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EL CONCEPTO DE DESPERTAR ESPIRITUAL

EN EL ENFOQUE PSICOTERAPÉUTICO TRANSPERSONAL1

Alejandro Celis H.

Introducción

El mundo vive, desde mediados de los años 50 hasta el inicio de los 70 –pero especialmente en
los 60- cambios profundos, radicales. En muchos planos, esto significa una brisa de aire fresco
que cuestiona y sacude estilos de vida muy enraizados y perpetuados quizás únicamente por el
valor asignado culturalmente a la tradición. Es la época de las grandes utopías, visiones
esperanzadoras de un mundo mejor en el plano político y espiritual. La expresión artística, el
sistema educacional y las relaciones humanas experimentan grandes transformaciones, algunas
de las cuales se mantienen hasta nuestros días. La lucha de la comunidad negra por sus
derechos civiles en EEUU, así como la lucha estudiantil por retirar a sus tropas de Vietnam
sacude las raíces de las instituciones y creencias más conservadoras de ese país.

El movimiento hippie de los países industrializados cuestiona también radicalmente las


costumbres de sus antepasados. La aparición de la píldora anticonceptiva ayuda a la mujer a
asumir un rol sexual tan activo como el del hombre, y a desarrollarse más allá de su limitado y
pasivo papel de madre y dueña de casa. La educación también es sacudida profundamente por
las revueltas estudiantiles en Europa y EEUU. En Chile, dos de los íconos más representativos
del más radical conservadorismo se ven puestos en jaque cuando la Casa Central de la
Universidad Católica es “tomada” por estudiantes que en su frontis cuelgan un enorme lienzo
que dice: “Chileno: El Mercurio miente”. Las Universidades chilenas adoptan en ese entonces
currículums flexibles y semestrales y derogan el examen final en cada curso.

Es en ese clima que surge -principalmente en EEUU- la Psicología Humanista, nombre que une
cantidad de corrientes originadas en forma independiente pero unidas por valores y conceptos
muy similares, a través del esfuerzo académico e institucional de Abraham Maslow y Anthony
Sutich. Se ven incluidas en esta nueva corriente la obra de Carl Rogers, Fritz Perls, el mismo
Maslow, terapeutas corporales inspirados en Wilhelm Reich –como Alexander Lowen y
Pierrakos-, Ida Rolf, una importante vertiente del psicodrama de Moreno y muchos otros
autores menos conocidos.

La Psicología Humanista se presenta como una corriente más “optimista” en relación a las
posibilidades y potencialidades del hombre que las que le asignaban el psicoanálisis y
conductismo ortodoxos, imperantes sin contrapeso hasta entonces. Surgen conceptos como
“tendencia actualizante”, “potencial humano”, “autorrealización”, “funcionamiento óptimo”,
“valoración organísmica”, “desarrollo personal”, “estados expandidos de consciencia”, “consciencia
Unitaria” y otros de similar tono, todos los cuales implican una confianza básica en los recursos
innatos del individuo. A fines de los años 60, sin embargo, se unen los mismos Maslow, Sutich y
el psiquiatra checo Stanislav Grof para formar un movimiento que, sin negar los valores y

1
Investigación financiada íntegramente por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile,
publicada como artículo en Revista Psicología y Sociedad, Año 1, Nº1, Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Central, Santiago de Chile, 2002.
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principios de la psicología Humanista, deseaba ir más allá: el movimiento Transpersonal o


Cuarta Fuerza.

En esencia, los Transpersonales abogan por una concepción aún más expansiva respecto a las
posibilidades de realización del hombre, con lo cual los objetivos terapéuticos y la concepción de
salud y de funcionamiento saludables se amplían aún más. La Asociación de Psicología
Transpersonal surge de la unión de los aportes de la psicología occidental y los de tradiciones
espirituales como el Hinduísmo, el Budismo, el Taoísmo, el Zen, el Cristianismo esotérico, el
Hassidismo o el Sufismo. El término trans alude a lo que se halla "más allá" y lo personal es el
ego, la personalidad, la estructura condicionada -la raíz griega de “persona” significa "máscara"-.
A nivel individual, el interés de los Transpersonales es, entonces, aquello que se halla más allá
de lo condicionado: qué es este ser en lo esencial, qué es él aparte de sus registros de
condicionamientos.

En términos más globales, lo transpersonal alude a lo que comúnmente se conoce como "lo
espiritual", aquello que trasciende nuestras identidades individuales, ese "orden universal", esa
"unidad", ese "Origen único" de todo lo existente –Ken Wilber lo llama “el Sabor Único” (1999)-,
lo que implica, por supuesto, validar esa dimensión al interior de la psicología. Esta dimensión
puede contactarse como experiencia subjetiva en estados expandidos de consciencia, no así a
través de la investigación empírica tradicional, por lo cual la ciencia ortodoxa ha tenido
dificultades en verificarla y/o aceptarla.

Las vivencias de expansión que dieron sustento a los orígenes de la corriente mostraban
aspectos de la experiencia humana que escapaban a los límites estrechos y limitados del
condicionamiento individual: vivencias y percepciones profundas y trascendentes, unidad
cósmica y otros fenómenos que cuestionaban, en lo esencial, el concepto establecido del ser
humano, de la vida y de nuestra relación con la naturaleza, así como la idea de que cada
individuo se halla separado del resto de la existencia. Todas estas experiencias y vivencias ya
habían sido descritas siglos antes por religiones del Oriente. Cabe señalar aquí que estas
religiones –incluida la cristiana- tuvieron, en su origen, un componente esencialmente
experiencial: es decir, sus fundadores enseñaron desde experiencias propias vividas por ellos. Con
posterioridad, sus seguidores introdujeron la serie de rituales y dogmas que actualmente se
conocen con el nombre de “religión establecida”. Ken Wilber distingue ambas fases con los
nombres de “religión esotérica” y “religión exotérica”, respectivamente, centrando todo su interés
en la primera (Wilber, K., 1995).

Quizás podríamos decir que Víktor Frankl y Carl Gustav Jung fueron los primeros psicólogos
transpersonales. El interés del primero por “el sentido de la vida” es fácilmente traducido a la
búsqueda de la dimensión espiritual, y el segundo se interesó tempranamente en el Budismo
Tibetano. En la actualidad, los principales expositores de esta línea dentro de la psicología
académica son -entre otros- Frances Vaughan, Roger Walsh, Stanislav Grof, Charles Tart,
Claudio Naranjo y Ken Wilber. Además de la información generada en el extranjero, existen en
nuestro país intentos iniciales por ordenar los fundamentos (Bustos, S. y Román, F., 1992; Celis,
A., 1995), filosofía (Celis, A., 1996) y técnicas que en la práctica utilizan terapeutas que se
adscriben a la corriente Transpersonal (González, V., 1997).

