Sunteți pe pagina 1din 14

Los pecados capitales del

profesor de matemáticas

Expositor: Aquiles Páramo

Departamento de Matemáticas - Universidad de Los Andes - Bogotá -


Colombia
Relator: Aquiles Páramo Fonseca

1. Presentación

La charla de hoy está a cargo del profesor Aquiles Páramo quien trabaja
hace más de 15 años como profesor de la Universidad de Los Andes y
quien está vinculado desde hace unos 8 años aproximadamente a su
Departamento de Matemáticas. El profesor Páramo ha sido el coordinador
de este Seminario sobre la Didáctica de las Matemáticas y ha preparado
para esta ocasión, que es la última de este semestre, una exposición sobre
los que él considera que son los errores más comunes entre los profesores
de Matemáticas.

2. Resumen de la exposición

Por Aquiles Páramo

Para la última sesión de este Seminario sobre Didáctica de las Matemáticas,


he querido preparar una exposición sobre los errores que yo considero que
son los más señalados y frecuentes entre los profesores de matemáticas. Me
dio por llamarlos “Los pecados capitales del profesor de Matemáticas” y,
según me han dicho, son siete. Si lo hice así, sólo fue para ponerle algo de
picante a lo que voy a decir. No es mi intención tener una actitud
inquisitoria o condenatoria sobre la labor que desarrollamos a diario.
Simplemente quiero hablar un poco sobre la pedagogía de las matemáticas
y compartir con ustedes algunas de mis ideas. Estoy plenamente consciente
de que uno de los pecados, quizás veniales, que fácilmente cometemos
algunos profesores consiste en considerar que hay un método único para
enseñar y sé que esto es falso. La forma de enseñar es completamente
personal y está muy ligada a la creatividad individual de cada cual, pues
tiene que ver con la manera particular en que cada profesor expresa en el
aula lo que es. No creo posible por lo tanto establecer unos parámetros fijos
para enseñar.
1. El profesor “cuchilla”.

Para comenzar, me parece muy desafortunado que la imagen generalizada


que tiene la gente común y corriente sobre el profesor de matemáticas sea
más bien negativa, al menos aquí en Colombia. En efecto, en nuestro país
se tiene la idea de que este profesor es alguien que se la pasa "rajando" a
los estudiantes, que disfruta inspirándoles terror, que vive proponiendo
acertijos y problemas dificilísimos, que explica cosas que nadie puede
entender y que exige un rendimiento imposible de alcanzar. A este respecto
la siguiente anécdota es bastante diciente. Hace un tiempo me subí a un taxi
después de salir de la Universidad y el conductor, viendo mi atuendo y mi
maletín, me preguntó: “Usted es profesor, ¿no es así? ¿Qué enseña?”. Le
respondí: “Soy profesor de matemáticas”. Entonces me dijo: “¡Ah, usted es
el cuchilla!” y me endilgó, así no más, ese epíteto que me disgusta y que no
me merezco.

¿Qué es lo que entiende la gente común con la expresión “profesor


cuchilla”? Creo que alude a un profesor que no le perdona ningún error a
un estudiante, un profesor que se complace poniendo bajas calificaciones,
que es excesivamente exigente con sus alumnos, que le da “materile” a
todo el mundo y que no deja pasar ni un signo. Es una expresión de
carácter violento, que habla de un profesor que humilla con sus burlas a sus
estudiantes y que los hace sentir poca cosa. Los hace sentir brutos y les
inspira temor.

