman la superficie ente- ra de Nebraska, estado totalmente dedicado a la agricultura industrial. Los paisajes que han sido modificados con fines de produccién, pero sin consecuencias geométricas, son mucho més numerosos que los preceden- tes. Los henedictinos, especialistas del drenaje en los siglos x y x1, trans- formaron la Hanura del Po del pantano que era en tierra agricola, Otra comunidad monéstica, los cistercienses, que desarroll6 ademas la piscicul- tura y el cultivo de la vid, remodelé territorios enteros a partir del siglo xu, como los viriedos de Lavaux, en la Suiza romanda, donde construy6 esca- Jones en cuestas muy escarpadas. Los extraordinarios arrozales en terraza de Indonesia y Filipinas, las parcelas como bordadas de Kyushu constitu- yen una transformacién del mismo tipo, a una escala no obstante mucho mas vasta todavia, ya que abarca montafias enteras. Otras intervenciones alteraron igualmente la forma del territorio aun- que sin modificar el equilibrio topogréfico de la producci6n: aquellas, por ejemplo, que cambiaron la cobertura forestal de un pais (reemplazando os robles por los abetos, que crecen mucho mas répido, como es el caso de una parte de Europa central) 0 que la han suprimico (como la Espafia del Siglo de Oro, que necesitaba madera para su flota y para producir hierro y que después acabé de arruinar sus tierras con la crianza de ovejas). El des- cubrimiento de América desplazé la economia europea del Mediterraneo al Atlantico: para evitar la ruina, Venecia, que vivia del comercio con Oriente, intent pasar a largo plazo a la agricultura; parcialmente levada a cabo, la operacion entraiié a partir del siglo xv1 un cambio profundo en la extensién de las tierras arables, los tipos de plantas cultivadas y los métodos de explo- tacién de la terraferma, y por consiguiente, en la apariencia del territorio. Este mismo descubrimiento, de manera progresiva, permitié a Euro- pa importar una enorme cantidad de plantas comestibles o de ornato, tan bien aclimatadas hoy en dia que parecen haber crecido alli desde siem- pre: ellas contribuyen también a definir el territorio, 0 al menos su con- tenido perceptible. La sensibilidad hacia la forma territorial como objeto de percepeién directa no es un fenémeno reciente. Sila Antigiiedad solo conocié el paisaje idealizado, a través de la oposicién del locus amoenus y del locus horridus, el Renacimiento toscano parece haber buseado conciliar las necesidades de la produccién con el “bello paisaje”, y, uientras inventaba el paisaje como género pictérico independiente, desarrollaba en paralelo modelos de transformacién del territorio que no se limitaban al jardin geométri- EL terzitorio como palimpsesto Co, ese microcosms que expres un proyecto sociocosmoldgico, sino que se extendian a la escala topografica para afirmar una armonia realizada. Por motivos totalmente distintos —se empieza a comprender que sobre todo las ventajas econémicas tenfan que ver con su éxito-, la Inglaterra del siglo xvur desarroll6 una solucién original, el jardin anglochino, Su tamafio debe dar la ilusi6n de un lugar paradisiaco de una extension indefinida. Basado en la oposicién de prados y bosquecillos, asi como en el contras- te del volumen de los arholes y de sus tonos en funcién de recorridos muy elaborados, este jardin también fue admirado por su libertad, aunque esta- ba calculado hasta la tiltima hoja. Horace Walpole dijo de William Kent, uno de los creadores de esta estética de lo pintoresco, que él “fue el pri- mero en saltar la valla y descubrir que toda la Naturaleza es un jardin”, Esta explicacién es errénea, puesto que el jardin inglés no deriva de una imitacion del campo: si hay que encontrar sus fuentes, podemos encon- trarlas por el lado de los pintores franceses del siglo xvit o de los venecia- Nos cien afos antes, como algunos aseguran. En todo caso, resulta de la manipulacién y combinacién en el espacio de un cierto mimero de pro: ductos naturales seleccionados, con el fin de suscitar distintos efectos de naturaleza filoséfica en el hombre cultivado que lo contempla. En reali- dad, fue el mismo jardin el que salté la valla al siglo siguiente y que ino- culé su paisajismo en el conjunto del territorio briténico. En Inglaterra, la estetizacién de la naturaleza ha recubierto y legitimado una transfor- macién radical de las relaciones de produccién debido a una nueva repar- ticién de la propiedad territorial; la forma del territorio expresaba alli de manera bastante cercana los contenidos socioeconémicos del libera- lismo naciente. 