Concepto de Salud y Enfermedad


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Desde el advenimiento de la corriente Humanista –de la cual esta línea teórica es hermana- los
psicólogos comenzamos a interesarnos más seriamente en la noción de salud, puesto que el
énfasis de nuestra profesión se hallaba anteriormente centrado en la enfermedad, el desajuste y
la neurosis. Previamente solíamos definir la salud como “ausencia de patología”. A través de
una visión más expansiva de la salud, Humanistas y Transpersonales buscaban que la persona –
una vez superada cualquier patología- buscara niveles mayores de satisfacción, realización y
felicidad. Como se dijo, rescataron para ello mapas provenientes del Oriente, en donde esas
culturas habían manifestado desde siglos antes un marcado interés en esta área.

La corriente Transpersonal concibe al cuerpo, la mente y las emociones como intrínsecamente


unidos, afectándose unos a otros. En este enfoque, hallamos en uno y otro autor que el concepto
clave en términos de salud/enfermedad es la consciencia. Con el fin de clarificar la acepción que
aquí se utiliza, digamos que la palabra inglesa awareness ha sido comúnmente traducida al
español como “darse cuenta” o “consciencia”, y alude a la facultad -destacada especialmente por
la línea Gestáltica- de vivenciar o percibir algo y ser, simultáneamente, capaces de ser
conscientes de estar vivenciando o percibiendo. La Gestalt trabaja fundamentalmente el
desarrollo de esta capacidad en las personas, puesto que establece una relación prácticamente
lineal entre mayor consciencia (o darse cuenta) y salud psicológica. Los enfoques místicos
hablan, también, de niveles de consciencia: muy someramente, este concepto alude a que,
dependiendo de nuestro grado o nivel de awareness o darse cuenta, podemos experimentar una
misma realidad de diferente forma; esta percepción será más refinada y amplia y el estado
subjetivo del receptor será más gratificante y saludable mientras más elevado el nivel de
consciencia en que la persona se halle en ese instante. Es importante destacar que el nivel de
consciencia de cada uno de nosotros no es estático: cambia según cómo nos afecta lo que ocurre
fuera y dentro de nosotros. Sin embargo, a medida que nos responsabilizamos por nosotros
mismos, descubrimos que también somos responsables del nivel de consciencia en que nos
hallamos, momento a momento.

En general, el desajuste se concibe como un efecto del proceso de condicionamiento social, en el


cual la persona reprime o acepta aspectos de sí mismo en función de la aceptación que recibe de
los que le rodean. Así, el individuo forma una personalidad que ha escindido aquellos aspectos
de los que ha aprendido a desconectarse –en otras palabras, deja de ser consciente de esas
partes-. En un artículo excepcionalmente lúcido, el psicoterapeuta Max Hammer (1974) explica
así lo que aquí ha ocurrido: "La psicopatología se inicia con la primera ocasión en que rechazamos en
nuestro interior cualquier cosa que sea experiencialmente real".

Los estados expandidos de consciencia y el concepto de “despertar”

La perspectiva transpersonal sostiene, entonces, la existencia de un amplio espectro de estados


de consciencia, y que algunos de ellos pueden realmente ser llamados estados "superiores". La
visión Occidental tradicional sostiene que sólo existe un espectro limitado de estos estados (por
ejemplo, la vigilia, el sueño onírico, la intoxicación, el delirio) y considera que prácticamente
todos los estados alterados son nocivos y lo óptimo es la “normalidad” (R. Walsh y F. Vaughan,
1980). Esta percepción comienza a cambiar a fines de los años 50, merced a los estudios con
drogas sicodélicas –o como también se les llama, drogas “que expanden la mente”- realizados
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por figuras respetadas dentro del mundo literario o científico, como Aldous Huxley (1956),
Claudio Naranjo (1973) o Stanislav Grof (1975).

Sin embargo, conscientes de que estas sustancias detonaban estados naturales al hombre –y, por
tanto, potencialmente accesibles a través de medios no químicos- diversos estudiosos exploraron
dichos estados mediante una variedad de técnicas, como trance o concentración de diversos
tipos (Erickson, M., 1965), meditación (Naranjo, C. y Ornstein, R., 1971) y técnicas de respiración
(Grof, S., 1999). Sus investigaciones ampliaron notablemente, tanto el espectro de las técnicas
terapéuticas potencialmente útiles, como la magnitud de los logros a que la psicoterapia podía
aspirar.

El estudio de los estados expandidos de consciencia llevó inexorablemente a los occidentales a


estudiar a los expertos en el tema: los místicos orientales.

Desde tiempos remotos han existido registros de experiencias de expansión de la consciencia, en


que la misma realidad física que percibimos todos los días se vivencia de un modo enteramente
diferente. Esta idea era, hasta hace poco, casi enteramente ajena a nuestra cultura occidental,
quizás a excepción del famoso estudio de A. Maslow (1959) respecto de las personas
autorrealizadas y sus “experiencias peak”. Maslow había estudiado estas experiencias desde los
años 40, pero el temor a la ridiculización de sus colegas dilató casi en veinte años que publicara
sobre el tema. Sus estudios fenomenológicos le permitieron caracterizar dichas experiencias
como “vivencias que incluían una momentánea desorientación temporo-espacial, sentimientos de
maravilla y asombro, una profunda felicidad y una completa pero también momentánea desaparición del
temor frente a la grandiosidad del Universo” (en Hoffman, E., 1998).

Maslow (1959) también notó que estas experiencias dejan con frecuencia un efecto
profundamente transformador en las personas, “haciendo desaparecer -a veces para siempre- ciertos
síntomas neuróticos”. Hoffman (1998), por su parte, estudió más de 250 reportes de este tipo de
experiencias vividas antes de los 14 años de edad, confirmando que "...muchos de nosotros -quizás
más de lo que creemos- hemos experimentado tremendas experiencias peak –incluso experiencias místicas-
durante nuestra infancia. A este respecto, la psicología convencional y las disciplinas asociadas han
pintado un cuadro seriamente incompleto de la infancia”.

En este mismo sentido, Maslow también observó que “existen múltiples registros de este tipo de
experiencias en la Historia humana, pero hasta donde yo sé, aún no producen ningún interés en
psiquiatras o psicólogos” (Maslow, A. 1959). Esta observación fue posteriormente compartida por
otros autores de la corriente Transpersonal: “Respecto a la psicología de la liberación, no tenemos
nada. ( ) De hecho, las Obras Completas de Freud contienen más de 400 referencias respecto a la neurosis
y ninguna respecto a la salud" (R. Walsh y F. Vaughan, 1980); “Exceptuando el nivel supremo de la
Unidad, el espectro de la consciencia es un espectro de la patología” (Wilber, K., 1982).