Esta imagen que tiene la gente del profesor de matemáticas es lamentable y


lo peor de todo es que somos los mismos profesores de matemáticas los que
la hemos ido forjando con nuestras actitudes erróneas. Me consta que en
muchas escuelas de nuestro país, en colegios de bachillerato e incluso en
algunas universidades hay profesores así, que se burlan de sus estudiantes,
los hacen sentir brutos y los llenan de miedo. Eso está mal y es muy grave
y por eso considero que es el pecado capital más grande de todos. Cuando
un profesor humilla a un estudiante o cuando se burla de él, le está cerrando
sus posibilidades intelectuales. El alumno que es motivo de repetidas burlas
y que tiene que enfrentar un fracaso tras otro, comienza a creer que no es
capaz de resolver problemas, que no puede plantear ninguna ecuación y le
empieza a parecer imposible entender el lenguaje matemático que -
recordémoslo- es el lenguaje de la ciencia y la tecnología, es decir, el
lenguaje del desarrollo. Termina viendo en las matemáticas algo odiosas e
inalcanzables y empieza a detestarlas. De esta manera, el profesor
“cuchilla” se convierte en un promotor más del subdesarrollo de nuestro
país.

Por supuesto, todo esto es diametralmente opuesto a las matemáticas


mismas porque esta ciencia, bien lo sabemos, es el estudio de todo lo
posible. Las matemáticas están llenas de la imaginación más desbordada.
Piensen, por ejemplo, en Cantor y en sus descubrimientos sobre el infinito.
Él encontró que hay conjuntos infinitos que son más numerosos que otros
conjuntos infinitos y al hacer este hallazgo dio muestras de ser todo un
visionario, alguien que fue capaz de ver más allá del infinito. Lo mismo
puede decirse de las geometrías no euclidianas que nacieron de la
indagación lógica de las posibilidades del espacio. Por eso digo que el
profesor “cuchilla” es la antítesis del matemático: en lugar de abrir la
mente de sus estudiantes hacia el mundo de las posibilidades, les cierra las
puertas a la imaginación.

Para mí, el buen profesor de matemáticas debe ser amable, benévolo y


comprensivo. Si un estudiante se equivoca en un signo, si comete un error
en el tablero, debe tener en cuenta que cualquiera puede equivocarse
(errare humanum est), debe recordar que él mismo yerra muchas veces al
resolver una ecuación o un problema geométrico. Al mismo tiempo debe
estimular al estudiante cuando éste acierta, felicitarlo por sus logros, hacer
que se sienta feliz y orgulloso cuando encuentra la solución de un problema
difícil y retarlo para que enfrente problemas de mayor dificultad.

Me pregunto por qué se da en los salones este personaje del profesor


“cuchilla”. No sé muy bien, pero me parece que tiene que ver con algún
problema personal que está afectando o perturbando al profesor, quiero
decir, una situación familiar de gran tensión, un problema laboral, un
fracaso personal. Todas estas cosas pueden generar en el profesor una
actitud de agresión contra sus estudiantes. Si el profesor está en problema
y ha tenido que aguantar humillaciones fuera del salón, es posible que trate
de compensar sus frustraciones actuando con superioridad contra sus
estudiantes. Por eso, el buen profesor debe estar vigilando constantemente
sus propios estados de ánimos, debe reflexionar permanentemente sobre sí
mismo, debe dedicarle tiempo al auto conocimiento, para poder delimitar
muy bien el campo de su trabajo del campo de sus problemas personales.
En esto el buen profesor debe emular el trabajo de los psicólogos.
Recordemos que un psicólogo bien entrenado puede tener muchos
problemas en su casa o en su familia, pero ante su paciente sabe mantener
una actitud tranquila y estable que le permite ser objetivo. Así mismo el
buen profesor una vez que entra al salón y cierra la puerta, deja por fuera
todos sus problemas personales y se dedica a su labor docente de una
manera apacible, equilibrada y bondadosa.

2. El profesor “libro”.

Pasemos al segundo pecado, que es el del profesor “libro”. Es un profesor


que llega al salón de clase y recita el libro de texto o por decirlo mejor,
vacía en el tablero todos sus contenidos. Escribe los teoremas importantes,
hace las demostraciones sin que falte una coma y da unos pocos ejemplos.
Muchas veces escoge los ejemplos límite para ilustrar los conceptos
teóricos. Por citar un caso, expone la noción de intersección entre dos
conjuntos y después ilustra su explicación poniendo el siguiente ejemplo:
“vacío intersección vacío igual vacío” y se acabaron los ejemplos. Es
posible que el profesor “libro” sea un gran matemático, pero un gran
matemático no es necesariamente un gran profesor. Es frío y muy serio.
Entra a la clase sin mirar a nadie, escribe en el tablero dándoles la espalda a
los estudiantes y habla sin mucha energía. Luego sale del salón. Se
mantiene distante. Parece como si siempre estuviera concentrado en sus
problemas matemáticos.

