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Apuntes TERAPIA INDIVIDUAL SISTÉMICA1

Lorena Bertino
Psicóloga y Terapeuta familiar
Colaboradora Docente de la EVNTF

INTRODUCCIÓN

DE LO FAMILIAR A LO INDIVIDUAL

INDICACIONES DE LA TIS

 Modalidad de la demanda.
 Fase del ciclo vital.
 Derivación.

CONTRAINDICACIONES DE LA TIS

PRINCIPIOS TEÓRICOS DE LA TIS

 El individuo recapitula en sí las reglas del sistema.


 El individuo tiende a reproducir con el terapeuta la misma
relación que con su sistema de referencia, proponiendo un
cambio.
 Terapeuta y familia entran, a través del individuo, en retroacción.

CARACTERÍSTICAS DE LA TIS

BIBLIOGRAFÍA

1 Documento trabajado con base al apunte de Gustavo Faus, profesor de la ETF de Sant Pau.
Apuntes Terapia Individual Sistémica (TIS) Lorena Bertino

Introducción

La terapia individual ha sido utilizada desde hace tiempo por los terapeutas
sistémicos, aunque ha sido considerada, hasta hace poco, como algo contrario
a la “ortodoxia” sistémica.

En los últimos años, ha emergido una nueva tendencia a hablar del enfoque
individual que está acabando con tabús que han limitado y condicionado a los
terapeutas sistémicos. De hecho, es totalmente coherente con la epistemología
sistémica ver a un individuo a solas cuando podemos, razonablemente,
suponer que ese sujeto y la modalidad con que se nos hace la demanda,
constituyen la máxima y más significativa expresión del sistema de pertenencia.
Ahora bien, la elección individual, naturalmente, no debe ser indiscriminada,
sino fundada en el presupuesto de que se reconozcan las conexiones
reciprocas entre individuo y sistema.

El presente documento es una aproximación inicial al abordaje individual


sistémico, que ofrece un pequeño pantallazo histórico, indicaciones y
contraindicaciones de la TIS así como algunas características generales. Es
importante tener en cuenta que el trabajo individual sistémico presenta
diferentes orientaciones que guían el diagnóstico y la intervención al igual la
terapia familiar.

De lo familiar a lo individual

Dentro de las diferentes escuelas sistémicas, el comunicacionalismo fue uno de


los primeros enfoques en validar la intervención individual. Según Weakland:

“…Asumiendo rigurosamente el concepto de interacción, cuestiones


como el tipo particular de problemas o el número de personas vistas a la
vez se convierten en menos decisivas para los objetivos que persigue el
tratamiento”.

El autor plantea que la concepción interaccional del conflicto no implica,


necesariamente, que toda la familia deba acudir a la terapia. Lo que sí se
intenta es trabajar con el miembro más motivado al cambio.

Este enfoque plantea atender al lenguaje y actitud del paciente para utilizar los
valores y puntos de vista que éste lleva a la terapia con el fin de realizar un
cambio en su modo de afrontar el problema e interrumpir el círculo vicioso
constituido por la interacción entre “problema” y “solución”. Para llevar a cabo
este proceso, Weakland diferencia 4 fases:

1. Comprender la naturaleza del punto de vista y de la actitud del cliente.


2. Reconocer y aceptar que son legítimos, a menudo de forma explícita.
3. Reestructurar esta perspectiva, por lo general poniendo de manifiesto la
presencia en la situación de factores particulares que anteriormente no
se habían tenido en cuenta, de forma que pueda adquirir una nueva
dirección o implicación.

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4. Utilizar la nueva dirección para proponer y promover nuevas y diferentes


acciones del cliente al afrontar el problema.

