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Sociología del Lenguaje

Ideología lingüística como un campo de investigación1

Kathryn A. Woolard

Como observó Raymond Williams, “una definición del lenguaje es siempre,


implícita o explícitamente, una definición de los seres humanos en el mundo” (1977:21).
Los ensayos en este volumen examinan definiciones y concepciones del lenguaje en un
amplio rango de contextos. Focalizan cómo una actividad así definida organiza a los
individuos, las instituciones y sus interrelaciones. Son las representaciones, explícitas o
implícitas, que construyen la intersección entre lenguaje y seres humanos en un mundo
social, a las que nos referimos con “ideología lingüística”.
Hay tanta variación cultural en las ideas sobre el lenguaje y sobre cómo funciona
la comunicación en tanto proceso social, como la hay en la forma misma del lenguaje.
(Bauman 1983:16; Hymes 1974:13-14, 31). Sin embargo, la ideología lingüística no tiene
importancia antropológica simplemente por su variabilidad etnográfica, sino porque es un
mediador entre formas sociales y formas de hablar. (Si se me concede una expresión que
enfatiza el producto sobre el proceso). Las ideologías lingüísticas no tratan sólo del
lenguaje. Más bien, anticipan y establecen lazos entre el lenguaje y la identidad, la
estética, la moralidad y la epistemología. [...]
A pesar de los esfuerzos que se han hecho recientemente para delimitar el
concepto de ideología lingüística, no hay una literatura central sobre el tema y existen
numerosos enfoques. Las ideologías lingüísticas han sido definidas en líneas generales
como “cuerpo compartido de nociones de sentido común sobre la naturaleza del lenguaje
en el mundo” (Rumsey 1990:346). Con más énfasis en la estructura lingüística y en la
naturaleza activista de la ideología -que será discutida posteriormente en mi ensayo-,
Silverstein define ideologías lingüísticas como “un conjunto de creencias sobre el
lenguaje, articuladas por los usuarios como una racionalización o justificación de la
estructura y el uso percibido de la lengua” (1979:193). Por otro lado, con un énfasis

1
Woolard, Kathryn A. (1998) “Introduction. Language Ideology as a Field of Inquiry”. En
Schieffelin, Bambi; Woolard, Kathryn y Paul Kroskrity (Eds.) Language Ideologies. Practice and Theory.
New York/ Oxford: Oxford University Press. Traducción de Mariana Rodriguez para la Cátedra de
Etnolingüística, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Supervisión técnica y revisión de Florencia Ciccone.

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mayor en la faceta social, la ideología lingüística ha sido definida como “ideas auto-
evidentes y objetivos que un grupo posee acerca de los roles del lenguaje en la
experiencia social de los miembros que contribuyen a la expresión del grupo” (Heath
1989:53) y como “el sistema cultural de ideas sobre las relaciones sociales y lingüísticas,
junto con su carga de intereses morales y políticos” (Irvine 1989:255).
Uso los términos “ideología lingüística”, “ideología de lenguaje” e “ideologías
sobre el lenguaje” de forma intercambiable en este ensayo, aunque las diferencias entre
ellos pueden ser detectadas en distintas tradiciones de uso. Al menos tres discusiones
invocan explícitamente “ideología lingüística” (linguistic ideology) o “ideología del
lenguaje” (language ideology), a veces aparentando mutua ignorancia. Una línea de
investigación significativa, teóricamente coherente, se origina en la lingüística
antropológica y se concentra en la relación de la ideología lingüística con la estructura
lingüística. Esta literatura se centra en el concepto de metapragmática de Michael
Silverstein, el cual abarca “un comentario implicíto y explícito así como un señalamiento
sobre el lenguaje en uso” (Silverstein 1976, 1979, 1981, 1985, 1993). Una segunda área
de interés es el contacto entre lenguas o variedades lingüísticas y, en este tópico,
sociólogos del lenguaje y educadores, así como lingüístas y antropólogos, han ofrecido
consideraciones acerca de “ideología del lenguaje” (e.g., Heath 1989, 1991; Hornberger
1988ª; Sonntag y Pool 1987), “ideología purista” (Hill 1985; Hill y Hill 1980, 1986) e
“ideologías de la estandarización” (Milroy y Milroy 1985). Finalmente, la reciente
historiografía acerca de discursos públicos sobre el lenguaje ha producido un foco
explícito en torno al concepto de “ideologías sobre el lenguaje”, incluyendo las
ideologías científicas de profesionales lingüistas (Joseph y Taylor 1990).
Más allá de las investigaciones que explícitamente invocan el término
“ideología”, son incontables los estudios que se refieren, al igual que la metalingüística, a
concepciones culturales de lenguaje, actitudes, prestigio, estándares, estética y otros. Este
campo podría enriquecerse con un replanteo de este material dentro de un marco teórico
explícitamente social del análisis ideológico.
El propósito del estudio comparativo de la ideología lingüística no es distinguir la
ideología del lenguaje de la ideología en otros dominios de la actividad humana, sino
examinar la especificidad cultural e histórica de los constructos del lenguaje. La

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exclusión de conceptualizaciones culturales debido a que el lenguaje no está
suficientemente enfocado en ellas, sería un resultado irónico para este intento de
desnaturalizar nuestra propia tradición intelectual de compartimentalización y reificación
de prácticas sociales comunicativas. Nuestra esperanza es no restringir visiones, sino
focalizar la atención de los investigadores del lenguaje en el ineludible significado de la
dimensión ideológica, así como proveer una base lingüística más firme para los
estudiosos de la ideología y del discurso en general.
En este ensayo introductorio, reviso primero el concepto general de ideología y
las tradiciones de sus análisis. No es una perspectiva exhaustiva de la inmensa literatura
sobre ideología, más bien es sólo un ensayo de algunos de los temas recurrentes, para
situar este nuevo campo de investigación lingüística y señalar tanto las promesas como
los escollos. Luego volveré a la literatura sobre ideología lingüística en particular,
ilustrando y revisando un espectro de aproximaciones a concepciones culturales del
lenguaje y de comportamientos comunicativos como una puesta en práctica de un orden
colectivo. […]

¿Qué es ideología?

La palabra “ideología” está asociada con un confuso enredo de sentido común y


significados semi-técnicos (Friedrich 1989:300). Como discute Silverstein (…), el
término fue acuñado, inicialmente, a fines del siglo XVIII por el filósofo francés Destutt
de Tracy, un seguidor de Condillac, quien esperaba con optimismo desarrollar una
ciencia de las ideas y sus bases en los sentidos. Destutt de Tracy previó su ciencia
positiva como una rama de la zoología, que no sólo permitiría la total comprensión del
animal humano, sino también podría, en última instancia, servir al proyecto iluminista de
la regulación racional de la sociedad.
Pronto el término recibió una connotación negativa con el esfuerzo de Napoleón
de desacreditar a Destutt de Tracy y sus colegas, cuya posición institucional y trabajo
estuvieron ligados al republicanismo. En el uso que le dio Napoléon, ideología se
convirtió en “simple”, y el término “ideólogo” en un desdeñoso epíteto para partidarios
de teorías abstractas sin base, ni apropiadas a la realidad humana y política.

