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Una filosofía de la
liberación
Propósito:
1
Epicuro, Obras completas, Altaya, Barcelona, 1995, p. 57.
2
Rodolfo Mondolfo, La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro, Eudeba, Buenos Aires 1997,
p. 37
3
Diógenes Laercio X 130, citado por C. García Gual N. (1970). Epicuro, el liberador. Estudios Clásicos,
(61), Madrid p. 399.
espiritual es signo de la conquista de tres miedos persistentes: al destino, a los
dioses y a la muerte.
“¡Ay pobres almas de los mortales, ay corazones cerrados! ¡En qué tinieblas la
vida y en qué grandes peligros pasa este tiempo sea el que sea! ¡No ves que por su parte
la naturaleza no ladra otra cosa sino que el dolor apartado del cuerpo se aleje de la
mente, y que el alma, libre de pena y cuidado, disfrute de una sensación de alegría!”. (II,
14-19)
“¡Oh raza desdichada de los mortales, cuando atribuyó tales acciones a los dioses y les
endosó amargos enfados!” (V, 1194-1195)
Antes de abocarse a la comprensión de la realidad y su estructura,
cuando se sentía en presencia de unos seres etéreos y perfectos, observaba la
inmensidad de los cielos y se le llenaba el pecho de una angustia religiosa, y
sentía que las deidades todo lo podían; la inocencia supina de estos hombres era
capaz de atribuirle todo a ellas, henchido el corazón de miedo. Tenemos ricas
imágenes que dan cuenta de este estado, como la típica del marinero
sucumbiendo ante los terrores del naufragio e implorando la salvación a unos
dioses con los oídos despiertos. El primer paso que deberá dar nuestro poeta
será, por tanto, desterrar los miedos que producen el destino y las deidades, las
causas más pertinaces de sus congojas.
“Porque ese miedo y esas tinieblas del espíritu es menester que las despejen no los rayos
del sol ni los dardos luminosos del día sino la contemplación y doctrina de la
naturaleza”. (I, 146, 148)
“Y es que a todos los mortales los envuelve el miedo ese de que ven que en la tierra y en
el cielo se producen muchas cosas sin que puedan ellos de ninguna manera acertar a ver
las causas de tales acciones, y piensan que suceden por gracia divina”. (I 151-154)
“Por esto, cuando hayamos visto que no hay cosa que pueda originarse a partir de nada,
arrancando entonces de ahí contemplaremos ya con más acierto lo que estamos
persiguiendo: de dónde cabe que se origine cada cosa y de qué modo cada una se produce
sin la actuación de los dioses” (I 155- 160)
La argumentación urdida por el poeta para afirmar y consolidar su
primer principio lo lleva a considerar qué consecuencias tendría en el ámbito
biológico negar este principio:
“Y esto otro: ¿por qué vemos diseminarse en primavera la rosa, con los calores
los trigos y a la invitación del otoño las vides…” (I 173-175)
Por fuerza también hay que afirmar que así como es imposible que algo
surja de la nada, también lo es que vuelva a ella, pues las cosas son compuestos,
y como tales, al disolverse, deben volver a sus partes elementales, atómicas:
“A esto se añade el que la naturaleza deshaga luego cada cosa en sus propios
corpúsculos sin dejar ningún ser eliminado hasta la nada” (I 214-216)
Para apoyar este aserto imagina dos problemas peliagudos: si las cosas
fueran mortales en su totalidad desaparecerían como si nos la sacaran de la
vista, y no tendría lugar ninguna fuerza que disolviera el compuesto a sus
partes elementales; nos quedaríamos sin nada, con mero vacío. E hilando más
fino: una vez que la vejez consuma la materia ¿de qué lugar saldría la nueva
materia para renovar las especies?
“Porque si algo fuera mortal en todas sus partes, tal cosa en particular desaparecería
como si la quitaran de nuestra vista” (I 218, 220)
“(...) se dan cosas que constan de cuerpo sólido y eterno; tales cosas enseñamos que son
las simientes y los primordios de los seres, de donde ahora tomará consistencia el
conjunto todo de los seres producidos.” (I, 499, 502)
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Cappelletti Ángel, Lucrecio, La filosofía como liberación, Monte Ávila, Caracas, 1987, p. 97
Se hace evidente ahora que el conjunto de la materia no constituye en su
conjunto una masa sólida y compacta, como los elementos atómicos. Los
cuerpos crecen y se gastan. Pero el conjunto, la masa total, no disminuye ni un
ápice: los elementos que abandonan el compuesto, empequeñeciéndolo, van a
formar parte de otro, acrecentándolo. El total de la materia se rejuvenece
ininterrumpidamente. Los hombres se pasan la vida, generación a generación
los vivientes se suplantan y se pasan la antorcha de la vida como en las
olimpiadas:
“Así se renueva constantemente el conjunto de los seres y viven unos tras otros por
turno los mortales, crecen unos pueblos, menguan otros, y en breve espacio se suceden
las generaciones de los vivientes, y como corredores se van pasando la antorcha de la
vida”. (II 75-79)
“Cuanto mejor compruebes que los cuerpos de materia todos se agitan, ten presente que
en el conjunto nada es el fondo de todo y que los cuerpos primarios no tienen donde
asentarse, porque hay espacio sin fin ni medida, y que la inmensidad se extiende en
todas direcciones ya lo hice ver extensamente y quedó demostrado con fundamento
seguro”. (II 89-94)
“Cuando los cuerpos se arrastran por el vacío en derechura hacia abajo a causa de sus
propios pesos, en un momento indeterminado por lo general y en un lugar
indeterminado por lo general y en un lugar indeterminado empujan un poco fuera de su
