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Texto 1:

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más
cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar
cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien élun tiempo
anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello.
Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus
pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se
encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque
era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como
todos los demás que a él y asus cosas había puesto.

Capítulo I, primera parte.

Texto 2:

-Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he
dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los
más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.

Capítulo V, primera parte.

Texto 3:

Toda aquella noche no durmió don Quijote pensando en su señora Dulcinea, por
acomodarse a lo que había leído en sus libros cuando los caballeros pasaban sin dormir
muchas noches en las oreas y despoblados entretenidos con las memorias de sus señoras.

Capítulo VIII, primera parte.

Texto 4:

Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y


éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré
ni parí a
 mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que
contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo, como son:
hermosa, sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por
cortés, cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que sobre la buena
sangre resplandece y campea la hermosura con más grados de perfección que en las
hermosas humildemente nacidas.

-A eso puedo decir -respondió don Quijote- que Dulcinea es hija de sus obras, y que las
virtudes adoban la sangre, y que en más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que
un vicioso levantado; cuanto más, que Dulcinea tiene un
 jirón que la puede llevar a
ser reina de corona y ceptro; que el merecimiento de una mujer hermosa y virtuosa a
hacer mayores milagros se estiende, y, aunque no formalmente, virtualmente tiene en sí
encerradas mayores venturas.

Capítulo XXXII, segunda parte.

Texto 5:

-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante
llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza
de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por
esos andurriales.

[…] De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su
hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en
nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre,
que la tuvo muy grande; y, con todo esto,
 se juzgaba que le había de pasar la de la hija.
Y así fue, que, cuando llegó a
 edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no
bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y
perdidos por ella. […]

[…]Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela
hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo
 desaconsejaban,
dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo
ganado. […]

[…]Todo
 lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación


de los amantes de Marcela. […]

Capítulo XII, primera parte.

Texto 6:

Allí me dijo él que vio la vez primera a
 aquella enemiga mortal del linaje humano, y
allí fue también donde la primera
 vez le declaró su pensamiento, tan honesto como
enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar,
de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas
desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido.

Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que
la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato
y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de
ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena
 fama de Marcela.

[…]Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela;
la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma
envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. […]

-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho –respondió Marcela-,
sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos
que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que
aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas
palabras para persuadir una verdad a los discretos.

Capítulo XIII, primera parte.

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos.- Capítulo XIV,
primera parte.

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