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PRIMERA SAPIENCIA DEL NUEVO AÑO 2018


EN HONOR A LA EPIFANÍA
REVELACIÓN POÉTICA DE LA LUZ
ALETHEIA

AYUDA MEMORIA PARA EL PROGRAMA QUE SE


GRABARÁ EN GUACAIPURO ESTÉREO ESTE JUEVES
CUATRO DE ENERO

Gabriel Restrepo, enero primero de 2018


Seminario San José Obrero, Corregimiento de Arauquita, Departamento
de Arauca.

Primer día de un nuevo año. Que sea el de las paces. Primero las más
posibles y cercanas, las del alma propia. Luego las del entorno de la
pequeña inmensa Patria, Arauca y la Orinoquía. Tras ello, pero también y
mucho con ello, las esquivas de la dolida Nación. Y no menos las épicas del
cuitado orbe. Tan turbio y torpe como se muestra en ese jocker de Trump:
trampa y trompa y trompada.

No deseo la paz en el cosmos, pues allí sobra recomendar: los astros no se


querellan. Los duelos y quebrantos se enquistan en un mal equilibrio entre
nuestros deseos, de sidere, el mapa estelar de las querencias y
malquerencias, anidado en el plectro y en los intestinos, y el des astra, la
pérdida de la brújula signada por la contienda infinita de las pulsiones
colectivas producida por la avidez de la posesión, el amor salado en lujuria,
la figuración desmedida de estrellas fugaces, el saber sabiondo y vano: de
tal incordio nacen la indiferencia, el odio, la arrogancia y la ladina envidia,
entre otros males que ocultan la esperanza como saldo final de la Caja de
Pandora. Cuando la estopa de la soberbia se empapa en el combustible de la
envidia y se detona por la chispa de la ira, allí se engendra nuestro pestífero
infierno no metafísico.

Que este primer día sea entonces el no día de año nuevo, así como en Alicia
en el País de las Maravillas una quimera, creo que el gato fabuloso,
recomienda celebrar el día de no cumpleaños. Con esta paradoja
fabricaríamos cada día como el inicio de un nuevo año y festejaríamos en los
365 días la memoria de un nuevo nacimiento. De modo que por esta vía de
las aporías aparentes, esa bienaventuranza que deseamos en las efemérides
de la natalidad de Dios, del inicio de un año nuevo y de la epifanía, esa
aletheia o revelación de la luz propia del seis de enero, nos muevan a
desear la paz y la cura de las pasiones tristes y violentas como un ejercicio
sagrado de la cotidianeidad.
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Así que envío un saludo de amanecer a la totalidad de en/amigos y


en/amigas. Me valgo de un prodigioso neologismo homeopático (lo
semejante cura y cuida a lo semejante…y aún y quizás más importante a lo
desemejante y a lo contrario) acuñado por mi querido hijo Gabriel Arturo
Restrepo Bulla cuando retornaba medio contrito y medio alegre de la
guardería a sus seis años.

Papá y mamá, dijo, en la escuela tengo muchas en/amigas: enemigas, pero


potenciales amigas, todo en uno como en el famoso aceite Tres en Uno.
Contrito porque era entonces sometido a matoneo por un rival. Medio
alegre porque, como ya asomaba en él la figura del músico y chamán, como
Orfeo, intuía que podía transformar a sus enemigas y enemigos en amigos
por el humor del canto. Fue así como el mayor rival quien lo matoneara es
hoy su mejor amigo, ambos músicos.

Llueve a torrentes por aquí. Benditas primeras lluvias. Los campos de la


Orinoquía, con sus fabulosos verdes de todos los tintes, ya se enderezaban
mal desteñidos hacia los ocres y amarillos, para languidez de las terneritas.
Y los ríos – El Arauca soberbio, el Tamacay traicionero, el Culebrero, el
Tigre, el Cumaral y tantos otros que se vierten desde las aras sagradas de
territorios U´was, la Sierra Nevada del Cocuy y el Páramo de Santurbán-,
tantas corrientes abundosas, en el mes pasado tan enjutas que se podía uno
imaginar como Cristo caminando sobre las aguas, por tocar el fondo
arenoso, ahora llenarán los cauces y serán saludadas por bagres,
bocachicos, delfines rosados, chigüiros y hasta por mi irrevente perro medio
gosque, el buen canchoso siempre sediento del Zeus.