Si bien Maslow –quien aparentemente no poseía mayores conocimientos de las religiones


comparadas o de la “filosofía perenne”-, no llevó más allá sus hallazgos, existían dos textos
clásicos dentro de la literatura psicológica contemporánea que se refieren al tema: Cosmic
Consciousness, del médico y psicólogo canadiense Richard M. Bücke (1901), y Varieties of Religious
Experience, de William James (1961). En el plano de los místicos, por otro lado, existían
abundantes registros: cristianos (San Francisco, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila,
Juana de Arco, Santa Catalina de Siena, etc), mahometanos (Mevlana Jelal’uddin Rumi, Omar
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Khayyam, Ibn Il Arabi, Rabiya y otros), del Buda, maestros Zen, de maestros Taoístas (Lao Tsé,
Chuang Tzu), y otros místicos del pasado reciente o enteramente actuales, como Emmanuel
Swedenborg, Ramana Maharshi, Meher Baba, Jiddu Krishnamurti, Paul Lowe, Bernadette
Roberts, Franklin Merrell-Wolff y otros. Interesantes aportes al tema también lo constituyen las
compilaciones realizadas por John White, La experiencia mística (1979) y ¿Qué es la iluminación?
(1989).

Dentro del ámbito de la psicología, sin embargo, estas experiencias no se han visto validadas con
facilidad. Los expositores del psicoanálisis, especialmente, han tendido a confundirlas con
manifestaciones psicopatológicas o, en el mejor de los casos, como regresiones a una etapa pre-
verbal: "De allí que se haya interpretado la consciencia eterna como una mera regresión a los modos de
conscienciamiento instintivo, oceánico y primitivo. Dios, en este sistema (el psicoanálisis), no es más que
un síntoma infantil que necesita desesperadamente ser curado. ( ) Esta confusión existe debido a que la
diferencia entre pre y trans no se comprende con claridad" (Wilber, K., 1988, pág 128); “...por ejemplo,
el que Freud considerase la experiencia oceánica como un mero reflejo del desamparo infantil, la
descripción de Alexander de la meditación como una catatonia auto-inducida, la descripción de los
místicos hecha por el Grupo por el Avance de la Psiquiatría (The Group for the Advancement of
Psychiatry) como psicóticos borderline. Sin embargo, el modelo transpersonal intenta proporcionar, por
primera vez, un marco de referencia psicológico que pueda abarcar y comprender las experiencias y
disciplinas religiosas” (Walsh, R. y Vaughan, F., 1980a).

Ken Wilber, uno de los pilares centrales de este enfoque y que ha contribuido en forma
importante a su desarrollo teórico, concluyó lo siguiente de su revisión exhaustiva de las
psicologías occidentales: “Los modelos del hombre y de su evolución pueden agruparse en tres tipos: de
pre-personal a personal a transpersonal (Wilber, K., 1982, 1998), los que se ven reflejados en diversas
corrientes psicoterapéuticas”. Esta conclusión implica que las diversas teorías estudian diferentes
niveles de los fenómenos: algunas estudian a la persona antes que ésta forme una identidad
(fase pre-personal), un segundo grupo la estudia en la expresión de su personalidad (fase
personal) y un tercero estudia los niveles en que esta personalidad se trasciende (fase
transpersonal). De este modo, Wilber valida todas las teorías psicológicas, pero les otorga
niveles diferentes, en donde los más básicos son incluidos por los más abarcativos.

La experiencia mística: niveles y características

En la revisión de la literatura sobre el tema, a poco andar es fácil observar que parecen existir
experiencias místicas de diferentes grados de profundidad. Los occidentales no disponemos de
términos muy específicos para este ámbito, por lo cual parecemos haber utilizado los términos
“experiencia mística” o “experiencia peak” para prácticamente toda la variedad de estados
posibles, los que en el Oriente reciben nombres diferentes, según su naturaleza. En la revisión de
la literatura, encontramos términos como kensho, satori, moksha, samadhi, nirvikalpa samadhi,
nirvana, etc.

Parece ser que el tipo de experiencia descrito por Maslow y otros corresponde al tipo más
básico, que en Oriente recibe el nombre de satori. Además de los casos descritos por Maslow, el
ser experiencias relativamente comunes nos produce una cierta familiaridad con ellas, ya sea
que las conozcamos a través de la literatura, nuestra experiencia directa o la de personas
conocidas. Daré algunos ejemplos ilustrativos:
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El primero es de R.M. Bücke (citado por A. Watts, 1989):

De repente, sin previo aviso, me encontré envuelto en una nube roja. Por un momento pensé en un
incendio, en una inmensa conflagración que tenía lugar en alguna parte cercana a la gran ciudad. Supe
entonces que el fuego estaba dentro de mí. Poco después, tuve una sensación de júbilo, de una inmensa
alegría, seguida de una iluminación intelectual que era imposible describir. Entre otras cosas, -aunque no
podía creerlo- vi que el universo no está compuesto de materia muerta, sino que, por el contrario, es una
Presencia viva. Llegué a sentir dentro de mí la vida eterna. No pensé que tendría la vida eterna, sino que
tuve la consciencia de que en aquel momento la poseía; vi que el hombre es inmortal; que el orden cósmico
es tal que, sin duda alguna, todas las cosas funcionan al unísono para el bien de cada una y de todos; que
el principio fundamental del mundo, de todos los mundos, es lo que llamamos amor y que la felicidad de
cada uno y de todos es, a la larga, absolutamente cierta. Tuve esta visión durante unos segundos y luego
desapareció, pero lo que recuerdo de ella y el sentido de la realidad que me mostró perduran en mi recuerdo
desde hace un cuarto de siglo.

El segundo ejemplo lo experimentó el autor de este artículo:

En 1982, estaba participando con otra docena de personas en un taller de zazen –práctica de meditación de
origen budista-. Durante los cinco días de duración del taller, las únicas actividades aparte de dormir y
comer –cuyos horarios eran estrictamente reducidos- eran contemplar un muro blanco y caminar muy
lentamente en círculos, mirando el suelo. Durante las dos actividades, la indicación era “ser un testigo de
los propios pensamientos”. Al tercer o cuarto día, recuerdo haber estado irritado porque los conductores
nos hacían caminar afuera, donde hacía frío. En algún momento, sin embargo, se compadecieron de
nosotros y nos indicaron caminar en la sala interior. Había recién comenzado a caminar cuando sentí que
algo extraño estaba ocurriendo. Mi percepción era diferente, de una forma que no podía precisar...
Después de un rato me di cuenta de lo que era: ¡la mente –aquella del diálogo interno incesante- no estaba
por ningún lado!