3 Entre las relaciones posibles con la forma del territorio, durante los tlti- mos siglos del Antiguo Régimen se desarrollaron dos que los contempo- rineos de la Revolucién Industrial privilegiarian: ¢l mapa y el paisaje natural como objeto de contemplacién. Se trata de fenémenos opuestos en sus intenciones y en sus medios, porque responden a concepciones de la naturaleza fundamentalmente diferentes. La primera concepcién se basa en el desarrollo de las ciencias, que con- sideran la “naturaleza” como un bien comin a disposicién de la humani- dad, que los hombres pueden ¢ incluso deben explotar para su beneficio, en otros términos, como un objeto: esta tendencia que alcanzé su apo- geo con el positivismo en el siglo x1x, tuvo un impulso incontenible con la 905 André Corboz revolucién tecnolégica. La segunda, por el contrario, considera a la natu- raleza como una especie de pedagoga del alma humana, al punto de que el romanticismo, sobre todo el aleman, la percibiré como un ser mistico que sostiene con los hombres un didlogo incesante, es decir, como un suje- to. A la hipertrofia de la razén se opone una hipertrofia del sentimiento. Contra quienes intentan hacer de la ciencia un instrumento para explotar cada vez mas eficazmente el territorio, surgen aquellos que buscan insti- tuir con la naturaleza una relacién de intersubjetividad. La Antigiiedad conocié mapas bastante parecidos a los nuestros, como lo demuestra la “Tabla de Peutinger”, itinerario del Bajo Imperio que legé hasta nosotros en una copia; también se practicaba el catastro basdndose cn losas de picdra: esos instrumentos eran necesarios, abreviaturas conve- nidas de una superficie terrestre determinada, para permitir la adminis- tracién del mundo romanizado. La idea fundamental de un mapa es dar una visién simulténea de un territorio cuya percepeién directa es imposi- ble por definicién. Reduccién de lo real en sus dimensiones y en sus com- ponentes, el mapa conserva, sin embargo, las relaciones originales de los elementos representados: en gran medida, el mapa representa el territo- rio, porque las operaciones pensadas para este se elaboran primero sobre aquel. Mapa y territorio son, en principio, convertibles el uo en el otro en cualquier momento —pero es evidente que se trata de una ilusién peligro- sa, pues esta reversibilidad no tiene en cuenta el hecho de que la identidad de los dos objetos es solamente un supuesto, ni tampoco que el fendmeno de la escala, o tasa de reduccién, no se relaciona tanto con las dimensiones. del mapa como con la esencia misma de los fendmenos que este describe: y cuyo tamaiio real sigue siendo determinante Los romanos medievales hicieron notar con claridad que una repre~ sentacién mental del territorio era indispensable para comprenderlo, pero también lo hicieron ciertos debates politicos de la misma época. En 1229, el dogo Pictro Ziani propuso transportar Venecia a Bizancio: supo- niendo que ese transporte fuera posible, las decenas de miles de vene- cianos de entonces se hubieran sentido demasiado a sus anchas tras los muros de Constantinopla; a falta de reducciones grificas de las dos ciu- dades, habia que confiar en los recuerdos y en célculos muy aproximados: la evaluacién de las distancias también era muy vaga. La propuesta fue discutida seriamente, pero los consejeros prefirieron la operacion inversa: considerar que, a partir de ese momento, Bizancio estaba en Venecia. Por su contenido ligeramente surrealista, este episodio revela las condiciones materiales en las que se ejercia el poder al menos hasta el siglo xvi; inca~ paz, por falta de instrumentos, de medir exactaimente los términos de un problema geopolitico, 206 EL territorio como palimpsesto De la misma manera, en los romances del ciclo del rey Arturo, Perceval recorre un pais donde se picrde constantemente, cuyas ciudades y castillos aparecen 0 se desvanecen porque —para el lector actual—los itinerarios que los unen no estén identificados. Lo que tomamos