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Mientras que el significado propuesto por Destutt de Tracy de una “ciencia de las
ideas” ha sido ampliamente abandonado y el negativismo de Napoléon ha demostrado
cierta durabilidad, aún existen variaciones significativas incluso entre los significados
científico-social del término. Como dice Eagleton, la palabra “ideología” es en sí misma
un texto, un entramado de tejidos de tendencias conceptuales (1991:1). En usos
contemporáneos, varias líneas se presentan con una notable particularidad. Aunque
ninguna de ellas es universal y ninguna está exenta de problemas y problematizaciones,
espero señalar cuatro de estas tendencias recurrentes. [...]
1. La primera tendencia frecuente es una concepción de la ideología como ideacional o
conceptual, refiriendo al fenómeno mental; la ideología tiene que ver con la consciencia,
las representaciones subjetivas, creencias, ideas. Como Destutt de Tracy, algunos
científicos sociales contemporáneos usan el término enfatizando casi enteramente en este
aspecto ideacional, y cuando marcan el fenómeno como “ideológico”, no consideran las
relaciones sociales o críticas que se discuten más adelante en este ensayo. En la instancia
más amplia, la ideología es llamada a ser el constituyente más intelectual de la cultura,
“las nociones básicas que los miembros de una sociedad poseen sobre un ….área bastante
definida como el honor…. la división del trabajo” (Friedrich 1989:301) –o, podemos
proponer, el lenguaje. Sin embargo, aún los análisis más rigurosos y críticos sobre la
ideología muchas veces comparten este énfasis en el componente ideacional y aún en la
verbalización explícita. En el esquema basado en la comunicación del sociólogo Alvin
Gouldner, por ejemplo, las ideologías son discursivas, “reportes sobre el mundo”
(1976:31) basados en lo racional, o como señaló J. B. Thompson, “esa parte de la
consciencia que puede ser dicha” (1984:85).
Sin embargo, un posicionamiento mentalista, primariamente subjetivo, está lejos de
la universalmente aceptada, e incluso más influyente, visión de la ideología de las últimas
décadas. En teorías más recientes, la ideología no es necesariamente consciente,
deliberada, ni pensamiento sistemáticamente organizado, ni siquiera un pensamiento en
sí; es conductual, práctica, prerreflexiva o estructural. La significación –o, simplemente,
el significado- más que la ideación en un sentido mentalista, es el centro del fenómeno en
este uso contemporáneo. E incluso los aspectos más materiales de la vida están investidos

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de significado, extendidos con significación cuando están englobados dentro del campo
de la acción humana.
Los estructuralistas y postestructuralistas franceses conciben la ideología no como
una cuestión de representaciones conscientes o subjetivas, sino más bien como relaciones
vividas, para usar la formulación de Althusser (1971). Eagleton caracteriza la ideología
en este sentido como “una organización particular de prácticas significantes que van a
constituir a los seres humanos como sujetos sociales y que determina las relaciones
experimentadas mediante las cuales esos sujetos están conectados con las relaciones de
producción dominantes en la sociedad” (1991:18). Esta concepción extiende la ideología
en todo el orden social (McCarty 1994:416) y está reconociblemente relacionada con el
concepto de “doxa” utilizado por Bourdieu (como opuesto a heterodoxia y ortodoxia), al
igual que su noción de habitus (1977). Además, existen similitudes, discutidas más
adelante en este volumen por Susan Philips, con respecto a la interpretación que
Raymond Williams (1977) propone de la idea de hegemonía de Gramsci como
“saturación de consciencia” y “estructuras de sentido”. La tensión entre diferentes
conceptos de ideología, entre versiones subjetivamente explícitas y constructivamente
implícitas (inmanentes), es una preocupación recurrente en los colaboradores de este
volumen.
Otra dimensión que muestra variación en los distintos enfoques es el grado en que
la ideología es tratada como un sistema coherente de significación. En este volumen, Hill
sigue a Eagleton (1991) al considerar que la ideología forma un sistema de significados
relativamente coherente. Pero la ideología puede ser vista como poco sistemática e
internamente contradictoria (que la contradicción yazca en el modelo conceptual del
mundo o en el mundo que es fielmente modelado, es otro punto de debate). Voloshinov,
por ejemplo, no reserva el término “ideología” para referirse a sistemas organizados de
significación sino que escribe acerca del “más bajo estrato de la ideología del
comportamiento” como algo que carece de unidad o lógica (1973:92). Caracterizando a la
ideología como un proceso social, no como una posesión, Therborn la encuentra más
como “la cacofonía de sonidos y signos de una calle en una gran ciudad más que… el
texto que serenamente se comunica con el solitario lector o con el maestro… dirigiéndose
a una tranquila, domesticada audiencia” (1980:viii).

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2. Una segunda línea, la más extendida y acordada, propone una conceptualización de la
ideología como derivada de, arraigada en, reflexiva con respecto a, o conforme a la
experiencia o intereses de una posición social particular, a pesar de que la ideología
frecuentemente (de alguna manera, siempre) se representa a sí misma como una verdad
universal. A diferencia de la primera visión este énfasis en los orígenes sociales y
experienciales necesariamente niega la independencia explicativa de la ideología.
Concibe la ideología como dependiente, de alguna manera, de los aspectos materiales y
prácticos de la vida humana. El carácter y grado de esa relación de dependencia varía a
través de diferentes teorías, yendo desde una visión de lo material y lo ideológico como
constituyéndose mutua y dialécticamente, hasta visiones de la ideología como secundaria
y enteramente contingente y/o superflua.
3. La tercera gran corriente sobre la ideología, frecuentemente vista como una
continuación de la segunda, establece una conexión directa con respecto a las posiciones
habitables de poder (social, político, económico). La ideología es vista como ideas,
discursos o prácticas significantes al servicio de la lucha por adquirir o mantener el
poder. Para algunos (e.g., V. I. Lenin), la ideología podría ser una herramienta para
cualquier protagonista en la disputa por el poder—esto es, podría ser “nuestra” tanto
como “suya”, subalterna tanto como dominante. Pero en la mayoría de las formulaciones
restrictivas de esta conexión, la ideología siempre es la herramienta, propiedad o práctica
de los grupos sociales dominantes; las concepciones y prácticas culturales de los grupos
subordinados son por definición no ideológicos. Para J. B. Thompson, por ejemplo,
ideología es significación que está “esencialmente conectada con el proceso de
sostenimiento de relaciones de poder asimétricas—para mantener la dominación…
ocultando, legitimando o distorsionando esas relaciones”. (1984:4).
4. La cuarta de las corrientes más importantes en la literatura sobre el concepto de
ideología, íntimamente relacionada con la tercera pero no idéntica, es precisamente la
última, la señalada por Thompson: ésta es la idea de distorsión, ilusión, error,
mistificación o racionalización. Tal distorsión puede provenir de la defensa del interés y
el poder, pero ésta no es la única fuente que se reconoce. Cuando el énfasis de un teórico
está en el carácter intelectual de la ideología más que en el social, la distorsión puede ser

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vista también como proveniente de las limitaciones de la percepción y cognición
humanas2 (5).
La tradición marxista ha tratado la distorsión como central para el concepto de
ideología, comenzando con La ideología alemana de Marx y Engels que retoma la
concepción peyorativa del término seguida por Napoleón para criticar a los filósofos
“jóvenes hegelianos”. Tal vez la expresión más conocida acerca de la ideología como
ilusión es la descripción de Engels como “falsa consciencia” (ver discusión en Eagleton
1991:89). Una metáfora muy citada de ideología como distorsión es la de camera
obscura de Marx y Engels, que produce una imagen del mundo al revés (Marx y Engels
1989:47). Pero no son sólo los marxistas los que sostienen este foco conceptual. El
sociólogo Talcott Parsons, por ejemplo, afirma que las distorsiones cognitivas están
siempre presentes en las ideologías y que la desviación de la objetividad científica
(selectiva en sí misma según los valores de la comunidad), a través de la selectividad y la
distorsión, es un criterio esencial de ideología ([1959] 1970:294 – 295).
Para muchos observadores, este concepto de error o ilusión implica formas
complementarias de conocimiento como verdaderos, así como una posición privilegiada
(muchas veces reservada a la ciencia) desde la cual esa verdad es conocible. Es esta
implicación en particular la que llevó a muchos teóricos sociales, Foucault el más
influyente entre ellos, a evitar la noción de ideología a favor de un concepto más
abarcativo como “discurso” (1970, 1980). Como es sabido, Foucault argumenta que la
“verdad” es constituida sólo en el interior de discursos que sostienen y están sostenidos
por el poder. Esto es, toda verdad está constituida por la ideología, si la ideología es
entendida como discurso unido al poder.
La gran división entre los estudios acerca de la ideología yace entre el segundo y
el tercer enfoque conceptual, entre valores neutros y negativos del término. Los usos que
ponen el foco en el poder y / o en la distorsión comparten una postura crítica fundamental
hacia la ideología; tales usos han sido calificados de varias formas: críticos, negativos,
particulares, pragmáticos o peyorativos. Acercamientos más globalizantes e intelectuales
aplican el término en general a todos los esquemas culturales y conceptuales y evaden el

2
Para ampliar este enfoque de la ideología lingüística, véase Silverstein (1981) acerca de los
“límites del conocimiento” y Errington (1985, 1988) acerca de “saliencia pragmática”.

