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La música según Schopenhauer

Con respecto a la música, Schopenhauer desarrolla como una contrapartida de


su interpretación de las artes visuales y literarias, una explicación que coordina
la música con el polo subjetivo de la universal distinción sujeto-objeto.

Su explicación sobre la música corresponde al mundo como voluntad en su


objetivación inmediata.

Separada de las otras artes tradicionales, Schopenhauer sostiene que la música


es el arte más elevado y está al mismo nivel que el de las propias Ideas
Platónicas, en la medida en que la música también es una objetivación
inmediata de la voluntad.

Tal como la Ideas Platónicas, contienen los formatos de los tipos de objeto en el
mundo cotidiano, el campo de la música duplica formalmente la estructura
básica del mundo: las notas de un bajo son análogas a la naturaleza inorgánica,
las armonías son análogas al mundo animal y las melodías son análogas al mundo
humano.

Y así como el sonido de las notas del bajo producen estructuras sonoras más
sutiles en las armónicas, una vida más llena de entusiasmo surge de la naturaleza
inanimada.

En resumen, Schopenhauer percibe en la estructura musical, una serie de


analogías con las estructuras del mundo físico que le permiten afirmar que la
música es una copia de la voluntad en si misma.

La visión de Schopenhauer a primera vista podría parecer extravagante, pero


está subyacente la comprensión de que si uno va a analizar la verdad del mundo.
podría resultar ventajoso captarlo no exclusivamente en términos científicos,
mecánicos y causales, sino más bien en términos estéticos, analógicos,
expresivos y metafóricos que requieren un sentido del gusto para su
discernimiento.

Y si la forma del mundo se refleja de la mejor manera en forma de música,


entonces la mayor sensibilidad filosófica será una sensibilidad musical.

Esto explica parcialmente la positiva atracción de la teoría de la música de


Schopenhauer para pensadores tales como Richard Wagner y Friedrich Nietzsche,
ya que ambos fueron del tipo músico-filósofo.

Respecto al tema de lograr estados mentales más apacibles y trascendentes,


Schopenhauer estima que la música cumple este fin, encarnando las formas de
los sentimientos removidos de sus circunstancias particulares cotidianas.

Esto nos permite percibir la quintaesencia de la vida emocional, sin el contenido


que típicamente causaría un sufrimiento.

Mediante la expresión de emoción de esta manera desprendida y desinteresada,


la música nos permite comprender la naturaleza del mundo, sin la frustración
involucrada en la vida diaria y por consiguiente en una modalidad de percepción
estética que está emparentada con la tranquilidad de la contemplación filosófica
del universo.

Lee mas en: http://www.enplenitud.com/nota.asp?articuloID=6551#ixzz1BmSbLDLN

En la primera mitad del siglo XIX, el filósofo alemán Arthur Shopenhauer, en su


principal obra “El mundo como voluntad y representación” plantea que el mundo
es la representación del sujeto, con esto, existe una inseparabilidad entre el sujeto y
el objeto. Piensa que el mundo es una fuerza ciega, la “voluntad”, que se manifiesta
en las fuerzas naturales, y del individuo como voluntad de vivir. Explora la función
del arte en el mundo y menciona que cuanto más cercanas son las ideas a sus
formas arquetípicas (Eidos platónico), mayor es la posibilidad de la contemplación
pura en el arte. Expone una jerarquía de las artes, “La arquitectura es inferior. Es la
objetivación de la voluntad como un oscuro inconsciente y mecánico impulso de la
materia, que sin embargo manifiesta en su interior la lucha o conflicto... La música
es de un orden superior, está más allá de la jerarquía. Expresa directamente la
objetivación de la voluntad. Sin mediaciones. Libera y objetiva a la voluntad....[1]”.

La música puede expresar en su esencialidad y su carácter a la voluntad, Explica


Schopenhauer que: “la música puede ser comparada con una lengua universal, cuya
cualidad y elocuencia supera con mucho a todos los idiomas e la tierra.[2]”

Schopenhauer retoma la idea pitagórica del mundo como relación de números y


dice: “Para Lleibniz, la música es un medio para concebir inmediata y
concretamente grandes números y complicadas relaciones numéricas. Esto es una
idea filosófica semejante a la de Pitágoras, y aun a la de los chinos en el I Ching[3]”.
Pero Schopenhauer da un giro inesperado, “las relaciones numéricas no deben
considerarse como su significado, sino como su signo”. Ya que casi todo en ella se
puede reducir en números, y “en todos los tiempos se ha cultivado la música, sin
tener adquirir conciencia clara de esta relación[4]”. Al menos en las culturas
occidentales, no se deben confundir en esta relación entre los números
representación de la música con la música misma. Los números solo son el signo, lo
que quiere representar a la música, pero no más, son meras entidades vacías e
inmóviles, en tanto que, la música es movimiento y plenitud de sensaciones.
Los individuos y las cosas que conforman la realidad del mundo, no hace mas que
manifestar sus ideas en medio de la multiplicidad del mundo, y así se afina esta
realidad, se depura y nitidiza. El sujeto es inseparable del objeto, “Nuestro mundo
no es más que la manifestación de las ideas en la multiplicidad por medio de la
individualidad[5]”.

