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- EL DERECHO
ECLESIÁSTICO DEL ESTADO
1. Nociones fundamentales
Lo religioso, en sí mismo considerado, es algo ajeno al Derecho. Pero lo religioso puede ser
objeto de regulación por el Derecho en cuanto tiene (o puede tener) una dimensión social,
una relevancia civil (Ubi societas, ibi Ius). Sólo cabe que sea regulado por el Derecho en la
medida en que tiene trascendencia social. Por ejemplo: el derecho nunca podrá regular los
dogmas de una confesión religiosa, pero sí podrá regular la organización de procesiones por
la vía pública.
De una forma u otra el Derecho eclesiástico ha existido siempre: siempre ha habido normas
estatales que regulaban el fenómeno religioso, en ocasiones favoreciéndolo, en ocasiones
para condicionarlo o perseguirlo. Pero como es un término que, a lo largo de la historia ha
cambiado de sentido, conviene conocer su evolución para evitar equívocos.
a) Monismo y dualismo
En épocas precristianas la separación entre lo religioso y lo político (en sentido amplio),
resultaba prácticamente imposible. En efecto, tanto en las sociedades primitivas, como en los
reinos e imperios de la antigüedad, lo religioso se presentaba como un aspecto más de la vida
y de la organización social, sin constituir, como sucede en nuestros días, un ámbito
independiente de lo político, tanto en su dimensión personal como colectiva (El concepto de
Religión tiene una dimensión colectiva necesaria: no existen religiones unipersonales).
La religión tenía un carácter étnico, y era una de las señas de identidad del grupo social, de
la nación. De hecho, no era infrecuente que los sacerdotes se consideraran como unos
funcionarios más de la administración. Y en algunos casos, las autoridades supremas (reyes,
faraones, emperadores) constituían el vértice de la organización religiosa, cuando no eran
considerados como verdaderos dioses. Los emperadores romanos, por ejemplo, ostentaban
el título de pontifex maximus (sumo pontífice), y de divus (divino). Algo similar sucedía en
Egipto y en los Imperios del Creciente Fértil (Asiria, Persia, Babilonia). En estas
circunstancias no era concebible que los miembros de una determinada sociedad se
plantearan la posibilidad de profesar una religión que no fuera la propia de la nación.
En este ambiente, surge el Cristianismo, que es una religión nueva y con características
radicalmente diferentes a las de cualquier otra religión, que va a provocar una de las mayores
revoluciones de la Historia: la distinción entre el poder temporal y el espiritual, condensada
en la paradigmática frase de Cristo de «dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del
César» (Mat. XXII, 21). Con esta frase se quiere significar que lo religioso y lo temporal
tienen, por voluntad divina, su propio ámbito de actuación, que corresponde a su distinta
naturaleza. El poder temporal debe ocuparse de cuanto se refiere a la ordenación política de
la sociedad; mientras que al espiritual, le corresponde cuanto se refiere a la salvación eterna
del hombre. Esta doble valencia de principios ordenadores de la sociedad recibe el nombre
de dualismo cristiano, y ha sido la referencia histórica permanente para la regulación de las
mutuas relaciones. Lógicamente, esta doctrina introducía un elemento perturbador en el
seno de la organización política romana, caracterizada por el más absoluto monismo.
Por ello, los cristianos fueron perseguidos –paradójicamente– bajo la acusación del crimen
de impiedad, porque se negaban a reconocer a los dioses romanos y a rendir culto al
emperador. Pero los cristianos proclamaban continuamente que no se negaban a servir al
emperador; que, según el mandato de Cristo, pretendían ser sus mejores súbditos. Lo único
que pedían es que les permitieran dar a Dios lo que tenían que darle (culto), y al emperador
lo que le correspondía (servicio y obediencia como ciudadanos)
c) El dualismo gelasiano
En esta situación, el año 494, el Papa Gelasio I, dirigió una carta al Emperador oriental, en la
que el pontífice recordaba al Basileus (título griego del emperador) las exigencias del
dualismo cristiano: por voluntad de Dios, la sociedad se rige por dos autoridades, la espiritual
y la temporal. Ambas tienen naturaleza y competencias distintas, sin embargo no hay
oposición entre ellas: el Emperador, en cuanto cristiano tiene que someterse a las decisiones
religiosas del Papa; y el Papa, en cuanto súbdito del Emperador, tiene que acatar las justas
leyes civiles promulgadas por aquél.
