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February 20, 2017

El Espectador

El escritor Alfredo Molano Bravo habló con el filósofo español Fernando Savater sobre las
corridas de toros, el cual sostiene que no existe ninguna justificación moral para prohibir la
fiesta brava.

Savater es hoy considerado un gran filósofo que ha echado la ética por delante y que ha
puesto a discutir primero a España, luego a Hispanoamérica y después a casi todo el mundo
sobre la naturaleza del derecho y el papel de la ética en la política. En el fondo, un político tiene
en mente un modelo de sociedad por la que lucha, así se lucre con esa lucha. Fernando
Savater ha sido uno de los más fuertes críticos contra el franquismo que aún aletea en España.
Es un hombre de izquierda que critica con la misma fuerza las tentaciones autoritarias del
Partido Socialista Español como la tradición confesional del Partido Popular. Ha defendido las
corridas de toros en Tauroética. Estuvo en Bogotá entregando los Premios Simón Bolívar.

¿Cómo explicar el movimiento contra las corridas de toros?

La baja popularidad de los toros se debe al cambio de una sociedad de lo rural a lo urbano; los
toros, como las carreras de caballos y tantas otras cosas, son de origen rural. La gente hoy
está cada vez más separada de los animales, y hasta los zoológicos son mal vistos. Hoy los
animales han sido convertidos en “animalitos”; el tigre de bengala, el tiburón blanco, todos ya
son enanitos. Ya ninguno puede causar daño al hombre. Ahora los animales son tratados como
si fueran humanos, por ejemplo, los personajes de dibujos animados son animalitos de Walt
Disney que hablan, se quejan, se ríen. Los seres humanos han exterminado, de hecho, el
peligro de las fieras, y por lo tanto que un animal sea considerado peligroso excita esa pasión
de dominación que tiene el hombre. Los animales peligrosos, como por ejemplo el toro bravo,
tienen mucho más riesgo de desaparecer. Como hoy ya no encarnan el peligro, buscamos
saurios prehistóricos para mantener vivo el miedo hacia ellos.

¿Está expuesto el toro bravo a su desaparición como especie?

Los que luchan contra la fiesta del toro no tienen claro que su desaparición no sería
simplemente la desaparición de los toros bravos. En España, las dehesas donde se crían son
un ecosistema específico que comprende bosques, aguas y muchos otros animales pequeños
y grandes. Acabar con los toros bravos es condenar esos terrenos, verdaderas reservas
naturales, a ser campos de maíz transgénico. Los toros de lidia son muy costosos porque
cuesta mucho conservar su medio y son una especie diferente de las demás, como los caballos
de carrera, que son una creación humana, gracias a cruces, a la selección genética; las
carreras de caballos sirven para seleccionar los ejemplares, para mantener la raza. Se nos ha
olvidado que hay animales que están al servicio de los seres humanos y que si no los usamos,
los condenamos a la extinción. El caballo salvaje pasó a usarse en el campo, en la guerra, en
el transporte. Ahora sobrevive débilmente porque se usa para pasear y jugar a los vaqueros.

Pero también los animalitos son mascotas. Matan la soledad.

Las mascotas han sido también una creación cultural. Pero no todos los animales hechos por el
hombre con un fin son mansos; no todos son de compañía. Nadie imagina un miura en un
apartamento. Los toros bravos no son precisamente animales para tener en el jardín; están
hechos para la pelea con el hombre bajo ciertas reglas. Pasa con ellos como con los caballos
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de carreras, creados para correr y el día que se acaben los hipódromos, desaparecerán estos
animales.

¿En la prohibición de la muerte del toro no juegan también factores culturales y


políticos?

La idea de la prohibición proviene de la cultura anglosajona, no porque no consuman carne,


pues no son remisos a comer animales, sino por su visión pragmática de ver con buenos ojos
el comer, por ser necesario, y con malos las corridas, por ser un espectáculo. Los anglosajones
siguen con una visión puritana de la vida. Para ellos es bueno alimentarse comiendo carne,
pero divertirse con un espectáculo donde está la muerte de un animal es malo. Es un problema
de libertad. Es respetable que a alguien no le gusten los toros, como que no le guste la carne
de caballo, o ver pajaritos en jaulas. Eso está bien. Eso puede ser noble, pero no es parte de la
moral, pues la moral hace referencia a las relaciones humanas. Ir contra las corridas de toros
no puede ser una norma moral impuesta a todo el mundo. ¿Qué se podría decir hoy de un
mandatario que prohibiera por ley acostarse con la mujer del vecino? No se puede legislar y
mandar sobre los gustos de los ciudadanos.

Uno de los argumentos contra las corridas es que son una tortura. ¿Qué opina de esta
interpretación?

Los taurinos no disfrutan con la tortura; si así lo hicieran, pues iríamos a un matadero a
deleitarnos. No conozco a nadie que le guste ver a un torero darle múltiples pinchazos a un
toro. Supongamos que yo disfrutara de la muerte del toro, mi gusto no es problema del otro y
mucho menos de un gobernante; quizás un alcalde quiere que yo sea bueno como él, pero no
es asunto suyo salvar mi alma. Tampoco tiene derecho a condenar mi alma porque me gusten
los toros. O porque me guste la pesca del salmón, que él considera una maldad.

¿Es el toreo un arte?