por una invencién poéti- ca restituye la realidad cotidiana del viaje: uno pregunta todo el tiempo el camino a seguir, como lo hacen las hormigas. Asi se explica en parte, cree mos, la desmesura de las cruzadas: por una carencia de la representaci6n. Y, por supuesto, las islas vagabundas que pueblan los relatos del siglo xvut, Este territorio elastico no podia satisfacer las exigencias de un Estado moderno. Importaba entonces representarlo total, exacta y unitariamente ala vez. Un sistema de triangulacién, un método de proyeccién y un cati- logo de signos fueron elabordndose poco a poco, hasta adquirir una soltu- ra y una precision literalmente fabulosas. La cartografia cientifica de los Cassini, puesta a punto a lo largo del siglo xvun, sustituy6 en todas partes los métodos empiricos de relevamiento fiscal que se practicaban entonces en Europa. La base nacional de esa red geodésica autorizaba una coor- dinacién sistematica de las informaciones sectoriales, organizadas en un sistema l6gico infalible Esta “descripcién geométrica de Francia” prevefa 180 hojas en una escala de 1/84.400. En ella debian estar representadas todas las super- ficies del pais, incluso las de los Alpes, pero se encontré con problemas imprevistos que revelan la ambigiiedad de una empresa semejante. En efecto, lo que impresiona en estos documentos es tanto la misceldnea de anotaciones convencionales y realistas como las superficies en blanco, inconsistentes, sobre las cuales estas se destacaban: allf encontramos tra- zos de diferentes tipos para indicar las pendientes o las costas, y grupos de signos para sefialar los pantanos 0 los bosques, sin que en el interior de los sectores asf marcados haya alguna distincién ni aparezcan los nive- les mas que por alusién; en las planicies, no hay ninguna indicacién sobre los cultivos ni figuran todos los caminos; finalmente, las construcciones aisladas se designan por el dibujo inclinado de una fachada de iglesia, de una granja o de un molino segiin el caso, es decir que son una excepcién al principio de la perpendicularidad de la visién. La representacion del relieve recién encontrara en el siglo x1x una codificacién satisfactoria, ya sea por el sistema de trazos medidos o por el de curvas de nivel. No hay duda de que, a través de estos tanteos, los ingenieros buscaban obtener una especie de facsimil del territorio. Todo su esfuerzo tendia a un efecto de realidad que los mapas fisicos mas recientes aleanzan a veces de manera satisfactoria, al punto de que algunos de ellos se perciben a primera vista como maquetas. Este hiperrealismo, sin embargo, no debe- ria engaiiarnos sobre el caracter del territorio ni sobre el del mapa. Por- 207 Ren que el territorio contiene mucho més que lo que el mapa quiere mostrar, mientras que el mapa, a pesar de todo, sigue siendo lo que es: una abs- traccién. Carece de aquello que por excelencia caracteriza al territorio: su extensi6n, su densidad y su perpetua metamorfosis. Estatuto paradojal: el mapa se esfuerza en ser exhaustivo y, no obstante, tiene que escoger. Todo. mapa es un filtro. No toma en cuenta las estaciones, ignora los conflictos que articulan cada sociedad, tampoco tiene en cuenta los mitos o la vida colectiva que une a una poblacién con la base fisica de sus actividades. O, si intenta hacerlo mediante la cartografia estadistica, lo expresa a través de otras abstracciones, porque el mapa est4 mal equipado para lo cuali- tativo. Solo es capaz de generalizar. | Representar el territorio ya es comprenderlo, Ahora bien, esta represen- tacién no es una copia, sino siempre una construccién. Un mapa se ela- bora primero para conocer, luego para actuar. El mapa comparte con el territorio el ser un proceso, un producto, un proyecto: y como también es forma y sentido, corremos el riesgo de tomarlo por un sujeto. Convertido en modelo, poseyendo la fascinacién de un microcosmos, es una simplifi- caci6n absolutamente manejable que tiende a sustituir lo real. El mapa es mas puro que el territorio, porque ohedece al principe. Esté abierto a cual- quier propésito, concretandolo por anticipacién y pareciendo demostrar que esta bien fundamentado. Esta suerte de ilusién éptica no solo permi- te visualizar el territorio efectivo al que se refiere, sino