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La migración venezolana al

Perú: una de las estampas del


año que termina

Refugiados de la crisis llanera, miles de venezolanos arribaron


al país el 2017, muchos de ellos profesionales, para emplearse
en lo que encontraron. Una característica del año que termina.

Los venezolanos en Lima se sorprenden cada vez que escuchan


a un peruano quejarse por la inseguridad ciudadana. Sin
desmerecer, aseguran que es nada comparada con la agitación
de despertar en su país y constatar que se ha sobrevivido a un
día más. “Me cansé de vivir allá con miedo. De salir del trabajo y
no tener idea de si iba a regresar a casa. Y eso que yo vivía cerca
del Palacio de Gobierno”, cuenta Wolgfang Jiménez (31), un
risueño caraqueño que trabaja en un call center de Lince y
que también vende comida de su país.
A veces Jiménez se pregunta cómo llegó a su situación. Piensa
que en la vida cumplió los pasos que se suponían eran los
correctos: estudiar, conseguir un trabajo en su profesión –
Educación– y ser bueno en lo que hacía. “¡Aún soy el mejor en
lo que hago!”, dice contento mientras prepara un pan de ají
amarillo con ‘reina pepeada’, un aderezo típico de allá.
Wolgfang es un optimista empedernido pese a todo lo que le ha
pasado. Hace un año, un secuestro con armas al bus en el que
viajaba por Caracas, el segundo que padecía, terminó por
decidirlo. “No tenía hijos, no lo pensé más y me vine para el
Perú. No tengo vergüenza de vender comida, aunque nunca
pensé que iba a terminar en esto”, dice.

HIJOS DE LA CATÁSTROFE
La de Wolgfang es solo una de las miles de historias del exilio
venezolano que pueden conocerse caminando por las calles de
Lima. Es, además, uno de los rostros involuntarios de esa
“diáspora venezolana”, como llama The New York Times a los
150 mil ciudadanos que han abandonado Venezuela en el último
año, debido a la ruina económica que se vive en el otrora rico
país petrolero.

La necesidad de subsistir y el estatus informal de sus


documentos ha arrojado a miles de llaneros en el Perú al
comercio ambulatorio. Una de ellas es Erika Chale (23),
ingeniera civil con dos años ya en Lima, quien vende arepas, el
popular platillo hecho con masa de maíz. a ella se le encuentra
todas las tardes en el centro cívico. Anota que una paisana suya,
arquitecta, vende medias en una tienda. Una afortunada. Un
poco más allá, otros 11 connacionales suyos ofrecen arepas por
el Jirón de la Unión, vestidos con las casacas de la selección
venezolana.

El caso de Erika es especial. Sus padres son peruanos, que


viajaron a Venezuela a fines de los 80, cuando ese país tenía
una economía boyante, pero nunca la inscribieron como
ciudadana del Perú. Ella habla y se siente como una
venezolana, pero su aspiración es conseguir la nacionalidad
peruana, un trámite que está solicitando a la Superintendencia
Nacional de Migraciones. Como su caso hay cientos. “Allá tenía
que hacer cola a las 4 de la mañana para conseguir alimentos al
mediodía. Ahora, mi familia me cuenta que hace la misma cola y
no recibe nada. El Gobierno les entrega una vez al mes una caja
con un kilo de arroz y un kilo de pasta y quieren que sobrevivan
con eso y los 15 dólares mensuales que es el sueldo”. Allá no le
creen cuando les cuenta que con 25 arepas vendidas aquí puede
hacer 40 dólares al día, no sin esfuerzo.