d) El hierocratismo medieval
i. Presupuestos históricos
La caída de Roma y la invasión de los pueblos bárbaros provocó una auténtica conmoción en
el mundo romano. Las complejas estructuras del Imperio se vinieron abajo: las
comunicaciones (antes ejemplares), la cultura, la autoridad, la administración, su completo
y perfecto sistema jurídico desaparecieron súbitamente, y Occidente se sumió en una época
de caos. Frente a este panorama desolador, la Iglesia (su jerarquía y sus instituciones) fue el
único elemento que aseguró una cierta continuidad con el sistema anterior. Las audiencias
episcopales (tribunales eclesiásticos) impartían justicia aplicando el derecho canónico y el
derecho romano cristianizado del Corpus Iuris Civilis justinianeo; los monasterios y las
escuelas catedralicias eran el refugio de la antigua cultura; los monasterios colonizaban y
ponían en cultivo zonas abandonadas. La Iglesia se presentaba como la única institución
capaz de dar una cierta consistencia social a los nuevos reinos bárbaros que iban surgiendo
en Europa.
La función que la Iglesia venía desarrollando en el orden de los hechos, fue, poco a poco,
adquiriendo una dimensión jurídica, con el apoyo de las nuevas autoridades civiles. Muchos
obispos y abades de monasterios célebres, fueron investidos de autoridad civil,
transformándose en verdaderos señores feudales. Los propios Papas se convirtieron en
señores temporales al haber recibido como donación de los reyes francos los territorios de la
Italia central, que pasaron a constituir los Estados Pontificios.
El emperador, dentro de la típica doctrina del dualismo cristiano asumió la función de dirigir
y moderar el nuevo orden temporal, y, al mismo tiempo, la de proteger a la Iglesia. Sin
embargo, resulta muy significativo, que fuera el Papa quien coronara al emperador. Era una
muestra del poder y del prestigio de la Iglesia, y presagia ya la nueva doctrina del
hierocratismo medieval, que se prolongará hasta finales del siglo XIII e inicios del XIV.
ii. Noción
Hierocratismo (del griego hieros –sagrado–, y cratos –poder–) o poder sagrado, es el
nombre con que se designa el peculiar sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado
durante esta época (siglos XI a XIV), y que se basaba en la supremacía teórica y práctica de
la Iglesia. Lógicamente este sistema se construye sin perder de vista la tradicional doctrina
dualista, ya que constituye una exigencia doctrinal previa. Pero con toda evidencia, se le da
una interpretación que inclina la balanza hacia un lado (el de la Iglesia), desdibujando su
verdadera virtualidad.
El fundamento doctrinal del hierocratismo hay que buscarlo en la elucubración de los
teólogos medievales que, aun distinguiendo claramente entre los dos ámbitos (espiritual y
temporal), defendían la superioridad del fin espiritual de la Iglesia. En razón de la superior
excelencia de este fin el poder temporal debía sometimiento al espiritual.
Esta doctrina se concretaba en que los Papas otorgaban la legitimidad de origen y de ejercicio
al poder temporal, consagrando emperadores y aceptando el vasallaje de reyes; autorizando
o desautorizando determinadas empresas políticas (por ejemplo, las Cruzadas);
estableciendo criterios de actuación a los príncipes cristianos; excomulgando a reyes y
librando por eso a sus vasallos del juramento vasallático de fidelidad. Las conductas
concretas de los príncipes y señores feudales quedaban sometidas al superior juicio de la
Iglesia «ratione peccati» (por razón de pecado), en la medida en que dichas conductas
podían ser calificadas moralmente como contrarias a la Ley de Dios y de su Iglesia. El
documento más representativo del espíritu del hierocratismo medieval lo encontramos en la
bula Unam sanctam (1302), del papa Bonifacio VIII.
ii. Desarrollo
Las implicaciones políticas aparecieron enseguida. Buena parte de los príncipes alemanes,
acogieron la Reforma con entusiasmo, puesto que esto les permitió hacerse con las
posesiones de la Iglesia, y enriquecerse y reforzar su poder, y para conseguirlo, no dudaron
en oponerse al emperador (Carlos V), que se enfrentó a la Reforma por considerarla un
movimiento herético, dando origen a largas guerras que ensangrentaron la Europa central
durante siglos. Desde el punto de vista doctrinal, la reforma luterana constituía el más
demoledor ataque al tradicional dualismo cristiano.