La música se presenta con todo su poder y es capaz de anunciar infinidad de cosas,


de ideas, de esencias de un individuo en un solo instante; faltarían palabras y
tiempo para describir estas cosas, ideas y esencia. El filósofo del pesimismo dice:
“La música no es la copia de las ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad
esta constituida por las ideas. por esto el efecto de la música es mucho mós
poderoso y penetrante que el de las otras artes, pues esta solo nos reproducen
sombras, mientras que ella esencias[6]”

En una línea melódica se expresa todo un estado de ser, de animo, de la


individualidad, del de carácter de quien, la compuso, de quien la toca, y del estado
del lugar y el tiempo en que es interpretada, “La melodía es lo único que presenta
desde el principio al final una línea continuada con sentido e intención”. Como se
ve se puede hacer una analogía entre el carácter de un hombre con una melodía.
Ambos son individuales, ambos tienen un carácter especifico. “Es de esencia en el
hombre sentir deseos y satisfacerlos y volverlos a sentir para volverlos a satisfacer,
y así indefinidamente... la dicha y bienestar consisten en el cumplimiento del deseo
y viceversa. Así también la melodía vaga en mil direcciones, apartándose de la
tonalidad armonía hacia cualquier grado, a la disonancia, en este aspecto marca sus
deseos y su cumplimiento al volver a la tónica[7]”.
En la analogía del individuo y la melodía, el volver hacia la tónica, es el regreso a la
estabilidad, y el deseo de la disonancia, es la trasgresión, la búsqueda. Así es que el
hombre en su disonancia no encuentra descanso y esta siempre en la inquietud, y
viceversa, el hombre que solo se la pasa en la tónica tiene una vida monótona,
estable, sin movimiento. “El carácter lento o ligero en la melodía es la expresión del
goce o dolor, entre mas lento es más doloroso, por las dificultades que arrastra el
no encontrar la tónica”.

El artista, el músico, el genio es aquel que transgrede, y da los giros más


inesperados en su melodía, de lo disonante hasta la desesperación, hasta la calma
mas reconfortante, el genio se regocija en ambos extremos. “La obra del genio
consiste en la invención de la melodía de los más profundos secretos de la esencia
humana”. El genio, con su modulación, es justamente el paso de un carácter a otro,
de un individuo a otro, que son atravesados por la voluntad y en este acto, esta
riqueza que transforma a la voluntad rampante a una voluntad fraternal,
etc.“Modulación recuerda la destrucción del individuo, pero no de la voluntad que
sigue viva de la que el y otros individuos forman parte[8]”. Pero la música expresa
solo lo que hay detrás de las apariencias fenoménicas, la voluntad. “Tratamos de
darle forma al mundo revistiéndole de carne, de colores, concretarle en algo
análogo. Este es el origen del canto con palabras, de la opera. Lo cual constituye
una verdadera inversión, pues estos ocupan siempre un lugar subordinado. Cuando
la música es forzada a amoldarse a las palabras y a los hechos se le fuerza a hablar
un lenguaje que no es el suyo”. Querer que la música se exprese en palabras es
reducir a la música. La música al igual que el mundo no puede expresarse
totalmente, el lenguaje es limitado para esto.

Así que por medio de la música se puede definir el ethos de un pueblo, o de un


músico, y esto se puede expresar y dar a entender a un ente lejano. En esto supera
la música al lenguaje hablado. “La música es la expresión del mundo en un lenguaje
de universalidad y que conduce a cosas particulares...se parece a las figuras
geométricas y a los números, que son aplicables a priori a las cosas no de manera
abstracta, sino intuitiva y determinada.”. Tenemos que al momento de ser
ejecutada la música ya se sabe que es lo que va a expresar, cual es el carácter de lo
que expresa, y no necesita palabras para explicar, lo presenta ya dado. “Los
universales son post rem, la música nos da los universales ante rem, y la realidad
los universales in rem[9]”.

Finalmente nos dice Schopenhauer que:“Una física y metafísica sin ética,


corresponde a una armonía sin melodía”, esto significa que , puesto que el ethos es
el carácter dentro de la armonía, o en otras palabras, el ethos es el carácter de una
comunidad, de un pueblo, la ética es entonces el reconocimiento de este carácter en
determinada comunidad. La música es la puerta por donde se muestra el carácter,
por donde oscila el carácter, de lo metafísico a lo físico. “La música es un ejercicio
de metafísica inconsciente, en la cual el espíritu no sabe que hace filosofía”[10].

[1] Givone, Sergio. “Historia de la Estética”. ED. Tecnos. España. 1999

[2] Arthur Shopenhauer, “El mundo como voluntad y representación”, Ed. Porrúa,
México, 1998. pp203
[3] Idem. Pp 209
[4] Idem Pp 204
[5] Idem, Pp 204
[6] Idem, Pp 204
[7] Idem pp 206
[8] Idem pp 207
[9] Idem. Pp 208

[10] Frase de Schopenhauer en Nietzche y la Música


http://www.antroposmoderno.com/word/nietzmus.doc «Sin la música la vida
sería un error»*Por Eric Blondel**