No sé cuál de los benevolentes sacerdotes que me ofrecieron posada quiso


vengarse del impúdico y prepotente Dios al nombrar al más chanda entre
los chandas, como el vagabundo y pendenciero Dios, el Zeus imponente,
pero al cabo impotente. Otro llamó a un cachorito díscolo como Nerón. De
razón que el panteón griego y el mimético y desaguado de los latinos con
Júpiter a la cabeza, haya sido vencido por el dios desconocido de alpargatas
saludado por San Pablo en el aerópago. Sin una sola espada, pues la única
blandida por Pedro fue la denostada por Cristo en el Monte de los Olivos.
Por la sola fuerza del amor. Que cuando saló a fe y a dogma, reventó como
Zeus y Júpiter en malhadadas cruzadas, las mismas que nos tienen en
ascuas en el polvorín de Jerusalén.

Llueve sin pausa, goteras cerca de mis libros, junto a la colección de mis
diarios. Cabañuelas, cabañuelas, cabañuelas, sempiternas cabañuelas. He
coleccionado el Almanaque Bristol desde hace cuarenta años y los conservo.
Bien he marcado en ellos los días de luna llena, lunático tal cual he sido y
hasta licántropo, lobo mal domesticado que aúlla al satélite en noches
desoladas de luna henchida.
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Pero ahí también saludo el santoral y me detengo ante todo en su


caprichoso marcaje lunar: esa tirantez entre cuaresma y carnaval, ese día
de pascua y resurrección contado en cuarenta días siguientes al miércoles
de ceniza y anunciado por el domingo siguiente a la primera luna llena del
equinoccio vernal: ¿cómo olvidarlo, si mi Isis nació en Jueves Santo del
exacto día del equinoccio de Primavera, el mismo año de la caída del infame
Muro, 1989?

Pero ante todo en los extraños cómputos lunares, rezagos de la periclitada


aurora del descubrimiento de la casa por parte de la mujer, hace diez mil
años, me ha servido como faro de la procelosa navegación por el erial del
mundo la flamante fiesta de la pentecostés. Flamante como aparición de la
“llamita de amor viva”, ese don de lenguas regalado por gracia por el
septiforme donante, el sacro espíritu, la tercera persona mínima de la
Trinidad, pero la más potente porque carece de truenos y de cruces. Porque
la pentecostés nació a los cuarenta días de la resurrección en una humilde
casita donde se refugiaban timoratos los seguidores de Cristo, no ricos, no
poderosos, solo erguidos por el alma del amor, más que por los dogmas de
la fe.

Con las cabañuelas, las primeras lluvias, la luna esplendorosa del 3 de


enero, la fiesta de la epifanía del seis – mal llamada de reyes, mal llamada
de magos, mal enunciada como día de regalos- celebramos en conjunto la
mayor fiesta de los dones, de esos mismos dones inflamados en la “llamita
de amor viva” del septiforme donante: temor, fortaleza, piedad, consejo,
saber, entendimiento y el mayor de ellos que le confiere sentido a todos:
sabiduría.

¿No son los dones necesarios para la paz?

Me permitiré una digresión teológica, aunque algo repita de otra Sapiencia,


variada empero ahora con alumbramientos que me sorprenden por lo
inéditos. Llamé en un tiempo a la poesía como La Orden de San Juan.

Transcribo el pasaje que me permitió tamaña osadía hemenéutica, por la


cual espero que no se me condene como hereje por lo troyanos o como
beato sinmplón por los griegos. La Orden de San Juan se nombra por el
pasaje con el cual concluye el cuarto evangelio, el más poético de todos, el
de San Juan.

