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CARTAGENA (ESPAÑA)

J. M. POLAR

DON QUIJOTE EN TANQUl

EDITORIAL JUVENILIA
CARTAGENA (ESPAÑA)
ES PROPIEDAD DEL AUTOR

Antonio López, impresor. Olmo, 8.— Barcelona


AL QUE LEYERE

Sabrás, lector amigo, cómo, aunque parezca cosa de


fantasía o de cuento, no es sino mucha verdad la pe¬

regrina historia que en este libro se contiene, pues si


antaño podía suponerse embeleco o truhanería la re¬
surrección del Hidalgo Doin Quijote de la Mancha y
la de su graoioso y nunca bien ponderado escudero
Sancho Panza (cosas de que este libro trata), nada
es de extrañar en estos tiempos que corren, que lo
son de singulares prodigios y de sucesos jamás vis¬
tos ni oídos, y más si tales sucesos se cuentan del

país de Yanquilandia, el cual ha venido a ser, según


sus invenciones y novedades, el más famoso que exis¬

te en toda la redondez de la tierra.


«/Dicho se está, pues, lector curioso, que esta no es
novela sino historia, cuyos datos y apuntes tomólos
de un cierto manuscrito arábigo que no sé cómo ni
cómo no vino a mis manos traído por el correo que
llaman de la "mala real"; y mala resultó ser para mí,
pues me trujo la encomienda de sacar a luz la historia
de la resurrección de Don Quijote, empresa que habrá
de pesarme como mis propias culpas, pues dárselas de
escritor en esta nuestra edad crítica
(que tal nombre
merece abundar en ella críticos más doctos que
por
el cura de un "lugar de la Mancha" y de ingenio más
avisado que el del bachiller Sansón Carrasco), trae
desazones y contratiempos de que no había menester
quien como yo blasona de burgués y buen vecino;
pero es el caso que con el manuscrito venía una carta
o misiva de Cide Amete Benengeli, el cual con muchos
encarecimientos y exhortaciones me apremiaba para que
6 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

viese de componer este libro con los datos y apuntes


del manuscrito arábigo que antes dije; y mal año para
mí por descortés y majadero si anduviese con excusas
y reparos cuando historiador de tanta fama y nom¬
bradla me hacía la merced de tomarme por traductor
y copista^,
Así, por buena crianza y cortesía, que es como quien
dice de cantor, me vi metido en la aventura de escri¬
bir este libro, lo cual, más que aventura, resultó ser
desventura, qué decir de los desvelos, afanes y
pues
cavilaciones que me costó la menguada empresa, sino
que fueron tantos que no acierto a dar fe dellos.
Las afrentas que pasé pidiendo ayuda y consejo a
personas doctas en lenguas vivas y muertas, los es¬
crutinios que hube de hacer en bibliotecas conventua¬
les de aportillado® pergaminos, las preguntas y repre¬
guntas con que machaqué a eruditos, bachilleres y
licenciados en el arte de manejar la pluma con discre¬
ción y donaire, las vacilaciones en que me puse para
ordenar él relato y ver de poner en claro tal o cual
episodio a fin de no faltar ni en un punto a la verdad
de lo sucedido, no son para contarse; mas es lo cierto
que, cayendo y levantando, aquí acierto o presumo
acertar, allá salgo del paso a la buena de Dios, logré,
al fin, no sé si con bueno o mal suceso, poner término
y remate a esta verídica historia.
No pasara adelante, lector amigo, si no te previ¬
niera que, dado caso que fuéredes intelectual, cosa
de temerse por ser los que así se nombran infinitos en
número como los necios que dijo el sabio), dejes al
punto este libro que no se ha escrito para ti. Pese a
tal que nunca me pasara por el magín brindar el mal
sazonado fruto de mi deslucido ingenio a los varones
o a las hembras (que también las hay) de semejante
alcurnia. A plebeyo me llamo en punto a esta aristo¬
cracia que, .según el andar de los tiempos, ha venido a
reemplazar con ventaja muy subida a la de la sangre
azul, como lo acreditan con razones muy del caso los
sociólogos detl día, erudito® de trastienda y muy me¬
tidos en el tiquis miquis de averiguar lo que llaman la
evolución social según los tiempos y los ambientes, con
otras aleluyas de ciencia y sotileza.
¡Válame Dios y cómo cambian las cosas! Apolilla-
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dos se ven 'los pergaminos, maltrechos las escudas y


en divido el
abolengo con que se honraban ios. anti¬
guos caballeros; buélganse hoy los modernos hidal¬
gos del intelecto con lemas y blasones de sin par va¬
lía y de flamante novedad que, a falta de Rey, se
otorgan y se prodigan los unos a los otros con libe¬
ralidad y gentileza que ponen muy al vivo su personal
dignidad y su singular 'decoro. Acabáronse en buena
hora los caballeros de golilla engomada; los nuevos,
quiere decir los intelectuales, gastan engomado hasta
el cacumen por así exigirlo el ceremonial y la etiqueta;
y si los de antaño fueron prontos en esgrimir espada
v lanza
y en derrochar doblones y tejos de oro, los de
hogaño no son lerdos en esgrimir la péñola y en
allegar dineros, que son cosas de menor riesgo y de
mayor comodidad y regallo. Aristocracia por aristo¬
cracia, me voy por la del día; que a cada santo le llega
su fiesta y les llegó la suya a los de los sesos azules

como antes la tuvieron los de la sangre del mismo


color y alcurnia.
Tampoco fué escrito este libro (y fuerza es decla¬
rarla para que el lector no se llame a engaño o a esta¬
fa) para capitalistas y acaudalados, que si hablamos de
nobleza y señorío, superan con mucho a todos los
intelectuales habidos y por haber y nunca me atre¬
viera a comparecer ante ellos con este libro plebeyo
y de baja estofa, sin contar con que los tales 110 gustan
del desperdicio de gastar plata en impresos, pues fuera
indigna holgazanería empañar el "Times is Money".
que es el lema de su prosapia, perdiendo el tiempo en
lecturas que no rinden interés, cuando hay negocios
y granjerias que dan lustre a los blasones.
Dignos a la verdad de todo encarecimiento son los
cambios y mudanzas que nos trujo el progreso en pun¬
to a clases sociales, convirtiendo en aristócratas de lo
fino a industriales y mercaderes que han venido a ser,
según las vueltas da el mundo, la flor de la cultura
que
de esta nuestra dichosa edad republicana. Genealogías,
abolengos, pergaminos, honor y otras zarandajas de
la nobleza de antaño son cosas del otro jueves; dine¬
ros y más dineros es lo que vale y da lustre, pues
quien los atesora y acumula, por buenas o mallas artes,
caso de ser plebeyo o de ruin estirpe, se convierte, de
DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

la noche a la mañana, en
hidalgo y caballero; de necio
se trueca sabio, de ridículo en admirable y de cri¬
en
minal en virtuoso. Qué mucho, pues, que tratándose
de tan singulares preeminencias, haya venido a ser la
moneda el objeto y el fin de todos nuestros desvelos
y cuidados, a punto que, por conseguirla, andan a la
greña los hombres y los pueblos con el propio afinca¬
miento y valentía con que lidiaron antaño por su
Dios, por el Rey y por la Dama.
Larga a fe mía pero no fuera de lugar, sino muy
pertinente y al caso me resultó la digresión, pues era
menester hacella, la uno, en vía de besamanos a los
dos nuevos linajes, y lo otro, porque en mi condición
de ser la mesnada en las cosas de intelecto, y pe¬
chero en lo que toca a la fortuna, fuera osadía dar a
la estampa este libro sin- antes poner en claro que
no se brinda a intelectuales ni a capitalistas de la mo¬
derna prosapia; pues tal omisión pareciera desacato
a fueros y privilegios a los que rindo pleito homenaje.

Compuse este libro (y conste que lo compuse como


llevo dicho con datos y apuntaciones que me trujo
la "mala") para gente aficionada a burilas y diverti¬
miento, para palurdos taimados y plebeyos follones,
para mozos alegres y si acaso para malandrines y ami¬
gos de embustes y aventuras, todos los cuales quiero
creer que hallarán solaz y esparcimiento en esta ino¬
cente y peregrina historia.
Duélame, lector paciente, de no presentarte este
libro con la ornamentación y adorno de retrato de au¬
tor y de biografía del mismo según es uso y costum¬
bre en los modernos impresos; pero sabrás que tal
omisión se debe a que el que ha escrito esta historia
no tiene biografía digna de ponerse en letras de mol¬

de, pues es un vecino cualquiera de una ciudad cual¬


quiera, y por lo que toca al retrato o estampa, como
eil autor no es hidalgo, sino plebeyo de entendimiento,
nunca se permitiera hacer imprimir su "vera imagen"

en postura y actitud de intelectual consagrado o por

consagrar, cosa que se estila para que eál lector, antes


que el libro, empiece por leerle el pensamiento al que
lo compuso y se convenza de que la obra de quien tal
imagen gasta y en tal postura se presenta, es cosa
sutil, de substancia y de ingenio.
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Item más: falta también en este libro la dedicatoria


que suelen poner con mucha cortesía y
los autores
Hendimiento homenaje del padrino que lo lleva a la
en

pila bautismal de la publicidad; segunda omisión que


se debe a que no tuve la suerte de tropezar con un

Conde de Lemos que me mereciera merced y me sus¬


tentara para poder escribidlo, como paisó, según él lo
refiere, con el Manco de Lepanto, ni hubo tampoco
Emperador Chinesco (que ya ni en la Gran China
hay emperadores) que me ofreciera ayuda de «costas
para enseñar con mi libro la lengua de Castilla en un
lugar de esas tierras; sino que me vi en'tal condición
que si un mi amigo y compadre que no quiero nom¬
brar, porque no quiero y que si no es conde ni acau¬
dalado mereciera ser lo uno y lo otro, digo que si .1
ya dicho mi amigo no viera de hacer poner en letras
de molde y en libro esta nueva historia del Caba¬
llero de la Mancha, habría de quedarse mi Don Qui¬
jote en paños menores, quiere decir manuscrito. Gra¬
cias, pues, la liberalidad de quien hace aprecio aun
a
de las malas letras, sale, al fin, Don Quijote con in¬
dumentaria impresa para poder presentarse en pú¬
blico en la forma decorosa que exigen la moral y las
buenas costumbres.
Y con esto pongo punto final a salvedades y adver¬
tencias, abreviar, cortando por lo sano, allá va
y para
mi Don Quijote seguido de su escudero a recorrer
no ya la Mancha española, sino el país de Yanqu i-
landia; que arrestos tiene para eso y mucho más, y
cuenta que habrá de tropezar como antaño con curas
amigos de escrutinios, con bachilleres truhanescos,
con barberos taimados, con duques burladores y con
yangüeses y picaros que lo apaleen y maltraten, que
es tal el destino del infeliz caballero, que así viva por
los sigilos de los siglos (y hay quien asegura que así
ha de vivir), habrá siempre de salir maltrecho y apo
rreado por sus sandeces y sinrazones.
Lo dicho, dicho se está, y aquí paz y después gloria.

J. M. POLAR.
Fechado en una ciudad serrana del antiguo
Tahuantinsuyo, por marzo del año de 1925.


'
• —

'

.

Éffet v
■ ■
CAPITULO I

Donde se verá el modo como resucitaron Don Quijote


de la Mancha y Sancho Panza, su escudero

Cierto día del año mil novecientos y tantos, holgá¬


base eil Tío Samuel con la lectura de "El Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha". Arrellanado en
rico sitial de la mejor tapicería, puestos los pies sobre
la mesa, la pipa en la boca, leía el buen viejo sin darse
cuenta dél tiempo, tan a su sabor se encontraba. De
rato en rato, y para hallar más gustosa la regocijada
lectura, apuraba, sorbo a sorbo, copas colmadas de
whisky de lo fino o de ron de lo mejor; con lo cual
demás es decir que se le iba poniendo él semblante
más rubicundo que de ordinario y que se le cerraban
poco a poco los Vivarachos ojuelos no sin cierta truha¬
nería, hasta que, sin él sentirlo, aflojáronsele las ma¬
nos y se le escapó de entre ellas el "Ingenioso Hidal¬

go", que, abierto por mitad y dando tumbos, fué a


caer bajo la mesa despatarrado y maltrecho.

Durmióse, pues, como un bendito él viejo de la pe¬


rilla blanca, y notándolo el "Don Quijote"—que, en
punto a descortesías, ni las sufre ni las gasta—, se en¬
treabrió con discreto susurro y dejó escapar de entre
sus páginas un gomecillo burlesco, a la manera de
abejorro, que, con muy quedo y cauteloso andar, su-
12 DON quijote en yanquilandia

bióse del pantalón de distas al frac estrellado, encara¬


móse en la pera, y de un salto, abordó la oreja del
pacífico durmiente poniéndose a darlle palique con im¬
pertinente zumbido; mas así que notó que el viejo
empezaba a rebullirse, .se escapó de la oreja con singu¬
lar agilidad y presteza y desandando el camino anda¬
do, fué a meterse de rondón dentro del libro que lo
agasajó en lo más escondido de sus páginas.
Sobresaltado y confuso despertóse entre tanto el Tío
Samuel, se restregó los ojos por más de tres veces, se
rascó la oreja hasta ponérsela como un tórnate, dióse
a mirar a un lado y a otro con inusitado azoramiento,

y al cabo, volviendo en su acuerdo, se dió una palma¬


da en la frente, miró di libro, le echó encima la ve¬
lluda mano, lo abrió y lo cerró, volvió a cogerlo y tras
mucho escudriñar entre sus páginas, mascullando poco
finas expresiones, vino a quedarse pensativo, con el
índice clavado en el entrecejo, fija la vista en el "Inge¬
nioso Hidalgo" y discurriendo interiormente.
No fué muy larga la espera; al cabo de ella—"¡Eu-
reka!"—exclamó el viejo encarándose con el "Don
Quijote"; y luego de golpearlo dos o tres veces con
el dorso de la derecha mano, prorrumpió en estos o
parecidos términos: —"¿Con que era vuesa merced,
mi Señor Don Quijote, quien tan curiosamente me
zumbaba en el oído?... Por lo visto, el Andante Ca¬
ballero no ha olvidado las andadas y me reta en són
de burlas para que vea de resuoitalle... ¡Sea en buena
hora! ¡Por los Doce Pares de Francia que me place
el desafío y lo acepto de buen grado! O no soy quien
soy, o ha de ver de nuevo el mundo all famoso Don
Quijote, seguido de su escudero, tan gentil y tan ga¬
llardo como en los dichosos tiempos en que recorrió
la Mancha. Poder tengo de sobra para prodigios ma¬
yores; abundan en mis Estados los más sesudos al¬
quimistas; sobran los físicos y no escasean los metafí-
sicos; súbditos tengo dados al espiritismo y a la ni¬
gromancia; poseo la flor de los electricistas y los me¬
cánicos de mayor atrevimiento; tengo médicos de fama
y millares de ingenieros de toda suerte de ingenio,
amén de sabios y eruditos en industria, ciencia y arte
que aportarán a la empresa sus doctos conocimientos.
¡Sepa, pues, mi Señor Don Quijote, que no soy ningún
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molino de viento ni menos un mal odre de vino y que


¡voto al gigante Ma'lambruno y a las dueñas barba¬
das! be de resucitar al Anidante Caballero para asom¬
bro de mis contemporáneos y regocijo de mis sub¬
ditos!"
Tan embebido estaba en su peroración el orgulloso
viejo, que no se percató de las curiosas muecas que
hacían los renglones del zarandeado libro conteniendo
la risa, y contento con su idea y resuelto a darle 'fin
sin vacilar un punto, púsose de pie, arrojó el ejem¬
plar de "Don Quijote" y comenzó a pasearse con sin¬
gular agitación, tocando timbres eléctricos y dando
órdenes a todos los puntos de sus dominios por me¬
dio de grandes bocinas que, según es fama, repercu¬
ten hasta en lo más apartado de aquella República.
Armóse con esto tall repicar de campanillas eléctri¬
cas y eran talles las zancadas que daba el Tío Sa¬
muel vociferando mandatos, que el libro, cohibido y
maltrecho, se arrebujó k> mejor que pudo en la lu¬
josa pasta esperando el desenlace de tan curiosa aven¬
tura, hasta que el viejo, concluidas las complicadas
disposiciones y luego de pensar un rato corno si qui¬
siese asegurarse de su idea, lo cogió de nuevo, y ca¬
minando a priesa, a pesar de la gota y de los años,
atravesó corredores y pasillos y fué a depositarlo so¬
bre una mesa recubierta de fino tapete que había en
un muy vasto salón de aquel palacio solariego donde
moraba por entonces el Tío de nuestra historia.
Al cabo de un rato, que no fué largo, comenzaron
a llegar con grande trajín los sabios más renombrados
de aquel reino. Venían jadeantes, con presuroso an¬
dar y con tal descuido en las maneras y en las ropas,
que más parecían gente de condición artesana que
personas graduadas y de discurso. La mayoría de los
concurrentes se componía de hombres pictóricos, de
complexión recia, la color tirando a rojo y el pelo
bermejo. Mujeres, no faltaban y eran todas ellas doc¬
toras, dadas al estudio y a la controversia, con mu¬
cho aquel de sabiduría y de talentos, a tal punto, que
'les quedaba poco deil sexo hasta en la figura, pues
eran todas hombrunas, con más huesos que carnes,
largas de talle, cortas de vista, enjutas de pechos,
amigas de la ciencia y enemigas del donaire.
14 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Congrandes cabezadas recibía a todos el Tío Sa¬


muel, sin hablar mucho ni poco, hacíales seña para
y
que pasasen. No se mostraban ellos más corteses:
unos se paseaban de arriba para abajo; otros estaban

sentados, con el sombrero puesto, apoyando los enor¬


mes pies en el respaldo de la silla de)l vecino; éstos
fumaban; aquéllos resoplaban como máquinas pictó¬
ricas, y mientras discurrían a sus anchas, todos, o casi
todos, mascaban tabaco .y escupían en tal abundancia,
que era aquello un diluvio de isaliva.
Hormigueaban entre la renuión, como fastidiosos
moscones o petardistas importunos, agentes de bol¬
sa y noticieros de periódicos que metían un ruido de
mil demonios trasmitiendo impresiones por los mu¬
chos aparatos telefónicos de que estaban llenos los
tapizados muros, y ninguno de los presentes
aunque
sabía el por qué de la convocatoria, convencidos de
que se trataba de cosa de utilidad y .negocio, aguza¬
ban etl ingenio haciendo suposiciones de las más
aventuradas y apostándose sobre ellas fuertes sumas
aun entre los propios sabios, que no por serlo, se des¬

cuidan en lo de allegar el cuotidiano sustento.


Es cosa sabida, que, para la gente yanqui, hablar
de negocios es como rascarse la comezón; de manera
que con el picor de la inusitada convocatoria, el voce¬
río aumentaba de rato en rato, se iban perdiendo los
estribos, las cabezas recalentadas con al ansia de la
y
especulación, forjaban combinaciones y prospectos de
lo más enrevesado para negociar por millones con la
nueva idea del Tío Samuel que todos ignoraban; lle¬

gando el tumulto a tal extremo, que, más que docta


asamblea, parecía aquello feria de mercaderes entre¬
gados al trato y granjeria. En tan grande confusión,
oíase por todas partes el repiqueteo de las campani¬
llas eléctricas, el vocear de las gentes en los teléfonos,
el ir y venir de losi bolsistas hablando hasta por los
codos, las hipótesis que hacían los políticos en dis¬
cursos vacíos de sentido y el preguntar de los perio¬
distas que de todo tomaban nota, formándose de este
modo y sin que nadie se entendiense, la más agitada
batahola que jamás se haya visto y que, repercutien¬
do en todos los Estados, redobló la nunca bien ponde¬
rada actividad de aquel activísimo reino.
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Organizóse, porfin, la asamblea. Dominando e(l con¬


curso, se puso de pie el Tío Samueil y agitó por tres
veces una campanilla de oro, con lo cual quedaron to¬
dos en silencio y
aguzando el oído para no perder ni
una coma<^Tosió el Presidente, ise pasó la. mano por

la pera con genuino ademán de mercader y levantando


en alto el libro que tan curiosa idea le había sugerido,
refirió en cortas palabras (que el dicho señor no es
aficionado a malgastar el tiempo) de cómo, habiéndole
cogido un sopor, luego de leer algunas páginas del
"Ingenioso Hidalgo", sintió que el susodicho (sin que
fuera esto causa de pesadilla, sino de mucha verdad)
le hablaba en el oído, desafiándolo en són de burlas
para que viera de resucitarle y también a su escu¬
dero, y agregó el orador, sin andarse por las ramas
y eon el mayor desenfado, que fuese lo sucedido cosa
de espiritismo o brujería, había de ponerse a la obra
contando con el concurso de sus discretos oyentes.
Grande fué el asombro de la asamblea al escuchar
tales razones, lo cual no impidió que noticieros y bol¬
sistas atinaran a comunicar la nueva con insoportable
campanilleo de timbres eléctricos, haciéndose de este
modo universal la
espectativa^>
No son los subditos del Tío Samuel gente que des¬
maye ante la más descabellada idea o lia empresa más
temeraria, y fué de ver cómo, sin pararse a pensar si
el Señor de los Estados estaba o no en sus cabales,
comenzaron a discutir y comentar el caso con atina¬
dos conceptos. Unos imaginaban que la Electricidad
podría por sí sola resolver el problema; otros creían
que el Espiritismo y lia Sugestión eran a ojos vistas
los medios más apropiados y pertinentes; reclamaba
la Antropología sus derechos acerca del homo sa¬
piens; los materialistas invocaban a la Fisiología en¬
careciendo su eficacia, y protestaban los espiritualis¬
tas en nombre del alma con razonamientos de agu¬
zado ingenio; creciendo de tal modo la algazara, que
fué menester que el Tío Samuel recurriera a su auto¬
ridad, apaciguando dudas y controversias y ofreciendo,
como hombre práctico, que cada cual tomaría da parte

que le tocaba, pues era el caso tan complejo y tan


variado, que Arte, Ciencia y Nigromancia, en vez de
andar a la greña, habían de proceder en concierto / ara
16 don quijote en yanquilandia

mejor acertar. Convencidos los circunstantes con tan


sesudas razones, se creyó cosa indispensable tomar
como base para cualquier experiencia el ejemplar de
"Don Quijote" que yacía en la mesa todo escamado,
pues no faltó un nigromante que creyera que ence¬
rraba dentro de sus páginas los propios espíritus que
de resucitar se trataba, sin que parasen en esto ma¬
liciosas sospechas, pues 'alguno (que debía de ser
hombre de leyes por lia enfática entonación) llamóle
el cuerpo del delito, y pensaron los filósofos, dados
siempre a elucubraciones enrevesadas, en una hipóte¬
sis de la animación del pensamiento escrito, cosa en
que estuvieron de acuerdo varios sabios de los que
llaman de ¡la Escuela Positiva, más de cinco doctoras
en humanidades y no pocos médicos alienistas. Sudaba
tinta el "Don Quijote" escuchando la sinrazón de es¬
tas más cuando un precavido bacteriólogo,
razones, y
ceñudo observador, le aplicó con todo ahinco un
y
microscopio de extraordinaria potencia, encontrándole,
según decía mientras miraba, gran copia de pernicio¬
sas alimañas, mas no el geniecillo aquel de nuestra
historia, pues el muy taimado corría entre líneas con
tal priesa que no lo alcanzara un galgo.
Impaciente mostrábase el Tío Samuel con tanto
devaneo, el que, a su juicio, se perdía un tiempo
en
precioso. Dispuso, pues, que ise comenzase la labor, y
a una orden terminante, distribuidos en grupos, se¬
gún su ciencia o nigromancia, dieron principio los sa¬
bios a sus doctos menesteres. Era aquello a modo de
orquesta en la que todos trabajaban dirigidos por la va¬
rilla mágica del discreto viejo, que, gran conocedor
de sus súbditos, no se cansaba de encarecer los mu¬
chos millones que el prodigio dejaría, con lo cual agu¬
zaban de tal modo 'el ingenio los operarios que era
cosa de dar gusto.

Improvisáronse en un momento complicados labo¬


ratorios, gabinetes de los que llaman de física, insta¬
laciones de electricidad, máquinas de vapor, cámaras
de espiritistas y otros muchos aparatos que más que
para resucitar muertos, parecían propios para dar a los
vivos aflictivo tormento. En todo estaba el Tío Sa¬
muel: oía a los unos, gobernaba a los otros, iba y ve¬
nia distribuyéndolo todo con singular actividad y pres-
J. M. POLAR 17

teza; hasta que, juzgando terminados los preparativos,


se hizo el substancioso resumen de la manera cómo
debería procederse al descubrimiento, que tal apelli¬
daban a la resurrección de Don Quijote. Tocóle a la
Química «la manipulación de los ingredientes y reac¬
tivos; ila Física tomó a su cargo e'l desarrollo de la
energía y de la fuerza; entraría la Mecánica en la
combinación de los delicados engranajes; las Mate¬
máticas atenderían a la proporción y al 'cálculo, y en
tanto el Arte modelaba las figuras, los médicos
que
oficiarían de sugestionadores, darían cuerda los
fisiólogos al reloj de la vida, y la Filosofía y el Espi¬
ritismo, puestos de acuerdo, se encargarían de las
ánimas, contribuyendo en su esfera y sin que nadie
quedase ocioso, todas las multiplicadas manifestacio¬
nes de las ciencias y las antes para dar cima al pro¬
digio.
Combinado así lo que los diplomáticos llaman el
modus operandi y no bien los ingeniosos químicos co¬
menzaron a mezclar y revolver en grandes retortas
substancias las más apropiadas para producir células
vitales, tuvo el Tío Samuel la más feliz idea que ima¬
ginarse puede, pues se le ocurrió que había de que¬
marse el dichoso libro poniéndose las cenizas corno
primer componente de organismo humano en aquella
famosa manipulación química. Asintieron todos los
sabios a iniciativa de tan grande significación y sen¬
tido, y resolviéndose cerrar puertas y ventanas por
ser la obscuridad propiciade sortilegio y
en casos
de ciencia, se procedió a incinerar al "Ingenioso Hi¬
dalgo" sobre lucida bandeja ricamente cincelada. Así
que se al fuego, comenzó la pasta a retorcerse
puso
crujiendo si se quejase; intervino luego el Tío
como
Samuel con dos largas varillas para abrir campo a la
llama, y ésta, que no esperaba otra cosa, la empren¬
dió con las fojas de tal suerte, que las tales se enca¬
rrujaron dejándose devorar por el fuego sin el menor
aspaviento. Los nigromantes hacían entre tanto signos
cabalísticos gangueando entre dientes extrañas ora¬
ciones y todo el concurso seguío con ávidos ojos las
fluctuaciones de la\ llama que parecía empeñada en

ilusión o no lo fuese, cuenta esta verídica historia que

L :devorar hasta las últimas letras dé! impreso. Fuese


18 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

más de uno de los presentes creyó advertir que la


susodicha, paseándose sobre las cenizas, sacaba de
cuando en cuando una rojiza lengua como si pre¬
tendiese hacer mofa de tan docta asamblea.
Concluido el auto de fe, que cierto repórter mal
pensado comparó con el que lucieran el cura y el bar¬
bero en la biblioteca de marras, repartiéronse propor-
cionalmente las cenizas para Don Quijote y Sancho,
se mezclaron con ellas los ingredientes químicos, se
añadieron nuevos y variados reactivos, y luego los
artistas, que, sea dicho de paso, eran extranjeros por
no haberlos en la República, modelaron con tan rica
substancia y de tamaño natural la espiritada y caba¬
lleresca figura de Don Quijote y 'la rechoncha y es¬
cuderil de Sancho Panza, con tail verdad y maestría,
que, como vulgarmente se dice, no les faltaba más
que hablar a los dos hijos famosos del llamado por
mal nombre el Manco de Lepanto. Quedáronse, pues,
todos asombrados viendo la perfección de las escul¬
turas; creció el entusias-mo, y a la voz del Tío Samuel,
comenzó entonces un ruido ensordecedor que hacían
todas las máquinas y aparatos puestos en conexión
para concentrar la fuerza y aplicarla gradualmente a
las dos figuras con el intento de infundirles anima¬
ción y energía. Descargaba la electricidad tales rayos,
que se quedaran cortas las nubes del temporal más
deshecho; resoplaban las máquinas de vapor, crujían
las poleas, vibraban los alambres trasmisores, y entre
tanto, los sabios más renombrados, con sacerdotal re¬
verencia, vertían en los oídos de las ya dichas escul¬
turas elíxires vitales hechos de propia substancia ner¬
viosa, concentrando al mismo tiempo sobre el Don
Quijote y el Sancho y con gran potencia de voluntad
el invisible fluido de la sugestión hipnótica. No se
quedaron cortos los espiritistas en tan grave momen¬
to; subían y bajaban los brazos, agachaban las cabe¬
zas hasta el suelo y las volvían a levantar mascullando
enitre dientes ininteligibles oraciones, y el más viejo
de ellos dióse a evocar con grandes voces latinas a
Don Quijote de la Mancha y a Sancho Panza su
escudero. Cuando el ruido era más recio y más con¬
tundentes las voces del espiritista viejo, comenzaron
las dos esculturas a despedir un hedor insoportable
J. M. POLAR 19

de azufre, señal de el mismo Lucifer andaba


que
metido en el lío; fueron
luego cambiando de color y
de aspecto, estiráronse como si se desperezasen, mo¬
vieron líos ojos, entreabrieron los labios, fueron to¬
mando por momentos el humano aspecto del llamado
rey de la creación y por fin—¡oh prodigio de los pro¬
digios!—ante los asombrados espectadores, aparecie¬
ron vivos, hechos carne y hueso, el por mil títulos fa¬
moso Don Quijote de la Mancha y el no menos famo¬

so Sancho Panza, su escudero. Venía ell de la Triste


Figura con el propio atavío de sus mejores días, sin
que le faltasen ni la mal compuesta celada, ni la
tajante tizona ni el dichoso yelmo de Mambrino, y
cuanto al escudero, no le iba en zaga a su amo en lo
de gastar la indumentaria con que recorrió la Mancha.
Estupefactos, y con razón, estaban todos los presen¬
tes ante semejante maravilla: unos accionaban con la
boca abierta, otros se limpiaban los ojos como si no
creyesen lo que ellos les decían, y todos, en suma,
manifestaban en los ademanes y en las caras un asom¬
bro tal, que parecía hubieran perdido el juicio
que
o que estuviesen a punto de perderlo; pero el Tío
Samuel, que no se atufa ni sobresalta ouando se trata
de cosas de 'nvención y descubrimiento y que estaba
que se desvivía por ostentar su victoria, mandó que
se abriesen puertas y ventanas para que entrase la
luz del mediodía. Así se hizo; llenóse entonces de
claridad la estancia y creció la admiración de los
concurrentes al convencerse a todas luces de que era
cierta la resurrección de Don Quijote y cierta tam¬
bién lia de su compañero de aventuras. En tan crítico
momento, mostrábanse éstos cohibidos y desorienta¬
dos como si de un mal sueño volviesen, y la escena
amenazaba prolongarle entre el asombro de los unos
y el no menor asombro de los otros, cuando el Tío
Samuel, acostumbrado a toda suerte de lances, dando
un paso hacia Don Quijote y tras grandes reverencias,
le dijo de esta manera: "¡Saludo al Señor Don Qui¬
jote de la Mancha, honra y prez de la Andante Ca¬
ballería, y huélgome en gran manera de haber salido
victorioso en reto tal como el que vuesa merced me
fizo!" Dichas estas razones, sonrióse con orgullo el
20 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

presuntuoso viejo y dióse a mirar de hito en hito a


Don Quijote, en tanto que el concurso, maravillado
y suspenso, aguardaba la respuesta.

CAPITULO II

Que trata de las razones que pasaron entre el Tío


Samuel y Don Quijote,
y del modo como
éste quedó alojado
Mohíno y conturbado mostrábase eil Caballero Man-
chego. Viéndole de aquella suerte, dispuso el Tío Sa¬
muel que nadie alborotara por ver de que se reani¬
mase. Oyólo Don Quijote y luego de tragar saliva y
de gesticular como si ensayase el habla, dijo en len¬
gua inglesa y con voz algo insegura y baja: —"Si es
a mí, que tal lo entiendo, a quien vuesa merced se
refiere, no he menester reanimarme, que aunque algo
perturbado por lo que yo me sé, no es de caballeros
andantes perder los ánimos así sea de grande la
cuita a que los lleve su propia desventura o la ajena
malquerencia". —"Así es la verdad"'—'Contestó el Tío
Samuel sin ocultar el gusto que recibía al oir hablar
a Don Quijote; y agregó después: —"Si vuesa mer¬
ced lo permite, luego de serenarse, he de explicarle
el cómo y el por qué de encontrarse en este castillo".
—"No es cosa que me interese—'contestó Don Quijote
disimulando su desconcierto—; y cuanto a lo de se¬
renarme, sepa vuesa merced para su gobierno que ni
me sorprenden ni me amilanan ciertas supercherías y
embelecos". Nuevo motivo de admiración y de entu¬
siasmo era para todos oir expresarse en lengua in¬
glesa al español Don Quijote, el cual, procurando
dominar su azoramiento y turbación, se pasó por la
frente la derecha mano, se palpó el pecho y la nuca
como si tratase de cerciorarse de su propia personali¬

dad, movió de un liado al otro la cabeza, y mirando a


J. RI. POLAR 21

los que le rodeaban, acertó a distinguir


a Sancho que,
de puro miedo y sobresalto, daba diente con diente
y no se atrevía ni a moverse. Fuese a él Don Qui¬
jote y le dijo: —"Sancho hermano, ¿eres tú por ven¬
tura?" —"Sí, mi Señor Don Quijote—respondió San¬
cho también en inglés
y con voz lastimera y que¬
jumbrosa—; mi ver, no sé si existo o no
aunque a
existo; pero es claro que debo de ser yo cuando estoy
•con vuesa merced, por aquello de que por la hebra se

saca el ovillo y cada oveja con su pareja" .

Al oir tales razones, se olvidaron los presentes de


toda discreción y compostura y echaron el trapo a
reir del mejor gusto. Amoscóse Don Quijote con
semejante algazara y volviéndose al Tío Samuel, de¬
jóse decir: —"No sé si es vuesa merced el mismo de¬
monio o algún mago encantador enemigo mío; pero a
juzgar por la gente que le sirve de corte, bien se me
alcanza que la buscó vuesa merced entre bellacos y
follones". Sudaban todos por reportarse, pero sin con¬
seguirlo, y el Tío Samuel, fingiendo indignación, vol¬
vióse ellos y les dijo: —"¡Teneos malandrines! que
a

no es bien alborotar de este modo en presencia de!


Señor Don Quijote de la Mancha, caballero más fa¬
moso que Don Bernardo del Carpió, que el de la Ar¬
diente Espada y que el miismo Gid Campeador, te¬
rror de gigantes y de vestiglos, amparador de viudas
y de cuitadas doncellas, desfacedor de agravios, ende-
rezador de entuertos, modelo de aventureros y espejo
de enamorados y de hidalgos". De mal talante escu¬
chaba Don Quijote todas estas lindezas, y agregó el
Tío Samuel: •—"Mal me juzga vuesa merced, Señor
Don Quijote, tomándome por el demonio o por un
mago encantador su enemigo, que, muy por el con¬
trario, i&u amigo soy y su admirador de añadidura".
—"¿Y se podrá saber quién es vuesa merced?"—
preguntó mu}r entonado Don Quijote. —"El Tío Sa¬
muel me llaman—contestó el viejo con desparpajo—;
y aunque no tengo ni títulos ni blasones, lo paso tan
bien sin ellos como el mejor archipámpano". Viendo
tal desenfado, sonrióse Don Quijote con altanero des¬
precio y mirando de alto a bajo a su interlocutor, de¬
jóse decir: —"Nuevo encantador es ése; pero con¬
migo no pegan burlas, señor mío. Bien se ve que
22 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

sois el sabio Merlín y que tratáis de disimuladoRié¬


ronse todos nuevamente, y amoscóse más Don Qui¬
jote, que echando mano a la espada y encendido en
cólera, exclamó de esta manera: —"¡Mal me saben
vuestras burlas, señores bellacos, y pese a tal que os
habré de hacer pagar cara tanta osadía y desver¬
güenza!" —"¡Teneos, mi Señor Don Quijote!—pro¬
rrumpió Sancho, que de puro miedo estaba con calo¬
fríos de cuartana—. Mire vuesa merced por nues¬
tras personas y tenga cuenta que este señor Tío o
como quiera llamarse, es persona de mucho poder por
lo quese advierte. Yo creo que lo primero es que
comprendamos quiénes somos o quiénes no somos,
porque o yo he perdido el juicio, o no soy yo". —"Ra¬
zón tienes, Sancho—dijo algo serenado Don Quijo¬
te—; pero mal puede dejarse sin castigo la insolencia
de esta caterva de malandrines". —"Si gusta vuesa
merced descansar—dijo a este punto el Tío Samuel—,
dispondré que os dejen solos para que veáis de reposar
y sustentaros". —"Grande merced será ésa"—con¬
testó Don Quijote, que a pesar de sus bravatas, no
volvía de su perturbación y desconcierto.
D.ió, pues, el Tío Samuel, la orden de que todos
salieran, y aunque de mala gana, obedeció el concur¬
so. Desfilaban uno a uno, sabios, bolsistas, doctores,
letrados, espiritistas, nigromantes, literatos, médicos y
políticos, y al pasar por delante de Don Quijote, para
verilo a sus anchas, se deshacían en cumplimientos
como si se tratase de ceremonia de besamanos.
No se
daba a partido el buen .hidalgo, pero a fuer de caba¬
llero y bien criado, por mera cortesía, contestaba las
salutaciones con frías reverencias, mientras que San¬
cho, todo medroso, se pegaba a su amo lo más que
podía. Quedóse él último el Tío Samuel y dijo: —"No
es bien que vuesa merced permanezca en este salón
desmantelado y poco confortable, y permita que le
acompañe al alojamiento que para tan digno caballe¬
ro tengo de antemano prevenido". —"No me opon¬
dré a ello"—'Contestó Don Quijote con natural deco¬
ro. Viéndolo ya tranquilo, el Tío Samuel, que gusta
de dar expansión a su carácter liberal y campechano,
cogió familiarmente por el brazo al Caballero Man-
chego, disponiéndose a conducirlo. Nunca lo hiciera.
J. M. POLAR 23

Ofendióse Don Quijote y deshaciéndose del impor¬


tuno, 'le dijo con altanero continente: —"No gusto
de familiaridades, señor mío, que no es de caballeros
andantes gastar modales de pisaverdes crapulosos".
—"Perdone vuesa merced—contestó el Tío Samuel
algo mortificado y confuso—; pero es tal el gusto que
recibo de velle, que no es mucho que me desmande
impensadamente". Y luego, dándoselas de cortesano
y bien mirado, condujo a Don Quijote con el mayor
acatamiento, cediéndole el paso al atravesar puertas
y recorrer pasillos. Sancho no se despegaba de su
amo, deseoso de bienquistarse con el Tío Samuel,
y
hacíale cada saludo que tocaba al suelo. Llegaron así
a hermoso parque con mucha floresta, a cuyo fondo
un
se levantaba un muy alto palacio o casa quinta, pues
es de advertir que el país era campestre y que el Tío
Samuel estaba allí de residencia por ser la estación
veraniega y más calurosa. Sin .hablar palabra iba
Don Quijote, y era tal su ceño, que ni el mismo
Sancho, que se desvivía por dar ocupación a la sin
hueso, se permitía importunarlo, contentándose con
mirarlo todo y volverse a cada paso al Tío Samuel
haciendo expresivos ademanes y poniendo tal cara
de complacencia, que no se viera nunca más regoci¬
jada pantomima.
En llegando al palacio, dijo el Tío Samuel a Don
Quijote: —"Aquí tiene vuesa merced un chalet que
es mi habitual residencia en la canícula, y mucho he
de holgarme de que sirva de aposento
solaz en este y
verano a 'la flor de la Andante Caballería".
—"¡Cómo
chalet!—dijo Don Quijote—; castillo habíais de decir".
—"Así es la verdad"—contestó el viejo con una sonri¬
sa complaciente. —"Llámese chato o narigudo—aña¬
dió Sancho—, a lo mismo lo da Galindo, que como
casa solariega, no la vi mejor en mis días y ni aun
el palacio de los duques me parece que era de tan
buen ver como este que aquí delante tenemos".
■Con esto, atravesaron lo que llaman un parterre en
lengua francesa y subieron una escala de granito o
jaspe, a cuyos lados, lo mismo que en el decorado del
palacio, veíanse estatuas de mármol y de bronce con
tanta verdad hechas y en actitudes tan nunca vistas
para el bueno de Sancho, que al infeliz no le llegaba
24 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

la camisa al cuerpo, pues vino a ocurrírsele que su


amo estaba en lo justo y que todas aquellas figuras
deberían de ser de personas encantadas por aquel mal¬
dito viejo brujo o demonio al que no le quitaba los
ojos de la falda del frac por ver si sacaba a relu¬
cir la cola. Luego de llegar al vestíbulo, como el Tío
Samuel se detuviera, creyó que allí iba a ser lo de
convertirse en estatuas y se agarró a su amo con
mucho sobresalto y trasudores; pero se le volvió el
alma al cuerpo cuando el viejo, con amistosas expre¬
siones y reverencias, abriendo una puerta y levantan¬
do un amplio cortinaje, le rogó a Don Quijote que
pasara. Hízolo así éste no sin cierta complacencia,
pues relumbrante y llamativo el lujo de aquel
era tan
moderno palacio, que poco a poco, se le fué encen¬
diendo la imaginación al buen caballero, a tal punto
que, al pasar bajo la cortina que levantaba el Tío Sa¬
muel, en actitud más de lacayo que de castellano, y
al encontrarse en un salón que le pareció el summum
de la magnificencia, dejóse decir: —"Lujosa es vues¬
tra morada, señor caballero, y vendría aquí como de
molde aquello de sicut domus homo"—; mas cayen¬
do en la cuenta de que se las había con un encanta¬
dor de malas artes, añadió en són de reproche:
:—"Bien se ve que estas prendas no son del que las
posee, sino de príncipes y magnates, según se ad¬
vierte por su antigüedad y riqueza". —"No me hace
honor el Señor Don Quijote"—'apuntó e)l Tío Sa¬
muel. —"El que vuesa merced merece y nada más,
pues por sabidascallan las malas artes de que se
se
valen los hechiceros para despojar a los hidalgos de
su hacienda y aun de sus trofeos y armerías. Qué
mucho, pues, que vuesa merced por botín de guerra
(que dudo que la hubiese) o por astucias y embelecos
haya afanado el lujo de la antigua Bizancio o las
joyas nunca vistas del imperio de Trapisonda". —"Si
tal origen tienen estas riquezas—'dijo Sancho a este
punto—a buen seguro que en esa trapisonda no hu¬
bieron trapos, pues en su vida ha visto vuesa merced
mayores maravillas que las que aquí se ven. Para
trapos (con perdón sea dicho), mírese vuesa merced
en ese espejo que delante tiene y que es mejor que el
agua y que la propia luz según su claridad y hermo-
J. M. POLAR 25

sura y verá que no es bien que nos metamos a poner


peros cuando nunca como en esta ocasión me pare¬
ció vuesa merced de peor pelaje. Y qué decir de mí,
infeliz, sino que me siento avergonzado al verme en
este arreo tan poco lucido, pues no parece sino que esta
rica luna quisiera afrentarnos retratando de cuerpo en¬
tero nuestras derrotadas personas. Tan es así como
digo, que, luego de pareciera agravio posar¬
verme, me
me en estos mullidos
sitiales, y .por lo que hace a la al¬
fombra (que debe de ser de las que dicen de Persia), la
creo tan ofendida, que si en el aire pudiera, en el aire
me parara. Conque vea vuesa merced si es buen aliño

salir agora con hablar de trapos". Cohibido estaba en


verdad Don Quijote, sobre todo por lo del espejo, en
el que, muy a su pesar, se miraba por tenerlo al fren¬
te; pero. irritado con la charlatanería de Sa'riejio, le
mandó que callase y luego dijo: —"Da gracias a tu
rusticidad y cortos alcances, que a no ser por ellos,
en otra forma te amonestara para que no volvieses a
incurrir en tales desatinos como los que agora has
dicho. No por lo que parecen, sino por lo que son
valen las cosas, que .ni el oropel es el oro, ni .el lujo
es la hidalguía,
ni el valor la baladronada, ni tu ce¬
rrada mollera podrá nunca alcanzar que no es lo mis¬
mo el caballero andante que el rico presuntuoso,
porque a aquél se le conoce por los merecimientos y
a éste por las apariencias, y no diera yo una de mis
hazañas por todos los palacios de todos los hechice¬
rosy encantadores existan o hayan existido en el
que
mundo, con perdón dicho de vuesa merced, Señor
sea
Don Samuel, como vuesa merced pretende llamarse".
Callado, pero no convencido, quedóse Sancho, y el
Tío Samuel, que estaba gozosísimo de oir a su hués¬
ped, dijo: —"Razón tiene de sobra el Señor Don Qui¬
jote, y vos, Sancho, andáis descaminado, pues siendo
tal como es la valía y buen nombre de vuestro amo,
no ha menester de atavíos ni de apariencias". —"Así
deberá de ser cuando vuesa merced lo dice—dijo San¬
cho—, pero a mí me parece que las cosas entran por
la vista sin que tengamos de entrometernos a averi¬
guar cómo es cada uno por dentro para buscalle el
honor que es cosa que no da de comer ni sirve para
hacer unas calzas". —"¿Acabarás, Sancho, de decir
26 don quijote en yanquilandia

desatinos?—dijo Don Quijote encolerizado—. ¡Basta


ya de pláticas, que no está el humor para gastadas!".
Viendo a Don Quijote de tan mal talante, callóse
el escudero, y el Tío Samuel que, sin dedos para or¬
ganista, quería hacer el papel de castellano, se empe¬
ñó en mostrar a su huésped, abriendo puertas y cru¬
zando pasillos, la alcoba para él y su escudero, el co¬
medor, dos o tres gabinetes, la sala de juegos y un
salón de armas donde las habían tan lucidas y va¬
riadas, puestas trofeos y panoplias, que a Don
en
Quijote se le encandilaron los ojos y fué calificán
dolas de esta manera: —"Estas deben ser las de
Baldovinos; aquesta lanza se me antoja la de Ama-
dís de Gaula, y mucho me equivoco o ésta que aquí
se ve tan grande y de tan agudos filos, es la espada

de Palmerín de Inglaterra". Y volviéndose al Tío


Samuel, añadió entre airado y curioso: —"¿Quisiera
vuesa merced decirme el cómo y el por qué de haber
venido a su poder las armas de tantos y tan famosos
caballeros?". —"Es historia íarga de contar—contestó
el Tío Samuel—y data de mis tiempos de aventuras,
que también las he tenido". —"¿Aventuras?... Super¬
cherías y embelecos debiérais de decir—afirmó Don
Quijote—; pero no es del caso tratar agora estos tó¬
picos, que aunque mal de mi grado, vuesa merced me
brinda aposento y no digo más". —"Soy del mismo
parecer—dijo Sancho—, que mucha merced nos hace
el Señor Don Samuel, y de mí sé decir que soy agra¬
decido como el primero y que al són que me tocan
bailo".
Mientras que Sancho seguía haciendo comentarios,
Don Quijote se dejaba conducir por el Tío Samuel
que ponía todo su conato en inspirarle confianza, aun-
,que sin conseguirlo, pues el Caballero
Manchego
conservaba un continente entre comedido y
desdeñoso
que le cerraba el paso al marrullero viejo. Grande
afán ponía éste en mostrar a su alojado las muchas
comodidades y excelencias de aquel palacio recar¬
gado de adornos, muebles y tapices, como puesto de
feria; pero no lograba que se interesase poco ni mu¬
cho Don Quijote, el cual, pasada la primera impre¬
sión, escuchaba los encarecimientos del ricachón ame¬
ricano con frialdad señoril, como persona acostum-
J. M. POLAR 27

brada a frecuentar
palacios y castillos que poco o nin¬
gún hace del lujo y del regalo; a tal punto,
reparo
que el Tío Samuel, nada entendido en achaques de
cortesía, vino a caer en la cuenta de que no hacía
papel muy lucido comparando su actitud con la del
Hidalgo Manchego. El que sí estaba entusiasmado era
Sancho: todo se le iba en preguntar y repreguntar
sobre la utilidad y el objeto de cada mueble, quedán¬
dose a cada paso con la boca abierta y tan maravilla-
ido, que se olvidócompleto del caso nunca visto de
por
su resurrección y
del miedo que antes tuvo.
Por fin, el Tío
Samuel que, aunque tomándolo a
burla, se sentía mortificado por no haber sabido ha¬
cer su papel de castellano ante la hidalga actitud de

Don Quijote, despidióse de esta manera: —"Quédese,


pues, v-uesa merced, señor caballero, en este humilde
aposento para ver de reposar como mejor fuere ser¬
vido, que yo, por no estorballe, me privo del honor
de estar en su compañía". Dichas estas razones y
tras muchos comedimientos y saludos, fuése el viejo
a tratar con sus vasallos que le aguardaban con la
mayor impaciencia, pero antes dió vuelta a la llave de
la puerta del vestíbulo, pues bien sabía él que su
huésped no perdería ocasión de tomar las de Villa¬
diego y echarse al mundo en busca de aventuras.