Instantes después me di cuenta de que eso no era estrictamente cierto: podía oírla aún, pero la sensación
era similar a oír vagamente la radio de algún vecino, a una cuadra de distancia: algo distante que no
alcanza a interferir. Funcionaba por sí sola, sin control, en un diálogo interminable consigo misma, p ero
yo estaba desconectado y ajeno, sintiendo y percibiendo lo que me rodeaba, por una vez sin la interferencia
de la mente mecánica. Podía pensar, pero no a través del descontrolado e incontrolable flujo de cháchara
que había aprendido a llamar “pensamiento”: recuerdo haber pensado, “Así debo haber vivido las cosas
cuando niño”.

Tenia una sensación de maravilla, como si cada objeto, persona o elemento de la naturaleza fuese en sí
fascinante y nuevo. Examinaba todo con curiosidad, y el hecho de que los demás no se diesen cuenta de
que me sentía enteramente diferente y que los viera a ellos de un modo igualmente diferente me causaba
muchísima gracia. Este estado perduró durante varias horas. Meses después me inscribí en un taller
similar, en la creencia de que viviría la misma experiencia: allí descubrí que las experiencias místicas no
son programables y son únicas, pues obviamente no viví –ni he vuelto a vivir- nada parecido. He tenido
experiencias tanto o más interesantes, pero siempre diferentes a ésta.
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Un tercer caso lo constituye el de una mujer anónima de sesenta años que le escribió a Aldous
Huxley (1990):

Tenía unos quince o dieciséis años; me encontraba en la cocina haciendo tostadas para el té y, súbitamente,
en una oscura tarde de noviembre, todo el lugar se inundó de luz y durante un minuto estuve sumergida
en ella y tuve el sentimiento de que, de una manera inexpresable, el Universo se encontraba bien. Esto me
ha afectado para el resto de mi vida: he perdido todo temor a la muerte, tengo pasión por la luz pero no
tengo miedo alguno de la muerte, porque esta experiencia luminosa ha sido una especie de convicción de
que, en cierto modo, todo está bien para mí.

Como vemos, estas experiencias son un arrobo momentáneo en el cual la persona tiene la
sensación de ver un nivel más profundo de la realidad; o, dicho de otro modo, la realidad “más
como realmente es”. Hay vivencias de júbilo, de certeza respecto a lo que se ve y de hallarse en
casa en el mundo. Otro elemento –que desafía enteramente nuestra lógica- es que cada una de
estas experiencias parece ser única e irrepetible, y –lo que resulta aún más difícil de comprender-
no parecen tener un detonante claro; es decir, no logramos definir por qué ocurrieron en una
ocasión y no en otra, o por qué a una persona y no a otra.

Según Ken Wilber (1982), a través de su propia experiencia y su extensa revisión de la literatura,
concluyó que “...existen al menos dos niveles diferentes dentro del ámbito transpersonal, o, poniéndolo
de otro modo, dos niveles diferentes de trascendencia. El nivel inferior es el del testigo trascendente: ( ) la
propia consciencia trasciende la mente, el cuerpo, el ego y el centauro2, y se transforma en un mero testigo
de esos ámbitos –la experiencia que Maslow llama experiencia “peak”, y los hindúes, savikalpa samadhi-.
Pero más allá ( ) existe un estado radical y supremo en el cual uno ya no es un testigo de la realidad, sino
que uno se transforma en la realidad ( ), y ésa es la Suprema Identidad (bhava samadhi)”.

Este segundo nivel de realización constituye lo que se conoce popularmente como


“iluminación”. Parece tratarse de un salto cualitativo y más radical de consciencia. He recogido
dos descripciones de primera mano de esta vivencia. El primero es el del conocido místico indio
contemporáneo, Jiddu Krishnamurti. Su experiencia ocurrió en Ojai, California, en el mes de
Agosto de 1922 (Lutyens, M., 1997):

“... descubrí que me estaba tornando más sosegado y más sereno. Toda mi perspectiva de la vida había
cambiado. Entonces, el 17 de Agosto, sentí un dolor agudo en la base de la nuca y tuve que reducir mi
meditación a 15 minutos. El dolor, en vez de mejorar como había esperado, empeoró. El clímax fue
alcanzado el día 19. No podía pensar, no era capaz de hacer nada, y mis amigos de aquí me obligaron a
permanecer en cama. Luego quedé casi inconsciente, aunque me daba muy bien cuenta de lo que estaba
sucediendo a mi alrededor. Volvía en mí diariamente cerca del mediodía.

El primer día, mientras estaba en ese estado, y más consciente de las cosas que me rodeaban, tuve la
primera y más extraordinaria experiencia. Había un hombre reparando la carretera: ese hombre era yo
mismo; yo era la picota que él sostenía; la misma piedra que él estaba rompiendo era parte de mí; la tierna
hoja de pasto era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi podía sentir y pensar como el
hombre que reparaba la carretera, podía sentir al viento pasando a través del árbol, y a la pequeña hormiga
sobre la hoja de hierba. Los pájaros, el polvo y el mismo ruido eran parte de mí. Justo en ese momento
pasaba un auto a cierta distancia: yo era el conductor, la máquina y las llantas; conforme el auto se
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Wilber llama “centauro” al yo integrado, en que mente y cuerpo existen unidos armónicamente.
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alejaba, yo también me alejaba de mí mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas
estaban en mí, las inanimadas así como las animadas, las montañas, el gusano y toda cosa viviente. El día
entero permanecí en esta bienaventurada condición. No podía comer nada, y otra vez alrededor de las seis
empecé a perder mi cuerpo físico y, naturalmente, el elemental físico hizo su gusto: yo estaba semi-
consciente.