Schopenhauer y la música

"La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia


íntima, el "en si" de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma.
Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuáles
tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de
espíritu, sino que la misma alegría, al tristeza, el dolor, el espanto, los
arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia
abstracta y general, fuera de todo motivo y cirscunstancia.Y, sin
embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esa quinta esencia
abstracta (...)
Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la
visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible,
que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta
a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda
realidad y, por consiguiente, sin sufrimiento.
(..)Existen en la música dos tonalidades generales correspondientes,
mayor y menor, el sostenido y el bemol, y casi siempre está en la una o
en la otra. Pero, en verdadm ¿No es extraño que haya un signo para
expresar el dolor, sin ser doloroso fisicamente, ni siquiera por convicción
y, sin embargo, tan expresivo que nadie puede equivocarse: el bemol?
Por eso puede medirse hasta qué profundidad penetra la música en la
naturaleza íntima del hombre y de las cosas.
En los pueblos del norte, cuya vida está sujeta a duras condiciones,
sobre todo en los rusos, domina el bemol hasta en la música de iglesia.
El Allegro en bemol es muy frecuente en la música francesa y muy
característico. Es como si alguien se pusiese a bailar con unos zapatos
que le hacen daño.
Las frases cortas y claras de la música de bailesm, de aires rápidos, solo
parecen hablar de una felicidad vulgar fácil de conseguir. Por el
contrario, el allegro maestoso, con sus grandes frases, sus anchas
avenidas, sus largos rodeos, expresa un esfuerzo grande y noble hacia
un fin lejano que se concluye por alcanzar. El adagio nos habla de los
sufrimientos de un grande y noble esfuerzo que menosprecia todo
regocijo mezquino. Pero lo más sorprendente es el efecto del bemol y
del sostenido. ¿No es asombroso el cambio de un semitono, la
introducción de una tercera menor, en lugar de una tercera mayor, dé
en seguida una sensación inevitable de pena y de inquietud, de la cual
nos libra inmediatamente el sostenido? El adagio en bemol se eleva
hasta la expresión de más profundo dolor, se convierte en una queja
desgarradora. La música de baile en bemol expresa el engaño de una
dicha vulgar, que hubiera debido desdeñarse. Parece describirnos la
persecución de algún fin inferior, obtenido al cabo a través de muchos
esfuerzos y fastidios.
(...) Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de
que la vida de todos los hombres y la mía propia no son más que sueños
de un espíritu eterno, buenos o malos sueños, de que cada muerte es
un despertar"

Arthur Schopenhauer - El amor, las mujeres y la muerte


1.- La música, para Schopenhauer, tiene un estatuto aparte del de las demás artes. “La música no es en modo alguno, como las demás artes, la copia de las ideas, sino la copia de la
voluntad misma cuya objetividad son también las ideas”, “las demás artes... sólo hablan de la sombra, ella del ser”. ¿Dónde radica esa especialidad privilegiada? En la forma en que
es percibida: “única y exclusivamente en el tiempo, con total exclusión del espacio y sin influjo del conocimiento de la causalidad, esto es, del entendimiento”. La música escapa así
del ámbito de lo fenoménico, al ser percibida al margen de una de las dos “formas a priori de la sensibilidad” kantianas (espacio y tiempo), que son las que determinan, en su
conjunción, que sea la causalidad el principio básico de la razón pura especulativa. La música no se refiere, así, a los fenómenos, sino directamente al noúmeno, a la cosa en sí. Por
eso se ubica no en el mundo del entendimiento (Verstand), sino en el de la voluntad (Wille).
El orbifold de Tymoczko sería, pues, una mistificación, ya que estaría “degradando” la música, haciéndola descender desde su privilegiado trono nouménico al mundo fenoménico
de la representación espacial.
Schopenhauer ciertamente ve un parecido entre la música y “las figuras geométricas y los números”, ya que ambos se caracterizan por la “universalidad”. Pero enseguida se
apresura a dejar claras sus diferencias: las figuras geométricas y los números “no son abstractos sino intuitivos y plenamente determinados”. Es decir, son formas generales y no
individuos concretos, pero susceptibles de intuición espacial (aunque tal intuición nunca llegue a alcanzar realidad fenoménica), lo que no ocurre con la música, como veíamos en el
párrafo anterior. Aunque carezcan de individuación y sean universales, las formas geométricas pertenecen al mundo de los fenómenos, no al de las cosas en sí.

En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo


no es sino música hecha realidad.
SCHOPENHAUER Y WAGNER
Domènec González de la Rubia

Como es sabido, en el sistema filosófico de Schopenhauer la música posee un protagonismo inusitado. La importancia que este arte alcanza en el
pensamiento del filósofo alemán es tal que incluso podría afirmarse que en ella se encierra una de las principales claves de su pensamiento.
Como flautista y ferviente melómano, los comentarios que Schopenhauer dedica a la música destacan por su apasionamiento, por su
extraordinaria agudeza y a veces también, por una cierta ingenuidad. Pero esta ingenuidad no es sólo patrimonio de Schopenhauer, en realidad,
otros pensadores que también fueron melómanos aficionados incurrieron en las mismas superficiales afirmaciones. La diferencia entre
Schopenhauer y los demás filósofos de su tiempo radica en que él fue quien dio más importancia a esta manifestación artística.
Algo similar, pero a la inversa, le sucedió a Richard Wagner, quien por encima de todo fue un gran compositor que por momentos jugó a ser
filósofo. Pero la importancia de su aportación teórica no es comparable con su impresionante legado musical. Es cierto, pueden contarse con los
dedos de la mano aquellos escritos de Wagner en los que la profundidad de las ideas y la manera en la que éstas se exponen, sea equitativa.
Wagner fue sobretodo músico, un músico tan grande que con su arte influyó no sólo a muchos de sus colegas sino también a la intelectualidad
de su tiempo, pero como pensador, a pesar de la profunda intuición que demostró en ocasiones, rayó a un nivel mas modesto y ello a pesar de
que libros como El Arte y la Revolución (1849), La obra de Arte del Porvenir (1850) y Opera y Drama (1851), aún pueden leerse con verdadero
interés, lo cual no es poca cosa si tenemos en cuenta la cantidad de escritos sobre estética musical que desde aquella época se han publicado.
Wagner se interesó por la filosofía de manera regular durante su estancia en Dresde como Kapellmeister, aunque ya hacía algunos años que
había tenido con ella un contacto esporádico, especialmente a través de sus lecturas de obras de Hegel. Fue en los meses previos a la revolución
de 1848 cuando su espíritu se inflamó con las ideas izquierdistas de Bakunin y con los postulados, en aquel momento revolucionarios, de
Feuerbach. El mismo Wagner escribió en Mein Leben que "No obstante, mis profundos y cautivadores estudios de Historia habían sido el punto de
partida con que el último periodo de mi estancia en Dresde traté de proseguir esa inveterada tendencia de mi espíritu. La obra de Hegel sobre la
Filosofía de la Historia, me sirvió, sin duda, de introducción a la filosofía propiamente dicha, y encontré en ella no pocas cosas, ante las cuales
me inclinaba. No me cabía la menor duda de que ese camino me conduciría finalmente hasta el tabernáculo del santo edificio filosófico. Y cuanto
más incomprensibles se me presentaban las conclusiones con que aquel espíritu profundo y poderoso discernía todo conocimiento superior, tanto
más me aplicaba en ahondar en la cuestión de lo "absoluto" y cuanto a él se refiriese"