que incluso puede corporizar algo que no existe. El mapa manifestara entonces el territorio inexistente con la misma seriedad que el otro, lo que muestra a las claras que hay que desconfiar de él. Siempre esté en peligro de disimular lo que pretende exhibir: geudntos regimenes, preocupados por la eficaci dirigir un pais, y no gobiernan més que el mapa? Esta facilidad para deslizarse en la ficcién hace que la geografia, de todas las disciplinas que han erecido en el siglo xtx, tal vez sea la menos desprovista de ideologia. Profundamente utilitaria, incluso militarista en su orientaci6n, ella produjo trabajos admirables de los cuales pocos son inocentes. La geografia comenzé por deseribir, preocupada por la exacti- tud. Mucho mis tarde oyé el llamado de un filésofo que incitaba a sus cole- gas no solo a interpretar el mundo, sino a transformarlo. Entonces naci6 una nueva especie de mapa, el de los planificadores. el cual se anticipa @ Jos cambios prescribiéndolos. “El territorio no precede mas al mapa, ni lo devermina; ahora es el mapa el que precede al territorio” (Jean Baudri- llard). Este mapa proyectado en el futuro se ha vuelto indispensable para controlar los fenémenos complejos de la planificacién a gran escala, pero adquiere el cardcter vertiginoso de los bocetos: al “despegarse” intencio- nalmente de lo real, tiene por limite al simulacro, que sancionara su yani- ereen 208 El territorio como palimpsesto dad. En este punto, no podemos dejar de recordar que al principio del libro sagrado de los occidentales hay un precepto que hemos seguido demasiado al pie de la letra: “Someted la tierra”, y no: vivan en simbiosis con ella... El mapa se revela asi como un instrumento demitirgico: restituye la mirada vertical de los dioses y su ubicuidad. El paisaje, en cambio, se ofrece a la mirada de los hombres, que solo estan en un lugar a la vez, en horizontalidad, asi como en una visién que solo puede ser sucesiva. En la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert el paisaje atin no era més que un género pictérico: recién a principios del siglo xrx se convierte en un conjunto de formas geotecténicas percibido en el espacio real Las razo- nes de esta atencién por la morfologia del territorio se explican en parte por la ideologia de la voluntad, que anima tanto a Fausto y Marx como al gran burgués Alexander von Humboldt. Toda una escuela de seguidores de la Ilustraci6n se dedicaré a analizar el nuevo objeto como una realidad independiente del observador y como resultado transitorio de un cierto niimero de fuerzas concurrentes. Concebida en una perspectiva ecolégica adelantada para su tiempo, la geografia en formacién hacia del paisaje el medio ambiente de la historia humana. Teniendo siempre como fin diltimo la dominacién de la naturaleza, todavia estaba impregnada de la nocién de armonia del cosmos, que sobrevivirfa hasta el siglo xx en las descrip- ciones -sintesis donde ciencia y literatura no se distinguen una de otra. Pero no es esta elaboracién literaria del paisaje lo que nos interesa aqui, porque ella supone siempre un observador mévil, informado, decidido, familiarizado con el mapa. La utilizacién puramente receptiva del paisaje, que no se ocupa de explicar nada, pertenece a otro universo. Para quien se limita a percibir intensamente el paso de las estaciones, las epifanias de la luz y la gloria de los colores, montafias, rios, Arboles y nubes forman los elementos de un mensaje metafisico a descifrar no sin temor reveren- cial. Como si este paisaje devenido en “estado de alma” (Amiel) encarna- ra todo lo sagrado que retrocedié de las religiones exangiies después de la Revolucién Francesa: favorece una relacién individual y eésmica situada mas alla del espectaculo, porque busca instituir con la naturaleza un vin- culo de sujeto a sujeto. Este rechazo de la reificacién del territorio forma la antitesis misma de la actitud cartogréfica. Una percepcidn semejante del paisaje no se reduce a lo visible, tampo- co es hedonista, como el paseo en el jardin con sus sorpresas preparadas para cl estimulo sensorial ¢ intelectual: ella compromete a todo el ser en una proyeccin prodigiosa, porque aspira a otro lugar siempre diferido Es evidente que esta actitud es incompatible con una éptica positiva