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Por Tamara Kamenszain en "Texto Crítico" II (4): 89-105 , Mayo-Agosto 1976.

México

Tamara Kamenszain

Los que conocieron a Gombrowicz

Como los inmigrantes, los aventureros, o los piratas, Witold Gombrowicz llega a
Buenos Aires en barco. En un día de 1939 el joven polaco de 35 años, escritor
apenas conocido en su país –aunque ya había publicado para esa época su novela
Ferdydurke, una pieza de teatro y un libro de cuentos– recala por dos semanas en
la ciudad porteña como participante de un crucero polaco que se aventuró hasta las
costas de Sudamérica. Paradójicamente, ese corto período se transformará en un
largo período de vida: 24 años. Mientras el joven Gombrowicz se pasea por las
calles de Buenos Aires, estalla la guerra en Europa y se ve obligado, o decide –
muchos de sus compañeros de viaje partirán a Inglaterra– permanecer en la
Argentina. No se moverá de este país hasta 1963, año en que –ya en el clima de un
amplio reconocimiento internacional– viaja a Francia donde morirá en la ciudad de
Vence, en 1969.
Años de miseria y marginación (vive en pensiones, trabaja durante un largo
período en un banco polaco, se automargina y lo marginan de los círculos literarios
oficiales), estos de Gombrowicz en Argentina son, sin embargo, también años de
crecimiento literario (escribe en Argentina la mayor parte de su obra: textos
decisivos como Cosmos –premio Formentor 1967–, La seducción, Trasatlántico y el
Diario Argentino).
Rastrear la huella que dejó Gombrowicz en la Argentina por esos años, elegir
algunos nombres –algunos de ellos transformados en seudónimos literarios –entre
los muchos que menciona como "su amigos" en el Diario Argentino, escuchar las
narraciones de esos amigos y después transcribirlas, implica de algún modo trazar
las coordenadas de un mapa biográfico siempre parcial, siempre fragmentario. Pero
quizás o justamente en ese fragmentarismo, esté una de las claves de la
personalidad de Witold Gombrowicz: prismático, multifacético, el genial escritor
polaco intentó cubrirse –máscara sobre máscara– del peligro de la personalidad
definida, unilateral.
Jorge Di Paola –novelista autor de Hernán y de La virginidad es un tigre de
papel– y Mariano Betelú ("Flor" o "Quilombo") –dibujante–, lo conocen en la
pequeña ciudad argentina de Tandil donde Gombrowicz recala para curarse de una
enfermedad pulmonar. El escritor Ernesto Sábato y Juan Carlos Gómez ("Goma"),
lo conocen en Buenos Aires, uno en plena vida literaria porteña, el otro en un bar
donde se jugaba a] ajedrez. Para Jorge Luis Borges, Gombrowicz fue "un amigo de
amigos". Testigos, interlocutores, intérpretes, estos cinco argentinos conocieron
cada uno de ellos a un Gombrowicz distinto. En sus recuerdos, en la transcripción
de esos recuerdos, está el azar de la biografía o –con un grado más de pretensión–
las coordenadas de una posible historia.

1. UN LECTOR DE LA PAMPA SALVAJE

"Aparecieron a las cinco tres muchachitos que no tenían idea de quién era yo y
me preguntaban cómo había llegado a la Argentina. El cuarto, menudo, dieciséis
años, sonrió al oír mi apellido y dijo:– ¡Ferdydurke!– Lo llaman «Dipi»"
(Gombrowicz, Diario Argentino, pág. 126) .