Aunque en estas líneas no aparezca el nombre de Feuerbach, hay constancia de que este filósofo fue el primero que influyó su pensamiento,
hasta el punto de ser el destinatario de la dedicatoria de su primera obra teórica importante La Obra de Arte del Provenir.
Aunque ahora lo nieguen algunos apologistas wagnerianos y a pesar del cambio que experimentarían sus ideas en el futuro, Bakunin, al que llegó
a conocer personalmente, fue otro de los pensadores que permanecieron en su memoria como un ejemplo de honestidad y coherencia
ejemplares, tanto que desplazó de sus preferencias al comedido Feuerbach. En efecto, cuando el compositor leyó su último libro titulado ¿Qué es
la Religión? perdió definitivamente su favor. Wagner, que ya comenzaba a tener sus propias ideas al respecto, se vio así decepcionado por un
autor que justificaba la creencia en las religiones al considerar que ello era inherente al espíritu humano.
Wagner, que era un lector insaciable que "devoraba" todo texto que caía en sus manos, también conoció superficialmente la obra de Kant entre
otros autores menos importantes.
Ya desde los años de su juventud había leído a los clásicos, a los que admiraba profundamente y su cultura podía considerarse como la de un
artista ilustrado. A pesar de su precoz anhelo por figurar en el parnaso de las celebridades musicales, Wagner fue entre los grandes
compositores, el que se formó más tardíamente. Es por esta razón por la que escuchando sus primeros trabajos resulta difícil vislumbrar su
posterior maestría. De hecho, en sus primeras composiciones se muestra muy por debajo de la perfección técnica de otros autores que después
no demostrarían un vuelo creativo como el suyo. Pero hasta en sus trabajos primerizos, Wagner expone fuerza, notable invención melódica,
pasión y sobretodo genio.
Podríamos considerar su evolución como atípica. Como si fuese una esponja, su espíritu absorbió el ambiente cultural y musical de su tiempo en
una obra irrepetible que acabaría por imponerse aún a pesar de los inmensos obstáculos que hubo de superar. Ya en la madurez, además de
como el más grande músico de su tiempo, Wagner se vio a sí mismo como un filósofo que expresaba sus teorías en dramas musicales que
englobaban las diferentes artes en un todo único, en una síntesis que significaba el triunfo de una nueva "forma" de expresión en donde la que la
música gobernaba soberana: la Gesamtkunstwerk. No obstante, a pesar de su que él mismo y muchos de sus contemporáneos le considerasen
un pensador del más alto nivel, Wagner fue sobretodo un compositor, un creador puro, que también jugó a ser filósofo y literato aunque en estos
campos pocas veces consiguiese traspasar el umbral de la inmortalidad. De todos modos, tampoco deberíamos minusvalorar a Wagner por esta
circunstancia. Ningún otro músico llegó a influir tanto como él en la sociedad, ni tampoco ningún filósofo comprendió la música con la
profundidad que él demostró y ello a pesar de la existencia de muy buenos comentaristas en esta materia. Así, en su misma época, filósofos
como Schopenhauer o Nietszche, entendieron muy bien el influjo que la música ejercía sobre el espíritu humano, pero sus escritos, aún siendo
valiosos, se refieren sólo a un aspecto de la música, a su contenido, y apenas hablan de su aspecto formal. Hablan de ella desde el exterior,
como sujetos pasivos, como experimentadores de sensaciones y nunca (a pesar de que ambos poseían algunos conocimientos musicales) como
auténticos artistas-compositores ya que carecían del genio musical necesario para experimentar el parto doloroso que representa el acto
creativo. Mientras que Wagner admiraba al genio torturado y sobrehumano de Beethoven, Schopenhauer reconocía el talento hedonista de
Rossini y Nieztsche se perdería en la musa brillante de Bizet. Estas preferencias nos muestran dos perspectivas diferentes del concepto de
genialidad: la del poderoso olimpismo de Beethoven, frente a la brillante luminosidad del genio latino. La del poder metafísico de las tinieblas y
del misterio de la Luna, frente a la claridad de las soleadas planicies mediterráneas.
En realidad Schopenhauer y Nietzsche, se nos muestran tan diletantes como músicos, como Wagner filósofo, pudiéndose afirmar que Wagner es
genial como músico y mediocre como filósofo de la misma manera que los penetrantes filósofos que fueron Schopenhauer y Nietzsche se
revelaron como mediocres músicos. Así y todo, sí sopesáramos el valor absoluto de las aportaciones que los tres hicieron a la estética musical,
tal vez llegaríamos a la conclusión de que Wagner saldría el mejor parado de los tres ya que supo armonizar más equilibradamente que los dos
pensadores citados, música y filosofía. Puede que sea por esta razón por lo que la influencia de Wagner sobre el pensamiento de la segunda
mitad del siglo XIX y primera del XX fue infinitamente más grande, en el ámbito musical, que la de Nietzsche o Schopenhauer y ello aunque tal
