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¿Hasta cuándo?

30 Dic 2017
Rafael Roncagliolo
De modo inevitable, el indulto suscita reacciones contradictorias. Por un lado, la
compasión frente a un hombre de avanzada edad, que ostenta sus achaques y
moviliza pasiones encontradas. ¿Cómo no apiadarse de este anciano enfermo,
sujeto de larga carcelería, aunque ésta haya gozado de privilegios extraordinarios
e inimaginables para el reo común?
Por el otro lado, la indignación ante el reo sentenciado por crímenes y asesinatos
comprobados, cuyas víctimas sólo han conocido el silencio, cuando no el desprecio
vil, del Estado peruano. Una larga lista de renuncias de políticos y funcionarios
intachables y relevantes ilustra esta indignación
Hoy en día, somos (¿o será mejor decir, seguimos siendo?) un país en que el
diálogo es monopolio de los poderosos. Los demás no cuentan. O sólo cuentan para
las contabilidades políticas de la mezquindad y el beneficio individual.
Más allá de lo actuado en esta materia, la autoestima de los peruanos ha recibido
un duro golpe. Damos y sentimos vergüenza. Hay aquí, y desde lo que la memoria
colectiva permite registrar una manera de concebir la cosa pública y de moverse
dentro de ella, según la cual en el gobierno, y en cada uno de los poderes públicos,
se privatiza lo que se puede y se subordina todo sentido del interés general al apetito
personal y de grupo. Mantenemos así, como siempre pero más que siempre, el
gobierno de los mercaderes y al gobierno mismo como mercancía.
Esta tragicomedia no empezó en los últimos días. Alcanza su clímax, por ahora, con
los acontecimientos que rodean el indulto a Alberto Fujimori. Pero viene de tiempo
atrás. Se remonta, por lo menos a la década de 1990; es decir, al primer gobierno
de Fujimori y al terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA. En parte importante de
nuestra historia y de nuestra práctica política ha emergido esta sinonimia entre
gobernar y hacerse rico, entre gobernar y robar.
Sin embargo, entre los jóvenes que se han movilizado en los últimos años por
diversas causas generosas, y entre los renunciantes al actual estado de cosas,
puede latir un espacio libre de la pus que en otro grave momento de nuestra historia
nacional advertía Manuel González Prada.

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