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Adela Cortina
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1.a edición: 1995
3.a edición: 2002
© Adela Cortina
© PPC, Editorial y Distribuidora, SA
C/ Enrique Jardiel Poncela, 4
28016 Madrid
ISBN: 84-288-1204-7
Depósito legal: M -14986-2002
Preimpresión: Grafilia, SL
Impreso en España / Printed in Spain
INTRODUCCIÓN
14 Según la ética del discurso, para averiguar cuáles son los inte
reses universalizables, es preciso celebrar un diálogo entre todos los
afectados por las normas que están en juego, diálogo que debería cele
brarse en condiciones de simetría.
15 En estas afirmaciones estarían de acuerdo todos los defensores
Y llegados a este punto, voy a permitirme un pequeño
excursus, porque cuando hablamos de felicidad es impor
tante aclarar qué estamos queriendo decir con ese término,
ya que frecuentemente se confunde «felicidad» con «pla
cer» y, sin embargo, no son lo m ism o16.
Todos los hombres tendemos a la felicidad y nadie
puede sentirse avergonzado de hacerlo. Cualquier persona
busca su felicidad, aunque sea tratando de servir a los
marginados de la tierra, porque «felicidad» es un término
para designar aquella situación en que hem os alcanzado
las metas que perseguimos, hem os logrado llegar a los fi
nes que nos proponíamos, intencionadamente o no. Por
eso algunas corrientes filosóficas entienden la felicidad
como «autorrealización», para distinguirla de quienes en
tienden por felicidad obtención de placer, que es el caso de
los hedonistas.
«Placer», por su parte, significa satisfacción sensible
causada por el logro de una meta o por el ejercicio de una
actividad. Quien escucha una hermosa sinfonía o come un
agradable manjar experimenta un placer; quien cuida a un
leproso no siente placer alguno, pero puede muy bien ser
feliz cuando la preocupación por los marginados de carne
y hueso forma parte imprescindible de su proyecto de au
torrealización.
Y regresando al tema que nos ocupaba de los m ínim os
y los m áxim os, desde el momento en que al distinguir en
tre ellos identificamos los mínimos de justicia con lo racional
y los máximos de bienaventuranza con las ofertas religiosas o
8. UN COMBATE DESIGUAL
El relativismo moral
La conclusión más fácil de extraer al constatar que los
contenidos morales cambian según las épocas, las cultu
ras y los grupos, es el llamado relativismo moral, según el
cual para decidir qué es justo o qué es bueno hemos de
situamos dentro de cada gmpo determinado y ser cons
cientes de que los resultados a que lleguemos valen para
él, pero no para los restantes. Como cada gmpo tiene sus
costumbres y tradiciones, las opciones morales que toman
son incomparables con las de otros — son «inconmensu
rables»— , de modo que lo justo y lo injusto, lo bueno y lo
malo son siempre relativos a algún gmpo humano, depen
den de sus formas de vida, y resulta imposible a los dis
tintos gmpos ponerse de acuerdo, alcanzar inter-
subjetividad17.
El relativismo nació en Grecia con los llamados «sofis
tas» (s. V a. C.), al comprobar en los discursos públicos la
diversidad de puntos de vista y el hecho de que cada uno
de ellos pudiera defenderse con argumentos, aparente
mente convincentes, no pudiendo encontrarse un criterio
superior a ellos para dirimir las disputas. Es, por tanto,
una de las interpretaciones posibles del hecho de la diver
El relativismo es inhumano