del paisaje, aferrada a la mera extensién de los fendmenos. Menos evidente es que contribuy6 de manera decisiva, por medio de la exaltacién de sus 209 Anare Corboz poemas, sus pinturas visionarias y sus sonatas programadas, a extender el gusto por el paisaje natural, Pero este gusto se degrada muy pronto en diversas simplificaciones, todas conciliables con una gestion depredadora del territorio. A la contemplacién panica de los océanos desencadenados, al heroismo de los glaciares y de las cumbres, les suceden las proezas de la navegacion deportiva y la moral del club de alpinismo, para el que la cima se conquista con el esfuerzo. Después de lo sublime, el picnic. Este enfoque gimnastico tiene al menos la ventaja de no limitar la recep- cidn del territorio a la mirada superficial que podamos tener de él. Porque la moda del paisaje ha desembocado también en la estetizacién de la cor- teza terrestre bajo el impulso de un turismo principalmente inglés. Una gran cantidad de rentistas se dedicé a viajar. No ya como sus predecesores aristécratas del Grand Tour, a fin de adquirir una cultura, sino para expe- rimentar sensaciones. Estos nuevos diletantes escogieron lo que hay que admirar y su eleccién generalmente coincide con la nuestra, salvo exc ciones; su presencia requirié de hoteles, ferrocarriles y barcos a vapor, ins- talaciones que siguen formando la hasica de regiones enteras. Enesta fase tardia se generaliza una instituci6n estétiea que permite con- templar el paisaje a bajo costo: el mirador. Este instituye una relacion fija entre um punto determinado del territorie y todos los demas lugares que podemos percibir desde él. El mirador transforma el paisaje en figura, lo fija en un lugar comin, lo socializa en la banalidad, en resumen, lo vuelve invisible, porque lo que acabamos de constatar alli es que 1 es conforme a su reproduccién. Cuanto més lejos legue la mirada y més panorémica sea la vista, mas satisface la necesidad de dominio oponiendo de manera irrisoria el individuo a la masa del planeta. Como es centr ffugo, el unirador ¢s lo contrario de un Ingar. Pero también es centripeto, porque el burgués deméerata recibe alli, como lo hace el soberano desde lo alto del trono real, el homenaje de la naturaleza reunida ante sus pies, ante la cual él se exhibe. Esta bulimia frente al paisaje real esti acompaiada de la expansién del paisaje pintado, que culminé en la escuela impresionista, Al paisaje paté- tico del romanticismo le sustituy6 un paisaje fenomenoligico. Su éxito propicié una educacién de la mirada mucho mis refinada. En consecuen- cia, es Ta pintura la que suscité el paisaje, porque ella llegé a transfigurar ciertos accidentes topogr el perfil del Mon- te Sainte- Victoire es ahora una construccién de Cézanne, operacién que Hokusai habfa anticipado con el Fujiyama. Pero ella también volvio sen- sible al hombre de las ciudades frente a fenémenos antes desapercibidos: él que solia considerar los alrededores campesinos 0 montafiosos como una mera circunstancia, se puso a recibirlos de acuerdo a cada época del aiio: Iejanos, muy prximos o desdibujados, cambiantes en sus colores y en su structui ‘Aficos en formas absolute a, 210 El territorio como palimpsesto textura. Los paisajes agrarios que el hombre ha formado a lo largo de los siglos pasan ahora por obras y son a veces protegidos como tales. También ocurre que los conocimientos acumulados por una investigacién erudita sufren una extrapolacién fantastica: Viollet-le-Duc, después de haber des erito la morfologia del macizo del Monte Blanco, llegé incluso a reconstruir su estado original antes de la erosién, y a disefiar reproducciones conjetu- rales de su aspecto; Bruno Taut iré mds lejos todavia al proponer esculpir las cimas de los Alpes utilizando cristales gigantescos, proyecto lirico cuyo enorme costo sefiala es “menor, sin embargo, que el de la guerra” A pesar de su diversidad, el impulso impresionista, la organizacién de deportes al aire libre y el paisaje como especticulo 0 como experiencia espiritual son, una vez mas, productos urbanos, que responden a la indus- trializacién y a la explosién de las ciudades. Estas reacciones a menudo son nostalgicas, 0 ambiguas. Se iba a la montaiia en btisqueda de una naturaleza virgen, perfectamente