CAPITULO III

Diálogos que pasaron entre Don Quijote y su escudero

Perplejos quedáronse amo y criado, y no bien estu¬


vieron solos, cuando a Sancho volvió a entrarle el
miedo que antes tuvo y acercándose a su amo, le dijo:
—"Yo creo, mi Señor Don Quijote, que estamos con¬
denados o que somos ánimas en pena; pues ¿no es
cierto como la luz que nos alumbra que vuesa mer¬
ced se murió en sus cabales hace tantísimos años y
que yo le sobreviví poco, tal fué la pena que tuve?
28 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Como si ahora fuera, me acuerdo de mi muerte, de la


pena de Teresa del llorar de Sanchica que partía
y
el alma... Pero después, no me acuerdo más tampoco,
que, a mi entender, debo de haber estado letargado
como dicen". —"Aletargado querrás decir"—corrigió
don Quijote. —"Déjese vuesa merced en enmendar¬
me los voquiblos,
que es cosa de poca monta—contes¬
tó Sancho—y trate de explicar, si es que puede, ésta
que nos está pasando, que es la aventura o desventura
más extraordinaria de cuantas se han visto desde que
el mundo es mundo". —"A la verdad que el caso es
algo sorprendente, Sancho amigo. Yo también me
creía muerto, es decir, no me creía, porque desde el
paso aquél en mi aldea en que di o supuse dar el
alma, no sé si he existido o no he existido, aunque a
mi ver, he existido, pues, según se advierte, vivo estoy
y en mis cabales". —"Cosas del diablo son éstas—
afirmó Sancho—, y para^ii capote, ese viejo de la
perilla blanca, a pesar de sus arrumacos, debe de ser
«el propio Lucifer o algún otro demonio de mucha al-
'curnia y nombradía. Cuanto a los que le acompa¬
ñan, ya ve vuesa merced que no son personas cris¬
tianas, lo cual nada tiene de extrañar, pues por algo
se ha dicho, díme con quien andas y decirte hé quién

eres. Lo cierto es que si yo no he perdido el juicio (cosa

que me estoy temiendo), vuesa merced y yo estamos


en el otro mundo, quiero decir que somos finados".
—"Propias son de tu simplicidad tales razones—dijo
'Don Quijote—; pero a buen seguro que no nos hemos
muerto ni cosa tal, como tú supones. Vivos y muy
vivos estamos, Sancho amigo, que para algo y aun
para mucho ha querido conservarnos la Divina Provi¬
dencia". Callóse el) escudero como si reflexionara, se
rascó la cabeza y luego dijo: —"Estoy por fiarme de
lo que vuesa merced dice, pues si fuésemos difuntos,
estaríamos en la gloria con el Señor San Pedro y no
con este viejo malicioso de la zamarra con faldones, y

por lo que toca al purgatorio y al infierno, bien se ve


que no nos atormentan penas ni nos achicharran dia¬
blos, lo cual no es propio de ánimas ni de condena¬
dos; de modo y manera que estoy por creer que vivi¬
mos, lo cual me place en extremo, porque más vale lo
malo conocido que lo bueno por conocer, y bien se
J. M. POLAR 29

está San Pedro en Roma aunque no coma". —''Dis¬


curres con acierto—afirmó Don Quijote—, y lo que
hay en este enredo endiablado, es que ese supuesto
gran señor dice llamarse Tío Samuel, no es tal
que
Samuel ni tal Tío, sino el sabio Merlín o el gigante
Malambruno o algún otro mago de los más famosos
y embusteros que por invidia o malquerencia nos tiene
encantados en este palacio. El caso no es de extra¬
ñarse, que iguales los hay en muchos libros de caba¬
llería que tengo bien presentes, y sin ir más lejos, tú
mismo fuiste testigo de cómo Durandarte estuvo en¬
cantado en- la cueva de Montesinos por tan luengos
años". —"¿Que yo fui testigo?... Veo que vuesa mer¬
ced esitá perdiendo la memoria, pues ni vi yo al lla¬
mado Durandarte ni aun creí en las paparruchas que
vuesa merced me contó de tal señor y de la dichosa
cueva de Montesinos. Pero volviendo a nuestro pleito,

¿cómo explica vuesa merced lo de nuestra muerte?"


—"Lo de nuestra muerte—afirmó Don Quijote— tam¬
bién es encantamiento o apariencia, pues casos tales
■se cuentan en muchas historias que andan por el
mundo". Movía Sancho la cabeza sin dar crédito a
las razones de su amo, el cual, notándolo, dijo con gran¬
de énfasis: —-"Sabe, ¡oh incrédulo Sancho! que estoy
llamado a ser el primero de los caballeros andantes que
han dado lustre a la humana especie, y que mis fazañas

han de ser tales y de tanto riesgo y nombradla que so--


brepasen y escurezcan a cuantas se refieren de paladines
y aventureros de todas las edades; con lo cual no te
asombre ni te amedrente que me ocurran peripecias
■nunca vistas y que me persigan enemigos tan pode¬
rosos como este viejo endiablado que es el encantador
más descomunal y soberbio de toda la caterva de los
de su especie. A Dios gracias que ya veo bien claro
el enredo y brujería que contra mi persona han ur¬
dido, y que éstoy al tanto de las maquinaciones con
que se pretende dejarme para siempre encantado. Sabe,
pues, Sancho amigo, que lo de nuestra muerte no ha
sido sino suposición y embuste y que estoy en el
mundo para emprender de nuevo gallardas aventuras,
pendencias inauditas y sucesos jamás vistos ni soña¬
dos. Alégrense los menesterosos y afligidos, la infe-
lice viuda y la cuitada doncella, el desvalido huérfano
30 don quijote en yanquilandia

y el siervo atribulado, y tiemblen los explotadores de


seres indefensos, los empedernidos usureros, los be¬
llacos mentirosos y los cobardes menguados, con toda
la caterva de picaros y follones que andan por el
mundo, pues pronto está ya Don Quijote para cum¬
plir la misión que el justo Cielo le encomendara para
aumento de su honra, homenaje de su dama y bien de
su república". —"Razón tiene vuesa merced—dijo
Sancho a este punto—, y tan cierto es lo que dice de
vernos encantados, que este palacio me parece a mí
cosa de sueño según es de rico y maravilloso. Vea
randaja y qué muelle y gustoso me parece a mí todo
esto. A mi ver, si el Tío de la pera no manda otra
vuesa merced qué aposentos y qué muebles de talla y

de seda chinesca, y qué armarios, y qué cuadros de


pintura, y qué cortinajes, y qué tapices y cuanta za-
cosa, podemos pasarlo aquí con tanto regalo como en
el castillo de mis señores los duques y aún es poco".
—"Ya vas viendo, pues, Sancho—dijo Don Quijote—,
que aunque parezcan increíbles, son ciertos de toda
certidumbre los lances que la suerte depara a los que
como yo siguen la Orden de la Andante Caballería.
Pero si he de decirte verdad, no creo que de ninguno
se contara lo que de mí ha de contarse. Grandes son
•los peligros y emboscadas que se urden en contra
mía, como 110 se urdieron ni se tramaron contra ca¬
ballero ninguno; más es tal el rigor de mi indomable
brazo y tanto el afincamiento que me impulsa y mueve,
que antójanseme placer y bienandanzas las aventuras
más riesgosas y los combates más recios. Muchas
són las fazañas que en el mundo se me esperan, mu¬
chos los entuertos que enderezar, las honestas doncellas
que favorecer, los desvalidos que redimir y los infe¬
lices a quienes defender, y tengo de acometer tales
empresas y habré de dalles fin y remate a despecho
de gigantes desalmados, de encantadores bellacos y
de sabios pervertidos". En este punto preguntó San¬
cho que qué pensaba hacer Don Quijote para que se
vieran libres de las maquinaciones y artificios del he¬
chicero en cuyo poder estaban. Quedóse pensativo Don
Quijote, y al cabo de un rato, acabó por contestar que
el caso era para pensarse con la calma que el buen
juicio aconsejaba. Sancho, que no se cansaba de pre-
J. M. POLAR 31

guntar, comenzó entonces a pedir pareceres sobre si


existirían o no la aldea, el ama, y sobrina, Teresa y
Sanchica, sin olvidarse del cura, del bachiller Sansón
Carrasco y de maese Nicolás el barbero. Vaciló un
rato Don Quijote y dijo de esta manera: —"A la ver¬
dad que sabría responderte, porque sí, como pre¬
no
sumo, son muchos los años de estar yo encantado,
cura y barbero, ama y sobrina, Teresa y Sanchica y

bachiller Sansón Carrasco de añadidura, deben de ser


al presente almas de otro mundo, que lo de los encan¬
tamientos no se ha hecho para el común de .las gen¬
tes, sino sólo para los caballeros andantes y para las
damas a quienes sirven". —"¿De modo que mi Señora
Dulcinea está también encantada?"—preguntó Sancho.
—"¡Qué duda tiene!"—contestó Don Quijote; y luego
con grande agitación y cólera comenzó a decir:
—"¡Por la Orden de Caballería que profeso y por mi
nombre sin mácula, juro que le habrá de costar caro
ail invidioso sabio o demonio que tal agravio me fizo
encantando a Dulcinea; que es grande mi cuita y
mayor mi sobresalto pensando si acaso la reina de mi
albedrío gima en aquesta hora aprisionada por desafo¬
rados gigantes, sin más culpa que la de haber puesto
los ojos en este su cautivo caballero! ¡Voto a tal! que
he de tomar venganza de semejante tropelía y ha de
ser ella tan sonada y famosa, que sobrepase y escu-
rezca a cuantas se cuentan en historias y se escriben
en libros de caballería y encantamento. Sancho, que
oía a su amo con cierta desconfianza, le preguntó:
—"¿Y está vuesa merced
seguro de vencer a tan
grandes enemigos?" —"Y tan seguro—contestó Don
Quijote—.que puedes darlo por hecho y terminado;
como que más pronto de lo que imagina tu natural
ignorancia y tras descomunales pendencias y alter¬
cados con gigantes y vestiglos, has de ver tú ¡oh mo¬
delo de escuderos leales! desencantada y libre a la sin
par Dulcinea
del Toboso, recibiendo los homenajes
de caballeros vencidos, de hechiceros burlados y de
toda la muchedumbre de gente favorecida por el
nunca bien ponderado valor de su andante caballero".
Paseábase Don Quijote con intranquilo andar
después de haber dicho las anteriores razones, cuan¬
do Sancho le interrumpió de esta manera: —"Y di-
32 don quijote en yanquilandia

game vuesa merced, ¿a mí también me toca lo de estar


encantado"? —"Claro sí"—contestó Don Qui¬
que
jote—. —"Pero ¿cómo nos entendemos, si vuesa mer¬
ced decía no ha mucho que semejante distinción era
sólo para los caballeros andantes y para sus Dulci¬
neas"? —"Sus damas debieras de decir—corrigió
Don Quijote—, que Dulcinea sólo hay una en el
mundo; y cuanto a tu pregunta, por descontado se en¬
tiende que, con la dama, la dueña, y con el caballero,
el escudero, es fuerza que estén encantados para ser¬
vir a sus señores naturales". —"¡Necio de mi!—ex¬
clamó Sancho—que nunca imaginara que al entrar
al servicio de vuesa merced había de verme en seme¬
jante enredo sin comerlo ni beberlo. ¿Qué se me da
a mí de que hayan damas melindrosas y caballeros
rematados, y tuertos que componer y sinrazones que
enmendar para que el hidetal de un hechicero se sa¬
que el clavo conmigo y me vea yo encantado a ley
de servidor de vuesa merced, qué es como si dijé¬
ramos de cuenta de cantor? Maldigo yo de semejan¬
tes pragmáticas y de todos los caballeros andantes
habidos y por haber que a tal extremo llevan a un
buen cristiano como el hijo de mi madre". No ponía
oídos Don Quijote a las razones de Sancho y todo
se le iba en cavilar, rebuscando en su memoria si al¬
gún otro caballero andante se vió en tal cuita y aven¬
tura como la que a él le sucedía; y pasado un rato,

preguntó Sancho: —"Y dígame vuesa merced, ¿los


encantados no comen ni beben"? —"Yo creo que no

contestó Don Quijote después de pensarlo".


—"Pues entonces yo no estoy encantado ni cosa que
se le
parezca, porque voy sintiendo un gusanillo en
el estómago...". —"Bien se ve que sólo te preocupas
de humanas flaquezas—afirmó Don Quijote—; pero
ten calma, Sancho amigo, que tu boca será medida.
Vencedor saldré de esta fuerte aventura y tendrás
numerosos vasallos que sirvan a tu mesa los más re¬
galados manjares". —"Si para allá me la dejas, per¬
donármela quieres—dijo Sancho—; y no se olvide
vuesa merced de que hambre y esperar hacen ra¬
biar".
Con estas y otras razones fué pasándose el rato,
y el escudero cansado de preguntar y de gruñir, se
J. M. POLAR 38

tendió en un lujoso canapé al que le llamaba escaño

y se durmió a pierna suelta, en tanto que Don Qui¬


jote, meditabundo y fosco, sentado en mullido sitial,
con la barba apoyada en la derecha mano y los ojos

entornados, se encomendaba de todas veras a la se¬


ñora de sus pensamientos para ver de que le favo¬
reciese en tan grande cuita.

CAPITULO IV

Que trata de la graciosa equivocación que tuvo Don


Quijote confundiendo a Doña Aguila con Dulcinea,
y la desgracia que con esto vino
Mientras departían, como queda dicho, Don Qui¬
jote y su escudero, el Tío Samuel alborotaba los
mundos con la nueva del nunca visto suceso, con¬
vocando con pragmática a una exposición de las que
llaman universales para que viniesen a sus dominios
desde los más lejanos reinos las gentes que quisie¬
ran conocer y admirar al amo y al mozo de nuestra
historia. Demás es decir
el pregón de los
que con
impresos, las apuestas y los preparativos de la exhi-
ción del Caballero Manchego, andaba la familia del
Tío Samuel en tal ajetreo y actividad, que parecían
los Estados Unidos una gran casa de locos tocados
de la manía del movimiento perpetuo. El discurrir
sobre el tantos por ciento, el armar lo que llaman
sindicatos,sociedades anónimas y otras variadas
combinaciones de lucro, y en suma, el ir a la pesca
de monedas que, trátese de lo que se trate, es el
principal conato de los subditos del Tío Samuel, au¬
mentóse de tal modo, que las gentes corrían por ca¬
lles y plazas en toda clase de vehículos, no ya con
la carrera ordinaria, que no es floja, sino con un tra¬

jín de condenados a quienes hostigase el demonio en


persona. Atumultábanse los transeúntes; los orado-

3
84 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

res de plazuela, que abundan allí como la mala hier¬


ba, arengaban con voces destempladas y mucho ma¬
noteo acerca del suceso del día; se formaban corri¬
llos a cada atropellábanse coches y automó¬
paso;
viles; discurrían todas direcciones los tranvías de
en
'
electricidad; pasaba el elevado estremeciendo los
aires, y la policía no se daba punto de reposo, oyén¬
dose por todas partes, en medio del tumulto y del
ensordecedor bullicio, los nombres de Don Quijote
de 'la Mancha y de Sancho Panza su escudero, pues¬
tos en boga de la noche a la mañana y sirviendo de
redamo para especulación y granjeria, pues con la
convocada exposición y los millares de visitantes
que traería consigo, prometíanse hacer su agosto
todos los naturales y vecinos del país de Yanquilandia.
Grande era el gusto que recibía el Tío Samuel con
el resultado de su famosa ocurrencia, y como per¬
sona experimentada, dispuso, para mantener viva la
curiosidad de todos y hacer más atractivo el miste¬
rio y novedad del caso, que los personajes materia
de tanta algazara, permaneciesen aislados en el cha¬
let de que ya se ha hecho mención, reservándose él
solamente el derecho de verlos y tratadlos hasta el
día en que fueran exhibidos. Ordenó, pues, con este
fin, que Don Quijote y Sancho estuviesen en encie¬
rro, servidos por mozos discretos y bien alecciona¬
dos que evitarían todo palique para que no se im¬
pacientara el Caballero Manchego; permaneciendo, a
la vez, dic.hos mozos incomunicados con el resto de
las gentes a fin de guardar mejor el misterio.
Con tan atinadas disposiciones y suponiendo que
Don Quijote estuviese ya repuesto de su primer so¬
bresalto (que, al decir de los médicos, era de mu¬
cho peligro), quiso el Tío Samuel holgarse un rato
discurriendo con sus extraños huéspedes y fuese a
hacerles compañía, pero no sólo, sino con su hija
primogénita, la muy celebrada Doña Aguila Ameri¬
cana, joven rubia y hermosa sobre toda ponderación,
y aunque sin títulos ni blasones, princesa rea! y de
tanta alcurnia, que es fama de que los hombres y aun
los pueblos de esta nuestra edad dichosa le rinden
pleito homenaje, viniendo a ser la susodicha algo
así como la Helena de los modernos tiempos que
J. M. POLAR 35

enciende y encenderá guerras más famosas que la


de Troya más encarnizadas que las de Moros y
y
Cristianos. Cuentan los que lo saben, que la nom¬
brada princesa consiguió, no sin dificultad, que su
padre y señor la llevara consigo, pues a fuer de
yanqui y de original en los gustos, estaba que se
desvivía por conocer a los resucitados y por plati¬
car con ellos. Entraron, pues, padre e hija en el
aposento donde aquéllos estaban, y Don Quijote,
algo turbado al ver a la dama, trató de hacerle un
saludo que ella contestó con sendas cabezadas.
—"Guarde Dios a vuesa merced"—dijo a este pun¬
to el Tío Samuel dirigiéndose a Don Quijote. Fijó¬
le éste los ojos, púsolos luego a Doña Aguila, y así
tornándolos del uno a la otra, fué poniéndose tan
descompuesto y alterado, que parecía que se le iba
el alma por los ojos, sin acertar a proferir palabra.
—"Confuso está mi Señor Don Quijote"—dijo el
Tío Samuel observando su turbación y aturdimiento.
—"Confuso—-contestó Don Quijote—al ver vuestra
osadía, señor hechicero". —"Mal me cuadra ese nom¬
bre"—acertó a decir el Tío Samuel. —"Mejor os
cuadraría el de bellaco"—-añadió Don Quijote echan¬
do lumbre por los ojos, y procurando luego domi¬
nar suenfado, volvióse a la dama con el mayor
acatamiento y díjole de esta suerte: —"¡La vuestra
grandeza me perdone, señora y reina mía, si mal
puedo reprimir mi natural impulso ante la audacia
y bellaquería de tan ruin encantador! ¡Gran desven¬
tura ha sido para vos, fermosa y sin par Dulcinea,
que pusiérades los ojos en vuestro infortunado
este
caballero para que así aprisione un encantador
vos
menguado movido por la invidia que mis fazañas le
causan! Pero cese el llanto que nubla esos matutinos
luceros y cálmese la congoja de vuestro pecho ado¬
lorido, que pronto está mi indomable brazo para des¬
facer el agravio que se infiere a la vuestra grandeza.
¡Mandad, pues, señora y reina mía, y compadecéos
de este atribulado caballero, esclavo de la vuesa fer-
mosura!". Dichas estas razones, se hincó de rodillas
Don Quijote ante la dama y agregó, puestos los
ojos
en el suelo y en el tono más sumiso y reverente:
—"Ya que por mi culpa os vedéis encantada, yo de
86 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

aquí no he de levantarme mientras la vuestra beldad,


así no lo ordene y disponga".
•Asombrado estaba Sancho con el descubrimiento
y pudo menos de acercarse a su amo para pre¬
no
guntarle si aquélla era en verdad la Señora Dulci¬
nea. —"¿No lo estás viendo?—exclamó Don Quijo¬
te todo emocionado y sumiso—. ¿No ves en ella el

espejo de la honestidad, la flor de la hermosura y el


dechado de la gentileza?" —"Pues por muchos
años"—dijo Sancho arrodillándose junto a su amo.
—"Levantáos, Señor Don Quijote—dijo a este punto
Doña Aguila sin poder tener la risa—. ¡No es bien
que esté de rodillas el más noble y valeroso caballero
de que hacen mérito las historias!" —"Alce vuesa
merced"'—dijo el Tío Samuel, disimulando la gra¬
cia que la escena le hacía, y uniendo la acción a la
palabra, fué a coger por el brazo a Don Quijote.
Sentir la mano del discreto viejo y encolerizarse el
de la Triste Figura, fué cosa del momento. Púsose
de pie con gran desenfado y afrontando al Tío Sa¬
muel, desplantóse de este modo: —"¡Desenvainad
vuestra espada, miserable Merlín, que nada valen
vuestras supercherías y embelecos ante el vigor de
mi indomable brazo!" —"Calmáos, Señor Don Qui¬
jote!"—exclamó el Tío Samuel perdiendo los estri¬
bos; pero el audaz caballero sacó a relucir la tizona
y arremetió con tal bizarría, que el Señor de Yam-
quilandia, confundido y desconcertado, corrió a gua¬
recerse detrás de una mesa con más prontitud de
la que sus años le permitían. Doña Aguila prorrum¬
pió en gritos de socorro que Don Quijote entendió
que eran en favor suyo, y deteniéndose en la embesti¬
da: —"¡No temáis, señora y reina mía—le dijo con
gentil ademán y gallardo continente—, pues la vues¬
tra mirada fortalece en grado tal mi denodado pe¬
cho, que salir hé triunfante en esta descomunal ba¬
talla!" Acudió Sancho a su amo con súplicas y rue¬
gos, pero éste, impertérrito, embistió
más brío con
la mesa detrás de la cual se resguardaba el Tío Sa¬
muel y se puso a dar cintarazos con tanta cólera, que
no había medio de contenerle. A cada mandoble,
persiguiendo ail Tío Samuel al derredor de la mesa,
maldecía como un condenado, poniendo a su enemi-
J. M. POLAR 37

go de bellaco y malandante que no había por dónde


cogerlo. Acudieron al tumulto y a los gritos hasta
veinte mozos de los del servicio, y cuál no fué su
asombro viendo el furor de Don Quijote y al Señor
de los Estados tan corrido y maltrecho. Pensaron
que aquel fantasma resucitado y pendenciero no po¬
día ser sino el demonio y no faltó alguno que le
echase cruces, pero los más descreídos acudieron en
socorro de su amo. Viólois venir Don Quijote y vol¬

viéndose a Sancho, le dijo: —"Sancho amigo, es lle¬


gado el caso de que muestres tu bravura ante esos
infames escuderos". —"Eso no haré yo"—dijo San¬
cho retirándose a un extremo de la sala todo medro¬
so y clamándole a su amo que por Dios entrase en
razón. En un momento vióse rodeado Don Quijote,
y echando espumarajos de rabia, empezó a blandir
la espada a diestro y siniestro con el más fiero ade¬
mán, derribando muebles, rompiendo cuadros, ador¬
nas y colgaduras que era aquello un contento. El
Tío Samuel, ya algo repuesto del susto, daba órdenes
a su gente para que no hicieran daño a Don Quijo¬
te. Doña Aguila lo llamaba con desesperados gritos
y Sancho, que no sabía dónde meterse, lo trataba de
loco y desaforado. En tan grande confusión, logró
el Tío Samuel escurrirse hasta tomar la puerta, lle¬
vando de la mano a Doña Aguila y seguidos de los
mozas que salieron atropelladamente. Viéndolos en
fuga, arremetió a ellos Don Quijote con mayor enfa¬
do, descargando sobre sus espaldas tan rudos gol¬
pes, que más de uno resultó contuso. —"¡Quitadle
la espada!"—gritaba el Tío Samuel cuando ya todos
estaban en el parque; pero Don Quijote se batía con
tanto denuedo, que ninguno podía acercarse a él sin
el peligro de no cantar la historia. Era aquélla, a la
verdad, la escena más curiosa y peregrina que ima¬
ginarse puede: los mozos, huidos, toreaban a Don
Quijote sin atreverse a hacerle frente; Doña Aguila
y el Tío Samuel, refugiados en un cenador, daban
órdenes que nadie entendía; Sancho, detrás de su
amo, le clamaba en todos los tonos para que se cal¬
mase, y Don Quijote, colérico como un demonio,
vociferaba improperios, hacía molinete con la espada
y repartía mandobles como un desaforado. En esto,
38 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

algún chusco de los del servicio acertó a pedir las


bombas como si se tratase de incendio, y llegadas
que fueron, cuatro de los mozos las aplicaron a los
grifos y al punto descargaron tales chorros de agua
sobre e'l bravo caballero, que, sin poderlo remediar,
vino a dar en tierra, gesticulando como un energú¬
meno. No contentos con esto los muy bellacos, co¬
menzaron a cruzarlo con cintarazos de agua y car¬
garon también sobre Sancho que cayó patas arriba
pidiendo misericordia a voz en cuello. Reíanse los
mozos a reventar, manoteaba Don Quijote, se aga¬
zapaba Sancho y funcionaban las bombas; resul¬
tando la escena tan cómica 3r divertida, que todos Ios-
espectadores festejaban a sus anchas, riendo hasta,
por los codos. —"¡Basta de ducha!"—gritó, por fin,
el Tío Samuel temiendo que fuese muerto el resu¬
citado y mandó retirar las bombas. Acercáronse to¬
dos prontamente y entonces la risa convirtióse en
lástima viendo eil miserable estado en que Don Qui¬
jote se encontraba. El buen caballero había des¬
se
mayado y estaba, al parecer, medio muerto, caído-
boca abajo, chorreando agua, con las ropas pegadas
a los .huesos, que poco tenían ya de carne, la arma¬
dura deshecha y el rostro tan amojamado, amarillo
y descompuesto, que más parecía de momia que de
persona viva. Alarmóse el Tío Samuel y dispuso que
se llamase un médico; doña Aguila acudió solícita
con un frasco de sa'les que aplicó reiteradas veces a
la nariz de Don Quijote, en tanto que los mozos lo
friccionaban; hasta que, poco rato después, con abrir
y cerrar de ojos y con movimientos descompasados,
emjpezó nuestro héroe a volver de su desmayo, se
pasó la mano por la frente, trató de orientarse, miró
a Doña Aguila que) le hablaba con tiernas expresio¬
nes, y cuando procuraba sacar la voz para dirigirle
algún requiebro, acertó a reparar en el Tío Samuel.
Nunca lo viera. Tornóse en fiero su semblante de
enamorado, arrugó el ceño, procuró tragar saliva y
moviendo la cabeza de arriba para abajo, comenzó a
decir con voz entrecortada y punto inin¬ menos que
teligible: —"¡Mal hayan vuestros hechizos, señor don
brujo!" —"Cálmese vuesa merced"—suplicó Doña
Aguila, tentada de nuevo por la risa. Don Quijote
J. M. POLAR 39

le dió gracias con la mirada más tierna y ren¬


las
dida, yluego, poniendo fosco el semblante y- diri¬
giéndose al Tío Samuel, dejóse decir casi sin mirar¬
lo: —"Bien se ve que el mismo Neptuno os acompa¬
ña en estas intrigas y que dioses y hechiceros hacen
alianza en contra mía; pero no temáis vos, fermosa
y sin par Dulcinea, que yo sabré dar fin a tan gran¬
de bellaquería como la que aquí se ve. Templad,
pues vuestra congoja y enjugad las líquidas perlas
que empañan los limpios luceros de vuestros ojos y
que tanto amargan el rendido corazón de vuestro
acongojado caballero". Al decir estas razones, tar¬
tamudeaba Don Quijote tiritando de frío, a tal punto,
que le temblaba la barba y era poco lo que se le en¬
tendía. Sancho, que juzgó lo máis prudente en aque¬
lla ocasión hacerse el muerto, viendo que no habían
ya más azotes, fuese arrastrado hacia su amo y sin
poder contenerse, le dijo de esta manera: —"¿Ha¬
béis vuelto a vivir, Señor Don Quijote, y no habéis
escarmentado de andar en fantasías? Yo pensaba que
con la azotaina de ayer no os quedarían ganas de volver
a los requiebros, que el gato escaldado del agua fría
ha miedo". Riéronse todos del donaire de Sancho y
alejóse en esto el Tío Samuel para no sobresaltar a
Don Quijote con su presencia, e'1 cual volvió medio a
desmayarse y hubo que trasladarlo en manta, lo mis¬
mo que a Sancho que se quejaba de grandes dolo¬
res y molimiento de huesos. Llevaron, pues, a cada
uno a su respectivo lecho, que para mayor comodi¬
dad de entrambos, estaban colocados en la misma
estancia. No permitió Don Quijote que los mozos lo
desvistieran y frotasen como el Tío Samuel dispu¬
so, pero Sancho holgóse grandemente dejándose des¬
nudar y friccionar y arropándose en la cama que le
pareció la mejor que en su vida había catado. Sir¬
viéronles después un caldo que era como para resu¬
citar a un muerto, de rico y substancioso; tomólo
Sancho relamiéndose sin disimulo y animando a Don
Quijote a cada sorbo para que viese de sustentarse;
pero éste, todo fosco y malhumorado, no atendía las
exhortaciones de su escudero ni menos las solici¬
tudes de los mozos que le servían, hasta que acertó
a entrar Doña Aguila, y empeñada en agasajar a
40 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Don Quijote, quiso servirle ella misma y le ofreció


el primer bocado. Conmovióse mucho con esta mer¬
ced el bramado caballero, y antes de probar el caldo,
besó humildemente la mano de la que él imaginaba
su Señora Dulcinea y púsose de enamorado y dulzón

que todo se le iba en suspiros y rendimientos.


Con
el suculento potaje y el calorcillo del mulli¬
do lechó, durmióse Sanqho como un bendito, y como
Don Quijote se mostrase caviloso y alterado, por ver
de que también se durmiese, ofrecióle Doña Aguila
con todo encarecimiento una meleciña que era cosa
de narcótico. Aseguró el necesitada,
caballero no
pero insistió la dama en que tomase el brebaje, afir¬
mando con gran misterio que era el propio bálsamo
de Fierabrás que ella misma había compuesto, y en¬
tonces Don Quijote gustó la bebida, dijo ser a la
verdad el famoso menjurje y lo apuró de un trago,
con lo cual vino también a dormirse como una pie¬
dra.

CAPITULO V

Que trata de las razones que pasaron entre el Tío


Samuel y sus huépedes con otras cosas dignas de ser
contadas para la mejor inteligencia de esta verídica
historia

Era ya muy entrado el día cuando Sancho se des¬


pertó, pero viéndose en tan buena mullida cama,
quedóse en ella estirándose a sus anchas y tan con¬
tento, que poco o nada se preocupaba acerca del raro
caso de su existencia. Vínole al magín la idea, pero
desechóla pensando para sus adentros que desde que
tan bien se encontraba, no había para qué devanar¬
se los sesos metiéndose a imaginar brujerías que
ninguna cuenta le traían. Holgando estaba, pues, en¬
tre las ociosas plumas con la grande satisfacción de
J. M. POLAR 41

no pensar en nada, cuando vió entrar a un mozo que

reconoció ser uno de la ducha del día anterior, el


cual acercándose con andar despacio al lecho donde
Don Quijote dormía y viéndole quieto y sosegado,
vínose a Sancho. —"Buenos días dé Dios a vuestra
señoría"—díjoile éste. —"Buenos los tenga el señor
escudero"—, y agregó con truhanería: —"¿Cómo ha
amanecido la vuestra merced?" —"T^in campante—
contestó Sancho—, a pesar de la azotaina que nos
administraron ayer ciertos bellacos que no nombro
porque soy enemigo de meterme en pleitos y en ave¬
riguaciones". —"¿Si gusta el señor escudero que se
le sirva el desayuno?..."—dijo el mozo que estaba
aleccionado para ser discreto y no andar en dimes
y diretes. —"Y tan a gusto—'Contestó Sancho—, que
lo agradeceré con toda mi ánima". Con esto salióse
el mozo y tornó a venir trayendo en una bandeja una
taza que huimeaba y con ella dos bollos calientes
untados con manteca de vaca. Encandiláronse los
ojos a Sancho y se sentó
aspirando el
en la cama
aroma del suculento chocolate que venía en la taza.
—"Levántese el señor escudero"—'dijo el mozo.
—"No veo la necesidad—contestó Sancho—, que no
por mucho madrugar, se amanece más temprano y
barriga llena, corazón contento". Hizo el mozo una
reverencia y se dispuso a salir, pero Sancho que es¬
taba ganoso de plática: —"Venga vuesa merced—le
dijo—, que para todo hay tiempo; bien puedo yo
sustentarme y platicar a mis anchas. ¡ Poca gana
tengo yo de palique viéndome tan bien servido!"
—"Perdone el señor escudero que no le complazca,
pero ocupaciones tengo lo impiden"—contes¬
que me
tó eil mozo. —"Tiene razón vuesa merced, que pri¬
mero es la obligación que la devoción, aunque, a
mi juicio, es mucha descortesía dejar a un huésped
con la palabra en la boca". Sin decir ox¡te ni mox-
te, hizo el mozo otra reverencia y se fué por donde
vino. —"Pues señor— dijo Sancho—, estos encan¬
tadores son bien poco cortesanos"—; y saboreándo¬
se a su gusto, se puso a sustentar él suculento des¬

ayuno con tan buen apetito, que es fama que no dejó


ni las migas.
No bien hubo Sancho desayunado, cuando empezó
42 DON QUIJOTE EN YANOUILANDIA

Don Quijote a rebullirse y despertó luego sentándo¬


se súbitamente en la cama como si de un mal sue¬
ño volviese. Observábale Sancho, y viéndole con los
cabellos revueltos, los ojos legañosos, el cuello lar¬
go y enteco, los brazos que parecían sarmientos y la
actitud reir del mejor
sobresaltada, soltó el trapo a
gusto. Incomodóse Don Quijote y le dijo: —"¿De
qué te ríes, bellaco? ¿No sabes que per multum ri-
sum, agnoscitur stultum?" Sin dejar de reirse, con¬
testó Sancho: —"Hable en cristiano vuesa merced
si quiere que nos entendamos, porque lo que es en
griego, soy tardo, por no decir sordo". •—"No es
griego, sino latín—'dijo Don Quijote—, y quiero de¬
cir que por la mucha risa se coinoce al necio". Pro¬
curando contenerla, contestó Sancho: —"Ahora sí
entiendo, pero es el caso que si aun vuesa merced se
viera en semejante postura, había también de reir¬
se". Vistióse mohíno Don Quijote, y viendo San¬
cho su enfado, no se atrevió a hablarle y vistióse tam¬
bién, aunque despaciosamente; pero eran tales sus
ganas de palique, que, a poco rato, después de andar
dando vueltas, viniendo a su amo, le dijo: —"¿No
gusta vuesa merced desayunarse?" —"¿Has traído
acaso las alforjas?"—preguntó Don Quijote. —"¡Qué

mejores alforjas que estos mozos que tenemos a nues¬


tro servicio! Si vuesa merced no se diera tanto a!
sueño, había de ver el substancioso desayuno con que
acabo de sustentarme". Hablando estaba Sancho,
cuando entró el Tío Samuel seguido de un mozo que
dejó sobre la mesa un servicio completo para el des¬
ayuno de Don Quijote. —"Tengo a mucha honra la
de dar los buenos días al Señor Caballero de la
Mancha—dijo el Tío Samuel—. Venga vuesa merced
y sea servido de sustentarse con este sabroso soco¬
nusco". —"Y vaya que es sabroso—dijo Sancho—;
como en mi vida he catado cosa más buena y rega¬
lada". Callado estaba Don Quijote, y al cabo de un
rato, volviéndose al Tío Samuel, le dijo: —"Dígame
e1 señor encantador, ¿a qué se debe su enemistad
para conmigo?" —"Amistad querrá decir el Señor
Don Quijote"—contestó el Tío SamuJ. —"¡Cómo
amistad! ¿Pensáis vos que es propio de amigos se¬
cuestrar a un caballero andante y privar al mundo
J. M. POLAR 43

de sus beneficios?" —"Tiempo habrá para que el


Señor Don Quijote pueda desfacer agravios, endere¬
zar entuertos y socorrer a
menesterosos—dijo el Tío
Samuel con mucho comedimiento—; pero no ha de
ser tan descortés el andante caballero que no quiera
honrarme quedándose una semana en este castillo
para hacerme compañía
y disfrutar del regalo de la
caza de la mesa". —"¡Qué duda tiene!—dijo San¬
y
cho—. Por mí sé decir que no quisiera volver a las
andadas y que aquí me quedo, no una, sino todas
las semanas acompañando a mi Señor Don Samuel,
siempre y cuando no vuelvan a arrimarnos una nue¬
va azotaina de agua y que ese señor Nocturno guar¬
de para otros sus latigazos". —"¿Qué es eso de Noc¬
turno?"—'preguntó Don Quijote. —"¿Pues ya no se
acuerda vuesa merced de que ayer le echó la culpa
de los azotes?" —"Neptuno debieras de decir"—corri-
gió Don Quijote. —"Neptuno o Nocturno—replicó
Sancho1—, en esto de los azotes, lo mismo es que se
los dé a uno Pedro, Juan o Martín; lo malo está en
recibidos ".
Por mucha que fuese la inquina de Don Quijote,
el chocolate despedía tan grato olorcillo, que, ce¬
diendo a las instancias del Tío Samuel, sentóse a la
mesa nuestro buen hidalgo y se puso a sustentar con
discreta mesura y parsimonia. —"¿Qué dice vuesa
merced de ese chocolate?"—'preguntó Sancho. —"No
puede negarse que es bueno"—contestó Don Quijo¬
te—. —"No tan bueno—se apresuró a decir el Tío
Samuel—como lo merece la honra y prez de la An¬
dante Caballería". Agradeció Don Quijote con una
reverencia, y después de un rato, mirando fijamente
á) Tío Samuel, le dijo: —-"Vuesa merced me la ha¬
ría grande si me explicase el por qué de estar yo en¬
cantado en este palacio". —"No me holgara poco con
tal explicación si es que la hubiera; pero tenga vuesa
merced por seguro que no s:e trata de encantamentos ni
cosa parecida"—'dijo con énfasis el Tío Samuel, y
luego añadió: —"Lo que hay en este caso curioso y
nunca visto, es que el espíritu de vuesa merced, dado
siempre a riñas y aventuras, me provocó en desafío
para que viese de resueitalle, y yo, que no gasto mie¬
dos ni con muertos ni con vivos, acepté el reto, me
44: DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

puse la obra y hé aquí a mi Señor Don Quijote


a
y a noble escudero (que también iba con él el
s'u
desafío) dando testimonio de mi triunfo que, por
cierto, ni amengua ni empaña el lustre de la vues¬
tra valentía". Maravillado quedóse Sancho oyendo
lo que decía el Tío Samuel, y sin poder contenerse,
le preguntó: —"¿Pero dígame vuestra señoría o ex¬
celencia, es que en estos reinos se acostumbra resu¬
citar a los difuntos? ¡Pese a tal que nunca imagina¬
ra semejante cosa! Y vaya que si mi amo es tan dís¬
colo que aun de muerto se mete en aventuras y pen¬
dencias, bueno está que lo resuciten a él sólo; pero
yo ¿qué tengo que ver con este lío?" —'¡"Cómo
Sancho!—exclamó el Tío Samuel—, ¿y habíais de
abandonar en este lance a vuestro amo? Vos, el
más leal de los escuderos de que hacen mérito las
historias, no es bien que os desimintiérades protestan¬
do de acompañar al Señor Don Quijote, que mal pue¬
de concebirse al Andante Caballero sin que vaya
acompañado del discreto Sancho". —"No digo yo que
no le tenga ley a mi amo—'dijo Sancho'—; ¿pero es
deoir que vivo o muerto he de estar siempre a su
servicio?" —"Ese es vuestro destino, amigo Panza
-^contestó el Tío Samuel—; mas no as pese de esta
fidelidad, que tarde o temprano, no una, sino mu¬
chas ínsulas habédeis de gobernar. Por mí sé de¬
ciros que ya os tengo una prevenida que no la hay
mejor mil leguas a la redonda". —"Hablando así
en
ya nos entendemos—dijo Sancho—; que ya verá vues¬
tra excelencia si yo sé gobernar como cualquiera hijo
de vecino, que bajo una mala capa se esconde un
buen bebedor y al que parece calvo le arrastra el pelo
y cuando Dios da..." No concluyó Sancho sus refra¬
nes porque Don Quijote que, de hacía rato, se iba
amoscando, paróse de improviso y golpeando la mesa
con el puño cerrado, dijo: —"¡Cepos quedos! ¡Basta
ya de embustes, señor encantador! Buenas son vues¬
tras supercherías y artimañas para que las crea la
simplicidad de Sancho, pero mal parecen en mi pre¬
sencia. No sé yo que hayan habido nunca sabios
capaces de resucitar muertos, y todo lo que hay en
este enredo es vuestra inviidia que os sugirió la men¬
guada idea de encantarme y conmigo a la sin par
J. M. POLAR 45

Dulcinea y al bueno de Sancho de añadidura. ¿Pues


qué, este luengo sueño en que me habédeis hecho pasar
taintos años (que años deben de ser) no es prueba
palpable de vuestras sortilegios y quizás de algún
filtro endemoniado que habédeis compuesto para así
holgar a vuestras anchas mientras Don Quijote dor¬
mía?" Sancho, que se rascaba la oreja contrariado
con los desplantes de su amo cuando el Tío Samuel

le hacía tan buenas ofertas, dejóse decir: —"No vuel¬


va vuesa merced a las andadas, que ya sabe que nos

cuestan caro y que la vida no da para golpes. Déjese


de venir agora con bravatas y trate de componerse,
pues ya que este señor hechicero (con perdón sea
dicho) nos hace tanta merced, comamos y bebamos
que mañana medraremos". Iba ya Don Quijote a
desplantarse de nuevo, cuando el Tío Samuel, teme¬
roso de los arrebatos de su huésped, le dijo: —"No se

impaciente mi Señor Don Quijote, que tiempo ha¬


brá para que yo le dé cuenta y razón de todas las
cosas que ahora le sorprenden y maravillan; y en el

entretanto, voy a disponer la mejor forma y manera


de que vuesa merced conozca mis Estados y sea en
ellos recibido como merece su alta persona". Sin
esperar respuesta y saludando con grandes cabeza¬
das, fuése a prisa el Tío Samuel dejando a Don Qui¬
jote desconcertado y a Sancho más que contento con
la promesa de la ínsula.