A mí me parece que el profesor “libro” tiene el defecto de que no se


preocupa de que sus estudiantes entiendan. El siguiente cuento es popular
entre profesores y es bien ilustrativo al respecto. Una persona pone a la
venta un perro y le fija un gran precio diciendo que ese perro se sabe la
Filosofía de Aristóteles pues él se la ha ensañado. Otra persona se lo
compra y después de un tiempo le dice: “hombre, el perro está bien, está
grande y sano, pero no he visto que sepa nada de la Filosofía de
Aristóteles”. “Pues qué extraño -le replica el otro-, porque yo le leí todos
los libros de Aristóteles cuando se quedaba acompañándome por las noches
junto a la chimenea”. Eso le pasa al profesor “libro”. Puede que él copie en
el tablero todos los contenidos del libro, sin que falte ni una coma, pero no
se preocupa de que sus estudiantes entiendan y por eso su clase sale mal. Se
le olvida que el trabajo del profesor no consiste solamente en emitir
información, sino que debe asegurarse de que la información sea bien
captada.

Un buen profesor tiene un sentido muy agudo, una sensibilidad muy


desarrollada, para captar si su auditorio le está poniendo atención. No sé,
pero las miradas de los estudiantes, sus comentarios, sus preguntas, sus
risas, su actitud en general, el silencio que hacen a veces, le dicen al
profesor si están captando y entendiendo lo que él está diciendo. El
profesor debe procurar hacer preguntas, animar la clase, sorprender de
tanto en tanto a sus estudiantes con comentarios extraños y sobre todo
aplicar el viejo método socrático de la Mayéutica. Sócrates hacía preguntas
y mediante esas preguntas inducía en su interlocutor el parto del
conocimiento. Un buen profesor puede hacer, por ejemplo, que un
estudiante resuelva el problema de convergencia o divergencia de una serie,
guiándolo con sus preguntas, haciéndole sugerencias, mostrándole casos
análogos, comentándole las implicaciones de sus equivocaciones, hasta que
finalmente el estudiante “ alumbra” con la solución del problema. Además
el profesor debe saber contextualizar las cosas que explica. No se trata de
copiar el contenido del libro. Hay que contextualizarlo. Sirve mucho, por
ejemplo, hacer un comentario histórico al presentar una noción o hacer un
ver cómo esa noción se relaciona con otros campos. Un estudiante no sólo
necesita información. Necesita también conocer cuáles son las conexiones
de esos datos con otras cosas. Esto hará que el estudiante le halle sentido a
lo que está aprendiendo. El sentido de las cosas se adquiere cuando se
adquieren conexiones de unas cosas con otras.

Me parece increíble que un profesor esté dictando clase y sus estudiantes


estén distraídos haciendo otras cosas. Eso es frecuente en los famosos
cursos magistrales. El profesor Andrés Villaveces me contó que estando
una vez en la prestigiosa Universidad de Carnegie Mellon, vio que un
profesor dictaba una clase magistral al parecer de Historia de las
Matemáticas, pero mientras explicaba una por una las diapositivas que iba
proyectando en una pantalla gigante, la mitad de sus estudiantes estaban
con sus portátiles abiertos, jugando en los computadores, consultando
Internet o contestando sus correos electrónicos (Ver Correo de los
Lectores). Yo me pregunto, ¿cómo es posible que un profesor de Historia
de las Matemáticas no sea capaz de percibir que más de la mitad de sus
estudiantes no le están prestando atención?
3. El profesor “madre”.

