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Estas situaciones en las que los hijos adolescentes se vuelven violentos no son
propias de clases bajas como pueden pensar 'a priori'. «Estamos comprobando que
es en las clases medias y media alta donde se dan más casos.
Creemos que es porque estos padres les han consentido muchos caprichos
Las conductas más habituales son las amenazas, el maltrato psicológico, insultos y
humillaciones, lesiones leves como arañazos o bofetadas, empujones, golpes y
roturas de mobiliario. «Ante el primer signo de violencia, por mínimo que sea, deben
llamarnos porque nuestra intervención consigue atajar estas conductas ya que los
jovenes se dan cuenta de las consecuencias que puede tener su comportamiento»,
insistió la cabo.
Consciente de la necesidad de ayudar a las familias desde que "un día me encontré
ante una madre que llevaba la cara vendada porque su hijo le había partido la nariz
al darle con la hebilla de su cinturón porque, tal y como él me dijo, 'la muy puta no
me había lavado la camisa verde"
Se trata de un problema de países ricos, impensable hace 30 años en nuestro país.
"Esto no ocurre en familias gitanas, por ejemplo, ¿qué niño gitano se atreve a pegar
a su madre? Ninguno, porque el principio de autoridad está muy claro en estas
sociedades", agrega el psicólogo Urra.
La voz de Carmen Arnaz ejemplifica lo que es ser una víctima de esta forma de
violencia. "Los problemas con mi hijo que ahora tiene 18 años empezaron a la vez
en casa y en el colegio, pero al llegar la adolescencia se hizo desbordante. Se pasa
realmente mal, es tu hijo, le quieres pero no puedes con él y finalmente tienes que
tomar la decesión de denunciarle".
Este experto asevera que los afectados suelen ser "padres demócratas e
indulgentes, permisivos". A lo que Javier Urra añade: "No imponer normas, no
mantenerse firme en los castigos, buscar a una tercera persona para sancionar",
son el abono idóneo para el conflicto entre padres e hijos. "La tiranía se aprende, y
si no hay normas, los pequeños interiorizarán que tienen un esclavo y, de más
mayores, serán incapaces de manejar la frustración".
«Los padres aguantan mucho y las madres, más –coincide la experta con los
planteamientos del juez Emilio Calatayud y de Pedro García Aguado–. No hay que
esperar a que se pongan a romper muebles, a destrozarlo todo. Es preciso abordar
el problema antes de llegar a esos extremos».
En ese museo de los errores y los horrores que es la violencia de los hijos contra
sus padres, abundan las amenazas dichas a voces, exabruptos que, a menudo,
duelen más que los golpes. «¡Callate, que yo soy un hombre y tú no eres nada!»
«¡Puta, no quiero esta contigo! ¡Te tengo que mandar a gente que te quiebre las
piernas!» «¡Te voy a sacar los ojos!» «¡Te tengo que dar diez puñaladas!» «¡Eres
una mierda, me cago en tus muertos!» «¡Chivata, voy a prender fuego a la casa!»
«¡Viejo, asqueroso!» «¡A ver si te da un ataque de los tuyos y te mueres!» «!Como
no me dejes salir, me tiro por la ventana!» «¡Loca, que estás loca!»...
Así es como se expresa una tragedia que está a la orden del día. Aunque suene
obscenamente frívolo, es el delito ‘de moda’ entre los menores.