sitio, lo suficiente para poder afirmar que su movimiento ha cambiado”. (II, 217-220)
“En fin, si un movimiento se enlaza sin parar con otro y del antiguo surge uno nuevo
en determinado orden sin que los primordios al desviarse ocasionen algún inicio de
movimiento que quebrante las leyes destino a fin de que una causa no siga a otra
indefinidamente, ¿de dónde en la tierra les viene a los vivientes esa decisión? ¿De dónde
sale, insisto, esa decisión desligada del destino gracias a la cual nos dirigimos adonde a
cada uno lo arrastra su gusto, y torcemos además los movimientos, y no en tiempo
determinado ni en dirección determinada sino adonde por propia cuenta nos lleva
nuestra mente?”. (II, 251, 258)
“Si de ahí lo que bien aprendes en ti guardas, la naturaleza aparece libre al punto,
desembarazada de señores orgullosos, haciendo todo ella sin participación de dioses” (II,
1090- 1903)
“y no capta que todas las cosas poco a poco se descomponen y vienen a parar al ataúd al
agotarse en la vieja pista del tiempo” (I 1772-74)
Miedo a la muerte:
“Parece que tengo que aclarar en mis versos la naturaleza del espíritu y del alma, y
echar fuera de cabeza al consabido miedo del Aqueronte que de raíz altera la vida
humana manchándolo todo desde su asiento con el negror de la muerte, sin dejar que
haya gozo limpio y puro” (III 33-40)
La mente (mens, animus) es la sede del pensamiento, sin dejar por ello de
ser parte del cuerpo humano, como las manos, los dedos, o cualquier otra
extremidad u órgano:
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Cappelletti Ángel, Lucrecio, La filosofía como liberación, Monte Ávila, Caracas, 1987, p. 180
Asimismo el alma es una parte del cuerpo como la mente, y se integra al
todo orgánico con las otras partes:
“ahora para que puedas reconocer que también el alma está en los miembros...” (II, 11
El alma no pasa a ser más que otro órgano del cuerpo humano, formado
por aire y viento cálido, a la manera homérica, el cual se escapa en el último
momento de la muerte del cuerpo:
“Hay por tanto un vapor y un viento vital en el propio cuerpo que abandonan nuestros
miembros al morir” (III, 127-128)
Alma y mente tienen el vínculo estrecho que supone ser una única
sustancia, aunque diferenciadas: la mente es aquella parte que regla y comanda
al cuerpo como pensamiento, mientras que el alma está subordinada a ella,
dispersa a su vez a través de todo el cuerpo.
“Afirmo ahora que espíritu y alma se mantienen trabados uno y otra, entre los dos
hacen una sola naturaleza, pero que es como lo principal y señorea sobre el cuerpo
entero esa guía que llamamos ‘espíritu’ y ‘mente’”. (III, 136-139)
“Y puesto que la mente es una sola parte del hombre y permanece fija en un lugar
determinado, tal como son los oídos y los ojos y cada uno de los otros sentidos que
gobiernan la vida, y tal como manos y ojos o narices no pueden, cortadas aparte de
nosotros, ni sentir ni ser, sino que desempeñan un tiempo tal servidumbre, asi el
espíritu no puede por sí solo darse sin el cuerpo”” (III, 545-555)
6
El yo es constituido por la autoconsciencia, es decir, el pensamiento, que se da en el espíritu, que es la
parte que comanda.
sentido, pues a quien no existe no le cabe ser desdichado, y que haya nacido o
no, debería serle indistinto:
“Porque, si acaso nos esperan desdichas y dolores, debe también en ese tiempo de
entonces estar aquel al que le podría ocurrir algo malo; puesto que la muerte evita tal
cosa e impide que esté aquel al que podrían juntársele tales inconvenientes, podemos dar
por sentado que nada hay que temer en la muerte, que no puede llegar a ser desgraciado
quien no está ya, y que ello ya no se diferencia de no haber nacido en ningún momento,
una vez que la muerte inmortal suprime la vida mortal .” (III, 826-869)
Hasta aquí vimos los argumentos que el poeta utiliza para desbaratar el
miedo a la muerte misma, pero aún queda el miedo a lo que está más allá de la
muerte, el pánico de ultratumba, y de la escatología que se le relaciona.
“Y por supuesto, cada una de las cosas que proclaman que hay en el Aqueronte insondable, las
tenemos todas en la vida.” (III 978-979)
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Epicuro, epístola a Meneceo, citado por Luis Antonio de Villega, Biblioteca de clásicos para uso de
modernos, Gredos, Madrid, 2008, p. 105
El temor a la muerte es producto directo de nuestra ignorancia sobre la
naturaleza de las cosas: solamente el conocimiento racional de la estructura de
la realidad puede salvar al hombre de su angustia ante la finitud; solamente el
saber racional puede conducirlo a la felicidad y a una vida serena. Los hombres,
al desconocer a la naturaleza, no entienden la fuente de sus aflicciones; si la
entendieran, sabrían que la única vía es penetrar en los arcanos de la naturaleza,
y aceptar la irracionalidad de querer vivir a cualquier precio, por temor a la
muerte.
“Cabe por tanto alcanzar estando vivo todos los siglos que se quiera, no menos por ello
la muerte seguirá siendo eterna, ni aquel que en el día de hoy llegó al final de su vida
estará sin ser menos rato que el otro que falleció muchos meses y años antes” (III, 1089,
1093)
Conclusión:
Bibliografía:
:-Cappelletti Ángel, Lucrecio, La filosofía como liberación, Monte Ávila, Caracas, 1987
-Luis Antonio de Villega, Biblioteca de clásicos para uso de modernos, Gredos, Madrid, 200
-C. García Gual N. (1970). Epicuro, el liberador. Estudios Clásicos, (61), Madrid p. 399.