A principios de 1957 un amigo mío encontró un ejemplar con las páginas sin abrir
del Ferdydurke, en la biblioteca de mi pueblo, Tandil. Fui el primer lector tandilense
de ese libro; y seis meses después, en septiembre de ese mismo año, dos amigos
fueron a despertarme de la siesta porque había llegado un escritor polaco que nos
estaba esperando en un bar; era Gombrowicz. Había llegado a Tandil porque se le
complicó su asma con una gripe asiática y necesitaba del buen aire serrano. Pero
en el pueblecito Gombrowicz se aburrió y no se le ocurrió mejor idea que
presentarse en uno de los tres periódicos de allí con la siguiente contraseña: "soy
un escritor polaco que se aburre en esta ciudad y busca hablar con alguna persona
inteligente". Los del diario lo mandaron a hablar con un escritor tandilense quien se
lo sacó de encima derivándolo a nuestro grupo. Éramos para entonces unos cuantos
adolescentes que teníamos un teatro independiente y algunos "escribíamos". Así,
en la confitería donde siempre nos reuníamos, vi por primera vez a Gombrowicz.
Era en realidad muy tímido y los primeros minutos fueron más bien tensos. Uno de
los del grupo, un español Magariños, le preguntó; ¿cuál es su gracia?, a lo cual
Gombrowicz respondió "mi nombre es muy difícil para criollitos"? y tomando una
servilleta garabateó el nombre. Yo recordé súbitamente que ése era el autor del
librito encontrado en la biblioteca y exclamé: ¡Ferdydurke! Gombrowicz se
sorprendió mucho y evidentemente se conmovió, pero tuvo una salida graciosa,
exclamó: "Oh, un lector en la pampa salvaje".
Nuestras primeras conversaciones fueron sobre la vida cotidiana en el pueblo,
con mucha curiosidad de parte de él. Le interesaban, por ejemplo, los nombres de
los árboles; estaba convaleciente y salíamos a caminar despacito, a cada rato
preguntaba: "Che, viejo, ¿cómo se llama este arbolito?" Yo era fanático de Thomas
Mann, hecho que compartíamos, aunque se hablaba muy poco de literatura; a él le
interesaba más lo que se creaba en la mesa de café entre la gente Y lo que se
creaba era una especie de práctica de estrategias, de seudopeleas y seudodisputas
que Gombrowicz sutilmente organizaba. Se trataba de un juego dialéctico donde
lograba que cada uno de nosotros terminara defendiendo una idea contraria a la
que realmente tenía. Era un juego extraño, una práctica que no resultó tan
inocente como podía parecer al principio Con este sistema Witold logró romper la
estructura cerrada que tenía el grupo, por medio de desplazamientos y pequeñas
intrigas
Él mismo funcionaba como una especie de adolescente ridículo y avejentado.
Cuando lo poníamos en aprietos no tenía empacho en recurrir a su autoridad como
adulto, pero en realidad tenía más capacidad payasesca que nosotros. Siempre
estaba jugando un papel en el sentido teatral del término –y esto era algo que
nunca dejamos de saber. Se sabía que se estaba participando de un juego, pero no
de un juego para pasar el rato, sino de una aventura importante donde iba a saltar
el resorte íntimo de cada uno; diría que por ser teatral, era al mismo tiempo un
juego de desenmascaramientos. Curiosamente este juego perverso no estaba
practicado hacia nosotros con perversidad real, los resultados eran, más bien, un
aprendizaje acelerado y doloroso de nuestras actitudes mentirosas frente a los
demás Nosotros éramos algo así como integrantes de un laboratorio
gombrowicziano y lo sabíamos. Intuíamos que estábamos formando parte de uno
de los tantos experimentos que hizo Witold en su vida. Más tarde, leyendo una
biografía suya, alcancé a reconocer en su conducta en los bares de Polonia antes de
la guerra, el mismo comportamiento.
Me interesa la vida de Gombrowicz en tanto es un aspecto de sus textos, y
cuando me pongo a pensar, por ejemplo, en Ferdydurke recuerdo que él la escribió
de joven y que el protagonista del texto es un joven que se relaciona –que mira– a
los adultos En sus obras posteriores los personajes son adultos y aparecen mirando
a los adolescentes, no siendo mirados por ellos. Esto se ve muy claramente en La
seducción, curiosamente la obra que estaba escribiendo cuando llegó a Tandil.
Entonces, es una sensación rara descubrir entre líneas en La seducción la
experiencia que Gombrowicz tuvo con nosotros. Al principio, el libro comienza con
una anécdota que le conté yo, de un muchacho de Tandil que tenía una dificultad
cerebral y repetía dos veces la misma frase, la segunda vez muy bajito, y de esa
segunda vez no era consciente. Pero esto es meramente anecdótico, lo importante
es que entre líneas descubrí en esa novela –cuando la leí en español después de
años– que esos juegos que hacíamos con Gombrowicz en Tandil eran como
prácticas de esa patética aventura que los personajes adultos de La seducción –
Witold y Frederich– tienen mientras observan a la pareja de adolescentes. Tengo la
sensación de que en esos juegos artificiales servíamos de conejitos de indias para
esa nueva actitud de los personajes de Gombrowicz, ese darse vuelta los roles de
personajes que son observados como adolescentes a personajes adultos que
observan a esos adolescentes
Es curioso y difícil hacer comprender la absoluta excentricidad de Witold,
significativa en cuanto en él era casi como un sacrificio para escribir. Él no podía
relacionarse bien con gente de su edad en Tandil, con nosotros tampoco se podía