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valor de verdad de la ideología. Estos han sido discutidos como neutrales, descriptivos,
nocionales o concepciones sociales científicas de ideología. Traicionando mi propia
ideología lingüística, tengo que sospechar que una “shibboleth”3 fonológica puede
diagnosticar dónde un colaborador está al menos momentáneamente posicionado en esta
división intelectual fundamental. Una pronunciación de “idea-ology” ([ay]deology)
invoca lo ideacional y representacional, mientras que la pronunciación “id-eology”
([i]deology) coloca poder e interés (¿la id escondida bajo una capa delgada?) en el centro
del fenómeno. Pero podría decirse que, aún los usos científico-sociales más
obstinadamente neutros tienen un matiz de desaprobación; la corriente verdaderamente
neutra está cifrada la mayoría de las veces por la elección de otros rótulos como cultura,
visión del mundo, creencias, mentalité, y muchos más.
Entre los antropólogos, ha habido defensores para ambas visiones, negativa y
neutral, de la ideología. Clifford Geertz ([1964] 1973) discute convincentemente que la
ciencia social tenga que evitar los usos negativos y no ocuparse ella misma del valor de
verdad de las ideologías, sino más bien del modo en el que las ideologías funcionan como
mediadoras del significado para fines sociales. El antropólogo marxista Maurice Bloch
(1985), por el contrario, reserva el término ideología para usos críticos, indicando
sistemas de representaciones que enmascaran procesos sociales y legitiman un orden
social. El autor está a favor del mantenimiento de una distinción entre ideología y
conocimiento cotidiano, derivado de la experiencia en la interacción con un ambiente
culturalmente construido. John y Jean Comaroff (1991) también han propuesto un
esquema que distingue, por un lado, cultura y, por el otro, formas de ideología y
hegemonía portadoras de poder, en una taxonomía que es quizás más claramente
aplicable a lo colonial y otras situaciones de contacto cultural. (…)
Karl Mannheim, un fundador de la sociología del conocimiento, es un teórico que
intentó (aunque ambivalentemente) neutralizar las connotaciones negativas del concepto
de ideología. En contraste con una concepción “particular” de ideología (la negativa que
desenmascara o desacredita una ideología siempre vista como propiedad intelectual de

3
“Shibboleth” es un término de origen hebreo que significa espiga. La pronunciación de [s] en vez
de [ ] delata a unos forasteros en un episodio relatado en la Biblia (Libro de los Jueces, XII, 6).
Actualmente, y de forma más amplia, el término designa cualquier tipo de marca lingüística que identifica a
un hablante como miembro de un grupo. [N. del traductor]

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otros), Mannheim defiende una “concepción total” de ideología, como sistemas de
pensamiento que están situados socialmente y compartidos colectivamente ([1936] 1985).
Esto es, todo conocimiento, incluyendo el del analista social, debe ser entendido como
ideológico. El análisis ideológico mannheimiano es fundamentalmente no evaluativo,
indistinguible de la sociología del conocimiento, al estudiar el modo en que los sistemas
de conocimiento son influenciados por las circunstancias históricas y sociales en las que
están situados.
J. B. Thompson (1990) critica el concepto de ideología total de Mannheim por
desatender las relaciones de poder, pero debe discutirse que el enfoque no desatiende
tanto el poder al situarlo como un aspecto (seguramente uno importante e inevitable) del
posicionamiento social de las formas culturales- si por ideología nos referimos a prácticas
significantes que constituyen sujetos sociales, seguramente deberíamos también atender
a, por ejemplo, afiliación, intimidad e identidad, las cuales están complejamente
imbrincadas entre sí pero no son directamente ni simplemente equiparables al poder. Esta
intersección más amplia entre prácticas significantes y relaciones sociales es, creo, lo que
tanto Heath como Irvine están buscando al definir las conceptualizaciones culturales del
lenguaje como ideológicas, al ser también ellas mismas ideas, cargadas política y
moralmente, acerca de la experiencia social, de las relaciones sociales y la pertenencia a
un grupo.
Con seguridad, casi todo acto humano de significación en algún sentido sirve para
organizar relaciones sociales. Pero esto no significa necesariamente que extender el foco
del concepto de ideología más allá de la significación al servicio del poder,
necesariamente extienda el término al punto de la inutilidad. Aunque no se distinga una
forma de significación de otra (casi toda significación tiene un aspecto ideológico), el
concepto todavía puede poner a la luz provechosamente un aspecto de la significación, lo
que Mannheim llamó las “raíces sociales y activistas” del pensamiento y la significación.
(1985:5).

[…]

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Acercamientos a la ideología lingüística
Ideología en la intersección del lenguaje en uso y la estructura

Una visión dominante en la antropología y lingüística americanas ha concebido


por mucho tiempo la ideología como una distracción un tanto desafortunada, aunque
quizás socioculturalmente interesante, de los datos lingüísticos primarios y “reales”.
Franz Boas (1911) propuso que el lenguaje es un sistema cultural cuya estructura
primaria está poco influenciada por racionalizaciones secundarias y por eso constituye un
blanco ejemplar de análisis. El estructuralista americano Leonard Bloomfield ([1972]
1970, 1944) en efecto prestó considerable atención a las evaluaciones de los hablantes de
las formas de habla. Aunque caracterizó esto como parte de los datos lingüísticos, sus
rigurosos comentarios hacen evidente que los vio como un “desvío”, de poca relevancia
para la explicación de la estructura del lenguaje “normal”. La lingüística moderna en la
tradición bloomfeldiana ha asumido en general que la ideología lingüística y las normas
prescriptivas tienen un poco significativo- o, paradójicamente, sólo pernicioso- efecto en
las formas de habla (aunque puedan ser reconocidas como teniendo un efecto menos
desdeñable en la escritura).
En contraste con este saber recibido, Michael Silverstein sostuvo que la
comprensión de la ideología lingüística es esencial para entender la evolución de la
estructura lingüística: “el hecho lingüístico en su totalidad, el dato para una ciencia del
lenguaje, es irreductiblemente dialéctico por naturaleza. Es una inestable interacción de
formas sígnicas significativas contextualizadas en situaciones de uso interesado y
mediado por el hecho de la ideología cultural”. (1985:220). Según Silverstein, en la
medida en que el lenguaje en uso es teleológico -esto es, en la medida en que los
hablantes conceptualizan el lenguaje como acción socialmente propositiva- debemos
observar sus ideas sobre significado, función y valor del lenguaje con el fin de entender el
grado de sistematicidad socialmente compartida en formas lingüísticas que ocurren
empíricamente.