En efecto, al desaparecer la jerarquía, el poder de regular los asuntos eclesiásticos pasó a los
príncipes temporales, que actuaban a modo de obispos laicos, limitándose los ministros
evangélicos a mantener la fe y la piedad de los fieles. Es más, en algunos países, los propios
monarcas pasaron a considerarse cabeza de la las iglesias establecidas en sus países (Suecia,
Dinamarca, Noruega, Inglaterra, Escocia). En este sentido la doctrina protestante favoreció
las tesis políticas que abogaban por el poder absoluto de los reyes.
g) El regalismo
i. Noción
En los países confesionalmente católicos, a medida que se afianza el poder absoluto de los
monarcas, aparece un fenómeno jurídico en torno al factor religioso que ha sido denominado
regalismo. En estos países, y en virtud del confesionalismo oficial, la doctrina acerca de las
relaciones entre la iglesia y el Estado, se basaba necesariamente en el tradicional dualismo.
Es decir, existía una delimitación conceptual del ámbito del propio poder entre ambas
potestades, eclesiástica y civil.
Sin embargo, con el regalismo se produce un fenómeno inverso al del hierocratismo
medieval. Si en éste se daba una descompensación del equilibrio en favor del poder
eclesiástico, con el regalismo sucede exactamente lo contrario. El poder civil se inmiscuye en
asuntos que son competencia propia de la Iglesia. Las razones últimas de este fenómeno hay
que buscarlas en la magnificación sacralizadora del poder real, que se hace provenir
directamente de Dios, mediante la teoría origen divino del poder. Pero también puede
encontrarse en la interpretación abusiva de algunos privilegios otorgados por los Papas a
algunos soberanos católicos, como premio a las ayudas que los reyes prestaban o habían
prestado a la Iglesia. Estos pretendidos derechos de los reyes sobre materias propiamente
eclesiásticas se denominaban iura maiestática circa sacra (derechos de la majestad real
acerca de las cosas sagradas).
El regalismo fue un fenómeno común a casi todos los países católicos de la época, pero recibió
distintos nombres según los países. En Francia se denominó galicanismo; en
Italia jurisdiccionalismo; en los Estados católicos alemanes febronianismo; y en
Austria josefinismo.
ii. La Revolución
Estas revoluciones no son tanto revoluciones de tipo social (aunque también lo fueron),
cuanto revoluciones ideológicas, que cuestionaban los principios en que se basaban las
sociedades del Antiguo Régimen (Ancien Régime). Frente al poder absoluto del monarca, se
propugnaba la democracia y la división de poderes; frente al estado estamental (clero,
nobleza y estado llano), un estado de los ciudadanos, todos iguales ante la ley y con una única
ley para todos; frente al confesionalismo religioso, el Estado aconfesional o laico, y una Iglesia
sometida al Derecho común, sin privilegios. Pero así como la revolución americana fue
favorable a la libertad religiosa y al pluralismo religioso, la Revolución francesa fue
claramente antirreligiosa y atacó a la Iglesia católica como elemento importante del Antiguo
Régimen, sometiendo a sacerdotes y obispos a la denominada Constitución civil del clero.
iii. El liberalismo
Tras la caída de Napoleón, y el breve paréntesis restaurador que se dio en Europa a raíz del
Congreso de Viena, el sistema liberal acabó imponiéndose como nuevo modelo del Estado.
El Estado liberal es el Estado de las libertades individuales, siempre formalmente
reconocidas en los textos constitucionales. Sin embargo, la dimensión colectiva de muchos
de estos derechos no era suficientemente valorada por el liberalismo, lo que resultaba
especialmente evidente en el caso de la libertad religiosa. Generalmente la libertad religiosa
y de cultos se acepta sin ambages, pero no se llegó a garantizar suficientemente la presencia
social y pública de las Confesiones en cuanto tales. El factor religioso queda relegado a la
conciencia de los ciudadanos y las Confesiones quedan sometidas al Derecho común de
asociación, reconocido a todos los ciudadanos. En los Estados que adoptaron el modelo
separatista y de aconfesionalidad, no era infrecuente que, además, se intentara eliminar
cualquier signo de tipo religioso en el ámbito de la Administración pública: supresión del
crucifijo en lugares oficiales, introducción del matrimonio civil obligatorio, supresión de la
enseñanza religiosa en las escuelas públicas, control de la actividad de las Congregaciones
religiosas, etc.