relacionar "bien", simplemente se podía mover cómodo en su excentricidad.
Desconcertaba mucho a los adultos, era un tipo que vestía un arrugado traje de
poplin y una gorra que llevaba en el bolsillo, casi podría decirse que se parecía a
Jacques Tati. Era cómico, pero al mismo tiempo tenía como una especie de
dignidad aristocrática, un orgullo. Creo que había asimilado en sus gestos mucho
del cine mudo. Un día le pidió prestada la bicicleta a uno de los muchachos y se
puso a andar, logró andar cada vez a menor velocidad hasta dejarla casi detenida y
como el piso era de arena iba dibujando cuadrados en vez de círculos con una
lentitud cercana a la inmovilidad. Era un perfecto corto de cine mudo y nosotros
llorábamos de la risa...
Él vivía en una piecita que alquilaba, escribía todas las mañanas, era muy
metódico y se enojaba si no aparecíamos con puntualidad a las citas que nos hacia
en el bar, dándonos una grotesca diatriba acerca de la impuntualidad criolla. Pero
enojado realmente, lo vi una sola vez y fue precisamente conmigo; fue la única vez
que desfacé la confianza que me tenía Recuerdo que él quería dar conferencias
sobre existencialismo y como yo era el más formal del grupo me encomendó
organizarlas, y acepté, pero con la idea secreta de jugarle una broma. Había en el
pueblo una pintora solterona, una de esas típicas solteronas de pueblo que además
pintaba muy mal, y no se me ocurre mejor idea que hacerle creer a Gombrowicz
que había divulgado lo de la conferencia por todo el pueblo, mientras en realidad
había invitado solamente a la solterona. Tuvo que tragarse dos horas hablándole
sólo a esa mujer; se agarró una rabieta tan grande que me echó del grupo. Les
decía a mis amigos que yo era un traidor y ellos me veían solamente en secreto
Pasada una semana de castigo empecé a recibir cartas a través de alguno de ellos.
Eran pequeñas misivas en las que Witold me escribía, por ejemplo: "Te perdonaré
si apareces en tal lugar"; se trataba de un lugar lejano al que yo fui la primera vez
y por supuesto él no apareció. Me di cuenta que era parte del castigo, incluso las
misivas seguían llegando y yo me quedaba con la duda de si Witold había ido o no.
Esto duró un tiempo hasta que nuevamente fui aceptado en la mesa del bar.
Dio algunas de las conferencias sobre existencialismo. Una de ellas, recuerdo, fue
en los sótanos de la biblioteca del pueblo. Él hablaba con un tono que era la parodia
del tono del conferenciante, fingiendo una seriedad que en realidad era muy
cómica. Agregando a eso, el acento polaco con que pronunciaba el español, que
también era parte del grotesco. Yo estaba sentado en primera fila y de golpe veo
que por el asiento de Gombrowicz empieza a subir una cucaracha, él también la vio
y no tuvo mejor idea que sacar la gorra arrugada del bolsillo y gritar "Este horrible
gusano" mientras la aplastaba Aunque era payasesco y le gustaba que se rieran de
él, sus conferencias eran didácticas y claras. Se consideraba afín a Sartre en cuanto
al tema de "la mirada del otro". La filosofía le importaba mucho, aunque mostrara
despego hacia ella –le reprochaba el no estar encarnada–; pero de hecho dialogaba
más con filósofos que con literatos. Incluso en ese juego que practicaba con
nosotros era como una especie de Sócrates circense, utilizaba el método socrático.
Gombrowicz nunca decía qué era lo que había que hacer, simplemente marcaba lo
que estaba mal hecho
¿Cómo reaccionaba frente a los textos que yo escribía y le mostraba? Bueno, lo
que a él más le interesaba era la creación de una forma propia, de un estilo propio
en el texto. Nunca dio consejos, simplemente hacía observaciones inherentes a esa
forma Cuando leía cosas mías en las que le parecía que yo imitaba a Mann o al
propio Gombrowicz –eran mis "imitados" más comunes– me lo marcaba diciéndome
que no estaba siendo fiel a mi propia forma. Sus observaciones eran siempre
bromeando, se ponía unos anteojitos para hacerse el profesor.
A Gombrowicz no le interesaba el género, poco le importaba si se trataba de
novelas, cuentos o diarios íntimos. Incluso llegó a decir que el género del futuro era
el diario porque ya las otras formas no podían contener un paralelo con la
estructura del mundo actual. A Borges se lo hice leer yo, aunque no quería. Decía
¿Para qué lo voy a leer si no me gusta?; sin embargo, le di Ficciones y vino
diciéndome que se trataba de "una cosa seria". Creo que a Borges lo eligió como
una especie de enemigo fantasmal, ya que nunca se trataron realmente. En
general, Gombrowicz no nos leía lo que estaba escribiendo, pero una vez hizo una
lectura memorable del primer acto de su obra teatral El casamiento. Teníamos un
local donde nuestro teatro independiente ensayaba, y él llegó riéndose y haciendo
bromas a "los artistas". Entonces le dije: Che, viejo, por qué no hacés teatro leído.
Le dimos una silla, abrió su libro y leyó durante 20 minutos, su máscara era
totalmente dúctil, en mi vida vi un teatro como ése.
Su partida de Tandil fue también payasesca. Recuerdo que mientras lo
saludábamos en el andén él estaba parado majestuosamente en el estribo del tren
con su traje, su paraguas y su pipa. Parecía un conde. Tan rara era su imagen, que
provocó una situación también rara: se le acercó un hombre que estaba caminando
por el andén y sorpresivamente le preguntó: "¿Y usted, qué es?", y se fue.