LEVANTANDO PUENTES
De lunes a viernes, a partir de las 2 dela tarde, las oficinas de
Migraciones, en Breña, se llenan de venezolanos que acuden
con
esperanza a la cita para obtener su Permiso Temporal de
Permanencia (PTP). Esta es una figura jurídica creada por el
actual gobierno con un enfoque humanitario y de
derechos fundamentales que permite acogerlos en nuestro
suelo y darles un respiro de al menos un año, mientras mejoran
su situación y se integran a la economía formal de este país.
Es por acciones como esta que dicha comunidad ha anunciado
su intención de postular en setiembre del 2017 al presidente
Pedro Pablo Kuczynski al Premio Nobel de la Paz [ver
recuadro]. Al día, el despacho gubernamental tramita 260 de
estas solicitudes, que se aplican solo a los ciudadanos que hayan
llegado al Perú antes del 2 de febrero. “Siempre decimos que
somos un país con memoria y que en el Perú tenemos una
vocación de construir
puentes, no muros. Acuérdate de que muchos peruanos se
fueron a Venezuela en los años 70”, comenta Eduardo Sevilla,
superintendente nacional de Migraciones. La comunidad
peruana que vive allá bordea los 150 mil individuos. La cifra de
venezolanos en el Perú es incierta, pero podría estar entre los 6
mil y 15 mil.

La sensación general, sin embargo, es que la presencia


venezolana se ha multiplicado en los últimos meses de un modo
sensible, quizá porque ahora esta es más visible, con el
fenómeno del comercio ambulatorio de comida. Según datos
de Migraciones, el 2016 más de 36 mil venezolanos entraron y
salieron del Perú como turistas. La cifra es mayor a lo que
ocurría hace 10 años (19.980 visitantes), pero bastante menor a
los 152 mil que llegaron el 2013, año del fallecimiento del
presidente Hugo Chávez. La migración venezolana no está
fuera de control ni debería causar alarma en nadie, aseguran las
autoridades aquí. Para poner paños fríos, afirman que la cifra de
ingresos es poca comparada con la de Estados Unidos, con
medio millón de visitantes anuales al Perú, o la de Chile, que
rozó los 200 mil visitantes el año pasado.

“Con el PTP estamos contribuyendo a poner orden en la casa,


porque es importante tener regularizados a los extranjeros para
que puedan estudiar, trabajar y tributar, pero esto no significa
que no seamos firmes. En lo que va del gobierno hemos
superado los 900 extranjeros expulsados de distintas
nacionalidades por vulnerar las normas peruanas”, sentencia
Sevilla. Para obtener el PTP es requisito presentar una ficha de
Interpol de antecedentes penales y una declaración jurada. Si
se miente o se le usa para dedicarse a actividades ilícitas, se
puede ganar la expulsión del país y la incapacidad para
regresar a este por 15 años.

VIDA EN COMUNIDAD
En Perú, los venezolanos se agrupan en redes para poder
protegerse entre ellos y acoger a otros. Elías Pavone (24),
natural de la provincia de Barquisimeto, conocida como la
‘Capital Musical’, cuenta que vive desde hace cuatro meses en El
Agustino con otros 30 venezolanos, repartidos en varias casas.
Algunos llegaron antes que él, otros después. Están también
los que se han venido con toda la familia, como el músico
Sebastián Bernardini (31), que fue profesor de la Sinfónica del
Estado de Sucre, el segundo más grande de allá, pero que
ahora sobrevive tocando joropos con su ‘cuatro venezolano’, un
instrumento de cuerdas, en micros y restaurantes. Se vino junto
a su esposa y sus tres pequeñas hijas cuando ya era imposible
encontrar leche, pañales y medicinas para ellas. Ahora
Bernardini integra una orquesta de músicos con sus paisanos.
Recién están en fase de ensayos. Alguien le alcanza a Bernardini
un charango peruano y no tarda nada en encontrar los acordes
correctos y tocarse un Alma llanera con un sabor andino. No es
difícil, dice, reconociendo que nuestros pueblos han sufrido lo
mismo y que hay lazos más fuertes que cualquier adversidad.
//

Este artículo fue publicado originalmente en la revista


SOMOS, el 22 de abril del 2017.

Fuente: https://elcomercio.pe/somos/migracion-venezolana-peru-estampas-ano-termina-
noticia-485241

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