En la mañana siguiente (el 20) ocurrió casi lo mismo que el día anterior, y no podía tolerar a demasiadas
personas en la habitación. Podía sentirlos de una manera más bien curiosa, y sus vibraciones irritaban mis
nervios. Esa tarde, casi a la misma hora (las seis) me sentí peor que nunca. No quería a nadie cerca de mí,
ni que nadie me tocara. Me sentía extremadamente cansado y débil. Creo que sollozaba de puro
agotamiento y falta de control físico. Mi cabeza estaba bastante mal y en la coronilla sentía como si me
clavaran innumerables agujas. Mientras me hallaba en ese estado, sentí que la cama en la cual descansaba
–la misma del día anterior- estaba sucia e inmunda más allá de toda imaginación y que no podía
permanecer acostado en ella. De súbito me encontré sentado sobre el piso, mientras Nitya y Rosalind me
pedían que volviera a la cama. Les rogué que no me tocaran y grité que la cama no estaba limpia. Continué
así por algún tiempo hasta que, eventualmente, salí a la galería y me senté por unos momentos, exhausto y
algo calmado. Empecé a volver en mí y, finalmente, Mr. Warrington me pidió que fuera bajo el pimentero
que está cerca de la casa. Allí me senté con las piernas cruzadas en la postura de meditación. Cuando
había estado así por algún tiempo, sentí que me salía de mi cuerpo, y me vi sentado abajo con las tiernas y
delicadas hojas del árbol encima de mí. Estaba de cara al Oriente. Frente a mí estaba mi cuerpo y sobre mi
cabeza vi la Estrella, brillante y clara. Pude entonces sentir las vibraciones del Buda, contemplé al
Maitreya y al Maestro Kuthumi. Era muy dichoso, estaba en calma y en paz. Aún podía ver mi cuerpo, y
yo flotaba suspendido cerca de él. Había una calma muy profunda, tanto en el aire como en mí mismo, la
calma que existe en el lecho de un lago profundo e insondable. Como el lago, yo sentía que mi cuerpo
físico, con su mente y sus emociones, podía ser agitado en la superficie; pero que nada, absolutamente
nada, podía ya turbar la quietud de mi alma.

La presencia de los poderosos Seres permaneció conmigo por algún tiempo, y después desaparecieron. Yo
era supremamente bienaventurado por haberlos visto. Ya nunca nada podría ser igual. He bebido en las
puras y transparentes aguas que manan de la fuente de la vida, y mi sed fue aplacada. Nunca más podría
estar sediento, nunca más podría hallarme en la total oscuridad. He visto la Luz. He tocado la compasión
que cura todo dolor y sufrimiento; ello no es para mí mismo, sino para el mundo. He estado en la cumbre
de la montaña y he contemplado fijamente a los poderosos Seres. Nunca puedo ya estar en completa
oscuridad: he visto la gloriosa Luz que cura. Me ha sido revelada la fuente de la Verdad, y las tinieblas
han sido disipadas. El Amor, en toda su gloria, ha embriagado mi corazón; mi corazón nunca podrá
cerrarse. He bebido en la fuente de la Felicidad y de la eterna Belleza. Estoy embriagado de Dios”.

El segundo ejemplo es del místico Eckhart Tolle (1997):

Una noche, poco después de mi vigésimonoveno cumpleaños, desperté al amanecer con una sensación de
total pavor. Había despertado con una sensación similar en muchas otras ocasiones, pero esta vez se
trataba de algo más intenso que nunca antes. El silencio de la noche, los contornos difusos de los muebles
en el cuarto oscuro, el sonido lejano de un tren a lo lejos... todo parecía tan ajeno, tan hostil y tan carente
de sentido que me generaron un profundo hastío y repugnancia hacia el mundo. Lo más abominable de
todo, sin embargo, era mi propia existencia. ¿Qué sentido tenía seguir viviendo con este sufrimiento?
¿Para qué seguir en esta continua lucha? Podía sentir un anhelo profundo por desaparecer, por dejar de
existir, que estaba comenzando a ser más fuerte que mi instinto por sobrevivir.
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“No puedo seguir viviendo conmigo mismo” –ése era el pensamiento que se repetía una y otra vez en mi
mente-. De pronto me di cuenta de lo extraño que era ese pensamiento. “¿Soy acaso uno o dos? Si no
puedo vivir conmigo mismo, debo ser dos: “yo mismo” y “aquél con el cual no puedo vivir”. “Quizás” –
me dije a mí mismo- “sólo uno de los dos es real”.

Quedé tan asombrado con este repentino insight que mi mente se detuvo. Estaba totalmente consciente,
pero ya no había pensamientos. Entonces me vi atraído hacia lo que parecía ser un remolino de energía,
cuyo movimiento era lento al principio y luego se aceleró. Me invadió un intenso temor, y mi cuerpo
comenzó a temblar. Oí las palabras “No te resistas a nada”, como si surgiesen desde el interior de mi
pecho. Me sentí succionado hacia un vacío, sintiendo que ese vacío se hallaba más bien en mi interior que
en el exterior. De pronto, el temor desapareció, y me dejé caer a ese vacío. No tengo ningún recuerdo de lo
que ocurrió después de eso.

Me despertó el trino de un pájaro en la ventana. Nunca antes había oído un sonido como ése. Mis ojos aún
se hallaban cerrados, y vi la imagen de un diamante. Sí... si un diamante podía emitir un sonido, sería
algo similar a lo que estaba oyendo. Abrí los ojos. La primera luz del alba se filtraba a través de las
cortinas. Sin ningún pensamiento, sentí, supe, que la luz es infinitamente más compleja de lo que nos
damos cuenta. Esa suave luminosidad que se filtraba a través de las cortinas era el amor mismo. Me
vinieron lágrimas a los ojos; me levanté y caminé por el cuarto. Reconocía el cuarto, y sin embargo, supe
que nunca lo había realmente mirado antes. Todo era nuevo y prístino, como si recién hubiese comenzado
a existir. Tomé cosas en las manos: un lápiz, una botella vacía, maravillándome de la belleza y vitalidad de
todo.

Ese día caminé por la ciudad, completamente asombrado por el milagro de la vida en la tierra, como si
recién hubiese nacido a esta Tierra.

Durante los siguientes cinco meses, viví en un estado de profundo e ininterrumpido éxtasis y paz.
Después de eso, su intensidad disminuyó, o quizás simplemente fue lo que me pareció, puesto que esto se
había transformado en mi estado natural. Podía seguir funcionando en el mundo, aún cuando me di
cuenta de que nada de lo que pudiese “hacer” podía agregar nada a lo que ya tenía.

Sabía, por supuesto, que me había ocurrido algo profundamente significativo, pero no lo comprendía en lo
absoluto. No fue hasta varios años más tarde, después de leer textos espirituales y estado con maestros
espirituales, que me di cuenta de que aquello que todos estaban buscando, a mí ya me había ocurrido. ( )
Más adelante ( ) ...viví estados de éxtasis tan indescriptible ( ) que incluso la experiencia original palidece
en comparación ( ) Pasé casi dos años sentado en bancos de plazas, en un estado de intensa felicidad ( )
Pero aún las más hermosas experiencias vienen y van. Más fundamental, quizás, que cualquier
experiencia, es la corriente subterránea de paz que no me ha abandonado desde entonces”.

En la revisión de la literatura se hallaron otros relatos de experiencias directas igualmente


interesantes, que no se incluyen por obvias razones de espacio: entre otros, Merrell-Wolff, F.
(1973); Cohen, A. (1997); Roberts, B., (1985); Wren-Lewis, J. (1988); Hixon, L. (1995); Nadeen, S.
(1996) y Robinson, J. (1998).