De tal modo que, lo que en principio debía de interpretarse como neutralidad estatal en
asuntos religiosos, acabó por adoptar un carácter laicista, de naturaleza anticlerical e incluso
antirreligiosa. Se pasó así, sutilmente, de un confesionalismo religioso, a una especie de
nuevo confesionalismo de tipo laico, tan intervencionista en los asuntos religiosos como en
los desaparecidos regímenes regalistas. Este fenómeno se denomina jurisdiccionalismo
liberal y propició la aparición de un Derecho especial tendente a controlar de cerca las
manifestaciones colectivas o institucionales de las distintas Confesiones, y especialmente de
la Iglesia católica. En la práctica, la Revolución y el liberalismo, acabaron por prescindir del
tradicional dualismo cristiano, que favoreció una concepción monista del propio poder del
Estado, que se consideraba legitimado para legislar sobre el factor religioso con total
independencia de los pretendidos derechos que invocaba tradicionalmente la Iglesia.
3. Los sistemas presentes en el siglo
XXI
Desde la segunda mitad del siglo XX varios son los sistemas que se han consagrado como
formas en que el Estado se enfrenta al hecho religioso:
a) El Confesionalismo
Confesionalismo cristiano:
(Generalmente protestante), que, superando el principio de tolerancia hacia las Confesiones
minoritarias, procede a un reconocimiento generoso y efectivo de la libertad religiosa. Es el
caso, por ejemplo, de Inglaterra y las monarquías nórdicas, en las que el confesionalismo no
tiene más significado que el de consagrar en ámbitos sin demasiadas consecuencias prácticas,
la memoria histórica de sus pueblos. Los monarcas deben profesar la fe oficial, pero los
monarcas carecen de un poder significativo (en cierto sentido, en estos sistemas el Rey es la
única persona que carece de libertad religiosa). Las principales ceremonias del Estado se
desarrollan con la presencia institucional de la Iglesia oficial, pero estas ceremonias no tienen
dimensión política.
Confesionalismo islámico:
Las sociedades islámicas tienden casi necesariamente al confesionalismo islámico, aplicado
con mayor o menor rigor. En algunos casos toda su legislación está inspirada en el Islam; en
otros la propia ley islámica (Sharia), tal como se contienen en el Corán, resulta de aplicación
directa. El fracaso de los modelos constitucionales inspirados en Occidente, y la crisis social
existente en muchos de estos países, favorece un replegamiento hacia los valores
tradicionales del Islam, y, por tanto del integrismo o fundamentalismo religioso. En este
contexto, los no musulmanes son considerados como gente sometida a los creyentes
musulmanes. Pero entre los no musulmanes, los cristianos y judíos son considerados como
gente del Libro, y descendientes del mismo padre común, Abrahán. Ello les da derecho a un
estatuto especial de tolerancia, aunque nunca puedan alcanzar la plenitud de los derechos
que ostenta el musulmán. En este sentido el Islam es una religión tolerante. Pero nada más.
De alguna forma, el Islam, en lo que se refiere a las relaciones entre el poder temporal y el
religioso y a la concepción del derecho de libertad religiosa se encuentra en parecida situación
a la que reinaba en los países cristianos, cuando estos se dotaron de un sistema de Derecho
público inspirado en los principios religiosos propios del cristianismo. Sin embargo, la
ausencia del principio dualista ínsito en la doctrina cristiana, no favorece la ulterior evolución
del Islam hacia las posiciones de superación de la tolerancia y de asentamiento del principio
de libertad religiosa.
Confesionalismo ateo:
Se trata de la ideología marxista comunista, que logró sobrevivir a la II Guerra Mundial.