Hoy la palabra arte se emplea para cualquier cosa. Antes el arte no era simplemente hacer una
cosa con habilidad. Hoy se habla del arte de un cocinero que prepara bien una tortilla, o se
llama artista a quien mete muchos goles. Un gran futbolista que tiene técnica se puede llamar
artista, pero sólo como una metáfora. Un torero hace cosas arriesgadas que a uno le gustan;
así mismo hay jinetes que son grandiosos montando a caballo. Los taurófilos apreciamos esa
habilidad de pararse frente a un toro. Cuando uno es aficionado a un espectáculo, lo es
también a la habilidad de quienes hacen las cosas bien. Los toros son un ritual que puede ser
considerado por algunos un arte. Hay un margen de interpretación personal. En el ritual del
toreo hay toreros que tienen una personalidad y unas destrezas particulares que una persona a
la que le gustan las carreras de caballos no ve ni aprecia. Un torero es un artista. Hace con
habilidad algo que no es fácil y que tiene unas pautas propias. Los toreros tienen normas que
cumplir; quien lo hace con habilidad, digamos, excepcional, es un artista.

Usted ha dicho que el torero personifica la figura del héroe.

El torero es un ser valiente; el torero es quien canaliza el miedo de los espectadores. Todos
sentimos miedo de estar allá abajo, frente a un animal de 500 kilos que embiste con dos astas
como cuchillos. El torero es quien carga con todos nuestros miedos y los vence. Por eso todos
nos sentimos animados con un torero que nos descarga, por instantes, del miedo que
inevitablemente todos sentimos a la muerte. Esa es la forma heroica. En los juegos, en los
espectáculos de masas, la muerte es un elemento metafórico. La prueba es que alrededor de
esos espectáculos se hacen poemas donde se habla del destino, de la naturaleza, de la
muerte.

Para usted, que ha tratado tan profundamente el tema moral, ¿tienen los animales
derechos?

Los animales no tienen derechos en el sentido estricto de la palabra, pues tampoco tienen
ningún deber. El derecho es una cosa que los seres humanos nos concedemos, entendemos
que uno tiene un deber y por lo tanto tiene un derecho correlativo de exigirlo. Un animal vive
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fuera del reino de las leyes, uno puede concederle derechos. Por ejemplo, una vaca que vive
en mi finca, tiene derecho a estar allí porque es parte de mi derecho a tener vacas. Pero la
vaca no tiene en sí misma derecho. Cuando se destroza una selva, el hecho es motivo de
sanción porque viola mi derecho y el de mis hijos al oxígeno y a la belleza, pero no porque los
árboles tengan derechos. Los animales son seres vivos con los que podemos tener una
relación afectiva, aunque ellos no nos reconozcan afectivamente como nosotros a ellos. Un
perro sabe quién es su dueño porque le da comida, pero un perro no ama a nadie. Se crea una
sensibilidad que no es otra cosa que el deber de tratarlos para lo que sirven. Si uno lidiara una
oveja, pues ello estaría mal, las ovejas no están hechas para eso. Tratar a un animal de una
forma indebida es una indelicadeza. No olvidemos que hay personas muy malas que han
tenido muy buenos sentimientos por los animales: las dos primeras leyes de protección a la
naturaleza que incluían el derecho de los animales las hizo Hitler en Alemania. Fueron las
primeras leyes ecológicas en Europa, y él mismo tenía su perro al que cuidaba y quería.

Pero es a los taurinos a quienes nos trata, por ejemplo el alcalde de Bogotá, como nazis.

Cuando se quiere equiparar a los taurinos con los nazis, cuando se quiere equiparar a los
aficionados con la barbarie, eso sí es realmente una “barbaridad”. En el derecho tradicional se
considera bárbaro el hecho de no distinguir entre lo humano y lo animal. Es bárbaro,
tradicionalmente hablando, quien trata a otros de sus iguales como animales. Sólo un bárbaro
no distingue entre un ser humano y un animal. El toreo es un asunto de libertad y es una
opción que no es similar a la de atacar a los demás seres humanos o aprovecharse de su
pobreza. Es una forma de entender la vida, de mirarla. El toro bravo no es un animal salvaje,
como puede serlo un tigre. Es una creación consciente y deliberada del hombre destinada a ser
parte de un ritual.

¿Cómo explicar la prohibición de las corridas en Cataluña, siendo los catalanes tan
antiautoritarios?

En Francia, donde se tradujo Tauroética, se defiende a los toros con el mismo argumento con
que se prohibieron en Cataluña: por ser símbolo de una tradición. Cataluña está tratando de
separarse de España y quiere romper una tradición común con España; los toros son sólo un
pretexto. Ahora a la amalgama separatista le suman elementos ecologistas para apartarse del
imaginario español. Las voces que suenan en el país vasco, de donde son los primeros toreros,
tienen el mismo sentido, una reacción contra España, contra Castilla y La Mancha.

Pero en Colombia no se está reaccionando contra España sino a favor de la cultura


norteamericana, tan políticamente correcta, tan humana...

Mientras haya una afición que entienda de toros y que vaya a las plazas, prohibirlos es una
atentado contra la libertad de opinión, de opción cultural. Hay que respetar la fiesta del toro
como un bien cultural y como parte del derecho a la libertad. Las corridas son un culto.
Prohibirlas es una acto autoritario, un liberticidio auténtico. Cuando desaparezca el público de
los toros, desaparecerán, naturalmente, las corridas. Esa es una ley distinta. La prohibición de
los toros se pretende mostrar como un acto moralizante, pero es en realidad un acto de
despotismo, de intolerancia chapucera.
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