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Charla introductoria: El desierto y el silencio

-Marcos 3,13-14: llama a los que quiere para estar con Él y luego enviarnos a la misión.
-Marcos 6,30-32: vengan – solos - lugar desierto - descansar un poco.
-Lucas 2: después de la visita en Belén de los pastores y después de que Jesús es encontrado en el Templo de Jerusalén,
Lucas nos dice: María guardaba y meditaba la Palabra en su corazón.
Ap 2,2-4: “Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia ...
Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer.
Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo.”
-Esta palabra nos alerta sobre un tema: haber dejado enfriar el amor del encuentro original con Jesús. Amor
que un día me enamoró, me tiró por tierra y me hizo seguirlo de cerca y jugarme todo por Él. Ese encuentro
que me hizo poner a Cristo como el centro de mi vida.
-Pero sucedió que poco a poco fui recuperando el terreno de mi vida entregada a Dios.
-Entré al Seminario, me comprometí con Dios en este camino, pero empecé a vivir las actividades de
cada día del seminario como un trabajo más, algo rutinario que no brota del amor, sino del activismo, o
de una búsqueda de mí mismo y de mis propios espacios (sentirme bien, pleno, estar satisfecho, ocupar mi
tiempo libre, etc.). Y por ello, Cristo se ha corrido del centro de mi vida y nuevamente volví a ser yo el centro
del universo, el ombligo del mundo
-Pero Dios vuelve a tomar la iniciativa:
Os 2,16: “Por eso, yo te seduciré, te llevaré al desierto y te hablaré al corazón.”
-Hoy Jesús nos trajo hasta aquí, hasta este retiro, Él nos llamó y nos invitó, tomó la iniciativa. Hoy Jesús
nos invita al desierto.
-El desierto es un tema muy propio del pueblo de Israel. Jesús pasa 40 días en el desierto y allí es tentado. El
pueblo de Israel pasa 40 años peregrinando por el desierto hacia la tierra prometida. Jesús se escapa muchas
veces, a lo largo de su vida pública, a lugares desiertos para orar y estar a solas con su Padre. El retiro es
para nosotros una invitación para seguir a Jesús en el desierto y estar allí con Él.
-El desierto es el lugar del encuentro. No estamos acostumbrados a encontrarnos y a dejarnos encontrar.
En general, nuestros encuentros son superficiales no llegan hasta el fondo del corazón. Estamos en el
momento máximo de las comunicaciones, pero estamos y nos sentimos incomunicados. Ya que no
compartimos lo hondo del corazón, nuestras charlas son más bien de café, del país, de chismes, de quejas, de
cosas a veces vacías, etc. Pero pocas veces, o tal vez nunca, hablamos de lo que nos pasa, de cómo nos
sentimos, de lo que me angustia en lo más profundo del corazón, de lo que me alegra hasta emocionarme.
Santa Teresa definía a la oración como tratar de amistad, encontrarnos con quien sabemos que nos ama.
-Nosotros buscamos a Jesús, encontrarnos con Él, no las ideas de Jesús, no nos interesan las ideas, sino Jesús,
encontrar a Jesús. La primera cosa que Jesús nos va a decir, cuando nos encontremos con él, será: sos muy
bello, ¿sabías que sos un hijo amado del Padre? Muchos de nosotros no sabemos que somos muy bellos, que
estamos creados por la mano de Dios, que Él nos soñó a cada uno de nosotros. A veces las dificultades, los
problemas, la rutina, las ocupaciones hacen que no podamos conocer la profundidad de nuestra persona. Y la
primera cosa que Jesús dice es: sos muy bello, yo te amo, vos sos precioso para mí.
-El desierto es el lugar de la prueba, de la tentación. Pero también es el lugar del encuentro. Dios nos invita
a salir de nuestro mundo, de ese problema que me tiene intranquilo, de esa angustia que a veces no me deja
dormir, de esa decisión que tengo que tomar. Hoy Dios me invita a salir al desierto. Hoy Dios quiere hacer
con nosotros como hizo con Abraham. Este buen hombre al que Dios le había prometido descendencia, le
seguían pasando los años sin tener un hijo, esto lo tenía preocupado y triste, porque Dios no cumplía su
promesa.
Gn 15,5: “Luego, Dios llevó afuera a Abraham y continuó diciéndole:
Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas.”
-Hoy Dios nos quiere sacar de nuestra carpa como lo hizo con Abraham. Hoy Dios nos dice: salí de la
estrechez de tu carpa. Es decir, salí de la trampa, del techo pequeño, de tu estrechez de miras, de
razonamientos humanos y sentimientos, de tu pequeño ámbito que te hace perder la noción de la realidad. Y
mirá el cielo, es decir, ampliá tu horizonte, ¡confiá!
-El desierto es el lugar de la verdad, el lugar donde se quitan las máscaras, el lugar donde quedamos
desnudos frente a Dios con toda nuestra verdad. Frente a Dios caen todos los títulos que tengamos, cae la
imagen que los demás tienen sobre mí. Frente a Dios no hay necesidad de actuar, ni de demostrar nada.
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Dejemos que Dios nos hable y nos diga: Vos sos vos, y te amo como sos. No tenés necesidad de ser otro. Lo