(Conversación con Jorge Di Paola)

2. DOS INSTANTÁNEAS DE GOMBROWICZ

"Si, pero nuestra aproximación fue, como ya se ha dicho, en primer lugar el


efecto de un juego de circunstancias... menudas. De no haber sido por la
tartamudez y el dramático paso bajo la lluvia (...) A eso se unía la magia de los
nombres (...) Eso le confería a nuestras conversaciones distinción y brillo. En una
ocasión se me trabó la lengua y de «Colimba» hice «Quilombo». Lo que español
significa «burdel» (...) Empleado como nombre propio se vuelve sumamente
cómico y traviesamente poético: –Che Quilombo, ¿cómo estás? –le decía yo con
amabilidad refinada, y esto marcaba entre nosotros una distancia... que facilitaba el
acercamiento)" (Gombrowicz, Diario Argentino, pág 163)

I)

Conversación mensual: Gombrowicz me había becado para terminar mis estudios


universitarios. Esta charla se repetía todos los meses.
Período: 1959/1960.
Lugar: Calle Venezuela 615, Buenos Aires. Hora: 16:00 horas.

El viejo dormía "un poquito" de siesta hasta esa hora. Tenía terminantemente
prohibido llegar antes y sobre todas las cosas sin avisar mi visita previamente por
teléfono: No. 34-8792. Yo llegaba. Me anunciaba la encargada, y entraba la vieja
pieza que tenía balcones a la calle Venezuela. Después del protocolo: "¿Qué tal,
Flor de Quilombo?"... "¿Cómo te va, viejo?". Los diálogos eran casi siempre así:
G: "Aquí tengo 500 nacionales para vos, más 500 adicionales extras por mayores
costos de la vida... (PAUSA) ¡Viejo, si es indecente lo que yo hago!... Dios mío...
¿por qué?... ¿por qué?... yo aflojo tanto dinero que me cuesta sangre . . . ¿Puedes
explicármelo? . . . Por qué esa debilidad mía que me hace gastar la plata con vos
tarado"
F: "Bueno, este, será porque vos querés, además yo no tengo dinero y... este ..."
(TARTAMUDEO) .
G: (CON VOZ AUTORITARIA Y FALSA). "Tartamudear y gemir, eso si sabes, yo no
sé por qué aflojo, debo estar loco. ¡La última vez que te di dinero no tuviste mejor
idea que comprarte un paraguas y un librito de Ortega y Gasset!... Me parece que
la esclerosis me está poniendo algo chocho, pero vos me contagiás la taradez.
Tomá estos nacionales antes de que me arrepienta. (PAUSA) Dime, Flor, ¿por qué
no le pides a tu tío millonario Marcolín, que vive en Italia, dinero para financiar tu
carrera universitaria... por no decir vagancia, o, de lo contrario, pídeselo a tu papá
y mamá...?"
F: "Yo... "
G: "Yo...yo" (imita mi tartamudez). Un largo silencio. Se pasea por la pieza
gesticulando teatralmente. Implora al cielo. Pone una rodilla en tierra. Se sienta en
un sillón. Mueve la cabeza que esconde entre las manos, y permanece largo rato.
Eso me llama la atención. Como si contuviese algo. Luego se pone de pie y declama
como el gran actor que es:
"¡Qué hermosa es la vida de la juventud ascética!"
"El dinero les quita el encanto y los pervierte". Y mirándome agrega: "A tu edad,
Flor, no hace falta tener dinero. Es nocivo... ¡Claro que tu espíritu de
pequeñoburgués lo ansia! Pero ya sabés, si lo deseas sácaselo a tus padres. ¿Acaso
no eres el hijo? ¿Es así, verdad?"
F: "Viejo, es que vos sos para mi como un padre espiritual y yo no se lo podría
pedir a nadie más. Sos como un padre potencial..."
G: "¡Mira Flor, esto es el colmo del descaro... (se ríe). Es curioso que yo que soy
–diriamos– impotente, me transforme en un padre potencial, además yo no he
tenido, y esto sea dicho con el mayor respeto, el placer con tu mamá". (DE
PRONTO INTERRUMPE LA CONVERSACIÓN Y CON TONO SEVERO DICE): "Viejo, ¿te
das cuenta de las estupideces que hablamos?. . . Por supuesto que existe un
culpable... "
F: "Witold son las 17 horas ¿No seria conveniente partir al «Querandi» ?"
G: "Ah, esa mezquindad tampoco se te escapó. No piensas sino en llenar el
buche. ¡Corre vos y espérame mientras hago unos llamados por teléfono !... "
Salgo de inmediato Llego al "Querandi". Esquina Perú y Moreno. A la media hora
llega Gombrowicz caminando pausadamente, contoneándose como una matrona
militar. Las manos en los bolsillos. El sombrero puesto. Compra el diario La Razón.
Sin decirme nada me alcanza la sección de deportes.

II)

Periodo: Verano de 1960. Lugar: Tandil. Bar "Ideal", Gral. Rodríguez y Pinto.

Todas las tardes a las 17 horas Gombrowicz bajaba de su casa de veraneo,


situada en el cerro del Parque Independencia, a tomar el té y a leer la
correspondencia y los periódicos en el café Ideal. Traía consigo una libreta de
anotaciones, un abrigo en el brazo "porque, con los vientos de Tandil nunca se
sabe". El bar está en una esquina, frente a la plaza Independencia, en el centro de
la ciudad. Palmera, tilos, canteros con flores, una estatua de luchadores griegos
"bastante dudosa" y una fuente barroca. Se quita la gorra y marcialmente entra en
el bar.
Las persianas están bajas. Hace calor. Yo lo estoy esperando, tomando una coca-
cola. Al amplio salón concurren viejos parroquianos que me saludan con recelo al
verme junto a Witold. Ambos esperamos a Dipi que viene del club donde frecuenta
en la piscina a las niñas de 14 años.
Afuera los turistas dan vuelta a la plaza como caballos atados a una noria. Clima
aplastante. Seguimos esperando.
Ferreyra, otro integrante del grupo, llega puntualmente a las 18 horas. Se acerca
a la mesa con sus modales orientales. Se sienta, se levanta, sale. Entra, se sienta,
se levanta, sale. Esto irrita a Gombrowicz. Cuando Ferreyra entra nuevamente
Witold lo mira y con socarrona crueldad le dice: "Profesor, si usted viene tan sólo
para irse no venga". El mozo trae tazas y vasos.
Gombrowicz me contaba de los enfermos mentales de su familia, en especial de
un "tío loco incurable que por las noches recorría los aposentos vacíos tratando de
ahogar su miedo con discusiones extravagantes que poco a poco se transformaban
en cantos extraños para terminar en aullidos inhumanos".
En medio de la conversación, que se hacia densa y difícil, se escucha un ruido
que viene de la calle. Murmullos. Personas que se mueven. Yo no alcanzo a ver por
mi ubicación en la mesa. Una columna me lo impide. Veo si que la cara de Witold se
contrae. El rictus se tensa, los ojos brillan nerviosos. La mano ha quedado detenida
como en una foto instantánea, con la pipa atrapada en ella. Vibra todo. Su libreta
de notas a un lado. Un hombre de unos cincuenta años, desaliñado, danza, hace
gestos, profiere gritos y dice frases incomprensibles. Estamos frente a un ballet de
la desorganización de lo humano. La gente lo rodea, le hace corrillos, pero al mismo
tiempo lo esquiva como a un leproso. Gombrowicz en silencio sigue con la mirada
todos los detalles. Entrecierra los ojos, apoya sus codos sobre la mesa. Deja su
pipa. Observa. Después de una larga pausa dice a media voz: "¡Dios mío, qué
soledad es la de un loco!" Su mirada perdida en algún punto del espacio acompaña
la frase.