como afirmó Nietzsche en El Caso Wagner “el beneficio que debe Wagner a Schopenhauer es inapreciable. El filósofo de la decadencia ha hecho
volver en sí al artista de la decadencia". Como de costumbre, Nietzsche no se equivocó, aunque tampoco Wagner escondió la cabeza como un
avestruz para ocultar esta circunstancia, ya que en todo momento reconoció su deuda con el filósofo de Danzig.
Por tanto, está fuera de duda que la influencia más poderosa que intelectualmente sufrió Wagner fue la de Schopenhauer. Las evidencias así lo
demuestran.
Después de haber acabado el primer acto de La Walquiria, en 1854, Wagner escribió un 26 de septiembre que "terminé la copia de la partitura
de El Oro del Rin. Luego, en la apacible soledad de mi casa leí un libro cuyo estudio había de ser para mí de la mayor importancia. Me refiero a El
Mundo como Voluntad y Representación de Arturo Schopenhauer". Este libro le había sido recomendado por su amigo Herwegh, quien se hallaba
también exiliado en Suiza por motivos políticos y que sin saberlo, procuró al compositor uno de sus mayores goces intelectuales.
Herwegh en entrevistas sucesivas le explicaría el sistema filosófico de Schopenhauer. A raíz de ello, Wagner tremendamente fascinado por lo que
consideraba el encuentro intelectual más importante de su vida, leyó El Mundo como Voluntad y Representación al menos cuatro veces, hasta el
verano siguiente. Como muestra de agradecimiento a quien le había proporcionado momentos de tan intenso goce intelectual, Wagner envío al
filósofo un ejemplar del poema de Los Nibelungos. Desde entonces, Wagner convirtió la obra capital de Schopenhauer en su libro de cabecera.
Tanto llegó a considerarla que incluso admiró con especial interés a aquellos artistas que Schopenhauer consideraba importantes. Así en 1855
escribió en Mein Leben acerca de Walter Scott que "estimo que la admiración de Schopenhauer por el novelista inglés está perfectamente
justificada". Precisamente Scott y el filósofo ocuparon su atención mientras trabajaba en la instrumentación del primer acto de Sigfrido(1857),
por lo que Wagner escribió que "me sumí de nuevo en la filosofía de Schopenhauer" lo que sugiere que casi siempre estaba enfrascado en esta
lectura. Una fecha importante en el desarrollo de la relación entre ambos es 1858, ya que en ese año, por primera vez, Wagner realizó una
primera objeción al Mundo como Voluntad y Representación: "Para cobrar nuevamente ánimos recurrí también esta vez a mi remedio ordinario:
un volumen de Schopenhauer. Y aunque me diese cuenta de que en cierto aspecto los remedios que el escritor ofrece no pueden colmar algunas
inquietantes lagunas de su sistema, ahondé aun más íntimamente en la obra del gran filósofo".
Pero esta tímida crítica no hace sino revelar una vez más su dedicación. Sin duda, en la década de los sesenta, Wagner debería parecer un
fanático seguidor de Schopenhauer. Teniendo en cuenta la vehemencia de su carácter, hablaría a todo el mundo de la importancia de los
planteamientos de su sistema filosófico o discutiría apasionadamente con aquellos que no lo aceptaban. Pero andando el tiempo, la perspectiva
de Wagner fue evolucionando por otros derroteros e incluso llego a hacerse levemente crítica. No olvidemos que Wagner era un gran egocéntrico
y que por otra parte, a Schopenhauer no le interesaba demasiado su música, hecho que debió herir profundamente su enorme ego.
Paradójicamente, aunque el tipo de planteamiento que Schopenhauer exponía en su filosofía era del todo acorde con los postulados del
pensamiento romántico, la música que admiraba no era precisamente la de sus geniales contemporáneos, sino la musa trasparente de autores
más clásicos ("Yo, Schopenhauer, soy fiel a Rossini y Mozart") por lo que no debe extrañarnos que Wagner se sintiese ofendido al no ser
admirado por su filósofo preferido. El caso es que en Agosto de 1860 Wagner, que se encontraba en Francfort, anotó que "Recordé entonces que
me encontraba en la ciudad donde residía Arturo Schopenhauer, pero una singular timidez me retuvo, no obstante, de ir a verle. Mi espíritu
estaba en aquella época demasiado distraído para que en una conversación con el filósofo pudiera alcanzar los fines a que, a mi parecer, había
de tener una entrevista con Schopenhauer. Y, por otra parte, mis ideas estaban en aquellos momentos muy distantes de las suyas. Relegué para
otro momento aquella visita que tanto me atormentaba. Esta ocasión la esperaba ardientemente y no había de tardar en llegar. Creí haber tenido
ocasión para ello cuando al año siguiente me instalé por una buena temporada en aquellos parajes con objeto de terminar mis Maestros
Cantores, pero Schopenhauer acababa de morir, y no tuve otra opción que sumirme en reflexiones a las que se sumaba el arrepentimiento por lo
poco previsor de mi destino".