A modo de ejemplo:
Un padre atribuye el que su hijo no realice correctamente las tareas de la
escuela a un problema de falta de confianza. Por un lado le anima
verbalmente (“tú puedes hacerlo”) y por otro siempre está preparado para
ayudarle cuando manifiesta alguna dificultad, aunque después el hijo no
saque provecho de esta ayuda. De entrada, habrá que aceptar el
planteamiento de la situación que hace el padre, para mostrarle
posteriormente que involuntariamente está incrementando la falta de
confianza de su hijo porque pone excesivamente de manifiesto su
competencia, tanto por las palabras como por las acciones, lo cual intimida
a su hijo. Para ayudarle mejor, debería reconocer que el trabajo es bastante
difícil y seguir ayudando a su hijo aunque cometiendo algunos errores que
permitan que éste pueda corregirle. El objetivo de la reestructuración en
este caso es que el padre deje de ayudar demasiado a su hijo y cargarlo
con una responsabilidad excesiva.

De lo anterior se aprecia que, pese a hacer intervenciones individuales, el


interés se centra en el comportamiento problemático y la solución intentada en
un contexto interaccional.

Bowen propone, en cambio, trabajar sobre un miembro de la familia en cuanto


que es parte de un triángulo familiar. Su planteamiento es que:

“Si uno de los componentes de un triángulo está en situación de


cambiar, el triángulo con mucha probabilidad se modificará; del mismo
modo, si un triángulo está en grado de cambiar, puede cambiar toda la
familia extensa. El cambio de toda una familia puede conseguirse
haciendo hincapié sobre un único miembro del sistema, con la condición
de que esté suficientemente motivado y tenga una energía vital
suficiente para trabajar en la dirección de conseguir su objetivo, a pesar
de todos los obstáculos”.

A partir del convencimiento de que toda una familia puede ser cambiada a
través de los esfuerzos de un solo miembro, se sigue un método que Bowen ha
definido como “psicoterapia familiar con un solo miembro de la familia” que
consiste en enseñar a la persona motivada las características de los triángulos
y los sistemas emotivos, entrenándola a observar sus propias relaciones
familiares. El objetivo principal de su enfoque es la diferenciación del Yo que
podrá, después influir sobre los otros miembros del sistema. Este autor
representa, probablemente, el primer intento autorizado de utilizar una terapia
individual teniendo en cuenta las interacciones recíprocas entre el individuo y
su propia familia.

A partir de los ’80 el grupo de Milán también comenzó a interesarse, mientras


trabajaba con familias y parejas, de manera sistemática en la terapia individual.
Así, por ejemplo, Mara Selvini y su grupo propusieron una TI de la anorexia
fundada en los conceptos de “juego familiar”, “regla” y “estrategia”.

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Nichols explica a finales de esa misma década:

“A lo largo de los años me he dado cuenta que ignorar la experiencia


subjetiva y las motivaciones privadas de los miembros individuales de la
familia podía ser tan limitador como ignorar el efecto de las pautas
interaccionales de la familia. Descubrí que los síntomas de una persona
pueden reflejar tanto el trastorno de la persona como el trastorno de la
relación”.

En su opinión existen básicamente dos ventajas en prestar más atención a los


individuos en las familias que tratamos. Ambas son pragmáticas.

1. Todos sabemos que algunas pautas familiares son tremendamente


resistentes al cambio. Lo que olvidamos, en ocasiones, es quién cambia.
Los sistemas no cambian, las parejas no cambian: la gente cambia. A veces
(no siempre) cuando una transacción familiar disfuncional no responde a
nuestras intervenciones interaccionales puede ser útil focalizar en el
individuo y en el por qué esa persona, en especial, se encuentra atascada.

Como ejemplo, sirva el clásico de la madre super-implicada y el padre-


periférico. La madre y esposa se resiente de la distancia de su marido, pero
ha aprendido a vivir con ella. Su relación con los hijos puede que sea la
única relación emocional significativa que le queda. El esposo siente una
aversión que no puede describir cuando se enfrenta con la posibilidad de
acercarse más a su mujer. Lo que él ansía más, es la privacidad. Ella quiere
más; él quiere que le dejen solo. Los lectores reconocerán la pauta de
persecución-retirada. ¿Pero es eso realmente todo lo que está ocurriendo
aquí? Y si así fuese, ¿cómo empezó? porque si la pauta se mantiene por la
incapacidad del esposo para soportar la intimidad y la necesidad no
atendida de la esposa de dependencia, puede resultar difícil el cambio sin
explorar los mundos internos de los individuos implicados.