Como ya estamos aburridos con el profesor “libro”,


pasemos mejor al profesor “madre”, que es el tercero de los pecados que
quiero comentar hoy. He utilizado esta expresión porque es de uso
corriente entre los estudiantes. A veces se les oye decir, refiriéndose a tal o
cual profesor, que es un profesor “madre” o simplemente que “es una
madre”. Pero quiero advertir que no es mi propósito promover ni fomentar
al utilizar este modo de decir ningún cliché respecto del padre o la madre.
La gente suele entender que la figura paterna es exigente y que la figura
materna es condescendiente y comprensiva aunque en la realidad
seguramente las cosas no son así: hay madres muy autoritarias y exigentes
y a la vez hay padres muy comprensivos.

Un profesor “madre” es un profesor muy condescendiente, que no les exige


grandes esfuerzos a sus estudiantes. Con él es muy fácil pasar. A veces ni
siquiera es necesario asistir a todas sus clases. No exige ningún esfuerzo.
Suele perdonar los errores de los estudiantes, así sean estos muy grandes.
Hace un examen y si algunas preguntas resultan muy difíciles de contestar
para los estudiantes, dice:“He decidido que estas preguntas no valen”. Con
estas actitudes la pereza y la ley del mínimo esfuerzo se enseñorean del
curso. El profesor pone muy buenas notas aunque los trabajos presentados
por sus estudiantes no son demasiado brillantes. Por eso al profesor
“madre” le dicen también profesor “cuatrero”, ya que las calificaciones que
pone siempre son de cuatro para arriba.

Me pregunto qué es lo que hay detrás de un profesor “madre”. ¿Por qué


este profesor deja a un lado algo tan importante para la pedagogía como la
exigencia? ¿Por qué no es capaz de crear un ambiente que resulte
estimulante y desafiante para el alumno? He pensado en ello y creo que el
profesor “madre” se produce cuando hay de por medio sentimientos de
culpa. Estoy pensando en un profesor que falta a menudo a sus clases, que
continuamente llega tarde al salón, que se atrasa mucho en la entrega de los
parciales corregidos y que no prepara suficientemente bien las clases que
dicta. Todas estas conductas, todas estas faltas de responsabilidad, generan
en él grandes remordimientos y sus estudiantes saben aprovecharlos muy
bien. Le hacen chantaje emocional y lo manipulan afectivamente para les
perdone sus faltas. Si el profesor no cumple en su trabajo, no puede exigir
que sus alumnos cumplan.

Lo último que quiero decir a este respecto es que cuando un profesor no


exige esfuerzo, el estudiante se aburre, se desmotiva. Le parece que la
materia que está tomando con él es demasiado fácil y termina fastidiándose
porque se da cuenta de que no le está aportando gran cosa. Todo el mundo
recuerda aquellas materias en las que se trabajó duro, en las que se
aprendió, en las que había que hacer un esfuerzo considerable para pasar.
En cambio, casi no se recuerdan aquellas materias que resultaban muy
fáciles. Éstas no dejan ninguna huella pues no tienen la fuerza necesaria
para arañar.

4. El profesor “pavo real”.

Pasemos ahora al pecado del profesor “pavo real”. La denominación es


invención mía y alude básicamente a un profesor que se luce en el salón, a
un profesor que se pavonean con su inteligencia frente a sus estudiantes.
Generalmente es un profesor joven que apenas está comenzando y por eso
podríamos decir que es un pecado de juventud, aunque para ser francos hay
profesores viejos que se quedan con la maña.