Aunque parezcan verosímiles, da la impresión de que estas afirmaciones sean poco sinceras ya que no resulta probable que Wagner
desaprovechase la oportunidad que se le presentaba para visitar a su idolatrado filosofo, una ocasión con la que habría soñado muchas veces.
Seguramente su amor propio hacía tiempo que se sentía herido ante la indiferencia demostrada por Schopenhauer y por eso evitó un encuentro
que tal vez le habría resultado poco fructífero. A la vista de esta situación, los únicos consuelos que le quedaron a Wagner fue conocer en 1862,
gracias a la intervención de Matilde Maier, al único amigo vivo de Schopenhauer, un anciano caballero de Maguncia y contemplar el retrato que
del filósofo realizó Lenbach y que estratégicamente colocó en el salón de Villa Wahnfried para que desde lo alto de la pared lo saludase cada
mañana. Evidentemente ante aquel retrato, Wagner ofrecería una salutación fraternal pero también una muestra simbólica de su triunfo sobre
aquel que consideraba el más grande pensador de su tiempo.....a excepción de él mismo naturalmente.

Escrito por Domènec González de la Rubia


Desde España
Fecha de publicación: Enero de 2009.
Artículo que vió la luz en la revista nº 0010 de Sinfonía Virtual

Durante la mayor parte de su vida, Arthur Schopenhauer -fallecido hace exactamente 150 años- no defendió una filosofía que
gozara de actualidad. En contra de lo que era corriente en su época, su imagen del hombre no se esbozaba desde el espíritu,
sino desde el cuerpo y las pulsiones, desde la biología. Con Schopenhauer se produce un giro biológico en la filosofía, una
auténtica provocación para aquel tiempo. A veces siente menos aprecio por los ejemplares medios de los «bípedos», tal como
en ocasiones los denomina con rabia, que por otros animales más juiciosos. Cuando su perro de lanas le molesta, lo increpa
con un «Pero, ¡hombre!». Para Schopenhauer el hombre pertenece realmente al reino animal, y por eso le encantan las
frecuentes comparaciones con los animales. Por ejemplo, esclarece el instinto social del hombre con el caso de los
puercoespines, que en los días fríos de invierno se apiñan entre sí para calentarse, pero como se clavan unos a otros las
espinas, tienen que volver a separarse, arrojados de aquí para allá entre dos males. Lo mismo sucede con el hombre, que
busca la sociedad, pero que es atormentado por ella. Por eso Schopenhauer aconseja mantenerse a una distancia media.
Desde su punto de vista es sobre todo la maldad lo que distingue al hombre del animal. Para la crueldad, el engaño, la envidia
y la malevolencia de todo tipo se requiere inteligencia. Con la inteligencia el hombre se ha creado un mundo cultural
intermedio, mas no por eso se ha hecho mejor. A Schopenhauer le gusta citar al Mefistófeles de Goethe: «La llama razón y de
ella sólo tiene necesidad para superar a cualquier animal en animalidad...». En un famoso capítulo dedicado a la «metafísica
del amor sexual», Schopenhauer expone que también en el amor más exaltado a la postre actúa solamente lo biológico, a
saber, el comportamiento procreador. Describe con destacado talento satírico los ridículos en que cae el espíritu cuando
entra en colisión con las pulsiones y maquinaciones del cuerpo, concretamente con la sexualidad. Dice que los genitales son
el «auténtico núcleo de la voluntad». Ante la conciencia, el impulso de procreación se representa como una aspiración
psíquica y como enamoramiento. Los genitales se buscan a sí mismos y el alma cree que se encuentra a sí misma. «Esta
añoranza y este dolor del amor [...] son los suspiros del espíritu de la especie, que cree conseguir o perder un medio
indispensable para sus fines, y por eso gime profundamente» (Die Welt als Wille und Vorstellung, II, 705). La depresión
poscoital es la desilusión del alma, que a la vista de semejante montaje, se prometía más cosas.

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La idea de liberalismo puede compaginarse con la imagen del hombre que diseña el filósofo

Rechazó cualquier recurso a la metafísica y la religión: estamos solos, el cielo está vacío

Nuestra época, fascinada por teorías sobre «genes egoístas» y por la reducción del espíritu a las funciones cerebrales, debería
considerar la filosofía de Schopenhauer como de máxima actualidad. Pero hay más de un obstáculo para ello. Por más que se
celebra la marcha victoriosa de la biología en la técnica y en la ciencia, en general este convencimiento no quiere extenderse a
la conciencia pública. Hace algún tiempo pudimos observarlo en el debate de Sloterdijk sobre la cuestión de la optimización
biológica del hombre (el «parque humano») o más recientemente en las polémicas declaraciones del economista Thilo
Sarrazin. Las reflexiones eugenésicas, las afirmaciones relativas al carácter hereditario de la inteligencia o a la diversa
distribución de las dotes en los diferentes pueblos acarrean todavía los más fuertes anatemas. Sabemos que estos tabúes
tienen su historia, pues tras los crímenes del nacionalsocialismo, el biologismo ha perdido su inocencia; por tanto, no
deberíamos sorprendernos ante reacciones que han alcanzado cotas de histeria. No hay duda de que éstas sólo pretenden
quitarse de encima asuntos y personas desagradables. Pero esto nada cambia en el hecho de que en la imagen del hombre se
ha realizado un giro biológico desde hace tiempo. Schopenhauer fue precisamente un pionero, todavía al margen del espíritu
dominante de su época. Y, detestando el conformismo intelectual, también en otros terrenos se aferró tenazmente a su
independencia.