2. La segunda razón para prestar más atención a la psicología individual es


que a veces es necesario tratar los residuos del conflicto, incluso después
de que éste haya sido resuelto.

Por ejemplo: Un adolescente encerrado en una batalla con su madre puede


ser liberado de la lucha en el mismo momento en que encauzamos la
energía de su madre hacia su matrimonio. Y sin embargo, puede que el
chico tenga su autoestima seriamente dañada... Aunque la familia y su crisis
hayan pasado, debemos darnos cuenta que puede que nuestro trabajo no
esté concluido.

Necesitamos esta visión dual para ver los procesos familiares como
configurados por las propiedades emergentes del mismo sistema y también
como originados por las necesidades y las acciones individuales de los
miembros de la familia. Ambas visiones pueden ser “verdaderas”, pero cada
una de ellas existe a un nivel diferente de abstracción.

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Con el libro de Boscolo y Bertrando (1996) se alcanza la definición propia de la


“terapia individual sistémica”. Años más tarde Viaro y Peruzzi (2004) definen la
psicoterapia individual sistémica como:

“…Aquel enfoque que desciende de un modelo sobre el funcionamiento


familiar, como guía para el tratamiento y, si bien el estimulo para el
cambio proviene de la terapia individual, su elaboración involucra al
sistema entero de relaciones significativas del paciente”.

El objetivo de estas estrategias terapéuticas consiste en ayudar al paciente a


modificar formas de relacionarse, de modo que logre una disminución de su
malestar y una mejora en su síntoma/problema. Estos autores sostienen que el
terapeuta debe posicionarse como supervisor y entrenador del paciente,
monitoreando el efecto de los episodios significativos dentro del sistema
familiar, ayudando al cliente a incrementar y desarrollar sus competencias
relacionales.

También en Italia, Matteo Selvini, en la última década, señala como la terapia


sistémica cometió un importante error: la polarización hacia un pensamiento
hiperrelacional que perdió de vista la dimensión individual sobre cómo un
individuo construye la relación consigo mismo, cómo elabora su sufrimiento,
cómo inventa sus estrategias de supervivencia, etc.

Este autor señala que es tan dañina la rigidez de un abordaje totalmente


individual del problema como de uno totalmente relacional y subraya, como
imprescindible, la valoración de los estadios que define como pre-psicológicos
(negación del problema, omnipotencia o victimismo) previo a cualquier
intervención familiar.

Asimismo especifica claras situaciones donde la aceptación de un estado o


sufrimiento individual debe ser previa a cualquier intervención relacional (por
ejemplo situaciones de violencia o dependencias) y desarrolla once estilos de
personalidad a tener en cuenta a la hora de intervenir con individuos.

Por último citar que Canevaro publica un libro y algunos artículos donde
defiende la inclusión en la terapia de las personas significativas en la vida del
paciente (pareja, FO, etc.) y su utilidad, especialmente en temáticas de
individuación.

Indicaciones de la TIS

Los criterios que nos permiten evaluar la oportunidad de una Terapia Individual
Sistémica son:

- las modalidades en la realización de la demanda,


- fase del ciclo vital en que se encuentra el individuo que pide la terapia,
- el derivante.

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Las modalidades de la demanda.

Una selección de los casos fundada en una valoración cuidadosa de la


demanda tiene un efecto determinante para la evolución sucesiva de la terapia.
Las modalidades a partir de las cuales estaría indicada la TIS son las
siguientes:

a. La demanda debe ser formulada directamente por el interesado. Una


petición de terapia individual hecha por otros miembros de la familia o del
sistema denota, salvo raras excepciones, una dependencia del individuo
frente al sistema demasiado profunda para ser resuelta fuera del contexto
de pertenencia.

b. El individuo debe pedir o aceptar un cambio que se refiera


prevalentemente a sí mismo y a su forma de establecer relaciones con los
otros. Frecuentemente un adulto empeñado en una “batalla” dentro de la
relación de pareja puede pedir una terapia dirigida (quizá implícita y
ambiguamente) a modificar a favor suyo la actitud del partner frente a él.
En estos casos, si el partner no está disponible para una terapia de
pareja, se puede trabajar con el individuo solamente si se ha establecido
previamente un contrato terapéutico preciso.