mitica; la creacién de parques naciona- les y de reservas naturales es la respuesta técnica a la misma exigencia. pero cuando significa que el resto del territorio puede ser dividido en sec- ciones bien determinadas, no resulta mas que una coartada cfnica. A la utopia de un Buckminster Fuller de cubrir Manhattan con una ciipula de plistico para controlar el clima, se opone la de los ecologistas radicales, que suefian con un mundo reconquistado por el bosque primitivo: aquel y estos son hijos del siglo xvi y tienden al mismo fin retrospectivo, reins- talar el paraiso sobre la Tierra. Esta también es la meta de la publicidad turistica, que propone el buen tiempo perpetuo de las regiones arquetipi- cas, en donde sin embargo lo esencial del viaje ser cuidadosamente evi- tado: volver transformado. 4 El paisaje que miro desaparece si cierro los ojos, y el que ti ves, aunque sea desde el mismo punto de vista, dificre del que yo percibo. Si identifica en un mapa estos contornos cuyo contraste 0 armonfa seducen, si reparo en las planicies, las extensiones y las manchas que lo constituyen de una manera sinfénica, solo obtengo lineas y playas desarticuladas. “El paisaje, como unidad, existe solo en mi conciencia” (Raymond Bloch). No es una ultura, surgida de un acto de organizacién de espacios y de vohimene y presentada como tal, sino una coleccién fortuita de fragmentos topog ficos vistos desde un telescopio, en la que se han abolido las distancias, donde le conficro un sentido porque le reconozco la dignidad de un siste- ma formal y la considero, en suma, igual que una obra. 211 ee a En un paisaje, lo que cuenta es menos su “objetividad” (que lo diferen- cia de wn fantasma) que el valor atribuido a su configuraci6n. Este valor es forzosamente cultural. Las proyecciones con que lo enriquezco, las ana- logias que hago de manera esponténea sobre él forman parte integran- te de mi percepcién: es por eso que, aunque idénticos, tu paisaje y el mio no se confunden. Si extendemos el razonamiento en la historia, se vuelve mucho mis claro: frente a.m paisaje determinado -la planicie de la Beau- ce, el Cervin visto desde Zermatt, Palermo junto al mar-, no cabe ningu- na duda de que Tedcrito, Gregorio VIL, Palladio, Schubert y el cliente de Inclusive Tours recibirén, desde el mismo punto de vista, paisajes incom- parables entre si. En cada uno, el campo de percepcién, su orientacién misma, variaran profundamente. Y si incluimos los animales en la expe- riencia, esto sera todavia mas evidente: por cierto, mi perro percibe esa montaiia, ese lago, pero es insensible al paisaje, pues este es una relacin que instauro (creyendo reconocerla) entre las formas naturales. E. inchu- so si me esfuerzo en registrar solo “formas y colores reunidas en un cierto) orden”, obedezco una vez més a una consigna cultural especifica. Pero la oposicién del mapa y del paisaje ya no se sostiene, dado que nosotros también hemos adquirido la mirada de los dioses. Los satélites transmiten sin cesar la imagen del planeta, parcela por parcela. Porque la revolucién tecnolégica, no obstante ser un fendmeno muy joven en la histo- ria de la humanidad, ya nos ha dotado de propiedades que la teologia atri- bua a seres sobrenaturales, a tal punto parecian fuera de nuestro alcance. Hoy en dia, cualquiera puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Las religiones tradicionales distinguian el tiempo y el espacio sagra~ dos del tiempo y del espacio profanos; la sociedad occidental ha perdido la nocién de lo sagrado -salvo experiencias individuales-, pero, de cual- quier manera, podemos concebir tiempos de naturaleza distinta cuando viajamos. Nuestro reloj bioldgico resiste a la contraccién espacio-temporal que impone el desplazamiento aéreo a gran distancia: la sensibilidad que desembarca en otra parte siente la distancia como magica. Mas modesta- mente, las autopistas ofrecen una experiencia andloga, sobre todo cuando: atraviesan montaiias: el presente que reina en el vehiculo se transporta a puntos muy alejados, situados en una red cuya escala no tiene nada en comin con la de las regiones que se atraviesan. Por un lado esté la vida local, dominada por la fuerte divisién de los ciclos anuales, aferrada a cuestas agotadoras y dominando