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Reseñas

Felipe Martínez-Pinzón y Javier Uriarte, editores. Entre el humo y la niebla: guerra y cultura en
América Latina. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2016. 345pp.

¿Qué lugar tiene la guerra en el latinoamericanismo? La compilación de Felipe Martínez-


Pinzón y Javier Uriarte no se propone responder directamente a este interrogante, pero los
trabajos reunidos en ella invitan a pensar los pactos éticos e históricos que existen entre
conflicto bélico y formación disciplinaria. Si la constitución del latinoamericanismo ha sido
asociada históricamente a un número limitado de guerras de carácter internacional (la de
1898 entre Estados Unidos y España, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría), Entre el humo
y la niebla se aparta de estos referentes para centrarse en múltiples enfrentamientos
armados, “ajenos” hasta ahora a las pedagogías del campo: la Guerra de Castas en
Yucatán (1847-1901), la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), la Guerra Colombo-Peruana
(1932-1933), entre muchas otras. De este modo Entre el humo y la niebla irrumpe en el
territorio de la consagrada narrativa de unidad y solidaridad continental (parte de un
humanismo que se recorta a escala transnacional), así como en la creencia en torno al
carácter infrecuente de la guerra en América Latina (creencia particularmente dominante
en el área de las ciencias sociales): para el humanismo y las ciencias sociales, en otras
palabras, se trató durante mucho tiempo de reafirmar la construcción ideológica de
América Latina como espacio privilegiado de la paz. Frente a esas presunciones, Entre el
humo y la niebla se propone modificar los vocabularios con que se habla del conflicto
armado en la región y hacerlo desde la radicalidad de lo estético. Subrayando la elusividad
y provisionalidad del concepto de guerra, la compilación de Martínez-Pinzón y Uriarte
presta especial atención a cuestiones de espacialidad en los conflictos armados (y por lo
tanto piensa la geografía como tecnología fundamental en su definición), así como al rol
del Estado soberano en la construcción de lenguajes para “decir” la guerra y articularla en
términos biopolíticos. Estos son, podría decirse, los dos ejes centrales de una compilación en
cuyo horizonte teórico aparecen textos claves sobre el tema de Virilio, Deleuze y Guattari,
Balibar, Agamben, Jameson y Pratt.

Entre los trabajos que se ocupan de la relación entre Estado, enfrentamiento bélico y
espacio se destacan los de Kari Soriano y Felipe Martínez-Pinzón. Soriano analiza el modo en
que la novela Cecilio-Chí, que narra la guerra de castas yucateca de 1847, se apoya en el
discurso geográfico militar (defensor de la unidad nacional), para presentar su versión del
conflicto, y así describe la guerra en términos centralmente raciales, dejando de lado el
problema de la propiedad de la tierra en su definición. Martínez-Pinzón, por su parte,
explora cómo los relatos sobre Guerra Colombo-Peruana de 1932-1933 pusieron énfasis
menos en las batallas libradas en el territorio amazónico que en la conceptualización de la
selva y el clima como enemigos cruciales de las fuerzas militares y, en consecuencia, del
Estado colombiano: la guerra, en ese sentido, es pensada principalmente como una
herramienta contra la enfermedad tropical y la fragmentación nacional.

El tema del lenguaje está en el centro de un segundo grupo de trabajos, que hacen de la
cuestión de “decir” la guerra un elemento central para redefinir su lugar más allá del
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paradigma discursivo del humanismo clásico como de la mirada de las ciencias sociales. En
ese contexto, Sebastián Díaz-Duhalde discute el modo en que ciertas imágenes
fotográficas sobre la Guerra contra Paraguay se convierten en enunciados políticos que
ejercen un impacto decisivo en la escritura de crónicas sobre el conflicto (entre estas
crónicas se destaca la de León de Palleja). Trabajando la problemática de las ruinas, Javier
Uriarte entiende Os sertões de Euclides da Cunha como un libro que pone en escena el
descubrimiento de ignorancia propia y la inutilidad del saber libresco (en fin, de las certezas
epistemológicas y de la noción de “comprensión”) a la hora de dar cuenta del conflicto de
Canudos. También es el lugar central del lenguaje en la guerra lo que explora Juan Pablo
Dabove en su análisis de ¡Vámosnos con Pancho Villa! de Rafael F. Muñoz, donde la
reticencia del subalterno a definir su participación en la Revolución Mexicana a partir de
una causa última (un punto de vista de la clase o un programa político moderno, por
ejemplo) es lo que indica para el letrado la condición de “barbarie”: la noción de bandido
es, en este sentido, menos una posición “objetiva” que un efecto de identidad puesto en
marcha por un Estado modernizador y normalizador. Por su lado, Julieta Vitullo analiza
Ciencias morales de Martín Kohan en el marco de otras novelas sobre la guerra de
Malvinas, y subraya que la particularidad del texto reside en lo que llama “contención
lingüística”: frente a otros discursos que tematizan el conflicto y lo narran desde la impronta
del “exceso”, en Ciencias morales lo no dicho, la escasez de referencias explícitas al
conflicto, es la clave de su potencia política y de la persistente noción de memoria que
convoca.