c. El demandante debe estar dispuesto a aceptar un cambio de sí mismo y


de su estilo de relación que quizá pueda tener, indirectamente, un efecto
en el comportamiento de los otros hacia él, incluyendo consecuencias
opuestas a las deseadas. La aceptación de este “contrato de riesgo”
constituye la garantía necesaria de la motivación eficaz del individuo para
involucrarse personalmente en un cambio terapéutico.

d. Cuando la petición específica de terapia individual, acompañada de un


rechazo decidido a la participación de los otros, está motivada por haber
tenido precedentemente experiencias fracasadas de terapia familiar o de
pareja.

e. Cuando la petición viene formulada en términos de ayuda para conseguir


la desvinculación, como puede suceder por parte de un joven que aunque
tenga la intención de alejarse de su familia de origen, percibe sus propias
dificultades para hacerlo. Este tipo de demanda, sin embargo, puede
constituir una buena indicación para una terapia individual sistémica
solamente cuando coincida con una situación del ciclo vital prevista entre
las que indicamos a continuación.

Fase del ciclo vital del demandante

La terapia individual según la orientación sistémica tiene sentido cuando el


demandante haya superado la fase de desvinculación de la familia de origen o,
por lo menos, se ha producido un paso incompleto a las etapas sucesivas a la
desvinculación. Por “paso incompleto” entendemos el pase a una fase sucesiva
del ciclo vital de un individuo, sin haber alcanzado todavía completamente
todos los requisitos necesarios para la superación de la precedente.

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Para que el demandante pueda ser considerado al menos en una fase de


desvinculación incompleta y pueda ser, por tanto, objeto de una indicación de
TIS, es necesario verificar la presencia de una condición de vida emocional y/o
práctica suficientemente independiente, confirmada por la presencia de, al
menos, uno de estos tres índices comportamentales:

a) existencia de una o más relaciones externas estables y duraderas


(novio/a, amigos, compañeros de estudio, etc.);

b) capacidad de autonomía económica y física (capacidad de cuidar de la


propia persona y de trabajar con retribución suficiente para mantenerse);

c) capacidad de una vida externa al núcleo familiar (regularidad en los


estudios en curso, capacidad de autogestión, como por ejemplo, un
estudiante que vive en una ciudad universitaria alejada de su casa, etc.).

El derivante

Cuando el que sugiere la terapia individual es un derivante “meta”, es decir,


que tiene una posición jerárquica superior que hace pesar respecto al
terapeuta, tratando de imponer las reglas del tratamiento, el rechazo de la
indicación lleva consigo a menudo el fracaso de la terapia. En este caso es
preferible aceptar la propuesta de terapia individual, siempre que se presenten
los requisitos descritos anteriormente. Si por el contrario, éstos están ausentes
y el terapeuta no consigue convencer al derivante de la necesidad de la terapia
con toda la familia, es oportuno rechazar la intervención.

CONTRAINDICACIONES

Consideramos que la TIS está contraindicada y es oportuno, en cambio,


proceder a una convocatoria ampliada a los otros miembros de la familia o del
sistema, o eventualmente rechazar la intervención si ésta no se acepta, en los
casos siguientes:

Si la petición:

a. Es hecha por otro familiar, aun cuando el paciente designado la


comparte.
b. Se refiere principalmente a un cambio de la pareja o de la familia o,
más en general, al comportamiento de otras personas.
c. Es echa por un adolescente.

Si, respecto al ciclo vital, existe un bloqueo en el paso a la fase de


desvinculación y, por lo tanto, no está presente ni siquiera uno de los índices
comportamentales descritos, respecto a las condiciones de vida autónoma del
joven adulto.

Si el derivante que pide la terapia individual es del tipo “invischiato” (=


seductoramente engañoso), es decir, excesivamente involucrado con el

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demandante hasta el punto de portarse como otro miembro de la familia. En un


caso así, es oportuno no solamente convocar a toda la familia sino también al
mismo derivante.