CAPITULO VI

Donde se verá el medio de que se valió Don Quijote


para salir del chalet que él imaginaba ser castillo
encantado

Caviloso pasó todo aquel día Don Quijote, con la


imaginación llena de encantamentos, endriagos y ves¬
tiglos y empeñado en recordar lo que en análogos
46 DON QUIJOTE EN YANOUILANDIA

casos hicieran los más famosos caballeros andantes;


pero más que repasó su memoria, no hallaba
por
que ninguno se hubiese visto en tan grande cuita
como la que a el le acontecía, con lo cual nuestro
buen hidalgo se calentaba los sesos inútilmente por
ver de salir airoso de la aventura. Tan embebido
le traían estos pensamientos, que todo sele iba en
pasearse de un lado para otro, gesticular, hacer visa¬
jes y hablarse solo como si discurriera con las fan¬
tasmas que le andaban por la cabeza. Empeñábase
Sancho en sacarlo de su ensimismamiento, pero vien¬
do que no lo conseguía, púsose a examinar muebles,
estatuas y curiosidades, maravillándose de sus va¬
riadas formas, de su singular primor y de las como¬
didades que ofrecían, por más que no acertase con
las ventajas o utilidad de muchos de ellos. Hablán¬
dose sólo porque Don Quijote no le oía, dióse a en¬
carecer la inventiva de los hechiceros y lo cómodos
y regalados que deberían de"vivir en semejantes cas¬
tillos; sintiéndose el buen Panza tan satisfecho y a
su gusto, que se creyó ya un gran señor y se puso
también a fantasear contando con la ínsula tan gene¬
rosamente ofrecida por el Tío Samuel y dando por
hecho y terminado tal
ofrecimiento.
Demás es decir
el bien servido almuerzo
que en
que vino después del desayuno, lo mismo que en el
lonche apetitoso, al que Sancho le llamó merienda,
se despachó éste a su regalado gusto, trasegando re¬

petidas copas de unos vinos que, a su parecer, debe¬


rían de beberse en copas de oro, tan buenos le pare¬
cieron. No pensó lo mismo de la cerveza, y luego
que la cató, oeurriósele que tenía veneno y recomen¬
dó a su amo que no la probase. Cuanto a Don Qui¬
jote, apenas si tomó un bocado; estaba mohíno y si¬
lencioso dejando a Sancho regalarse y soltar la
sin hueso sin hacer caso de sus razones, hasta que,
cansado el escudero, tendióse en una chaise-longue
para digerir más descansadamente, y acabó por dor¬
mirse roncando con todos los acordes de un órgano
complicado y sonoro.
Entrada la tarde, Don Quijote, que había pasado
el día recalentándose la cabeza con las imaginacio¬
nes de sus funestos libros de
caballería, vino a dar en
J. M. POLAR 47

la idea de escaparse aquella misma noche del casti¬


llo encantado como él suponía que lo fuese la casa
solariega del Señor de Yanquilandia, y ya movido y
trastornado, despertando bruscamente a Sancho, le
dijo: —"Despierta, Sancho, despierta y ve de apare¬
jar a Rocinante, que es menester que nos abramos
paso para salir de esta fortaleza aunque él mismo
demonio se oponga a ello". —"Cuando yo digo que
vuesa merced no anda bien del celebro...—dijo San-
c.ho restregándose los ojos—. ¿Pero no sabe vuesa
merced que no hay tal Rocinante y ni aun elque
rucio nos favorece con su compañía"? —"Razón tie¬
nes—contestó Don Quijote—; y es fuerte apuro para
un caballero andante verse privado de caballería.
¡Voto a tal! que este es un nuevo agravio que con¬
tra mí se hace; pero descuida, Sancho, que sabré to¬
mar a tiempo la debida veng&nza". —"Déjese de
tales imaginaciones—replicó el escudero—. Pues no
sería tamaña locura que estando aquí sobre todo y
viviendo a qué quieres boca, saliéramos a buscar
hambres y ayunos, cuando no palos y pedradas"?
—"Loco o por mejor decir encantado estás, Sancho,
cuando tales cosas dices—'afirmó Do<n Quijote—.
Mas no es de extrañarse que así trueques lo bueno
por lo malo, que está en el poder de los hechiceros
trastornar la imaginación a punto de hacer ver blan¬
co lo que es negro y de aparentar ventura en la des¬
ventura". Iba ya Sancho a replicar a su amo, cuando
siendo ya entrada la noche, encendiéronse de golpe
los varios focos de luz eléctrica que pendían de vis¬
tosas arañas coligadas del techo. Sorprendióle de
pronto Don Quijote; Sancho se quedó atónito, miró
a su amo y luego dijo con manifiesto entusiasmo:
—"¡Esta sí que es brujería, y hechizo, y sortilegio"!
Pero Don Quijote repuesto al punto de la primera im¬
presión, dejóse decir desdeñosamente: —"Bien co¬
nocidos me son estos artificios; y según se advierte,
el Tío Samuel no sólo con Neptuno, sí que también
con Plutón ha entrado en connivencias para avasa¬
llar mi ánimo; pero todos tres saldrán burlados, pues
cristiano soy y caballero andante de añadidura y ni
han de amilanarme hechicerías ni me doblegarán pe¬
ligros ni emboscadas. Calma, pues, Sancho amigo,
48 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

y que tu simp lie i-dad no se deje alucinar por cosas


de tan poca monta como son esas luceeillas de arti¬
ficio y apariencia". Sancho que miraba las lámparas
con la boca abierta, volvióse a Don Quijote y le
dijo —"Pero vea mi señor amo que, aunque de
brujería, es cosa de muy buen ver esta luz que nos
alumbra. Si el diablo anda en este lío, declaro q.ue
el diablo es persona más docta y de mayor ingenio
que todos los bachilleres y licenciados que salen de
Sigüenza y de la misma Salamanca".
Con el anochecer y el suceso de las luces, se le
fué acabando de encender la sesera a nuestro buen
Don Quijote, poniéndose intranquilo y ganoso de
y
aventuras, se acercó a las puertas que daban a la
parte exterior del edificio y comenzó a forcejear
para abrirlas, mas como no lo consiguiese, después de
mucho sudar, se asomó al balcón, midió con la vista
la altura a que éste quedaba del jardín, la cual era
de diez/o más varas, y llamando a Sanqho, lo hizo
también asomarse y le dijo: —"Ya ves, Sancho her¬
mano, aquí podemos salir sin ningún ries¬
que por
go: es de dar un salto. Yo saltaré primero y tú
cosa
después, que es fuerza ya comenzar con esta grande
aventura". —"¡Válame Dios!—dijo Sancho agarrán¬
dose la cabeza—. ¿Pero quiere vuesa merced rom¬
perse el bautismo o es que le ha dado un mal de aire
y se le ha trastornado la mollera? No será por cierto
Sancho Panza quien haga semejante locura. Acuér¬
dese vuesa merced de que es cristiano y que es pe¬
cado y de los más gordos esto de asesinarse uno
mismo". —"Suicidarse querrás decir"—corrigió Don
Quijote. —"Así deberá de ser—dijo Sancho—; pero
en buen castellano todo eso es matarse o acabar con
su vida".—"¿No te has traído una escala, de seda?"
—'preguntó Don Quijote. —"¡Qué escala de seda ni
que ocho cuartos!—contestó Sancho malhumorado—.
Mire vuesa merced por su salud y no haga más des¬
atinos. Si tan bien estamos en este castillo y tan bue¬
nas ofertas nos hacen, ¿hay razón para que fuéra¬
mos a descalabrarnos por esa ventana como perso¬
nas sin juicio?" Pensativo quedóse
un rato Don Qui¬
jote, y de repente, dándole pailmaditas en el hombro,
dijo a Sancho: —"No temas, hijo, que poco ingenio
J. M. POLAR

se necesita para salir de esta aventura sin peligro nin¬


guno; y conste que lo digo por ti, que por mí, gozó¬
me en afrontados. Vten, pues, y ail punto estaremos
libres apelando a la antigua usanza de burlar con el
ingenio cualquiera suerte de hechicerías". Hablando
desta manera, fuese Don Quijote a la alcoba, a toda
priesa, deshizo su lecho y el de Sancho, se apoderó
de unas tijeras que cogió de un estuche, marcó tres
cortes en cada sábana y se puso luego a rasgar éstas
de arriba para abajo, coinvirtiéndolas en angostas ti¬
ras. Sancho lo veía hacer, moviendo la cabeza de
un lado a otro sin acertar con el propósito de su amo,

el cual con gran contentamiento, después de rasgar a


más y mejor, se puso a unir las tiras con apretados
ñudos hasta formar una tan larga que medía cosa de
doce o más varas. Satisfecho quedó Don Quijote
con su industria y dijo: —"Ya ves, pues, Sanqho ami¬

go, que si no escala de seda, la tenemos de la me¬


jor batista, a tal punto, que la diputo tan buena o
mejor que las que en casos tales usaron enamorados
donceles o atrevidos aventureros. Ve, pues, previ¬
niéndote para cuando llegue la medianoche, que tales
aventuras han menester el sosiego de las altas horas,
y así cuando natura duerme tranquila, y asoma el
astro nocturno su macilento rostro entre las tocas
de cenicientanube, y aulla el desvelado mastín, y
grazna el buho en el silencio, es cuando el doncel he¬
rido por la traidora flecha del vendado infante, baja
la escala die seda y envía un casto beso a la adorada
cautiva que desde la alta torre del castillo agita el
fino encaje de su pañuelo aromatizado con su tierno
llanto". —"¿Pero qué cautiva hay aquí ni qué don-
cél para que vuesa merced salga agora con estas plá¬
ticas?"—dijo Sancho mal avenido con las imagina¬
ciones de Don Quijote. —"¡Cómo
que no hay doncel
ni cautiva!—replicó Don Quijote—. ¿Pues no
sa'bes,
menguado, que está cautiva Dulcinea y que yo soy
el doncel?" —"¿Doncel vuesa merced?—exclamó
Sancho—. Nunca lo creyera; y por lo que toca a lo
de la escapatoria, mal me parece que estando mi Se¬
ñora Dulcinea en este castillo, nos
fuyamos nosotros
dejándola cautiva". —"Bien se ve—dijo Don Quijote
—que no se te alcanzan estos lances, cuando no lie—
4
50 * DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

gas a comprender que, para desbaratar el encanto en


que nos vemos envueltos, es fuerza salir a furto de
^

este pailacio y a usanza caballeresca, según se narra


en lais -historias de los más famosos paladines". Le¬
van-taba los hombros el escudero sin darse por ven¬
cido; pero Don Quijote, seguro ya de haber encon¬
trado el medio de burlar las maquinaei-on-es del invi-
dioso Merlín, no paró mientes en las desconfianzas
de San-oho y quedóse sosegado esperando que llegase
1-a medianoche, -condición a su juicio indispensable
para coronar la proyectada empresa.
Era nuestro hidalgo, según se ve en el curso de
esta verídica historia, persona de firme carácter y
de resoluciones terminantes, y como tal, mego de de¬
cidir un punto o de encontrar e!l m-od-o de vencer una
dificultad cualquiera, daba de mano a lo resuelto sin
.andarse en nuevas dudas ni cavilaciones que hacen
vacilar el entendimiento y amenguan la varonil ener¬
gía. Así, pues, no volvió a hacer mención del consa¬
bido plan de escapatoria y más bien esparció su
ánimo refiriendo a su escudero (que estaba mohíno
y cabizbajo) amenas historias y mostrándose tan
indulgente y complacido, que como Sancho trajese
a colación al Tío Samuel, dijo Don Quijote que le
asistían algunas dudas sobre si el susodicho fuese o
no el sabio Merlín, pues por ciertos indicios, po¬
dría más bien colegirse que se trataba de algún ca¬
ballero encantado por el mismo invidioso sabio.
Oyendo estas razones, dijo Sancho: —"Siendo así
como vuesa merced dice y a mí también me
parece,
lo mejor sería que nos pusiéramos en acuerdo con el
Señor Do-n Samuel, que por algo se ha dicho
que
más ven cuatro ojos que dos y -que quien a buen ár¬
bol se arrima buena sombra le cobija". —"Tanto de
ponernos en acuerdo, no me parece -prudente—dijo
Don Quijote—, que la-s mía-s son meras presunciones
y q-ue el Tío Samuel, caso de demandar su ayuda o su
consejo, podría había de mi parte poco
suponer que
discernimiento o valentía
para emprender la
e-s-oasa
aventura. En cambio, si mis sospechas resultan fun¬
da-das (cosa que v-oy viendo muy probable), más hi¬
dalgo -sería que, luego de desencantarme por mí
solo, desencantase también a este Don Samuel o Don
J. M. POLAR 51

Tío que nos brinda su amistad con tan cortés mira¬


miento". En éstas y otros pláticas fué pasándose la
noche y cosa de las once serían cuando entró un
mozo con la cena y tras él e'1 Tío Samuel, que recibió
la más agradable sorpresa viendo el buen ánimo de
Don Quijote, pues la idea dé la próxima aventura y
la convicción de salir airoso en su empeño, encen¬
díanle la imaginación y con ella él semblante a tal
punto, parecía rejuvenecido y placentero. Cam¬
que
biáronse entrambos corteses saludos, y luego de un
rato, invitado por el Tío Samuel, gustó el Ingenioso
Hidalgo, sin hacerse de rogar, dos o tres manjares y
aun se regaló con una copa de vino añejo; y como
el Tío Samuel le manifestase con muy finas expre¬
siones las grandes fiestas con que trataba de cele¬
brar su advenimiento, vino a pensar nuestro buen
hidalgo, confirmando sus sospechas, que era aquél
no Mierlín, sino algún conde o castellano encantado
en su propio castillo sin darse cuenta de su propio
encantamiento. Dióle, pues, las gracias con escogi¬
das palabras y se puso a discurrir cortesmente acer¬
ca del lujo y del regalo de que se disfrutaba en aque¬
lla señorial mansión, que así la fantasía encandilada
saca las cosas de quicio y predispone a la conciliación

y a la afectuosa benevolencia.
Al acabar la cena, quiso informarse Don Quijote
de los usos y costumbres de aquellos Estados, y el
Tío Samuel encareció en gran manera la actividad
y él trabajo de sus subditos. —"Buena cosa es el
trabajo—'dijo Don Quijote—, siempre que no se tome
por norte y guía de las acciones humanas, que en
tomándolo de esta suerte, es más bien ambición que
empequeñece el ánimo, robándole a la inteligencia
sus naturales mirasal corazón sus
y instintos gene¬
rosos. Medio, fin, es el trabajo, y no para al¬
que no
canzar las riquezas que hacen menguados y egoís¬
tas, sino para atender al sustento con honra y al
bien de los menesterosos y necesidades. Ley de la
humana especie es ésta de que hablamos, pero son
pocos a 'la verdad los que la cumplen fielmente y
muohos los que abusan de ella con el inmoderado
afincamiento de allegar tesoros para el propio be¬
neficio y sin atender a la equitativa distribución de
52 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

los frutos de la tierra. Alabanza merece él que come


el pan con el sudor (de ¡su rostro, pero es digno de
vituperio 'el codicioso y avariento que pone todo su
conato en el (lucro y la ganancia como isi para tan
bajo menester hubiese s'ido puesto el hombre sobre
la tierra". Asombrado quedó el Tío Samuel oyendo
estas 'discretas razones y no 'supo qué contestar. En
esto reparó que Sancho, al revés de su amo, estaba,
die mala guisa, y ¡dándole palmaditas en el hombro,,
le ¡dijo: —"¿Qué os parece a vos, Sancho amigo, de
lo que dice el Señor Don Quijote?" —"¿Qué me ha
de parecer sino ¡que obras son amores y no buenas
razones? Quiero 'decir que dél dicho al hecho hay
mucho trecho y ¡que isi ¡mi amo hablara siempre así
tan en concierto y pusiera luego en práctica lo que
dice, mucho habíamos de prosperar; pero a buen
seguro quevolveremos a las andadas y que acaba¬
rán por molernos a palos". —"No digáis tal cosa,'
Sancho amigo—¡replicó el Tío Samuel—, que si anta¬
ño os dieron palos y hasta os imantearon en la venta
de marras, hogaño será todo prosperidad y bienan¬
danza con ínsulas que gobernar y homenajes que re¬
cibir, pues bien ganadas tenéis tales mercedes. Pedid
lo que os plazca, ;hermano Sancho, que aquí estoy
yo para complaceros. ¿Os contentaría un condado
con buenos doblones y mucha tierra de (sembradura?

¿Queréis mejor el gobierno de algún reino con mu¬


chos vasallos y ejércitos?" —"Ambas propuestas son
buenas—dijo Sancho—, pues ¡si el condado no da qué
hacer, sino que disfrutar, lo del reino tiene ¡la ven¬
taja de la autoridad, que no es corta, puesto que da
derecho a hacer lo que mejor le plazca al gobernante
sin que nadie ie tome cuentas. A mi ver, podían con-
ciliarse las dos cosas, que bien ¡se puede tomar del
condado lias tierras de sembradura y los doblones y
del reino la autoridad y los' homenajes". —"Basta,
Sancho, ele comentarios—¡dijo Don Quijote, y luego,
dirigiéndose al Tío Samuel, añadió: —"Si vuesa mer¬
ced le da cuerda, no acabará de hablar y nos molerá
la madrugada ensartando desatinos y pidiendo go¬
llerías". Sonrióse él Tío Samuel y viendo que la hora
se avanzaba, despidióse de sus huéspedes. Don Qui¬
jote lo acompañó hasta la puerta ¡con muy finos mo-
J. M. POLAR 53

dales y se cambiaron entrambos caballeros corteses


comedimientos.
Cuando estuvieron solos amo. y criado, preguntó
Sanaho: —"¿Insiste vuesa merced en tal desatino
como ell de querer escaparse?" —"¿Quién 'lo duda?—

contestó ¡Don Quijote, que olvidado del prolyeeto .con


la amena plática, vino a caer de nuevo en su locura y
agregó: —^Manos a la obra, Sancho amigo, que es
fuerza apresurarnos antes de que el rubicundo Febo
llame a las puertas de lia obscura .noche con su pun¬
tualidad acostumbrada". Diciendo estas palabras, en¬
cendida otra vez la imaginación del buen caballero,
fuese a lia alcoba, volvió al punto con la que él lla¬
maba escala de batista, se asomó .al balcón, ató en un
balaustre con doble ñudo la improvisada cuerda, pro¬
bó con un tirón su resistencia, quedó •satisfecho y
dijo: —"Ahora, mi buen escudero, comienza esta ga¬
llarda aventura. Propicia es la ocasión; los celes¬
tes luminares son mudos testigos que convidan a las
altas empresas, la nocturna calma deja- mejor oír el
consejo del ánimo esforzado y la pródiga fortuna
me brinda nuevos laureles en torneos y batallas. ¡Ea,
valeroso escudero, que voy a bajar la escala que a la
gloria nos conduce y tú me seguirás con osadía y
ardimiento!" —"Eso no haré yo"—'contestó Sancho
todo amoscado. —"Que no lo ,harás, bellaco, harto
de ajos, mal nacido?—gritó Don Quijote—. ¡Si te re¬
sistes no te dejaré un hueso sano!" -—"Pegúeme vue¬
sa merced, muélame a palos—dijo Sancho con tono
compungido—, pero considere mi Señor Don Qui¬
jote que isi él es caballero andante y está hecho a des¬
calabrarse, yo ¡mísero de mí! soy un infeliz maja¬
granzas añadidura padre de familia". —"Lo
y por
que tú cobarde y picaro de añadidura, y para
eres es
curarte de tales mañas, indignas de tu profesión escu¬
deril y aventurera, has de bajar el primero, sino por
buenas por malas". Comprendió Sancho que su amo
iba a hacerlo como lo decía, tan colérico estaba, y
mirando por su seguridad, consintió en que bajaría
pero después de Don Quijote, a fin de que, con el
peso de éste, se probase si no había riesgo en la aven¬
tura. Serenado el amo con la resignación de su mozo,
se ató a la cintura el un extremo de la cuerda, se asió
54 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

con ambas manos del otro .extremo que estaba atado


al balaustre, con el intento, según dijo a Sanicho en¬
señándole tía lección, de bajar ipoco a poco, conte¬
niéndose en los ñudos, y luego, sin vacilar, se lanzó
al aire. Al principio, pudo algo contenerse, pero no
resistió mucho rato la flexión y resbaló tan de pri¬
sa, que vino a dar en tierra aunque no muy de gol¬
pe, gracias a que se aferró a la cuerda y a que ami¬
noró el porrazo la circunstancia de estar altado por
•la .cintura y de que la llamada escala de batista ape¬
nas llegaba al suelo.
Tras la natural perturbación de (la caída, levantóse
Don Quijote, hubo 'de volver a caerse, se puso a dar
traspiés, pero logró, al fin, pararse aunque medio
mareado y aturdido. Le sangraban las manos que,
con la fricción, se las había desollado del todo, pero
a él nada se le daba, según era su contento. Trató en

seguida de desatar el ñudo que tenía en la cintura,


pero como era de los que llaman ciegos, no pudo
deshacerlo por más que sudaba, y optó, no sin acor¬
darse del Gordiano, por cortarlo con la espada que
traía al cinto. Acto continuo, levantó la cabeza y ha¬
ciendo bocina con la mano derecha mandó a Sancho
que izase la fementida cuerda. Este, que con medio
cuerpo fuera del balcón había visto el golpe de su
amo, no sabía qué hacerse; le entraron trasudores y
mareos, y aunque llegó a izar la cuerda, no se atre¬
vía a bajar y con voz lastimera se quejaba de su
suerte y le lloraba a su amo que por Dios lo dejase
esperar siquiera hasta que amaneciese el día; pero
Don Quijote insitía con tal imperio en mandarle que
bajase, que acabó Sancho por amostazarse negándose
resueltamente. Espumarajos echaba Don Quijote re¬
doblando sus amenazas, y Sancho, cohibido de nue¬
vo, se ató, por fin, la malhadada cuerda a la cintura,
pero con tanta congoja como si fuese la del ahorcado.
—"¿Qué esperas, demonio?—vociferaba Don Quijo¬
te—. Si al punto no bajas, escalaré el balcón y te
echaré de cabeza". —"¿Pero qué daño le he hecho yo
a vuesa merced
para que así me trate?"—clamaba el
infortunado escudero. —"Déjate de lamentaciones—
dijo Don Quijote—, que peor será para ti si te que¬
das, porque 'Merlín descargará en tus lomos la có-
J. M. POLAR 55

lera que le cause mi fuga". Este argumento y el mie¬


do que tenía que quedarse solo acabaron de convencer
al desgraciado, el cual, después de anudada, se fué
envolviendo la cuerda en la cintura hasta convertirse
en un ovillo; agarrándose luego a la balaustrada,
pasó a la parte de afuera del balcón, se santiguó de¬
votamente, gimió de nuevo y encomendándose a Daos
de todas veras, echóse al aire, agarrándose fuerte¬
mente a uno de los ñudos. Cuando se vió así sus¬
pendido, comenzó a dar voces de socorro, teniéndose
en el aire sin subir ni bajar por
el ansia con que se
aferraba; al poco rato le flaquearon las fuerzas,
pero,
se soltó y comenzó entonces a desenvolverse la fe¬
mentida escala de batista, haciéndole dar vueltas y
cabeceas con tal priesa, 'que parecía el infeliz un re¬
choncho marionete en manos de titiritero. Fué lo
peor del caso que, cuando
faltaba cosa de dos
ya
varas para que llegase al suelo, reventó un ñudo y fué
Sancho a caer patas arriba a los pies de Don Quijote.
Daba el desgraciado tantos quejidos, que partía el
alma, y su amo, penoso del golpe, trató de levantarlo
del suelo, mientras lo animaba dicióndole que ya
pasaría aquello, que estuviese sin cuidado. —"¡Coarto
sin cuidado!—'dijo Sancho—; lo que estoy es sin ra¬
badilla, porque a buen seguro que me la he partido".
Después de un rato de lamentos de Sancho y de
fricciones y de buenas palabras de Don Quijote, lo¬
gró éste convencer a su escudero de que tenía los
huesos sanos y en su lugar, lo obligó a levantarse, y
atravesando el espacioso parque que quedaba hacia la
parte de fuera del chalet, dieron con una gran puerta
de reja y saliéronse al campo, contento como unas
pascuas el Andante Caballero y abrumado y mohíno
Sancho Panza.
CAPITULO VII

De lo que les sucedió a Don Quijote y a Sancho


luego que salieron del castillo, con otros sucesos muy
amenos y variados

La una o más de la madrugada sería cuando Don


Quijote y su escudero se encontraron en plena ca¬
rretera. Flanqueaban la ancha vía magníficos pala¬
cios rodeados de parques y arboledas, y al punto se
le ocurrió a Don Quijote que todo el país estaba
encantado y que no tardarían en topar con las (más
peregrinas aventuras, según dijo a Sancho, que iba
detrás, medio rengo y con tan mal humor, que sólo
contestaba con monosílabos a las insinuaciones de
su amo, andaba ganoso de palique con el
el cual
buen suceso de la escapatoria.
No bien anduvieron un centenar de pasos, cuando
los sorprendió súbitamente un automóvil que pasó
por media carretera como una exhalación, y luego
al poco rato, otro, y otro en seguida, dejando a San¬
cho espantado y algo confuso a Don Quijote; pero
éste, repuesto luego y convencido de que se trata¬
ba de cosa de aventura, púsose en guardia saliendo
al medio del camino con tal arrojo y valentía, que
más de una vez hubo de ser atropellado si los chauf-
feurs (como llaman a esta especie de aurigas sin ca¬
ballos) no fueran tan diestros que hicieran a tiempo
torcer el vehículo, no sin maldecir al temerario que
se lesponía delante; con lo cual el buen caballero
dejóse decir que aquellas bestias feroces estaban
montadas por algún maligno demonio que le huía el
bulto conocedor de su fama y valentía. No era San¬
cho del mismo parecer, pues, a su juicio, los llama¬
dos autos eran toros salvajes o quizás enormes cu¬
carachas endemoniadas, según podía colegirse por
los ojos encandilados y por el temeroso resoplar y
los bramidos -con que pasaban; y era seguro que si
su amo seguía poniéndose
delante, en cualquier rato
darían fin con ellos. Así se lo dijo a Don Quijote,
encareciéndole que no se metiese en tan desaforada
J. M. POLAR 57

aventura y que más bien viesen de ocultarse entre los


árboles hasta de subirse a urna rama. Rióse Don
y
Quijote del temor de su escudero y dijo que no ha¬
bían tales toros >ni cucarachas, sino endriagos de los
muchos que asaltan a los caballeros andantes, y
que viese sino cómo huían de su presencia sin atre¬
verse a embestirle. —"Así deberá de ser—contestó
Sancho—; cuánto mejor estaríamos a estas ho¬
pero
ras durmiendo a pierna suelta en el palacio de mi
Señor Don Samuel, si vuesa merced no fuese tan
terco y tan amigo de deaventuras, que no aventuras
son éstas que nos están pasando".
iNo paraba mientes Don Quijote en las razones de
su escudero, pues animado con la brísita nocturna y

con la gentil salida del castillo, sentíase tan conten¬


to y tan desenfadado, que se daba a pensar a su
sabor en toda suerte de aventuras, soñando como un
doncel de veinte abriles con su Señora Dulcinea, a
la que le mandaba con el viento mensajero, con la
menguante luna y con las relucientes estrellas los más
hondos suspiros de su pecho enamorado. Sancho, que
sólo atendía a su dolor de huesos y a la pena de ha¬
ber salido del palacio de su Señor Don Samuel, como
le nombraba a boca llena, rogó a su amo que des¬
cansasen, que la noche era para dormir y no para an¬
dar en aquellos ajetreos y que, finalmente, él no
podía más con su cuerpo según estaba de molido.
Dióle gusto Don Quijote y dijo: —"No me opondré
a que descanses hasta que Dios amanezca, y bien
pudieras acostarte en este fresco césped que es más
mullido y sedoso que las africanas pieles". —"Dudo
yo de tales excelencias—'dijo Sancho—, que el que
vuesa merced llama césped, a mi parecer no es más

que grama y tan escarchada, que poco será que no


despierte con reúma o con dolor de costado, si es
que acierto a dormir, que lo dudo mucho". Echóse
luego en el suelo, al pie de un árbol frondoso, se
movió de un lado para otro buscando postura, y
cuando al fin la encontró, púsose a recomendar a su
amo que viera también de .descansar, que iba a
coger
un romadizo;
pero el gentil caballero, sentándose en
lo que con razón decía Sancho que era grama y que
a él se le antojaba césped, arrimóse a un árbol en
58 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

actitud 'pastoril y
dijo: "Duerme tú, Sancho amigo,
que yo he menester de descanso, pues más áni¬
no
mos tengo de deleitar la imaginación en aquesta no¬
che serena que de dormir entre sábanas de encaje".
—"Vea vuesa merced por su persona como mejor
le pareciere—contestó Sancho—, que yo trataré de
reponerme siempre que' esos endriagos o demonios
no den fin conmigo".
Era el sitio en que estaban a propósito para el
descanso. Sombreábalo una alameda de árboles cor¬

pulentos y mullía el suelo


la verdad la aterciope¬
a
lada grama, que aunque escarchada, le pareció a
Sancho lo mejor posible para pasar la noche; de tal
modo que, en un momento, se quedó dormido y se
puso a roncar como un sochantre, que ni los lances
del día ni otros peores le quitaran nunca el sueño ni
las ganas de Don Quijote entre tanto, miraba
comer.
a la luna y a las despiertas estrellas, suspiraba de
rato en rato y se enternecía pensando castamente en
Dulcinea, pues la nocturna calma veraniega, la me¬
dia luz del poético paisaje y la perfumada brisa le
ponían en los ánimos amorosos pensamientos, como
si volviera a la edad juvenil y al honesto solaz del
platónico enamorado que confía sus secretos a la dis¬
creta noche, a la fuente cristalina y al alado céfiro.
Holgando estaba, pues, Don Quijote con estas ima¬
ginaciones, cuando acertó a distinguir a la distancia
dos caballerías que venían al paso, montadas por dos
muchachos ¡menores. Verlas y quedar convencido de
que la una era Rocinante y la otra el rucio, fué cosa
del momento. Púsose en pie, sacudió a Sancho por
un brazo hasta lograr despertarlo y le dijo: —"San¬
cho hermano, ve aquí a Rocinante y al rucio que
llegan cuando menos lo esperábamos". Al oir Sancho
tales palabras, se levantó de un brinco y con los
ojos todavía medio cerrados, trató de ver al pollino,
y como no lo viese, dijo malhumorado: —"¡Qué Ro¬
cinante ni qué rucio! Vuesa merced ve visiones; si
las que llegan son dos bestias gallardas que yo no
las vi en mis días". —"Telarañas tienes en los ojos
—afirmó Don Quijote—, y de ello has de conven¬
certe al punto". Movía Sancho la cabeza sin darse a
partido y agregó Don Quijote: —"Según se advierte,
J. M. POLAR 59

los caballeros son nada dos enanos de la


menos que
corte de algún rey o .príncipe
pretende hacer que
mofa de mi persona entregando a Rocinante a tan
ruin jinete". Encolerizado con esta idea, adelantóse
para cruzar a las caballerías que en este punto llega¬
ban, y teniendo a una por la brida, muy entonado y
resuelto dijo a los que las montaban: —"¡Tenéos,
malandrines, o no contéis con salir vivos de esta aven¬
tura!" Eran los nombrados malandrines dos mu¬
chachos de cosa de doce años, e iban con un men¬
saje de su amo, según después se supo. Al ver a Don
Quijote, dijo uno de ellos: —"¿Quién es ese fantas¬
ma?" —"¡Cómo fantasma, señores enanos! Bien cla¬
ro se ve que el príncipe que os sustenta es señor de

poco más o menos cuando os crió tan descomedidos


y soberbios". Asustáronse los muchachos con estas
palabras que no entendían y uno de ellos preguntó
temeroso a Don Quijote que qué necesitaba. —"Nada
—contestó éste—, sino que al punto habédeis de aban¬
donar a Rocinante y al rucio si no queréis ser trata-
'dos como vuestra desvergüenza merece". No aca¬
baban ellos de enterarse de lo que aquel espectro les
pedía, cuando .Sancho, cobrando bríos al ver su ti¬
midez, acercóse y dándoselas de guapo, les dijo:
—"¿Qué, no obedecéis lo que os manda un caballe¬
ro andante como mi amo? Pues contad con que esta
es la hora postrera de vuestra vida, que sin que él
tome cartas en el asunto, por ser cosa del escudero
entenderse con los enanos, me bastaré yo solo para
haceros entrar en razón. ¡Dejad, pues, las caballerías
que se subiendo la mostaza!" Con esta nueva
me va
intimación, los dos muchachos acabaron de desorien¬
tarse, y el mayor de ellos se atrevió a decir que las
tales caballerías eran suyas o, por mejor decir, de su
amo. Entonces Sancho, manifestando mucho enfado
y convencido de que no había riesgo en ser valiente,
cogió por la brida al supuesto rucio (que ya al lla¬
mado Rocinante lo tenía cogido Don Quijote); tra¬
taron de forcejear los jinetes, pero Don Quijote des¬
nudó la espada con tal fiereza, que no esperó más el
susto de los supuestos enanos y echáronse al suelo,
escapando con más priesa que si tuviesen alas en los
pies.
60 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Viólos irse Don Quijote con gesto desdeñoso,


mientras que Sancho examinaba las caballerías para
ver de reconocellas, hasta que dijo: —"Pues aunque
vuesa merced me lo mande bajo 'san.ta obediencia, no

me convenceré de que hay tal rucio ni tal Rocinante,

y a mi si ¡hay justicias en este reino, iremos


parecer,
a la cárcel por descaiminadores y cuatreros".
parar a
—"Así son las apariencias—'contestó Don Quijote—;
pero es el caso, Sancho amigo; que es muy natural
que a tal palurdo como tú no se le alcancen estas
cosas que lo son de encantamento y brujería. Sábete

(y no andes en cavilaciones ni te devanes los sesos)


que aquí tienes a Rocinante y al rucio transforma¬
dos y mudados de apariencia a causa de estar tam¬
bién encantados, que tal es la saña de mis enemi¬
gos, que 110 se perseguirme a mí sola¬
contentan con
mente, si que también se estrellan con el noble
Rocinante y hasta con tu modesto pollino". Dióse
Sancho por convencido y satisfecho, y acercándose al
caballo que le tocaba, comenzó a decir: —"Por rucio
te tomo aunque no lo seas, que a la muía regalada
no ¡se le mira el diente y cuando te ofrezcan la ca¬
brilla, ocurre con la soguilla y en recibir no hay en¬
gaño". "—'Ni hay tal imula ni cabrilla—'dijo Don
Quijote—, sino' sólo el rucio mudado y transforma¬
do por arte de magia". —"Convengo en ello—contes¬
tó Sancho—, y conste que lo hago en descargo de
mi conciencia; y 'luego, mirando de alto a bajo la ca¬
ballería, se puso a decirle: —'"Rucio hermano, ¿cómo
es esto de haberte trastocado? Pollino te dejé y te
encuentro alazán y con ricos jaeces. ¡Huélgome de
tal' transformación y encantamento que te hacen
valer doble y triple de lo que costabas, y de hoy más
te prometo ¡serte fiel y no venderte así me ofrezcan
por ti el oro y el moro". Conmovióse también Don
Quijote al poner la mano en las crines del Rocinan¬
te y dijo de esta manera: —"¡Oh, tú, caballo de ca¬
ballero, más noble y más gallardo que Incitatus, que
Bucéfalo y que el propio Babieca! Sabe que por ser¬
vir a quienes sirves, has de pasar a la historia y que
de ti han de contarse hechos más gloriosos que los
que enaltecen a muchos humanos seres". En esto,
dijo Sancho: —"Pero vea vuesa merced que las si-
J. M. POLAR 61

lias y los frenos también han sido encantados, pues


el hijo de mi madre no los vió nunca de tal forma y
calidad como los que aquí se ven". —"Así es la ver¬
dad—contestó Don Quijote—; pero por decontado
nada tiene de extrañar tal transformación y mudan¬
za por aquello de que estados cambian costumbres".
Razonable y juiciosa le pareció a Sancho la observa¬
ción de su amo y dijo: —"Muy atinadas son tales
razones como Jas que vuesa merced dice, que así
también el día en que mi amo sea servido de darme
el gobierno de ínsula, dejaré de ser escudero para
una
ser caballero y en vez de este pelaje, gastaré un man¬
to de brocatel y si acaso una media corona". —"No
estoy conforme del todo con lo que dices—observó
Don Quijote—, que si las apariencias se mudan fá¬
cilmente siguiendo el curso de la voluble fortuna, no
se cambia lo mismo la condición de villano por la de
caballero, pues la cabra tira al monte y la mona, aun¬
que se vista de seda, mona queda. Años y generacio¬
nes son menester para que en el rudo plebeyo se
labren los perfiles del hidalgo, que, no digamos el
poder o la riqueza, pues ni aun la misma sabiduría
alcanza a dar al ánimo la dignidad y gentileza here¬
ditaria y el porte y los modales del que los tiene por
crianza y por estirpe". Poco atendía Sancho las pa¬
labras de Don Quijote, entretenido como estaba en
examinar minuciosamente el galápago de su caba¬
llería, los arzones, la cincha y la contracincha y las
riendas de filete; pero de pronto, ocurriósele esta pre¬
gunta: —"¿Y dígame mi Señor, también habrán cam¬
biado el genio nuestras caballerías?" —"Posible es
—contestó Don Quijote—que tengan ahora más
bríos y emipuje". —"Pues entonces no acepto el true¬
que—opinó Sancho—, que a mí no me place dárme¬
las de chalán ni de domador de potros, pues como
persona razonable, amigo del buen paso y de la
soy
condición mansa y sosegada y reza conmigo aquello
de potro, que lo dome otro". —"Ya veremos de pro-
bailo—dijo a este punto Don Quijote—. Ténme el
diestro, que después de tantos lustros como ha¬
rán de estar yo encantado, huélgome de subir de nue¬
vo a Rocinante para emprender más recias y arries¬
gadas aventuras que las de antaño. Obedeció el es-
62 don quijote en yanquilandia

cudero y cabalgó Don Quijote no sin dificultad por


ser la bestia de las que llaman de siete cuartas y algo
movediza y retozona. Emprendió en seguida Sancho
sobre el transformado rucio, pero no acababa de
pasar la pierna, cuando el animal púsose a dar cor
vetas y Sancho a gritar pidiendo socorro a su amo,
hasta que, por fin, logró ponerse a horcajadas sobre
el pescuezo del caballo y, tras muchos afanes, aco¬
modarse en la silla, pero tan confuso y aturdido, que,
no atreviéndose a moverse, comenzó a decirle a su
amo: —"Vea vuesa merced, mi señor amo, de des¬
encantar al rucio y volverlo a su primitiva condi¬
ción, que no se han hecho para mí estas caballerías
tan grandes y de tantos movimientos y alboroto. Si
Dios es servido de que yo no me caiga y llegue a
bajar con bien de esta torre, no volveré a emprender
la subida así me muelan a palos. Al rucio me aten¬
go y no a semejante potro que todo se le va en ha¬
cer cabriolas como si fuese persona mal inclinada y

remolona". No iba Don Quijote mejor montado: los


estribos le resultaban cortos y tenía las piernas do¬
bladas sin acertar a acomodarse en el galápago y res¬
balando de la silla a cada momento; pero él poco
reparo ponía en estas pequeñeces, más atento a su
locura que a .su comodidad, y espoleando a la bestia
con los talones, a falta de espuelas, excitóla desde
luego y partió al medio trote, seguido de Sancho, que
iba rezando entre dientes y rogando a su amo por
Dios y por los santos que procurara contener a Ro¬
cinante, pues si seguía él trote, él no contaría el fin
de aquella aventura.
CAPITULO VIII

Que trata de la desaforada aventura que tuvo Don


Quijote por favorecer a unos huelguistas, con otros
sucesos que no pueden pasar inadvertidos

—^^Siguiendo el curso de esta verídica historia, cuenta


su puntual autor Cide Hamete Benengeli que el tro¬
te de las caballerías se hizo tan
precipitado e incon¬
tenible, que, a poco de emprender la marcha, no ya
sólo Sancho, sino el mismo Don Quijote se llegó a
sentir molesto y dijo a su escudero con palabra en¬
trecortada por el vaivén en que lo traía el alborotado
bridón "Te aseguro, Sancho, que a Rocinante se
le ha descompuesto la andadura y que hasta me pare¬
ce que se nos ha vuelto algo rebelde y taimado para
obedecer la rienda". —"Lo que es el rucio—contes¬
tó Sancho agazapado como un mono y cogido a las
crines para no irse al suelo—trocado se há en una
bestia descomunal y endemoniada según tira del fre¬
no, y mucho será que llegue a pararse, porque, a mi
ver, está de cierto encantado y me lleva derecho a
un precipicio temeroso y sin salida".
Trotaban a la verdad las dos caballerías más que
de prisa, sin que Sancho ni su amo acertasen a con¬
tenerlas, a lo más que atinaban era a no caer¬
pues
se, haciendo las más curiosas figuras que pue¬
pero
de imaginarse. Iba Sancho hecho un ovillo, abrazado
a las crines, con la cara apretada al pescuezo del ca¬
ballo y perdida la rienda, y Don Quijote, echado ha¬
cia atrás, sobre los estribos cortos, sobresaliendo las
rodillas puntiagudas, desmelenado y arisco el ceño.
En esto comenzó a amanecer y quiso la fortuna
o la
desgracia de nuestros dos caminantes que lle¬
gasen a un lugar donde había gran muchedumbre
de gente formando apretado grupo delante de una fá¬
brica grandísima de cinco o seis pisos, y que, al dar
con el tumulto, las caballerías calmasen el paso, lo¬
grando entonces Don Quijote contener la suya, con
lo cual se paró también la de Sancho. Los del tu¬
multo, que eran gente que hacía ¿huelga por ser bajo
64: DON QUIJOTE EN YANOUILANDIA

el jornal el patrón especulador empedernido, de¬


y
pusieron encono al ver a tan extraños persona¬
su
jes, que, llegando con las luces del amanecer, pare¬
cían fantasmas que huyesen del cercano día. No sa¬
bían a la verdad si reirse o asombrarse de tales fi¬
guras como hacían Don Quijote y Sancho
las que
Panza, y pensaron algunos, y así lo dijeron, que nues¬
tro buen hidalgo y su escudero eran payasos, titi¬
riteros o gitanos que venían, seguramente, para ha¬
cer el reclamo de sus pruebas o decir la buenaven¬
tura; pero quedáronse todos sorprendidos cuando
Don Quijote con voz reposada y ademán tranquilo
les 'dijo de esta manera: —"¿Podría saberse ctiál es
el motivo de aqueste tumulto?" Ninguno contestaba
la interpelación y empezaban ya a mofarse, cuando
agregó Don Quijote: —"Si es algún desafuero el que
se os face, al punto .habédeis de decillo, que soy ca¬
ballero andante y por ende tengo el oficio de acorrer
a los necesitados y hacer justicia a los desvalidos".
Mirábanse todos sin darse cuenta de tales expresio¬
nes, cuando un viejo trabajador, medio ciego, que no
acertaba a distinguir la estrafalaria figura de nuestro
aventurero ni menos a enterarse de sus palabras y
que supuso fuese de la policía, descubrióse
persona
con todo respeto y adelantándose hacia donde Don
Quijote estaba, explicó el caso diciendo que el pa¬
trón de la fábrica que allí se veía, no hacía la razón,
pues negábase a aumentarles el jornal y a acortarles
el trabajo, haciendo fuerza en la necesidad de los
obreros, los cuales, aquella mañana, por ver de im¬
poner al amo, habían concertado de declararse en
huelga; y agregó que ellos pedían justicia y que la
autoridad viese de favorecellos.
No entendió mucho Don Quijote del la arenga
obrero, pero bien se le alcanzó
trataba de que se
pedirle amparo contra el abuso de algún señor feu¬
dal o castellano, y dijo de esta manera: —"Grande
bellaquería es la del tal patrón de que habláis, her¬
mano, y habrá de vérselas conmigo si luego al punto
no cumpliera con .haceros la justicia que merecéis.
Sabed vosotros, gente infelice y menesterosa, que
aquí tenéis delante al Caballero de la Triste Figura
para ampararos y socorreros como es debido, y que
J. M. POLAR 65

el malandante que así abusó de vuestra mísera con¬


dición será 'castigado con el rigor, que se merece,
que para'tal fin me ha echado Dios al mundo. Vea¬
mos ahora y decidme ¿dó está el menguado caballe¬
ro que tal agravio hace a la justicia?" En ayunas,
como suele decirse, quedáronse los del tumulto oyen¬

do el singular lenguaje de Don Quijote, pero el viejo


de que antes se ha hablado supuso atinadamente que
de lo que se trataba era de ver al dueño de la fá¬
brica, y siguiendo con la idea de que Don Quijote
era autoridad o policía, ofrecióse a guiarlo. Allá fué

Don Quijote, seguido de Sancho, que en tal ocasión,


creyó lo más oportuno abandonarse a su suerte. La
gente obrera aficionada a toda clase de arengas dis¬
paratadas propias de aquella República, se entusias¬
mó un tanto con la de Don Quijote por lo mismo
que no la entendía, y aunque nuestro hidalgo más
parecía loco que persona con juicio, siguiéronle para
ver en lo que paraba el curioso suceso. Con esto,
llegó el viejo que hacía de guía a una puerta de reja
que cerrada estaba, pues los obreros habían quedá-
dose fuera negándose a entrar a la diaria labor, y
el patrón, muy colérico, acompañado de los admi¬
nistradores se paseaba de largo a largo en un am¬
plio corredor, haciendo alarde en su ademán y en
sus palabras de que no cedería ni por buenas ni por
malas. Llegados que fueron a la puerta, mandó Don
Quijote abrirla y entró, seguido de los huelguistas,
con aire tan entonado y resuelto, que los obreroos no
sabían qué pensar. El dueño de la fábrica, hombre
de complexión recia y desapacible, mal encarado, con
mejillas vinosas y barbas bermejas, pensó que, al
fin, los obreros entraban en lo que él suponía la ra¬
zón y se adelantó a recibirlos con sesudos conceptos;
pero al Don Quijote, alteróse súbitamente
ver a
pensando que le hacían mofa con aquel espantajo e
iba ya a echar a los insolentes, cuando Don Quijote,
que entendió ser aquel el amo, con reposado conti¬
nente le habló de esta manera: —"Sab'rá vuesa mer¬

ced, señor caballero, cómoDon Quijote de la


soy
Mancha de quien cuentan las historias fazañas nunca
vistas como desfacedor de agravios y castigador
de bellacos, a punto que, con tales títulos, vengo
5
66 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

en decir a vuesa merced que vea de atender sin ré¬


plica la petición de esta gente desvalida y meneste¬
rosa". No sabía el fabricante qué contestar a seme¬
jante loco, según supuso que lo fuese, y tras un rato
de silencio, dijo de esta manera: —"Váyase buen
hombre, por donde vino, que no está el humor para
bromas"1—y luego, volviéndose a los obreros, agre¬
gó: —"Vosotros al trabajo o a la calle, que ya voy
perdiendo la paciencia". Con sonrisa despectiva oyó
Don Quijote las razones del fabricante y al cabo
dijo: —"Bien se conoce, señor bellaco, que no sois
hidalgo ni cosa tal, que a serlo, entráraifc presto en
la razón". —"¿Y quién es usted, señor espantajo—
contestó el aludido—, para venirme a mí con deman¬
das?" —"¿Qué quién soy yo?—dijo Don Quijote
montado en cólera—. Pues va a verlo vuesa merced,
señor don insolente". Y luego al punto, sin esperar
más requerimientos, enristrando la lanza, excitó al
caballo y se fué sobre el fabricante con tanto ímpe¬
tu, ique lo derribó en tierra; quiso el infeliz levan¬
tarse, pero Don Quijote, en actitud desaforada, pa¬
rándose sobre los estribos, le amenazó con darle fin
allí mismo si al punto no entraba en la razón. El
bueno del yanqui, que nunca las vi ó tan gordas, tar¬
tamudeaba pidiendo favor sin atreverse ni a resollar,
aterrado con la figura de Don Quijote que se le ve¬
nía encima, y los mismos obreros, algo espantados
con semejante escena, se alejaron un tanto sin saber
qué partido tomar. En estas circunstancias, Don Qui¬
jote, viendo caído a su adversario, le apuntó al pecho
con la lanza y le notificó que en ese punto y hora da¬
ría fin con él, si en el mismo acto no se daba por
vencido. —"Por vencido me doy"—balbuceó el yan¬
qui que ya se daba por muerto.— Calmóse con esto
Don Quijote y levantando la lanza, dijo a los obre¬
ros: —"Entrad, hermanos, a los vuestros menesteres,

que este señor Caballero os hará justicia según las


leyes de la Andante Caballería"; y dirigiéndose al
fabricante, añadió: —"Levántese vuesa merced, se¬
ñor don majadero, que estas mis armas no se han he¬
cho para los que entran en la razón ya sea por bue¬
nas o por malas".
En éstas estaban, cuando la policía, advertida del
J. M. POLAR 67

tumulto, llegó a la fábrica. Ver a los seis polizontes


de a recobrar los ánimos el mercader dueño
caballo y
de aquélla, fué cosa del momento. Huyóse a un cor¬
redor o vestíbulo que a la entrada del edificio había
y púsose a dar gritos diciendo a los guardianes del
orden que viesen de 'aprehender a aquel loco o demo¬
nio que quería asesinarle. —"¡Sayones conmigo!"—
dijo Don Quijote viéndolos venir, y enristró de nue¬
vo la lanza con tanta fiereza, que los mismos obreros
se arremolinaron amedrentados. Acudió Sancho a su

amo para que se calmase, diciéndole que no se me¬


tiera a reñir con los de la Santa Hermandad, que
tal suponía que fuesen los policiales; intimáronle és¬
tos para que se entregara a la justicia; pero el bizarro
Don Quijote, loco de todo en todo, fuése a ellos lanza
en mano y arremetió con tanta furia, que atrope¬
llo con su caballería la primera que encontró
al paso,
a punto que, siendo buen jinete el que la montaba, se
vino al suelo por abreviatura, cayendo también Don
Quijote, que fué a dar con sus huesos en tierra bajo
las patas de los caballos. Acudieron los obreros en¬
tre burlones y compadecidos; gesticulaba el fabri¬
cante pidiendo indemnización, que es la meior jus¬
ticia de estos reinos, y los de la policía, entendiendo
que era aquél un loco desatado, recogiéronlo del
suelo todo aporreado y contuso, con un chichón en
la frente y escupiendo la última muela que le queda¬
ba como recuerdo de haberlas tenido; y al punto, sin

perder el tiempo en contemplaciones atáronlo fuer¬


temente, poniendo oídos de mercader a las protes¬
tas y denuestos que les echaba en cara el molido ca¬
ballero; y luego de atarlo, por malas, que no por
,

buenas, tres de los policiales, que se habían bajado


de sus caballos, cargándolo en alto, lleváronselo
como en silla de manos, seguidos de los obreros qrie
tomaron la cosa a bullanga y festejo.
¿Qué decir del susto y congojas del bueno de
Sancho en semejante cuita? No sabía si seguir a su
amo o si quedarse allí, hasta que un policial, repa¬
rando en su catadura, soltó la risa y preguntóle que
quién era. —"Yo. no soy nadie—'contestó el infeliz
escudero—; es decir yo no sé quién soy ni quién es
mi amo, que a tal punto me ha traído mi mala for-
68 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

tuna; pero tenga cuenta vuestra señoría que ambos


dos, amo y criado, somos resucitados o encantados
que es lo mismo, y que si estoy aquí es porque he
venido sin saber el cómo ni el cómo no". —"Bien se
ve sois un grandísimo bellaco y pillo de añadi¬
que
dura"—replicó el de la policía—. —"¡Pillo yo!...
¡Juro por mi ánima que jamás me apropié de cosa
ajena! En lo de bellaco, no diré lo mismo, que, a mí
entender, todos tenemos algo de tales y en vez de
decir aquello de médico, poeta y loco, debió de ha¬
berse dicho de bellaco, con perdón de vuesa merced,
señor de la Santa Hermandad". —"¿Qué Hermandad
es esa"?—preguntó el policía. —"Seguramente que
vuesa merced está también encantado cuando no lo
sabe, y debe de serculpa de ese maldito viejo
por
brujo, hi'detal,
a quien llaman el Tío Samuel".
—"Buenos están tales desatinos para engañar a bo¬
bos—dijo el policía que no entendía jota de las ra¬
zones de Sancho—. Andad, que ya se os ajustaran
las clavijas como merecéis, señor embustero".
—"Digo que no soy picaro ni embustero—clamaba
Sancho—; y puede vuesa merced enterarse pregun¬
tando en mi aldea y sus cercanías y aun en toda la
Mancha si es o no persona honrada el buen Sancho
Panza". —"Digo que andéis"—repitió el guardia ya
escamado, pues varios de los obreros que presencia¬
ban la escena entendían que el sujeto aquél de facha
tan estrafalaria trataba de tomarle el pelo al policial y
empezaban a reírse a todo gusto. Amedrentado el
pobre Sancho, no sabía a quién volver los ojos y no
acertaba a moverse, hasta que el de la policía cogió
del diestro el caballo que aquél montaba y llevósele
consigo detrás de la comitiva que iba con Don Qui¬
jote.
Entre tanto, los guardianes del orden conducían en
alto al Caballero Manqhego, y éste, convencido de la
ralea de sus conductores, dejábase llevar con digno
continente, que no es de caballeros andantes poner¬
se en altercados con gente ruin, y plebeya sin faltar
a las leyes de la Andante Caballería.
Sancho, viendo
a su amo preso y
aporreado, empezó a decir: —"Mire
vuesa merced, Señor Don Quijote, ouál es la des¬
ventura en que nos vemos
por habernos escapado
J. M. POLAR 69

del castillo de mi Señor Don Samuel. En hora men¬

guada me tomó merced como escudero y en


vuesa
otra más menguada me dejé yo engatusar con pro¬
mesas de ínsulas y de gobiernos, que es como si
dijéramos echarse a volar sin alas y romperse las
narices". Seguía Sancho ensartando refranes y la¬
mentándose sin que su amo diera muestras de con¬
testarle, cuando uno de los de la policía detuvo a un
automóvil que a la sazón pasaba y en un abrir y ce¬
rrar de ojos metieron en él al amo
y al escudero, en¬
trándose con ellos dos policías, y partió el automó¬
vil con más velocidad que la del viento.
No pareció sobrecogerse Don Quijote con esta
novedad, pues firme en su monomanía, creía que era
aquél un endriago de los muchos de que se valen los
hechiceros, según se cuenta en las historias que él
tenía presentes; pero a Sancho, de puro asustado,
cogióle un sopor y dobló la cabeza como un pollo,
pensando que era llegada su última hora.

