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¿Para qué sirven los nudos?

Fue Jones el primero en observar que había una estrecha relación entre la
mecánica estadística, rama de la física que estudia la naturaleza de los
gases y líquidos como grandes conjuntos de átomos, y los polinomios
asociados a los nudos. Más tarde, Louis H. Kaufmann encontró una
interpretación del polinomio de Jones en términos de una función de
estado, algo que se ciñe a la mecánica estadística, inaugurando así una
nueva vertiente en la teoría de nudos que recibe el nombre de Teoría
Combinatoria de Nudos. Esta aplicación de la Física a las Matemáticas ha
sido relevante en el sentido de que invierte el proceso histórico en el que
siempre son las Matemáticas las que proveen a la Física de su armazón
lógico.

Actualmente la teoría de nudos encuentra aplicaciones en áreas tan


diversas como el análisis de circuitos eléctricos o la criptografía. Ha
mostrado ser también de gran utilidad en la modelización de la física de
polímeros y de cristales líquidos y, en general, en todas aquellas
situaciones en las que aparezcan anudaciones entre redes o mallas. Y en
otro orden de cosas, aunque circunscrito también al campo de la física,
existen actualmente grandes expectativas de que la Teoría de Nudos
provea a la Teoría Física de Cuerdas del complemento necesario para dar
una descripción unificada de las cuatro fuerzas fundamentales de la
naturaleza: gravedad, electromagnetismo y las interacciones fuertes y
débiles entre partículas. El dato curioso es que a finales del siglo XIX,
William Thomson, más conocido como Lord Kelvin, construyó una teoría
según la cual la materia estaba formada por vórtices que se enlazaban y
anudaban en un medio fluido llamado éter. Un siglo después la teoría se
rescata en el escenario de la mecánica cuántica, en la que nudos y
cuerdas son también el origen de la materia.

Pero quizás la más importante aplicación de la Teoría de Nudos a otras


ciencias es la que tiene lugar en el dominio de la biología molecular. Algo
que en el fondo no debería sorprendernos, ya que si pensamos en la
posibilidad de ubicar algo que mide un metro de largo en un espacio de
unas cinco millonésimas de metro vamos a tener que enrollar, apretar y
entrecruzar este objeto para que pueda caber en un espacio tan pequeño.
Esto es lo que sucede con una molécula de ADN humano. No es de
extrañar pues que aparezcan nudos en las estructuras de doble hélice del
material genético y que la topología de nudos se haya convertido en una
herramienta imprescindible en esta área de investigación.
Vale la pena también mencionar, aunque sea a título de curiosidad, una
aplicación de la Teoría de Nudos que, a pesar de su abrumadora cantidad
de detractores, tiene todavía adeptos incondicionales. A mediados de los
años 70, Jacques-Marie Émile Lacan (1901-1981), psiquiatra y
psicoanalista francés, quedo subyugado después de una conversación
con un joven matemático francés (Valérie Marchand) por los llamados
Anillos de Borromeo (explicados más adelante). A partir de ese momento
Lacan estableció intensos contactos con otros matemáticos que le
introdujeron en la teoría de nudos, iniciando así una larga aventura que
desembocaría en la conjunción entre Topología y Psicoanálisis.
Actualmente todavía pueden encontrarse seminarios para introducir a los
psicoanalistas en los secretos de los nudos topológicos, en los que se
tratan situaciones para explicar cómo la teoría de nudos puede
“demostrar la inconsistencia del borde que define al otro y el goce fálico”,
lo que pone de manifiesto que los matemáticos no son los únicos que
utilizan lenguajes herméticos.

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