LOS PRINCIPIOS TEÓRICOS DE LA T.I.S.

El trabajo terapéutico con un individuo, según la perspectiva sistémica, está


fundado sobre algunos principios que, por un lado, ofrecen una justificación
teórica de este encuadre y, por otra, sostienen la praxis terapéutica de la TIS.

1º) El individuo recapitula en sí las reglas del sistema al que pertenece.

Existen, como es evidente, notables diferencias entre sistema e individuo. Sin


embargo, los isomorfismos entre un individuo y el sistema al que pertenece son
siempre más numerosos respecto a aquellos que el mismo individuo puede
tener con otros sistemas y, la presencia de un síntoma hace que éstos sean
aún más marcados: el síntoma se convierte en el punto de encuentro de las
tensiones internas del sistema y constituye un área de secuencias repetitivas
en las que participan todos los miembros.

Laura tiene 26 años y solicita una terapia individual por un problema de


anorgasmia, lamentándose al mismo tiempo de problemas de inseguridad y
de falta de autoestima. Sus padres, personas especialmente rígidas y
severas, son muy ancianos. Los otros hijos están casados desde hace
tiempo y viven por su cuenta.

La madre es una maestra que ya está jubilada y que ha dedicado su vida a


su trabajo, entregándose a la enseñanza de los niños que se le confiaban y
al cuidado con afecto materno. Desde que se ha jubilado, ha empezado a
sentirse fuertemente deprimida.

El padre es un médico de los de antes, siempre dispuesto a acudir a la


cabecera de sus pacientes, incluso gratis y que, a pesar de su edad
avanzada no ha conseguido todavía apartarse del trabajo, sin que la
retribución económica represente ya un incentivo válido. Según dice la
hija, esta implicación suya tan grande con el trabajo lo ha llevado a
descuidar a la familia y también la relación conyugal: una relación que es
descrita como que funciona mal, es fría e impersonal desde siempre, entre
otras cosas porque ambos, padre y madre, se han dedicado
completamente a sus “misiones”, olvidándose de sí mismos y de sus
familiares. Laura ha elegido, como los padres, un tipo de actividad que
realiza de forma sumamente sacrificada: asistente social.

Ha sido siempre una chica tímida e insegura y el síntoma de anorgasmia


surge cuando, después de muchos años de tormentosas incertidumbres,
ha decidido tener relaciones sexuales con su novio. Laura corresponde a
la profunda dedicación que él la demuestra solamente con un poco de
amistad y con un afecto templado; pero finalmente decide hacer algo por él
muy importante: entregarse sexualmente, para pagarle de alguna manera
por un afecto y una atención que no considera merecer.

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De repente las relaciones sexuales se muestran muy insatisfactorias para


Laura. Se puede ver aquí la conexión entre estima de sí mismo y ayuda a
los otros, que se concretiza en una regla marcada del sistema familiar: “se
vale solamente si se hace algo por los demás”.

De hecho, la madre cuando se jubila, se deprime. El padre no consigue


apartarse de su trabajo y la hija, además de escoger una profesión
perfectamente en consonancia con las indicaciones implícitas de los
padres, trata de revalorizarse a sí misma frente a sus propios ojos en un
área estrictamente personal como la sexual, ofreciéndose a un chico que la
quiere pero a quien ella no corresponde.

Contemporáneamente en la familia parece estar presente otra convicción


compartida que se puede deducir de la atmósfera sacrificada siempre
presente en casa, de la rigidez afectiva y de la imposibilidad de vivir con
desenvoltura y alegría: “para ayudar a los otros, es preciso quitarse algo a
uno mismo”, o bien, “los verdaderos sacrificios son aquellos que se hacen
sin placer ni gratificación personal”.

Por esta razón Laura decide tener relaciones sexuales con (y sobre todo
“para”) su novio, pero al mismo tiempo, para respetar la otra regla debe
quitarse alguna cosa a sí misma: puede tener entonces relaciones sexuales
solamente si no siente placer. Pero al no sentir placer, no consigue actuar
una relación completa y satisfactoria ni siquiera para el otro, y por lo tanto
demuestra que no es realmente capaz de hacer algo por el otro y, por lo
tanto según el estereotipo familiar, que no vale nada. Laura se encuentra
de esta forma en el punto de partida.