¿Cuál es la importancia de esta experiencia? En palabras de Franklin Merrell-Wolff (1973): “Yo


situaría a este tesoro muy por encima de lo que fuera que pudiera obtenerse en cualquier área del mundo
habitual –tales como logros en el gobierno, en los negocios, en la ciencia, la filosofía, las matemáticas o las
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artes-. Todos estos ámbitos, en comparación, resultan muy inferiores a los valores superiores que surgen
de la Realización Fundamental”. Según el enfoque transpersonal, la “sanación final” ocurre cuando
la persona alcanza el “despertar”, lo que implica una trascendencia del sufrimiento interno.
Gautama el Buda describió este estado precisamente como “el cese del sufrimiento”. C. G. Jung
dice al respecto: "...la aproximación a lo numinoso3 es la única terapia real y, a medida que se alcanzan
las experiencias numinosas, uno se va aliviando del tormento de la patología" (Jung, C.G., 1975).

Ciertos místicos se inclinan por creer que buscar este estado es el propósito de la existencia: es
decir, afirman que ésta tiene, como única meta, el "despertar". Wilber lo resume así: "...el
quehacer del alma en esta vida consiste en recordarse a sí misma y descubrir su unidad con el espíritu
absoluto. Los términos budistas smriti y sati-pathana, el hindú smara, el sufi zhikr, la reminiscencia de
Platón y la anamnesis de Cristo son, todas ellas, expresiones que pueden traducirse como recuerdo".
(Wilber, K., cit. en Vaughan, F., 1990). La misma F. Vaughan dice: "Tanto la psicología profunda
como las principales tradiciones espirituales subrayan la necesidad de esta búsqueda interna. El
cristianismo dice, "El Reino de Dios está dentro de ti", el Budismo, "Mira en tu interior: tú eres Buda"; el
siddha yoga: "Dios mora en tu interior como tú"; el hinduísmo: "Atman (la consciencia individual) y
Brahman (la consciencia universal) son uno; el Islam: "Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor"
(Vaughan, F., 1990).

Dificultades y obstáculos

¿Por qué este tipo de experiencia es obviamente tan escasa, si –como afirma la mayoría de los
místicos-, todos tenemos un acceso natural a ella, puesto que corresponde a nuestra naturaleza
más íntima?

El gran motivo parece deberse a nuestro condicionamiento. No tenemos modelos que nos
inspiren a buscarlo ni se menciona como un estado posible de alcanzar o incluso deseable. Es
más: el tema como tal es algo enteramente ajeno e incluso extraño para nuestros esquemas o
paradigmas reinantes, en los cuales las cosas se validan en términos de utilidad, rentabilidad...
pero, por sobre todo, si son o no comprensibles para nuestra mente. Y claramente el fenómeno
del despertar no lo es. Tanto en Oriente como en Occidente, y a través de toda la historia de la
Humanidad, siempre ha sido una proporción mínima la de aquellos que se interesan por buscar
esa consciencia superior, y con ello la realización de su máximo potencial: el “despertar” o la
“iluminación”. Según Ken Wilber (1999b), “Es una creencia bastante extendida que el Oriente ha
estado simplemente inundado de una espiritualidad auténtica y transformadora.. ( ) y, aún cuando algo de
eso es cierto, la situación real es bastante menos halagüeña, tanto para Oriente como para Occidente. ( )
En primer lugar, aún cuando es cierto que el Oriente ha tenido más personas auténticamente realizadas,
la verdad es que el real porcentaje de la población oriental que se ha involucrado en una espiritualidad en
verdad transformadora es –y siempre ha sido- lastimosamente pequeño. Una vez le pregunté a Katigiri
Roshi ( ) cuántos maestros Ch'an y Zen realmente grandes han habido. Sin vacilar, me respondió
“Quizás unos mil en total”. Le pregunté a otro maestro Zen cuántos maestros Zen japoneses realmente
iluminados estaban vivos hoy, y me respondió, "No más de una docena".

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"Numinoso es un término que describe personas, cosas o situaciones que tienen una profunda resonancia
emocional, psicológicamente asociado con experiencias del sí mismo" (Sharp, D., 1994). El sí mismo es, para Jung,
sinónimo del ser interno. Lo numinoso sugiere una impresión directa, una reacción espontánea frente a una potencia
que posteriormente, podrá ser considerada misteriosa e incluso sobrenatural.
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“Supongamos que ésas son respuestas acertadas. Aún si decimos que sólo han existido un billón de chinos
(una estimación en extremo baja) eso significa un 0.0000001 % de la población total. Y eso significa, con
toda seguridad, que el resto de la población estuvo -y está- involucrada (en el mejor de los casos) en
diversos tipos de ( ) prácticas mágicas, creencias míticas, oraciones y ruegos egóticos, rituales mágicos, etc
( ) así por tanto, sin minimizar en nada el asombroso aporte de las gloriosas tradiciones orientales, el
punto es bastante claro: la espiritualidad radical y transformadora es extremadamente escasa, en cualquier
momento de la historia y en cualquier parte del mundo (las cifras para el occidente son aún más
deprimentes)”.

Parece ser una realidad que es mínima la proporción de aquellos que buscan transformarse de
verdad. Los que no se conforman con los ritos y dogmas de las religiones establecidas –las que
rara vez transforman- son escépticos o nihilistas o bien, por ejemplo, caen en diversas
confusiones respecto a lo que es la verdadera espiritualidad. Por ejemplo, se suele confundir una
mayor consciencia y el despertar con fenómenos que podrían incluirse dentro de lo que
llamamos parasicológicos –lo que a mi entender abarca las capacidades psíquicas para las que
aún no tenemos explicación-. Existen muchos fenómenos que probablemente lleguemos algún
día a considerar “normales” –como la telepatía, la telekinesia, la percepción de otras realidades,
etc- que, si bien son fascinantes y misteriosos, sólo nos muestran un panorama más amplio de lo
que son, en realidad, nuestras capacidades... pero que guardan tan poca relación con la
expansión de consciencia y el despertar como la habilidad mecánica o matemática.

Pienso que, producto de todo este panorama de confusión e ignorancia, simplemente no


buscamos el despertar –el encuentro con nuestra verdadera naturaleza-, y dedicamos nuestras
limitadas energías a lograr el éxito material o profesional y a reproducir esquemas heredados de
nuestra cultura, lo que incluye un determinado nivel de expectativas –limitado, a mi entender-
respecto a nuestra salud y realización.