importante es que vos descubras tu ser, lo más íntimo y lo más profundo de vos. Lo importante es que vivas a
partir de tu centro, a partir de tu santuario interior, a partir de tu identidad de ser mi hijo muy amado. Por
eso es necesario no esquivarle a Dios en este retiro. Dios tiene una palabra única para decirme en estos días,
¿me animo a que me la diga?, ¿estoy dispuesto a escucharla? Por ello, necesitamos hacer silencio.
-Lo primero de todo es hacer silencio exterior. Esto nos cuesta, porque no estamos acostumbrados a hacerlo.
Es un esfuerzo y una responsabilidad de todos. Mi silencio ayuda al silencio de mi hermano que también está
haciendo el retiro.
-Luego está el silencio interior, es decir, el dejar que poco a poco se aquieten las cosas que me preocupan o
las cosas que tengo que hacer, para dejar espacio para que hable Dios. A menudo nos cuestan los silencios.
Nos gusta mucho hablar porque llena el vacío. Pero, la dificultad con Jesús es que habla muy bajito y no
habla mucho. Cuando uno está lleno de cosas en el interior, no lo escuchamos.
-El silencio es estar a la escucha. Estar como el cazador que espera su presa, en silencio, agazapado, en
vigilante espera. El silencio expresa intimidad. Como los enamorados, que muchas veces no usan palabras,
sólo basta una mirada. Callamos porque hay una palabra que nos es dicha. Callo porque hay un misterio que
me supera, que me sorprende, que me asombra. Las verdaderas palabras brotan del silencio. Así como una
poesía necesita de mucho silencio anterior para poder ser plasmada, así como una obra de arte necesita del
silencio de la contemplación. Cuanto más hondo sea nuestro silencio, más profundas serán después
nuestras palabras. María hizo silencio, con una disponibilidad sin límites, y la Palabra se hizo carne. Esta
Palabra es el mismo Jesús. Porque alguien calló (María), ahora sí tenemos a Alguien y algo para escuchar
(Jesús). El silencio de María irrumpió luego en un canto de acción de gracias (el Magnificat).
-Tal vez si no queremos hacer silencio o nos cuesta, preguntémonos ¿por qué no puedo hacer silencio? Y no
tengamos miedo a la respuesta. Muchas veces es: tengo miedo de estar en silencio y pasar un largo rato con
Jesús, porque corro el riesgo de que Jesús me pida algo que no quiero dar, o porque va a salir algo que yo
estaba muy cómodo haciéndolo y no me lo cuestionaba, pero resulta que Jesús me pide otra cosa. Pero, Jesús
quiere que seamos felices, que estemos libres interiormente, no esclavos del miedo, de ese miedo acerca de lo
que los demás piensen de nosotros. Jesús quiere que seamos hombres erguidos, felices.
-Dios nos invita entonces a custodiar el silencio como si fuera un tesoro. Hacemos silencio para otros. Es
decir, mi familia, mis amigos, la futura comunidad que Dios me confíe como cura, mis compañeros de
Seminario, todas las personas y cosas que ocupan mi vida cotidiana. Mi silencio aquí va a hacer posible mis
palabras allá. Mis palabras nuevas, llenas de vida, llenas de amor, pero que acá y sólo acá, en el silencio del
desierto, se pudieron gestar. Cuando uno se para frente a una obra de arte o lee una poesía o escucha una
sinfonía, de alguna manera, disfruta el producto final. Pero no nos damos una idea del camino que tuvo que
realizar el artista para llegar a producir semejante obra. Camino de oscuridad, de sombra, de silencio, de
espera paciente y confiada. Así también nosotros, queremos hacer este camino de silencio para poder
brindar a los demás el fruto de este silencio. Pocos, luego, imaginarán o se darán cuenta de lo que costó
madurar ese fruto.
-Todo esto es válido no sólo para esta tarde de retiro, sino también para nuestra vida cotidiana: la oración de
cada día que me hace posible el ser fiel a mis actividades, a impregnarlas todas con el amor y la fragancia de
Cristo.
-Sin oración, sin desierto y silencio es imposible que nuestra vocación crezca o sea fructífera. La oración es
la única que hace posible que nuestra acción el día de mañana como curas no sea una mera acción social, sino
un servicio a Cristo que está en cada hermano.
-Para terminar, quedémonos con palabras de la Beata Madre Teresa: “El fruto del silencio es la oración. El
fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio.”

1. En mi vida cotidiana, ¿me cuesta hacer silencio exterior e interior? ¿Por qué?
2. ¿Por qué me da miedo el silencio? ¿Qué me impide dejarme seducir por Dios para que nos lleve al
desierto y nos hable al corazón?
3. ¿Cuánto tiempo le dedico a mi oración cotidiana? ¿Cómo la realizo? ¿Cómo la preparo y cómo me
dispongo para ella? ¿Cómo salgo de la oración: con qué actitudes, sentimientos, deseos? ¿Qué me propongo
para crecer en una mayor vida de oración?
4. Si te queda tiempo podés leer Lucas 1,26-38.

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