CAPITULO IX

Donde se verá el modo cómo quedaron desencan¬


tados Don Quijote y su escudero

Mientraspasaban los sucesos que en el preceden¬


te capítulo se narran, enterado el Tío Samuel de la
escapatoria de sus huéspedes, puso el grito en el cielo
como suele decirse, y allí fué la de apresar guardias,

enjuiciar centinelas y preguntar a vigilantes para des¬


cubrir el paradero de los dos resucitados personajes;
mas como nadie diese razón y pensasen todos que
sólo por los aires podían haberse huido Don Quijo¬
te y su escudero, desconcertóse el Tío Samuel y em¬
pezó a creer que la tal aventura en que se había
metido era cosa de fantasía o de sueño y haísta le
pasó por la cabeza el sobresalto de que se le hubiese
70 DON quijote en yanouilandia

aflojado algún tornillo de la sesera y de que viniese


a resultar el burlador burlado, cosa que le sacaba de
sus casillas; pero dejando aparte estos fundados te¬
mores, dispuso, con previsión y buen juicio, que se
pusiesen en movimiento, como sabuesos acostum¬
brados, los mejores detectives del reino, mientras
que se daban órdenes apremiantes por telégrafos y
teléfonos para que los de la policía viesen de bus¬
car hasta debajo de la tierra a los dos prófugos; re¬
sultando de tan acertadas disposiciones, que, rato
más tarde, vino a saberse con gran contenta¬
miento del Tío Samuel y de su corte la curiosa aven¬
tura de la fábrica, detallada al por menor, con más
la felice nueva de que Don Quijote y Sancho estaban
a buen recaudo.
Sin pérdida de
tiempo, dispuso el Tío Samuel que
amo criado (después de las cortas ¡horas que él
y
juzgó necesarias para preparar un plan ingenioso y
oportuno que traía entre manos) fuesen conducidos
con el mayor miramiento al propio palacio en que
antes estuvieron, y dió, al tmi&mo tiempo, sus órde¬
nes para que los conductores, llegados al parque que

rodea el monumental edificio, dejasen a Don Quijote


y a Sancho en libertad, custodiando solamente la
puerta de entrada, que no sería la principal, sino la
que daba a un extenso prado y que venía a quedar al
extremo opuesto de la que llaman de honor.
En corto tiempo (que no es mucho el que el Tío
Samuel necesita para todas sus empresas, sean cuer¬
das las unas o descabelladas las otras), dispuso su
plan con ingenio y regocijo el discreto viejo que es¬
taba como encantado con la aventura de la fábrica,
la cual aventura corría ya de boca en boca, de pe¬
riódico en periódico y de telegrama en telegrama
hasta llegar al cabo del mundo, prometiendo otras
110 menos interesantes y gustosas para asombro y
regocijo de nuestra dichosa edad contemporánea.
Consistía el susodicho plan, en dejar a Don Quijo¬
te y a Sancho a la entrada del parque de aquella re¬
sidencia, observándolos desde lejos el Tío Samuel y
los de su compañía y simulándoles encuentros y aven¬
turas que serían de grande novedad y esparcimiento.
Es de advertir para la mejor inteligencia de esta ve-
J. M. POLAR 71

rídica historia, que el parque de que antes se ha ha¬


blado era de grandísima extensión, con más de dos
mil toesas de largo por otras tantas de anchura, y
que encerraba enitre sus linderos un bosquecillo más
que tupido, dos lagunas de artificio, cristalinos ria¬
chuelos, parleras cascadas, amenos prados, limpias
veredas, silvestres encrucijadas, jardines de pinta¬
das flores, huertos de frutos exquisitos y producti¬
vas granjas con toda suerte de animales de las espe¬
cies más raras y valiosas; completando el encanto
y atractivo de tan singular morada, risueñas alque¬
rías, pequeños chalets, cabañas campesinas de pinto¬
resca rusticidad y otras muchas maravillas que no
son para contarse y que hacían de aquella residencia
del Tío de nuestra historia la más amena y variada
de cuantas pueden imaginar la ociosa fantasía y el
mejor regalo.
Para dar cumplimiento y cima a la bien urdida
tramoya, sacóse de las caballerizas de la granja a
cierto caballo tordo de ocho cuartas de alzada, que
en sus buenos
tiempos fué de los que llaman de
carrera y que a la sazón no era ni de andadura según
los años que tenía. Gozaba el tal de cesantía o jubila¬
ción en gracia de sus buenos servicios, y aunque el
pienso era bueno y el trabajo ninguno, estaba más
que flaco por la edad, medio ciego por las cataratas
y con más porrillas y lacras de arestín que jamelgo
de carretero. Ensillaron luego al dicho bucéfalo con
muy lucidos arreos, y vino a hacerle compañía un
asno bien parecido, rucio de color y de buena anda¬

dura, aunque algo vivo y pajarero, al cual enfrena¬


ron y pusiéronle albarda con más unas alforjas col¬
madas de apetitoso fiambre.
Recreábase el Tío Samuel viendo estos prepara¬
tivos, luego ordenó que ambas caballerías quedasen
y
como sueltas y abandonadas a la entrada del parque

por donde Don Quijote y Sancho debían de venir;


previniendo sin tardanza otras sorpresas y aventuras
que luego después se verán en el curso de esta ve¬
rídica historia y que el Tío Samuel y los señores
de su corte presenciarían ocultos en el follaje de las
avenidas.
Así que estuvo todo prevenido, mandóse por el
72 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

alambre del teléfono que los de 1a. policía condujesen


a Don Quijote y a Sancho hasta la puerta del parque
que ya estaba designada, y que allí, despidiéndolos
con expresiones convenidas, los dejasen solos y libres
de aventurarse.
Hízose, pues, como estaba dispuesto, y cosa de las
dos de la tarde serían cuando, conducidos en auto¬
móvil de los que llaman de gala, llegaron nuestros
dos aventureros. Los de la policía, representados
esta vez porcaipitán de campanillas, mostrában¬
un
se corteses solícitos en todo extremo con Don
y
Quijote desde que supieron de quién se trataba, a
tal punto que, al bajar del auto, ofreció el capitán la
mano a Don Quijote con toda reverencia y luego
agasajó también a Sancho con un saludo. Aunque
algo mohíno, sin saber dónde lo conducían, Don Qui¬
jote dejóse decir: "Vuesa merced me la haría no es¬
casa si fuese servido de decirme lo que este enredo
y aventurasignifican". —"Con mucho gusto satis¬
faré yo esa pregunta"—dijo el interpelado. —"Pero,
¿es que ya ino nos llevan a galeras?"—dijo Sancho,
algo repuesto del susto de la mañana. —"¡Qué ga¬
leras!—contestó el capitán—. Lo que hay en este
que vuesa merced, Señor Don Quijote, llama enredo,
es que un sabio amigo y más que amigo admirador
de la vuestra osadía y gentileza ha desbaratado el
encanto en que se os tenía aprisionado, y es ésta la
hora dichosa y por luengos años aguardada en que mi
Señor Don Quijote de. la Mancha queda desencan¬
tado y libre para ir de nuevo por el mundo en busca
de fazañas y aventuras. Hasta estas rejas que veis,
llegan los dominios del hechicero que por invidia y
malquerencia os tuvo aprisionado, y de estas rejas
adentro está el mundo libre para vuestras corre¬
rías y proezas". Creyó Don Quijote tales razones
como si fuesen el propio Evangelio, y harto conmo¬
vido, levantó al cielo los ojos y dijo: —"¡Oh, tú,
sabio encantador amigo mío, quien quiera que seas
y que así me favoreces y levantas! sabe que no en
vano devuelves a este hidalgo caballero el dón pre¬
cioso de la libertad que aventaja al de la misma vida.
Usar hé de tal gracia y donativo para enaltecer tu
nombre y el de la sin par Dulcinea del Toboso, lie-
J. M. POLAR 73

vando a felice término tales hazañas y atrevimientos


en bien de infelices y necesitados, que ocultar han
los mayores prodigios que ficieron caballeros andan¬
tes yheroicos paladines que honran la fama con sus
sonoras trompetas". —"¿Y no pregunta mi señor—
dijo Sancho—'quién es tal hechicero nuestro amigo?"
—"Ni es posible decillo—'dijo el de la policía'—pues
por modestia y decoro quiere el sabio (y no hechi¬
cero como vos decís, hermano) guardar su nombre,
que es de los más famosos, hasta que llegue el fe¬
lice día en que el apuesto Manchego, león desenca¬
denado por la bravura y águila caudal por la alteza,
se una en vínculo matrimoñesco con la honesta Pa¬
loma Tobosina, que para aquella fecha, el sabio
que me invía apadrinará las bodas". —"Con todo me
conformo—dijo Don Quijote—, que no es bien an¬
dar en averiguaciones con quien hace merced tan alta
y subida, por lo mismo que no reclama el agrade¬
cimiento que tal reclamo rebaja la merced y pone
descontento en el 'favorecido. Item más, que se me
alcanza, por mucho que lo oculte, el nolmbre del eru¬
dito a quien debo vasallaje, como lo debe el hidalgo
sin mengua de su decoro y más bien para dalle mayor
lustre y Hombradía". —"Muy acertadas son tales ra¬
zones—dijo Sancho—, porque no sería bien que de
vuesa merced
ise dijera aquello de que el que no es

agradecido no es bien nacido, pues lo que conviene


es tener cuenta del refrán que canta al agradecido
más de lo pedido, lo cual es honra y provecho porque
el que da, da dos veces". Con un gesto imperativo
reprimió Don Quijote las impertinencias de su es¬
cudero, y luego el capitán de la policía y sus secua¬
ces (porque vinieron cuatro de ellos en otro auto¬
móvil que allí estaba) hicieron grandes genuflexio¬
nes y el ya dicho capitán habló de esta manera:
—"Grande contentamiento y orgullo ha sido para
mí conocer a la honra y prez de la Andante Caba¬
llería, y con el permiso y bendición de ila vues¬
tra merced, Señor Don Quijote de la Mancha, vuél¬
vame al interior del subterráneo
palacio donde aguar¬
da vuestras nuevas el Señor que me invía". Acaban¬
do estas razones, hincóse de rodillas delante de Don
Quijote, el cual le echó la bendición y le dió a besar
74 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

la mano diciendo de esta —"Idos con Dios,


manera:

hermano, dad mensaje a


y sabio mi amigo de
ese
que quedo aquí en el mundo para enaltecer sus mer¬
cedes". —"Pero bueno será—observó Sancho—que
pasemos cuanto antes las puertas de esta reja que,
según este señor dice, son las que separan a los en¬
cantados de los que no lo están; no sea que, por an¬
dar en cumplimientos, nos expongamos a mayores".
Hízolo así Don Quijote y siguióle Sancho; cerraron
tras ellos los policiales las dos hojas de la puerta de
rejas, subiéronse a los autos y partieron éstos con
tal velocidad, que Sancho se quedó pasmado de nue¬
vo y más convencido que nunca del encantamiento
en que él y su amo habían estado.

CAPITULO X

De cómo Don Quijote y Sancho encontraron por


segunda Rocinante y al rucio con otros suce¬
vez a
sos que no pueden dejar de mencionarse para la
mejor inteligencia de esta historia

—^ ^Cuenta Cide Hamete Benengeli que, luego que


desaparecieron los automóviles, sentáronse un buen
rato sobre la fresca hierba Don Quijote y su-,' es¬
cudero y que Don Quijote dijo: "Ya ves, Sancho
hermano, que si enemigo tenemos, no nos faltan
amigos y tan poderosos, que en un quita allá esas
pajas han deshecho la endemoniada tramoya del ma¬
ligno Merlín". —"Así lo voy viendo—dijo Sancho—,
aunque mucho me temo que esto no pare en bien,
porque a perro viejo no hay tús tús y bienvenido
seas mal si viene solo". —"Razón tuvieras, hijo,
para decir lo que dices, si en el caso presente no hu¬
biera por medio la intervención del sabio mi amigo
que me acompaña y favorece". —"Así será como vue-
sa merced dice—afirmó Sancho—y dejemos tiempo
J. M. POLAR 75

al tiempo, que no por mucho madrugar se amanece


más temprano y que no hay que ponerse el parche
antes de que salga el chupo, ni cantarle vísperas a la
desgracia". —"A pelo vienen esta vez tus refranes—
observó Don Quijote—, que es mucha verdad aque¬
lla que dice que le basta a cada día su molestia, tan¬
to más, cuanto que el de hoy nos trae no molestia,
sino ventura". —"No mucha que digamos—dijo San¬
cho—, porque ya vió vuesa merced qué mal nos fué
esta mañana". —"¡Cómo mal!—'dijo Don Quijote—.
Pues ¿acaso no obligamos a aquel menguado a cum¬
plir justicia con tantos menesterosos?" —"No vi yo
la justicia ni creo que la llegase a hacer el dueño o
patrón de aquella que no sé si sería venta o casa de
labranza, porque él era el amo y los otros los servi¬
dores, y ya se sabe que la justicia es un embudo con
lo ancho para el rico y lo angosto para el pobre. En
resumen de cuentas, los ajusticiados resultamos nos¬
otros, pues la Santa Hermandad, después de aporrear
a su gusto a vuesa merced, nos habría llevado a ga¬
leras o a trabajos forzados si es que no nos sale tan
buen padrino que sin conocernos nos fiara y abona¬
se". —"Lo pasado, pasado—dijo Don Quijote—, y
ahora lo que toca es ocuparse de lo presente, que los
aprémios del hoy no dejan mucho lugar a las me¬
morias del ayer ni a las ambiciones del mañana. El
presente es lo que se vive, y a. él habremos de con¬
sagrarnos con todo ahinco si no queremos pasar por
sandios y holgazanes". —"Vuesa merced ha hablado
como un libro—dijo Sancho—, y yo agregaré que
para vivir bien el presente como vuestra merced dice,
hay que aprovecharse del pasado, pues la experiencia
es la madre de la ciencia; de tal modo que, como nos¬
otros ya sabemos lo que son malandanzas y des¬
venturas, lo que en' esta nueva salida nos toca, es
ser prudentes y advertidos y no meternos en riñas ni
a buscarle tres pies al gato, que por algo se ha dicho
si quieres vivir contento, hazte el jumento". —"Vir¬
tud y de las más apreciadas es la prudencia—'comen¬
tó Don Quijote—, pero a las veces también no hay
tal virtud, sino pretexto y sotileza del miedo que
sólo sirve para empequeñecer el ánimo y degradar
la dignidad del hombre. El miedo, Sancho amigo, es
76 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

tan y pernicioso,
funesto que hace torpe al inteli¬
gente, ladrón al honrado, servil al hidalgo y necio
al docto, pues con la mira de evitar <el peligro y de
contemporizar con los malvados, se reblandecen y
degradan las más nobles facultades que puso Dios en
los humanos corazones". ■—"Bueno está eso para di¬
cho—observó Sancho—, pero del dicho al hecho hay
mucho trecho y los valientes y el buen vino duran
poco y cada cual sabe su cuento y tiene su alma en
su almario".
Discurriendo estaban sobre éstos y parecidos tó¬
picos amo criado, cuando éste acertó a distinguir
y
las dos caballerías preparadas por el Tío Samuel que
pacían en el prado, y poniéndose a dar voces y sal¬
tos, dijo: —'"¡Vea vuesa merced a Rocinante, mi
Señor Don Quijote, y vea también al rucio que aquí
nos estaban esperando desde el suceso de nuestro
encantamento! Estos y no los de esta mañana son
los legítimos. ¡Albricias y más que albricias, que ago¬
ra sí que creo en que estamos desencantados!" Le¬
vantóse Don Quijote y ambos se acercaron a las
dos caballerías con muestras del mayor contento.
Cogió Don Quijote las bridas de Rocinante y dán¬
dole palmadas en cabeza y cuello, empezó a decir:
—"¡Oh, mi fiel y noble Rocinante, tan famoso y
fiel como tu amo a quien acompañaste y serviste en
tales lances y peleas que no se cansa el clarín de la
fama de pregonar por el mundo y que la misma Be-
lona enaltece y pone en los propios cuernos de la
luna! ¡Oh, tú, sabio mi amigo, que así me devuelves
y el más noble y más gallardo de los brido¬
tornas
nes; ycuánto tengo de agradecerte esta superior
merced que así me pone en el camino de tornar a
las aventuras con más denuedo y entusiasmo que el
que tuve la vez primera al salir por el campo de
Montiel! Ya que los dioses lo quieren, que está ade¬
rezada la caballería y pronto el caballero, volvamos
al mundo, Rocinante amigo, en busca de peligros y
aventuras, que largo se me hace el tiempo con el
ansia de empezadas ". —"Rucio hermano—'decía en¬
tre tanto Sancho con lágrimas en los ojos—, ¡y cómo
es que has parecido cuando yo te lloraba muerto; y
qué gordo y rejuvenecido que te vuelvo a hallar! De
J. M. POLAR 77

hoy más te prometo y juro no dejarte ni a sol ni a


sombra, ni en vida ni en muerte, y regalarte un día
sí y otro también con doble ración de cebada en gra¬
no, amén de pasto a tu antojo". Pasadas estas na¬
turales expansiones, Don Quijote demostró todavía
su contentohaciendo una cabriola "y dando dos za¬
patetas, cuando Sancho, mirando así a Rocinante
como al rucio, comenzó a decir: —"Pero vea vuesa
merced que, bien mirado, se me antojo que no hay
tal rucio ni tal Rocinante aunque mucho se les pa¬
rezcan estas dos caballerías. Lo que sí se advierte al

punto, es que son nuevos y más valiosos los arreos


y de forma tan extraña que no los he visto en mis
días. Cuanto a los animales (con perdón sea dicho),
vuesa merced pierde en el trueque, que éste que aquí
se ve paréceme más viejo que Matusalem y más fla¬
co y desjhecho que rocín de arriería". Acercóse en se¬

guida al caballo, viole él diente y comenzó a reírse


diciendo que borró del todo y ique habría que darle
de comer biscochuelo o natillas, porque lo que es
cebada, ni por pienso. Ofendióse Don Quijote con
estas bromas de Sancho y le dijo que no sabía lo que
hablaba; que el tal caballo tenía más fortaleza y
más bríos que el propio Bucéfalo, y que él, Don Qui¬
jote, gran conocedor en la materia, lo diputaba por
el más excélente bridón que comía cebada en el mun¬
do. —"Pues a fe que lo disimula"—dijo Sancho
conteniendo la risa y fuése a examinar el pollino di¬
ciendo al propio tiempo": —"Yo sí que salgo ganan¬
do a ojo de buen cubero. Vaya si está rejuvenecido
el rucio. Pues, ¡y las alforjas! Vea vuesa merced que
están llenas y no de bazofia sino de los más gustosos
manjares!... ¡Y cómo huelen!. —"Así es la verdad"
—dijo Don Quijote al que Sancho le metía las alfor¬
jas por las narices; y agregó el escudero: —"Maldito
lo que me acuerdo de haber guardado yo tales man¬
jares; pero no nos metamos en inquisiciones, que, a mi
parecer y al de mi estómago, lo primero es sustentarse
sobre esta fresca hierba, si vuesa merced no dispone
otra cosa". Convino en ello Don Quijote y ambos to¬
maron asiento a la sombra de unos floridos arbustos
que formaban como un cenador tupido. Vació Sancho
las alforjas haciendo grandes ponderaciones, sobre
78 don quijote en yanquilandia

todo cuando encontró una botella y acercándosela a


las narices se percató de que era vino y de lo mejor lo
que contenía. —"Vino tenemos—'dijo restregándose
las manos'—; y yo que tanto tiempo hacía que no lo
cataba. Eche un trago vuesa merced que, por el olor,
parece cosa buena y de lo fino". Accedió Don Qui¬
jote; sirvióle Sancho mediana ración en una copa que
encontró junto con la botella, y así que lo probó, dijo
Don Quijote: —"Es de Chipre, y tan añejo, que ale¬
gra y fortifica a punto que me trae a la memoria aque¬
llo de vinum laetificat cor hominis". Cogió Sancho
la botella, que él no se contentaba con la copa, y em¬
pinando el codo, estuvo más que mediano rato hacien¬
do sonar el garguero; limpióse la boca con el revés
de la mano, se saboreó a más y mejor y dijo: —"Nues¬
tro amigo el hechicero debe de ser persona de posi¬
bles cuando tales vinos gasta. ¡Y qué bien que viene
el fiambre después del trago! Coma vuesa merced,
que por algo se ha dicho barriga llena, corazón con¬
tento". Tomó Don Quijote tal cual bocado, dada su
natural sobriedad, mientras que Sancho engullía a su
placer y hablaba entre bocado y bocado encareciendo
la variedad de las viandas con que se regalaba, pero
sin conseguir que Don Quijote le oyera, pues ya su
despierta fantasía le hacía ver nuevas y más maravi¬
llosas aventuras; hasta que, poniéndose de pie, dijo:
—"Vamos, Sancho, que es fuerza no entregarse al ocio
y al regalo cuando el sabio nji amigo que tal merced
me fizo de desencantarme, espera de mí sacrificios y
hazañas, que no comodidades y holgura. Estrecheza
quiero, 110 regalo, penas y no placeres, trabajo y no
descanso, hambres y no hartura, lances y cuchilladas
y no femeniles componendas, guerra con honra y no
paz con desdoro, fiereza y no blandura; que para esto
me echó Dios al mundo corno heraldo de justicia
y bienandanza". —"Loco debe de ser vuesa merced
—dijo Sancho—cuando tales cosas se le ocurren;
que 110 veo yo la necesidad de preferir lo malo a lo
bueno y trocar holgura y contento por palos y des¬
venturas. Vea vuesa merced cómo van todas las gen¬
tes sudando y trabajando por allegar al cuotidiano
sustento, que es lo que más importa, y no se meta
a
componer el mundo que es la más solemne rasen-
J. M. POLAR 79

satez que jamás se haya visto. El munido se irá por


donde debe de irse, que querer ■enmendarlo como vue-
sia merced pretende, es dar el cántaro contra la- pie¬
dra y buscarle los pelos al huevo y meterse donde no
lo llaman. Tome vuesa merced mi consejo: déjese de
aventuras que ya Pedro está viejo para cabrero, y dis¬
frutemos de esta bienandanza que nos ha salido al paso
como quien dice de a bóbilis". —"Necio y bellaco de
añadidura eres, Sancho—replicó Don Quijote—, pues
no ,se te alcanza el cómo y
el por qué de ser yo caba¬
llero andante. No sólo de comer vive el hombre, dijo
quien lo dijo, y con esto entiende
que estamos aquí
se
para fines mayores que los
aconseja el egoísmo y
que
ambiciona la flaca naturaleza. Aspero y dificultoso
es el camino de la justicia; ha menester esfuerzo el
valor, y sacrificio la abnegación; pero la justicia que
enaltece, él valor que cuida de la honra propia y de
la ajena (que tal es el legítimo y no el que mira sola¬
mente por el yo, que se convierte en crueldad y so¬
berbia), y finalmente la abnegación que atiende a la
caridad/y a la misecordia; todas juntas esas virtudes,
forman la honra, que es dón más precioso que la vida,
puesto que es el distintivo y la merced que el Supre¬
mo Hacedor le ha dado al hombre para que sobre-
piase a los demás seres creados y llegue a los límites
de la muerte en demanda del eterno galardón. Y si no,
¿por qué se cuida el árbol
para que cuaje y madure el
sazonado fruto,
la planta para que eche la pintada
y
flor, y la miés para que produzca el precioso grano?
Pues fruto, y flor y grano es lo que en el hombre se
liama honra o virtud, que viene a ser lo mismo y que
es lo que el Hacedor Omnipotente cosecha en noso¬
tros, como nosotros cosechamos los frutos de la tier¬
ra". Oía Sancho como embobado estas razones y
movía la cabeza como dando a entender que no se
le alcanzaba el sentido de lo que decía Don Quijote,
el cual, cada vez más alterado, dijo: —"Trae aquí a
Rocinante y emprendamos de nuevo la carrera de
la Andante Caballería, que ya la impaciencia pone
espuelas a mi voluntad y desata las bridas de mi co¬
raje. Por algo me honro con el famoso yelmo de
Mémbrino que simboliza la nobleza en el pensar;
por algo también empuño esta tizona, emblema de
80 don quijote en yanquilandia

fortaleza y bizarría; y por algo, en suma, soy el Ca¬


ballero de la Mancha, de la Triste Figura y de los
Leones, a mayor abundamiento". Cohibido Sancho
con la desaforada arenga de Don Quijote, trajo a
Rocinante, túvole el diestro y subió su amo, el cual,
todo movido y entusiasmado, se dió a espolear con
tal ímpetu, que el caballo, que era de los que llaman
de pura sangre y por lo mismo de condición arreba¬
tada, se acordó de sus mocedades y partió a todo cor¬
rer; pero con tan mala fortuna, que, a causa de la ve¬
jez y de la ceguera, tropezó en unas matas y fué a caer
de bruces cuan largo era, saliendo Don Quijote por
el pescuezo y yendo a dar de cabeza a seis varas de
distancia.

CAPITULO XI

Donde se refiere la conversación que tuvieron Don


Quijote y su escudero y el sobresalto que éste pasó
a causa del pollino.
El Tío Samuel y sus acompañantes que, ocultos en¬
tre el follaje, habían oído con grande asombro todo
lo que Don Quijote dijo y vieron después el porrazo,
estuvieron a punto de salir a favorecerlo echando a
perder las muchas sorpresas concertadas, pero por
fortuna suya se contuvieron pensando que la caída ha¬
bía sido sobre tierra blanda y que Don Quijote no
era de los que se invalidan por tan poco. Sancho fué

el corrió a levantar a su amo, pero éste púsose


que
en pie antes de que llegara el escudero, y sin dársele
una higa del golpe, firme en su locura, dejóse decir:

—"¿Has visto, Sancho hijo, cómo cayó Rocinante sin


mayor obstáculo? Cosas son esas de encantamiento y
sortilegio, pues sólo asíexplica que un tan gallar¬
se
do bridón venga al suekóde buenas a primeras y sin
aparente causa. Seguro .estoy de que cierto sabio mi
enemigo, viendo que en la carrera que emprendí podía
J. M. POLAR 81

presentárseme algún a mi
suceso famoso, le tendió
caballo un artimaña bien cono¬
lazo invisible, que es
cida, para que se enredara como has visto". •—"El
hechicero o sabio es vuesa merced—dijo Sancho—qué
va a hacer correr a esta desventurada caballería, que
milagro será camine, no digamos que corra"—; y
que
diciendo estas razones, acudió a favorecer al caballo
que no acababa de levantarse. —"Tienes los ojos ven¬
dados por la ignorancia—replicó Don Quijote ayu¬
dando a Sancho en su 'tarea'—, pues no ves la gallar¬
día de Rocinante y andas ahí con reparos propios de
campesino, que, por mucho que quiero hacerte escu¬
dero, no pasarás nunca de destripaterrones, porque la
cabra tira al monte y el palurdo, aunque cambie de
fortuna, palurdo se queda". —"Permita vuesa merced
que me ría de la gallardía de Rocinante—dijo Sancho
a este punto—, que el caso no es para menos; y por
lo que hace a los refranes, veo que vuesa merced,
aunque mudándolos a su antojo, también abunda en
ellos; de modo que ya no ha de motejarme, pues si
canta bien el abad, no le va en zaga el monacillo".
En tanto, con algún esfuerzo, habíase levantado el
caballo, y el escudero limpiábale él polvo y trataba
de poner derecha la silla, mirando con lástima bur¬
lona a Rocinante que, con el pescuezo caído, largo y
desmedrado, parecía reflexionar acerca de las vicisi¬
tudes de la fortuna. Observándolo, dijo Sancho:
—"Dudo mucho, mi señor, que con esta caballería
lleguemos a ninguna parte, y si vuesa merced no fue¬
ra tan mirado, había de montar en él rucio y yo a la

grupa". —"¿Pero oíste nunca—dijo Don Quijote—


que los caballeros andantes montasen en pollinos?
Aún me asisten ciertas dudáis concernientes a que mi
escudero se sirva de semejante caballería; pero sien¬
do tales como son de honrosos los antecedentes del
rucio, creo podemos diputarlo digno de nuestras
que
empresas y correrías. Por lo que hace a Rocinante, no
te extrañe su aspecto un tanto lastimado y melan¬
cólico, que has de tener presente que siendo tantos
los años de estar embrujado, a fuer de animal noble
y hasta inteligente y reflexivo, debe experimentar al¬
guna sorpresa viéndose de nuevo en campaña". —"En
ese caso, conveniente sería—'dijo Sancho—que des-
6
82 don quijote en yanquilandia

cansásemos mientras el señor Rocinante acaba de re¬


flexionar y nosotros damos tiempo al tiempo para
ver enqué paran estas misas, fuera de que más ganas
tengo de reposar la siesta que de levantar los pies
yo
del suelo. Y por lo que hace a que e'1 jamelgo (que
tal me parece) esté cavilando en nuestras desventu¬
ras, mucho lo dudo, porque en lo de cavilar, el rucio
le da quince y raya a Rocinante, y no parece, según
su aspecto, que caiga en la cuenta de las malandanzas
en que nos hemos visto y nos veremos". Trataba
Sanqho de embromar a su amo con estas pláticas,
pues con el vinillo del almuerzo y el calor del medio¬
día quería dar gusto a la pereza y descabezar un
sueño; pero como Don Quijote estaba ya tan movido,
dijo en tono resuelto: —"Volvamos a emprender, San¬
cho amigo, que no es bueno dejar para mañana lo que
puede hacerse hoy, y sábete que me dice el corazón
que esta vez será con más fortuna y provecho". Di-
ciéndolo, montó de nuevo a caballo y esperó a que
Sancho viniese con el rucio. Así fué; mas, el llamado
rucio era algo asustadizo y de mala voluntad, según
después se supo, pues cuando Sancho estuvo encima,
comenzó a dar coces al aire tan seguidas y desacom¬
pasadas, que Sancho se tiró al suelo por temor de
que la cosa pasase a mayores, y cogiendo al asno del
diestro, se vino adonde Don Quijote estaba. —"¿Qué
es eso, Sancho? ¿Por qué has descabalgado?"—pre¬
guntóle Don Quijote. —"Porque no quiero romperme
las costillas—contestó Sancho—. ¿No ha visto vuesa
merced los saltos y respingos que daba este maldito
animal?" —"Sí que los he visto; pero mal me pare¬
cen tales miedos en el mozo de un caballero andante".
—"Mal o bien pueden parecer a los demás—contestó
Sancho—; pero a mí me parece peor dar con mi
cuerpo en tierra y descoyuntarme algún hueso sin
que haya aquí un físico
una mala curandera para
y
componer canillas bizmas". —"Temores pue¬
y poner
riles son esos—dijo Don Quijote—, que bien sabes
que dándote a beber un trago de bálsamo que yo
compongo y que en llegando al primer castillo he de
preparar, se curan como por ensalmo esos achaques".
—"Líbreme Dios de volver a catar tan endiablada me-
lecina—dijo Sancho—. Qué, ¿ya no se acuerda vuesa
J. M. POLAR 83

merced de la
gracia que ella tiene? Pero pasando a
otra cosa, que, por mi fortuna, no he menester de tales
brebajes, ¿sabe vuesa merced que estoy sospechando
que ese pollino de tan mala condición y de tantas
mañas no es el rucio ni cosa parecida? Aquél, el mío,
criado a mis pechos, aunque me esté mal él decirlo,
era apacible, modesto y sufrido en el comer, no nada

inquieto, de buena andadura, aunque de escasos bríos,


que no hacen falta, pues seguía la condición de su
amo en el buen natural y en la parsimonia". —"¿Que

no.es el rucio, dices?—replicó Don Quijote—; ¿Ves


cómo tienes vendados los ojos? Pues sábete que tan
es el rucio el jumento como el caballo es Rocinante,
sólo que, por modo de burlas, en todo semejantes a
muchas que se cuentan en las historias, algún hechi¬
cero amigo de truhanerías y mofas, pasóle al rucio los
bríos de Rocinante y a éste la condición mansa del
pollino". —"No me parece mal pensado—contestó
Sancho—; pero de mí sé decir que será dificilillo que
me arriesgue de nuevo en este jumento (con perdón
sea dicho) tan sospechoso y mal mirado. Con el pri¬
mer gitano que topemos o en la primera feria a que
nos lleve la fortuna trataré de vendello y no en poco,
que las cosas entran por los ojos y este tal rucio se
la pega al lucero del alba". —"No te lo consentiré—
dijo Don Quijote—. ¡ Fuera miedos!; y verás que, descu¬
bierta la intriga de haber trocado la condición de las
caballerías (que cuando tales intrigas son de burlas
basta con descubrillas), no habrá novedad mayor".
—"¿Así es que vuesa merced me responde de que no
hay riesgo en cabalgar de nuevo?" —"Y tan te res¬
pondo, que al punto vas a convencerte por ti mismo
montando esa buena bestia". Vacilaba Sancho a pesar
de las afirmaciones de su amo, pero, al fin, siguiendo
el consejo de su nativa pereza, concluyó por conven¬
cerse de lo que Don Quijote le decía, y después de
santiguarse devotamente, tornó a montar con tanta
timidez y miramiento, que apenas si le dejaba sentir
la carga al pollino. Fu'ese por esta causa o porque al
tal no le viniese en gana andar en más zapatetas, si-
.guió mansamente el burro, comenzó a andar con so¬
siego Rocinante y amo y criado, en buena paz y com¬
pañía, se entraron por un apacible y rústico sendero.
CAPITULO XII

Que trata del principio y fin del combate que tuvo el


bravo Don Quijote con el lujoso Caballero del Dollar

Sosegadamente iban discurriendo nuestros dos via¬


jeros acerca del primor y hermosura de los jardines,
juegos de agua, cenadores y bosque-cilios que a ambos
lados del camino solazaban la vista, cuando sintieron
que hacia ellos venía gran tropel de gente armada
en briosas caballerías y como en són de guerra.
—"¡Aventureros tenemos!"—dijo Don Quijote; y
luego al punto embrazó la adarga, se aseguró el mo¬
rrión, echó mano a la lanza y poniéndose de medio
a medio en el camino, levantó la brida a Rocinante
y con marcial apostura gritó a los que venían: —"¡Te-
néos, señores caballeros, si es que lo sois, que no es
bien venir en tal tropel y alboroto por tan estrecha
senda!" —"¡Válame Dios!—dijo Samcjib—. Déjese
vue-sa merced de buscar pendencia, que estos que
vienen parece ser gente milicianabelicosa y no está
y
la Magdalena para tafetanes". En esto, llegaron los
de la comitiva y se detuvieron ail parecer muy asom¬
brados viendo a Don Quijote que les cerraba el ca¬
mino en actitud de desafío. Llevaban los tales cu¬
riosas y abigarradas indumentarias a estilo de los
tiempos caballerescos, con relucientes armaduras, mu¬
cho plumaje y lanzas y trabucos. Al verlos, entendió
Don Quijote que eran caballeros andantes, y depo¬
niendo su enfado, les hizo un cortés saludo, que ellos
devolvieron con grandes humillaciones de cabeza.
—"¿Se puede saber el camino que vuesa-s mercedes
llevan?"—di joles nuestro aventurero con noble con¬
tinente. —"No hay en ello secreto"—contestó uno de
los interpelados que parecía ser como el capitán o
jefe de la partida. —"Por lo que se advierte—observó
Don Quijote—, seguís la Orden de la Andante Ca¬
ballería". —"Así es como vuesa merced dice; y aques¬
ta es la hora en que vamos en pos de cierta famosa
aventura". —"Huélgome de oíllo—dijo Don Quijo¬
te—, que, como vuesas mercedes, héme también dedi-
J. M. POLAR 85

cado al ejercicio de las si la aventura de que


armas; y
habláis es tal de riesgosa que
requiera mi concurso y
ayuda, mucho me .holgara de seguir en la vuestra com¬
pañía, siempre y cuando no se trate de secreto que
sólo de vuesas mercedes pueda ser sabido". —"Que
me place"—contestó el desconocido, y echando a un
lado la capa para saludar con el sombrero, mostró el
jubón azul recamado de oro, las calzas bermejas acu¬
chilladas de amarillo y todo el lujoso traje con pere¬
grina botonadura hecha de monedas de oro fino y
reluciente; y luego, haciendo como ostentación de la
rica aunque recargada indumentaria, añadió con pre¬
suntuosa altanería: —'"Antes de pasar adelante, bueno
será que sepa vuesa merced (que dudo que lo ignore}
que yo soy el Caballero del Dóllar a quien pregona la
fama como el más gentil y más gallardo de los mo¬
dernos tiempos". —"A fe que nunca oí nombrar a tal
caballero—dijo Don Quijote no sin cierto menospre¬
cio—; pero volvamos a la aventura que es lo que a
mi me interesa". —"Cuanto a la aventura—contestó
el Caballero del Dóllar—, es sobrado riesgosa y de no
poca osadía". —"Por tal la tengo—repuso Don Qui¬
jote—, que de no ser como vuesa merced dice, mal me
ofreciera a emprendella. Decid, pues, de lo que se trata
que ya vos oigo, señor caballero". Echóse atrás en la
montura el llamado del Dóllar y contestó con sobra¬
do énfasis: —"Es el caso, señor mío, que yo y los
que me acompañan y que, sea dicho de paso, pudié-
ran habérselas con los Doce Pares de Francia, hartos
de oir hablar de cierto malhadado o malandante ca¬
ballero que se dice invencible, andamos buscándolo
por estos mundos tal! que habremos de en-
y ¡pese a
rendille". —"¿Os fizo algún
contralle hasta veneelle y
agravio?"—preguntó Don Quijote calmadamente—.
—"No uno sino muchos, pues es fama que anda re¬
tando en desafío a cuantos encuentra al paso y de¬
jándose decir que de nadie será vencido, con mu¬
chas otras baladronadas y embustes que no son para
contarse. Y no paran en esto sus desmanes y atrevi¬
miento, sino el tal demonio (que parece serlo más
que
que caballero) estuvo encantado luengos años en po¬
der del sabio Merlín para tranquilidad del universo
mundo; pero es el caso que, merced a la amistad y
86 don quijote en yanquilandia

protección de cierto hechicero, llegó ha pocos días al


extremo de burlar a Merlín y desbaratar el ya dicho
encantamento anda por estas tierras cometiendo
y
toda suerte de desaguisados y blandiendo espada o
lanza por sinrazones y bellaquerías". Así como iba
hablando el Caballero del Dóllar, iba Don Quijote
frunciendo el ceño y Sancho quedándose con la boca
abierta; y lluego de un rato, haciendo un expresivo
ademán, dijo Don Quijote con menosprecio: —"¿Y
son tantos los que van en busca de uno solo?" —"El
caso lo requiere"—contestó el Caballero del Dóllar.
—"Pues yo os digo que la bellaquería es la de vuesas
mercedes—afirtnó Don Quijote—; mas, antes de se¬
guir en este enredo, mucho me placería de saber el
nombre del hidalgo que así vos amedrenta". —"Llá-
martle Don Quijote de la Mancha y lleva en sus bla¬
sones el título de Caballero de la Triste Figura—con¬

testó el del Dóllar—; y si quiere vuesa merced mayo¬


res señas, sepa que sirve a una dama a quien nom¬

bran Doña Dulcinea del Toboso". —"Ya lo iba sos¬

pechando—dijo Don Quijote con altanero gesto—, y


no ha menester vuesa merced de recorrer mucho ca¬

mino, puesto 'que con Don Quijote os habédeis encon¬


trado y mucho se placerá de medir sus armas con las
.vuestras así seáis más de ciento y tan osados y ague¬
rridos como los de la Tabla Redonda o los Nueve de
la Fábula". Grande asombro demostró el Caballero
del Dóllar al oir estas palabras y exclamó al punto:
—"¿Luego vuesa merced es el Caballero de la Triste
Figura y de los Leones y el enamorado galán de
Doña Dulcinea del Toboso?" —"Sí que lo soy—afirmó
Don Quijote—¡y cuenta que habédeis de confesar
que bellaquería inaudita y descomunal desvergüen¬
es
za todo lo que antesdijisteis, señor del Dollar o del
demonio, acerca de mi nombre y.mi persona!" Sin
esperar más réplicas, tomó nuestro bravo hidalgo
buen trecho de camino y enristrando el lanzón se
preparó a embestir a su adversario. —"¡Tenéos, Se¬
ñor Don Quijote!—díjole éste precipitadamente—.
Vea vuesa merced que podemos enterdernos y mal
lo pasaría vuesa merced si yo y los caballeros que me
acompañan aceptásemos el reto que nos face. Antes
de cruzar las armas, menester es pactar las condicio-
J. M. POLAR 87

nes según la usanza del moderno duello o desafío en


que habrán de intervenir los jueces o padrinos",
—"¿Qué condiciones son esas?—exclamó Don Qui¬
jote—. ¡Miedo debiérades de decir, pues no es de hi¬
dalgos andarse en reparos ni en ventajas o desventa¬
jas de jueces y togados cuando de reñir se trata, que
al hidalgo aventurero no se le alcanzan en la pelea
más condiciones que la fiereza en el acometer y el
rigor en ell acuchillar"! Al ver la resolución de Don
Quijote, el del Dóllar hizo seña a los de su comi¬
tiva para que abriéndose en ala en el momento en
que aquél embistiese, lo dejasen pasar, cayendo lue¬
go sobre él para desarmarlo e imponerle que se de¬
clarase vencido, según era su plan; pero nuestro
bravo ¡manchego, en un abrir y cerrar de ojos, levantó
la brida a Rocinante, excitólo con gran coraje y fu¬
ria y antes de que sus contrarios tuvieran tiempo de
prevenirse, vínose a ellos con tal enojo y deneudo,
que su caballería atropello la que montaba el Caba¬
llero del Dóllar, no sin que a éste le arrimara Don
Quijote tal palo con la lanza que lo trajera al suelo.
Trabáronse entre tanto las demás caballerías, que
eran de natural briosas y levantiscas, se fué de hoci¬

cos Rocinante, rodó Don Quijote, y en medio de


la confusión que se armó con los saltos y corvetas de
los espantados bridones, nuestro ínclito manchego,
todo empolvado, pero ceñudo y fiero, se levantó de
un salto y viniéndose donde el del Dóllar, que yacía
contuso y medio muerto, apuntóle con la lanza y
dijo de esta manera: —"¡Vea vuesa merced de de¬
clararse vencido si no quiere en este mismo punto
dar el alma"! Al ver el peligro que corría su compa¬
ñero con semejante loco a cuestas, saltaron de las
sillas los otros y vinieron a favorecer al caído, dicien¬
do a Don Quijote que todos ellos, no sólo el del Dó¬
llar, se daban por vencidos en buena lid y que viese
de no ultimar a su compañero, pues si no contestaba
era por estar a punto de muerte. Serenóse con esto
Don Quijote y levantando la lanza con grave ademán,
dijo: —"Ya que así vos rendís, sólo tengo de deci¬
ros que habédeis de ir al Toboso a presentar vues¬
tro homenaje a la sin par Dulcinea para que ella a
su talante haga y disponga de vuestras personas como
88 don quijote en yanquilandia

mejor fuere servida". Prometieron ellos sin tardan¬


za de obedecer a Don Quijote en lo que les mandaba;

y, ¿que no prometieran viendo el famoso desaguisado


en que se habían metido, cuando fué su plan bur¬
lar al buen hidalgo con una aventura de broma y
festejo que tan cara les costaba? Sin acordarse ya
más de sus papeles de comedia, atinaron a favorecer
al Caballero del Dóllar que yacía mal herido, con
las narices chafadas y más de un hueso descoyuntado:
bizmáronle como pudieron, lo subieron en la caballe¬
ría y partiéronse al punto más que afrentados con
la derrota, mientras que Don Quijote quedaba en el
campo y con gravedad señoril tornaba a cabalgar,
dejando a Sancho deslumhrado con tamaña proeza.
El Tío Samuel y los de su corte, que eran los que
habían urdido el encuentro, en la seguridad de qu
entre los mu-cjios jinetes de la comitiva atinarían sin

peligro alguno a repetir una escena semejante a la


del Caballero de la Blanca Luna, no volvían de su
sorpresa, pues creyendo correr a Don Quijote, resul¬
taban ellos los corridos y hasta avergonzados y con
grande sobresalto de haber expuesto tal peligro al a
llamado Caballero del Dóllar, que no era otro que el
hijo mozo y buen, mozo del ocurrente Tío Samuel,
Señor de los Estados Unidos.

