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Primer día de un nuevo año. Que sea el de las paces. Primero las más
posibles y cercanas, las del alma propia. Luego las del entorno de la
pequeña inmensa Patria, Arauca y la Orinoquía. Tras ello, pero también y
mucho con ello, las esquivas de la dolida Nación. Y no menos las épicas del
cuitado orbe. Tan turbio y torpe como se muestra en ese jocker de Trump:
trampa y trompa y trompada.
Que este primer día sea entonces el no día de año nuevo, así como en Alicia
en el País de las Maravillas una quimera, creo que el gato fabuloso,
recomienda celebrar el día de no cumpleaños. Con esta paradoja
fabricaríamos cada día como el inicio de un nuevo año y festejaríamos en los
365 días la memoria de un nuevo nacimiento. De modo que por esta vía de
las aporías aparentes, esa bienaventuranza que deseamos en las efemérides
de la natalidad de Dios, del inicio de un año nuevo y de la epifanía, esa
aletheia o revelación de la luz propia del seis de enero, nos muevan a
desear la paz y la cura de las pasiones tristes y violentas como un ejercicio
sagrado de la cotidianeidad.
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Llueve sin pausa, goteras cerca de mis libros, junto a la colección de mis
diarios. Cabañuelas, cabañuelas, cabañuelas, sempiternas cabañuelas. He
coleccionado el Almanaque Bristol desde hace cuarenta años y los conservo.
Bien he marcado en ellos los días de luna llena, lunático tal cual he sido y
hasta licántropo, lobo mal domesticado que aúlla al satélite en noches
desoladas de luna henchida.
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El discípulo amado
21:20 Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a
quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había
recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el
que te ha de entregar?
21:21 Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
21:22 Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga,
¿qué a ti? Sígueme tú.
21:23 Este dicho se extendió entonces entre los hermanos,
que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no
moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué
a ti?
21:24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y
escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es
verdadero.
21:25 Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las
cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el
mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
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Ese algo liminar entre vida y muerte, ese resto permanente que en nombre
de San Juan quedará es como el daimon griego figurado por Diotima en El
Banquete, ni mortal ni innortal, mediador entre cielo y tierra: no por cierto
el demonio católico, sino la nominación del genio entre los griegos, el
carisma, el mediador, el chamán, diríamos.
Por ello, por todo ello, antes de traducir el soneto V de la Primera parte de
Sonetos a Orfeo, rendiré homenaje en esta Sapiencia a dos magistrales y
universales poetas que la cantan con júbilo y jovialidad.
Inicio con el entrañable amigo español Javier Pérez, casado con una poeta
colombiana, sobrina de mi más perdurable amiga Carmenza Gallo, radicada
en Nueva York en su vida adulta. Es un poema celestial, un don del Espíritu
Santo, un don de esos otros reyes magos, en realidad chamanes, de este
planeta. Es una primicia para Guaicaipuro Estéreo, y creo para el orbe,
como se colige por el envío:
La vida no dibuja
un círculo, sino una excepción.
Hemos llegado al invierno
que duele
¿Cabría mejor modo de conmemorar el día del no año nuevo y el día del no
cumpleaños? Infinitos agradecimientos a Javier Pérez por tan impecable
aletheia y epifanía.
De árboles, de vientos
El viento no se ve pero es pura potencia. Los árboles no hablan pero te van diciendo todo, a
cada momento. La vida es así. Lo esencial es invisible. Lo esencial está más allá del
lenguaje. Porque sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que callar.[1] O lo
sientes o es silencio
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Puedes perderte, puedes olvidarte. Pero al final, al final, siempre puedes regresar al cauce,
al cerro, a la nieve, a la música: a ese más allá del lenguaje, más allá de lo que no se puede
hablar. Esa es la textura inmemorial de aquello que no está escrito, ni puede decirse. Eso
que labran el viento y los árboles. Eso esencial, eso invisible
Al viento no lo ves pero está siempre presente. Los árboles igual. No hablan, no gritan,
pero siempre dicen la verdad.
Pablo Cingolani
[1] Wittgenstein