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Para Silverstein, la ideología puede distorsionar activa y concretamente la
estructura lingüística que representa. Al analizar el género en inglés, la alternancia de los
pronombres T/V y los niveles de habla del javanés, Silverstein ha mostrado que la
ideología, entendida como racionalización, no sólo explica sino que incluso afecta la
estructura lingüística, racionalizándola, con frecuencia haciéndola más regular. La
ideología de este modo constituye un momento esencial del fenómeno del cambio
lingüístico analógico. Los principios ideológicos se derivan de algún aspecto de la
experiencia y luego se generalizan más allá de ese núcleo, posteriormente se imponen en
una categoría más amplia del fenómeno; esta categoría más amplia experimenta luego
una reestructuración. La estructura condiciona la ideología, la cual refuerza y expande la
estructura original, distorsionando la lengua a título de hacerla más similar a ella misma
(Bourdieu 1991). En un movimiento que une lo conceptual con el lado activo de la
ideología, (o lo constatativo con lo performativo, repitiendo la invocación de Eagleton a
Austin), este acercamiento muestra que “entender” el uso lingüístico propio es
potencialmente cambiarlo (Silverstein 1979:233). Rumsey ha reformulado muy bien esta
visión:
La estructura lingüística y la ideología lingüística no son del todo independientes
la una de la otra, ni cada una está enteramente determinada por la otra. En
cambio, la estructura provee categorías formales de un tipo que son
particularmente propicias para el “no reconocimiento”. Y en parte como
resultado de ese no reconocimiento, ¿no podría el sistema lingüístico cambiar
gradualmente de manera tal que se aproxime a aquello que motivó el no
reconocimiento? (199:357)

Importantes cambios lingüísticos pueden ser desencadenados por tal


interpretación de la estructura en uso del lenguaje. Pero como éstas derivan sólo de una
dialéctica social mayor, esos cambios tomarán probablemente una dirección no buscada,
como se ejemplifica en el caso histórico de la alternancia del pronombre de segunda
persona en inglés que Silverstein (1985) analiza y Kulick revisa en su contribución en
este volúmen. En el siglo XVII, los cuáqueros insistían en el uso de las formas “thou”
para dirigirse a la segunda persona singular, racionalizando este uso según la emergente
ideología lingüística del momento como más confiable debido a las fieles realidades
numéricas del mundo objetivo. Esta práctica, posteriormente ideologizada por la sociedad
mayor como un índice estigmatizado de la identidad cuáquera, desencadenó un

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movimiento de rechazo de todo uso productivo de “thou” por esa comunidad mayor. El
cambio a “you” se completó hacia 1700 (Silverstein 1985:246). Kulick (en este volumen)
presenta la pérdida de la lengua local Gapun de Papua Nueva Guinea como un caso
paralelo de cambio no buscado, provocado por un complejo de asociaciones indexicales
de la lengua vernácula y la lengua de comunicación más amplia.
Errington (1988) observa que si bien es corriente en los análisis sociolingüísticos
buscar relaciones entre cambio estructural y función comunicativa, es más controversial
invocar una noción de conciencia de los hablantes nativos como mediación explicativa.
Como señaló Irvine (1989), la variable sociolingüística de Labov sugiere una relación
directa entre variación lingüística y diferenciación social. Esta correlación se ve mejor
como mediada por una interpretación ideológica del significado del uso de la lengua,
como demuestra Irvine en su contribución a este volumen.
El mismo Labov, construyendo la ideología como discurso político manifiesto ha
reducido explícitamente el poder de la ideología para afectar formas de habla (1979:329).
Sin embargo, las investigaciones de Labov se ocupan de la medición de las “reacciones
subjetivas” y la “inseguridad lingüística”; en su trabajo en este volumen, Silverstein
caracteriza lo último como lealtad ideológica al registro estándar. Labov diferencia los
mecanismos de cambio desde abajo y desde arriba del nivel de conciencia de los
hablantes y sostiene que sólo los cambios desde abajo son extensivos y sistemáticos,
mientras que la autocorrección conciente – que él denomina ideología – conduce sólo a
esporádicos y azarosos efectos en las formas lingüísticas (1979:329).
Errington (1988) sostiene que la generalización de Labov es más aplicable a la
variación fonológica, que puede estar menos mediada por la comprensión de los
hablantes de sus proyectos comunicativos conscientes. En su trabajo sobre los niveles del
habla en Indonesia, Errington ha desarrollado la noción de notabilidad pragmática
(pragmatic salience) – “conciencia de los hablantes nativos de la significación social de
diferentes alternancias lingüísticas jerarquizadas” (1985:294 – 295). Muchas clases de
variables “pragmáticamente notables” son más susceptibles a la racionalización y uso
estratégico, siendo (no) reconocidas por los hablantes como mediadores lingüísticos
cruciales de las relaciones sociales (ver también Philips 1991 y la discusión en Agha
1994). Debido a que tal conciencia y uso conducen al cambio lingüístico, dice Errington,

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estas variables requieren un análisis fundamentalmente diferente, orientado a los
participantes (ver también Hanks 1993, Meeuwis y Brisard 1993, Mertz 1993). (…)
Ejemplos de comunidades lingüísticas europeas, y especialmente del inglés
americano, revelan una tendencia a ver la referencia o la proposicionalidad como la
esencia de la lengua, al confundir o por lo menos fusionar las funciones indexicales del
lenguaje con la función referencial, y asumir que las divisiones y las estructuras de
lenguaje deben – y en el mejor de los casos lo hacen – adecuar transparentemente las
estructuras al “mundo real” (ver especialmente Silverstein 1979, 1981, 1985, 1987).
Tales visiones del lenguaje son sostenidas tanto por expertos como por observadores no
especializados, como comenta Irvine: “muchos escritores… en lingüística y ciencias
sociales… han asumido que la comunicación referencial es la única función del lenguaje”
(1989:250; ver también Briggs 1986, Reddy 1979).
Algunos interpretaron que Silverstein sugería que este modo de objetivación
occidental, que hace foco en la referencia y en los aspectos superficiales y segmentables
del lenguaje evaluado referencialmente, es un fenómeno prácticamente universal. Más
precisamente, Silverstein sostiene que la estructura referencial es universalmente una
condición estructurante de la conciencia de las funciones pragmáticas. Las descripciones
racionalizantes que la gente idea para explicar el lenguaje más allá de esto varían
ampliamente, desde la referencia en nuestra propia tradición hasta teorías puramente
pragmáticas del Javanés, que dan cuenta del poder de la lengua a partir de teorías de la
interacción.
Aunque no universal, el énfasis en aspectos de superficie-segmentable y una
consecuente concepción de lenguaje como una colección sin gramática de palabras está
ampliamente avalada (e.g., Blommaert 1994ª, Glinert 1991). […] Rumsey (1990) ha
sostenido que el foco en el léxico no es característico de las culturas aborígenes
australianas, las que no dicotomizan habla y acción o palabras y cosas. Rosaldo (1982) ha
afirmado que los Ilongotes piensan el lenguaje en términos de acción más que de
referencia. Entre los hablantes wasco, la desaparición de la lengua es ideologizada de
modo diferente por dos generaciones, mostrando cómo concepciones culturales de la
estructura del lenguaje están en efecto arraigadas en la posición social. Los hablantes más
jóvenes ven la lengua como una colección de palabras, objetos mercancía para ser

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extraídos y desplegados, mientras que para los hablantes mayores la lengua es una
materia de mitos, no de palabras (Moore 1988, 1993). […]
Etnografía del habla