CAPITULO XIII

Donde se refiere lo que hablaron Don Quijote y San¬


cho con motivo de la aventura del Caballero del Dó¬

llar, con otros sucesos dignos de tomarse en cuenta

Tan satisfecho quedó el amo con el lance y tan


asombrado el mozo, que, sin decir palabra, dejando
a las caballerías ir a su volunta t, anduvieron, una bue¬

na pieza, saboreando cada uno para sus adentros el


feliz suceso, hasta que Sancho dijo: —"Cierto que ha
J. M. POLAR 89

sido famosa esta aventura". —"No tan famosa—re¬


plicó Don Quijote—, que otras mayores y de más
atrevimiento habré de realizar en esta nueva salida".
—"Huélgome de tales propósitos—dijo Sancho—; pero
siempre y cuando dejen más conveniencia, porque
ahora caigo en la cuenta de que en esta ocasión vuesa
merced anduvo inadvertido en 110 cobrar botín, se¬
gún es uso costumbre, pues tales caballeros como
y
los que hemos vencido, habrían de pagarlo bien en di¬
nero o en especies y sin andarse en requerimientos.
Paira en adeHante, habremos de concertar que vuesa
merced se de las pendencias, que, según se
encargue
advierte, no es cosa qu'e le dé trabajo, y yo, como per¬
sona más pacífica y por ende encargada del regalo y
del servicio de vuesa merced, tomaré por mi cuenta
lo del botín": —"Desatinos estás diciendo—dijo Don
Quijote—, que los caballeras andantes ni cobran
botín de guerra ni andan en tan bajos menesteres".
—"¡Cómo bajos!—exclamó Sancho—. A cualquiera
se le ocurre que ya que se corre el riesgo, es muy
justa la remuneración, alguna cuenta se
pues con
arrienda el tambo. Y si no, dígame vuesa merced,
¿pues no es ciierto que en las guerras todas las mú¬
sicas de los heroísmos y las aleluyas del honor aca¬
ban por e'1 cobro en buenos doblones o en mejores
tierras de sembradura y hasta en pueblos y ciuda¬
des?" —"Así es como dices—contestó Don Qui¬
jote—; pero los caballeros andantes luchamos sola¬
mente por la honra que no se aviene con remune¬
ración de dineros que es cosa que empequeñece y
mancilla". —"¡Mal haya con tales pragmáticas"!—
exclamó Sancho, y añadió luego: —"Dígame vuesa
merced, del aire los caballeros andantes? ¿Se
¿comen
visten acaso las hojas de las higueras, como es
con

fama que lo hacía nuestro padre Adán? Todo menes¬


ter debe de traer provecho, y es cosa de locos andar
malgastando el tiempo y correr tales peligros como
corremos en estas aventuras, para salir a la postre
con mucha honra y sin una blanca, que es como si di¬

jéramos a bien te estabas corazón. Convénzase vuesa


merced de que lo primero es el sustento, pues cuando
ladra el estómago se acaban las valentías, porque la
necesidad tiene cara de hereje y amor con hambre no
90 don quijote en yanquilandia

dura. Yo de mí sé decir que sin el buen gobierno de


las tripas no creo en ,los honras, ni siquiera en la hon¬
radez que es cosa más a mi alcance". —"Ya no re¬
vientas, Sancho, ya no revientas—'dijo Don Quijote,
que estaba de humor jovial—; y te digo que no revien¬
tas, porque echaste del cuerpo los mayores disparates
que en él tenías metidos. Bueno es que sepas que
esto de la honra no es para que todos lo entiendan,
porque la miel ha hecho para la boca del asno".
no se
—"Asno debo ele yo entonces—contestó Sancho—
ser

pues no llego a enterarme de tales sotilezas como las


que vuesa merced dice, ni menos se me alcanza el
por qué de haber en el mundo caballeros andantes, si
-

es que no han de sacar provecho para su hacienda y


la de sus allegados". —"Ya te irás enterando—dijo
Don Quijote—de esto que tu estrecho cacumen llama
sotilezas, pues a ley de escudero, fuerza es que sigas
a tu amo hasta en lo del pensar y lo de sentir". Y
luego, con reposada voz, añadió de esta manera:
—"Son los caballeros andantes, Sancho amigo, de¬
fensores natos de la justicia y de la honra, y sus ac¬
ciones no van nunca encaminada^ al propio bene¬
ficio, que si lo fueran, perderían todo merecimiento.
Las virtudes, para serlo, han menester no cobrar lu¬
cro ni remuneración, pues si tal hicieran, 110 virtudes
sino egoísmo habían de llamarse. Así, la largueza que
socorre al necesitado, la humildad que perdona las
injurias, la castidad que refrena el mal consejo de la
carne, la paciencia que sufre con beneplácito las ad¬
versidades de la ingrata fortuna, la templanza que
acude al preciso sustento, apartándose del regalo que
predispone a los malos instintos, la diligencia que odia
a la pereza su enemiga y, finalmente, la caridad que
es el amor que todo lo dignifica y enaltece; todas jun¬
tas estas virtudes, no cobran ni en especies ni en
dineros, sí que más bien alcanzarán la debida recom¬
pensa cuando Dios sea servido de otorgada". —"Pa¬
reció aquello—dijo Sancho a este punto—. Vea vuesa
merced que donde menos se piensa salta la liebre y
que las propias virtudes tienen su cuenta y razón, pues
andan encaminadas a hacerle el cobro a Nuestro Se¬
ñor, bien ésta o
en en la otra vida. Lo cierto es que
por dinero baila el perro y por el oro amo y todo y
DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA 91

que la conveniencia de las llamadas virtudes está en


el provecho que de ellas se saoa, que si así no fuera,
poco habíamos de cuidarnos de ser personas cristia¬
nas". —"Propositio tua falsa est—afirmó enfática¬
mente Don Quijote—. Consecuencia y no fin es el pro¬
vecho en el virtuoso, pues el tal pone su afincamiento
en amar a Dios y por ende en serville, que éste
y no
otro es el conato del verdadero amador, así lo aliente
o no la esperanza de ser recompensado. ¿Y qué de
extrañar tiene lo dicho tratándose de la Divinidad, si
ves que hasta en lo que toca y atañe a la hu¡ma,na es¬
pecie pasa tres cuartos de lo mismo; y aquí me tienes
a mí cautivo por Dulcinea sin más satisfacción que la
no escasa por cierto de servilla y honrada así no se

digne volver los ojos a este su enamorado caballero?


Ten, pues, entendido, Sancho amigo, que las virtu¬
des (y el amor es el compendio y resumen de todas
ellas) desasimiento y hasta menosprecio
presuponen
de la propia tal pu'nto nos elevan y fortale¬
persona, a
cen, y que si resulta provecho al fin y a la postre,
viene éste sólo de añadidura, que es como quien dice
por merced y gracia". —"Y dígame, mi Señor Don
Quijote—preguntó Sancho—, ¿rezan también con los
caballeros andantes éstas que vuesa merced llama vir¬
tudes?" —"Y tan rezan—contestó Don Quijote—como
que el caballero andante esel espejo de todas ellas".
—"A este paso—observó Sancho no sin cierta truha¬
nería—, fuera mejor que vuesa merced hiciese una
ermita y se dedicase a ser santo, que, al menos, no
correríamos tantos riesgos y aventuras y bien pudie¬
ra ser que yo me animase a serville, aunque no tengo
dedos para organista, que más se me alcanzan los me¬
nesteres de esta vida que los de la otra y mejor es
pájaro mano que buitre volando, y más vale un
en
toma dos te daré". —"Diferencia hay en los me¬
que
dios, que no en el fondo, entre el santo y el caballero
andante—dijo reposadamente Don Quijote, sin parar
mientes en los refranes de su escudero—. Ambos dos
se encaminan al propio fin, sólo que el santo tiene por

armas la oración y la penitencia y combate con su pro¬

pia naturaleza, en tanto que el caballero andante usa


de lanza y deiespada para reñir con los vicios del gé¬
nero humano, que así el Hacedor Supremo tiene a su
92 don quijote en yanquilandia

servicio diversas legiones que representan su justicia


y su misericordia sobre la tierra. Y no sólo los santos,
sí que también los gobernantes, los guerreros, los sa¬
bias y los poetas, siempre y cuando no perviertan los
dones con que natura quiso favorecerlos, sino que
más bien los empleen en servir con abnegación des¬
interesada a la humana especie, siguen, aun sin sa¬
berlo, la Orden de la Andante Caballería. Así los go¬
bernantes como Pericles el magnífico; los guerreros
como el Macedonio y el Augusto César; los apóstoles
como Pablo de Tarso, el elocuente y valeroso paladín
de Cristo; los doctos como el de Hipona, águila de la
ciencia de las ciencias y maestro del episcopado; los
pontífices como Hiildebrando el reformador; los fun¬
dadores como el Serafín de Asís, a las veces humano
y divino, amador de la naturaleza en grado sumo, imi¬
tador del inimitable y apasionado cantor de la Virgen
Pobreza; los poetas como el Florentino admirable, vi¬
dente de la inmortalidad y enamorado al extremo de
viajar por el infinito para encontrar a su dama; en re¬
solución, toda la caterva de los altos servidores del
linaje humano que no pensaron en el propio beneficio,
son, pese a quien pese, otros tantos andantes caba¬
lleros, .honra y prez de todas las edades". —"Aunque
no se me alcanzan ni mucho ni poco tales grandezas

y valimientos como vuesa merced menciona—dijo San¬


cho después de un rato—, me parece a mí, Señor Don
Quijote, que esto de comprarse los pleitos ajenos ol¬
vidándose de los propios, es de personas sin juicio,
quiero decir locos, y esos talas caballeros de que vuesa
merced habla, si no rematados del todo, cuando menos
deben de haber sido de los que llaman lunáticos, los
cuales son muchos y andan sueltos por el mundo sin
que nadie les
- vaya a la mano, que por algo se ha
dicho cada loco con su tema y al loco y al aire darles
calle, y un loco hace ciento, que es lo que a mi enten¬
der le pasa a vuesa merced y todavía peor, pues aquí
podía decirse que cien locos hacen uno y que ese uno
es vuesa
merced, a quien se >le ha metido entre ceja
y ceja seguir los pasos de todos esos lunáticos o re¬
matados que antes dijo". —"Locos; así es la verdad—
dijo Don Quijote—, que tal parecen ál vulgo los
grandes batalladores, heraldos de Dios sobre la tierra;
J. M. POLAR 93

fátuos porque no tienen la cordura del egoísmo que


enseñan las hormigas; necios porque su pensamiento
no cabe en el ruin cerebro de los huimanos topos; san¬
dios porque batallan sin tregua por el imperio del bien
y de la justicia. Pues sábete que si esto es locura, y
fatuidad y sandez, a honra tengo yo el que se me
cuente en ese número, así lluevan sobre mí malandan¬
zas y desventuras, que tales malandanzas son transi¬
torias y atañen solamente al cuerpo mortal y corrup¬
tible, aposento en que el espíritu se purifica como se
purifica en el crisol el metal precioso". —"Perro que
traga hueso, satisfacción tiene en su pescuezo—dijo
Sancho— y sobre gustos no hay disputas; de modo y
manera, que si vuesa merced se conviene y toma a
honra el ser insensato, que le aproveqhe, que yo me
quedo de cuerdo y cada loco con su tema, como antes
dije".
A este punto llegaba la conversación de los dos ca¬
minantes, cuando acertaron a ver a corta distancia una
laguna rodeada de frescos bosqueciillos, la cual laguna
con el resplandor del sol que ya dirigía su carro hacia

el Poniente, brillaba como si fuese un espejo. Gustó


Don Quijote de contemplar un rato el hermoso es¬
pectáculo que la laguna ofrecía y dijo: —"Si no me
engaño, esta laguna que aquí se ve es la propia de
Ruidera, y cuenta que está encantada según dicen las
historias". •—"Pues entonces ni nos acerquemos*—dijo
Sancho—, que para encantamentos nos basta con el
que hemos probado". —"Veremos de convencernos—re
p'licó Don Quijote—, que en el supuesto de haber en¬
canto, luego se manifiesta por alguna apariencia o cir¬
cunstancia". —"¿Y qué nos va ni nos viene de ave¬
riguado?" —"¡Cómo que no nos va! ¿No sabes que
si es Ruidera aquesta hermosa laguna debe de andar
por aquí Merlín que es el sabio que la 0003010?""
—"¡Merlín dice vuesa merced y quiere que vayamos a
rascarle la comezón? ¡No en mis días!". —"Ríete de
Mertlín—'dijo Don Quijote—, que harto conocidas me
son sus artimañas ysi acertase a ponérsenos delante,
buena cuenta daría yo de su persona". —"Le. digo a
vuesa merced que no se .meta en tal aventura—replicó
Sancho—, que es como buscarle tres pies al gato o
dar coces contra el aguijón, y lo mejor sería que
94 don quijote en yanquilandia

nos volviésemos por esta vereda haciéndonos los pru¬


dentes
No oía Don Quijote las exhortaciones de Sancho ni
había de retroceder así le amenazasen con todos los
sabios y encantadores del mundo, alborotado como
estaba ya con la idea de la laguna encantada, y guian¬
do a prisa hacia ella, luego de cruzar tres hileras de
arbustos que le formaban una especie de marco en el
contorno, vieron que había en la orilla un bajel, a
modo de góndola veneciana, todo enlutado, con ve¬
las negras y caídas y con una bandera del mismo co¬
lor, la cual bandera tenía en escudo bor¬
el medio un
dado de oro con muchas cuarteles
lambrequi'nes.y
Sentado en la proa estaba un barquero que parecía el

propio Carón, según su aspecto más de fantasma que


de hombre, con enlutados ropajes y en actitud tan do¬
lorida y meditabunda como si allí estuviese esperando
las almas de los difuntos para llevarlas al otro lado
del Aquerointe. Al ver la fúnebre barca y el más fúne¬
bre barquero, Don Quijote, sin amedrentarse, apuró
el paso a Rocinante, mientras que Sancho trataba con
todas sus fuerzas de al rucio; mas, como
contener
éste era de condición caprichosa, según queda dicho,
desobedeció al jinetey se fué tras el caballo. Pocos
pasos faltaban ya para llegar a la orilla, cuando el
barquero púsose en pie y comenzó a dar grandes vo¬
ces diciendo: —"¡Detente, denodado caminante, y no .

llegues a estas playas encantadas donde yo infelice


velo de claro en claro y de turbio en turbio!" Tan te¬
merosa dolorida era la voz, que Don Quijote se so¬
y
brecogió y dijo con acento condolido: —"Hablad, her¬
mano, que si vuestro mal tiene remedio, aquí estoy
yo para otorgarlo". A Sancho, con semejante apari¬
ción, se le pararon los pelos y un sudor se le iba y
otro se le venía rogando a su amo que por Dios huye¬
sen, que el que tales voces daba era ánima en pena o
quizás el mismo demonio disfrazado que cargaría con
ellos luego que se acercasen; pero Don Quijote, azo¬
rado y confuso, mas no medroso, saltó del caballo,
fuése a la barca y alargando el cuello comenzó a de¬
cir con cavernosa y ronca voz: —"¡De parte de Dios
te pido, ¡oh, funesto barquero! que me digas si eres de
ésta o de la otra vida!" —'"Ni de ésta ni de la otra"
J. M. POLAR 95

—contestó el barquero. Maravillado quedóse Don Qui¬


jote consemejante respuesta y Sancho se puso a echar
cruces y más cruces como si se tratara de ahuyentar

al diablo, cuando el barquero dijo de esta manera:


—"Ya que habédeis sido tan valeroso y osado de lle¬
gar hasta esta encantada laguna, volveos presto si
no queréis quedar también encantados o quizás muer¬

tos, pues bueno será que sepáis que desde luengos si¬
glos no llega aquí ningún caminante y que por mi
mala ventura, desde luengos siglos también, aguardo
yo en esta orilla a cierto andante caballero que, según
los anuncios de los oráculos y de las pitonisas, tiene
de llegar en su caballo Rocinante para desfacer el más
descomunal desaguisado que cuentan las historias, así
de los pasados como de los presentes siglos". —"Pues
ved que ya es llegado el caballero de quien hablaron
los oráculos y las pitonisas"—dijo Don Quijote todo
entonado y resuelto. Oyéndolo el barquero, saltó a tie¬
rra con los brazos en alto y diciendo a voces: —"Sed,

pues, bien venido, señor caballero, y decidme al punto


si sois Don Quijote de la Mancha!" —"El mismo que
viste y. calza"—'Contestó nuestro hidalgo con natural
decoro; y entonces el barquero, sin esperar más, pos¬
tróse en tierra a los pies de Don Quijote y empezó a
hacer grandes ponderaciones de admiración y de con¬
tento, sin que fueran bastantes a sosegarlo las instan¬
cias que hacía Don Quijote para que se levantara
ni las desordenadas preguntas de Sancho que no
volvía de su sorpresa; hasta que, después de mu¬
cho rato de exclamaciones y rendimientos, púsose
de pie el barquero y todos tres se sentaron en unas
peñdlerías muy artificiosas que allí se veían, y hechos
todo oídos Don Quijote y Sancho, refirió el barque¬
ro lo que sabrá el que leyere el capítulo siguiente.
CAPITULO XIV

Donde se cuenta la historia del reino de Quivira y el


miedo y congojas que pasó Sancho con esta aventura.

Después de mucho toser y acomodarse, de mirar a


Don Quijote y de volverlo a mirar con repetidas mues¬
tras de asombro y regocijo, comenzó el barquero su re¬
lato de esta manera: —"Sabrá vuesa merced, Señor
Don Quijote, que há cosa de cuatro siglos, años más
o años menos, vivía en estos Estados el Rey de Qui¬
vira, señor de grandes pueblos y tan famoso por su
poderío como por sus riquezas, que sobrepasan con
muoho a las del propio Creso. Por si no ha llegado a
oídos de vuesa merced, bueno será que le advierta
que eran las de Quivira hasta cinco ciudades hechas
de oro macizo desde los cimientos hasta los techos,
con guarniciones de piedras preciosas y grandes te¬
soros de diamantes y de perlas finas". Con la boca
abierta escuchaba Sancho el relato, y sin poder con¬
tenerse, preguntó al barquero: —"¿Pero es cierto lo
que vos decís, hermano barquero, o es lo que llaman
cuentos de las un mil noches"? —"De las Mil y Una
Noches querrás decir"—corrigió Don Quijote, y luego
dijo: —"Cierto y muy cierto es lo que dice este dis¬
creto barquero, que cosas tales se cuentan de más de
un reino de la antigüedad y aun de los modernos tiem¬

pos". —"Seguiré contando—'dijo el barquero—, y vos,


señor Panza, no pongáis reparos, que muy luego, por
vuestros propios ojos, os habédeis de convencer de
como es verdad todo este relato que parece cosa de sue¬
ño. Es el que tenía el dicho Rey de Quivira una
caso

hija moza yhermosa en demasía y por añadidura he¬


redera de la corona y los estados, pues hijos varones no
se contaban en la real familia. Grande y con razón
era la fama del reino y no lo era menor la de la real

princesa, a tal punto, que llegaron las noticias allen¬


de los montes y allende los mares, aumentadas y cor¬
regidas con el ir y venir de boca en boca y de distan¬
cia en distancia; y di ó la casualidad o coincidencia
(que así se disponen las cosas para los grandes he-
J. M. 97
POLAR

chos) de que el caballero castellano, que aventuraba


por entonces en muchas empresas de andar y des¬
andar, descubrir y conquistar éstas que llamaban tier¬
ras vírgenes, fuese informado de la existencia del
reino y de la belleza y nombradla de la dama. A ta¬
les noticias, sin vacilar un punto, lanzóse el esforzado
caballero en la ardua empresa de avasallar el reino y
alcanzar los favores de la gentil princesa; pero tan es¬
condida estaba la conquista entre breñas desoladas y
espesos bosques y tan aguerridos y sanguinarios eran
los errantes aborígenes de los contornos, que el ya
dicho hidalgo castellano, pasó más trabajos que los de
Hércules bregando con la abrupta naturaleza y con
las salvajes caravanas de indios colorados y broncí¬
neos. Nombre y renombre de sus proezas como el me¬

jor aventurero (sin agraviar lo presente) dejó en esta


comarca el Señor Cabeza de Vaca (que así se llama¬

ba el castellano), el cual, después de mucho descu¬


brir y explorar regiones desconocidas, acabó por dar
de mano al reino Quivireño, que creyó fuese cosa de
fantasía y de engaño, y a fuer de andante y aventu¬
rero, tornóse al Sur, donde se brindaban por enton¬
ces al hidalgo castellano las conquistas del Dorado y

de los más ricos imperios de los Aztecas y los Ingas,


No faltaron en aquellos tiempos otros aventureros de
la noble Iberia que recorrieran estas comarcas abrien¬
do sendas y descubriendo ríos, lagunas y cordilleras,
con tales riesgos y atrevimiento, que más de uno dejó
la vida pero sin que le dejase a él la gloria, como se
cuenta del muy hidalgo y gentil Don Hernando de
Soto, caballero de más lustre que los Amadises y que
ios Bélianises, según era de paladín y gallardo. Pero
a todas estas, el Rey de Quivira, sabidor de la presen¬

cia de los ya dichos aventureros, entró en concilio


con adivinos y nigromantes y vino a saber por ellos

que la mano de la princesa estaba reservada para cier¬


to valeroso castellano, cosa que puso al Rey, cóloso
de su estirpe, en gran indignación y sobresalto, a punto
que dispuso que los nombrados adivinos y nigromantes
viesen de encantar todo el reino antes de que se cum¬
pliese semejan,te;vaticinio. Así se hizo, y largo de con¬
tar sería el modo y manera como vino a tornarse en
encantado el reino Quivireño con todas sus riquezas
98 don quijote en yanquilandia

y sus gentes; bastando a vuesas mercedes, en gracia


de la brevedad del relato, saber que apareció esta la¬
guna en el límite o confín del reino encantado y que
yo, que fui uno de los adivinos y consultor de los
oráculos, vine a quedar en barquero y con la orden
y consigna, según pronosticaron dichos oráculos lue¬
go de la transformación y encantamento, de que, a
despecho de mi voluntad y de mi paciencia, esperaría
años y siglos hasta que füera llegado vuesa merced,
Señor Don Quijote de la Mancha, que ya desde aque¬
lla fecha era famoso en el universo mundo el nombre
del Caballero de la Triste Figura, como' desfacedor de
agravios y enmendador de sinrazones". —"Caso nunca
visto es lo que vos contáis, hermano—dijo Don Qui¬
jote—, y .habódeis de decir al punto si algo dijeron
ios oráculos acerca del modo de enmendar tamaña
sinrazón y de desbaratar este endemoniado hechi¬
zo". —"A ello iba—'dijo él barquero—. Pues los tales
oráculos dijeron que sería llegado vuesa merced en su
noble caballo Rocinante y con su escudero Sancho
Panza y que ambos a dos, amo y mozo, se entrarían
en esta barca (que para conducirlos estaba yo pre¬
venido) y al llegar a la opuesta orilla, darían comien¬
zo los sucesos maravillosos y las desaforadas penden¬
cias de vuesa merced hasta salir victorioso o quedar
también encantado; brindándose a vuestra bizarría en
caso de vencimiento y por premio y recompensa, el
reinado de Quivira y la mano de la princesa, mi se¬
ñora". —"En lo de salir victorioso, así sean los ries¬
gos y acechanzas que urda el demonio (si es que el
mismo demonio anda en este enredo), podéis darlo
por concluido y finiquitado, hermano barquero; mas
en lo de recompensarme con el reino no es cosa que me
importe una higa, y por lo que toca a la mano de la
princesa, bien sabe Dios mucho me holgara de
que
tan señalada merced si fuese libre y dueño de mi per¬
sona 'que sólo a Dulcinea pertenece". —"¡Buena la
hemos hecho!—'dijo Sanqho—. ¿Conque hemos de ate¬
nernos a las duras y no a las maduras? Vuesa merced

está loco de atar cuando nos descuelga con seme¬


se

jantes desatinos; fin, ya que mi señor amo le


pero, en
hace ascos a la corona y remilgos a la princesa, lo que
ahora nos toca es volvernos por donde vinimos, que
J. M. POLAR 99

ninguna cuenta hace tomar ve'la en este entierro.


ñas
Vea, pues, merced de que contramarchemos
vuesa
cuanto antes y que este señor barquero se quede con
su cuento y con su barca esperando hasta el día del

juicio a caminantes de mejores tragaderas que las


nuestras". —"No porque no quiera ser rey de Qui-
vira—dijo Don Quijote—ni menos porque me esté ve¬
dado aspirar a la mano de la reaíl princesa, habría de
renunciar a la aventura que para mi honra predijeron
los oráculos; muy el contrario, pronto estoy para em¬
prenderá con más denuedoi y más bríos que si en ella
me fuesen la vida o la fortuna. Manos, pues, a la obra,
hermano barquero; guiad apriesa que siento ya el ca-
lorcillo de la sangre que pide contienda". —"Refle¬
xione vuesa merced el caso de que se trata, Señor Don
Quijote—'dijo el barquero, pretendiendo amilanar a
nuestro hidalgo—. Bueno será que sepa que no es
ésta una aventuriHa de las de tres all cuarto, sino de
las más rigurosas y sangrientas, pues no uno sino
muchos serán los enemigos con quienes tope, y no
de lana". —"¡Qué me place!—dijo Don Quijote—.
¿ Pensábais señor don prudente, que cupiera
acaso,
en mi ánimo la bajeza del miedo? Pues digo que es
bellaquería suponello siquiera. ¿Qué hay fortalezas
que asaltar, y castillos que derribar, y caballeros que
rendir y ejércitos que dispersar? ¡Sea en buena hora!
que nn caballero andante se basta por sí solo para
vencer toda suerte de dificultades y peligros y para
domeñar hechiceros y enemigos a millares en servi¬
cio de la Orden y dignidad que profesa". —"Vuesa
merced sabrá lo que hace—"dijo Sancho malhumora¬
do—,qu¡e lo que es conmigo no cuenta; de aquí no me
muevo yo aunque San Juan baje el dedo". —"Eso no

puede ser—argüyó al punto el de la barca—, porque sa¬


brá el señor de Panza que los oráculos tienen pro¬
nosticado que el Caballero de la Triste Figura habrá
de ir en compañía de sü gallardo escudero". —"Pues
se quedarán con su pronóstico esos señores—'Contestó
Sancho—. ¡No faltaba más sino que me metan a mí
en estos trotes!! ¿Qué tengo yo de hacer con tales
mentiras (que mentiras me parecen las que vos con¬
táis, hermano barquero); ni cuando tuve yo tratos m
contratos para sacar la cara por la muy tal de la prin-
101) don quijote en yanquilandia

cesa Remilgos, ni qué ochavo le debo yo al Rey de


Pelagatos?". —"¡Calla la boca, deslenguado—dijo Don
Quijote—, que ni nombrar mereces a las reales per¬
sonas! —"¡Cómo, señor Panza!—agregó el barquero—
¿duda vuesa merced de emprender esta aventura cuan¬
do es bien sabido que luego de dalle fin con felice suce¬
so, vos harán conde o marqués a vuestro talante y
gusto?" —"¿Y s.i no hay felice suceso?"—'preguntó
Sancho. —"Si no lo hay—contestó el barquero—, vue¬
sa merced morirá con honra o 'quedará decorosamen¬
te encantado". —"Es que yo ,no quiero morir ni que¬
dar encantado, que 4o ide 'la honra y el decoro son
cosas del otro jueves y a perro viejo no hay tús tus".

—"¡Basta!—dijo Don Quijote que comenzaba a im¬


pacientarse—. Irás, Sancho, aunque no quieras, y pun¬
to en boca, que mal pareciera un caballero andante
que fuese 'sin escudero en tan alta aventura". —"Por
eso no quedará—dijo Sancho—, pues ya que este
Señor de la barca se partidario de me¬
muestra tan
ternos en el berenjenal, le cedo el cargo de
y traspaso
escudero con todas sus entradas y salidas, usos, cos¬
tumbres, derechos y servidumbres, amén de los mar¬
quesados y condados y todas lias mercedes consi¬
guientes, y yo, aquí me quedo de don Nadie y muy a
mi gusto, que el buey sólo bien se lame y Juan Segura
vivió muchos años". —"Con mi alma aceptara el
trueque—dijo el barquero—, pero es el caso, hermano
Sancho, que para que el desencantamento de Qui-
vira tengatérmino y remate, es fuerza que el legítimo
escudero cumpla la misión que los oráculos le tienen
encomendada". —"No hay más pláticas ni desatinos
—dijo a este punto Don Quijote—, que no por tus
miedos de villano, indigno escudero, habría yo de de¬
jar tal lance como el que me depara mi buena fortuna;
y ya que los oráculos exigen que me sigas, no hay
otro remedio sino el de hacer de tripas corazón".
—"Válame Dios!—dijo Sancho—. Pero mire vuesa
merced, mi señor don porfiado, que es mucha sandez
que sin más acá ni más allá nos metamos a desen¬
cantar bellaquerías o desfacer agravios de condenados,
que una u otra cosa parecen ser las mentiras que cuen¬
ta este funesto barquero que en hora menguada vino
a dar con nosotros. Yo le digo a vuesa merced que si'
J. M. POLAR 101

tíos metemos en ese embrollo, como no hay redentor


que no salga "crucificado, por sabido -se calla que aca¬
baremos en palos y en golpes, cuando no en que nos
desuellen como a cabritos, pues me están oliendo estas
músicas a engañifa y artimañas de burladores y em¬
busteros. De mí sé decir que me llevarán preso a la
tal aventura, pero no de mi voluntad, y si vuesa mer¬
ced no se da a partido, me vuelvo a la Mancha por
Sierra Morena, que preguntando se llega a Roma".
—"Mal cuadran tales sospechas en persona tan ca¬
bal como el señor Panza—"dijo el ¡barquero—; pero
para contento mío y afrenta del malicioso don San¬
cho, no .pasará mucho sin que quede convencido de
que es cierto y muy cierto todo lo
que antes dije, y
tanto, que hasta estas sus mis-mas dudas y superche¬
rías estaban pronosticadas y previstas por el oráculo,
el-cual dispuso que si el escudero, por suspicaz y mal
pensado, tratase de huir el bulto, que 'luego se le atase
de pies y manos y manteado y remanteado se le echa¬
se a esta laguna por los siglos de los isiglois". —"¿Con¬

que -eso dijo el muy ¡hidetal?—dijo Sancho—. Pues,


sepa el señor barquero que no soy tan manso y que
si se atreve a atarme, no le dejo una costilla en su
sitio". Sin decir palabra, sacó el barquero una trom¬
peta como de plata y soplándola con toda su fuerza
dió unos fuertes sonidos, con lio cual aparecieron entre
los árboles seis mozos pintarrajeados, vestidos con
calzas encarnadas y amarillos jubones, los cuales mo¬
zos se acercaron a la orilla haciendo muecas y visajes.
Pavorizado quedóse Sancho al ver a tales mozos; y
los muy taimados, luego de hacerle una genuflexión
a Don Quijote, sacaron unas cuerdas erizadas de púas

y dando saltos y gritos


dispusieron a maniatar al
se
escudero, el cual corrió favorecrse al lado de su
a
amo1, pidiéndole a veces que lo defendiese de aquellos
demonios. —"¡Alto ahí!—dijo Don Quijote—que nun¬
ca consintiera que nadie ponga la mano en mi escu¬
dero; y si luego al punto no os vais de aquí, señores
diablos o lo "que fuéradeis, 'bien caro os haría pagar
tanta osadía". Se preparaba ya Don Quijote a arre¬
meter con la lanza, cuando el barquero tocó de nuevo
la trompeta y desaparecieron en un abrir y cerrar de
ojos los llamados demonios. —"Ya ve el señor San-
102 don quijote en yanquilandia

cho—dijo el barquero—'que .no hay engañifas ni em¬


belecos en tendrá
todo lo que 'dije y que vuesa merced
que seguir a su amo de grado o ipor fuerza". —"De
grado será—dijo Don Quijote—; y no 'haya miedos,
hijo, que sano y salvo habré d sacarte de esta aventu¬
ra, así ise opusiera a ello el mismo Merlín, que a mi
ver anda metido en este lance y es llegada la ocasión

de escarmentallo". Vió Sancho que, queriendo o no


queriendo, tenía que seguir a su amo y dijo con
mucha humildad: —"A anal que no tiene remedio hay
que ponerle buena cara; pero sepa mi amo y sepa
también este señor barquero (que Dios confunda)
que a la primera de espadas echo a correr como un
galgo, cada cual es dueño de su miedo y sabe
porque
lo que le conviene". —"No harás tal cosa—dijo Don
Quijote—, que eso es indigno de un mozo como tú, de
pelo en pecho". "¿Yo de pelo en pecho?—exclamó
Sancho muy sorprendido—. Nunca lo fui ni lo seré,
que siempre me pareció la mejor razón aquella que
canta: más vale que digan de aquí corrió Fulano, que
aquí murió Fulano". —"Que no se pierda más el
tiempo precioso de que vuesa merced comience esta
aventura"—dijo a este punto el barquero, y atrayendo
la barca hacia la orilla, le rogó a Don Quijote que
pasase. Así lo hizo el caballero, y luego de rezar un
Paternóster, entró también él mozo, pasando el últi¬
mo el barquero. Don Quijote quedóse de pie; Sancho
se agazapó lo mejor que pudo al liado de la proa y el
barquero dió cuerda a la máquina que quedaba al lado
que llaman la popa, y con gran sorpresa del amo y
del mozo, comenzó la barca a alejarse de la orilla sin
ayuda de remo ni de vela, lo cual vino a convencer
a Sancho de ciertos lo.s toros, es decir, lo del en¬
ser

cantamento del reino de Quivira y todo lo que antes


dijo el barquero.
CAPITULO XV

Que trata del modo como fué recibido Don Quijote


en el reino encantado y de las cuitas que pasó
Sancho Panza, su escudero

No i&e había la barca alejado ni veinte varas de la


orilla, cuando dijo Don Quijote: —"¡Buena la hici¬
mos, hermano barquero, pues nos hemos dejado a
Rocinante! Tornemos, ¡pues, a buscalle, que mal pare¬
ce ir de aventura caballero ¡sin caballo". —"No es me¬
nester tal cosa—contestó el barquero—, que el caso
está previsto y lluego por los aires serán traídos Ro¬
cinante y el rucio para que ¡mañana, en amaneciendo,
que será cuando la empresa comience, vuesa merced y
Sancho tengan prestas sus caballerías". —"Si es así,
nada tengo que decir—dijo Don Quijote—, pues es
verdad que se han visto muchos casos de llegar por
los aires las caballerías en servicio de (los caballeros".
—'"Papas y más papas me parecen a ¡mí tales nove¬
dades—dijo Sancho—; pero es lo cierto que, venga en
volandas o por sus pasos contados, no seré yo quien
vuelva a cabalgar el rucio, pues si antes de andar por
los aires (dado que sea verdad esta mentira) era ya
tan levantisco, calcule vuesa merced lo que será des¬
pués de tal peripecia". —"Aprensiones son esas in¬
dignas de vos, señor Panza—¡dijo el barquero—, pues
bien sabido es que no ya el rucio, sino el mismo Pe¬
gaso podría el escudero de Don Quijote cabalgar con
destreza". —"A fe que no se me alcanza quién sea
ese señor Pegaso—dijo Sancho—, pero rnall me suena
el nombre, porque de pegar se trata que es cosa
no de mi
agrado". —"¿Qué no se ¡te alcanza quién es
Pegaso?—¡preguntó Don Quijote—. Pues sabrás para
tu gobierno que es .nada menos el caballo que montó
Belerofonte cuando fué a luchar con la Quimera; y
habías de agradecer la merced que te hace el her¬
mano barquero suponiéndote jinete de tanto brío y
arrogancia". —"Quedo enterado, poco convencido y
nada satisfecho—contestó Sancho—. Lo que sí sé
decir es que ¡me saben a burlas estos requiebros, que
101 don quijote en yanquilandia

nunca me las di de jinete ni de amansador de potros


por ser bien sabido que no hay hombre cuerdo a ca¬
ballo y cada cual sabe su cuenito. Allá ese señor Ele¬
fante o lo que se llame el muy peine que cabalgue al
rucio, que no es tal rucio, y que se peilee cuanto le
plazca con esa doña Quimera, que me parece que ha¬
brá de ser alguna mujerzuela de mala vida, pues sólo
las tales andan e>n desaguisados y riñas". —"La igno¬
rancia es muy atrevida—dijo Don Quijote—, y mal
haces, Sancho, de hablar de «lo que no entiendes, pro¬
fanando con indignos labios las bellezas sin par de
"la griega mitología. Largo y tendido habría de expli¬
carte, si el tiempo y la ocasión lo permitieran, quién
fué el hijo del Rey Glauco y cómo por sus hazañas
mereció e'l título de caballero andante (pues 'lo fué
sin duda alguna), no menos que por su honestidad y
recato en la corte del Rey Argos". —"Muy bien me

parece que vuesa merced no se extienda en semejantes


indagaciones que, por mi parte, soy enemigo de meter¬
me en vidas ajenas y en chismes de campanario".
—"Pues yo—dijo el barquero—holgara mucho de oir
esta ¡historia a mi Señor Don Quijote, sólo que es ya

llegado el fin de nuestro viaje".


Mientras conversaban, como queda dicjho, ios tres
-navegantes, dió cosa de tres vuéltas la barca a la la¬
guna y comenzando ya a obscurecer, fuése acer¬
cando a la orilla, en la que se veía una espesa arbo¬
leda abienta por un camino que venía hasta el mue¬
lle hecho de tablas pintadas y con varios adornos y
plantas de muy buen
ver. Señalándole, dijo el barque¬
ro: —"Vea vuesa merced que es allí donde tenemos

que tocar". Y cuando esto decía, aparecieron por el


camino como en procesión muchas mujeres vestidas
de luto y con hachones encendidos en las manos.
—"¿Qué peregrinación o romería es esa?"—preguntó
Don Quijote. —"Es la romería de las dueñas—con¬
testó e'l barquero—que vienen para recibir a vuesa
merced y demandalle que vea de desencantar a su
señora la Princesa". —"¿Y éstas también serán bar¬
badas como las de antaño?"—preguntó Sancho. —"Bar¬
badas, no—contestó el barquero—, sino de muy bue¬
nas barbas; y es la ocasión de que el señor Panza
elija entre ellas la señora de sus pensamientos o, por
J. M. POLAR 105

mejor decir, su esposa y mujer". —"¡Cómo se en¬


tiende—idijo Sancho—, si ,há poco decíais que andaba
yo para marqués o conde y agora saílirnos con que me
arrime a una dueña. Acúsome, padre, que no soy tan
manso. ¿Dueñas conmigo? ¡Líbreme Dios de seme¬
jantes gazmoñas! Item más, que sabrá el señor bar¬
quero, que soy casado por la Iglesia". —"Viudo que¬
rrá decir mi amigo Sancho, pues son muchos los años
de estar enterrada doña Teresa, su esposa y mujer".
—"Eso está por averiguarse—dijo Sancho—. Pero si
tal ¡me viese, bien sabría buscar ¡mi conveniencia, que
no falta un roto para un descosido y antes que te
cases, mira lo que haces y el que se casa, por todo
pasa". —"Déjate de esas pláticas—'dijo a este punto
Don Quijote—, que ahora lo que toca es atender a la
ceremonia del recibimiento y homenaje de estas seño¬
ras dueñas". —"Malo me parece el recibimiento—dijo

Sancho—, que éstas son aves de mala sombra y lo


mejor sería darnos la vuelta y si te he visto no me
acuerdo".
No oía Don Quijote las observaciones de su escu¬
dero, estaba intrigado viendo el desfile de las
pues
dueñas que hacia la orilla venían;' y así que la barca
tocó en él muelle saltó el primero Don Quijote, si¬
guiólo Sancho muy a su pesar y saltó por último el bar¬
quero. No bien vieron las dueñas a Don Quijote, cuan¬
do comenzaron a lamentar en coro haciendo muchos
aspavientos y diciendo de esta manera: —"Señor Don
Quijote de la Mancha, vos que sois e/1 caballero anun ¬

ciado por los oráculos y de quien tanto bien dicen


las pitonisas, ¡acudid pronto a salvar a nuestra Se¬
ñora la Princesa que vos aguarda con su reino y con
su mano!" Y andando apriesa, vinieron todas donde
Don Quijote estaba y le besaban las manos haciendo
muchas ponderaciones y pidiéndole que les contes¬
tase si accedía a su ruego. Oyéndolas algo turbado,
dijo Don Quijote: —"La vuestra demanda, que mucho
me honra y favorece, será atendida ¡en lo de salvar a
la Princesa solamente, y podéis ir a decille que presto
se verá desencantada y libre; mas en el segundo punto,

digo en lo de la mano (que no menciono el reino por


ser cosa que no me interesa ni me atrae), vedado me
está por lo que yo me sé, aceptar tan alta honra y
106 don quijote en yanquilandia

dignidad la que se me brinda". Al oir que la


como
Princesa quedaría (libre y desencantada, tornóse en
contento el lamentar de las dueñas, las cuales tiraron
los velos negros y hasta las tocas que acostumbran y
pusiéronse a danzar al són de una música muy alegre
que, como por ensalmo, salió de entre el bosque. A
cada vuelta de (la danza improvisada, hacían las due¬
ñas una reverencia a Don Quijote y viniendo donde
Sancho, le daban golpecitos en las mejilla.s a uno
y a otro lado con unos abanicos de plumas que abrían
y cerraban al compás de la música. No estaba muy
contento el escudero con la 'caricia y trataba de evi¬
tarla con entrambas manos, hasta que dijo: —"¡Te¬
ñóos, señoras dueñas, que no soy pila de agua bendita
ni necesito que me confirmen dos veces!" Reíanse
ellas al oir a Sancho, y éste se fué amoscando de tal
modo, que comenzó a manotear pretendiendo coger
los abanicos con que las dueñas lo vapuleaban, cuando
Don Quijote dijo: —"Dejen en paz las señoras a mi
escudero, que es persona poco avisada en ceremonias
de corte y ya de edad para aprendellas". —"No es
que sea de edad, que no soy abuelo ni arrastro los
pies—.dijo Sancho—; pero .estas iseñoras me parecen
a mí poco honestad cuando dales danzas se permiten".

