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COMENTARIO DE EL

MITO DE SÍSIFO,
ALBERT CAMUS.

Javier de la Rosa Sánchez. Grupo 260


Ontología. 03/03/2015
Facultad de filosofía y letras. UAM.
Cualquiera que termine de leer El mito de Sísifo es susceptible de sucumbir ante la belleza de cada
una de sus líneas, bien sea por la sensación tan agridulce que es capaz de suscitar, así como por lo
que consigue traer a la conciencia del lector. No obstante, me gustaría decir que, bajo mi parecer, la
sensación es más dulce que agria, puesto que, paradójicamente, lo que trae Camus a la conciencia
del lector, además del sentido absurdo de la vida, no es otra cosa que las consecuencias de aceptar
este sentido absurdo en sí mismo de un modo absoluto, completo y entero; o lo que es lo mismo, la
manera de afrontar el sentido absurdo de la vida sin renunciar a ninguno de los términos que lo
constituyen como tal, puesto que de lo contrario no se estaría aceptando lo absurdo sino únicamente
alguno de los términos de cuya relación podemos inferirlo. Así, el tema principal del ensayo es el
análisis de la relación de oposición que se establece entre esos términos, que no es otra cosa que lo
que constituye lo absurdo. Realizándose, a la par, una descripción de aquellos sentimientos que
pueden y suelen conllevar a lo absurdo (y que son, al mismo tiempo, fruto de la oposición de la que
venimos hablando). Pero, ¿lo absurdo trae consigo como consecuencia (o solución) el suicidio del
individuo? A ésto me refería con la sensación más dulce que agria, en tanto que la manera en que
Camus nos propone aceptar el sentido absurdo de la vida no lleva consigo en modo alguno el
suicidio, más bien lo rechaza. La vida, por lo tanto, sí merece la pena vivirla.

Los términos de cuya oposición nace este sentimiento absurdo son dos: el hombre y el mundo. Uno
choca con el otro y se produce lo absurdo, surge una contrariedad inconmensurable que al mismo
tiempo sirve de único lazo entre uno y otro, "Pero lo que resulta absurdo es la confrontación de ese
irracional y ese deseo desenfrenado de claridad de cuyo llamamiento resuena en lo más profundo
del hombre. Lo absurdo depende tanto del hombre como del mundo. Es por el momento su único
lazo. Une el uno al otro como sólo el odio puede unir a los seres." (pág.18 Editorial Losada,
versión PDF). Según creo, de la relación recíproca y opuesta de uno y otro es de donde surge lo
absurdo, en donde podemos encontrar la esencia del sentimiento. El hombre se ve inmerso en un
universo irracional, irreductible y difuso, que se torna aún más oscuro ante su deseo de claridad y
familiaridad. Ciertamente, el hombre ansía el alumbramiento, quiere unificar toda la diversidad,
disolverla y reducirla a la unidad. Pide una contestación a sus interrogantes que continuamente
agitan su pensamiento. Por así decirlo, lo absurdo tiene origen en el rechazo que siente el ser
humano ante este deseo de clarividencia y el consiguiente renacer continuo de irracionalidad que
constata en el exterior. Las ansias de familiaridad chocan con la irreductibilidad del mundo que se
desea aclarar, surge una contradicción constante que se traduce en una nostalgia de unidad que
nunca es satisfecha enteramente, en tanto que las fuerzas irracionales vuelven a sucumbir y a
sorprendernos, vuelven a contrariarse con nuestro apetito de clarividencia, haciendo que seamos
conscientes una vez más del sentido absurdo de la vida y de la existencia, a saber, de lo absurdo de
la supuesta realidad.

Lo absurdo, fruto de esta contrariedad, se hace continuamente latente en nuestra vida con la mera
acción de limitarnos a observar cualquier cosa. Efectivamente, si nos posamos frente a una piedra,
una silla, un paisaje o incluso nosotros mismos frente al espejo, experimentamos una especie de
alienación, de extrañeza con los elementos que vemos ante nosotros. El mundo y nuestra propia
imagen nos son extraños hasta el punto de inquietarnos, angustiarnos por la inhumanidad que
encontramos en cada una de las cosas que constituyen el mundo y nuestra vida. Las palabras, los
nombres, los gestos, el amor, nuestros padres, mis manos... Todo es extraño en la medida en que es
irreductible, nos es imposible hacerlo familiar de un modo absoluto. Lo tomamos como familiar,
construimos un disfraz con el que mirarlo, pero verdaderamente las cosas siguen siendo cosas, la
vida sigue siendo extraña, el mundo y la grandeza del cosmos no nos produce sino extrañeza e
inquietud asoladora. ¿Qué es el planeta Tierra en medio de este inconmensurable universo? ¿Qué
soy yo, frente a ésta pantalla, tecleando cada una de las letras y palabras que conforman el texto,
creyendo que escribo algo con sentido? El mundo se torna extraño en cuanto lo tomamos como es
en sí mismo sin ningún tipo de máscara, se desvela irreductible e irracional, ajeno a nosotros. Esto
es lo que conforma el sentimiento absurdo en el corazón de los hombres. "El mundo se nos escapa
porque vuelve a ser él mismo. Esas apariencias enmascaradas por la costumbre vuelven a ser lo
que son. Se alejan de nosotros. Así como hay días en que bajo su rostro familiar se ve como a una
extraña a la mujer amada desde hace meses o años, así también quizá lleguemos a desear hasta lo
que nos deja de pronto tan solos. Pero todavía no ha llegado ese momento. Una sola cosa: este
espesor y esta extrañeza del mundo es lo absurdo." (pág. 14)