La etnografía del habla fue acuñada para estudiar “formas de habla” desde el
punto de vista de los eventos, actos y estilos. Hymes (1974:31) insistió tempranamente en
que una teoría del habla de la propia comunidad debe ser tenida en cuenta como parte de
cualquier etnografía seria y desde sus inicios la etnografía del habla ha puesto
sistemáticamente atención en las ideologías lingüísticas, principalmente en el sentido
neutral de concepciones culturales, particularmente las que están encarnadas en la
metalingüística explícita (e.g., Bauman y Sherzer 1974, Gumperz y Hymes 1972). Los
etnógrafos del habla han buscado también la base de creencias sobre el lenguaje en otros
procesos culturales y sociales (e.g., Feld y Shieffelin 1981, Katriel 1986, Rodman 1991).
Estudios de socialización lingüística, por ejemplo, han demostrado conexiones entre
teorías populares de adquisición del lenguaje, prácticas lingüísticas e ideas culturales
claves sobre persona (Ochs y Schieffelin 1984).
Con el tiempo, el campo se ha movido hacia una atención más conjunta de la
relación entre esas teorías lingüísticas locales y las prácticas. La ideología lingüística se
ha hecho cada vez más explícita como una fuerza que da forma a las prácticas verbales y
a los géneros desde la oratoria hasta la polémica. Los géneros mismos han comenzado a
ser reconocidos no como series de rasgos discursivos, sino más bien como “orientando
estructuras, procedimientos de interpretación y conjuntos de expectativas” (Hanks
1987:670).
La teoría de los actos de habla, desarrollada en el trabajo de los filósofos J. L.
Austin (1962) y John Searle (1969), fue inicialmente recibida como compatible con la
etnografía del habla. Luego, sin embargo, estimuló reflexiones críticas sobre la ideología
lingüísitica. Silverstein (1979:210) sostuvo que las ideas de Austin sobre “actos” de
lenguaje y “fuerzas” eran proyecciones de categorías cubiertas típicas en el discurso
metapragmático de lenguas como el inglés. Sobre la base de su trabajo de campo con el
ilongote de Filipinas, Rosaldo (1982) coincidió en que la teoría de los actos de habla se
basó en una ideología lingüística occidental específica, lo que Verschueren (1985:22)

14/38
caracterizó como una visión del lenguaje privativa que enfatiza el estado psicológico del
hablante mientras minimiza las consecuencias sociales del habla (ver también Pratt
1981). Los etnógrafos, particularmente de las sociedades del Pacífico, han sostenido que
la centralidad de la intencionalidad en la teoría de los actos de habla está arraigada en
concepciones occidentales del yo y que tal concepción es inapropiada para otras
sociedades, donde oscurece métodos locales de producción de significados.
Como es cierto de los antropólogos culturales en general, los etnógrafos del habla
han incorporado cada vez más en sus análisis consideraciones sobre el poder,
conduciendo nuevamente hacia un enfoque más explícito de la ideología lingüística. La
etnografía histórica de Bauman (1983) sobre el lenguaje y el silencio en la ideología
cuáquera fue un desarrollo importante, puesto que no estuvo dirigida a una variedad
neutral de ideología, sino a una más formal, consciente y políticamente estratégica. Las
investigaciones sobre lenguaje y género que han respondido críticamente a lecturas
esencialistas del comportamiento de género y de valores, han ayudado a identificar el rol
mediador de la ideología lingüística en la organización del poder. Señalando el
“paradójico poder del silencio”, Gal (1991) en particular nos recuerda que el significado
social de las formas comunicativas nunca puede ser tomado como natural y transparente
sino que siempre debe ser examinado como una construcción cultural. […]
La etnografía del lenguaje y la escolaridad, y de la lengua y la ley desarrollaron,
de manera similar, desplazamientos tempranos para incorporar dimensiones del poder y
de la ideología en el análisis de las prácticas comunicativas. Numerosos estudios en
ambas áreas examinaron cómo esas instituciones se apropian de la verdad y el valor de
algunas estrategias y formas lingüísticas mientras excluyen otras fuera de los límites. […]
Finalmente, considerando las dimensiones ideológicas de la comunicación, la
etnografía del habla se ha movido hacia el reconocimiento de la variabilididad y las
contradicciones. […] Las nuevas direcciones en la etnografía del habla se alejan de la
imposición de tales esquemas culturales homogéneos. Afirmaciones sobre “la ideología
lingüística de x” son vistas cada vez más como problemáticas. Verschueren (1985) ha
notado, por ejemplo, que se puede ver a los hablantes de inglés y a otros occidentales
como portadores de ideologías bastante similares a las de los ilongotes de los que habla
Rosaldo, dependiendo de los tipos de datos que se observen (ver también Rumsey 1990).

15/38
Investigaciones actuales reconocen luchas entre múltiples conceptualizaciones de
una conversación dentro de una comunidad y aún entre individuos (e.g., Briggs 1996ª;
Gal 1993; Urciuoli 1991, 1996). […]

Lenguas en contacto y conflicto

En comunidades multilingües donde ha habido luchas auto conscientes por la


lengua, los investigadores han tratado durante mucho tiempo las ideologías lingüísticas
(de una u otra forma) como significativas social, política y aún lingüísticamente. Los
tópicos tradicionales de la investigación sociolingüística en este marco han sido el
mantenimiento y desplazamiento de la lengua, el cambio lingüístico inducido por
contacto, el vínculo entre lengua, etnicidad y nacionalismo, actitudes lingüísticas y
planificación y desarrollo lingüístico. Todo esto nos lleva a los interrogantes planteados
por Karl Mannheim sobre “las raíces sociales y activistas” de la concepción de la(s)
lengua(s). Las dimensiones de ideología lingüística tratadas en su trabajo incluyen: ideas
acerca de qué cuenta como una lengua y, subrayando esto, la noción de que hay lenguas
que se identifican de manera distinta, como objetos que pueden ser “tenidos” – aislados,
nombrados, contados y fetichizados; valores asociados con variedades lingüísticas
particulares por miembros de la comunidad; supuestos de que la identidad y la lealtad son
indexicalizadas por el uso de la lengua.
El amplio cuerpo de investigaciones sobre actitudes lingüísticas en comunidades
multilingües creció en un marco psicológico social (ver Baker 1992, Giles et al. 1987).
Sin embargo, podemos reformular la actitud intrapersonal como ideología socialmente
derivada, intelectualizada o de comportamiento semejante al “habitus” de Bourdieu
(Attinasi 1983; Bourdieu 1991; Woolard 1985, 1989ª). Por otro lado, los estudios sobre
mantenimiento o desplazamiento lingüístico implicaron, inicialmente, el análisis de
eventos macro-sociales como causas directas. Investigaciones posteriores han insistido en
que los hechos políticos y económicos tienen un efecto sobre el mantenimiento o
desplazamiento de la lengua sólo a través del filtro interpretativo de las creencias sobre la
lengua, la cognición y las relaciones sociales (Meertz 1989:109). [...]

16/38
La identificación de una lengua con un pueblo y un consecuente diagnóstico de
pueblitud a partir del criterio de lengua, han sido los principios fundamentales de la
ideología lingüística de la que se ocupa esta tradición de investigación (ver Hymes 1984).
Es una obviedad que la ecuación entre lengua y nación no es un hecho natural, sino más
bien un constructo histórico e ideológico. Esta construcción data convencionalmente del
romanticismo alemán de fines del siglo XVIII y de la famosa caracterización de Johann
Herder del lenguaje como genio de un pueblo, a lo que se suele referir como concepto
romántico o herderiano de lenguaje (ver Koepke 1990; ver también Humboldt 1988).
Pero, de hecho, la formulación de Herder puede ubicarse en el Iluminismo francés y el
filósofo francés Condillac (Aarsleff 1982, Olender 1992).
Exportada al colonialismo, esta ideología herderiana o nacionalista sobre el
lenguaje es globalmente hegemónica hoy. […] La teoría lingüística moderna misma se ha
visto como enmarcada y ceñida por la asunción de la idea de una lengua/un pueblo (Le
Page 1988, Romaine 1989). Las políticas de estado tanto como los desafíos hacia el
estado alrededor del mundo, están estructurados por esta ideología nacionalista sobre
lenguaje e identidad. Como muestran Blommaert y Verschueren en este volumen, esta
sostiene conflictos étnicos a tal punto que la carencia de una lengua distintiva puede traer
dudas sobre la legitimidad de los reclamos de un grupo por su estatus de nación.
La creencia de que lenguas identificables de manera distinta pueden y deben ser
aisladas, nombradas y contadas entran no sólo en nacionalismos minoritarios y
mayoritarios, sino también en varias estrategias de dominación social. Por ejemplo, las
ideas acerca de qué es o no es una lengua “real” han contribuido a decisiones profundas
sobre la civilidad y aún la humanidad de otras, particularmente de sujetos de dominación
colonial en las Américas y en otros lugares. […]
Forma escrita, elaboración lexical, reglas de formación de palabras y derivación
histórica pueden ser aprovechados en el diagnóstico de “lengua real” y en la clasificación
de los candidatos (ver e.g., Ferguson y Gumperz 1960, Haugen 1972, Olender 1992). Las
evaluaciones del lenguaje oral están frecuentemente basadas en estándares de la lengua
escrita, como notó Bloomfield hace mucho, aunque los hablantes de algunas lenguas
minorizadas posean una alta valoración de su lengua precisamente porque “no pueden ser
escritas” (King 1994, Taylor 1989). La cuestión de si una variedad tiene una gramática o