(Dos textos de Mariano Betelú)

3. UN TEXTO "MARGOTÍNICO"

"Qué extraña relación la nuestra, Ernesto, tan alta en el plano del espíritu y tan
insoportable en el plano personal" (Gombrowicz, fragmento de carta a Ernesto
Sábato)
Hacia 1939 yo todavía estaba en La Plata donde trabajaba en el Instituto de Física.
Adolfo de Obieta –hijo del escritor Macedonio Fernández– editaba para esa época
una revista, Papeles de Buenos Aires, con todo tipo de material de literatura
contemporánea, surrealismo, etc. Un día hojeándola me encuentro con un relato de
un polaco desconocido llamado Gombrowicz. Con los años supe que era un capítulo
de la novela Ferdydurke; se llamaba Filifor forrado de niño. A mí me impresionó
mucho ese texto, sobre todo porque con un amigo, Miguel Itsigzohn, habíamos
inventado algo que llamamos "margotinismo" –una especie de humorismo avant la
leetre–, así que cuando leí el texto me alegré mucho y le dije a Miguel: "Este es el
margotinismo por excelencia".
Por Obieta nos encontramos por primera vez con Witold, fue en algún bar quizás.
En esa época estaban en el grupo el cubano Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez,
ellos formaban parte de una especie de delirante equipo de traducción del
Ferdydurke que funcionaba de una manera disparatada, como todo lo de
Gombrowicz.
Desde que lo conocí nos seguimos viendo a lo largo de esos veintitantos años que
siguieron, pero nunca fui lo que se dice un amigo de él hasta que viajó a Europa
para quedarse allí definitivamente y morir después de unos pocos años. Fue recién
por carta, y en esos últimos años, cuando trabamos una amistad intensa.
A veces me cuesta pensar en esa extraña relación que tuvimos. Una vez me
mandó una carta que decía: "Qué extraña relación la nuestra, Ernesto, tan alta en
el plano del espíritu y tan insoportable en el plano personal" (por supuesto que
estas frases engoladas habría que escucharlas dichas por él con ese acento polaco
tan cómico e impostado). Era muy difícil para mí mantenerme en una relación
discreta con Gombrowicz, terminábamos discutiendo siempre a gritos, los dos
éramos nerviosos y testarudos en nuestras opiniones.
Lo cierto es que cuando él se fue a Europa, en la correspondencia es donde
empezó nuestra gran amistad. Siempre nos habíamos tratado de usted, él tuteaba
sólo a los jóvenes y permitía que lo tutearan, pero con los adultos tenía una especie
de ceremoniosidad muy polaca, algo exagerada –por supuesto, exagerada adrede–.
Y en una de esas cartas que me escribió desde Berlín –época de enfermedad para
Gombrowicz, hecho que se trasuntaba en los temas de las cartas: muerte, soledad–
me decía: "Creo que ha llegado el momento de tutearnos" (nuevamente aquí habría
que recurrir a la imitación de su voz, recordando quizás alguna de las escenas de
su teatro). Esa frase me conmovió mucho, ya que leí detrás de la ironía un signo de
soledad y de desamparo, una especie de nostalgia por Buenos Aires.
Y, efectivamente, la última vez que nos vimos –fue poco tiempo antes de su
muerte, yo estuve en Europa y pasé 24 horas en su casa en Vence, al sur de
Francia– pude comprobar este signo. Empezamos el encuentro como correspondía:
discutiendo a gritos. Cualquier tema era pretexto para discutir, sobre todo el de la
política. Witold exageraba su supuesto "reaccionarismo" con el afán de
escandalizar. Llegaba a decir, por ejemplo, que "el gran modelo de sociedad es el
de los Estados Unidos". Yo sabía que decía disparates para escandalizar, pero si le
sugería que sabía eso, se ponía aún más enojado e inflexible y argumentaba:
"Estoy hablando profundamente en serio". De pronto, en un momento en que nos
quedamos solos –su mujer y la mía salieron de paseo– empezamos a hablar en
tono más íntimo y reposado. Hablábamos de lo que escribíamos, él me reprochaba
que yo escribía poco, yo le contestaba que no era partidario de publicar borradores,
y de pronto Witold se pone muy serio y me dice: "Ernesto, lo más importante que
yo podría escribir y que ya no haré, es la transcripción de la experiencia poética
que fueron mis primeros años de vida en Buenos Aires".
¿Qué fue esa experiencia que tuvo? No lo sé, la intuyo quizás, pero lamento que
no haya escrito esa gran metáfora que probablemente podía haber hecho...
Pues así fue, una relación muy irregular y al final muy patética. Precisamente
cuando murió, Rita su mujer –era una joven canadiense con la cual se había casado
hacía unos pocos años– nos escribió una carta diciendo que Witold en sus últimos
momentos había recordado mucho a Buenos Aires.
En Europa lo encontré cambiado, sobre todo físicamente. Las drogas que tomaba
por su enfermedad lo habían hinchado terriblemente. Él antes era un hombre flaco,
nervioso, que fumaba el cigarrillo como chupando, y de golpe lo encuentro
deformado. Por otro lado, me dio la misma imagen que siempre: la de un hombre
cariñoso –aunque ocultara esa ternura con una ironía teatral– y sobre todo muy
ávido de afecto. La gente tiene una imagen distorsionada de Gombrowicz, creen
que era hosco y solitario, yo, por el contrario, pienso que era sociable y que le
encantaba dialogar. Incluso no creo que Witold no haya entrado en los cenáculos
literarios argentinos porque no se lo haya propuesto, sino más bien porque no
"engranó". A personas como Victoria Ocampo o Bioy Casares, la personalidad de él
les chocaba y así es como fue quedándose solo; aunque de hecho fue íntimo amigo
de Mastronardi, también del grupo Sur.
Tenía mucho respeto por la literatura argentina, y las críticas que podía hacerle
eran las mismas que les hacemos nosotros desde adentro, el amor también era el
mismo. Era una relación "importante", es decir, a él le importaba la literatura
argentina. Estaba muy integrado al país, incluso cuando salió Ferdydurke reeditada,
me pidió que la prologara. En ese prólogo yo hablo sobre el aparente misterio de
esa integración de un polaco a un país como la Argentina. Trazo un parecido entre
esos dos países tan distantes; los polacos se estuvieron preguntando siempre en
qué consistía su patria, anduvieron acuciados por intensos problemas nacionales,
nosotros también. Además, esa mezcla de cultura europea exquisita y
subdesarrollo, esa característica de país preburgués o aburgués, nos iguala.
También el temperamento de los polacos es parecido al nuestro: nerviosidad,
vehemencia, gusto por llevar la contra, y ese humor que –en el caso de
Gombrowicz– fue siempre muy comprendido. Además, la vida de los cafés en
Buenos Aires es parecida a la de Polonia, esa tertulia constante, ese "filosofar"
interminable.
¿La relación de Gombrowicz con la filosofía? Justamente, a él le interesaba
muchísimo, y era un autodidacta. Dio aquí algunos cursos de filosofía para ganarse
la vida y quizás también –como decía él– "como un método para aprender algo".
Me acuerdo que dialogábamos mucho sobre cómo debía desarrollarse una clase
ante personas, bueno, en fin, lo que aquí llamamos "señoras gordas". De esas
señoras nos reíamos mucho con Witold aunque es cierto –no seamos injustos– que
lo ayudaron mucho, lo llevaban a sus estancias y él iba a hacer el show del falso
conde polaco. Gombrowicz no era conde sino simplemente hijo de una familia
aristocrática polaca, pero le encantaba inventar estas farsas sobre sus títulos. En
general, tenía una especie de fascinación por los títulos nobiliarios. Un día recuerdo
que me dijo: "Mirá, a lo mejor me presentan una mujer y no me significa nada,
pero si me la presentan diciendo: «la principesa tal» me corre algo frío por la piel,
qué vamos a hacer, así soy".
Aquí vivía una princesa polaca –Ada Lugomirsky– que era gran amiga de
Gombrowicz y vivía muy pobremente. Un día me cuenta indignada que Witold en
las cartas que le escribía encabezaba el nombre con un "princesa", hecho que a ella
le incomodaba mucho por la sorpresa que provocaba en la portería de su modesta
vivienda. Witold, sin embargo, no quiso ceder en esta costumbre. Solía decir "yo
soy muy snob". Así era este hombre, tan querido y desconcertante a la vez. En mi
último viaje a Polonia pude comprobar la admiración que le tienen allí. Él le había
escrito a un novelista polaco diciéndole que yo iría, por supuesto ese escritor no
había leído mi obra – recién me estaban traduciendo al polaco–, pero vino
ansiosísimo a visitarme porque quería saber de Witold. Trajo al famoso Mrozek,
joven escritor polaco que no conocía a Gombrowicz personalmente y que pasó toda
la visita devorándome con los ojos, como si a través mío pudiera adivinar alguno de
los gestos, algunas de las frases que hubiera dicho el genial Witold.