Según mi interpretación heterodoxa, allí Cristo legó dos arquetipos y dos


modos de preservar su testimonio. El uno, el poder terrenal de San Pedro, la
techné de la Iglesia como institución mundana encargada de custodiar el
rebaño humano para orientarlo a lo divino. El otro, La Orden de San Juan: la
destinación de la poiesis como depositaria de la custodia ya no de lo
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terrenal a lo celestial, sino de lo divino en lo humano: la poesía toda, entera,


profana y sagrada.

Este es el extenso pasaje:

21:14 Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a


sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos.

Apacienta mis ovejas


21:15 Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro:
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió:
Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis
corderos.
21:16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás,
¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo.
Le dijo: Pastorea mis ovejas.
21:17 Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas?
y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.
Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
21:18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te
ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo,
extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no
quieras.
21:19 Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de
glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.

El discípulo amado
21:20 Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a
quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había
recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el
que te ha de entregar?
21:21 Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
21:22 Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga,
¿qué a ti? Sígueme tú.
21:23 Este dicho se extendió entonces entre los hermanos,
que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no
moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué
a ti?
21:24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y
escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es
verdadero.
21:25 Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las
cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el
mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
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Hay un poco de picardía en el regaño tácito de Cristo a Pedro. Pues luego


de que le recuerda sus tres traiciones y pese a ello lo instituye como la
cabeza de la Iglesia, ante la latente envidia de Pedro cuando se queja:

21:20 Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a


quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había
recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el
que te ha de entregar?
21:21 Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de
éste?

Lo calla con un chorro de agua helada, casi como si dejara, si se ahorra la


elipsis, “¿a ti qué carajos te importa, so arrogante?”

21:22 Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga,


¿qué a ti? Sígueme tú.

Tras lo cual se revela el sentido parte del sentido de lo que denomino la


Orden de San Juan. Y ello se hace mediante el empleo de una de las
parábolas más crípticas y que creo no se ha interpretado como debe
hacerse:

21:23 Este dicho se extendió entonces entre los hermanos,


que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no
moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué
a ti?

Porque, ¿cómo se explica el acertijo de alguien que no sea mortal ni


inmortal, algo que queda de Cristo en el arquetipo de San Juan, cuando
empero el San Juan vivo muera?

Ese algo liminar entre vida y muerte, ese resto permanente que en nombre
de San Juan quedará es como el daimon griego figurado por Diotima en El
Banquete, ni mortal ni innortal, mediador entre cielo y tierra: no por cierto
el demonio católico, sino la nominación del genio entre los griegos, el
carisma, el mediador, el chamán, diríamos.

Es también como el conjunto de ángeles que ascienden y descienden las


gradas entre cielo y tierra en el sueño de Jacob cuando duerme bajo una
piedra (piedra y cielo rejuntados).

Pues el ángel de los judíos– angeloi- como el daimon griego significan


exactamente eso: mensajeros, mediadores.
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Y tal es la poiesía: la epifanía del espíritu que aparecerá en el nombre de


San Juan en la Pentecostés con sus siete dones, los mismos que
conmemoramos en la festividad de la epifanía.

Y este espíritu santo de la poesía es el que se revela en el humus, en el


campo, en los pesebres y en los nacederos de la tierra, de las aguas, de la
vida en todo el mundo.

Por ello, por todo ello, antes de traducir el soneto V de la Primera parte de
Sonetos a Orfeo, rendiré homenaje en esta Sapiencia a dos magistrales y
universales poetas que la cantan con júbilo y jovialidad.

Inicio con el entrañable amigo español Javier Pérez, casado con una poeta
colombiana, sobrina de mi más perdurable amiga Carmenza Gallo, radicada
en Nueva York en su vida adulta. Es un poema celestial, un don del Espíritu
Santo, un don de esos otros reyes magos, en realidad chamanes, de este
planeta. Es una primicia para Guaicaipuro Estéreo, y creo para el orbe,
como se colige por el envío:

QUIZÁ NOS BASTE LA TIERRA


Publicado el 27/12/2017por Javier Pérez
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La vida no dibuja
un círculo, sino una excepción.
Hemos llegado al invierno
que duele

como no pueden doler


las metáforas.