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no, juega una parte importante en estos debates y diagnósticos (Eckert 1983). La
extensión de la lingüística académica del concepto de gramática desde un producto
explícitamente artificial de la intervención escolar alfabetizadora hasta un sistema natural
subrayado, sólo exacerba la polémica (ver las controversias reseñadas en Morgan 1994).
Una ecuación del cambio no únicamente con agramaticalidad sino también con
decadencia, impregna asimismo los juicios acerca del estatus de las lenguas. Así, los
conceptos de mezcla de lenguas, cambio de código y creolización hacen que las
variedades de habla sean particulamente vulnerables a las evaluaciones tradicionalistas y
prescriptivas, tales como “agramaticales” y/o “decadentes”, y, por lo tanto, como
formadas de manera incompleta (Jourdan 1991, Ludwig 1989, Romaine 1994).
Los movimientos para salvar lenguas minoritarias, irónicamente, están
estructuradas frecuentemente, de todos modos, alrededor de las mismas nociones de
lenguaje heredadas que han llevado a su opresión y/o supresión. A pesar de que en
algunos movimientos a favor de las lenguas minoritarias los términos estándares de
evaluación han sido subvertidos (Posner 1993, Thiers 1993, Urla 1995), los activistas de
las lenguas minoritarias a menudo se encuentran a sí mismos imponiendo estándares,
elevando formas y usos escritos y sancionando negativamente la variabilidad con el fin
de demostrar la realidad, validez e integridad de sus lenguas. O de nuevo, grupos
indígenas culturalmente cohesivos que entran en conflictos por el reconocimiento estatal
en un clima de ideología nacionalista pueden reconstruir su diferencias lingüísticas
internas a medida que definen distinciones étnicas (Jackson 1995).
Junto a la ecuación una lengua/un pueblo ha devenido una insistencia en la
autenticidad y significación moral de la “lengua materna” como la primera y por lo tanto
lengua real de un hablante, transparente al verdadero ego (Haugen 1991, Skutnabb-
Kangas y Phillipson 1989). Otro principio frecuentemente agrupado con la ideología
herderiana, tanto en las visiones populares como científicas, exige purismo lingüístico
como un componente esencial para la supervivencia de las lenguas minoritarias, un tipo
de control de los límites que ha sido trazado para crear formas lingüísticas distintas.
Militantes y analistas han criticado todas estas presunciones como inapropiadas en
contextos donde el multilingüismo es más típico y donde el repertorio lingüístico es
fluido o complejo. Sin embargo, ya sea emprendida en Córcega, India o el Sudoeste

18/38
Americano, la lucha contra el complejo nacionalismo ideológico ha sido difícil de ganar
(Anzaldúa 1987, Jaffe 1993, Khubchandani 1983, Pattanayak 1988).
Si bien la validez de la ideología nacionalista del lenguaje ha sido a menudo
debatida o desacreditada, tradicionalmente se le ha dado menos atención a la
comprensión de cómo la visión de las lenguas, no sólo como entidades discretas y
distintivas sino como emblemáticas del self y la comunidad, viene a impactar en
contextos muy diferentes (Fishman 1989). En su ensayo crítico sobre nociones científico-
sociales de ideología, Geertz ([1964] 1973) hace tiempo ha llamado la atención sobre la
necesidad de atender sistemáticamente los procesos sociales, y lo que yo preferiría llamar
procesos semióticos, a través de los cuales las ideologías vienen a significar. Lo mismo
debería decirse sobre las concepciones ideológicas del lenguaje.
Al analizar encuestas politizadas sobre la “verdadera” lengua nacional y formas
estándares, ¿deberíamos preguntar qué rasgos lingüísticos son aprovechados y a través de
qué procesos semióticos son interpretados como representando a la colectividad? La idea
de Errington de la notabilidad pragmática (pragmatic salience), discutida anteriormente,
señala una dirección en la que debería proceder el análisis (ver también Thiers 1993). A
pesar de que la variación lingüística puede parecer a los miembros de la comunidad y en
la sociolingüística correlativa simplemente como un diagrama de la diferenciación social,
los analistas han comenzado a examinar la producción ideológica y la estructura
significante de ese diagrama tanto en modelos populares como especializados (Irvine
1989:253). Todos los contribuyentes de este volumen reconocen que usar, simplemente,
el lenguaje en formas particulares no es lo que constituye grupos sociales, identidades o
relaciones (tampoco la relación del grupo automáticamente da lugar a la distinción
lingüística); más bien, son las interpretaciones ideológicas de esos usos del lenguaje las
que siempre están mediando este tipo de efectos.
El esquema conceptual del semiótico C. S. Peirce (1974) ha sido usado para
analizar los procesos de mediación semiótica por los cuales piezas de material lingüístico
obtienen significación como representaciones de poblaciones particulares, como Gal
señala en su comentario4. Trabajando con la noción peirceana de indexicalidad,

4
Para ampliar la discusión en torno a nociones peircianas y a la idea de “mediación semiótica”, ver
Mertz 1985.

19/38
Silverstein (1996ª) ha desarrollado una teoría general del “orden indexical” que es
particularmente productiva en esta cuestión. Al transformar la indexicalidad de primer
orden en una indexicalidad de segundo orden, las instancias del discurso que son
asociables estadísticamente por un grupo de individuos son tipificados por los miembros
de una comunidad o por los especialistas como formas particulares de habla que son
esquematizadas como asociadas categóricamente con tipos de personas.
Cuando una forma lingüística en uso es, en este sentido, ideologizada como
distintiva y como implicando un tipo distintivo de personas, muchas veces es
posteriormente mal-reconocido, en términos de Bourdieu, como transparente y
emblemático del carácter social, político, intelectual o moral. Entonces, por ejemplo, el
hablante de una variedad prestigiosa de inglés británico es escuchado no sólo como un
miembro de un sector privilegiado de la sociedad inglesa sino también como una persona
con un valor intelectual y personal mayor. La obra Pigmalion de G. B. Shaw es una
exposición conmovedora, a través de la comedia, de semejante reinterpretación. [...]

[...]

Alfabetización y ortografía

Las ideologías de la alfabetización no son idénticas a las ideologías lingüísticas ya


que estas se enfocan en el habla. Derrida (1974) deconstruye brillantemente numerosos
ejemplos de una visión occidental del habla como natural, auténtica y anteriores a las
meras inscripciones sin vida de extraña y arbitraria escritura. Siguiendo a Derrida, Sakai
(1991) también identifica una ideología foneticista en el Japón del siglo XVIII, que
acentúa la primacía y transparencia del habla sobre la escritura. Mignolo (1992), por el
contrario, afirma que la supremacía de lo oral tal como está representada en el Fedro de
Platón, un texto clave para Derrida (1981), fue invertida en el Renacimiento europeo.
Harris (1980) sostiene que un legado europeo de “escriptismo” está escondido en la
aparente inclinación oral de conceptos lingüísticos contemporáneos, desde la oración
hasta la palabra y el fonema.
La relación de grupos sociales como de lectores individuales –lector no
especializado- con textos específicos, depende fundamentalmente de las ideologías del