Una vez que entra al salón de clase, a este profesor le queda muy difícil
exponer las cosas de la manera más sencilla posible. Supongamos, por
ejemplo, que este profesor expone el tema de la integral por sustitución.
Hay algo que le impide poner ejercicios muy simples en los que la
sustitución es evidente. Prefiere traerles a sus estudiantes unas cuantas
“joyas”, de ésas que requieren que se haga un tratamiento algebraico
previo, sofisticado e ingenioso, antes de que se pueda medio entender cuál
puede ser la sustitución más adecuada en cada caso. Los estudiantes miran
alelados al profesor “pavo real” que saca fórmulas y aplica trucos para
resolverlas las integrales y empiezan a creer que el cálculo integral es cosa
de prestidigitadores. El profesor se ufana ante ellos con sus malabares
algebraicos y quizás se siente feliz de la admiración que suscita entre sus
alumnos.
Pero las cosas no son así. En realidad, lo único que sienten sus estudiantes
es que están confundidos. Además sienten temor porque piensan en las
integrales que el profesor va a poner en los parciales. Preocupados
comentan con sus compañeros de otros grupos: “Ese profesor pone unas
integrales que sólo él logra resolver, muy difíciles”. Se desmotivan y no
aprenden.

La pedagogía mal entendida se presta para exista el fenómeno del profesor


“pavo real”, pues al fin y al cabo dar una clase es una ocasión para que a
uno lo miren, para que a uno lo escuchen. Ofrece la oportunidad de ejercer
cierto protagonismo. Pero en esto no se puede exagerar. La clase no es para
lucirse, no es para ufanarse ante los alumnos de que uno puede resolver las
integrales más difíciles o de que puede encontrar los trucos argumentativos
más elegantes en una demostración. La clase es para enseñar cosas, las
cosas de siempre, y para hacerlo con humildad de la manera más sencilla
posible.

5. El profesor “neblina”.

El quinto pecado es el del profesor “neblina”, al que he llamado así porque


sus explicaciones son tan confusas y tan oscuras, que sus estudiantes no
logran comprender absolutamente nada. Es un expositor vago, impreciso,
que no logra hacerse entender. Le falta preparación como profesor. No
domina los lenguajes necesarios para ejercer su labor con eficiencia. Con
él, uno se siente como cuando se conduce un automóvil entre la niebla. No
se sabe muy bien por dónde sigue el camino, ni dónde uno se encuentra, ni
cómo salir de allí.

Un buen profesor no pierde de vista que dar una clase es ante todo un
asunto comunicativo, un asunto de lenguaje. Más exactamente, una buena
clase es un espacio donde confluyen gran cantidad de lenguajes, una
amalgama lingüística, por decirlo así. Quiero exponer a continuación una
pequeña lista que hice a vuela pluma de los lenguajes más utilizados por el
profesor de matemáticas durante sus clases.

El español hablado. El profesor debe hablar su lengua con corrección,


utilizando una buena dicción y una entonación agradable. Sus palabras
deben ser muy bien escogidas y la redacción de sus frases debe ser fluida y
coherente. Además la estructuración conceptual de la clase debe ser clara y
equilibrada. La correcta pronunciación de los sonidos es muy importante
para que los estudiantes entiendan lo que dice.

El español escrito. Cuando el profesor escribe en el tablero debe utilizar


una letra apropiadamente grande y de mucha legibilidad. Su ortografía debe
ser irreprochable en todos sus aspectos: desde el uso correcto de las letras
hasta los detalles de las tildes, el manejo de minúsculas y mayúsculas y los
asuntos de la puntuación. Esto se aplica igualmente al caso de los
comentarios que el profesor escribe en las correcciones de los parciales, en
los mensajes electrónicos que les envía a sus alumnos y en los los
materiales audiovisuales que el profesor prepara, pues todo esto contribuye
a que el estudiante le entienda con facilidad.

El lenguaje gestual. El buen profesor gesticula acertadamente mientras


dicta sus clases. Puntualiza sus ideas con las manos, con los movimientos
de sus brazos y de sus músculos faciales. Sabe cuándo debe aproximarse a
sus estudiantes y cuándo debe alejarse de ellos. Varias veces se ha dicho
con justa razón que el salón de clases es una especie de escenario teatral y
el profesor un actor que debe sacar provecho de los recursos que
proporciona la expresión corporal.