Y es precisamente el comportamiento de Laura el que, sobre todo a través


del síntoma, pone en evidencia el isomorfismo entre las reglas familiares y
las reglas del individuo y todas dificultades, de la chica y de toda la familia,
para pasar de manera completa a la fase del ciclo vital de la desvinculación
y del “nido vacío”.

2º) El individuo tiende a reproducir con el terapeuta la misma relación que tiene
con su sistema de pertenencia, proponiendo contemporáneamente un cambio
en la misma relación.

En su revisión del concepto del “Doble Vínculo” Bateson subraya la importancia


de los “síndromes transcontextuales”, en los cuales el individuo desarrolla la
tendencia a “superponer” los contextos en los que se encuentra. Esta
tendencia, como han subrayado Sluzki y Ransom “conducirá al individuo a
construir repetidamente modelos semejantes, capaces de autovalidarse”.

En la patología asistimos a la repetición ineludible de la confusión


transcontextual que hace perder al individuo la capacidad de captar la
relatividad y la complejidad y tender a sobreponer los contextos reproponiendo
continuamente en cada uno de estos, las mismas relaciones fundadas sobre
convicciones absolutas y totalizantes.

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Naturalmente la superposición de contextos se extiende también al terapéutico


y conducirá inevitablemente al individuo a reproponer, en la relación con el
terapeuta, los mismos modelos adquiridos en su sistema de pertenencia. Esta
reproposición se convierte para el terapeuta en un instrumento de importancia
fundamental.

Enrique es un chico de 27 años que vive con sus padres y una hermana
menor, tiene novia y está a punto de casarse. Desde hace algunos
meses, poco después de haber decidido la fecha de la boda, presenta
una sintomatología ansioso-depresiva acompañada de un cortejo de
somatizaciones, sensaciones de desmayo y miedo de perder el control.

Es muy crítico frente a los padres que, según él, tienen una relación
pésima y a los cuales en la práctica les ha sustituido: adopta un rol
parental frente a la hermana menor, adopta casi todas las decisiones
importantes en la casa y asume todas las responsabilidades. El padre ha
tenido problemas de alcoholismo, la madre no ha tenido nunca interés por
la familia y parece incapaz de establecer una buena relación con los hijos.

La problemática que aparece dentro de la familia está relacionada con la


función parental desempeñada por Enrique, que lo coloca en una posición
de control y de responsabilidad a la cual es difícil sustraerse y que le
impide al mismo tiempo experimentar la posibilidad de confiarse, haciendo
así muy difícil la desvinculación de un sistema al cual no siente pertenecer
como hijo, sino que siente en cambio que depende de su dirección.

También la chica con la que se ha prometido es descrita como insegura e


incapaz de hacerse cargo de la organización del matrimonio, por lo cual
también, con ella, Enrique asume la posición de control y actitud paternal.

En la primera conversación con el terapeuta tiende a reproducir una


problemática análoga: expresa su gran dificultad para ser ayudado y sus
dudas sobre la oportunidad de emprender la terapia. A través de sus
“resistencias” a emprender una terapia, Enrique señala su dificultad para
sustraerse de una posición de control y de único responsable de lo que
sucede en la relación, y señala su incapacidad para ser ayudado y fiarse.
Sin embargo, el síntoma, que lo pone de hecho en la condición de ser
ayudado y en la necesidad de pedir ayuda, constituye un intento de
cambiar aquella regla de relación cuya rigidez podría crear graves
problemas en el ámbito de una futura relación matrimonial.

La relación terapéutica, dentro de la cual se encontrará en la posición de


una persona que pide ayuda, se convierte en una importante oportunidad
de experimentar (al intentar cambiarlos) sus modelos de relación
habituales en un contexto que no puede ser superpuesto al de
pertenencia.

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3º) El terapeuta y la familia entran, a través del individuo, en una relación entre
ellos y retroactúan recíprocamente en el transcurso de todo el proceso
terapéutico.