20/38
lenguaje (e.g., Scollon 1995; ver Silverstein y Urban 1996 sobre las complejidades de la
textualidad). Por ejemplo, Janowitz (1993) muestra que las aproximaciones conflictivas
para ubicar la verdad escrituraria a lo largo de la tradición judeo-cristiana dependen de
diferentes ideas sobre el modo en que los textos son creados (ver Forstorp 1990).
Estudios antropológicos de alfabetización – su impacto en sociedades previamente orales,
su uso en la escolarización- reconocieron tardíamente que la alfabetización no es una
tecnología autónoma y neutral, sino más bien culturalmente organizada, ideológicamente
fundada e históricamente contingente. Cuando la alfabetización ha sido introducida en
sociedades no alfabetizadas, ésta se ha llevado adelante a través de un gran número de
formas mediadas por visiones locales del lenguaje. La alfabetización no es, por lo tanto,
un fenómeno unitario, sino más bien un conjunto diverso de prácticas formadas por
fuerzas políticas, sociales y económicas en diversas comunidades.
Como con el lenguaje, las ideas sobre lo que cuenta como alfabetización real
tienen profundas consecuencias políticas y sociales. La tradición europea que vio la
civilización como fundada en la alfabetización, reconoció sólo la alfabetización
alfabética y Mignolo (1992, 1995) sostiene que esto condujo a los conquistadores
españoles a malinterpretar las sociedades, lenguas y culturas mesoamericanas. (Ver
Collins 1995 para un sumario y una discusión crítica de los reflejos de esta inclinación
alfabética en la teoría antropológica moderna.) La definición de qué es y qué no es
alfabetización no es nunca un asunto puramente técnico pero sí es siempre un asunto
político. Los estudios acerca del surgimiento y la imposición en curso de la alfabetización
escolar y del inglés en la escuela, por ejemplo, muestran que la valoración selectiva de
tradiciones alfabetizadas está estrechamente relacionada con mecanismos de control
social.
En países donde la identidad y el concepto de nación están bajo negociación, cada
aspecto del lenguaje, incluyendo su descripción fonológica y sus formas de
representación gráfica, puede entrar en disputa. Aún cuando la idea de nación está
clásicamente tan bien establecida como en Francia, las batallas ortográficas estallan. Esto
significa que los sistemas ortográficos no pueden conceptualizarse como herramientas
que reducen simplemente el habla a la escritura, sino más bien como símbolos que portan
en sí mismos significados históricos, culturales y políticos. […]

21/38
La transcripción, o la representación escrita del habla dentro de, por ejemplo,
disciplinas académicas y de la ley, no es una actividad mecánica neutral sino que
descansa en concepciones ideológicas del lenguaje y, a su vez, las refuerza (Du Bois
1991:71; ver también Hymes 1981, Ochs 1979, Tedlock 1983). Los antropólogos
lingüistas han comenzado a examinar recientemente transcripciones producidas por
consultantes de las comunidades a partir de lo cual revelan no sólo concepciones locales
del lenguaje y de la escritura, sino también acerca de los propios supuestos de los
investigadores académicos, tanto al dirigir la transcripción como, en paralelo, la actividad
de transcripción. Folkloristas, sociolingüistas y analistas conversacionales que han
registrado dialectos del inglés revelan sus prejuicios lingüísticos cuando usan ortografía
no estándar para representar el habla de negros, apalaches o sureños más que la de otros
grupos. Dada la ideología del valor de la letra, los hablantes de variedades no estándares
aparecen, entonces, como menos inteligentes (Edwards 1992; Preston 1982, 1985). En el
sistema legal norteamericano el registro textual (palabra por palabra) es una construcción
idealista, preparada de acuerdo con el modelo de informe judicial del inglés, contra la
cual el habla que se recibe se filtra, se evalúa y se interpreta. Es considerada
“información” si un testigo habla agramaticalmente, pero no si los abogados lo hacen y la
edición se aplica en consecuencia (Walker, 1986)

Estudios históricos

El “giro lingüístico” en historiografía en décadas recientes ha dado lugar a una ola


de exámenes históricos de ideologías lingüísticas, influenciados por Derrida, la teoría de
Habermas de la comunicación y la esfera pública (1989) y por la observación de Foucault
de que el habla no es meramente “una verbalización de conflictos y sistemas de
dominación, sino el mismo objeto de conflictos entre los hombres” (1972:216). Los
estados occidentales, y particularmente Francia, Inglaterra y Estados Unidos, predominan
en esta literatura. Historiadores, teóricos literarios, sociólogos, antropólogos y pedagogos
han examinado la ideología lingüística asociada con el aumento del discurso científico
occidental, el discurso religioso protestante, la alfabetización masiva y el currículo
escolar universalista. Estrechamente relacionadas se hallan las historias críticas de la

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lingüística, la filosofía del lenguaje y la lingüística popular, las que se unen a historias
intelectuales más tradicionales.
A fines del siglo XVIII y mediados del siglo XIX en Europa Occidental, el
lenguaje se convirtió en objeto de preocupación civil en la medida en que nuevas
nociones de discurso público y nuevas formas de participación (y exclusión) eran
formuladas en la esfera pública por nuevos participantes. Muchas de las investigaciones
históricas se enfocan más en ideas normativas sobre retórica que en aquellas relativas a
la gramática; sin embargo, esto demuestra cuán estrechamente ligados se encontraban
estos tópicos. Auroux (1986) y Adresen (1990) encuentran que las conceptualizaciones
políticas del lenguaje, más que las mediaciones del “lenguaje mismo”, dominaron los
debates franceses y americanos desde el siglo XVII y durante el XVIII. La ideología
inglesa hegemónica trazó su efectividad política y social a partir de la presuposición de
que el lenguaje revelaba la mente y que “civilización” era ampliamente un concepto
lingüístico (Baron 1982, Finegan 1980, Smith 1984, Taylor 1987). El debate del siglo
XIX acerca del lenguaje en los Estados Unidos fue en su base una lucha sobre qué tipo
de personalidad se necesitaba para sostener la democracia. Cmiel (1990) sostiene que la
emergencia de una personalidad democrática compartimentalizada correspondió a la
aceptación de las conmutaciones en el estilo y de un rango de registros lingüísticos.
Allí donde las generalizaciones fortuitas han contrastado tradicionalmente, por
ejemplo, las actitudes inglesas y francesas con respecto al lenguaje como si éstas fueran
atributos culturales uniformes inherentes al estado y nivel individual, otros estudios
históricos más detallados han mostrado recientemente que una postura nacional
aparentemente característica emerge coyunturalmente de luchas entre posiciones
ideológicas en competencia. Los estados típicamente fluctúan entre orientaciones
[ideológicas] o bien representan simultáneamente a más de una en el diseño de sus
políticas.

Ideología lingüística colonial

“La lengua siempre ha sido compañera del imperio”, afirmó el precursor


gramático español Nebrija ([1492] 1946). Sin embargo, no siempre fue obvio qué

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lengua(s) usar en la administración del imperio. Más que imponer su propia lengua, los
administradores podrían seleccionar una lengua indígena vernácula, para proteger la
lengua de los colonizadores de la depredación de los hablantes no nativos (Siegel 1987).
Algunos de los trabajos más recientes y provocativos acerca de las ideologías
lingüísticas, que trazan claramente vínculos entre formas lingüísticas, ideológicas y
sociales, vienen de estudios sobre colonialismo.
La evangelización y colonización europea de otros continentes supusieron el
control no sólo de los hablantes, sino también de sus lenguas vernáculas. La descripción
lingüística colonial, francamente orientada en la temprana colonización de las Américas
a la dominación política y conversión religiosa, fue concebida por los participantes del
siglo XIX como un esfuerzo científico neutral. Sin embargo, era precisamente y
sobretodo un esfuerzo político, como muestran los análisis de los diccionarios,
gramáticas y guías de lenguas (Irvine 1995, Raison-Jourde 1977). En lo que Mignolo
(1992, 1995) llama la colonización del lenguaje, los europeos llevaron a sus tareas ideas
sobre la lengua extendida en la metrópoli y esas ideas no les dejaron ver las estructuras,
las conceptualizaciones y las disposiciones sociolingüísticas de las lenguas indígenas.
Como con muchos otros fenómenos coloniales, los lingüistas construyeron más que
descubrieron variedades lingüísticas distintivas, un proceso bien documentado para
África (Fabian 1986, Harries 1988, Irvine 1995). Según Cohn, las gramáticas,
diccionarios y traducciones británicas de las lenguas de India crearon el discurso del
orientalismo y convirtieron formas de conocimiento indios en objetos europeos
(1985:282-83; ver también Musa 1989).
La estructura lingüística percibida puede siempre tener significado político en el
encuentro colonial. La inadecuación funcional o formal de las lenguas indígenas y, por lo
tanto, de las mentalidades o sociedades indígenas, fue frecuentemenete alegada como
justificación del “tutelaje” europeo (Fabian 1986; ver también Raison-Jourde 1977). Pero
por otro lado, un gramático del siglo XVI leyó presuntas similitudes del quechua con el
latín y el castellano como “una predicción de que los españoles se apoderarán de él”
(citado en Mignolo 1992:305). Greenblatt (1990, 1991) sostiene persuasivamente que los
informes europeos casi simultáneos sobre los indígenas americanos como individuos que,
por un lado, no poseen ninguna lengua y, por otro lado, son capaces de comunicarse