El lenguaje matemático escrito. En particular, el profesor de matemáticas


debe dominar el lenguaje formal de las matemáticas. Sabe escribir las
fórmulas muy bien en el tablero, con cuidado y elegancia, y no olvida abrir
o cerrar ningún paréntesis. Maneja con fluidez la simbología general de las
matemáticas, con sus letras latinas, sus letras griegas, sus caracteres góticos
y hebreos. Debe conocer además otras notaciones alternativas que, aunque
no están universalizadas, aparecen de tanto en tanto en la bibliografía.

El lenguaje matemático hablado. El buen profesor de matemáticas sabe


leer adecuadamente sus fórmulas. Conoce el nombre de las letras griegas y
de las señales diacríticas. Dice los teoremas con corrección y emplea
adecuadamente los giros lingüísticos que son característicos del lenguaje
hablado de los matemáticos.

El lenguaje gráfico. Muy a menudo será necesario que el profesor explique


sus ideas haciendo gráficas y dibujos en el tablero, sobre todo, cuando se
tocan temas relacionados con la geometría. En esos casos el profesor debe
hacer las gráficas muy bien. Debe trazar los ejes coordenados, marcarlos
adecuadamente. y hacer juiciosamente el trazado de las curvas. Se tomará
el tiempo necesario para rayar una región del plano y utilizará distintos
colores para poder destacar los elementos importantes de un problema.
Sabrá utilizar unas veces líneas continuas y otras veces líneas punteadas.
Indicará ciertas puntos mediante flechas y subrayará otras encerrándolas en
redondeles.

Otros idiomas. El buen profesor pronunciará lo mejor posible los términos


foráneos y las frases citadas en otro idioma que a veces aparecen en sus
clases y así mismo hará con los nombres propios de los científicos
extranjeros.

El dominio de todos estos lenguajes hará que las nubes que envuelven al
profesor “neblina” desaparezcan por completo y que sus estudiantes
empiecen a considerarlo como un profesor muy claro, al que todo se le
entiende. Y es que al profesor de matemáticas no le basta con saber mucho
de matemáticas, tiene que ser también un magnífico comunicador.

6. El profesor “eficiencia”.

El profesor “eficiencia” es aquel que cree que basta con ser eficiente en la
enseñanza para ser un gran profesor. En realidad no se trata de un pecado
de acción. Más bien es un pecado de omisión. Hace varios años
almorzando con mi padre, el profesor Jorge Páramo Pomareda , quien fue
un gran maestro aquí en la Universidad de Los Andes, cometí el error de
ufanarme ante él de ser un profesor eficiente. Le dije. “Cojo un grupo de
estudiantes y en tan sólo quince días puedo hacer que un dominen a la
perfección, por ejemplo, los métodos para derivar funciones”. Entonces él
me miró, me sonrió con cierta sorna y me dijo. “Bueno, la eficiencia es
parte de la enseñanza, pero eso no lo es todo. Es apenas una parte y quizás
no es la parte más importante. Hace falta un elemento esencial y
misterioso, un elemento que no se puede medir ni explicar con exactitud y
que se resume en ser un verdadero maestro. Alguien que va más allá de
enseñar a derivar, de enseñar a integrar o de enseñar aplicar con eficiencia
unos procedimientos algebraicos. Alguien que transmite unos valores muy
importantes, pero no porque los diga expresamente, sino porque los enseña
con su ejemplo, con su actitud especial y única en el salón de clase, con la
forma en que responde a las inquietudes de sus estudiantes, con la manera
en que prepara y desarrolla sus clases. El gran maestro deja una huella
indeleble en sus alumnos. Les otorga muchos tesoros. Les transmite la
pasión por el conocimiento, la honestidad intelectual, la claridad del
pensamiento, la sensibilidad por la belleza matemática. y muchas otras
cosas por el estilo, que son inestimables. Trasmite, por decirlo así, unos
ideales. Los estudiantes reconocen en el gran maestro una guía, lo quieren
entrañablemente como persona, lo emulan y lo admiran por lo que vale
como profesor o como investigador. Ya verá que con el tiempo, con la
dedicación al trabajo docente, con la experiencia que dan los años, usted
logrará poco a poco convertirse en un gran maestro y dejará de creer que lo
importante es la eficiencia”. Después de oírlo yo me quedé pensando
“Ojala” y lo sigo pensando todavía.