(Conversación con Ernesto Sábato)

4. UNA ESPECIE DE HISTRIÓN

"En esta cena estaba también presente Borges, quizás el escritor argentino de
más talento, dotado de una inteligencia que el sufrimiento personal agudizaba; yo,
con razón o sin ella, consideraba que la inteligencia era el pasaporte que aseguraba
a mis «simplezas» el derecho a vivir en un mundo civilizado (...) ¿Cuáles eran las
posibilidades de comprensión entre esa Argentina intelectual, estetizante y
filosofante y yo?" (Gombrowicz, Diario Argentino, pág. 37).

A ese hombre Gombrowicz lo vi una vez. Me pareció una especie de histrión. Él


vivía muy modestamente y tenía que compartir la pieza –una azotea– con otras
tres personas, y entre ellos tenían que repartirse la limpieza del cubículo. Él les hizo
creer que era conde y utilizó el siguiente argumento: "Los condes somos muy
sucios". Con esa argucia consiguió que los demás limpiaran por él. En realidad, no
era conde y resulta extraño que a alguna gente le gusta asumir títulos nobiliarios.
Conde, que viene del latín comes significa algo así como "caudillo de gitanos" y
duque, del latín dux, no es más que "el que conduce los ejércitos". Es como si
dentro de algunos siglos la gente empiece a usar como títulos nobiliarios las
palabras sargento, o cabo, o subteniente. A ese hombre lo conocí por mi amigo el
poeta Mastronardi de quien él era también amigo. Mastronardi hablaba tanto de
Gombrowicz que finalmente le prohibimos nombrarlo. Cada vez que Mastronardi
usaba las palabras "un extranjero, un esclavo, un aristócrata, un observador", ya
sabíamos a quién se refería.
Cuando fui a París los periodistas me preguntaban si conocía a Gombrowicz, yo
les respondía "debo reconocer mi ignorancia, no lo he leído" Empecé a leer
Ferdydurke, pero al cabo de diez minutos de lectura me sentí con ganas de leer
otros libros Quizás lo mejor de la literatura moderna sea eso, que –por virtud o por
carencia– nos lleva a querer leer a los clásicos: le debo a algunos libros modernos
el haber releído tantas veces a Virgilio...
¿Qué raro el caso de Polonia, no? Ha dado escritores famosos a otros países,
como Conrad a la literatura inglesa; Conrad en realidad era polaco. Debe ser que
los polacos desconfían del destino de su lengua. Ahora, esto es peligroso, ¿no?, si
recordamos, por ejemplo, el caso de Bacon que por desconfiar del destino del inglés
él solía decir: "nuestras lenguas son perecederas" –escribió toda su obra en
latín. . .
Recuerdo otra anécdota de Gombrowicz: él solía comer con mi amigo en un
restaurante –un almacén, mejor dicho– y tenía la costumbre de abrirse el cuello de
la camisa, hecho que fastidiaba a Mastronardi. De golpe, mi amigo se lleva el
cuchillo a la boca y Gombrowicz le dice: "Si usted come cuchillo yo abro camisa".
Ahora bien, a esta anécdota habría que darle vuelta, tendría que ser mi amigo el
del cuello abierto y Gombrowicz el del cuchillo, entonces podría decirle: "Si usted
abre camisa yo como cuchillo". Con esto, "como cuchillo", que es el elemento
gracioso –"abro camisa" es vulgar, cotidiano– quedaría al final. Y siempre hay que
ponerle al lector lo gracioso al final, eso que llaman golpe de efecto.