Aquí somos imágenes


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del Sol, muerto en una tierra


de la que no conoce el nombre.
Los mitos se nos trazan
como un horizonte,
no como una frontera política
y si muere la luz en ellos,
será en la luz de todas partes.

Pero nuestras voces


no saben continuar
sin una promesa y repetimos

que llegarán las estaciones


en que el Sol herede la tierra,
como el año heredó el tiempo.

Pero si dura el hielo,


dejaremos bajo la nieve
la imaginación intacta,
no la inquietud
por conocer
los nombres propios del frío.

Así transcurren nuestros días,


que no dibujan
siquiera un arco en el cielo,
nuestros días
que mueren menos
que en nosotros.

¿Cabría mejor modo de conmemorar el día del no año nuevo y el día del no
cumpleaños? Infinitos agradecimientos a Javier Pérez por tan impecable
aletheia y epifanía.

Concluyo esta ya extensa ayuda memoria, antes de traducir y publicar el


poema quinto de la primera parte de Sonetos a Orfeo, con la transcripción
de un poema del que, a mi juicio, es uno los cinco mejores poemarios de
todos los tiempos en la historia de la poesía colombiana.

El autor es el colega y amigo Enrique Rodríguez Pérez, profesor actual de


Literatura en la Universidad de Colombia, doctorado en la Universidad de
Tour, sentipensante muy consagrado a la educación popular.
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Rendiré homenaje al libro de poemas y al poeta en un libro que lleva ya más


de 200 páginas y que espera su instante jubilar para publicarse. En el
Réquiem de los Ciruelos. En la eras y surcos de la paz. No lo he
concluído porque como una vela prendida en la tempestad, la paz es llamita
frágil, pero ya advendrá como un sol

VUELVE AL MOLINO DE AGUAS ATRUCHADAS

TOMADO DEL LIBRO DE ENRIQUE RODRÍGUEZ PÉREZ


EN EL RÉQUIEM DE LOS CIRUELOS
2014, MADRID: VERBUM

La ladera de hierba furtiva


Tiene hambre de sus huesos.
Da inicio el regreso de sus nervios
Al suelo de las disoluciones primigenias.
De los ataúdes verticales de concreto,
Del humo letal de los automóviles
Vuelve al tintineo de los pájaro,
Al vapor agrietado de los sembradíos,
A la iglesia de piedra de artesanos,
Al molino de aguas atruchadas.
El viaje, con mi madre en deterioro,
Con el labio desgonzado en la cintura,
Con el brío de mi padre deglutido,
Fue como un lago de piedra
Que partía la memoria.
Al ir la tarde por lo desvencijado,
Su cadáver llegó al segundo hervor de la muerte.

Y ahora un último poema de Pablo Cingolani, desde La Paz, Bolivia

De árboles, de vientos

El viento no se ve pero es pura potencia. Los árboles no hablan pero te van diciendo todo, a
cada momento. La vida es así. Lo esencial es invisible. Lo esencial está más allá del
lenguaje. Porque sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que callar.[1] O lo
sientes o es silencio
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La vida es así. La vida no se demora, ni se enreda en palabras. La vida no se ataja si no


estás dispuesto a seguir su huella. De árboles, de vientos

La poesía duele. Te puede doler. Pero te redime. Te redime siempre

La poesía puede lastimarte. Pero al final, al final, te cura

Puedes perderte, puedes olvidarte. Pero al final, al final, siempre puedes regresar al cauce,
al cerro, a la nieve, a la música: a ese más allá del lenguaje, más allá de lo que no se puede
hablar. Esa es la textura inmemorial de aquello que no está escrito, ni puede decirse. Eso
que labran el viento y los árboles. Eso esencial, eso invisible

Al viento no lo ves pero está siempre presente. Los árboles igual. No hablan, no gritan,
pero siempre dicen la verdad.

Pablo Cingolani

Río Abajo, 2-3 de enero de 2018

[1] Wittgenstein

Felicidades a en/amigos y en/amigas.

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