Un tercer grupo de textos de la compilación se dedica a discutir la guerra desde una


perspectiva biopolítica, poniendo especial énfasis en la representación animal como modo
específico de dar cuenta del lugar del poder soberano en el contexto bélico. En estos
artículos, de hecho, los autores tampoco dejan de lado el problema de los lenguajes de la
guerra. La cuestión de las fronteras entre humanidad y animalidad en el discurso del
enfrentamiento armado es trabajada por Martín Kohan, quien en su lectura de Guerra al
malón y Conquista de la pampa del comandante Manuel Prado explora el modo en que la
condición de “salvajes” que se atribuye a los indígenas en la Campaña al Desierto no
alcanza a reducirlos a la mera condición de animales. Según Kohan, esto es precisamente
lo que viene a demostrar la guerra a Prado, para quien el mayor peligro de todo conflicto
armado es, por el contrario, la animalización de los soldados. Gabriel Giorgi estudia cómo
opera la alteridad animal en ficciones de Guimarães Rosa, Leopoldo Lugones y Horacio
Quiroga, y destaca en particular cómo la formación de una nueva alianza entre humanos y
animales en la ficción de Guimarães Rosa sirve para imaginar una comunidad alternativa,
uno de cuyos ejes radica en el despliegue de una voz narrativa que desestabiliza y
cuestiona el monopolio humano y humanista del sentido. Por último, Fermín Rodríguez
investiga el modo en que el narrador de La Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo se
constituye en una máquina de guerra contra el cuerpo biológico de la nación entera, y en
sus intervenciones sobre el “decir” de la multitud hace del lenguaje un instrumento clave de
esa máquina.

Aunque la compilación de Martínez-Pinzón y Uriarte no está organizada en torno a los


núcleos conceptuales que acabo de describir sino a partir de una ordenación cronológica
de los escenarios de guerra que se abordan en cada uno de los artículos, lo que importa en
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todo caso es que Entre el humo y la niebla discute presunciones de larga data sobre el
lugar político y cultural de los conflictos bélicos en América Latina, e insiste en destacar su
importancia como dispositivos de sentido que atraviesan de modo fuerte la producción
cultural del continente. Martínez-Pinzón y Uriarte escriben: “El compromiso intelectual que
nos planteamos es el de contribuir a la comprensión de las causas y de las dinámicas de
este fenómeno omnipresente que parece perpetuarse incansablemente. A través del
esfuerzo colectivo que aquí presentamos, la guerra puede ser, por una vez, instrumento de
acercamiento y de diálogo” (27). Dos cosas hay entonces aquí: por un lado, el deseo de
cerrar un ciclo que para ellos tiene inicio en las guerras de independencia, y por otro, la
apuesta por la solidaridad como eje de su resolución política, social y cultural. El resultado
del plebiscito colombiano de 2016 señala los enormes desafíos pendientes en este sentido.
Pero lo que importa en cualquier caso es que el proyecto de Martínez-Pinzón y Uriarte no
quiere pensar la guerra a partir de un imperativo moral abstracto: se trata de empezar por
“habitarla” (una expresión que aparece de modo reiterado en el libro). Y al “habitar” la
guerra, abordarla desde espacios y lenguajes que subrayan a la vez su persistencia y
opacidad narrativa.

Fernando Degiovanni
CUNY Graduate Center

Alejandra Castillo. Disensos feministas. Santiago: Palinodia, 2016. 140 págs.

En la actualidad el capitalismo hétero-patriarcal no solo explota y margina a amplios


segmentos de la población mediante prácticas visiblemente exclusionistas, sino que
también produce una visión uniforme y monolítica de las prácticas que disputan sus
basamentos como una forma de absorber y neutralizar su potencial disidente. Este ha sido
el caso de algunas teorías y prácticas feministas. Ante estas arremetidas se hace necesario
entonces no solo interrogar la matriz patriarcal y heterosexista que constituye a estos
regímenes, en el sur y en el norte, sino también las mismas premisas que sustentan a los
diferentes feminismos. El trabajo de la filósofa feminista chilena Alejandra Castillo explora
estas diversas concepciones sin instalarse ni cómodamente ni de forma definitiva en una
sola posición enunciativa; lo hace en cambio a través de esa práctica deslocalizadora que
ella ha llamado disenso feminista: un entre estratégico, un modo de intervención polémica,
que piensa y desarticula tanto los presupuestos hétero-patriarcales de la filosofía y la
política, como los de ciertos feminismos cómodamente instalados en una política de la
afirmación o de las éticas del cuidado. El feminismo de Castillo, tal y como se ve en sus
diversos libros, artículos e intervenciones, es siempre práctica disidente frente a los
presupuestos que construyen los horizontes de posibilidad de lo político, la democracia y la
emancipación. Como ha planteado la autora: “el feminismo no busca una adecuación en
una sociedad patriarcal. Busca, por sobre todo, la trasformación total de las relaciones
sociales. No se es feminista para reificar la identidad ‘mujer’ en una sociedad pospatriarcal.
El feminismo es negativo o no es. O, en otras palabras, el feminismo no es un humanismo”
(“El feminismo no es un humanismo” en Por un feminismo sin mujeres Santiago: CUDS, 2011;
21).

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