—"Siga la procesión—dijo en esto una de las dueñas—


y venga con nosotras el Caballero de la Triste Figura,,
que es ya entrada la noche y habrá de reposar como
es debidosegún su alcurnia y buen nombre".
Pusiéronse, pues, en marcha, siguiendo el camino'
que atravesaba el bosquecillo, cuando a los pocos
pasos, vino del otro lado, improvisadamente, un res¬
plandor tan vivo que los dejó a todos deslumhrados,
pues lo producía uno de esos que llaman reflectores
de electricidad de la mayor potencia, semejante a los
que encienden en las torres de los puertos para alum¬
brar a los navegantes en muchas leguas de distancia.
Gimieron las dueñas manifestando su horror y con¬
fusión y diciendo que viese Don Quijote di poder de
los hechiceros con quienes tenía de luchar; Sancho se
quedó pasmado; el barquero dijo que era aquella la
espada del propio Júpiter, pero Don Quijote, hacien¬
do pantalla con la derecha mano, dejóse decir: —"No
es cosa de amedrentarse esta luz que nos alumbra y
J. M. POLAR 107

que eme parece como el relámpago de ailguna centella


fija; si fuese espada, como dice el barquero, ahí
pero
me las den todas, ya que ni hiere ni 'ofende, salvo a la

vista que se irá acostumbrando para venir a ser co¬


modidad lo que al principio fué molestia. Sigamos,
pues, adelante, y no haya sobresalto, que éstas y otras
hechicerías mayores no pondrán miedo en mi ánimo;
y vosotras, señoras dueñas, no interrumpáis la danza,
que aquí estoy yo para custodiaros, y si antes baila-
báis a obscuras, pues bailad ahora con luz, que es
más regocijado y honesto". Asombráronse las dueñas
de oir a Don Quijote, y como si del todo se hubiesen
tranquilizado, volvieron a la danza y cogieron a San¬
cho por los brazos para llevarlo también en regodeo
y broma. Protestaba en todos los tonos el bueno de
Panza que era, en realidad, el único asustado, y dijo
Don Quijote: —"Sancho .hijo, da gusto a las damas,
que no es propio de un escudero como tú andar en
tales melindres cuando dueñas de tanta alcurnia te
hacen merced de invitarte al baile". —"No necesito
de tal merced"—gritaba Sancho manoteando por des¬
prenderse de las dueñas. —"Pero, señor Panza—le
dijo la más entrada en años—, no es bien que el
escudero se niegue a danzar en honor de su amo".
Entre irritado y burlón, contestóle Sancho con des¬
parpajo: —"Buena va la danza, doña Catalina: palos
con la vieja, besos con la niña". Riéronse todos de
la ocurrencia, y las dueñas, más alborotadas y con
mayor descaro, rodearon a Sancho hablándole todas a
un tiempo, lo cogieron por los brazos y quieras que
no lleváronsele en volandas con risa y festejo.
Concluyó el tormento del cuando llegaron to¬
mozo
dos a un palacete campestre de lo más primoroso, ilu¬
minado al giorno, como suele decirse, con farolillos
chinescos aun entre los árboles del parque y la mar
de luces de electricidad, banderas y gallardetes que
anunciaban la fiesta. En los cenadores oíanse músi¬
cas de chirimías, flautas y timbales, pero all llegar Dor.
Quijote, cesaron dichas músicas y sonó una trompeta.
—'"¿Qué trompeta es esa?"—preguntó el hidalgo.
—"Es la que toca el enano anunciando -la llegada del
caballero al castillo"—contestó el barquero. A esta
sazón, salieron del palacete (que no castillo) un se-
108 don quijote en yanquilandia

ñor con armadura ytraje de alcaide, doce jóvenes don¬


cellas de muy ¡buen ver, varios ujieres y como veinte
arqueros, y llegando donde Don Quijote estaba, le dijo
el alcaide con muchas postraciones y reverencias:
—"¡Sea bien venido el Señor Caballero de la Mancha,
que no por venir a reino encantado dejaráse de tribu-
talle el ¡homenaje y recibimiento que su dignidad me¬
rece y ¡más ¡si se tiene en cuenta la misión que los
altos cielos confiaron en estos mundos a su ¡nunca des¬
mentida osadía y a su temerario arrojo! ¡Pase, pues,
al castillo el príncipe de los hidalgos, la flor de la
vailentía y el rey de los andantes caballeros!" Contestó
Don Quijote con muy repetidas indlinaeiones de ca¬
beza todos estos agasajos, y luego dos de las don¬
cellas, haciendo memoria del recibimiento en el cas¬
tillo de los duques, echaron sobre los hombros de Don
Quijote un manto de finísima escarlata con guarni¬
ciones de armiño, y otras dos le ofrecieron la mano
para conducirlo, cosa que aceptó el caballero con mu¬
cha cortesía y reverencia; dos de las dueñas, a su vez,
ofrecieron también la mano a Sancho, pero éste ne¬
góse a aceptar el homenaje diciendo que nada tenía
que hacer él con personas tan desenfadadas; oyólo
Don Quijote y cambió de colores avergonzado con
la impertinencia de su escudero en semejante ceremo¬
nia y volvióse a él con 'ademán y gesto tan impera¬
tivos, que tuvo Sancho que entregar sus manos, tiran¬
do de ellas las dos dueñas con tanta fuerza, que el
infeliz empezó a quejarse diciendo que lo desco¬
yuntaban, con lo cuál Don Quijote sudaba tinta,
afrentado y lleno de indignación contra el mozo.
Con paso mesurado y solemne avanzaban primero
el alcaide, luego Don Quijote, arrastrando por el suelo
el manto de escarlata, después Sancho que no acababa
de gruñir y por fin el resto de la comitiva. En este
orden subieron las gradas del vestíbulo y entraron en
un salón muy lujoso y aderezado, a la cabecera del
cual había un gran sillón o sitial, hasta el que condu¬
jeron a Don Quijote que tomó asiento con todo de¬
coro, mientras que los demás permanecían de pie, y
entonces el alfcaide dijo do que se verá en el capítulo
siguiente.
CAPITULO XVI

Donde se refieren algunos curiosos sucesos y se da


cuenta del discurso que pronunció Don Quijote con

relación a la América y sus grandezas


Tomando,pues, el alcaide la palabra, como queda
dicho en el
capítulo anterior, habló de esta manera:
—"Llegado es ya vuesa merced, Señor Don Quijote,
al Reino de Quivira, pues éste en que nos encontra¬
mos es el primer fortín o castillejo de sus fronteras;
siendo notorio que, desde há muchos lustros, está
encantado lodo el reino, .como muy all pormenor lo
narró a vuesa merced el sabio Caroriano". —"¿Qué
sabio' es ese?"—-preguntó Don Quijote. —"Pues es
nada menos que el barquero que trajo a vuesa merced
hasta estas (playas, y viéndle el nombre de cierta rela¬
ción o parentesco con el de la laguna Estigia y del
Aqueronte, como> muy bien sabe vuesa merced
—"Quedo enterado"-—contestó Don Quijote. —"Es
el caso—continuó el alcaide—que, según las pitonisas,
de más fama, andando los siglos, vendría vuesa mer¬
ced desde lejanas tierras a este encantado reino de
Quivira, y que, informado del suceso y motivo de este
encantamento, en tal fecha como la que reza mañana
el calendario, después de consultarlo esta noche con
la almohada, habría de emprender la imás descomunal
aventura de que hacen mérito las historias, con el fin
y propósito de desfacer el dicho encantamento, siem¬
pre y cuando vuesa merced fuese (tan osado de poner
manos a la obra". —"Eso no se pregunta—dijo Don

Quijote—, ni menos es el caso de consultarse con


almqhadas, que si no fuese por no quebrantar lo que
las pitonisas dijeron acerca de la fecha, más tardara
yo en oir la demanda del alcaide, que en emprender
la aventura que los altos cielos me tenían deparada por
mi buena fortuna". Miráronse todos a hurtadillas,
guardando silencio, y preguntó Don Quijote: —"¿Y
podría saberse quién es el sabio o demonio que fizo
tal desaguisado?" —"La idea, según narran las histo¬
rias, fué del antiguo Rey de Quivira—contestó el al-
110 don quijote en yanquilandia

cai.de—; pero a estar al testimonio de antiguos perga¬


minos recién hallados, parece que el encantador o fué
Merlín o fué Fris.tón o quizás ambos a dos están de
acuerdo en el enredo". —"Cuentas pendientes tengo
con ambos—dijo D.on Quijote—y mucho habré de hol-
garme poniéndoles finiquito". —"Pero las tailes pus-
tonisas que nos han metido en esta trapisonda, ¿no
dijeron nada, señor alcaide—.preguntó Sancho—, acer¬
ca de si mi amo vencería o no en 'la contienda"?
—"Nada dijeron las pitonisas, que no pustonisas,
como erradamente decís vos, Sancho—.contestó el
alcaide—; pero se advierte por el mismo silencio que
guardaron, que si es verdad que vuestro amo puede
cobrar laureles en esta empresa, también lio es que
pudiera "pagar cara su osadía". —"Me parece bien—
dijo- Sancho—; y agora pregunto yo: ¿qué cuentas
tiene mi amo con el tal reino para sacar la cara por
él"? —"Las cuentas de mi oficio y profesión—con¬
testó Don Quijote— que son las de socorrer al que
de mi brazo necesite, así se trate de un rey o del úl¬
timo de sus vasallos; y bueno será, Sancho, que no
sigas interrumpiendo lo que dice el alcaide". —"Nada
más tengo de decir—contestó él aludido—, sino que
mañana, así que Febo asome por Oriente su rubi¬
cunda faz, vuesa merced en este punto y hora, saldrá, si
así do dispone, en s>u caballo Rocinante y seguido del
señor Panza, y tomando por la ruta de los Desafue¬
ros, así se llama, -se encontrará con enjambres
que
de enemigos hasta topar con el monstruo que cuida
del encantado reino Quivireño, trabando con él en¬
carnizada batalla hasta vencélle o ser por el mons¬
truo devorado, lo .mismo que su escudero". —"No
se hable .más del asunto— dijo Don Quijote—, que
es cosa resuelta
terminada emprender esta aven¬
y
tura, y siga entre tanto la danza y la alegría de es¬
tas fermosas .princesas, que no por lance de más o
menos habrá de nublarse el honesto regocijo de la
corte ni ponerse sobresalto en el corazón de las don¬
cellas". —"Pues ya digo—dijo Sancho—que no ha¬
brá tal aventura: lo primero, porque yo no voy a esos
desafueros así me manteen ipor segunda vez, y lo
segundo, porque nos falta Rocinante que, según
dice este señor alcaide, es persona indispensable
J. M. POLAR 111

para la pelea". —"Os engañáis, Sancho hermano—


dijo 'efl alcaide—, que Rocinante y el rucio, merced
all poder de cierto sabio que proteje a vuestro amo,
llegaron no ha mucho en una nube de fuego y están
en la caballeriza sacando el vientre de mal año".
Iba ya Sancho a argumentar de nuevo, cuando dijo
el alcaide dirigiéndose a Don Quijote: —"Si vuesa
merced no manda otra cosa, pensaremos en yantar,
Señor Don Quijote, que el trabajo y él peso de las
armas no se puede llevar sin él gobierno de las tri¬
pas como vuesa merced bien decía en cierta ocasión".
■—"Así verdad"—contestó Don Quijote. Hizo en¬
es

tonces el alcaide una seña a las doncellas, acercán¬


dose dos de éstas a Don Quijote y con toda corte¬
sía le ofrecieron la mano; el brazo dió a entreambas
el caballero, y entonces, un lacayo muy ceremonioso,
abriendo una puerta dél fondo, que era la del come¬
dor, anunció que la sopa estaba servida. Pasaron,
pues, Don Quijote y 'las dos doncellas, tomó él el
asiento que se le ofrecía, al frente sentóse él alcai¬
de y quiso Don Quijote que las dichas doncellas y
las otras damas también se sentasen, mas no lo con¬
sintieron, quedándose todas en torno de la mesa para
servir all Andante Caballero, y una de éldas, después
de darle aguamanos con mucho comedimiento, po¬
niéndole la servilleta en las rodillas, comenzó a
decir:
—"Doncellas curaban dél;
princesas del su rocino".
Agradeció mucho Don Quijote esta fineza, en tan¬
to que e'1 escudero, que estaba de mala guisa, se puso
al lado de su amo sin decir palabra, y comenzó el
servicio de potajes y de exquisitos vinos. En nada
se propasaba Don -Quijote, alternando el discurrir
con el tomar bocado o el libar un pequeño sorbo,
llevando a los labios el fino cristal de la copa. Ha¬
bló e'1 Andante Caballero de muchos y diversos tó¬
picos con tal medida y discreción,
estaban to¬ que
dos sorprendidos de su cortesanía
cultura. A los y
postres, vino a preguntar el alcaide si estaba enterado
Don Quijote de lo lejos que se hallaba de su patria
y terruño. —"Enterado, no del todo— dijo Don
Quijote—; pero bien se me alcanza que por cierto
112 don quijote en yanouilandia

desaguisado Oque no narraré al detalle por no ser


importuno) estoy en de Flandes". —"Algo
tierras
más lejos se encuentra vuesa merced"—dijo él al¬
caide. —"Posible es elllo—contestó Don Quijote—;
y mucho me placería de que el señor alcaide del
castillo me sirviera en esta ocasión de Rosa de los
Vientos". —"Lo tendré a mucha honra—contestó el
alcaide—; y para decirlo 'de una vez, sabrá el Señor
Don Quijote que éstas en que está son tierras de Yan-
quiilandia". —" Yanquilamdia—'dijo Don Quijote tra¬
tando de hacer memoria, y luego añadió: —"Pues
a fe que no menciona tal país la Cosmografía".
—"Nada tiene de extrañar esa falta de mención—ob¬
servó el alcaide—, pues en los tiempos de vuesa mer¬
ced poca o ninguna noticia, debió de haberse tenido de
Yanquilandia, que es territorio que pertenece al Mun¬
do de Américo". —"¡Al Mundo de Américo decís, se¬
ñor alcaide!"—exclamó Don Quijote—. Pues en tal
caso, se advierte, que sin darme yo cuenta, el invidio-
so Merilín, por ver de alejarme de lias Españas y aun
de la misma Europa* hízome pasar él qharco de la
Atlántida, que no es poco pasar!" —"Así es como vue¬
sa merced dice". —"Huélgome de sabello—agregó
Don Quijote—, que sobre estas tierras de América,
vulgo el Nuevo Continente, corren leyendas y fan¬
tasías dignas de la Edad de Oro y de líos tiempos le¬
gendarios". Diohas estas razones, quedóse un momen¬
to como reconcentrado Don Quijote y luego, con
reposada voz, comenzó a decir: —"Cuéntase que un
nauta aventurero que quieren decir que fué genovés,

y no tal, sino castellano, lanzóse a las bravas olas de!


mar de Atlántida, sin más poder que su valor y osa¬

día de caballero andante de los imares o, por mejor


decir, de andante piloto, que también la marina ha
contado con denodados aventureros, tales como los
de la llamada Orden de Malta. Grandes fueron, a la
verdad, los peligros de la travesía, muchos los cona¬
tos de los acongojados tripulantes por tornarse a la
lejana patria, eternos los días y más eternas las no¬
ches en la soledad del líquido elemento, sin alcanzar
a ver la ambicionada orilla; mas es fama que el es¬
forzado piloto no vaciló un punto en su denodado
afincamiento, llegando a la postre a clavar sus pen-
J. M. POLAR 113

dones (que ¡lo eran la cruz y el estandarte de Casti¬


lla) en las .playas del Nuevo Mundo ipendido allende
los mares. Agregan las historiaos, que en aquellas tie¬
rras vírgenes
hay tal fauna y tal flora, tan ricas, exu¬
berantes y variadas, que más que del mundo que
habitamos, parecen propias de arábiga leyenda; abun¬
dan en el país ¡los ricos veneros de metales precio.sos,
las perflas que deleitan con el oriente de su esmalte y
la rica pedrería esmeraldina que finge los cambiantes
y la color de la esperanza, según cantan los poetas;,
extiéndense dilatadas y fecundas las hermosas lla¬
nuras que cubre la hierba rastrera como tupida al¬
fombra de verdura; dejan paso a los ríos los hondos
valles con sus amenas florestas, sus alamedas fron¬
dosas y sus deliciosos parajes, donde las trepadoras,,
como enamoradas doncellas, se abrazan a los añosos

troncos abriendo sus campánulas de vivos y variados


matices; florecen entre el follaje, con lindos colores,
la fucia silvestre, la gallarda tuberosa y el heliotropo
perfumado; despliega allí su abanico da gentil palmera
de dulcísimo fruto, y se brindan al caminante, entre
las ramas de los árboles, la baya jugosa y exquisita,
el blanco manjar de las ananás, la crema deliciosa de
los paltos, el almibarado jugo de las piñas y el car¬
noso banano en apretados raoimos. Cruzan las agres¬
tes regiones, cordilleras cuyas cimas de petrificado'
hielo jamás holló la humana planta; ríos que se des¬
peñan cascadas estruendosas y que como enormes
en
serpientes de bruñida plata se extienden y ondulan por
miles de leguas al través de los bosques impenetra¬
bles yfecundos que tocan las nubes con el follaje sun¬
tuoso de sus árboles milenarios; y como corona y re¬
mate de tanto esplendor y maravilla, irradia el sol
de los trópicos, padre y señor de Natura, derramando
con tan profusa magnificencia la dorada cabellera de
sus rizos, que absortos los gentiles le rinden home¬
naje de su adoración como a legítimo dios y señor de
los humanos. Narran los viajeros en peregrinas histo¬
rias que en tal país hubieron dos grandes reinos, ma¬
yores y más ricos que los del viejo Oriente y que aun
los del africano Egipto; mas así que el audaz nave¬
gante pisó las playas del Nuevo Mundo, valerosos y por
mil títulos gentiles caballeros de sangre ibérica que

8
114 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

amenguaron icón su brío las proezas de los Tirantes


y los Tablantes, de los de la Tabla Redonda y de los
Pares de Francia, tomaron por su cuenta la conquis¬
ta de los sobredichos reinos, y es cosa averiguada y

finiquita que, pocos por el número y muchos por la


bizarría y el denuedo, los andantes españoles, traspo¬
niendo cordilleras, cruzando ríos, atravesando estepas
y páramos y venciendo millones de aguerridos indios,
conquistaron imperios, destronaron reyes y como gen¬
til presente ofrecieron a Su Majestad la mitad del
universo mundo".
Pasmados quedáronse todos los presentes al oir
el discurso de Don Quijote, y dijo el alcaide: —'"A la
verdad que vuesa merced es sabidor de la historia an¬
tigua de aqueste continente; mas por causa de estar
encantado, no llegó a su noticia que en país de
este
Yanquiilandia no fueron españoles, sino franceses e
ingleses los que descubrieron y conquistaron la tie¬
rra". —"Así deberá de ser—dijo Don Quijote—,
pero hispanos fueron los que marcaron la ruta y de tal
raza la gloria primera, que no el que sigue, sino el
que comienza tiene mayor merecimiento". —"Cierto y
muy cierto es lo que dice el señor Don Quijote—afir¬
mó el alcaide—, y para nueva y más alta honra de la
raza, es vuesa merced, el mayor hidalgo de la Iberia,
el llamado a desencantar el reino de Quivira, embru¬
jado por malignos encantadores y por sabios perver¬
tidos". "Pronto estoy para tal empresa—'dijo Don
Quijote—, que justo y muy justo es que un aventurero
español dé felice termino y remate a lo que hicieran
en la Edad de Hierro ¡los Pizarro, los Soto y los Cor¬
tés". —"¿Y no querría vuesa merced—(preguntó el al¬
caide—saber la fecha y el año en que nos encontra¬
mos?"—Cualquiera fecha es buena si se le puede hon¬
rar con un hecho memorable—dijo Don Quijote'—.
Pero me placería que vuesa merced fuese servido de
informarse del día y del año que reza el calendario".
—"El día es domingo, el mes el de junio y el año él
de mil novecientos y tantos". —"Según eso—¡dijo Don
Quijote sin manifestar sorpresa—son corridos algunos
años y siglos de estar yo encantado". •—"Así es la
verdad"—repuso el alcaide, y luego de una pausa,
agregó Don Quijote: —"Huólgome en gran manera,
J. M. POLAR 115

señor alcaide, de volver en el siglo vigésimo y en


aquestas tierras americanas, según lo que vuesa mer¬
ced afirma, a dar nueva muestra de la Andante Caba¬
llería, pues se del año uno o del año mil, bien
trate
de la virgen América o de la vieja Europa, está llama¬
da a reformar el mundo la ya dicha Orden, condu¬
ciendo a (la humana especie por el sendero de la hon¬
ra y de la justicia, que es el que a Dios conduce
y que
es fuerza seguir, así se aponga a ello el mismo demo¬

nio, que se opondrá seguramente, como se opone el


.mal al bien, el vicio a la virtud y a la verdad la
mentira. Y no porque se oscurezca el mérito en ocasio¬
nes transitorias ni porque se sobreponga la corrup¬
ción o imperen la bellaquería o la bajeza habrá aquél
de amilanarse, pues al fin y a la postre irán las cosas
por donde deben de ir y la virtud tendrá su galardón.
Este es, pues, el motivo, señor alcaide, de que no me
sorprenda ni maraville de ¡haber vivido siglos encan¬
tado, que el impío Merlín no podía prevalecer, como
no prevalecido, contra las designios del Alto Cielo
ha
que me devuelve la libertd para muchas y grandes co¬
sas que la Divina Providencia tiene dispuestas en
esta dichosa edad del vigésimo siglo de nuestra era".
Con esto levantáronse de la mesa y pasaron a los
salones con el mismo ceremonial y cortesía de antes,
y dispuso el alcaide que las dueñas llevasen a San¬
cho al comedor de las pajes y escuderos para servirle
la cena, cosa que Sancho aceptó del mejor gusto a
pesar de su recelo con las dueñas, pues el olor de las
viandas que le sirvieron a Don Quijote le había abier¬
to el apetito más de lo acostumbrado.
CAPITULO XVII

Que trata de la sabrosa plática que tuvo Sancho con


la servidumbre del castillo y de lo que después discu¬
rrieron el amo y el mozo

Rodearon a Sancho los de la servidumbre, ansio¬


sos de oir los donaires del escudero, el cual empezó
por decirles: —"Ténganse vuesas mercedes y dejen ha¬
cer por la vida, que si quieren palique, 'lo tendremos,
pero que antes vengan los patajes, que, según el olor-
cilla que despiden, son de mucha substancia y gusto".
Calláronse todos, haciéndose señas y conteniendo la
risa, y empezó Sancho a sustentarse muy a su sabor,
ponderando a cada plato el condimento y el buen aliño
de los manjares. El maestresala, por tirarle de la len¬
gua, servíale de diversos vinos que el buen escudero
tomaba con medida, porque aunque devoto del trago,
no era persona que gustase de la ebriedad; y como
una de las dueñas le invitase con escogidas palabras
a repetirlas libaciones, dijo de esta manera: —"Basta

de vinos, mi señora doña Rodríguez, que aunque son


muy regalados en la color y el sabor, podrían subirse
al pulpito y hablase yo ¡más de Ja cuenta".
Largo de una hora estuvo Sancho gozando los pla¬
ceres de la mesa, pero desde la mitad, saciado el pri¬

mer apetito, se puso a discurrir con jovial humor, así


con el maestresala como con las dueñas y los mozos.

Lo primero fué e'1 preguntar acerca de Jas costumbres


quivireñas, y como se Jas refiriesen muy en concreto,
sazonólas el buen Panza con agudos dichos y refranes
oportunos, trayendo después a cuenta las aventuras
de antaño y gozándose en recordarlas como sus tiem¬
pos felices, con lo cual recibían mucho gusto todos
los que le escuc,haban. Aprovechó la ocasión el maes¬
tresala, por tratarse de aventuras, para preguntarle
que qué creía en punto a la del desencantamento del
reino de Quivira, y contestóle Sancho: —"Pues si mi
amo emprende tal aventura (que
la emprenderá, por¬
que él no se para en barras), ya verán vuesas merce¬
des unas hazañas que no se cuentan iguales de ningún
J. M. POLAR 117

andante nacido de mujer". —"Y no sólo las de vues¬


troamo hemos de ver—dijo el maestresala—, sí que
también las vuestras, señor escudero". —"En eso no
estamos conformes—repuso Sancho—, porque para ha¬
zañas, basta con las de mi amo, que mientras que él
saca la procesión, yo lo que hago es repicar y no se
puede repicar y andar en la procesión". —"Eso no
podrá ser—argüyó el maestresala—, ipues, según dije¬
ron las
pitonisas, el escudero también tomará parte en
la pelea". —"Bien se ve, señor maestresala—afirmó
Sancho—, que ni vuesa merced ni esas tales que ya
me van sacando joroba saben las cosas de caballería,

pues si lo supiesen, no vendrían agora con meterme a


mí .en la danza. Persona pacífica
soy y no ningún bu¬
llanguero ni pleitista, ley de buen vecino y de
pues a
labrador honrado me gusta vivir como Dios manda,
sin entrometerme en lo que no me conviene y menos
en aventuras y desafueros propios de gente movida y

que tiene flojos los tornillos de la sesera. A otro perro


con hueso, señor maestresala, que más sabe el loco
ese
en su que el cuerdo en la ajena". —"Mal me
casa

saben esas razones—dijo a este punto la dueña a la


que el escudero le llamaba doña Rodríguez—, pues se¬
gún lo que vos decís, hermano Sancho, vuestro amo
es loco o poco menos y vos sobrado bellaco puesto
que le seguís el humor de las aventuras sin correr
ningún riesgo". —"No hay tales carneros—.contestó
Sancho—; que lo que en mi amo es valentía y genti¬
leza, en mí había de ser necedad y falta de juicio, pues
sabrán vuesas mercedes (si es que lo ignoran) que
Dios nos ha echado al mundo a unos para tratar
de compon ello, y entre esos está mi amo, y a otros
para seguir sus pragmáticas y disfrutar del buen vi¬
vir si a mano viene, y entre esos estoy yo que ni
ofendo a nadie, ni compongo ni descompongo, ni le
busco tres pies al gato ni he de salir a diez de últimas
con sacar la cara por el cochino reino de Quivira, así

esté encantado o deje de estarlo y así las menguadas


pusitonisas digan dejen de decir lo que se les antoje
o
acerca de mi persona que no es
ningún juguete de se¬
mejantes .mujerzuélas. Por lo que toca a que mi amo
sea loco, no lo niego ni puedo negarlo, porque le he
visto hacer tales desatinos y atrevimientos que sobre-
118 DON quijote en yanquilandia

pasan a la misma insensatez; pero a las veces también


es cuerdo y tan cuerdo que no hay como él para hacer
juiciosa hasta la misma locura,
a lo que dice es
pues
tan equitativo y enconciento- y lo hace es tan aco¬
que
modado a se examina, sus más
lo que dice, que si bien
acabados desatinos resultan al fin y al cabo atinados
y juiciosos en extremo. Y qué decir de su valentía
sino que no hay quien la iguale, y de la honestidad
de su enamoramiento por la Señora Dulcinea, y de
su buena crianza y gentileza, y de su equidad y .compa¬
sión con infelices y menesterosos, que, si no fuese
por la afición a las pendencias y altercados, más que
caballero andante, pareciera mi amo santo aventu¬
rero. En resolución, sepan vuesa's mercedes que ha¬
bían de darse con una piedra en los dientes (con per¬
dón sea dicho) por tener en estos reinos a mi señor
Don Quijote de la Mancha, que es la flor de la caba¬
llería, el espejo de la honestidad, el azote de los be¬
llacos y de los malandrines, el dechado de la cordura
y el loco más desaforado que jamás se haya visto".
Con palmadas y vocerío recibieron todos el discur¬
so de Sancho, y dijo el maestresala: —"A da verdad,
señor escudero, que os habédeis hecho tan docto en
el hablar que cualquiera diría que sois graduado por
Salamanca a Sigüenza, y luego de otros, bien se os
podía llamar el bachiller Sancho Panza". —"Nada de
extrañar tendría eso—contestó el aludido—, que el há¬
bito hace el monje y que lo que natura da, Sala¬
no
manca no presta y que bajo una mala capa se escon¬

de un buen bebedor". —"Así es como vos decís:—dijo


él maestresala—, pero volviendo a lo que antes di¬
jisteis, no se me alcanza el cómo, siendo loco vuestro
amo, pueda a las veces ser cuerdo, que es como quien
dice juicioso sin juicio, y mucha merced nos hiciéra-
des explicando esta sinrazón". —"Pues ahí está el
toque—(contestó Sancho—, que de no ser así, ninguna
gracia tendría mi amo y mal podría alcanzar la fama
y nombradla de que goza en toda la Mancha y aun en
él mundo entero, a punto de que sus hechos y sus
dichos andan impresos en Letra de molde para asom¬
bro y regocijo de doctos y de indoctos. A mi ver, esto
de la locura de mi amo es como quien dice la razón de
la sinrazón, pues siendo él el mayor de los cuerdos,
J. M. POLAR 119

resulta el más acabado de los locos. Y si no, díganme


vuesas mercedes, ¿dice o hace algo mi amo contrario
a la justicia y buen gobierno? No, sino que sufre gol¬

pes y palos, hambres y maltratos, fríos y calores, des¬


velos y penitencias, todo por ver de acorrer a los ne¬
cesitados y enderezar los tuertos. Pues digo yo
que esto no es locura por más que sea desatino, y no
sólo lo digo, sí que también doy prueba de que lo
creo, pues siendo yo cuerdo y de no poco sentido en
esto del vivir (aunque me esté mal el decirlo), ando y
andaré detrás de mi amo así se le moteje de insensata
y descalabrado y así me lo parezca a mí también mu¬
chas veces". —"Ninguna prueba es la que vos decís,
hermano Sancho—argüyó el maestresala—, pues bien
se advierte que si no .hubieran de por medio la ínsula

famosa y las muchas mercedes prometidas, harto se


cuidara el escudero de salir de la Mancha y de seguir
al Señor Don Quijote". —"No digo que no, ni digo
que sí—contestó Sancho-—; pero vamos a cuentas,
señor licenciado (que tal me parece vuesa merced se¬
gún es de inquisidor y remolón). Que siga yo a mi
amo por ver de parar en gobernador de una ínsula
o
señorío, es mucha verdad; pero ¿a -qué está uno? Mi
amo me ofrece él donativo y bobo fu-era yo si me am
duviese con repulgos, que a la muía regalada no se
le .mira el diente y cuando te ofrezcan la cabrilla, ocu¬
rre con la soguilla. Pero sabrá también vuesa merced

cómo es mucha ver-dad que le he tomado tal ley a mi


amo, que, con ínsula o sin ella, con dádivas o sin re¬
muneración, había yo de seguirle hasta el cabo del
mundo, pues a escudero fiel y desinteresado y a buen
servidor no hay quién m-e iguale -en mil leguas a la re¬
donda; a tal extremo, que si mi señor Don Quijote,
vulgo él Caballero" de lia Triste Figura, es el primero
y más famoso de los andantes, Sancho Panza es la
flor de los escuderos de que hacen mención las histo¬
rias. Así, amo y mozo, tal para -cual, estamos tan bien
avenidos, que no podemos vi-vir él uno sin el otro y
vamos por esos mundos en buena paz y compañía. El
atiende a las pendencias, yo voy a las resultas; él no-
gasta miedos ni yo valentías; a él le importan una
higa la hacienda y los dineros, a mi me place disfrutar
de la una y -no me estorban los otros; y así, siendo -mi
120 don quijote en yanquilandia

amo tal como es y yo como Dios ha hecho, y jun¬


me
tándonos nuestra buena o malafortuna, cada cual
toma su paute: la de la honra para él y da de las mer¬
cedes más positivas para su escudero
No habrían acabado en toda la noche los comenta¬
rios de Sancho viéndose tan bien oído por todos los
.presentes, si es que el maestresala no advirtiera que era
ya avanzada la hora. —"Y tan avanzada—(dijo Sancho
—que luego al punto se servirá vuesa merced de lle¬
varme donde mi amo, que primero es la obligación
que la devoción y el que tiene tienda que atienda y
quien tiene oficio tiene beneficio". Dichas estas razo¬
nes, levantóse Sancho de la mesa despidiéndose de
dueñas y de mozos con cabezadas y saludos de cor¬
tesía, que el buen comer y el buen trato enseñan buena
crianza, y conducido por el maestresala, fuese donde
Don Quijote que estaba ya retirado en una lujosa alco¬
ba y que a la sazón parecía como ensimismado en sus
imaginaciones. Al ver entrar a su escudero, díjole con
mal talante: —"¿Es posible que así te entregues al
regalo y a la holgura cuando estamos en vísperas de
tan descomunal empresa?" —"Vuesa merced—contes¬
tó Sancho—me ha enseñado a ser cortés y bien mira¬
do, y siguiendo tal enseñanza, malí podría despreciar
las mercedes y el agasajo que en este castillo se nos
brindan, fuera de que no por mucho madrugar se
amanece más temprano y de que quien llega a tiempo
no llega tarde, que es como si dijéramos no va atrás
quien va a las ancas". —"Basta de refranes—dijo Don
Quijote—, que no con dichos y patas de banco ha¬
bremos de prepararnos para tal lance y aventura como
la que es fuerza que emprendamos así que raye la
matutina aurora". —"¡Voto a tal!—dijo Sancho—que
no veo yo no digamos la fuerza, pero ni siquiera el
motivo de comprarnos este pleito, tanto más cuanto
que tengo barruntos de que en el llamado encanta¬
mento del reino de Mentira hay moros en la costa".
—"Bien se advierte—observó Don Quijote—que de
puro bellaco y taimado truecas los vocablos y que con
suspicacias de palurdo y miedos de villano tratas de
inducirme a la desconfianza que es madre de la co¬
bardía. ¡A buena parte vienes! Que el reino de Qui-
vira, y no de Mentira, está encantado, es tan cierto
J. M. POLAR 121

y positivo, que presto habrás de ver su desencanta¬


mento como los oráculos lo tienen predicho; y por lo
que toca a los ni cristianos los
moros, no son monos
que habitan aquestas remotas tierras, sino gentiles,
ignorantes de la fe y por ende entregados a la ido¬
latría y faltos de las luces del entendimiento y de las
normas de la moral; de modo que, después de desen¬

cantados-, habrá que doctrinallos como es debido, ins¬


truyéndolos a su tiempo en las humanas letras".
—"Así será cuando vuesa merced lo dice—repuso
Sancho—, pero estos gentiles, según los vamos cono¬
ciendo, se me antoja
tienen más de bellacos que
que
de encantados. Gordos y contentos los veo yo y hasta
suspicaces y amigos de burlas, y a mi entender, los
encantados no son de tal guisa ni apariencia, sino
que, por el contrario, deberán de estar tristes y flacos
como penitentes arrepentidos en Jueves Santo. Vea,
pues, vuesa merced, que a mi no me meten los dedos
a la boca porque ipara muestra basta un botón y por
el hilo se saca el ovillo". "Nada de extrañar tiene que
así discurras—'dijo Don Quijote—por aquello de que
el ladrón cree que todos son de su condición; pero
sabrás, malpensado escudero, que esta gente indocta,
como lo son todos los gentiles, es a las veces sencilla,

y que si peca de torpe, no peca de bellaca y menos es¬


tando como está envuelta en el caliginoso sueño del
encantamento". —"Todas esas, mi señor nuestramo—
observó Sancho—, me parecen a mí aleluyas, porque
estos tales encantados (ya que vuesa merced quiere
que lo estén) veo lo que comen y beben, conversan
y se ríen muy a su sabor y están tan metidos en car¬
nes, con tan buenos colores y tan entregados al ma¬
terialismo del vivir, que no sería hacerles merced, sino
agravio, con sacarlos del sueño calcinoso de que dis-'
frutan con tanta holgura y contento". —"¡No calci¬
noso sino caliginoso habías de decir—corrigió Don
Quijote—; y por lo que hace al regallo en que viven
estas gentes, sabrás que es pura apariencia y ficción
y por ende cosa de mentira y engaño, y la mentira,
tarde o temprano, acaba en mal por ser hija del de¬
monio". —"Todo puede ser—repuso Sancho—; pero
yo he oído decir muchas veces que eil toque de ser
feliz está en crerlo aunque uno no lo sea, que si la
122 DON quijote en yanquilandia

verdad amarga, preferible es la mentira que endulza,


y anide caliente y ríase lia gente". —"Sofisma y fal¬
yo
sedad es lo que dices—idijo s ente n ci os amente Don
Quijote—, pues si en ocasiones la vendad amarga y
mortifica, es semejante a la acibarada melecina que
cura el mal y a la postre da salud y contento; más la
flaca naturaleza es tan miserable y tan propensa al
extravío, que prefiere muqhas veces el dulce y disi¬
mulado veneno de la mentira que trae consigo dolor
y remordimiento, en tanto que la vendad engendra la
paz del espíritu que es la única bonanza que puede
ambicionar el hombre en este su paso por la tierra.
Muchos son los que se .engañan a sí mismos, muchos
los que engañan o pretenden engañar a sus semejan¬
tes, y unos y otros no son sino insensatos o perver¬
tidos que labran su propia ruina, ponqué la ficción
pasa y la verdad perdura. Así el mancebo licencioso
que-se deleita con el placer de los vicios, el viejo que
se entrega a los goces juveniles olvidando la carga de
los años, el pobre que luce boato por vanidad, el rico
que finge estnecheza por avaricia, el indocto que con
disimulos y artimañas aparenta la sabiduría; el que
llega a las altas dignidades dejándose la propia en el
camino; toda la caterva de engañados y disimuladores,
que los hay de mil variadas especies, si buscaron aven¬
tura egoísta, sólo hallan en conclusión infelicidad y
malandanza, pues tarde o temprano la verdad se abre
paso y el que creyó engañar a los demás o se engañó
a sí mismo, acaba por convencerse de que ha sido un
loco o alucinado que recoge el menosprecio de sus
semejantes y aún de su propia conciencia". —"Que me
perdone mi amo si no me doy por convencido con
una arenga tan larga—dijo Sancho—;
pero obras son
'amores y no buenas razones, y yo creo que sin meter¬
nos en tantas moralejas, más vale lo mallo conocido

que lo bueno por conocer, y que si yo fuese de estos


encantados de este reino, mucho me cuidara de de¬
cirle a vuesa merced que se fuera con la música a otra

parte y que nos dejara vivir en paz y concordia, así


sea la mayor de las mentiras la
holgura y el bienestar
de que en este dichoso reino se disfruta". —"Bien
se ve que estás pegado a la tierra
y que vives del pre¬
sente sin pensar en el porvenir ni en los humanos des-
J. M. POLAR 123

tinos"—afirmó enfáticamente Don Quijote. —"Cierto


y positivo es lomerced dice—contestó San¬
que vuesa
cho—, sobre todo en lo que toca a los humanos desti¬
nos, que no es cosa de mi oficio. Pero a todas éstas,
me parece que debe de ser ya la .medianoche y bueno

sería que durmiésemos, .que aunque mañana nos mue¬


lan en la aventura, mientras el ipaflo va y viene, el
cuerpo descansa". Convino Don Quijote en recoger¬
se, acostóse Sancho en seguida y se durmió como un
bendito; pero su amo, entusiasmado y gozoso con las
muchas fantasías que le andaban por la mollera ape¬
nas si pegó los ojos en toda la noche.

CAPITULO XVIII

Que trata de la salida que hizo Don Quijote para

desencantar el reino de Quivira y de las maravillas


del Bosque Sagrado, con otros sucesos que no pueden
dejar de mencionarse
No bien derramó el sol por el ancho espacio la abun¬
dante cabellera de sus dorados rizos, y las pintadas
avecillas, saltando de rama en rama, saludaron el ama¬
necer con ¡la concertada música de sus trinos y gor¬
jeos, y los rebaños, saliendo de las alquerías, se derra¬
maron de loma en loma y de prado en prado, y el
humo de las chimeneas, en graciosas espirales, fué a
perderse en él matutino cielo,
y los honrados labra¬
dores y los modestos obreros acudieron solícitos a la
cuotidiana labor para ganarse el sustento, cuando Don
Quijote, armado de todas armas, caballero en Roci¬
nante, seguido de Sancho y más gozoso y satisfecho
que en la ocasión aquella en que por vez primera cru¬
zara el .campo de Montiel, salió del chalet que el ima¬

ginaba ser el primer fortín o castillejo del encantado


reino de Quivira. Dueñas y doncellas, hidalgos y pe¬
cheros, según él pensaba que lo fuesen todas aque-
124 don quijote en yanquilandia

lias gentes que estaban aleccionadas para hacer sus


papeles la ingeniosa farsa urdida por el Tío Sa¬
en
muel, rodeaba a nuestro hidalgo haciendo grandes
ponderaciones y rogándole con todo ahinco que por la
Orden de Caballería y por la Señora Dulcinea del
Toboso viese de coronar la nueva y más descomunal
aventura de su peregrina historia, desencantando con
e¡l vigor de su invencible brazo al ya dicho Reino Qui-
vireño. Aquietábalos don Quijote con tranquilo gesto,
y poco gustoso de oír las alabanzas que de su persona
hacían a voces todos los presentes, dijo de esta ma¬
nera: —"Señoras y señores: guardad en vuestros pe¬
chos los encarecimientos con que celebráis mi perso¬
na, quela aventura que me pedís está por comen¬
zar y aunque habré de dalle fin como es debido,
que,
no habrá en ello más favor ni servicio que aquel a
que estoy obligado según las leyes de la Andante Ca¬
ballería que profeso". Así diciendo, despidióse del al¬
caide que, postrado en tierra, le besó la mano con
muchas humillaciones de cabeza, y luego al punto, con
aire sosegado y gentil continente, partióse a medio
trote, acompañado de su escudero y de un heraldo ri¬
camente vestido que, según dijo el alcaide, había de
servirle de guía hasta encontrar la estrecha senda que
all encantado reino conducía; en tanto que la supuesta
servidumbre del castillo quedaba alborotada y levan¬
tando las manos como si echara bendiciones a'l gallar¬
do manchego.
Iban en silencio los tres caminantes, cada uno ocu¬
pado de sus pensamientos, risueños los de Don
Quijote, funestos los de Sancho y curiosos los del he¬
raldo; y después de andar cosa de un tercio de legua
castellana, llegaron a un camino de los que llaman fe¬
rroviarios, el cual camino se entraba en tupido bosque
de cedros corpulentos, pinos esbeltos y gigantescos
álamos. Así que llegaron, dijo el heraldo señalando la
derecha línea que formaban los dos rieles de pulido
acero: —"Aquesta es 'la ruta temerosa que habrá de
seguir la vuestra grandeza, Señor Don Quijote de la
Mancha, para dar fin y remate a lia más desaforada
aventura que en este punto y hora es servido de aco¬
meter. Demonios y hechiceros, endriagos y vesti¬
glos que guardan esta selva impenetrable pondrán a
J. M. POLAR 125

prueba la vuestra osadía y ardimiento, y mucho será


si en los primeros asaltos, no dan al traste con la vues¬
tra gentileza". —"Idos tranquilo, señor heraldo—'dijo
Don Quijote—, que ni tales peligros ni otros mayores
alcanzarían a doblegar mi ánimo acostumbrado a toda
suerte de lances y peleas". Con esto, descabalgó el he¬
raldo y viniendo donde Don Quijote, hincóse de rodi¬
llas, dióle la bendición el caballero, cabalgó de nuevo
el heraldo y volvióse por donde vino, quedando solos
en medio de :1a línea el amo y el mozo, en tanto que
el ya dicho heraldo se alejaba al galope de su ca¬
ballería.
Sin vacilar un punto, guió Don Quijote por la línea
entrándose así en él bosque que la sombreaba; siguió¬
lo Sancho muy a su pesar y procurando no ir tan
aprisa, mas no bien anduvieron trescientas varas, con¬
vencido el mozo de que no podía contener el trotecillo
dél rucio que se empeñaba en ir a la par de Roci¬
nante, detuvo a su amo con grandes voces; volvióse
Don Quijote y le dijo: —"¡Loado sea Dios que al fin
hablaste, pues ya creía
te habías vuelto mudo, y
que
andar callado contra tucostumbre, parecíame de mal
agüero". —"Sí, para -hatear estamos—'dijo Sancho al
que el miedo habíale quitado el uso de la palabra—.
Vea vuesa merced lo que hace, que así, de buenas a
primeras, meterse en este bosque endemoniado y por
entre estos fierras que deben de ser alguna trampa,
no esvalor, sino temeridad, pues quien ama el peli¬
gro él perece, y por lo que a mí toca, no seguiré
en
en esta descomulgada aventura a menos que me lleven

mancornado y con mordaza, pues alborotaré más que


■los cochinos que llevan al matadero". —"¿Qué estás
diciendo ahí, impío, menguado y más que menguado
escudero?—vociferó Don Quijote—. ¿No oíste acaso
lo que dijo el sabio Caroniano de que los oráculos ha¬
bían predicho que era menester tu presencia en este
lance y que 110 por la ruindad de tu miedo había de
quedar encantado un tan famoso reino como el que
llaman de Quivira?" —"¡Ahí me las den todas!—con¬
testó Sancho—. ¿Quién me ha nombrado a mí de¬
fensor de menores y desencantador de un tal reino de
mamarracho? ¿Soy su hijo, su abuelo o siquiera su
panaguado? Pues no hay^más, sino que se le ocurra
126 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

al muy peine de un señor oráculo y a las buenas pé¬


coras de doñas pitonisas que él buen Sancho Panza,

sin comerilo ni beb etilo, deje sus huesos en éste o en el


otro desaguisado Sancho les obedezca. ¡No
para que
en mis días! Que me metan los dedos a la boca y
verán si no muerdo. ¡Váyanse en mala hora todos los
embustes de éste y de todos los cochinos reinos en¬
cantados y por encantarse que hayan en el mundo,
que algo tiene el agua cuando la bendicen y que no
será el hijo de mi madre tan bobo que vaya a exponer
su cuero y el de su pollino por semejantes sandeces".