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libremente con los conquistadores, son dos caras de la misma moneda ideológica. Ambos
muestran que los españoles eran incapaces de reconocer las lenguas indígenas con una
realidad que Greenblatt llama “opacidad” y de apreciar el hecho de la diversidad cultural
humana.
Debido a la disponibilidad de documentos, las investigaciones históricas sobre el
colonialismo temprano europeo han explorado las ideologías lingüísticas de los
colonizadores más que la de las poblaciones indígenas. Sin embargo algunos trabajos
buscan capturar el encuentro e interacción entre los dos. Rafael (1988), por ejemplo,
contrasta la estructura y el foco de un manual de Castilla del siglo XVII escrito por un
tipógrafo tagalog con las gramáticas de la lengua tagalog escritas por misioneros
españoles. La comparación destaca el contraste de intereses políticos que subyacían en
las traducciones para los españoles y para los indígenas filipinos.

Historiografía lingüística

El estrecho entrecruzamiento de conceptualizaciones públicas y escolares del


lenguaje en Occidente y sus colonias a través del siglo XIX conduce directamente a más
estudios críticos generales de la filosofía del lenguaje y la lingüística profesional
occidentales. La arqueología de Foucault (1970) de los discursos filológicos europeos,
aunque discutida (e.g., Aarsleff 1982, Itkonen 1988) ha sido un disparador de trabajos
más allá del tópico. Los colaboradores de la colección de Joseph y Taylor (1990)
examinan los prejuicios tanto intelectuales como políticos que enmarcan el crecimiento
de la teoría lingüística, desde Locke hasta Saussure y Chomsky y el rol de las ideas
lingüísticas en conflictos sociales específicos (ver Newmeyer 1986). Crowley (1990), por
ejemplo, encuentra “violencia discursiva” no sólo en la lingüística general ahistórica y su
delimitación mítica de lengua, sino también en la escuela de lingüística histórica en
competencia. De particular relevancia para nuestro tópico, Attridge (1988) deconstruye la
lingüística de Saussure como hostil y supresiva de la evidencia de que los usuarios de una
lengua y la comunidad lingüística intervienen, consciente o inconscientemente, para
alterar el sistema lingüístico. Según Attridge, Saussure veía la lengua como abierta a

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cambios externos debido a fuerzas humanas incontrolables pero rechazaba la influencia
de la historia como constructo intelectual.
Numerosos estudios muestran cómo la filolofía y la lingüística emergentes en el
siglo XIX contribuyeron a proyectos religiosos, de clase y/o nacionalistas. Olender
(1992), por ejemplo, traza las conexiones fundamentales de raza y religión con las nuevas
ciencias del lenguaje de los siglos XVIII -y XIX- y los estudios filológicos semíticos e
indoeuropeos. Crowley (1989, 1991) demuestra las presunciones de clase social sobre las
que el inglés estándar fue teorizado primero, mientras Gal (1995) muestra de qué modo
teorías las lingüísticas metropolitanas estuvieron implicadas en la producción de la
identidad húngara. Y, como Irvine (1995) ha sostenido, las ideologías de familia y
relaciones de género dominan las descripciones europeas de la estructura gramatical y la
clasificación de lenguas africanas en el siglo XIX.
La lingüística profesional y científica de fines del siglo XX, ha rechazado el
prescriptivismo casi uniformemente y, a veces, más bien con aires de suficiencia. Sin
embargo, varios autores sostienen que ese rechazo esconde una dependencia y una
complicidad con instituciones prescriptivas por la mera temática del campo; “más que
registrar un lenguaje unitario, los lingüistas ayudaron a formar uno” (Crowley 199:48,
Haas 1982). El idealismo de la lingüística moderna “autónoma” se ha puesto bajo
escrutinio ideológico. Sankoff (1988) sostiene que las metodologías lingüísticas
positivistas contemporáneas que invocan una razón científica, son ideológicamente
impuestas por los mismos intereses que propagan el normativismo y el prescriptivismo.
La lingüística y la sociolingüística más orientadas hacia la antropología también
han sido analizadas ideológicamente (Cameron 1990, Dorian 1991). Schultz (1990)
sostiene que los escritos de Whorf estaban limitados por la ideología tradicional
norteamericana de la libertad de expresión, que fomenta la sensación de que los hablantes
controlan el lenguaje. A diferencia de Bakhtin, cuyo entendimiento Schultz ve como
similar, Whorf primero tenía que convencer a su audiencia de que existía la censura
lingüística, y esa necesidad da cuenta de estrategias contradictorias en su obra.
Metáforas de lenguas “en peligro” y “muriendo” han generado muy recientemente
intercambios en la inevitable naturaleza política, ideológica y selectiva de toda
investigación lingüística y sociolingüística. (Dorian 1993, 1994ª; Hale et. Al. 1992;

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Ladefoged 1992; Woodbury 1994). Uno de los análisis ideológicos más transversales de
la teoría lingüística es el tratamiento de Rossi-Landi (1973) del relativismo lingüístico
como ideología burguesa, en el sentido de interés tanto como de ideación. Rossi-Landi ve
la teoría como una manifestación de culpa por la destrucción de los indígenas
americanos. El idealismo del relativismo lingüísitico transforma a los productores
lingüísticos en consumidores y posibilita la ilusión de que la exhibición teórica de las
estructuras de una lengua redime la cosmovisión de los trabajadores lingüísticos extintos
(ver también Bauman 1995, Hill y Mannheim 1992). En su contribución en este volumen,
Collins identifica un desplazamiento de “lengua real” de hablantes contemporáneos en la
crítica que la lingüística académica eleva a materiales didácticos de tolowa producidos
por miembros de la comunidad. Tales consideraciones lo llevan a concluir que el estudio
de la ideología lingüística no se puede asumir como un proyecto de descripción neutral
sino que siempre requiere de preguntas reflexivas sobre nuestros propios compromisos
ideológicos.

Conclusión

Una investigación enfocada en la ideología lingüística tiende un puente


promisorio entre lingüística y teoría social. A pesar de las dificultades tradicionales que
reposan en el concepto de ideología, ésta nos permite relacionar la microcultura de la
acción comunicativa con consideraciones de economía política de poder e inequidad
social, para confrontar restricciones macrosociales en el comportamiento lingüístico y
para conectar el discurso con las experiencias de vida (Briggs 1993:207). Como señala
Gal en su comentario, las poblaciones alrededor del mundo depositan vínculos
fundamentales entre categorías culturales aparentemente diversas como lenguaje,
deletreo, gramática y nación, género, simplicidad, intencionalidad, autenticidad,
conocimiento, desarrollo, poder, tradición. Las contribuciones a este volumen intentan
entender cuándo y cómo son forjados esos vínculos, tanto por los participantes no

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