El individuo es, por definición, “polisistémico”, es decir, tiene la capacidad de


pertenecer contemporáneamante a varios sistemas. Sus comportamientos
tienen efecto sobre sistemas de los que forma parte y, a su vez, padece su
influencia.

En la TIS este aspecto tiene una importancia especial porque cada acto del
individuo debe ser considerado contemporáneamente en relación al sistema de
pertenencia y al terapéutico. El individuo se convierte en un continuo flujo de
información entre los dos sistemas.

Es posible, por lo tanto, intervenir a través del individuo en el sistema de


relaciones de la familia. De hecho, no solo el individuo recapitula en sí las
reglas del sistema al que pertenece y tiende a repetir con el terapeuta la misma
relación que tiene con la familia, sino que también la familia extensa entra, a
través de él, en una relación con el terapeuta.

Trabajando en el proceso terapéutico sobre las relaciones significativas del


individuo con el mundo circunstante, consigo mismo, con sus fantasías y sobre
todo con las relaciones que establece con el terapeuta, es posible cambiar
también su modo de intervenir en el sistema de relaciones familiares.

Ana es una chica de 24 años, estudiante universitaria, que en el momento


en que está preparando la tesis doctoral interrumpe sus estudios, rompe
su noviazgo, se deprime y no quiere tener ya mas ningún tipo de
relaciones con el exterior.

Algunos años antes la familia de Ana se había dirigido al mismo Servicio


al que va ahora Ana, por un episodio depresivo del padre, y se había
iniciado una terapia familiar, que fue interrumpida precozmente poco
después.

El intento de convocar de nuevo a la familia fracasa inmediatamente por


el claro rechazo de la familia y, como Ana pide una terapia individual, se
empieza a trabajar solamente con ella.

En el transcurso del trabajo terapéutico la chica expresa sus miedos


respecto a lo que habría podido suceder en su familia si ella se alejase de
casa y hubiese alcanzado determinados objetivos. Una concepción
totalizante de la autonomía, considerada por todo el sistema como una
forma de distanciamiento completo y definitivo, una especie de pérdida
irreparable, ha inducido a Ana a reproponer, a través de la sintomatología
depresiva, nuevas peticiones de dependencia hacia los padres.

La terapia sigue adelante con la previsión de que si Ana mejora sus


temores se verán fundados y en la familia podría suceder cualquier cosa
desagradable. A pesar de estas advertencias Ana pide con insistencia

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poder seguir con la terapia y refiere que también el resto de su familia


quiere que ella siga adelante: están dispuestos a correr cualquier riesgo
con tal de que ella vuelva a ser “aquella de antes”.

A pesar de las previsiones pesimistas del terapeuta, después de casi seis


meses de terapia Ana vuelve a retomar los estudios y consigue
doctorarse, después el sistema familiar retroacciona al cambio de la hija
con un nuevo episodio depresivo del padre, después de aquel que se
había producido algunos años antes en correlación con el primer viaje al
extranjero de la hija.

En una terapia individual tradicional con objetivos centrados en el


síntoma, el tratamiento se podía haber considerado concluido, pero en la
TIS se deben tener en cuenta las retroacciones recíprocas entre sistema
terapéutico y sistema de pertenencia del individuo. La atención dedicada
por el terapeuta al funcionamiento y a las respuestas del sistema han
permitido hipotetiza y servirnos de ellas para proseguir la terapia, dándole
un significado totalmente diverso tanto frente a Ana, como ante a su
familia.

CARACTERÍSTICAS DE LA TIS

1. Se pone el foco en:

 Las relaciones familiares y, en este sentido, se podría considerar como


una TF indirecta.
 Al poner, el constructivismo, en primer plano la autorreflexión, se ha
reorientado la atención hacia el individuo, su conversación interna, sus
premisas, prejuicios y emociones, las relaciones entre su mundo interno
y externo, la influencia de todo esto sobre los pensamientos y
emociones del terapeuta, lo que a su vez influye recursivamente en el
cliente.