Reprimió Don Quijote su natural indignación al oir


a Sancho, y dijo: —'"Si no fuera por la solemnidad y

grandeza de aqueste celebérrimo momento en él cual


está pronosticado que habré de coronar la más alta
empresa en bien de la humanidad y en aumento de mi
honra, caro habías de pagar lo que has dicho, femen¬
tido escudero. ¿Cómo la ruindad de tu cacumen, tu
mísera condición de villano majagranzas podrían ser
óbice para tan altos fines? Quiso él destino (como
pasa en muchos lances y 'sucesos de extremada tras¬
cendencia) poner tu ruindad al servicio de la causa del
bien y de la justicia; y así te me rebeles, así des co¬
ces contra él aguijón, habrás de servir, aún sin enten¬

derlos, los preclaros móviles de la Andante Caballe¬


ría". Al oir a su amo tan exaltado y colérico, conven¬
cióse Sancho de que por malas no conseguiría su pro¬
pósito y valido de su natural marrullería, trató de se¬
ducir a Don Quijote y dijo: —"Por lo que entiendo,
vuesa merced se hace cargo que yo soy buey y que

tengo de sin saber cómo ni cómo no. No me


arar
opondré a ello,
que la suerte del que sirve es obede¬
cer y no gobernar; pero no se acalore vuesa merced
que habremos de entendernos, pues todo, sino es la
muerte, tiene remedio en este mundo. Observe mi
Señor Don Quijote que aquí estamos los dos solos,
que nadie nos ve y que a estos parajes, por ser encan¬
tados, no llega ningún caminante ni de día ni de no-
ohe. Pues digo yo, ¿quién nos impide descansar una
buena pieza y luego volvernos por donde vinimos y
contarles allá, a las gentes del castillo, que hemos to¬
pado con millares de gigantes y vestiglos y que vuesa
merced los ha vencido a todos en un dos por tres y
J. M. POLAR 127

que yohe hecho tales atrevimientos con escuderos y


servidores que no he dejado uno ni por remedio? Ya
verá vuesa merced «qué cosas las que contamos. No
tengo yo poca inventiva y a buen seguro que me dejo
muy por debajo todos aquellos embustes y maravillas
de la cueva de Montesinos y de los encantamentos de
mi Señora Dulcinea". Iba ya ¡a contestar Don Quijote,
cuando a entrambos lados del bosque, primero de uno
en uno y después por centenares, como si brotasen
de la tierra, apareció multitud de enmascarados dan¬
do saltos y gritos como de demonios escapados del
infierno, los cuales aunque no se acercaban mucho a
los dos caminantes, les tomaron la retaguardia como
suele decirse, al m'isimo tiempo que salió de enmedio
del bosque una voz hueca y destemplada que decía:
—-"¡Avanza, caballero, y no vaciles, que son grandes
las cosas que te esperan en esta encantada selva; y que
avance también el escudero si quiere morir en las
no

garras de esos malignos diablos". —"¿Oyes, Sancho,


lo que esa voz dice?"—"dijo Don Quijote. —"Sí, oigo"
—'dijo Sancho, y a lo único que atinó fué a acercarse
a su amo lo más que pudo; éste, deteniendo a Roci¬

nante, volvióse a los demonios y Ies dijo: —"No sé a


qué vienen tantas morisquetas, pero si de amedren¬
tarme se trata, buena la hubisteis a fe mía, que así
seáis gnomos salidos de las entrañas de la tierra o
diablos escapados del profundo averno, buenos está-
bais para hacer el coco a los chiquillos, mas no para
atemorizar a un andante caballero. ¡Acercáos pues,
y veréis quién fuye de quién, impertinentes malandri¬
nes!" Chillaron los tales al oir
a Don Quijote, y como

ninguno diese muestras de acercarse, siguió su camino


ell hidalgo con sosegada parsimonia y dijo a Sancho:
—"Si todos los encuentros de esta aventura y empre¬
sa son como él de estos gnomos, poco mérito habrá
en acometella. Vé, pues, de animarte, Sancho amigo,

que tu garrulería y tus refranes sabrían bien en esta


ocasión—"¿Ves, Pedro, cómo estamos y te echas a
cortar orejas?—dijo el escudero—. Mucha gana tengo
yo de andar en charlas cuando ya no tenemos ni por
dónde escapar. Vuesa merced podrá estar todo lo con¬
tento que quiera, pero venirme.a mí con que me ponga
a refranear siendo así que no me llega la camisa al
12s don quijote en yanouilandia

cuerpo, es como si dijéramos a tu gusto muía y le da¬


ban de palos".
Así discurriendo, poco trecho avanzaron por la línea
nuestros dos aventureros, cuando comenzaron a apa¬
recer por entre los árboles del bosque no ya los demo¬
nios que tanto miedo dieron a Sancho, sino hermosas
mujeres, vestidas de sutiles gasas, con las cabelleras
esparcidas y adornos de heléchos y de silvestres flo¬
res. Seguían a las dichas mujeres, hombres con cor¬
namentas de cabros en la cabeza y medio vestidos
con pieles de los mismos animales; simulando, así los

unos como las otras, divinidades del bosque al estilo

de la antigüedad pagana, detalle que pareció ser muy


de gusto en el plan urdido por el Tío Samuel. Viólos
Don Quijote y deteniendo su caballo, dijo de esita ma¬
nera: —"Observa, Sancho amigo, cómo no son fan¬
tasía, sino cosa de mucha verdad las helénicas leyen¬
das, pues a,hí puedes contemplar las bellas ninfas, las
tentadoras nereidas y das gentiles náyades, hijas de los
bosques armoniosos, de los mansos ríos y de las fuen¬
tes cristalinas. Y nota cómo van en pos de ellas los
sátiros lujuriosos y más lascivos que los cabros y el
esbelto fauno, gentil y voluptuoso como mancebillo
enamorado y de caliente sangre". Complacíase Don
Quijote en gran manera con el singular espectáculo
que ante su vista se ofrecía y él mismo Sancho olvi¬
dóse de sus anteriores congojas y se quedó como
embobado mirando el ir y venir de las damas y los
mozos que en graciosos escarceos alegraban él bos¬
que simulando las escenas mitológicas con mucho pri¬
mor y artificio. —"Cosa nunca vista es esta—dijo San¬
cho lleno de admiración—; pero a mi parecer estas
señoras con esos nombres de pilla que vuesa merced
ha dicho y que yo no he entendido, son sobrado des¬
honestas, pues están menos que en enaguas y no tienen
el menor miramiento de enseñarnos lo que la decencia
y el natural recato quieren que esté oculto. Y ¿qué
decir de esos hombres de los
que las per¬
cuernos

siguen y que machos cabríos, y de esos mu¬


parecen
chachos descarados y maliciosos, sino que son unos
putos, sin asomos de vergüenza, a tal extremo que
si la Santa Inquisición se diese por aquí un paseíto,
había de escarmentarlos con un auto de fe de esos
J. M. POLAR 129

que ponen la carne de gallina?" —"Razón tuvieras


en tus comentarios—'dijo Don Quijote—si no se tra¬
tara solamente de símbolos que representan en for¬
ma artística las tendencias de nuestra flaca natura¬
leza. Cierto es que la honestidad no sale muy bien
librada en este espectáculo; ipero ten cuenta que los
seres que aquí vemos no lo son de carne y hueso,
sino solamente representaciones o divinidades de las
selvas". —"¿Que no son de carne?—exclamó San¬
cho—. Pues lo que es de viernes lo son menos, y
según el aspecto y el andar en paños menores, bien
se deja conocer que de lo que tratan es del sexto
mandamiento, que es como quien dice pecado con¬
tra la carne". —"Así es la apariencia—dijo Don Qui¬

jote—; pero el velo del arte es de tal primor y her¬


mosura, que cubre las desnudeces y presta a la misma
voluptuosidad arrobador encanto. La malicia está en
tus ojos, que no en estas escenas que estamos vien¬

do, pues si bien se examina, ell natural instinto de


la carne que obedece a la universal ley de la procrea¬
ción de las especies, se torna hermoso y hasta espi¬
ritual cuando la juventud,- el amor y la belleza le
otorgan sus dones y la poesía lo enaltece". —"Poco
se me alcanzan esos floreos—dijo Sanqho—, mas es
lo cierto que la deshonestidad de estas gentes dice
bien claro que el enemigo, quiero decir el diablo, debe
de andar cerca y que no parece sino que fuésemos
por el camino del infierno, pues como vuesa merced
bien sabe, el tal camino es anicho y regocijado sobre
todo en esto de barraganas, amancebamientos y ra¬
merías desvergonzadas como las que aquí se ven".
—"Estás, Sancho, profanando con tu moral de be¬
llaco indocto la belleza que sirve de salaz y regoci¬
jo a los más claros ingenias del arte poético y mito¬
lógico. Sábete que no hay aquí ni barraganas ni
amancebamientos y que lo que llamas ramería des¬
vergonzada, es el espectáculo de un bosque mitoló¬
gico consagrado al amor y a los placeres". —"Así
será cuando vuesa merced lo dice—idijo Sancho—
pero dé gracias mi amo a estar ya algo maduro y fla¬
co v amojamado de añadidura y yo las doy a mi con¬

dición de hombre prudente y no nada lujurioso, pues

9
130 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

de no ser así, ya estábamos metidos en la danza bai¬


lando en cueros como esos machos cabríos".
PaSO a paso iban las dos caballerías mientras ha¬
blaban así Don Quijote y su escudero, cuando de sú¬
bito quedaron sorprendidos el amo y /el mozo con un
grande estruendo que dell interior dell bosque venía,
el cuál estruendo era causado por una descarga que
hacían a un tiempo mismo muchos cañones de Krupp
y de otros modernos sistemas, pero no con bala, sino
sólo con pólvora y con el fin y propósito de ame¬
drentar a Don Quijote. —"¡Santa Bárbara bendita!
—dijo Sancho al oír la descarga— ¡Rayos y truenos
y sin que se vean nubes!... ¡Castigo del cielo es este
a causa del descaro y la lujuria de estas gentes con¬

denadas y vamos a pagar justos por pecadores!"


—"¡Qué rayos ni qué truenos!—exclamó Don Qui¬
jote—. Si el oído no me engaña, el tal estruendo no
es más que una descarga de fálconetes, lo que quiere
decir que tenemos cerca un ejército y que va a empe¬
zar la batalla". Acabóse de espantar el pobre San¬
cho con lo que decía su amo y más cuando vió que
las divinidades del bosque, como las llamaba Don
Quijote, huían también pavorizadas, y luego, como
el pollino no obedeciese el freno, tiróse al suelo y
trató de escapar a la carrera; pero en tal punto y hora
sucedió lo que se verá más adelante.

CAPITULO XIX

Donde se refiere la batalla que tuvo Don Quijote con

un poderoso ejército y se da cuenta y razón de otros


sucesos de mucha trascendencia en el curso de esta
verídica historia

^Grandes encarecimientos hace Cide Hamete Be-


nengeli al llegar a este punto de la historia de Don
J. M. POLAR 131

Quijote, y se advierte que guiada su pluma por el


natural entusiasmo que 'le inspiraba el andante caba¬
llero, trazó tan apriesa los signos arábigos con que
el narrador escrebía, ha sido menester consultar
que
calígrafos y peritos para poner en claro, si no el todo,
al menos lo más substancial y de mayor interés de
esta parte de nuestro relato^Cogido, pues, no sin es¬
fuerzo y desvelos, el hilo de la peregrina aventura del
desencanto del reino de Quiviira, se vino en conoci¬
miento de que, a poco de la descarga que trastornó
a Sancho e hizo huir a las divinidades del bosque,
aparecieron los árboles gruesas filas de sol¬
entre
dados, unos rifles, otros arrastrando cañones y
con
no pocos de caballería, todos los cuales con grande
algazara y muchas voces de mando rodearon en un
instante a Don Quijote y a su escudero y dieron una
nueva descarga de cañón y de fusilería que resonó
en el bosque con singular y pavoroso estruendo.
Sancho, no viendo por dónde huir, arrojóse al sue¬
lo y se agazapó lo mejor que pudo, rogando que se
abriese la tierra y lo tragase. No bien se apagó el
eco de la descarga, sonó una banda de música tan
marcial y bien concertada, que Don Quijote, que
ya estaba alborotado y en són de combate, al oiría,
se acabó de entusiasmar, se le encandilaron los ojos,
se le fué ¡la cabeza y levantando la brida a Rocinan¬
te, dijo con gentil arrogancia: —"¡Sean conmigo en
desigual batalla, falconetes, arcabuces y ballestas"!—
y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, fuése so¬
bre los primeros soldados que se le presentaron; más
como ellos le huyesen el bulto sin que nuestro hi¬
dalgo lo advirtiera según era su desaforado entusias¬
mo, se puso a repartir lanzadas en él aire con tal fu¬
ria, como si lias diese en los pecihos de los más odia¬
dos enemigos. Disparaban entre tanto los soldados
con cartuchos de los que llaman de fogueo, ensorde¬
cían las detonaciones, tocaba la música, alborota¬
ban con gritos y burlas los supuestos combatientes,
y Don Quijote, loco de remate, seguía impertérrito
y airado, vociferando denuestos, blandiendo el lan-
zón y combatiendo con el aire, firme en su locura y
convencido del todo de que segaba oabezas y derriba¬
ba enemigos a diestro y siniestro.
132 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Llevaba miras de no acabarse nunca el famoso


simulacro de la burla que hacían los milicianos y de
la cólera de Don Quijote que se creía en la más en¬
carnizada batalla, cuando sonó una aguda trompeta
y al oiría gritaron a una voz todos los del ejército
—"¡Somos vencidos! ¡Huyamos, que es Don Qui¬
te el victorioso"!—; y haciendo como decían, per¬
diéronse en el bosque y cesaron como por ensalmo
las detonaciones y el tumulto. No se dió cueruta nues¬
tro hidalgo de la huida de los que él suponía sus ene¬

migos y siguió vomitando injurias y blandiendo la


lanza; pero Sancho, pasado un rato, alentado por el
silencio y quietud en que quedó el camino, levantó
un poco la cabeza, se fué enterando de que ya no
habían ejércitos y de que su amo se peleaba solo,
trató entonces de incorporarse, se limpió los ojos,,
miró a uno y otro lado y, lleno de asombro, pro¬
curó sacar la voz para decir a Don Quijote: —"¿No
ve vuesa merced que ya venció a todos sus enemigos?

Compadézcase agora de mí que no puedo levantarme


porque las piernas se me han vuelto como de lana".
Oyólo Don Quijote, volvió en sí, a poco levantó la
lanza y echando en torno suyo una mirada circular
de vencedor arrogante, dijo: —"Ruda y heroica ha
sido la pelea como las de los tiempos de Aquiles,
¿Viste jamás ¡oh denodado escudero! una batalla
más encarnizada ni más sangrienta"? —"Encarni¬
zada podrá ser—contestó Sancho sentándose en el
suelo—; pero por lo que hac'e a la sangre, no veo ni
el rastro". —"¡Cómo!—exclamó Don Quijote—, pues
¿no has visto cuántas cabezas he segado, cuántos pe¬
chos atravesé, cuántos jinetes cayeron a mis pies ola-
mando venganza y cuántos caballeros derribó el vi¬
gor de mi indomable brazo? Veníase a mí gran gol¬
pe de gente armada, bizarros paladines, orgullosos
caballeros de la Orden de Santiago, soberbios Teu¬
tones, hidalgos de la Jarretiera, todos con sus divi¬
sas y blasones, tan esforzados y briosos como los
Amadises y los Betianises, los Tirantes y Tablan¬
tes, los de la Tabla Redonda y los Nueve de la Fá¬
bula; retaban los jinetes, piafaban los bridones, cho¬
caban las armaduras; el humo y el polvo en espesa
nube cegaban a los combatientes; nos ensordecía el
J. M. POLAR 133

-vocerío y el tronar de falconets y arcabuces; volaban


los dardos dirigidos ,por expertos arqueros, y cuando
estaba más trabada la lucha, vínose a mí el Rey de
Francia, seguido de príncipes, de mesnaderos y de
heraldos, y con marcial apostura y nunca visto de¬
nuedo, cruzó\con las mías sus armas de soberano, y
tras recio batallar y duro arremeter y ser arreme¬
tido, logré, ál fin, desanmalle y quedar dueño del
campo. Huían las mesnadas, Clamaban los heridos,
corrían hacia el bosque los bridones sin jinete, y el
propio Rey de Francia y su corte de caballeros y de
hidalgos abandonaban también el campo declaran¬
do mi victoria". —"¡Santa María!—exclamó San¬
cho—. ¡Y cuántas hazañas y proezas hizo mi señor
amo sin que yo viese ninguna!" —"¡Cómo que no viste!

¿Pues no estabas aquí mesimo combatiendo a mi lado


con siervos y pecheros"? —"¿Combatir yo ?—dijo
Sancho muy asombrado—. Vuesa merced se ha so¬
ñado o ha visto visiones cuando sale con levantarme
tal testimonio de que estuve en la pelea. De oídas
podré dar fe y no de lo que dice mi amo, sino de!
estruendo aquél que me causó tanta congoja, no
menos que de las músicas que se acompañaban con
gritos y has'ta con risas; pero en cuanto a ver, juro
a Dios, y a mi ánima que no vi nada de lo que vuesa
merced cuenta, pues era tal mi sobresalto que me
apreté los ojos y me pegué a la tierra cuanto pude,
hasta esperar que pasase él chubasco, que a Dios
gracias ha pasado y tan dél todo, que vuesa merced
está bueno y sano y a mí no me duele nada". —"Fuer¬
te cosa es el ¡miedo—¡dijo Don Quijote—, pues por él
te privaste de contemplar la más descomunal bata¬
lla de que harán mérito las historias". —"Mucho me
duelo de no haber visto tantas maravillas y proe¬
zas—Hijo Sancho—; permita vuesa merced, mi
pero
señor amo, que me asistan algunas dudas sobre el
particular. Si a tantas mesnadas dispersó y tantos
caballeros venció, y al mismo rey desarmó: ¿dónde
están los despojos? ¿dó las señales de tanta bravura
y estrago? ¿quién se llevó a los heridos? ¿qué se hi¬
cieron ¡los muertos? ¡Mal año pase yo si estas fábu¬
las no dan a entender que vuesa merced no está to¬
cado del celebro"! —"Me explico tus dudas-—dijo
134 don quijote en yanquilandia

Don Quijote—y voy al punto a desvanecerlas. Sa¬


brás que todo lo que a los caballeros anidantes se re¬
fiere y muy en particular a tu amo, va siempre en¬
vuelto con encantamentos y hechicerías; de tal modo
que así comola mentira y eil engaño se disfrazan de
verdad y alcanzan a convencer al vulgo de los mor¬
tales, la verdad, debido a las trabas y apariencias de
que la cubren los hechiceros, se convierte en men¬
tira y engaño para ese mismo vulgo que antes dije.
Y si no, contesta y di la verdad en todo lo que dije¬
res y fueres preguntado". —"Así contestaré"—dijo-
Sancho, y comenzó luego el interrogatorio en esta
forma: —"¿No es cierto que oíste tú aquella grande
detonación y estruendo de líos faiconetes y arcabu¬
ces?" —"Sí es cierto". —"¿No es cierto que viste tú
mesnaderos y milicianos en tal co-pia y tumulto que
llenaron el bosque y sus contornos en más de cien
leguas a la redonda?" —"Sí es cierto, pero no en lo
de las leguas que no alcanzaba yo a ver tantas".
—"¿No es verdad que nos atacaron esos ejércitos al
són de una música marcial jamás oída y disparando
sobre nosotros sus armas?" ■—"También es cierto".
—"Item más, ¿no es verdad que se trabó la más
reñida lucha en ese punto y hora?" —"No siga pre¬
guntando vuesa merced—dijo Sancho—porque en ese
punto y hora que dice, yo ya no me cuidé sino de
mi miedo, y a no haberme fiaqueado las piernas, no
tendría agora vuesa merced a quién preguntar ni
nadie que le respondiese". —"Ni es necesario que
más diga—«dijo Don Quijote—, pues tu primera de¬
claración de hombre formal y no nada mentiroso,
basta y sobra para corroborar lo sucedido. Si hubo
estruendo de armas, y milicias y mesnadas, y mú¬
sicas y ataque y he quedado yo en el campo: ¿quién
es di vencedor de tal encuentro?" —"Me declaro con¬
viso y confesado"—(contestó Sancho. ■—"'Convicto y
confeso debieras de decir"—observó Don Quijote.
—"Haga el favor vuesa merced de no motejarme el
vocabulario—dijo Sancho—, que lo que importa es
entenderse y que yo no soy ningún bachiller o licen¬
ciado para andar aderezando las palabras. En ouanto
a la batalla que vuesa merced cuenta, la doy por he¬
cha y terminada, y en la primera venta o castillo en
J. M. POLAR 135

que topemos la narraré al pormenor, pintándola con


tales proezas, lances y cuchilladas, que no será poca
la honra que vuesa merced saque del suceso, con¬
tentándome yo con las sobras". —"No es bien—dijo
a esta sazón Don Quijote que estaba todo movido—
dormirse sobre los laureles, y sigamos adelante, que
grandes y nuevas aventuras se nos esperan en esta
empresa de desencantar el reino de Quivira".
—"¡Cómo! ¿todavía no está desencantado ese fu¬
nesto reino que Dios confunda?—dijo Sancho—. Nos
hemos entendido con diablos, con cochinas divinida¬
des entregadas a la deshonestidad, y por último con
ejércitos y hasta con el Rey de Francia, y a todos
los hemos vencido, y todavía vuesa merced quiere
más desaguisados y contratiempos. ¡ Pues no faltaba
más! Mire vuesa merced que tanto va el cántaro
al agua hasta que vuelve sin asa y tanto hace e/1 dia¬
blo con su hijo hasta que lo vuelve cojo. No sea mi
señor tan testarudo que, con tales hazañas como las
que hemos hecho en este día, juro por mi ánima que,
no sólo él de Quivira, sino todos los reinos de la tierra
habrán quedado desencantados; y lo que agora nos
toca es volvernos y dar cuenta y razón de nuestra
empresa para recibir la correspondencia que habrá de
ser proporcionada a las malandanzas y sinsabores".
—"Por verse está él desencanto de Quivira—dijo Don
Quijote—, pues ninguna señal o circunstancia da a
entender que hayamos puesto fin a tal empresa, ya
que tod^> desencantamento o retorno al natural estado
bien se trate de personas o de reinos, luego se ma¬
nifiesta a las claras y de modo muy palpable, lo que
no ocurre en el caso que tenemos entre manos. Ha¬
brá, pues, seguir por esta senda, Sancho amigo,
que
hasta ver el fin y desenlace de esta aventura".
Guió Don Quijote, después de haber dicho las an¬
teriores razones, y a paso sosegado se pusieron en
marcha las dos caballerías, no sin que Sancho vol¬
viese a argumentarle dos y tres veces a su amo, has¬
ta que cansado del poco juicio que aquél le hacía,
entregado como estaba a sus aventureros pensamien¬
tos, callóse también él mozo. Poca era la distancia
que habían avanzado a partir del sitio de la pelea,
cuando vieron que cruzaba él camino un rebaño de
136 don quijote en yanquilandia

blancas y apacibles ovejas guiado por una linda pas¬


tora y dos zagalillos imberbes, los cuales se
por
detuvieron al ver a Don Quijote dándole las buenas
tardes con pastoril sencillez. Amable y complacido
devolvióles él saludo nuestro hidalgo, y fijando los
ojos en la pastora, dejóse decir:

"Moza tan fenmasa


non vi en la frontera
como esta vaquera
de la Finojosa".

Con ingénita
sonrisa agradeció la pastora la ga¬
lantería de Quijote, y Sancho, que estaba can¬
Don
sado y hambriento, dijo: —"¿Sabrías decirnos, her¬
mana pastora, si hay por aquí alguna venta u hospe¬

daje donde pudiésemos refocilarnos y tomar un bo¬


cado?" —"Ni venta ni hospedaje se conocen por
estos lugares—'Contestó la pastora—; pero si vuesas
mercedes no lo toman a menos, mucho me contenta¬
ra de que vieran de pascar en mi alquería, que aun¬

que es humilde y pobre, no os faltará en ella la le¬


che de mis vacas acabada de ordeñar, la miel de mis
abejas, el pan moreno y el lecho blando". Encan¬
tado quedóse Don Quijote oyendo a la pastora, y
dijo —"Subida es la merced que nos brindáis, linda
pastora, y ál punto la aceptara mejor que si viniese
de una reina, que lo de ser reina no está en él trono
ni en la corona, sino en la hermosura y en la liberal
gentileza; mas él fatal destino me lleva por esta ruta
y en pos de cierta empresa que tengo de seguir a
despecho de la voluntad y del querer que vos lleváis
prendidos en los vellones de vuestras mansas ovejas".
■—"¡Cómo se entiende!—dijo Sancho—. ¿Y había mi
señor amo de menospreciar tal bondad y agasajo
como los que se nos brindan? Ni' süy yo caballero
andante ni nunca blasoné de dócil y obediente con
princesas ni pastoras, pero en esta ocasión pareciéra-
me descortesía y ruindad no ceder ál punto y acep¬
tar la merced con que esta pastora nos favorece; y
más si se tiene cuenta que él día se va a acabar, que el
cansancio ya comenzó y que no estamos en cuares¬
ma para ayunar al traspaso". En esto, volvióse la
J. M. POLAR 137

pastora Don Quijote y le dijo con una voz muy


a
dulce y sosegada: —"Cierto es que el día se va a
acabar y duélome de que os sorprenda la noche sin
pan y sin abrigo, más cuando mañana, así que Dios
amanezca, estos zagalillos que aquí veis os pondrán
de nuevo en el camina, sin que sufra contratiempo
ni tardanza la empresa que vuesa merced dice; salvo
caso, señor caballero, la vuestra grandeza no
que
quisiera acogerse al abrigo de mi humilde alquería'".
—"Non digáis más, reina pastora—'dijo Don Quijo¬
te—, que luego de oiros, no a la alquería, sino hasta
el cabo dél mundo siguiera vuestros pasos". Rubori¬
zóse la honesta doncella al oir lo que Don Quijote
le decía, dióle las gracias al hidalgo, y guiando los
zagales y cerrando Sancho la marcha, gozosos y con¬
tentos, entráronse todos por un caminillo que ser¬
penteaba entre los viejos pinares.

CAPITULO XX

Donde se cuenta el modo cómo Don Quijote y San¬


cho encontraron aposento en una granja modelo
Así como iban caminando por la vereda' que entre
los árboles del bosque serpenteaba, preguntó Don
Quijote a la pastora que qué nuevas corrían por la
comarca acerca del encantado reino de Quivira.
—".Muichas son esas nuevas—contestó la pastora'—
y vuesa merced estará al tanto de la gran batalla
que hoy mismo pasó en este bosque por el que cami¬
namos". —"Sí, estoy al tanto—'dijo Don Quijote—,
pero mucho me placería de saber los comentarios
que se hagan en el Reino y sus contornos en punto
al desaguisado que motivó la contienda y a la con¬
tienda misma". —"En cuanto al desaguisado—'dijo la
pastora—, poco es lo que se me alcanza, y por lo
que hace a la contienda, es e'1 caso que un cierto
caballero de los que llaman andantes, que vino no
138 DON quijote en yanquilandia

se sabe cómo ni cómo no, se ha entrado por estos


reinos con la novedad de que el de Quivira estaba
encantado o embrujado y pasando de los diqhos a
los hechos, el tal malandante caballero, no se sabe
si por falto de juicio o por bellaco (que de los dos
modos lo pintan), se presentó hoy en estos bosques
en són de batalla, acompañado de un palurdo taima¬
do y socarrón que le sirve ide escudero; mas así que
asomaron los ejércitos del reino, dieron tal batida a
los aventureros, que no les quedarán ganas ni a'I
desencantador deschabetado ni al bellaco del mozo
para volver a las andadas". Al oir estas razones
amoscóse Sancho e iba a replicar a la pastora, cuando
Don Quijote alzó la voz y dijo de esta manera: —"Es
así, Sancho amigo, cómo lo que llaman la pública opi¬
nión tergiversa y trastrueca los grandes hechos de la
historia. Ni sorpresa ni enfado debiera de causarte
3o que esta joven dice, pues, por sencilla y crédula,
repite sin discernimiento los embustes y superche¬
rías que inventan aviesos malandrines que no se avie¬
nen con el ajeno merecimiento. Propio de grandes
,hombres y de hidalgos es luchar por el bien sin parar
mientes en lo que de ellos se diga o deje de decirse,
y propio es anslmismo de invidiosos y menguados
tratar de ensombrecer con da impostura maliciosa
o con la vil calumnia la ajena fama que es la humi¬
llación y el castigo de la propia miseria". —"Tiolo-
gías y sinrazones me parecen a mí—dijo Sancho—ta¬
les propiedades como las que vuesa merced men¬
ciona". —"¿Qué es eso de tiologías?—interrumpió
Don Quijote—. Teologías debieras de decir y siem¬
pre que al caso viniera, que por hacer uso de voca¬
blos que no entiendes, sueltas cada desatino que
canta el misterio". —"No sé si cantará o no cantará
—dijo Sancho amohinado—; lo que sí sé es que an¬
dar en riñas y desafueros para que después cual¬
quier pelagatos lo ponga a uno como no digan due¬
ñas, es como si dijéramos tras de cornudo apaleado
o cardar la lana qara que otros lleven la fama; y no
llego a comprender como vuesa merced, tan pun¬
tilloso y mirado en cosas de suposición y nombradla,
use de tanta parsimonia oyendo lo que dice esta
joven pastora, a la que fuera bueno prevenirle que
J. M. POLAR 139

tresmuchos y tres pocos pierden a las gentes". Disi¬


muló la pastora la risa que se le venía oyendo a San¬
cho y luego le preguntó: —"¿Qué muchos y qué
pocos son esos, señor escudero? —"Mucho hablar y
poco saber, mucho gastar y poco tener, mucho pre¬
sumir y poco valer"—contestó Sancho con truhanería.
Silencioso y pensativo siguió el camino Don Qui¬
jote, y Sancho, que sólo pensaba en descansar y sus¬
tentarse, preguntó al poco rato a la pastora si falta¬
ba mucho para llegar a la venta. —"No mucho—'Con¬
testó la joven—, pues lo más que habrá que caminar
hasta la granja (que no venta como vos decís) será
cosa de un kilómetro". —"¿Y qué cosa es un ki¬
lómetro?"—preguntó el escudero. —"Un kilómetro
tiene mil metros"—repuso la pastora. •—"Tampoco
lo entiendo—replicó Sanqho—y no gusto de jugar a
las adivinanzas". —"No hay tales adivinanzas—dijo
la pastora—, pero si quiere el escudero más claridad,
le diré que un kilómetro pasa de mil varas castella¬
nas". —"Ese ya es otro cantar—(dijo Sancho—, y
con todo me avengo por aquello de que hambre que

espera hartura no es hambre sin ventura, ya que en


llegando, no se harán esperar el queso, las chuletas
y el cabrito asado con salsa de ajos y cebollas".
Con esto llegaron los caminantes a los términos del
bosque y se ofreció a su vista una extensa y fértil
campiña en la que alternaban los sembríos de mies a
punto de madurar, los prados cubiertos de trébol fo¬
rrajero y otros muchos y variados cultivos que mati¬
zaban los contornos con sus vivos colores y apare¬
ciendo de trecho en trecho
granjas y arboledas en
grato y pintoresco desorden esparcidas. Complació¬
se no poco Don Quijote contemplando él ameno país,

al que le prestaban misterioso y arrobador sosiego


el ambiente tibio y la luz amortiguada de la tarde
veraniega, y luego, sintiendo en los ánimos la pla¬
cidez de la vida campesina, dijo de esta manera:

—"¡Qué descansada vida


la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!"
140 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

Gomo se fuese ya viniendo la noche, para acortar


la distancia, guiados por la pastora, se entraron los
caminantes a campo traviesa y a'l poco rato, siguien¬
do una alameda de árboles frondosos, llegaron a
la granja, que era una hermosa heredad de esas que
llaman de selección pecuaria y que para servir de
modelo y procurarse nuevas crías con artificiosos
cruzamientos tiene esparcidas el Tío Samuel en sus
vastos dominios.
No bien detuvo Don Quijote su caballería ál lle¬
gar al portal de la granja, cuando acercáronsele va¬
rios mozos con muestras de respeto y comedimiento;
uno de ellos túvole el estribo, otro cogió del dies¬
tro a Rocinante, otro ayudó a Sancho a que bajase

y luego el administrador, un señor apersonado y de


buena crianza, se puso a las órdenes de Don Qui¬
jote, dijo ser tal administrador y llamarse don Wi-
lliam y rogó a nuestro hidalgo que pasase a descau¬
sar en una de las salas que allí se veían. Agradecióle
Don Quijote sus comedimientos y notando que, en
el fondo del patio, se espaciaba un emparrado con
bancos y mesitas rústicas, dijo que prefería que¬
darse allí para descansar y solazarse. Convino en
ello el llamado don Wiilliam y muy a su gusto toma¬
ron asiento Don Quijote y su escudero, mientras que
los pastores encerraban en los establos las baladoras
ovejas.
Podía a la verdad servir de modelo la granjeril
mansión. Situada en medio del campo, sombreada de
árboles frutales, con la casa habitación en el centro
y en el coutorno los establos de varios comparti¬
mientos y de
singular distribución y limpieza, re¬
unía en su conjunto toda suerte de comodidades y
de holgura así para los rebaños de nuevos cruza¬
mientos, como para los pastores encargados de apa¬
centarlos; y fué muy del caso la simulación urdida
por e'1 Tío Samuel de llevar allí a Don Quijote para
que pudiese descansar y reponerse de las fatigas del
día, tomándose él entre tanto el tiempo de que ha¬
bía menester para preparar nuevos planes y embe¬
lecos que dieran mayor novedad y lucimiento a la
reaparición de Don Quijote.
A poco de llegar nuestros dos famosos persona-
J. M. POLAR 141

jes, vino la pastora trayendo en una bandeja seis


vasos de fino cristal rebosando de espumosa leche
recién ordeñada. Tomóla Don Quijote a pequeños
sorbos y luego dijo a la pastora que, ya que tanta
merced le dispensaba, viese si en algo podía corres-
ponderle dado su oficio de caballero andante, y que
a-sionismo mucho le contentaría saber ¡cuál era su
nombre para apuntarlo en la memoria. —"Belisa me
llaman—dijo la pastora—, y en lo de correspo-nder-
me, sólo tengo de decir que me doy de sobra satis¬
fecha con la honra que me trae servir a un tan nom¬
brado caballero como vuesa merced". —"Dama, que
no pastora,sois, linda Belisa—dijo Don Quijote—,
pues tales vuestra cortesanía y discreción, que
son
se os compararía con ventaja con aquella otra Belisa
a la que acompañaban las ninfas Cintia y Dorida".
—"Soy del mismo parecer—dijo Sancho—, aun cuan¬
do no conozco a esas señoras de que habla mi señor
amo". Y volviéndose al administrador, agregó:
—"Buena cosa es la leche, señor don... ¿Cómo ha
dicho vuesa merced que se llamaba?" —"William,
para servir al escudero"—repuso el administrador.
Hízo'le Sancho una reverencia y dijo: —"Pues, como
iba diciendo, señor ventero (y perdone vuesa mer¬
ced que no le llame por su nombre de pila, por te¬
mor de trastocarlo), buena cosa es la leche, pero no

nos vendría mal algo de substancia y condimento,


pues tenga cuenta vuesa merced que hemos andado
todo el día, que hemos tenido más lances y penden¬
cias que las cuentas de un rosario, que los sobresal¬
tos enflaquecen y que las tripas están descomul¬
gadas. de participación". —"Ante todo—dijo don Wi¬
lliam—sabrá el señor de Panza (que tal me han dicho
que se llama), que no soy ventero, sino administra¬
dor de la granja y los rebaños". —"Pues, entonces,
para que vuesa merced no se enfade, diré: señor
granjero, vea de darnos de comer, que la leche más
es bebida que comida". —"Al punto se os compla¬
cerá—(dijo don William, que estaba encantado con
sus huéspedes e invitó a Don Quijote para que pa¬
sasen al comedor a sustentarse; mas como el caba¬
llero dijese que allí mismo se podía hacer por la
vida con más solaz y contento, dió sus órdenes don
142 DON quijote en yanquilandia

William y dos o tres mozos comenzaron a ir y ve¬


nir llevando y trayendo manteles y vajilla que pu¬
sieron sobre una mesa de mimbres en torno de la
cua'l tomaron asiento con campechana franqueza y
comenzaron a sustentarse el amo, el mozo, don Wi¬

lliam y la pastora, regalándose con sopas de migas,


queso, manteca de vaca, tiernos panecillos, jamón y
huevos fritos y postre de jailea y mermelada.
Al acabar la comida, dijo Sancho: —"Cierto que
no hay tal cosa como el yantar y más en una venta

que no lo parece, pues las tales son siempre fementi¬


das y engañosas y muy apr opósito para dar peniten¬
cia al estómago y no regalo al paladar como aquí
nos lo han regalado, señor amo". —"Así es como
dices—'dijo Don Quijote—; pero es el caso que an¬
dando el tiempo (y ha andado mucho desde la épo¬
ca de nuestras primeras correrías), es natural que
hasta las ventas y mesones se hayan transformado
de fementidos hospedajes que lo fueron, en abun¬
dantes y bien provistas posadas, pues con el trans¬
currir de los años, se depuran y refinan las cosas
y las costumbres". •—"¿Y son muchos los huéspedes
que concurren a esta venta?"—'preguntó Sancho.
—"No, por cierto—dijo don William sin poder de¬
jar de reirse al oir a Sancho; y luego agregó: Hoy,
sin ir más lejos, solamente damos posada a vuesas
mercedes". —'"No me llame a mí merced aunque me
la haga, señor mío—repuso ell escudero—, que quien
está a merced, no es vuesa merced; y cuanto a la
posada, no vaechar pelo el señor ventero; y si
a
cree que nosotrossomos de aquellos que dicen en
venta y bodegón paga a discreción, no le arriendo
las ganancias, porque siendo nosotros caballeros an¬
dantes, no tenemos la costumbre de pagar el servi¬
cio". —"Cómo—dijo don William, fingiendo indig¬
nación y sorpresa—y tal hidalgo como vuestro amo y
tal honrado mozo como vos habían de negarse a
pagar el hospedaje que apenas si alcanzará a veinte
dólares y un pico?" —"¿Y qué cosa son dólares?"—
preguntó Sancho con curiosidad. —"Atrasado an¬
dáis con noticias, señor escudero—contestó William—,
cuando no sabéis que el dólar es el amo del mundo,
como que es la moneda más acreditada y de más
J. M. POLAR 143

valía que jamás se haya visito ni se verá". —"Pese¬


tas o pesos godos y hasta peluconas habíais de de-
cij y ya nos entenderíamos—repuso Sancho—; pero
volviendo a nuestro cuento, en esta ocasión, her¬
mano ventero, quedaréis sin los dólares, pero sí
os
con los 'dolores de no cobrarlos, que no por tal cal¬
derilla habían de alterarse los usos y costumbres de
los caballeros andantes, sobre todo cuando ni mi amo
ni yo sabemos lo que es blanca, pues si alguna tuvi¬
mos nos la escamoteó el muy ratero del Tío Samuel
en el suceso de nuestro encantamento".
No atendía Don Quijote a la conversación que
sostenían don William y Sancho Panza, pues estaba
entretenido viendo la vuelta de los rebaños al esta¬
blo y el ir y venir de los pastores ocupados de sus
menesteres; pero don William, por tirarle de la len¬
gua, volvióse a él y le dijo: —"¿No es verdad, señor
caballero, que no puede negarse a nadie la soldada
sin hacerle agravio e injusticia, puesto que todo el
que trabaja o sirve tiene derecho a ser remunerado
en dineros en proporción a su trabajo o servicio?".
—"Sí, es verdad—dijo Don Quijote—; mas no es el
afán de lucro y de ganancia lo que ha de encaminar
y mover las acciones humanas, que tal afán aparta
y desvía al .hombre de su destino, que no es otro que
el de cumplir la divina enseñanza que dice buscad el
reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará de
añadidura". —"Bueno será eso para dicho—observó
William—, pero lo que yo sé y lo sabe todo el mundo
es que en esta nuestra edad próspera y por mil títu¬

los mejor que las pasadas, ponen los hombres todo


su conato y empeño en allegar caudales, así para su
mejor regalo como para el aumento de su honra".
—"No de ésta, sino de todas las edades—dijo Don
Quijote—fué vicio y afán de los humanos atesorar
riquezas, achaque inherente a nuestra flaca condi¬
ción de pecadores, sólo que, en los modernos tiem¬
pos, según vos decís, tal afincamiento ha sobrepa¬
sado a lo que en eras más dichosas acontecía, y las
llamo más dichosas, porque el aumento de la codi¬
cia (que tal es su nombre) conduce a la malevolen¬
cia, empequeñece el ánimo, escurece el entendimien¬
to y seca en el corazón la fuente bienhechora del sentí-
144 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

miento humanitario". —"Así podrán ser las teorías—


sostuvo enfáticamente don William—, pero la prác¬
tica es muy otra y a cada paso se advierte que el
mejor caballero es don dinero". Ofendióse Don Qui¬
jote oyendo estas razones y el tono con que fueron
dichas, y luego repuso: —"No es la riqueza, señor
espanta-cabras, lo que hace la ventura y buen nom¬
bre de los mortales; fines más altos y preclaros tie¬
ne de llenar el hombre, y si vuesa merced no lo
sabe porque no le viene de dentro, que es como se
saben estas cosas, mal podemos entendernos".
—"Perdone el señor Don Quijote—dijo al punto don
William—si no supe expresarme, que lo que quise
decir fué lo que pasaba con la mayoría de las gentes,
pero no lo que yo pensaba y creía, pues más bien me
inclino al parecer de vuesa merced". Calmóse presto
Don Quijote y dijo sentenciosamente: —"Ilusión y
mejor ilusión necia locura, es la de aquellos que
que
viven paraacumular caudales. Ocurre que viven con
inquietud y sobresalto, en tratos y especulaciones,
en granjerias^ compraventas, sin punto de reposo,
sobresaltados con el pensamiento del menoscabo de
su hacienda y del temor de los ladrones y siempre y
cada día con más sed de riqueza, como si estuviesen
enfermos de hidropesía del ánimo y de ceguera del
entendimiento, puesto que no alcanzan a ver que, en
llegando la muerte, los caudales se quedan en el
mundo y el que los atesoró vuelve pobre y desnudo
al seno de la tierra. Pasa también para burla y cas¬
tigo del avariento y codicioso, que la fortuna que
allegó para su propio provecho y que no llegó a dis¬
frutar, 4/iene a convertirse a la larga en el poder y
la fuerza de ¡los dineros acumulados que incrementan
la industria y sus ricas producciones en beneficio de
la república, con lo cual vuelve al conjunto lo que
sustrajeron el avariento y el codicioso creyendo la¬
brar su propia ventura. Tan admirable es el orden
y armonía con que la Providencia gobierna el mun¬
do, que así, hasta los ruines y menguados acaban
por contribuir al desarrollo y bienandanza de las na¬
ciones y los reinos. Y no podía ser de otro modo,
ya que por la ley moral está vedado al hombre apro¬
piarse de lo que para el sustento de todos derramó
J. M. POLAR 145

el Hacedor Supremo sobre la faz .de la tierra". No


bien acabó de hablar Don Quijote, cuando don Wi-
lliam, que 'lo escuchaba como embobado, dijo de esta
manera: —"Por lo que se advierte, vuesa merced,
con no ser de estos tiempos, es algo entendido en la

ciencia económica". —"¿Qué ciencia es ésa?"—pre¬


guntó Don Quijote. —"Es da ciencia más moderna y
que trae hoy en día preocupados y en alarma conti¬
nua a sabios y gobernantes". —"¿Y en qué consiste
o cómo sie define?—volvió a preguntar Don Quijote.
—"Pues consiste—repuso el administrador—en pro¬
curar el aumento y la mejor distribución de la rique¬
za o, pormejor decir, de los frutos de la tierra".
—"Si es como
vos decis, señor William—dijo Don
Quijote—, no es tal ciencia nueva, sino tan vieja
como el mundo, puesto que siempre fué un problema
entre los hombres la satisfacción por iguail de sus
necesidades; mas, a mi ver-, tal problema sólo alcan¬
zará a orillarse mediante la ley moral en la que tiene
.su raíz". —"No me avengo a la verdad con el pare¬
cer de vuesa merced—repuso don William—, que la
moral es cosa del espíritu o de lo que llaman fuero
interno y la economía es todo lo contrario, pues tra¬
ta y se refiere más bien al cuerpo y a la necesidad
de sustentarlo". —"Lo que vos decís, señor granjero—
contestó Don Quijote—, es la apariencia, mas no el
fondo. Cosa imposible fuera ciertamente dar a todos
los hambres iguales facultades y medios iguales para
que pudiera atender a su propia subsistencia, pero a
falta de tal igualdad, quiere la ley moral que el que
mayores medios tiene de adquirir, comparta con sus
semejantes lo adquirido; y hé aquí cómo la que en
apariencia es sólo material y tangible, tiene su raíz
en el espíritu, que es el que discierne entre el bien y
el mal y el que practica la equidad y la justicia". Di¬
chas estas razones, quedóse pensativo Don Quijote
y luego habló de esta manera: —"Grave problema es
este que habéis dicho de distribuir para el sustento
de todos los frutos de la tierra, pero ni los agudos
razonamientos ni las sutiles matemáticas alcanzarán
a solucionarlo, que tal solución sólo será eficaz y
bienhechora cuando los hombres lleguen a conven¬
cerse, bien sea por buenas o por malas (que llegará
10
146 don quijote en yanquilandia

ese extremo), de que el mundo es la heredad de to¬


dos y de que todos tienen derecho al pan de cada
día".
No intentó Don William hacer nuevas réplicas a
Don Quijote y dijo éste después de una pausa: —"La
noche es entrada del todo, y qué apacible y blanda
convida a esparcir di espíritu en silenciosas medita¬
ciones". Y era así como Don Quijote decía, pues el
tranquilo descanso de la granja, la brisa impregnada
de los campesinos aromas, el melancólico balido de
las ovejas, el canto de algún pájaro despierto, la quie¬
tud en que la naturaleza dormía y el fulgor de las
estrellas meditabundas, ponían en el ánimo un dulce
y sosegado recogimiento.
Las horas muertas se habría pasado allí Don Qui¬
jote entregado a sus meditaciones, si el sueño de
Sancho y el empeño que él y don William pusieron
en que Don Quijote se acostara, no lo hubiesen de-
oidido a darles gusto y a meterse en lia cama y dor¬
mirse como un bendito.

CAPITULO XXI

Donde se cuenta lo que en él se verá


Dos o más horas hacían de haber salido el sol,
cuando se despertó Don Quijote, y temiendo que
fuese ya muy entrado el día, vistióse a prisa y des¬
pertó a Sancho, todavía roncaba. Al salir de la
que
habitación el amo y el mozo, encontraron a don Wi-
ban esperando y acto continuo se sentaron a la mesa
e hicieron los honores. a un apetitoso almuerzo, al
que también concurrió la pastora Belisa. Con el úl¬
timo bocado quiso Don Quijote despedirse, pero
don William no lo consintió, diciendo que no era
menester tomar tanto apuro. —"Sí que lo es—dijo
Don Quijote—, pues sabrá vuesa merced, señor don
William, que tengo de emprender una aventura que
J. M. POLAR 147

no admite espera, porque van en ella mi nombre y


el desencanto de todo un reino famoso". —"Al cabo
estoy detail aventura—repuso él administrador—,
pues ha mucho llegaron aquí dos heraldos en de¬
no
manda de vuesa merced, y como yo les advirtiera
que el señor Don Quijote dormía, pero que luego al
punto lo despertaría para que se enterara del men¬
saje, opusiéronse a ello narrando en concreto los
lances que tuvo ayer vuesa merced y los que hoy se
le aguardan, a punto que era menester que él señor
Don Quijote tomase un buen descanso antes de en¬
trar en la brega que dará fin y remate al desencan¬
tamento del reino de Quivira". —"No hace falta tal
descanso—dijo Don Quijote—, que el andante caba¬
llero ni duerme ni se sustenta cuando de reñir se

trata; así al punto habremos de ponernos en ca¬


y
mino, que se me va haciendo larga la espera, porque
en la tardanza está el peligro". —"Lejos de eso—dijo
don William—; no piense vuesa merced en preci¬
pitarse, que una y mil veces advirtieron los heraldos
que él señor Don Quijote no se pusiese en marcha
sino después de medio día, a punto de que su llegada
a la ruta de los Desafueros sea en el propio momen¬
to en que acostumbra salir el monstruo a recorrer
la línea, pues tomárase la anticipación de vuesa mer¬
ced como antimaña o pretexto para evitar o re,huir la
contienda". —"¿Y de parte de quién vinieron esos
heraldos?"—dijo Don Quijote. —"Lo mismo les pre¬
gunté—contestó don William—, más ellos no qui¬
sieron decir el nombre dél señor a quien servían y
solamente dijeron que los enviaba un cierto sabio
amigo de vuesa merced y que le brinda s-u apoyo y
protección en este lance". —"Siendo así lo que los
heraldos dijeron acerca de la hora de emprender
la marcha—dijo Don Quijote—, fuerza será esperar;
no se diga después que por impaciente y temerario
desoí el mensaje y atropellé esta delicada empresa".
Ya con tiempo disponible, invitó don William a
Don Quijote para pasearse por las sombrosas ala¬
medas que rodeaban la granja y allá se fueron acom¬
pañados de Sancho y de la pastora Belisa. Mucho
se complació nuestro hidalgo con este paseo y para
mejor holgarse y reposar el almuerzo, se sentaron to-
148 DON QUIJOTE EN YANOUILANDIA

dos en un primoroso, cubierto de floridas


'cenador
trepadoras delante del cual, entre rosales y
y por
linios, pensamientos, verbenas y otras pintadas flo¬
res, corría un arróyetelo cristalino refrescando e!
ambiente. Era aquel rinconcito, que así lo llamó la
pastora, un refugio deleitable y umbroso contra los
rayos del ardiente sol, y el follaje, las flores y el per¬
fume predisponían el ánimo a la bucólica poesía. Así
lo dijo Don Quijote, y luego con voz reposada y me¬
liflua, comenzó a decir:

—"Muscosi fontes, et somno mollier herba,


et quae virides tegit arbutus umbra,
vos rar
sdlstitium pecori defendite; iam venit aestas
tórrida, iam laeto turgent in pálmite gemmae",

Al acabar de decir el verso, suspiró tiernamente


Don Quijote y preguntó la pastora: —"¿Qué versos
son esos?" •—"Son los que dice Coridón en la Eglo¬

ga VII"'—contestó Don Quijote. —",Muy lindos de¬


berán de ser—repuso la pastora—, mas por mi mal
no entiendo lo que contienen por serme extraña la
lengua merced los recitó con tanta dul¬
en que vuesa
zura sentimiento". —"Pues veré de traducirlos en
y
vuestro homenaje, que aunque no en verso, en prosa
corriente dicen así: Musgosas fuentes, blanda hierba,
deleitosa para el sueño, verde madroño que la cu¬
bres con escasa sombra, guareced del solsticio mi re¬
baño. Y-a viene el ardiente verano, ya brotan las
yemas en el alegre sarmiento". —"Muy del caso y
del lugar me parece tal poesía—dijo la pastora-—, y
si vuesa merced sabe alguna otra que venga tan bien
encaminada al sitio y la ocasión, mucho gozaría de
oilla". —"Sí sé—dijo Don Quijote—; y poniendo
tiernos los ojos, con voz dulce y atenuada, cotmenzó
a decir:

—"Corrientes aguas, puras, cristalinas,


árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno;
J. M. POLAR 149

yo me vi tan ajeno
del grande mal que siento,
que de ipuro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño rebosaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría".