Los que piensan que la enseñanza es solamente un asunto de eficiencia no


van en el camino correcto. La pedagogía no es simplemente una técnica
que pueda manejarse con los parámetros del ingeniero industrial. El
profesor no es un recurso más de la maquinaria educativa, ni el estudiante
puede ser visto como un producto que se somete a un proceso de fábrica.
Ambos son seres humanos y en tanto que tales son esencialmente
misteriosos y asombrosos. La verdadera pedagogía nace del milagro
comunicativo que forjan ellos dos. La relación estudiante profesor es un
punto de encuentro lleno de misterio y lleno de luz.

7. El profesor “papeleo”.

El séptimo pecado es el último y le pertenece al profesor “papeleo”, que es


un profesor netamente pragmático. Es aquel que cree que enseñar
matemáticas es enseñar a pasar exámenes de matemáticas. Digamos que se
limita a entrenar a sus estudiantes para que puedan pasar todas las pruebas
necesarias para lograr obtener un título profesional. Tiene una filosofía en
la que predomina lo que es útil para la vida. Lo que le importa es que el
estudiante pueda cumplir con los requisitos del sistema educativo. En cierta
forma es un engranaje más del sistema y ayuda a mover la maquinaria de
los papeleos de la burocracia generalizada. Digámoslo crudamente: ayuda a
completar un papel.

El buen profesor tiene claro que eso es lo de menos. Que si se abolieran los
títulos, que si se quitara el sistema de notas y de evaluaciones, que si los
diplomas dejaran de existir de una buena vez, de todas maneras subsistiría
la pedagogía, porque ésta no puede quitarse. Es innata al ser humano. En la
enseñanza está una de las formas más nobles de que dispone el ser humano
para transmitir, conservar y desarrollar los tesoros del conocimiento. Los
legados de los científicos, de los grandes matemáticos, de los poetas, de lo
sabios. Es uno de los medios que tiene el ser humano para luchar contra el
olvido.

Para terminar, quiero contarles algo muy personal. Cuando nació mi nieto,
me esperé 6 largos años, guardando en mi escritorio una lupa grande que de
vez en cuando le mostraba y le dejaba coger, hasta que una mañana, llena
de sol, llena de luz, lo llamé y le dije que saliéramos al jardín. Allí le
enseñé cómo se puede hacer fuego concentrando los rayos del sol en un
punto candente. Él se asombró muchísimo y cuando entendió ese sencillo
milagro que estaba sucediendo, me miró con una sonrisa, clara y bella, en
la que me mostraba toda la infinita dimensión del ser humano. Yo me sentí
feliz como siempre que enseño y él salió corriendo a buscar a sus amigos
para enseñarles a otros lo que acaba de aprender. Esa hermosa mañana
resume todo lo que pienso de la pedagogía.

3. Relatoría de la discusión

Después de la exposición anterior el profesor Alfredo Uribe Ardila, de


Bioquímica, dijo que a los profesores de física, de química, de biología
también les aplican el adjetivo de “cuchillas” y que por lo tanto ése no es
un mote exclusivo de los profesores de matemáticas. Y añadió que cree que
la gente se refiere a que son muy exigentes. No solamente a que rajan a sus
estudiantes poniéndoles malas calificaciones. El profesor Aquiles Páramo,
entre chiste y chanza, le pidió disculpas por haberse apropiado para los
profesores matemáticos de la ingrata denominación de profesores
“cuchilla”.