Aunque, afortunadamente, como sistema político ha desaparecido casi totalmente en
nuestros días. En los antiguos países comunistas, aunque se reconociera formalmente en sus
Constituciones la libertad religiosa (generalmente sólo en el ámbito personal), en la práctica
su confesionalidad atea solía traducirse en un régimen de persecución más o menos
encubierta, más o menos sangrienta, contra las Confesiones religiosas y sus fieles. Si bien en
ocasiones resucitaban el espíritu regalista para controlar a la jerarquía de la religión
mayoritaria en apoyo de su política, impidiéndole una verdadera acción religiosa con sus
fieles y utilizándola como verdadero instrumentum regnis. En la actualidad únicamente
Corea del Norte, Cuba, China comunista, Vietnam y Laos, continúan siendo países todavía
oficialmente comunistas y, por tanto, con regímenes que impiden o dificultan la práctica de
la libertad religiosa.
b) El separatismo
Separatismo: el Estado es aconfesional y existe una neta separación entre el Estado y las
Confesiones religiosas. El derecho personal de libertad religiosa está plenamente
garantizado. Las Confesiones religiosas se mueven en el ámbito del Derecho común, siendo
éste amplio y generoso en lo que se refiere a las posibilidades de ejercer el derecho de
asociación, de fundación y de creación de entidades auxiliares de las Confesiones.
Es el sistema que mejor garantiza la aplicación del principio de igualdad en el ámbito
religioso, porque impide al Estado favorecer a ninguna Confesión. Es el caso de los Estados
Unidos y de los demás países inspirados en su sistema. El juego de las cláusulas
constitucionales del establishment (no se puede establecer ninguna confesión como oficial)
y del free exercice (no se puede impedir el libre ejercicio de la religión), permite una amplia
libertad efectiva en el terreno de la libertad religiosa individual y colectiva, siempre que
guarden entre si el equilibrio debido. Una pérdida de este equilibrio a favor de la primera,
repercutiría negativamente en la segunda. Sin embargo, al no tratarse de un separatismo
laicista, se permite el uso de símbolos religiosos, o de ceremonias religiosas en los actos
oficiales, con tal de que no se identifiquen con una determinada iglesia: el lema de la nación
(que aparece en los billetes de los dólares) es In God we trust; el Presidente no tiene
inconveniente de jurar su cargo sobre la Biblia; etc.
Separatismo laicista: la libertad religiosa personal se encuentra plenamente asegurada. Sin
embargo, el Estado pone un especial énfasis en que ningún aspecto religioso tenga relevancia
civil. Así, por ejemplo, no se admite la presencia de la enseñanza religiosa en las escuelas
públicas, ni de símbolos religiosos en las dependencias de la Administración pública. Es el
caso de Francia y de México. En México, la Ley de Asociaciones religiosas prohíbe a las
autoridades civiles la participación en ceremonias religiosas; no se admite la objeción de
conciencia de base religiosa para evitar obligaciones de los ciudadanos establecidas por la
Constitución; se prohíbe a los ministros religiosos la actividad política; y se impide a las
Confesiones religiosas poseer emisoras de radio o de televisión.
Separatismo cooperacionista: es el sistema que ha venido a sustituir al confesionalismo
católico. El Estado no adopta ninguna religión como oficial. Se reconoce la libertad religiosa
en el plano individual y colectivo, y suele considerar los valores religiosos como valores
positivos para el bien común de la sociedad, por lo que se compromete a facilitar el ejercicio
de la libertad religiosa de sus ciudadanos, e incluso se permite colaborar institucionalmente
con las Confesiones para alcanzar este objetivo, aunque evitando cuidadosamente la posible
confusión de funciones. No es infrecuente que en algunos países (España, Alemania, Italia,
Portugal, Colombia), esta cooperación con las Confesiones se determine de manera pacticia,
mediante convenios en los que se regulan de común acuerdo las materias que interesan a
ambos. Sin embargo, la firma de estos Acuerdos se suele reservar a aquellas Confesiones con
mayor relevancia e implantación social o histórica.
Textos constitucionales de países confesionales y laicos
d) Laicidad y laicismo
No hay que confundir la laicidad o no confesionalidad, en el sentido que hemos visto, con el
laicismo. El laicismo es una enfermedad o desnaturalización de la laicidad, que pretende
reducir la religión al ámbito privado de las conciencias, rechazando cualquier manifestación
pública de lo religioso. En cierto sentido se trata de una especie de nuevo confesionalismo,
pero de signo contrario al anterior. En este caso la «religión» oficial es la laicidad, que se
impone como dogma oficial del Estado y de todas las administraciones públicas,
obstaculizando en ocasiones el legítimo ejercicio del derecho de libertad religiosa.
a) Unilaterales:
Estatales: proceden directamente del Estado (Constitución, Leyes, Reales Decretos, etc)
Autonómicas: por el principio de competencia, las Comunidades Autónomas gozan de competencia en determinadas materias, que, a veces, afectan
al factor religioso (por ejemplo, en materia de patrimonio histórico artístico, asistencia sanitaria, enseñanza, etc.)