Todo este sentimiento que nos plantea Camus, además de ser asombrosamente cierto, conlleva una
especie de manera de vivir. Lo que llamaríamos una especie de valores o de moral según la cual
afrontar este sentido absurdo de la vida que provocan todos los sentimientos y contradicciones que
acabo de explicar. En el ensayo se plantea el interrogante de si, efectivamente, el sentimiento
absurdo es razón válida y suficiente para inferir que la existencia del individuo no tiene valor, a
saber, si el suicidio es la solución ante esta falta de sentido de la vida que conforma lo absurdo.
Puesto que la ruptura y oposición que se producen entre el deseo de claridad del individuo y el
universo irracional son continuas, sería lógico pensar que el suicidio es una escapatoria o salida
bastante coherente para solucionar la angustia e inquietud constantes que producen nuestro paso por
la existencia y la vida. Quiero decir, que, aparentemente, es válido pensar que si esta vida no tiene
sentido no merece la pena vivirla, siendo el suicido una alternativa bastante razonable y liberadora.
Pero según Camus, el hombre absurdo tendría que asumir este sentido absurdo de la vida en toda su
esencia, hacerlo presente a la conciencia continuamente de la forma más viva y pura, a saber,
asumiendo en todas sus consecuencias la oposición que surge entre el pensamiento del hombre y la
inhumanidad del mundo. Y es que el suicidio, no sería otra cosa que la eliminación de uno de los
términos de la relación que constituye lo absurdo, esto es, la supresión de la propia vida del hombre,
del deseo de familiaridad y clarividencia, la eliminación de esa nostalgia continua de unidad ante la
diversidad de la realidad. Se estaría, al fin y al cabo, evadiendo el sentido absurdo de la vida,
huyendo del mismo causando la propia muerte. Eliminándose el individuo a sí mismo, huye de la
contrariedad constante que supone el vivir, de la absurdez que constituye la existencia del hombre.
Se estaría dando un salto de manera semejante a como hace Kierkegaard o cualquier religión al
crear y poner esperanzas en una esencia eterna y divina fuera de este mundo, en un trasmundo que
sigue a la existencia de este, esto es, que viene tras la muerte. Es decir, puesto que el deseo de saber
no queda satisfecho, o lo que es lo mismo, el ansía por esclarecer jamás es satisfecha ante la
irreductibilidad del mundo exterior, suprimen lo absurdo eliminando uno de sus términos. Ante el
fracaso y la frustración fruto de la contradicción que conforma lo absurdo, con el suicido se realiza
una huida como forma de solución, se eliminan uno de los términos que forman la contrariedad y el
sentimiento absurdo, se elimina al propio individuo y, con él, las ansias nunca satisfechas de
claridad y unidad. Bien sea porque sublima una esencia o realidad divina que transciende a este
mundo, o bien porque únicamente (y trágicamente) quiera poner fin a esta angustia constante de
saber nunca satisfecha. Dicho de un modo más claro, el suicido es, en todas sus formas, una
negación absoluta de lo absurdo, una frustración que cree solucionarse con la renuncia de la propia
existencia, donde la evasión es entendida como una huida cobarde o como una muerte
esperanzadora por la venida de un trasmundo mejor. "No mantiene el equilibrio entre lo irracional
del mundo y la nostalgia rebelde de lo absurdo. No respeta la relación que constituye, propiamente
hablando, el sentimiento de la absurdidad. Seguro de no poder eludir lo irracional, quiere, por lo
menos, salvarse de esta nostalgia desesperada que le parece estéril y sin alcance." (pág. 26)

Por consiguiente, el suicidio no sería un acto de rebelión sino de resignamiento y desconocimiento.