(Conversación con Jorge Luis Borges)

5. COMO SI FUERAN UNA FOTOGRAFÍA

"Certificado: Juan Carlos Gómez, alias "Goma", es el argentino más iniciado en mi


mundo y conoce mucho mis secretos Firmado: Witold Gombrowicz" (Gombrowicz,
fragmento de carta enviada a un grupo de argentinos que buscaban datos sobre su
vida, fechada el 5 de agosto de 1963 en Berlín).
Lo conocí en un Club de Ajedrez, el "Rex". Un lugar de bohemios y artistas
donde, además se jugaba al billar. Tenia un temperamento difícil, era por un lado
sistemáticamente inmaduro y por otro sistemáticamente agresivo. Esa combinación
de estilos funcionaba con los jóvenes pero para los adultos, que van adquiriendo
coraza y orgullo con los años, y que además se suelen intranquilizar con las burlas,
esto producía alejamientos prolongados que en algunos casos eran definitivos.
Como Gombrowicz era de fácil acceso, muchas de estas personas se le acercaban
quedando prendadas a alguna anécdota infantil con la que él los recibía, pero
después desaparecían, huían despavoridos.
Se metió tan adentro en la vida de alguna gente argentina que tenía muchos
imitadores "existenciales": le imitaban los ademanes, los chistes. Sobre todo
Mariano Betelú que fue quizás el que estuvo más cerca de Gombrowicz en
Argentina. Algunos decían que esta relación tenía que ver con la concepción
estilística de Gombrowicz. Él dividía el mundo en forma e inmadurez y Betelú, por
una especie de rostro franco, español, por un tartamudeo muy especial, se le
acercó a Gombrowicz como un representante de la "inmadurez", inclusive podría
decirse que lo inmadurizó.
Conocí a Witold cuando salí de la marina en el 56, él era una persona que
llamaba la atención solamente de verla. Era increíble la importancia que les daba a
los encuentros iniciales, me acuerdo que cuando me lo presentaron me dijeron "un
escritor polaco", a lo cual él replicó ofendido que de ninguna manera era escritor,
que él era un poeta, y que para demostrármelo me iba a recitar un poema Todavía
recuerdo borrosamente alguna de las partes de ese poema que inventó, decía algo
así: "Chip, chip me decía la chiva / mientras yo imitaba al viejo rico / oh reina de
Inglaterra viva / ... y mi amado Federico". Yo en esa época tenía a penas 22 años y
como el surrealismo y todo lo experimental estaban de moda, consideré que había
que "opinar" algo sobre ese poema, que era serio. Más tarde, cuando trabé amistad
con Gombrowicz pude comprobar que ni él ni ese poema eran lo que se dice
"serios" y que entender un poco a Gombrowicz suponía aceptar que él no
representaba algún papel fijo, sino que estaba constantemente cambiando de
máscaras. Por ejemplo, él tenía la costumbre de inferiorizarnos diciendo que venia
de una cena con el conde tal o el príncipe cual –lo que por otra parte era cierto, ya
que Gombrowicz tenía muchos contactos en la nobleza polaca–. Como nuestro
mundo era marginal nos trataba de imponer ese otro brillo, de un modo
humorístico Cuando fui mucho más amigo de él tuve contacto con esa gente de la
nobleza y supe que a ellos los inferiorizaba diciéndoles que no tenían inteligencia,
que eran ignorantes. En cada mundo representaba otro papel. En las entrevistas
con Le Roux, Gombrowicz dice que él era consciente de representar varios estilos
con la intención de no dejarse atrapar por ninguno y que al único estilo al que
permanecía fiel aún, era al literario; pero reconocía que de tener tiempo también se
desprendería de ese.
Gombrowicz no tenía una medida normal para establecer el nivel de los
conflictos. Por ejemplo, se solía pelear con los camareros y teníamos que mudarnos
de bar, tenía formas de expresarse demasiado trágicas que nada tenían que ver
con el objeto del cual se hablaba y eso resultaba asfixiante para algunos.
Cualquiera fuese el asunto, Gombrowicz lo trataba con patetismo, y esto a su vez lo
empujaba a agredir.
Hay que tener en cuenta que siendo literato no encontró la forma de introducirse
en el medio literario argentino. Él solía decir que la literatura argentina estaba
impregnada de Borges y de Victoria Ocampo y que él venia de un mundo donde
había sangre, violencia, guerras, mientras que acá los artistas hacían referencia a
una realidad tranquila de lagos y pampas. En una oportunidad me dijo: "No siendo
el de campeón Shorton, no podría aspirar a ningún premio en este país".
Jugábamos poco al ajedrez; Gombrowicz utilizaba el ajedrez para que se
quedaran conversando con él; eso era lo que le gustaba. Creo que la relación
conmigo fue rica porque durante 8 años seguidos nos vimos indefectiblemente dos
veces por semana. Una característica muy importante de él es que estaba
dispuesto, estaba "a disposición", tenía como una valoración diferente del tiempo si
se lo compara con otros escritores Tenia una disposición especial para la amistad y
creo que él se fue de Argentina porque realmente se le agotó el medio existencial,
porque empezaba a sentirse realmente solo. Creo que aquí no pasó desapercibido,
pero si que le faltó un cuerpo de afectos que le permitiera permanecer hasta
morirse.
Una de las piedras de escándalo respecto de Gombrowicz era la política; la gente
esperaba de él declaraciones marxistas, hecho que lo excitaba y le provocaba
deseos de escandalizar; entonces se presentaba como un "reaccionario