2. Incluye cambios provenientes del pensamiento constructivista.

Despatologización. Con base al constructivismo, las ideas sobre el


diagnóstico cambiaron de manera significativa. Los postulados de
Maturana, para quien los sistemas sólo pueden comportarse de acuerdo
con el modo como están constituidos y, por lo tanto, no se puede hablar
de sistemas normales o patológicos, han hecho evidente la impropiedad
del concepto de “patología”. De aquí que, en la psicoterapia con
influencia constructivista se evite el diagnóstico que pueda traducirse a
un concepto totalizador. El entendimiento de los estilos de personalidad
se entienden, más bien, como llaves explicativas que permiten
acercarnos a una comprensión de cómo funciona el sistema individual.

Del observador neutral al participante. El constructivismo no cree en


una realidad inequívoca y objetiva, sino que se ve a la misma como una
red de procesos entrelazados con tantas lecturas posibles como
observadores. Entonces, cualquier observación, lejos de ser externa y

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objetiva, es autorreferencial: siempre se refleja a sí misma, es decir, al


orden perceptivo en que se basa.

De secuencias de conductas a los significados. En las primeras


formulaciones sistémicas, que muchos terapeutas todavía consideran
centrales (Haley, Watzlawick, Beavin y Jackson) se analiza el problema
en el contexto de una secuencia de conducta de los miembros de la
familia en la que el síntoma tiene una función homeostática en relación
con todo el sistema. Esta función tiene que ver con coaliciones
trigeneracionales (Haley, Minuchin) o bien con la solución intentada por
la familia para resolver el problema; se considera un segmento clave del
patrón conductual que perpetúa el problema (Watzlawick, Weakland,
Fish). Sin embargo, desde la pasada década, cada vez más terapeutas
sistémicos han adoptado una postura de orientación constructivista que
traslada la investigación a los significados, es decir, a estudiar cómo
construyen la conducta los diferentes miembros de la familia.

Cambios en el rol terapéuticoLa posición del terapeuta es siempre (y


no puede dejar de serlo) de poder con respecto al cliente, porque le
corresponde a aquel definir las reglas de la terapia, pero se abandona el mito
de la distancia y la neutralidad. El terapeuta es copartícipe y co-constructor de
lo que ocurre en el sistema terapéutico. Este último, además, se involucra no
sólo cognitivamente, sino también a través de emociones. Éstas pueden ser un
importante recurso terapéutico, por lo cual se incluyen las resonancias en el
análisis del trabajo. Así, por tanto, el terapeuta tiene la función de “perturbador
de la realidad estática” y su trabajo principal consiste en ayudar a los clientes a
formular sus preguntas personales de manera más efectiva para que puedan
encontrar, por sí mismos, respuestas más satisfactorias y continuar con los
asuntos de la vida.

3. Incluye las aportaciones provenientes de la teoría del apego.

La teoría del apego, junto con el desarrollo narrativo, representa el punto de


encuentro más común entre los modelos psicoterapéuticos que aspiran a
ofrecer explicaciones de la psicopatología y el cambio.

Dada la naturaleza intrínsecamente relacional del apego, vinculado


constantemente a las experiencias intrafamiliares del niño, resulta lógico que
los sistémicos, al renovar su praxis, integren los desarrollos referentes a la
teoría del apego ya que pueden establecerse claras relaciones entre la díada
del apego y ciertas características del entorno familiar, aunque sin perder de
vista que son niveles de complejidad diferentes: los modelos mentales se
enmarcan en una díada que, a la vez, podría comprenderse como un patrón
diferente que anida dentro de otro: la tríada, anidada, a su vez, en la familia y
diferente de ambas. Esta, a su vez, formaría parte de un contexto cultural más
amplio. El reto del terapeuta está en adquirir la capacidad de ver cada patrón
desde la perspectiva de un todo (por ejemplo la díada), de una parte (por
ejemplo la familia) y de la relación entre ambas.

Bibliografía

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Apuntes Terapia Individual Sistémica (TIS) Lorena Bertino

Boscolo y Bertrando (2008) Terapia sistémica individual. Ed. Amorrortu.

Canevaro, A. (2012) Terapia individual sistémica con la participación de los


familiares significativos. Ed. Morata.

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