Comunitarias: procedentes de la Unión Europea
Religiosas: si proceden de un ordenamiento religioso (en España solo tienen una vigencia indirecta, como veremos).
b) Bilaterales:
- Acuerdos o Concordatos con la Santa Sede
- Acuerdos con otras Confesiones religiosas
- Convenios eclesiásticos menores
- Pactos y Convenciones internacionales de los que es parte España
Pero, además, hay otros artículos que vienen a reforzar y enmarcar el ejercicio del derecho
de libertad religiosa, como son:
Art. 9.2: compromiso de los poderes públicos de promover las condiciones para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas, y remover los
obstáculos que impidan o dificulten su plenitud.
Art. 10: Reconocimiento de la dignidad de la persona y sus derechos inviolables como fundamento del orden político y social; interpretación de los
derechos fundamentales de acuerdo con la Declaración Universal de Derechos Humanos y tratados sobre derechos humanos
firmados por España.
En definitiva, la CE, en relación con el factor religioso reconoce la libertad religiosa como
derecho humano fundamental, previo a la propia CE. La no confesionalidad del Estado está
al servicio de la libertad religiosa. La consideración de lo religioso como un factor social
positivo permite que el Estado pueda cooperar con las Confesiones religiosas (también para
facilitar el ejercicio del derecho de libertad religiosa).
Aunque la CE constituye el fundamento último del ordenamiento jurídico, político y social
de España, no se trata de un texto «sagrado» e irreformable, y ha de buscar su legitimidad en
principios jurídicos y morales previos.
e) Normas autonómicas
Las Comunidades autónomas poseen sus propias competencias normativas. Aunque no
pueden legislar sobre el contenido de los derechos fundamentales, ni firmar acuerdos de
carácter legal con las confesiones religiosas, tienen competencias sobre aspectos que inciden,
de alguna forma, en el ejercicio del derecho de libertad religiosa.
Por ejemplo, al ser competentes en materia de urbanismo, patrimonio histórico, enseñanza
o sanidad, pueden regular lo que se refiere a reserva de espacios para lugares de culto; sobre
cooperación con las iglesias locales para conservación del patrimonio artístico; sobre
concesión de conciertos a centros educativos confesionales; etc.
4. Fuentes bilaterales
Se trata de una fuente propia y tradicional del Derecho eclesiástico. Los Concordatos con la
Iglesia católica gozan de una tradición plurisecular. Son Acuerdos de Derecho público
externo, verdaderos acuerdos internacionales.
Los Acuerdos con otras confesiones son más modernos. Son Acuerdos de Derecho público
interno, a los que se da fuerza de obligar mediante su aprobación por el Parlamento. En
Alemania se llaman Kirchenverträge, y en Italia Intese. En España son una manifestación
concreta del principio de cooperación con las Confesiones, recogido en el art. 16.3 de la CE.
Los cuatro Acuerdos de 1979 tratan, en su conjunto, los mismos temas que
contemplaba el Concordato de 1953, sólo que agrupados según su distinta
naturaleza, como indica su propio enunciado.
L
d) Convenios internacionales
Existen convenios internacionales, a los que se ha adherido España, para la defensa de los
derechos humanos, que obligan a España y, por mandato constitucional (art. 10) sirven
también para interpretar los derechos fundamentales reconocidos en nuestra CE. En los
Convenios más genéricos suele existir algún artículo sobre el derecho de libertad religiosa o
sobre alguna de sus manifestaciones. Los principales son:
Los dos primeros supuestos (profesar una religión o cambiar de religión) recogen lo que
pudiéramos llamar el contenido positivo del derecho de libertad religiosa, con todo lo que
ello implica: practicar el culto o ceremonias litúrgicas de la propia religión, vivir conforme a
sus preceptos y observancias morales, propagar la propia religión por medios lícitos, etc.