con frecuencia solo técnicas arcaicas de puesta en valor, de calculo y de conjure: se desa- rrolla con el ritmo lento de una caminata. Por el otro, esta el desarraigo que ransforma esas paredes rocosas, esos torrentes, es0s bosques en una suer- te de anamorfosis para tren fantasma. La pesada politica intervencionista 2 El territorio como palitupsesto crea un territorio en estratos, no solo por la superposicién material de los niveles, sino mediante sistemas diferenciados de relaciones que establece Semejante yuxtaposicién, que determina dos realidades sin contacto entre si, es acentuada por la escasez de salidas de la autopista y las pocas para- das de descanso. Se objetara que el tren ofrece ya la misma experiencia, pero no es verdad, porque los mismos rieles sirven para el tréfico local y las formaciones internacionales, lo cual borra la diferencia. La avioneta y, sobre todo, el helicéptero proporcionan una relacién con ¢l territorio mas divina que el automéyil. Es imposible de represen- tar, ya que sustituye al mapa, la maqueta y la inmediatez del terreno, con un resultado que supera el de los cartégrafos de los que habla Borges -su mapa estaba a la misma escala que el territorio, al cual cubria por com- pleto-. El helicdptero no deja de modificar esta escala y transforma asf el estatuto de su usuario: vencidas todas las dificultades, he aqui la Fébu- la realizada. La libertad de movimiento aliada con la rapide posee, por otra parte, un cardcter alucinatorio tal que podemos preguntarnos si, para muchos de nuestros contemporéneos, no reemplaza la libertad misma, del momento que la representa. Los trayectos del helicéptero, que no requieren de itinerarios pacien- inscriptos en tierra, sus modos de despegar de un lugar o de ate- rrizar en un sitio hacen de este vehiculo la mas desenvuelta de nuestras herramientas de andlisis; sin embargo, con respecto al carro tirado por bueyes y a la balsa, el automévil no se queda atrés. En efecto, hay que comprender que estos nuevos instrumentos tejen un territorio inédito, donde lo imaginario y lo real se verifican de manera reciproca. Este terri- torio ya no consta solo de extensiones y de obstdculos, sino de flujos, de ejes, de nudos. [Hasta poco antes de los afios setenta, esta ideologia del movimiento y del cambio reinaba en la mentalidad de los planificadores. Todo pasaba a veces como si el territorio estuviera desprovisto de permanencial Sonaron diversos gritos de alarma cuestionando el crecimiento, porque el despil- farro de los recursos lleva a la catdstrofe. De una manera independiente, la investigaciép histérica sobre los asentamientos humanos se interesé en temas nmevos. s ciudades, hasta entonces tratadas segiin las etapas de su formacién y los esquemas de su desarrollo, fueron el objeto de andi mucho més finos de su tejido; investigadores venidos de la arquitectura se ocuparon muy ambiciosamente de dilucidar la compleja relacién que une lo parcelario y la tipologia de las viviendas levantadas alli, la relacion que estos dos componentes sostienen con el sistema municipal y las leyes de su transformaciGn, Las nuevas investigaciones de microanilisis incitaron a estos historiadores formados sobre la marcha a examinar los antiguos 913 catastros y a retomar el estudio de regiones enteras con un nuevo impe- tu. El paciente desciframiento de los vinculos entre los caminos, el terri- torio y su sustrato geoldgico es otro aspecto que también se consideré, asi como la interpretacién de antiguos proyectos no realizados. De esto salié una lectura del territorio completamente reorientada; ella busca identifi- car las huellas atin presentes de procesos territoriales desaparecidos, tales como la formacién de suelos, en particular aluviales. sobre los cuales se fijaron los asentamientos humanos. Algunos planificadores comienzan también a,preocuparse por estas huellas para basar en ellas sus intervenciones. |Después de dos siglos durante los cuales la gestién del territorio no conocié otra receta que la tabula rasa, se ha esbozado, sin embargo, una concepcién del acondicio- namiento que ya no considera el territorio como un campo operativo casi abstracto, sino como el resultado de una estratificacién muy larga y muy lenta que es preciso conocer para poder intervenir. De