Con muchas ponderaciones y aplausos agasaja¬


ron a Don Quijote don Wflliam y la pastora luego
que acabó de decir el verso y hasta Sancho fué
de parecer quetal composición y rima era muy del
gusto del oído. —"Y no sólo del oído, sí que tam¬
bién del entendimiento"—afirmó Don Quijote. —"Por
lo que voy viendo—dijo a esta sazón don William—,
vuesa merced, además de caballero andante, es poeta
de añadidura". —"No me precio de serlo—«dijo Don
Quijote—, pues apenas si he compuesto tal cual ma-
drigalillo y algún acróstico, frutos del corazón acon¬
gojado por amorosa dolencia". —"Nunca lo oyera
—dijo Bielisa a este punto—, y por modestia, que no
por otra razón, vuesa merced disfraza y esconde su
habilidad y destreza en componer poesías". —"No
tengo tal habilidad—dijo Don Quijote—, que si la
tuviese, es cierto que no la ostentaría, pero también
es verdad que no la negará, pues al negarlá, no mo¬

destia, sino falsedad había de ser". Quedáronse todos


en silencio y después de un rato, con voz reposada
y ademán tranquilo, habló Don Quijote de esta ma¬
nera: —"Dos modos o expresiones tiene la poesía en

el mundo o por mejor decir, hay dos suertes de poetas:


los unos que hacen la poesía y los otros que la escriben
o recitan. Son los primeros los que, a mi ver, tienen
mérito más subido, y excelente, pues con sus accio¬
nes ya grandes y elevadas como las de los héroes, ya

profundas y admirables como las de los sabios, ya


tiernas y solícitas como las de los enamorados, ya
magnánimas y desinteresadas como las de los santos
y los buenos; con sus acciones, repito, componen
épicos poemas, filosóficos cantos, líricas endechas y
salmos arrobadores en que vive la belleza como plan¬
ta fecunda que deleita con el primor y el aroma de
150 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

sus Los segundos, quiero decir los que com¬


flores.
ponen los versos, son, bien mirado, menos poetas,,
aunque más artificiosos, pues lo que ellos cantan y
refieren no es en suma sino lo que admiran en la
naturaleza y en sus semejantes. Así, pues, ¿de cuál
se dirá que tiene mayor merecimiento: del que con la

belleza de sus acciones hace viviir la poesía con rea¬


lidad palpable que arrebata el ánimo, o de aquel que
la canta con la música deleitable de la rima?" —"A
•mí me parece—dijo Sancho a este punto—que el que
hace es mejor que él que dice, sólo que este segundo
es más discreto y prudente, puesto que a nada se
expone y más bien logra del buen nombre
y de las
mercedes y quizás si alcanza algunos ochavos con
vender el impreso, aunque no es oficio muy soco¬
rrido, pues hambre y trovero van siempre de bra¬
cero". —"Bien se ve, amigo Sancho—dijo la pasto¬
ra—, que si vuestro amo es el primero de los fanta¬
seadores, vos sois el primero de los prácticos y uti¬
litarios, pues solamente miráis las cosas por él lado
de la conveniencia". —"Así es lo cierto—dijo San¬
cho—, pero por mi mala fortuna, al seguir a mi amo,
en vez de conveniencias, sólo alcanzo a recibir pa¬
los". —"Pero también recibís mercedes"—observó
don Williams. —"Esas son contadas y no de mucha
valía—(dijo Sancho. —"Está visito—observó el admi¬
nistrador—que nadie está contento con su suerte".
—"Ni pudiera estarlo—repuso Don Quijote—, que de
uno u otro modo es el padecer achaque inherente a
la vida humana". —"Eso será según y conforme—
dijo Sancho—, que también se puede vivir holgado
y contento". —"No niego yo—añadió el hidalgo—que
alguna vez se disfruta de bonanza, pero es ella tan
fugaz y transitoria, que apenas si sirve para hacer
más dura la tribulación de que viene siempre acom¬
pañada. Y luego que el pensar en los dolores y mi¬
serias de que está lleno el mundo, el ver en torno
nuestro tantos padecimientos, injusticias y flaque¬
zas, entenebrece todo contentamiento y regocijo".
—"Eso será—replicó Sancho—para quien anda bus¬
cando desdichas, cuando mal ajeno, de pelo cuelga, y
•cada gato se agarra con su uña". —"Valle de lágri¬
mas es el mundo—continuó Don Quijote, sin repa-
J. M. POLAR 151

■rar en la
réplica de su escudero—. El desengaño que
sigue la mentida ilusión, el cuidado del día presen¬
a
te y la inseguridad del mañana, las pasiones, la in¬
gratitud y la injusticia que a diario fermentan en
torno nuestro, las dolencias del cuerpo y las del alma,
el ansia de una vida mejor que vanamente soñamos
con hallar en la tierra, hacen de nuestra existencia
perenne inquietud
huir del dolor y por alcanzar
por
la felicidad que es la incurable manía de nuestros
insensatos desvelos.Esto que digo y que es y será
siempre viejo y siempre nuevo, está compendiado
por el filósofo magno que explica el sentido de la
vida humana cuando dice: "Faciste nos, Dómine, ad
te, et inquietum est cor nostrum, doñee requiescat in
te". —"No me da contento y más bien me parece
de mal agüero—dijo Sancho—que mi señor amo se
ponga a decir responsos como si fuese un cura pá¬
rroco animero". Riéronse don William y la pas¬
o

tora del donaire de Sancho y el mismo Don Quijote


celebró la ocurrencia; pero más luego, recordando la
aventura pendiente, dijo el hidalgo: —"Hora es ya
de emprender la maroha, que no en églogas y filo¬
sofías habíamos de gastar el tiempo y la ocásión pre¬
ciosa que me reclaman. Vé, pues, Sancho, de ensillar
a Rocinante y partamos al punto". —"Prevenidos es¬
tán Rocinante y el rucio—dijo don "William'—, que,
,en efecto, es ya la hora en que los heraldos dijeron
que debería de salir vuesa merced". —"¿Es decir que
volvemos a las andadas ?-—argüyó Sancho—. Vea
vuesa merced mi señor amo que al amigo y al caba¬
llo no hay que apúralo y que esto de andar a salto
de mata un día sí y otro también no hay cuerpo que
lo resista ni paciencia que lo aguante. La vida no da
para tanto y sin que sea cosa de que faltemos a las
leyes de la andante caballería, bien pudiésemos, por
vía de descanso y variación, formar aquí una arcadia
como vuesa merced proyectaba en otro tiempo. Esta

granja o mesón
lo que se llame nos viene como
o
mandada hacer; el lugar es ameno, las ovejas muchas
y siempre y cuando el señor ventero siga siendo tan
liberal y dadivoso como se nos brinda, estaremos aquí
a qué quieres boca. Vuesa merced será el pastor Qui-

jotis y aprenderá a tocar la flauta en su calidad de


152 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

llorón y enamorado de esta doña Belisa, poniendo en


ella los ojos con el recato y honestidad que acostum¬
bra; y cuanto a mí, seré el pastor Sianchino que acom¬
paña a vuesa merced para oir sus quejas y lamentos
por las crueldades y desdenes de la ingrata Bellisa".
.Impaciéntabase Don Quijote oyendo a su escudero,
pero don WiUiam y la pastora estaban tan encan¬
tados con el proyecto de la arcadia, que contenían
all caballero con ademanes corteses; y don WiMiam
le preguntó a Sancho: —"¿Y vos, señor Sancho, no
tendríais pastora enamorada?—"Si a mano vinie¬
ra—^contestó Sancho—, no me pesara de andar a pi¬
cos pardos con alguna moza de la vecindad". —"Bas¬

ta ya de pláticas—'dijo Don Quijote—, que con tus


marrullerías, escudero bellaco, tratas de embromar
el tiempo y dar tregua a tu cobardía. Ensilla presto
a Rocinante y partamos al punto". Volvióse San¬
cho a don William para pedirle su apoyo, pero éste,
poniendo adusto el semblante, dejóse decir: —"Mu-
qho me duelo, Sancho amigo, de que no llegue a fun¬
darse tal arcadia como vos ¡la proponéis y pintáis,
pero el caso que está por vencerse la hora de sa¬
es
lir a campaña y que los heraldos una y otra vez de¬
jaron prevenido que no fuese el escudero a remolo¬
near y a quedarse rezagado como acostumbra en ca¬
sos de pelea". —"Me parece muy bien—dijo con
enfado Sancho Panza—. Ayer no más las señoras pi¬
tonisas y los oráculos y hoy los heraldos disponen
a su antojo de mi ¿Quiénes son los hide-
persona.
perros para gobernarme? Pues si no los he
querer
visto en mis días y recién me los presentan por nom-
el padre Padilla, que lo que es yo, les saco la len-
bre. ¡No faltaba más! ¡Que se vayan donde se fuá
gua y me los paso por las narices y me quedo aquí
de pastor o de gañán, que por algo se ha dicho zapatero a
tus zapatos y cada cual en su oficio". —"Mira, Sancho,
no me provoques ni me encolerices—'dijo Don Quijote—

porque ya sabes que tus truhanerías y tus miedos te


.cuestan caro". —"Y tan caro—repuso Sancho—, que
hasta ajiora en tantos años de servir a vuesa mer¬
ced no he llegado a echar pello y sí voy para calvo".
—■"Animo, amigo don Sancho—dijo el admin:sira-
dor—, que lo que es aquí, por mucho que me due'a,
J. M. POLAR 15B

no podrá quedarse el escudero, pues si tal preten¬


diese y yo lo consintiera, vendrían grandes calami¬
dades y desdichas sobre la granja, según pronosti¬
caron los heraldos". Amoscóse Sancho al oir estas
palabras y volviéndose a don William, le contestó
,con desparpajo: —"Le dicen que no hay posada, y
dale a desensillar y vuelta con los heraldos y torna
con la manía de meterme a mí en el ajo. ¿Quién le ha
dado a vuesa merced vela en este entierro, y si la tuvo,
por qué no me despertó cuando vinieron esos puer¬
cos para ponerles las peras a cuarto y hacerles ver
que no soy ningún papanatas y que no aguanto an¬
cas de nadie". —Tenga paciencia, hermano—dijo la
pastora—, que fuera inútil que pretenda quedarse,
pues aquí no se le admite, y si va por esios campos,
le perseguirán malandrines y lo devorarán leones y
panteras que hay por el contorno en mucha abundan¬
cia y sueltos". —"Miren la Maritornes cómo también
quiere empujarme—'dijo Sancho, y luego, agregó, di¬
rigiéndose a la pastora: —Las mozuelas no deben
de entremeterse en cosas de hambres, que para ella
se ha hecho etl refrán que dice: boca con rodilla y al
rincón con la almohadilla". —"Vamos, vamos, San¬
cho—dijo Don Quijote—, quede casta¬
eso ya pasa
ño obscuro". —"Podrá pasar de verde—contestó el
escudero amohinado—, pero yo no paso de aquí, por¬
que me dice el corazón que nos están armando una
trampa en que nos irá el pellejo". —"Así podrá ser—
dijo a este punto don William—, pero sepa el señor
Sancho que sá persiste en no acompañar a su amo en
esta aventura, muy a mi pesar y doliéndome el alma,
habré de encerrarle en un calabozo, corno me man¬
daron los heraldos, advirtiendo que, si así sucedía,
antes de entrarse el sol estarían ellos de vuelta y le
cortarían el pescuezo con unos cuchillos muy filudos
que me mostraron". —"¿Es decir, que de todos mo¬
dos mellevan al matadero?"1—preguntó Sancho,
acongojado. —"No temas, hijo, por tu vida—'dijo Don
Quijote—'que yo daré cuenta de ella". —"No es vue¬
sa merced persona de confiar en materia de cuentas—
contestó Sancho—; pero si yendo me da/n de palo:
que es lo que temo, y si quedándome me meten a",
calabozo y me degüellan, de dos males el menor, y
154 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

¡prefiero los palos, que no son cosa nueva en este


menguado oficio de caballeros andantes en el que
fui a meterme en hora tan menguada. Vámonos,
pues, señor amo, y que se queden no con Dios, sino
con el diablo este señor espantacabras y
esta doña
sabidilla que deben de ser judaizantes empedernidos,
cuando sin más ni más tratan de sacrificar a las per¬
sonas cristianas. A tu gusto muía y le daban de
palos y lo que se que se venda y sal¬
ha de empeñar
gamos cuanto antes de esta posada, que parece ser la
del propio infierno". Mientras hablaban, iban todos
cuatro caminando y llegados que fueron al patio de
la granja, encontraron aderezadas las caballerías.
Sancho subióse luego al rucio sin gastar cumplidos, y
tanteando las alforjas, se apercibió de que estaban
,vacías y dijo: —"Ni un mal fiambre tenemos siquie¬
ra para el oaimino". —"Por eso no quedará"—.dijo la

pastora y se fué y volvió trayendo una provisión más


que mediana, que el escudero acomodó lo mejor que
pudo. Despidióse en seguida Don Quijote del admi¬
nistrador, de la pastora y de los mozos de la granja
que lo rodeaban con respeto y comedimiento y par¬
tieron amo y criado guiados por un zagal que cono¬
cía el camino.
En de media hora llegaron nuestros dos via¬
menos

jeros lia línea del ferrocarril. Cuando en ella estu¬


a
vieron, despidióse el zagal, y contento Don Quijote
de haber vuelto a la senda, para él tan misteriosa y
significativa, habló de esta manera: —"Hénos ya de
nuevo campaña y me dice el corazón que si¬
en

guiendo vereda tan fatalmente encerrada entre


esta
líneas de hierro, como si marcase el inflectible destino,
habremos de llegar presto ai fin de la aventura y
empresa de desencantar el Quivireño Reino".
.

.—"Donde vamos a llegar es al fin de nuestra vida—


dijo Sancho—y bien lo merecemos, es decir, yo no
lo merezco, pero sí vuesa merced por caprichoso y
porfiado".
Al paso llano andar las dos caballe¬
comenzaron a
rías, y poco después, tanto el
amo como el mozo,
vieron que a lo lejos se aparecía viniendo por el ca¬
mino una como bestia monstruosa, que echaba espesa
y temerosa humareda. Detúvose Don Quijote y dijo:
J. M. POLAR 155

—"¿Ves aquello hacia aquí viene?". —"Sí, veo"—


que
contestó Sancho y se quiedó ¡espantado y con la boca
abierta. —"Pues nada menos que un fiero y alevoso

vestiglo"—añadió Don Quijote. —"¡Puyamos, mi se¬


ñor amo, fuyamos"—gritaba Sancho, muerto de mie¬
do. —"¡Cómo huir!—(protestó Don Quijote con su
altivez acostumbrada—. ¿No ves, cobarde criatura,
que éste es e)l monstruo que guarda el reino encan¬
tado y que habré de luchar con él así sea más fe¬
roz que legión de demonios?" —"Pufes quédese
una
vuesa merced y que los demonios se lo carguen"—dijo
Sancho, y viendo que el rucio no obedecía a la brida,
descabalgó en un decir Jesús, echó a correr, metióse
de cuatro pies en el bosque vecino, se agazapó entre
los matorrales y resollando como si se le saliera el
alma por la boca, según era su espanto, quedóse mi¬
rando lo que sucedía. Pocos momentos pasaron, cuan¬
do oyóse el resoplar de la locomotora que se acer¬
caba, pues era un tren y no otra cosa el supuesto
vestiglo que la línea distante venía dejando entre
por
las copas de los árboles el humo de su revuelta ca¬
bellera. Vaciló un punto Don Quijote entre acome¬
ter al monstruo o esperarlo, mas como viese que ha¬
cia él se dirigía, contuvo a Rocinante en actitud de
reto, y firme en los estribos, la lanza en ristre, ceñu¬
do y desmelenado, contraídos los escasos dientes, la
faz enjuta y fiera, dispúsose al encuentro con teme¬
raria y por mil títulos famosa gallardía, a punto que
multitud de espectadores asomaban sus cabezas entre
los árboles del bosque contemplando en suspenso la
nunca vista escena. Lanzó la máquina la amenaza de

su agudo silbato, y con jadear de bestia enbravecida,

gruñendo con el crujir de sus engranajes y con tre¬


pidación rabiosa que anunciaba contener la fuerza
para el asalto, fuése acercando a Don Quijote llena
de majestad y de fiereza. —"¡Detente, animal feroz,
infame vestiglo!—gritó el gallardo manchego—, que
luego al punto, como el caballero San Jorge, habré
de poner el pie en tu orgullosa cerviz! ¡Oh, tú, seño¬
ra Dulcinea del Toboso, acude a tu caballero en este
riguroso encuentro y jamás vista aventura!". Así
diciendo, clavó las espuelas a Rocinante y fuése sobre
el monstruo con heroica valentía y temerario arrojo.
CAPITULO XXII

Que trata del fin y remate de la por mil títulos famo¬


sa aventura del desencantamiento del Reino de Quivira

Discreto por demásy de mucho saber en su arte


era el maquinista gobernaba 'la locomotora y esta¬
que
ba prevenido para manejarla de tal modo que acome¬
tiese a Don Quijote, simulando una lucha espantable
y prolongada pero sin ocasionarle ni el más leve daño;
así, pues, luego que vió que el audaz caballero aco¬
metía con tanta bravura, hizo de tal modo, que pare¬
ció como si el tren se amedrentara y retrocedió ha¬
ciendo vibrar el silbato como el aullido de una fiera
acorralada; lo cual, visto por Don Quijote, lo hizo pro¬
rrumpir en denuestos contra la cobardía y ruindad de
encantadores y vestiglos; mas el maquinista,
sin¬ con
gular destreza, luego de tomar distancia si res¬ y como
pondiese al reto de Don Quijote, lanzó sobre él la
locomotora echando vapor por ambos costados, atro¬
nando el aire con silbatos breves y estridentes como
gritos de rabia, resoplando de tal modo y haciendo tal
estruendo, cualquiera que no fuese nuestro indo¬
que
mable caballero andante, había de retroceder espan¬
tado. Comenzó en este punto la simulación y apa¬
riencia de mayor interés y atractivo que jamás pudo
verse; iba y venía la locomotora arrastrando el con¬
voy de sus numerosos carros como una culebra teme¬
rosa y gigantesca; embestía Don Quijote vomitando in¬

jurias y sin poder darle alcance; se acrecentaba la por¬


fía por momentos; mas en tan peligrosa simulación de
pelea, arrebatado al extremo Don Quijote, logró tam¬
bién arrebatar a Rocinante que, hostigado con los pa¬
los que le daba el jinete con la lanza y recordando los
bríos de sus mocedades y de su sangre fina, se abrió
desbocado a la carrera y antes de que el maquinista
tuviera tiempo de retroceder, fué el desaforado Don
Quijote a estrellarse con la lanza tratando de clavarla
en el ojo de cristal del monstruo vestiglo. Tan vio¬
lento fué el choque, que rodaron por tierra caballo
y caballero, voló el lanzón hecho pedazos, detúvose el
tren, estallóun grito de los que en él venían y de los
que presenciaban la escena desde la espesura del
J. M. POLAR 157

bosque, y cuando todos pensaban que era muerto el


de la Triste Figura, cuál no fué su sorpresa cuando
lo vieron levantarse del suelo, coger por la brida a Ro¬
cinante, cabalgar de nuevo, y a falta de lanza, reque¬
rir la espada y con fiero ademán ponerse a repartir
cuchilladas, 'altibajos, reveses y mandobles sobre el
descomunal vestiglo que iba retrocediendo como ven¬
cido o amedrentado, en tanto que del bosque, de la
caseta del maquinista, del ténder y de los vagones una
salva de atronadores aplausos y de ¡hurras! saludaban
a Don Quijote y lo proclamaban vencedor en la famosa

y jamás vista contienda.


No habrían tenido fin los golpes que nuestro irrita¬
do caballero menudeaba a troche y moche, según era
su desaforado empuje, si e:s que a la sazón no descen¬

diese del tren un noble y lucido cortejo de damas y


caballeros. Iban delante, como abriendo la marcha,
hasta seis heraldos con relucientes trompetas, los cua¬
les se adelantaron a saludar a Don Quijote dando gran¬
des voces y diciendo: —"¡Vencido está el vestiglo!
¡Desencantado está el Reino! ¡Honra y prez al Señor
Don Quijote de la Mancha, desencantador de Quivira
y Yanquilandia!" Asombrado quedóse Don Quijote al
oir estas voces y más cuando vió la comitiva que de¬
trás de los heraldos venía y se estaba suspenso, en alto
la tizona y arrogante el ademán, cuando dos de los
heraldos, cogiendo por las bridas a Rocinante, a guisa
de palafraneros, exclamaron de esta manera: "Permi¬
ta la vuestra excélsitud y grandeza que conduzcamos

su noble bridón hasta la presencia de Su Majestad el

Rey de Quivira y Yanquilandia y Señor de los Estados


Unidos y sus dominios en las Amóricas". Perturbado
con la singular escena y sin darse cuenta cabal de lo

que pasaba, dejóse conducir Don Quijote, en tanto


que los de la comitiva le abrían paso formándose en
dos alas como en ceremonia de recibimiento de legados
y embajadores. Al término de la calle .que formaban
las damas y los- caballeros haciendo reverencia a nues¬
tro hidalgo, rodeado de esclavos negros que le hacían
sombra congrandes abanicos de vistosas plumas, ve¬
nía Su Majestad el Rey de Yanquilandia que era el
propio Tío Samuel, aunque algo disfrazado, pues con
el intento de no descubrirse ante Don Quijote, había-
158 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

se hecho rasurar la pera y se encasquetó una peluca

muy poblada de cabella entrecano. Vestía Su Majestad


un sayo de color de escarlata, calzas de terciopelo tor¬
nasolado, medias de seda con bordadura de oro y' za¬
patillas de lo mismo; todo el traje muy vistoso y ta¬
chonado de lentejuelas y de preciosas piedras, como
los que se acostumbran en baile de mojiganga o fan¬
tasía. Ostentaba, asimismo, una rica corona encas¬
quetada en la testa a guisa de birrete que lo traía tieso
y envarado; tenía cogido con la diestra una especie de
cetro algo semejante, si no por la riqueza por el modo
de llevarlo, a las varillas que se gastan líos domado¬
res de circo que van a las ferias; y como complemento
de las reales insignias y vestiduras, se honraba nues¬
tro buen Tío Samuel con un manto de púrpura salpi¬
cado de tan numerosas estrellas de oro como estados
hay en sus dominios; con todo lo cual y sin poder di¬
simulado, sentíase más que un tanto gozoso de dis¬
frazar de aristocracia su persona y sus principios de
demócrata empedernido.
Llegado que fué Don Quijote a la presencia de Su.
Majestad, túvole el estribo uno de los heraldos que
hacían de palafraneros y repuesto ya Don Quijote de
su asombro y muy al cabo en cosas de ceremonia y

cortesía, procurando mostrar gallardo continente, puso


en la vaina la espada, bajó de Rocinante, y con decoro

y gentileza, pero con gran dolor de sus huesos que¬


brantados, vino a hincarse de rodillas a los pies de Su
Majestad. No permitió e'1 Tío Samuel que tal hiciese
Don Quijote y le dijo :—"No a mis pies, sino a mis
brazos, señor caballero, es donde debe estar vuestra
grandeza y valentía en esta hora de felice recordación
en que habédeis ahuyentado a los demonios, dispersado

los ejércitos, vencido al vestiglo y desencantado mi


persona, las de mis vasallos y mi reino. Cumplidos se
ven en este punto y hora los anuncios y presagios de

las pitonisas y de los oráculos y hé aquí como tendrá


de hoy más el Caballero de la Triste Figura la em¬
presa y los blasones de Príncipe y paladín de Yanqui-
landia". —"Gracias sean dadas al cielo y no.a mí—dijo
Don Quijote recibiendo con respetuoso acatamiento
el abrazo del Tío Samuel—, que no fué mía la hazaña,
sino de quien gobierna los mundos y pone en el cora-
J. M. ' POLAR 159

■zón de los mortales un destello de su divina justicia".


La novedad mezclada de burla con que todos los pre¬
sentes asistían a la escena, trocóse en algo de emoción
al oir las palabras de Don Quijote y más viendo a
nuestro hidalgo tan lacerado y maltrecho, pues lo
acongojaba el sudor, tenía el rostro lleno de rasguños
y de chichones y apenas podía tenerse en pie, según
lo había dejado la caída de contuso y derrengado. Una
de las damas, condolida y pronta, acercóselle, y luego
de pedirle permiso, le enjugó el rostro con un perfu¬
mado pañuelo de batista; y estaban todos en silencio,
cuando Sancho, volviendo en sí después del miedo que
antes tuvo, se di ó cuenta de que su amo había salido
vencedor en la pelea y de que le rendían homenaje,
y sin esperar más, fué donde el pollino se estaba quie¬
to, apretó la cincha y aunque no dejaba de mirar con
recelo a la máquina, montó de un brinco y picando al
rucio, se entró por el medio de la calle que formaban
damas y caballeros. Así que llegó donde su amo esta¬
ba, bajóse del burro y fué a postrarse a los pies del
supuesto Rey. Mortificóse en extremo Don Quijote
con la impertinencia de su escudero, pero se mordió

los labios y sólo acertó a decirle: —"Retírate, Sancho,


que no es de escuderos presentarse ante Su Majestad".
—"Me retiraré—contestó el mozo sin levantarse—,
pero no veoningún agravio en postrarme ante este
señor Rey, que algo y aun algos se parece a quien yo
me sé, y más cuando acabamos de dar fin a una tal
alta aventura y hemos desencantado todo un reino, a
punto que habría que preguntar quién debe a quién".
—"Calla, descomulgado, y no me afrentes"—dijole Don
Quijote por lo bajo; pero el Tío Samuel, gozosísimo
de oir al escudero, habló de esta manera: —"Deje vue-
sa merced, Señor Don Quijote, que el noble Sancho
tome parte en el general regocijo; fuera de que tiene
sobrada razón, pues somos yo y mi reino los que es¬
tamos obligados a reverencias, no solamente al amo,
sí que también al mozo, pues es buena la parte que ha
tomado en la empresa". —"Así es lo ciento, señor ma¬
jestad, excelencia o señoría (y perdone vuesa merced
que no esté muy al tanto en esto de tratamientos),
pues, como iba diciendo, aunque no me ha cabido mu¬
cho en la pelea, no me ha tocado poco por el susto, fue-
íeo DON QUIJOTE EN YANOUILANDIA

ra de que no hubieron escuderos con quienes combatir,


que si los hubiesen, esté seguro mi señor don Samuel
o don Tío, que hubiera dado buena cuenta de ellos".

—"¡Cómo se entiende! .¿Con quién me confunde el es¬


cudero que me llama don Samuel o don Tío?—«dijo el
Señor de los Estados fingiendo sorpresa. —"No se
ofenda la vuestra grandeza—'contestó Sancho—, pero
es la verdad que, salvando la pera y la peluca, cual¬

quiera .diría que nos dan gato por liebre o lo que es lo


mismo, que vuesa merced es e'l propio Tío Samuel".
—"¿Qué Tío es ése?"—'preguntó el supuesto Rey,
mirando a sus cortesanos que ya empezaban a reírse.
—"Pues es un Tío muy bellaco—contestó Sancho—y
picaro y encantador de los más fementidos y embus¬
teros como que a mi amo y a ,mí nos ha tenido embru¬

jados desde él tiempo que se apodaba Merlín". Solta¬


ron todos la risa sin poder contenerse y el maquinis¬
ta, que estaba asomado a la ventanilla de su caseta,
para verde llamar la atención y que la farsa no se
interrumpiese, soltó el silbato agudo de la locomotora,
con lo cual se espantó Sancho de tal modo, que se
agarró a las piernas dél Tío Samuel y temblando de
miedo empezó a decirle: —"Vea vuesa Majestad de
hacer matar de una vez a este animal feroz que toda¬
vía está vivo y puede comernos de un bocado". —"Sí,
vivo está—«dijo el Tío Samuel—«pero domesticado y
vencido, según dijeron los oráculos, tan pronto
que,
como el Señor Don Quijote lo domeñase (y ya está
domeñado), en vez «de ser nocivo y peligroso, troca-
ríase este corpulento vestiglo en el más noble y más
manso animal puesto all servicio del hombre". —"Po¬

drá ser así como dijeron los oráculos—'dijo Sancho


mirando con reoelo a la locomotora—; pero tenga
cuenta vuesa merced el que malas mañas tiene,
que
tarde o nunca las olvida y genio y figura hasta la se¬
pultura". Riéronse todos de los refranes «de Sancho,
y Don Quijote, que estaba sobre espinas con el pla¬
ticar de su escudero, acabó por decir: —"Perdone
Vuestra Majestad las simplicidades de este mozo que
tanto me afrentan; y tú, Sancho, ve a unirte con la
servidumbre que as con la que debes andar". —"Nun¬
ca consintiera tal cosa—replicó el Tío Samuel—, que

grande es mi gratitud para el escudero por la parte


J. M. POLAR 161

que ha tomado en la empresa de ser yo y mi reino


desencantados, y para salvar los escrúpulos del Señor
Don Quijote y recompensar al mozo, de hoy más el
buen Sancho Panza no será escudero sino caballero,
que como a .tal lo diputo y proclamo, dándole asiento
en mi corte y más de una ínsula y de un condado para
su manejo gobierno". —"¡Albricias!"—'exclamó San¬
y
cho dando una zapateta y volviéndose luego a su amo,
le dijo: —"Vea vuesa merced qué liberal y campecha¬
no es nuestro Rey; pero a buen seguro que no le
habrá de pesar la merced y donativo con que me hon¬
ra, según la cuenta y razón que he de darle muy al
pormenor de las ínsulas y tierra firme que, si mal
no he oído, también se me concede, aunque no se ha

mencionado el nombre de tales territorios de los que


me gustaría saber, amén del nombre, las señas y los
linderos para apuntarlos en la memoria y que no se
me escapasen". —"No os importe lo del nombre y las
señas—'contestó el Tío Samuel—, pues como habéis de
elegir entre muchas condados, yia se verá el o los que
más os cuadren y mejores tributos ofrezcan; pero bas¬
ta con que sepáis que soy dueño y padre de medio
continente y guardador y padre político de otro medio
y que me sobran,
por lio tanto, estados y tierras para
haceros la merced prometida". —"Pues si me dan a ele¬
gir—dijo Sancho—prefiero entrar en la primera mi¬
tad, que en la segunda habrán hijastros que son siem¬
pre levantiscas y desgobernadas". Sudaba Don Qui¬
jote oyendo a su escudero y le dijo: —"Besa la mano
de Su Sacra Real Majestad en señal de agradecimien¬
to y muérdete la lengua para no decir más desatinos"
—"En lo de besarle la mano—contestó Sancho—lo
haré muy de gusto, pero en lo de morderme la lengua,
no soy del mismo parecer, pues lo que el corazón sien¬

te a la boca sale y cada cuál eructa de lo que come y


muy justo que abunde en expresiones de agradeci¬
miento cuando tanta merced se me hace y a! agrade¬
cido más de lo pedido". Iba a seguir Sancho ensar¬
tando refranes, cuando Don Quijote, sin poder conte¬
nerse, clavóle la mirada con tal indignación e hízole
un gesto tan expresivo, que el escudero vió que la cosa
podía pasar a mayores y dijoa su amo: —"No me
mire vuesa merced como si quisiera comerme vivo,
11
J62 DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA

que pongo en boca y al buen callar llaman San¬


punto
cho". Con esto callóse, en efecto, el escudero, muy a
pesar del Tío Samuel y de su corte que recibían el
mayor contento oyendo sus donaires.
Como el tiempo avanzase, haciendo seña a los pre¬
sentes para guardaran compostura, pues a punto
que
estaban de soiltar el trapo a reir y desbaratar la in¬
geniosa farsa de corte y de Rey, dijo el Tío Samuel a
Don Quijote: —"Sabrá vuesa merced que los orácu¬
los y las pitonisas que anunciaron este excelso día de
la vuestra victoria y de'l desencanto de mi reino, anun¬
ciaron asimismo que, vencido el endriago, o por mejor
decir vestiglo guardador del encantamento, se trans¬
formaría, por maravilloso sortilegio, en bes'tia dócil y
humillada que halase dell carro triunfal en el que irían
vuesa merced y su acompañamiento; de modo y ma¬

nera, que de animal iracundo y fabuloso, vendría a tro¬


carse en una bestia mansa, pero de tan impetuosa y
rápida andadura, que no encontrase valla en su ca¬
mino, pues así iría por los campos, como cruzaría los
ríos, subiría y bajaría lo smontes y aún rompería la
profundidad de isus entrañas abriéndose paso; que así
la fuerza mal inclinada y dañosa, se trueca en utilidad
y beneficio cuando la hidalguía y la razón la domeñan
y la conducen. Cosa sorprendente, mas no extraordi¬
naria en lances de caballería es, pues, Señor Don
Quijote, ver estos lujosos carruajes que aguardan a
que suba vuesa merced para 'que soltado e'l vigoroso
freno del antiguo vestiglo, éste se ponga en marcha
arrastrando en lujoso tren la carroza que honrará la
vuestra excelsitud para hacer su entrada triunfal en
la capi'al de mis Estados, como muy al detalle lo
anunciaron las pitonisas". Maravillado estaba Don
Quijote oyendo lo que decía el Tío Samuel, y luego
de un rato habló de esta manera: —"Grandes e inau¬
ditas cosas ven los que siguen la Orden de la Andante
Caballería, pues según lo que Vuestra Majestad dice,
es arte de encantamento la transformación y mudanza
de este vestiglo y debe de haber de por medio algún
sabio o nigromante para que haga tales prodigios que
no tocan ni pertenecen al común de los humanos".
—"Muy cierto es lo que dice vuesa merced—■contestó
el Tío Samuel—, y el sabio a quien se debe tal mila-
J. M. POLAR

gro y maravilla, es, a no dudarlo, el que a vuesa mer¬


ced protege y apadrina, mas nada de (extrañar, tiene
tal prodigio, pues otros semejantes se cuentan en mu¬
chos libros de caballería, y si un Palmerín, un Galaor
o un Amadíis de Gau'la tuvieron padrinos que por ellos

hiciesen sorprendentes sucesos que salen del ordinario


curso de las cuánto más poderoso y excelso no
oosas,
.halbrá de el sabio o nigromante que apadrina al Ín¬
ser
clito Don Quijote de la Mancha a quien la fama enal¬
tece como el primero de los caballeros andantes que
vieron los siglos pasados y que verán los venideros".
—"Eso también es cierto—dijo Sancho Panza entu¬
siasmado—, pues si fueron inauditas las proezas que
hizo mi amo en la primera vida que tuvimos, las que
ahora le he visto hacer sobrepasan con mucho a las
primenas; y al paso que vamos, porque mi Señor Don
Quijote lleva trazas de tener siete vidas como los ga¬
tos, .sus temeridades, valentías y atrevimientos acaba¬
rán por componer e'1 mundo, que es la locura que le
ha descompuesto la máquina del célebre y lo ha vuel¬
to lunático y descalabrado". Celebraron todos con bu¬
lla y palmadas las razones de Sancho y hasta el mis¬
mo Don Quijote algo se sonrió manifestando su com¬
placencia.
Con esto dijo el Tío Samuel que era ya tiempo de
ponerse en marcha e iban ya a embarcarse en el tren,
cuando dijo ¡Sancho: —"Vuesas mercedes podrán irse
en estos coches tiradas por semejante animal ya que

ese es su guisto, y ojalá no les cueste caro, porque la


zorra mudará los dientes pero no las mientes; que
por lo que a mí toca, prefiero él ruoio a todos los
endriagos y vestiglos conocidos y por conocer, así
estén de domesticados y apacibles como mansos cor¬
derinos. V'ayan, pues, el Rey y mi amo en este feo
animal que debe de tener pacto con él enemigo, y yo
me iré detrás montado en mi rucio tan campante y
tan satisfecho que no haya más que pedir". —"No hará
tal él valeroso Sancho—dijo el Tío Samuel—, y luego
de vernos embarcados, subirá gustoso para hacer con
nosotros este viaje de triunfo, con tanta más razón,
cuanto que ,si se empeñara en ir en el rucio, como
este vestiglo se bebe los vientos en la carrera, queda-
ríase el escudero perdido en 'el camino y no faltarían
ÍÓá DON QUIJOTÉ EN YANQUILANDIA

fieras o desene a-minadores que dieran buena. cuenta


de él y de su burro". Dichas estas razones, tendió el
Tío Samuel la mano a Don Quijote, presentóle éste la
diesitra con gentil acatamiento y dándose aires de Ma¬
jestad el Tío de nuestra historia y algo rengo Don
Quijote, entrambos subieron a un lujoso carruaje de
los que llaman pullman, atravesaron la portezuela con
muchos camedimientos y cortesías y sentáronse frente
a frente en mullidas poltronas, sin que nuestro hidalgo
nada se asombrase de 'la singular transformación- y
mudanza del vestiglo, ni menos del séquito de coches
que ofrecían el lujo y el regalo de los modernos tiem¬
pos. Cuando Sancho vió que todos se entraban y que
iba a quedarse isolo, comenzó a asustarse de nuevo, y
diciendo para sus adentros "a'l país que fueres haz lo
que vieres", acabó por subir al coche y fué y se puso
junto a su ámo todo mohíno y escamado. A poco mo¬
mento- lanzó la locomotora un agudo silbato, llenó el
aire conel revuelto penacho de su negra cabellera, y
como prodigioso vestiglo o leviatán de tierra- firme,
con el ir y venir de la recia musculatura de suis ém¬

bolos, el vigoroso resoplar de sus negros pulmones y


el crujir de sus aceradas coyunturas, partió el tren
con la majestad de una fiera descomunal y soberbia.

FIN
ERRATAS NOTABLES

Como la presente edición fué hecha en España, no


habiendo tenido la corrección necesaria de aparte del
autor, se ha incurrido en muchas erratas de las cuales
las principales son las que siguen:

Página Linea Dice Debe decir

9 6 mereciera hiciera
11 1 del año mil novecientos del año de mil y novecientos
14 42 redobló redoblaba
18 6 lucieran hicieran
23 1 deshaciéndose desasiéndose
23 18 más calurosa más que calurosa
25 40 entrometernos entremeternos
27 21 le aguardaban lo aguardaban
28 6 en enmendarme de enmendarme
30 12 se han intercalado dos ren¬

glones que deben ponerse al


fin del acápite
30 32 entuertos tuertos
31 2 el ama y sobrina el ama y la sobrina
31 10 almas de otro mundo almas del otro mundo
es fama
34 40 es fama de que los
que los hombres
hombres
35 14 púsolos luego a doña púsolos luego en doña
Agila Aguila
39 21 la azotaina de ayer la azotaina de agua
40 24 tan buena mullida cama tan buena y mullida cama
41 15 y tan a gusto y tan gusto
, , 19 encandiláranse encaudiláronsele
42 13 y quiero decir y quiere decir
42 36 como en mi vida he como
que en mi vida he
catado catado
43 3 entuertos tuertos
52 40 y nosmolerá la ma¬ y nos molerá basta la ma¬
drugada drugada
Página Linea Dice Debe decir

53 5 ¿ Quién lo duda? ¡Quien lo duda!


»t
42 de su mozo del mozo

55 2 que tenía que quedarse que tenia de quedarse


34 abrumado brumado
59 12 ese fantasma •

este fantasma
60 36 crines deí Rocinante crines de Rocinante
61 19 mona
queda mona se
queda
73 4 que honran la fama que honra la fama
78 41 allegar al cuotidiano allegar el cuotidiano
82 36 un físico y una mala un físico ni una mala
39 trago de bálsamo trago del bálsamo
-

84 7 aventureros tenemos aventura tenemos


86 39 díjole éste díjole aquél
100 19 Señor señor
»» 31 no thay más pláticas no haya más pláticas
102 17 ¿Yo de pelo en pecho? ¡Yo de pelo en pecho?
103 29 nada menos el caballo nádamenos que el caballo
104 29 señalándole señalándolo
109 8 Caroriano Caroniano
110 31 vencelle vencello
)t.
36 de más o menos de más o de menos
39 pues ya digo pues yo digo
111 13 acercándose acercáronse
112 2 importuno inoportuno
113 36 le rinden domenaje le rinden el homenaje
114 37 informarse informarme
37 reza el calendario reza hoy el calendarlo
»>

117 12 joroba saben las cosas joroba, saben de cosas


118 25 por Salamanca o por Salamanca o
Sigüenza pnr Sigüenza
luego de otros luego de oíros
121 30 veo ya que comen veo yo que comen

122 25 buscaron aventura buscaron ventura


124 3 rodeaba rodearon
127 17 las cosas que te las cosas que se te
esperan esperan
19 de esos malignos de estos malignos
M
38 ¿Ves, Pedro cómo Ves, Pedro, cómo estamos
y te echas a cortar y te echas a cortar
orejas? orejas.
132 6 Huyamos Fuyamos
22 en sí a poco en sí poco a poco
133 17 ¿Combatir ¡Combatir
139 30 y (Suprimida)
141 10 sobra satisfecha sobre por satisfecha
♦» 36 trastocarlo trastrocarlo
Página Linea Dice Debe decir

142 41 andáis con noticias andáis en noticias


M
contestó William contestó don William
143 28 observó William observó don William
145 14 señor William señor don William
149 20 Nunca lo oyera Nunca lo creyera
151 17 como si fuese un cura como si fuese cura
152 31 [Se ha intercalado un ren¬
glón que debe ir después)
153 19 luego, agregó luego agregó
f f
24 eso esto
M
25 castaño obscuro castaño aobscuro
155 3 Pues nada Pues es nada
156 3 desencantamiento desentamento
36 monstruo monstruoso
158 2 crbelle cabello
158 29 sino a mis brazos sino en mis brazos
159 37 a revrrencias a reverenciar

160 23 Vea vuesa Majestad Vea Vuesa Majestad


163 16 primeras antiguas
164 1 desencaminadores descaminadores
INDICE Idl t

Página

AL QUE LEYERE
5
CAPITULO I. Donde se verá el modo cómo

re¬
sucitaron Don
Quijote de la Mancha y Sancho
Panza, su escudero
11
CAPITULO II. Que trata de las razones

que
pasaron entre eí Tío Samuel
y Don Quijote, y
del modo como éste quedó alojado 20
CAPITULO III. —
Diálogos que pasaron entre
Don Quijote
y su escudero 27
CAPITULO IV. —
Que trata de la
graciosa equi¬
vocación que tuvo Don
Quijote confundiendo a
Doña Aguila con Dulcinea
y de la desgracia que
con esto le vino
33
CAPITULO V. —
Que trata de las razones que
pasaron entre el Tío Samuel
con otras
y sus huéspedes
cosas dignas de
contadas para la
ser
mejor inteligencia de esta verídica
historia 40
CAPITULO VI.
. .

Donde se verá el medio


de qué
se valió Don
Quijote para salir del chalet
él que
imaginaba ser castillo encantado
45
CAPITULO VII. — De lo que Ies sucedió a Don
Quijote y a Sancho, luego que saíieron del
castillo, con otros sucesos
muy amenos y va¬
riados.
56
CAPITULO VIII. —
Que trata de la desaforada
aventura que tuvo Don
Quijote por favorecer
Página

a unos huelguistas, con otros sucesos que no


63
pueden pasar inadvertidos
CAPITULO IX. — Donde se verá el modo como
quedaron desencantados Don Quijote y su 69
escudero
CAPITULO X. — De cómo Don Quijote y Sancho
encontraron por segunda vez a Rocinante y al
rucio, con otros sucesos que 110 pueden dejar
de mencionarse para la mejor inteligencia de
74
esta historia
CAPITULO XI. —Donde se refiere la conversación
que tuvieron Don Quijote y su escudero y el 80
sobresalto que pasó a causa del pollino . . .
CAPITULO XII. — Que trata del principio y fin
del combate que tuvo el bravo Don Quijote con
84
el lujoso caballero del Dóllar
CAPITULO XIII. — Donde se refiere lo que
hablaron Don Quijote y Sancho con motivo de la
aventura del caballero del Dóllar, con otros
88
sucesos dignos de tomarse en cuenta . . . .
CAPITULO XIV. -Donde se cuenta la historia del
Reino de Quivira y el miedo y congojas que
96
pasó Sancho con esta aventura
CAPITULO XV. — Que trata del modo como fué
recibido Don Quijote en el Reino encantado y de
103
las cuitas quepasó Sancho Panza, su escudero.
CAPITULO XVI. — Donde se refieren algunos

curiosos sucesos y se da cuenta del discurso que


pronunció Don Quijote con relación a la América
109
y sus grandezas
CAPITULO XVII. — Que trata de la sabrosa
platica que tuvo Sancho con la servidumbre del
Castillo y de lo que después discurrieron el amo
116
y el mozo
CAPITULO XVIII. — Que trata de la salida que
hizo Don Quijote para desencantar el Reino de
Quivira y de las maravillas del Bosque Sagrado,
Página

con otros sucesos qüe no pueden dejar de


mencionarse 123
CAPITULO XIX. — Donde se refiere la batalla
que tuvo Don Quijote con un poderoso ejército
y se da cuenta y razón de otros sucesos de
mucha trascendencia en el curso de esta verídica
historia 130
CAPITULO XX. — Donde se cuenta el modo cómo
Don Quijote y Sancho encontraron aposento en
una granja modelo 137
CAPITULO XXI. — Donde se cuenta lo que
en él se verá .. 146
CAPITULO XXII. Que trata del fin y remate

de la por mil títulos famosa aventura del desen¬


cantamiento del Reino de Quivira 156
— —
BIBLIOTECA NACIONAL

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