recalcitrante". Cuando viajó a Santiago del Estero a curarse de sus afecciones
pulmonares dio conferencias sobre existencialismo y da la casualidad que allí
conoció a Roberto Santucho en un accidente curioso. Por las conexiones obvias
entre marxismo y existencialismo se generó una discusión entre Witold y Santucho
–éste era apenas un adolescente por esa época– que culminó con la furia de
Santucho. Incluso quiso pegarle a Gombrowicz. Después se hicieron amigos, y
curiosamente –parece una profecía, él llegó a decirme que "ese chico Santucho es
de los que un día andarán con uniforme militar".
Siempre sus relaciones con los jóvenes eran intensas, en cambio con los adultos
solían ser dificultosas. Muchas veces ridiculizaba la situación del otro para romper
los esquemas rígidos. Incluso cuando la forma payasesca que él utilizaba era
imitada torpemente, se ofendía. También odiaba todo tipo de formalismos. Una vez
me contó que estando en Piriápolis lo invitaron a casa del escritor González Lanuza
y allí se encontró con que Lanuza estaba dedicado a una "lectura" de su último libro
mientras una serie de admiradores escuchaban atentos. Este ritual de por si ya
sacó de quicio a Gombrowicz quien empezó a interrumpir la lectura con todo tipo de
preguntas alocadas acerca del texto, a las cuales Lanuza respondía con cortesía.
Sin embargo, los admiradores empezaron sentirse incómodos recriminando
severamente a Witold esa actitud. A esta agresión él respondió algo así como:
"Mire, ya aguanté demasiado esta farsa, debo decirles que todos ustedes son unos
ignorantes". Gombrowicz me narró que creó un ambiente tan tenso, que él mismo,
al salir solo e irse a comer a un restaurante, no pudo tomar los cubiertos de tanto
que le temblaban las manos...
Con los jóvenes, en cambio, tuvo una relación creadora y profunda, él tenía la
capacidad de integrar la inteligencia a la vida, a la inmadurez Pero esta integración
no era espontánea, nada era espontáneo en él, todo era fruto de un trabajo. Por
eso él vivía con esfuerzo, por eso era patético Sabia que producía una sensación de
rareza en los demás, y a esto solía decir: "Lo que pasa es que soy un genio y sólo
pueden comprenderme otros genios como yo". A nosotros esta afirmación no nos
molestaba, pero los adultos se sentían ofendidos, ya que continuamente los trataba
de ignorantes. Pasar con Witold por ignorante era no tener posibilidad de juego, ya
que él mismo no leía mucho ni era estrictamente "culto" Tenia muy pocos libros y
eran, en general, libros marginales. Recuerdo que en los últimos años se compró un
tocadiscos y entonces decidió "prepararse para la música". Compró una
enciclopedia musical y quiso empezar a hablar de música en forma técnica. Se
buscaba contrincantes que dominaran la forma musical, sobre todo mujeres, y las
peleas solían ser violentas, incluso recuerdo que en una fiesta llegó a abofetear a
una por estas discusiones disparatadas. Sé que esa polémica siguió incluso después
por carta desde Europa.
Gombrowicz siempre participaba de una situación doble: ridícula por un lado,
importante por otro. Recuerdo cuando entró a trabajar en el banco polaco. El
presidente de ese banco escuchó una conferencia de Witold y le ofreció trabajo;
Gombrowicz entró pero no sabia ni endosar un cheque, era el más inútil de todos.
Sin embargo, cuando el presidente tenía que decidir algo importante lo llamaba a
él. ¿Qué opina Witold de su trabajo en ese banco? Se le hacia insostenible, entró
porque no tenía dinero para comer, pero terminó escribiendo debajo de las carpetas
de trabajo y finalmente tuvo que dejarlo. Él vivía muy modestamente, casi sin
necesidades. Era muy metódico y hacia todo siempre a las mismas horas Una vez
me dijo que no entendía cómo Gidé podía hacer tantas cosas en un día –tocar el
piano, ver a los editores, escribir–: "Yo apenas tengo tiempo para escribir un par de
renglones y comerme un sandwichito", decía. Nunca hablaba de lo que estaba
escribiendo y si hacia referencias era de un modo parabólico y uno no podía
enterarse de nada
A mi me llamaba "Goma"; a cada uno solía ponerle un seudónimo literario y me
solía decir "el fiel Goma", porque yo siempre estaba en el bar cuando él venia.
Gombrowicz tenía una forma que atraía mucho a las mujeres, yo me daba cuenta
por las referencias que algunas hacían de él, por cómo se introducía en la vida de
ellas. De todos modos, poco se podía saber acerca de su vida íntima, ya que no
hablaba nunca de eso. Era un hombre que difícilmente hablaba de sentimientos;
supe, sin embargo, por cartas que me escribía desde Europa, que su deseo era
volver a vivir a la Argentina. Decía que la vida intelectual de Europa le resultaba
aburrida y chata.
Cuando se fue de Argentina fuimos varios a despedirlo al barco, Betelú, Di Paola,
los Lugomirsky, yo, y algunos otros. No quería demostrar que estaba apenado o
que sentía algún afecto hacia nosotros. Tuvo un solo gesto que me quedó grabado:
nos puso a todos juntos en pose y se alejó un poco para vernos mientras decía:
"Los voy a mirar como si fueran una fotografía".

(Conversación con Juan Carlos Gómez)

Por Tamara Kamenszain en "Texto Crítico" II (4): 89-105 , Mayo-Agosto 1976. México

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