esta manera, el territorio ha recobrado la dimensién del largo pla zo, aunque sea de un modo retrospectivo. Esta nueva mentalidad le restituido una densidad que se habia olvidado. Aqui se constatan atin | restos de una catdstrofe geolégica que ha modelado de forma durade: un valle o que ha creado un espejo de agua. En otra parte. la arqueol gia aérea detecta paisajes sepultos que revelan un uso diferente del suelo. Mas alla, subsisten fragmentos de un sistema de caminos cuya extensié y disposicién solo podemos suponer. Hay algunos acontecimientos trau- maticos que algunas generaciones més tarde se perciben de manera posi- tiva: un embalse, combatido violentamente como un cuerpo extrafio en momento de su creacién, es defendido como algo propio e indispensab) por los descendientes de sus adversarios. Una consideracién tan atenta de las huellas y de los cambios no sigi ca que se plantee ninguna actitud fetichista. No se trata de rodearlas de muro para conferirles una dignidad fuera de lugar, sino solamente de ut lizarlas como elementos, como puntos de apoyo, como acentos, como est mulos para nuestra propia planificacién.[Un “lugar” no es un dato, el resultado de una condensacién] En las regiones donde el hombre se instalado desde hace generaciones, y con mayor raz6n desde hace mileni todos los accidentes del territorio tienen una significacion. Comprenderk es darse la oportunidad de una intervencién més inteligente. Pero el concepto arqueolégico de estratificacién no nos proporci todavia la metafora mas apropiada para deseribir este fendmeno de a mulacion, La mayor parte de los estratos son a la vez muy delgados y incompletos. Sobre todo, no solo agregamos estratos: también los bos moé/Incluso algunos fueron suprimidos de manera voluntaria. Después la damnatio memoriae de Nerén, la centuriacién romana de Orange fue tan bien suprimida en provecho de otra, orientada de manera distinta, que no quedé nada de ella. Otras capas de vestigios fueron borradas por el uso. ible que solo hayan quedado los acondicionamientos mas recientes. torio, lleno de huellas y de lecturas forzadas, se asemeja mais bien a un palimpsesto. Para poner en funcionamiento nuevos equipos, para explotar més racionalmente algunas tierras, a menudo es indispensable modificar su sustancia de manera irreversible. Pero el territorio no es un envase perdido ni un producto de consumo que se reemplaza. Cada uno es tinico, de ahi la necesidad de “reciclar”, de raspar una vez més (si es posi- ble con el mayor euidado) el viejo texto que los hombres han inserito sobre la irreemplazable materia de los suclos, para depositar alli uo nuevo, que responda a las necesidades actuales, antes de ser, a su vez, derogado. Algunas regiones, que han sido tratadas demasiado brutalmente y de un modo impropio, presentan también huecos, como un pergamino demasia- do tachado: en el lenguaje del territorio, estos huecos se Ilaman desiertos. Con estas consideraciones volvemos a nuestro punto de partida.|En la perspectiva que venimos de exponer, en efecto, es evidente que el funda- mento de la planificacién no puede ser més la ciudad, sino ese fondo territo- rial al cual esta debe subordinarse| Lo es tanto como que la planifieacin no tiene mas que considerar tinicaménte cantidades y que, al integrar la forma del territorio a su proyecto, esto debe adquirir una dimension mas amplia. Mapa o mirada directa del “paisaje”, meditacién jaculatoria 0 andlisis previo a una intervencién, la relacién con el objeto-sujeto seguira siendo, sin embargo, siempre parcial ¢ intermitente, es decir, abierta. E] territorio se extiende mas alld, siempre distinto de lo que sé de él, de lo que percibo de él, de lo que quiero de él. Su doble manifestacién de ambiente marca- do por el hombre y de lugar de una relacin psiquica privilegiada, permite suponer que la Naturaleza, en Occidente siempre considerada uma fuer- za exterior ¢ independiente, deberia mas bien definirse como el campo de nuestra imaginacién. Esto no significa que por fin se la haya domestica- do, sino simplemente que, en cada civilizacion, /a naluraleza es lo que la cultura designa como tal. Es obvio que esta definicién se aplica también a la naturaleza humana.

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