Los últimos supuestos, en cambio (no profesar ninguna religión o profesar creencias y
convicciones no religiosas), no se refieren estrictamente hablando a la libertad religiosa. En
estos supuestos el contenido del derecho se agota en el hecho de no profesar ninguna religión
o de tener creencias no religiosas. No existe en estos casos, por ejemplo, de una de las
manifestaciones propias y típicas de la religión como es el culto.
Por ello, los derechos en el plano personal y colectivo de quienes no se consideran religiosos
tendrían que tratarse normativamente –en la medida en que sea necesario– fuera del ámbito
del derecho de libertad religiosa, y deberían ubicarse, más bien, en el del derecho de libertad
ideológica, o de la libertad de expresión y de asociación que, en la mayor parte de las
Constituciones poseen un tratamiento y protección específico. Además, quienes no practican
una religión no tienen por qué profesar una convicción o creencia no religiosa de forma activa
o militante, es decir, con una fuerza moral vinculante equiparable a la de las creencias
religiosas: la mayor parte de los no creyentes son sencillamente agnósticos y muchos ateos
no son ateos militantes.
De hecho, frente a la interpretación expuesta de la Declaración de 1981 y, sobre todo, del
mencionado Comentario General, en el desarrollo legislativo ordinario de la mayor parte de
los países, suelen destinarse instrumentos normativos específicos a la libertad religiosa,
mientras las convicciones no religiosas y la libertad de pensamiento o ideológica suelen
tratarse en declaraciones constitucionales más genéricas, y su desarrollo se suele englobar en
el del derecho a la libertad de expresión y asociación.
Según la doctrina más clásica la libertad de pensamiento o ideológica tendría por objeto el
conjunto de ideas, conceptos y juicios que el hombre puede elaborar y defender sobre
cualquier realidad física o humana; por ejemplo, en el terreno filosófico, político, científico,
artístico, etc. Mientras que la libertad de conciencia haría referencia al juicio o imperativo
moral −no necesariamente religioso− sobre las propias acciones, que condiciona la conducta
personal. Es decir se trata, efectivamente de libertades formalmente distintas, por tener un
objeto propio distinto en cada caso.
Hasta hace relativamente poco tiempo, los eclesiasticistas parecían decantarse, en esa línea,
por un concepto de libertad religiosa con un objeto propio, preciso y concretamente religioso;
distinguiéndola por tanto, de la libertad de pensamiento, ideológica, de conciencia, etc. Sin
embargo, últimamente, algunos autores manifiestan una tendencia a ampliar la noción, y por
tanto también el contenido de la libertad religiosa, integrándola, cuando no identificándola,
con la libertad ideológica y de conciencia.
Sin embargo, tal posición, a pesar de dar origen a brillantes construcciones doctrinales, se
presta a un cierto confusionismo y a una desvirtuación de lo que es propiamente el nervio de
la libertad religiosa que, desde esta nueva perspectiva, pasaría a abarcar campos tan diversos
como puede ser el derecho a la información, a la orientación sexual, o cuanto se refiere a los
problemas morales en relación con la biogenética.
ii) Límites al ejercicio del derecho de libertad religiosa (art. 3.1), y aspectos que
quedan fuera del régimen y protección de la Ley
El artículo 3, establece que los límites del derecho de libertad religiosa son la protección de
los derechos y libertades fundamentales de los demás, la seguridad, la salud y la moral
pública, elementos que, como indica la Ley, constituyen el concepto de orden público
protegido por la ley.
Lo más peculiar de este artículo es su número 2, en el que, por vía negativa, se excluyen del
ámbito de protección de la Ley a determinadas entidades, actividades o finalidades
consideradas por la Ley como no religiosas o ajenas a lo religioso, tales como el estudio y
experimentación de fenómenos psíquicos y parapsicológicos, la difusión de valores
espiritualistas o humanísticos, u otros análogos.
i) Jurisdicción ordinaria
Este procedimiento ante los tribunales ordinarios, genéricamente enunciado en la
Constitución, fue desarrollado mediante la Ley 62/1978, de 26 de diciembre, de Protección
Jurisdiccional de los Derechos Fundamentales.
En la actualidad, las distintas leyes procesales, correspondientes a los distintos ámbitos
jurisdiccionales (penal, civil, contencioso-administrativo y laboral), incorporan el
correspondiente proceso, tal como prevé la Constitución, por lo que la Ley de Protección
Jurisdiccional de los Derechos Fundamentales ha dejado de estar vigente.