El profesor Hernando Echeverri intervino luego para decir que había que
considerar el asunto del fantasma detrás del tablero. Según él las malas
experiencias que un profesor pudo haber tenido con otros profesores
cuando le enseñaron tienden a ser repetidas. Quizás por eso a veces hay
profesores que humillan a los estudiantes y los tratan mal. Están repitiendo
viejas experiencias negativas. Claro que también imitan las positivas,
emulando a antiguos y buenos profesores que admiraron en su momento y
eso está muy bien. Habló entonces de la importancia de que los profesores
hagan un poco de psicoanálisis. Tal vez así logren exorcizar a sus
fantasmas que tienen detrás del tablero. El profesor Aquiles Páramo estuvo
de acuerdo con él y agregó que enseñar matemáticas no era sólo una
cuestión de transmitir información, de exponer unos contenidos
matemáticos. El profesor es una persona, con afectividad y emociones, que
se manifiesta como tal en el salón de clase y al que le concierne hacer ese
tipo de reflexiones de auto análisis.

El profesor Rolando Roldán, actual Decano de la Facultad de Ciencias, dijo


refiriéndose a la experiencia relatada sobre Carnegie Mellon que no está
conforme con las opiniones expuestas pues se pregunta si no estamos
asistiendo a la aparición en los jóvenes de una nueva mentalidad. Una
forma moderna de pensar. Señaló que los muchachos pueden hacer varias
cosas al mismo tiempo. Pueden atender a una clase mientras están
conectados al computador (juegos, Internet, correo electrónico). Según él, a
nosotros nos cuesta creerlo, pero es así y deberíamos modernizarnos. Contó
que una vez quiso hablar con uno de sus hijos pero él no se despegaba del
computador: “¡Póngame atención!”, le reclamó y el muchacho simplemente
le contestó: “Pero, papá, le estoy poniendo atención!” Desde entonces cree
que los muchachos tienen una forma de administrar sus facultades
intelectuales que es quizás distinta de la nuestra. El profesor Carlos
Montenegro complementó esta opinión diciendo que eso sería como
“caminar y mascar chicle al mismo tiempo”.

El profesor Palacios dijo que le parece muy importante que los profesores
les hagan preguntas a sus estudiantes para ver si están poniendo atención y
si están captando lo que se les enseña. El profesor Alfredo Uribe Ardila, de
Bioquímica, contó a este respecto que una vez tenía dos alumnas muy
distraídas. Parecían estar ocupadas en otra cosa. Sin embargo, una de ellas
estaba captando todo lo que él estaba diciendo a juzgar por las respuestas
que le daba. Contó además que para que los estudiantes le pongan atención
les pide a veces que lo miren directamente a los ojos.

El profesor Jorge Palacios tomó la palabra y le dio un giro distinto al


debate pues dijo que uno de los pecados que no se nombraron se produce
cuando un profesor tiene preferencias entre los estudiantes. Eso desanima a
los demás. El profesor debe ser justo e imparcial en este campo. El profesor
José Humberto Giraldo intervino entonces para señalar otro pecado que
había faltado comentar. Según él es frecuente que los profesores, entre
ellos, a espaldas de sus estudiantes, se quejan o se burlan los errores que
cometen sus alumnos. Muchas veces oye a sus colegas lamentándose de
que sus estudiantes no entienden por más que se les explica o de lo mal
preparados que llegan a sus cursos. Y terminó diciendo algo que, según él,
parece una perogrullada pero que a menudo se pasa por alto: si los alumnos
supieran, no tendría sentido nuestro trabajo pues no tendríamos nada que
enseñarles.

El profesor Eduardo Ramírez intervino para decir que a él le parece todos


hemos caído en los pecados capitales que fueron mencionados en este del
Seminario. Nadie es perfecto, dijo, y un buen profesor busca el equilibrio,
alternando momentos de exigencia y momentos de comprensión. Concluyó
diciendo que a partir de todos los defectos mencionados es como se hacen
los buenos profesores.

Para terminar el profesor José Ricardo Arteaga dijo que había hecho falta
nombrar dentro de los lenguajes que debe maneja un buen profesor en el
salón de clase, el lenguaje de las nuevas tecnologías: los computadores, el
software educativo, el Internet.

S-ar putea să vă placă și