Una dificultad adicional la representa el hecho de que estas experiencias no son aprehensibles
por nuestra mente lógica. El antiguo libro de sabiduría china, el Tao te Ching, lo dice así: “El Tao
que puede ser expresado no es el verdadero Tao”. Esto podría entenderse como la verdad que puede
expresarse en palabras no es la verdad misma. Se dice que Gautama el Buda dedicó una charla
de horas de duración a precisar lo que esta realidad no es –al asumir la imposibilidad de poder
expresar lo que sí es-. Meher Baba, otro místico contemporáneo, renunció a hablar en algún
punto de su trayectoria.

Hay una anécdota que ilustra el asunto: un maestro despierto de la India, Ramakrishna, intentó
en una ocasión describir los detalles de su experiencia a sus discípulos más cercanos. Dijo: "Hoy
les diré todo y no guardaré nada en secreto". Apuntando al punto situado entre las cejas, dijo: "El Yo
supremo es conocido en forma directa y el individuo experimenta el samadhi –el éxtasis supremo–
cuando la mente se dirige aquí. Allí permanece entonces sólo una delgada pantalla transparente que
separa el Yo supremo del yo individual. El aspirante experimenta entonces... " y en ese momento se
sumergió en el samadhi. Cuando éste llegó a su fin, intentó nuevamente describir la realización
del Yo supremo y nuevamente entró en samadhi, estado desde el cual claramente no podía
articular palabra alguna.

Después de varios intentos sin éxito, estalló en llanto. "De veras deseo contarles todo... sin ocultar
nada de nada", pero era incapaz de hablar: "¿Quién hablaría? La separación misma entre yo y tú
desaparece; cada vez que intento describirles el tipo de visiones que experimento cuando se va más allá del
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ámbito en que podemos comunicarnos consensualmente y pienso qué tipo de visiones estoy teniendo, la
mente se eleva de inmediato y resulta imposible hablar". En el centro final "es destruida la distinción
entre el sujeto y el objeto de la consciencia. Es un estado en el cual la identidad del yo y el campo de la
consciencia se unen en un todo indisoluble". (Mookerjee, A., 1991).

Dada la naturaleza enteramente subjetiva de la experiencia –cualquier otra persona que se halle
presente no experimenta ese momento de igual forma- ocurren dos cosas: primero, que el
observador puede interpretarla de acuerdo a sus propios esquemas mentales; segundo, la
experiencia, si bien es absolutamente real para la persona que la vivencia, no es, como vimos,
fácilmente transmisible, de modo que se producen múltiples confusiones en los oyentes o
lectores de la experiencia. Esto da pie a un tercer hecho: a través de la historia, se han presentado
múltiples falsos “profetas”, brujos o videntes que, aprovechándose de la naturaleza inverificable
del fenómeno, engañan a los demás con el fin de obtener algún tipo de beneficio. Es así que
basta con simular el recibir un “mensaje divino” o entrar en “un trance místico” para explotar la
credulidad de personas ingenuas con fines personales. Por cierto que esto no ha facilitado la
posibilidad de una apertura de las personas al fenómeno, sino que, por el contrario, ha dado pie
a una fuerte desconfianza frente a todo aquello que no sea verificable –y ya vimos que esta
experiencia simplemente no lo es-.

Considerando esta dificultad para transmitir una definición satisfactoria y aprehensible, los
místicos han intentado transmitir su experiencia a través de su ejemplo y a través de ejercicios y
disciplinas que desafían nuestras concepciones habituales. Consecuencia de esto, sin embargo,
ha sido un desconocimiento más bien generalizado de la verdadera naturaleza de estos
fenómenos y también una serie de prejuicios o mitos al respecto. Por ejemplo, existe el muy
extendido prejuicio de que aquellos que se hallan en contacto con este nivel son seres aburridos
que jamás sienten nada “conflictivo” –como ira, deseo, pasión sexual, pena: todo lo que
llamamos “terrenal”-. Para la mente –adicta como es a la excitación sensorial- este nivel puede,
efectivamente, parecer limitado y carente de atractivo. También se supone que el individuo
“despierto” emite un brillo visible a los ojos de cualquier observador, y una supuesta “elevación
moral” que da pábulo a cualquier tipo de proyecciones –y, obviamente, también permite la
descalificación inmediata de la persona evaluada si no se comporta de acuerdo a nuestros
estándares-.

Un factor que dificulta aún más las cosas es que, aún cuando se espera de las personas
despiertas que sean “perfectas” –de acuerdo a nuestras proyecciones de lo que es la perfección-
éstas son seres normales cuya vida privada en muchos casos se aleja de lo intachable (Wren-
Lewis, J., 1994; Gordon, J. S., 1987). Este último autor señala, “Si el Maestro se ve seducido por su
poder sobre sus discípulos o por la devoción que le dispensan ( ), se volverá un dictador y un impostor. Los
discípulos, engreídos e intoxicados con fantasías transferenciales, se volverán incautos y víctimas de
engaños”. Confundido con la conducta de personas iluminadas que en algún momento se
comportaron muy por debajo de sus expectativas, Gordon comenta, “leyendo acerca de otros
Maestros, me di cuenta de que la iluminación en sí es una experiencia de momento en momento, sujeta a
las mismas leyes del cambio que cualquier otro estado. Requisitos continuos” (para mantener el estado)
“son una disposición a aceptar las propias limitaciones y un continuo estado de alerta” (Gordon, J. S.,
1987).
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¿Cómo acceder al despertar?

A través de la historia, son muchas las propuestas que aseguran el alcanzar la iluminación.
Algunos han llegado a garantizarla si se siguen ciertos procedimientos (Fields, R., 1976). El
maestro ruso George Gurdjieff señala, a propósito del tema: “Una de las mejores maneras de
despertar el deseo de trabajar en ti mismo es darte cuenta de que puedes morir en cualquier momento. Pero
primero debes aprender a recordar eso”.

Este factor de intensidad en la intención de ser más consciente también es destacado por el
místico Paul Lowe (1998), quien sugiere que la forma es “una consciencia continua, minuto a
minuto”. Sin embargo, también agrega que “eso es prácticamente imposible con la cantidad de
condicionamiento que tenemos”. Franklin Merrell-Wolff (1973) sugiere que existen los siguientes
requerimientos para alcanzar el despertar: “lo primero es desearlo. El deseo debe estar presente, aún
cuando sea poco claro o poco comprendido por la persona misma; y lo segundo es tener un gurú. Esta
presencia tiene el sentido de representar una inspiración y un ejemplo para el buscador, y puede tratarse
de una presencia física o de las palabras escritas de algún maestro despierto que nos resuene”.