En 1813, al principio de la guerra de liberación contra Napoleón, se extiende la actitud patriótica, en especial entre la gente
culta, y la apelación de Fichte, que llama a las armas con autoridad filosófica, es acatada; pero el estudiante Arthur
Schopenhauer pone pies en polvorosa. Él, que había asistido a las clases de Fichte, escribió al respecto la siguiente anotación:
«absurdo rabioso» y «palabrería desvariada». Ciertamente se vio forzado a dar dinero para el armamento de un soldado,
pero no quería batirse. El patriotismo le resultaba extraño. Los asuntos de la política mundial no despertaban en él ninguna
pasión. Justificaba su huida de Berlín con la reflexión de que su patria era «mayor que Alemania» y él no había nacido «para
servir a la humanidad con el puño». Lo suyo era más bien una obra filosófica que ya tenía in pectore. En esa época escribe en
su diario: «La obra crece [...] como el niño en el cuerpo de la madre [...]. Le presto atención y hablo como la madre: "gozo de
la bendición del fruto". ¡Tú, azar, dominador de este mundo sensual, déjame vivir y disfrutar de tranquilidad todavía algunos
años!, pues yo amo mi obra como la madre ama a su hijo...» (Der handschriftlische Nachlass, I, 55).

Esta obra llega al mundo algunos años más tarde, en 1818, y se titula El mundo como voluntad y representación. El trabajo
en este libro y su publicación fue el punto culminante de la vida de este solitario, nacido en 1788 como hijo de un rico
comerciante de Danzig, deseoso de que también su hijo llegara a ser comerciante. Sólo tras la muerte del padre, en 1805, y
sólo tras los estímulos procedentes de su madre, a la que más tarde Arthur tanto denostó, pudo llegar a convertirse en lo que
quería ser: un filósofo. El joven hizo largos viajes con sus padres y conoció mundo. Más tarde afirmará que había leído en el
libro del mundo y no sólo en libros, a diferencia de sus colegas, esos burgueses de medio pelo que se pasan la vida encerrados
en casa. Schopenhauer, heredero de una fortuna, pudo vivir para la filosofía, sin necesidad de vivir de ella. El mundo
profesional de la filosofía no le brindó ninguna oportunidad, y a la larga él dejó de buscarla, lo que resultó una suerte para él.
El aguijón existencial que lo inducía a filosofar no quedó mermado por la inmersión en el ámbito social de la profesión.
Schopenhauer era un hombre apasionado y por eso su voluntad de verdad permaneció también apasionada. Cuando en 1818
apareció publicada su obra magna, estaba convencido de haber cumplido la auténtica tarea de su vida. Viajó a Italia para
contemplar, a una distancia prudencial, cómo caían los rayos de sus pensamientos, pero nada sucedió y se vio obligado a
regresar para poner énfasis en sus palabras como profesor académico. Y se dirige para ello nada menos que a Berlín, donde
Hegel, el rey de la filosofía en Alemania, abarrota las aulas. A las clases de Schopenhauer asisten cinco oyentes, que pronto se
ausentan. Sin haber tenido una auténtica entrada en escena, se aleja de ella por más de treinta años, unos años que verá
transcurrir como un sabio privado, y que en su mayor parte transcurrirán en Frankfurt del Meno. Demasiado orgulloso para
buscarse un público, espera que sea el público el que lo busque a él. Y al final, habrá efectivamente un púbico que salga a su
encuentro. Pero Schopenhauer hubo de tener paciencia, toda una vida de paciencia. Ahora bien, su filosofía se caracteriza por
que el propio autor pudo extraer fuerzas de ella. Schopenhauer tenía su filosofía por verdadera precisamente porque
contradecía al gusto general de los creyentes en la razón.

El año 1850, tras el fracaso de la Revolución del 48, comienza por fin lo que Schopenhauer llama la «comedia de su fama»:
un coqueteo placentero con la visión pesimista del mundo por parte de ese ermitaño filosófico vestido a la moda del siglo
XVIII, al que la gente ve salir cada día a pasear hacia Sachsenhausen, acompañado de su inseparable perro de lanas. En
Frankfurt se pone de moda esta raza de perro. En el Englischer Hof, donde el filósofo come al mediodía, comienzan a
merodear los curiosos. Esto le agrada. Ahora le escuchan con avidez, ahora es leído. Y poco antes de su muerte, el 21 de
septiembre de 1860, declara: «La humanidad ha aprendido de mí algunas cosas que nunca olvidará».

Es cierto que se ha aprendido de él, aunque con frecuencia se ha olvidado o no se ha querido tener por verdadero que era de
Schopenhauer de quien se aprendía. Por ejemplo, pocas veces se tiene conciencia de que fue él quien por primera vez pensó
en lo que más tarde Freud había de llamar las tres grandes «humillaciones» de la megalomanía humana, humillaciones que
pertenecen a la signatura de la moderna conciencia del mundo y del sí mismo. Una es la humillación cosmológica: nuestro
mundo es tan sólo una de las innumerables esferas en el espacio infinito, «en el que una capa de moho ha engendrado seres
que viven y conocen» (Schopenhauer). Otra es la humillación biológica: el hombre es un animal en el que la inteligencia no
hace sino compensar la falta de instintos. Y la tercera es la humillación psicológica: el yo consciente no es señor en su propia
casa. En una época llena todavía de fe en la razón, Schopenhauer descubrió con conocimiento racional lo no racional de los
procesos de la vida, Thomas Mann lo llamó por ello «el filósofo más racional de lo irracional».

El programa entero de la filosofía de Schopenhauer está condensado en el título de su gran obra. El mundo es nuestra
representación y, más allá de esto, según su substancia auténtica, es «voluntad». Ambos conceptos pueden resultar confusos.
¿Qué significan en Schopenhauer?