La rebelión, por el contrario, sería un rasgo fundamental del hombre que es capaz de aceptar el
sentido absurdo de la vida. Camus establece un modelo de hombre a seguir de manera semejante a
como Nietzsche formula su superhombre, aunque diferente en contenido. Según esto, podemos
decir, ciertamente, que en el ensayo queda establecida una especie de moral y de valores a seguir,
que encarna el hombre que acepta el sentimiento absurdo. ¿En qué consiste, pues, aceptar lo
absurdo? Pues no consiste en otra cosa que hacer continuamente presente a la conciencia el
sentimiento absurdo, contemplarlo y ser consciente de él. La oposición entre el deseo de claridad,
familiaridad y unidad del hombre frente la irreductibilidad y diversidad del universo, se reafirma y
se hace presente una y otra vez, no se intenta resolver, en tanto que no se busca un sosiego para la
contradicción y angustia generadas, corroborándose, continuamente, que la oscuridad del exterior es
inalumbrable. Si nos detenemos a observar el hecho seguro, verdadero y necesario de la muerte, la
falta de sentido se hace aún más latente y lo absurdo cobra, paradójicamente, aún más sentido. El
hombre absurdo debe, por tanto, desechar todo porvenir, finalidad, querer ser, etcétera, que lo único
que hacen es encerrar su vida entre unas barreras totalmente ficticias que intentan, ilusoriamente,
dar un sentido a algo que de por sí no lo tiene. La vida es aún más absurda en tanto que es finita,
limitada e irremplazable. La muerte se impone de la manera incomprensible, forma parte de la vida
y, por tanto, también de su sentido absurdo. Por consiguiente, cada experiencia vivida tiene un valor
desmedido y abrumador, nuestro destino es totalmente limitado y perecedero. De tal manera que el
hombre absurdo acepta su límite y lucha frustradamente contra una realidad que lo supera. La
reconciliación del hombre con el universo es imposible, el combate nunca ganado y su destino
limitado es su única verdad, la cual reafirma sin descanso. "La locura y la muerte son sus elementos
irremediables. El hombre no elige. Lo absurdo y el aumento de vida que implica no dependen, por
lo tanto, de la voluntad del hombre, sino de su contrario, que es la muerte. Si se pesan bien las
palabras, se trata únicamente de una cuestión de suerte. Hay que saber consentir en ella. Veinte
años de vida y de experiencias no se reemplazarán ya nunca." (pág. 37). Quien acepte la falta de
sentido de la vida, a saber, lo absurdo de la misma, es consciente del valor irremplazable e
inconmensurable de la experiencias en los años de vida, en tanto que la cantidad de las mismas
dependen de la suerte, o lo que es lo mismo, de cuándo llegue la muerte. La vida merece la pena
vivirla, la belleza de esta rebelión y guerra sin victoria tiene un valor infinito. Las experiencias y los
hechos tiene su valor en sí mismos, por ser, ciertamente, hechos y experiencias de esta vida limitada
que algún día llegará a su fin. El hombre absurdo vive el mayor número de experiencias posibles,
siente su valor irremplazable, agota el campo de lo posible y hace presente en su conciencia el
maravilloso espectáculo que supone el eterno combate entre nuestras ansias de conocer y la
incertidumbre en la que irremediablemente nos hayamos. Como ilustran los ejemplos de Don Juan,
los comediantes, conquistadores o creadores.

A pesar de que la ciencia intenta (y cree) explicar con sus teorías e hipótesis el mundo,
verdaderamente lo que hace no es sino describirlo según diferentes imágenes construidas. No asume
el sentido absurdo, sino que creen ilusoriamente dar una explicación a la irreductibilidad del
universo con sus leyes y formulaciones, cuando en realidad lo único que hace es describir mucho
más minuciosamente (y matemáticamente) esta realidad. Por así decirlo, cree explicar el universo y
la realidad describiéndolo con distintas imágenes y modelos, creyendo que se explica realmente,
cuando en realidad lo único que se hace es explicar la imagen que previamente se ha construido
para interpretarlo. Al igual que hacen otros muchos sistemas filosóficos. Y es que explican el
mundo por un imagen construida, pero no por verdad, en tanto que ésta se nos escapa, la única
certeza a la que podemos aspirar es al sentir del propio corazón, la existencia de impresiones
externas e internas, y la constante oposición y discontinuidad de nuestra naturaleza con el universo
incertero que intentamos alumbrar. Por el contrario, la obra de arte absurda hace presente a la
conciencia de los espectadores el sentido absurdo de la vida, lo reafirma y hace más latente.
Muestra la diversidad e irracionalidad del mundo exterior, el choque de nuestro deseo de
clarividencia en el mismo, la rebeldía por esta oposición constante sin solución. Sucumbe a la
imagen y no al razonamiento, en tanto que éste no es posible. Muestra la multiplicidad constante e
irremediable, nos hace sentir y ser conscientes del combate absurdo en el que el ser humano está
inmerso. Expone un pensamiento enmarcado en la experiencia del universo exterior, sucumbe al
devenir y al valor irremplazable de las experiencias. Son un instrumento del hombre absurdo para
mostrar cómo siente él lo absurdo, para desvelar, al fin y al cabo, la falta de sentido de la vida.

Parece que el arte es lo único que nos salva ante esta angustia y rebeldía constantes que suponen la
existencia, a saber, la eterna oposición entre la nostalgia de unidad del hombre y la diversidad del
mundo exterior. Si aceptamos el sentido absurdo de la vida, tendremos que ser capaces de amar
todas y cada una de las experiencias de una forma bastante nietzscheana, por el valor en sí de las
mismas. Cantidad, por tanto es igual a calidad, puesto que seremos más dichosos cuantas más
vivamos. Agotemos el campo de lo posible pues, sintamos esta vida como única y fundámonos en
cada una de las experiencias vividas, donde el límite entre dolor y el placer desaparezca, queden
fusionados como vivacidad, como parte de lo que es y no de la nada. Puesto que la nada vendrá,
acontecerá de forma necesaria e irremediable. Y nuestra vida es una, redundantemente nuestra, sólo
nuestra.

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