Gordon (1987) aclara la función que para él tiene el gurú: “A fin de cuentas, el propósito del maestro
es ayudar a sus discípulos a encontrar el mismo tipo de libertad que él ha hallado”. En este sentido, en el
Evangelio apócrifo de Tomás (Pagels, E., 1988) se menciona una frase muy reveladora de Jesús:
“Quien beba de mi boca se volverá como yo”. ¿Qué querría decir? Es probable que se refiriese a que
quien siga sus enseñanzas alcanzará su mismo estado de consciencia. Agrega Gordon: “... al
Buda le gustaba comparar al Maestro con un bote. Una vez que el discípulo ha cruzado el río, el bote deja
de ser necesario”. Sin embargo, J. Krishnamurti advierte: “Uno nunca debe entregarle a otro ser
humano la propia manifestación suprema de la consciencia: tu habilidad de decidir por ti mismo. ( ) …
ningún hombre tiene poder fuera de aquél que le entregan sus seguidores” (Milne, H., 1986)

Eckhart Tolle presenta en su libro (1997) un análisis extremadamente lúcido y práctico para
ayudar al lector a acceder a ese ámbito del que los maestros han hablado por siglos: “Hablo de
una profunda transformación de consciencia: no como una posibilidad distante en el futuro, sino
disponible ahora –sin importar quién seas o dónde estés-”. Luego, respecto al concepto de
“iluminación”, nos dice: “La palabra ‘iluminación’ transmite la idea de algún logro sobrehumano -y al
ego le gusta verlo así- pero no se trata de otra cosa que de tu conexión sentida con el Ser”. Entiendo que
destaca el aspecto sentido porque obviamente no basta con saber intelectualmente que estamos
conectados con el Todo o nuestra esencia –o “Ser” como lo llama Tolle-, sino que es necesario
sentir efectivamente esa conexión ahora. Y luego transmite la esencia de su mensaje: "No te
esfuerces por comprenderlo. Sólo puedes conocer esa dimensión cuando la mente está quieta. Cuando estás
presente, cuando tu atención está enfocada plena e intensamente en el presente, puedes sentir al Ser, pero
nunca podrás comprenderlo a nivel mental. Retomar la consciencia del Ser y morar en esa ‘sensación-
realización’ es la iluminación”.

El concepto de presencia es, entonces, clave. Místicos y poetas han destacado, de uno u otro
modo, la importancia de estar en el presente, aunque esa idea –como muchas- ha sido
desvirtuada e incomprendida. Paul Lowe (1998) también otorga gran importancia a este
concepto, y lo define así: “Estar presente es un estado que lo incluye todo y no formula elecciones.
Incluyes el estado del cuerpo, de la mente y de las emociones, así como la situación tal como la ves en la
otra persona y en lo que te rodea. Incluyes todas esas cosas y, si permaneces abierto y no te identificas con
ninguna parte de este todo, entonces ocurren elecciones a través de ti –sin que tú las realices-”. Y lo
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ejemplifica así: “Imaginemos una situación en la cual usualmente creemos que debemos elegir algo.
Imagina que te ofrecen dos trabajos, y que uno de ellos parece representar más dinero y prestigio que el
otro. En la situación habitual, te irías a tu mente y examinarías los pro y los contra de las dos
posibilidades. Pero si no intentas decidir, y si no te contraes ni te focalizas con la voluntad en el resultado
ni en el futuro, -si simplemente te quedas allí- una elección surgirá por sí sola. Es muy frecuente que ésta
no sea lógica. Puede que se trate del trabajo con menor sueldo, y la mente insistirá: ‘Pero el otro empleo te
dará más dinero y prestigio. Elige ése’. Cuando entras en el estado de ‘no-elección’, entras en un espacio
en el que el tiempo no existe. ( ) Lo que dije acerca del ‘no elegir’ también se aplica a la presencia. La
presencia es estar en este momento con aceptación, incluyendo todos los hechos y desconectándose de ellos.
Y entonces algo te elige a ti. Probablemente no lo entiendas. Puede que no te sientas seguro o a salvo y es
poco lo que podrás predecir, pero habrá algo allí. La intuición, una sensación interna, te estará ofreciendo
información”.

Consultado en una ocasión respecto a la naturaleza del Reino de los Cielos del que tanto
hablaba, Jesús replicó: "En el Reino de los Cielos, el tiempo no existirá”. Una frase gloriosa en su
profundidad, aunque es poco probable que su interlocutor le haya comprendido, y ciertamente
no a través de la mente. ¿Cuándo desaparece la noción del tiempo? En las escasas ocasiones en
que dejamos de escuchar a la mente, cuando estamos presentes, cuando nuestra atención está tan
volcada a los diversos estímulos internos y externos de este momento que no nos dejamos
distraer por la incesante conversación mental. Quien más ha explorado este concepto en la
psicoterapia fue Fritz Perls, quien urgía constantemente a sus pacientes a “dejar la mente y volver
a los sentidos”. A través de su técnica del “continuo del darse cuenta” (Stevens, J., 1976) Perls
reprodujo en forma didáctica los principios básicos de la meditación, la técnica clásica para estar
presente.

Para terminar, quisiera mencionar que desde tiempos antiguos, ya sea por vía oral o escrita,
desde los Vedas de la India, pasando por los místicos cristianos y musulmanes del medioevo
hasta los místicos, poetas y escritores de la actualidad, siempre han existido reportes de esta
realidad. Por las dificultades anteriormente expuestas, quienes han encontrado ese estado en sí
mismos se han expresado a veces en parábolas y metáforas, pues aseguran que cualquier
descripción no podrá ser comprendida por nuestra mente racional. Hablan de “el Tao” (Lao
Tsé), o del “Reino de los Cielos” (Jesús), o de la “Armonía Oculta” (Heráclito). Como dice
Gordon (1987) “La palabra iluminación está obviamente asociada con la luz. El concepto es Budista, pero
tanto el concepto como la imagen de la luz trascienden con mucho la tradición Budista. Los Hindúes
hablan de un equivalente de “realizar a Dios”; en el Zen, hablan de kensho; algunas sectas neoplatónicas y
cristianas han utilizado la palabra gnosis, o conocimiento”.

Algunos han elegido permanecer simplemente en silencio, mientras otros han intentado
expresar este estado a través de poesías; entre éstos, el gran poeta y místico norteamericano Walt
Whitman (1986): "Yo existo tal como soy, y eso es suficiente. Si ningún otro ser en el mundo está
consciente, estaré sentado y satisfecho. Y si todos y cada uno están conscientes, estaré sentado y satisfecho.
Los soles que veo y los que no puedo ver se hallan en su lugar. Lo tangible y lo intangible se hallan en su
lugar. Y nunca habrá una mayor perfección que la que existe ahora, ni más paraíso o infierno que el que
existe ahora”.
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