«Representación» es todo aquello del mundo exterior que aparece en la conciencia y es elaborado en ella, en la percepción
cotidiana, en la fantasía, en la especulación y en las teorías. Pero no todo puede reducirse a esta realidad captada desde fuera.
Hay además un segundo acceso. «Hemos ido hacia fuera en todas las direcciones en lugar de entrar en nosotros mismos,
donde ha de resolverse todo enigma» (Der handschriftlische Nachlass, I, 154). Es en el propio cuerpo donde encontramos la
realidad experimentada desde dentro: dolor, deseo, placer, pulsión. A todo eso Schopenhauer le da el nombre de «voluntad».

El mundo es conocido de dos maneras, desde fuera como representación y desde dentro como voluntad en el propio cuerpo.
Según el pensador, esta vitalidad experimentada desde dentro no sólo ha de atribuirse a los otros hombres, sino también al
resto de la naturaleza, pues constituye en cierto modo su dimensión interior.

En este contexto el concepto de «voluntad» tiene un significado alterado. No designa la intención racional, sino la pulsión
insaciable, el deseo incansable. Frente a esto, la inteligencia se presenta como algo secundario, «al servicio» de la voluntad,
dice Schopenhauer. En el mundo animal esta «voluntad» vive a manera de instinto, y en las plantas actúa como una tensión
vegetativa. En definitiva la voluntad se quiere solamente a sí misma, quiere vivir, sobrevivir. En realidad, deberíamos
«horrorizarnos» ante la naturaleza de la voluntad. No es ningún reino protector o maternal. No podemos trabar lazos de
amistad con una tierra cuyo producto casual somos nosotros y que conserva la vida de la especie con nuestra muerte. La
naturaleza no es un lugar de solaz silencioso, es una jungla donde se percibe el fragor de la lucha. Lo mejor es que en este
contexto demos la palabra al propio Schopenhauer:

«Y así vemos por doquier en la naturaleza la contienda, la lucha y la victoria cambiante, y en ese rasgo seguiremos
conociendo con mayor claridad la escisión con uno mismo, que es esencial a la voluntad. A lo largo y ancho de la naturaleza
entera puede perseguirse esta lucha, es más, aquélla subsiste solamente a través de la contienda [...]: y esta lucha es la mera
revelación de una escisión que es inherente, por esencia, a la voluntad. La lucha general se hace visible de la manera más
clara en el mundo animal, que dispone del reino vegetal para su alimentación, y en el que a su vez cada animal se convierte
en botín y alimento de otro [...], por cuanto cada uno de ellos sólo puede conservar su existencia por la supresión constante
de otro ser extraño. Y en este escenario la voluntad de vivir se devora incesantemente a sí misma y es su propio alimento bajo
diversas formas, hasta que finalmente el género humano, por someter a todos los seres vivos, considera la naturaleza como
un artefacto para su propio uso. Pero ese mismo género humano [...] revela también en sí con terrible claridad aquella lucha,
aquella escisión de la voluntad en sí misma, y el "homo" se convierte en "homini lupus" (el hombre se convierte en un lobo
para el hombre)» (Der Welt als Wille und Vorstellung, I, 218).

Desde el mismo trasfondo desarrolla Schopenhauer su teoría del Estado, para lo que se apoya en Hobbes. El Estado pone un
bozal en la boca de los « depredadores», y aunque de esta forma no mejora su condición moral, sí se hacen «inofensivos
como herbívoros». Schopenhauer contradice explícitamente las teorías que, siguiendo a Hegel, esperan que el Estado mejore
y moralice al hombre o que, con una actitud romántica, ven en el Estado un organismo humano superior, e incluso un
organismo del pueblo. Para Schopenhauer el Estado no es otra cosa que una máquina social, que en el mejor de los casos
refrena los egoísmos y los une con el egoísmo colectivo del interés por la sobrevivencia. Para este fin desea un Estado dotado
de fuertes medios de poder, aunque su poder sólo ha de referirse a lo exterior, ateniéndose a los principios del Derecho. El
Estado no debe inmiscuirse en la manera de sentir y pensar de los ciudadanos. Postula así un Estado fuerte y a la vez un
enflaquecido concepto de política. Schopenhauer nos pone en guardia frente a las ambiciones de fundar sentido que puede
tener el Estado; frente a un Estado con alma que luego pretenda apoderarse del alma de sus ciudadanos.
Por tanto, la idea del liberalismo puede compaginarse perfectamente con la imagen del hombre que diseña Schopenhauer.
Éste aboga por la libertad de opinión y pensamiento, pero a la vez por una fuerte obstrucción de la acción. Con la moral no se
llega muy lejos. La compasión, que para Schopenhauer constituye la única fuente auténtica de la moral, es demasiado rara.
Por eso la formación del Estado no puede cimentarse en la compasión, sino que debe fundarse en un egoísmo recíproco bien
entendido.

Schopenhauer veía la realidad con colores sombríos, quizá demasiado sombríos, y por ello no le resultaba extraña en
absoluto la «necesidad metafísica», por más que rechazara las respuestas metafísicas forjadas con ánimo consolador.

Sabemos que la metafísica, tanto la cotidiana como la que se encarama especulativamente, pregunta por el sentido del todo.
¿Por qué nos desazonamos?, ¿por qué este afán rabioso de trabajo, este correr en la rueda del hámster, este celo procreador?
¿Qué pasa con el todo? ¿Hacia dónde corre? Schopenhauer admite que es inevitable plantear estas preguntas, pero afirma
también que no pueden obtener respuesta. La voluntad como fondo de pulsiones se quiere solamente a sí misma, quiere su
propia conservación y, si es posible, el propio incremento. No está dirigida a una envolvente finalidad superior. No se
esconde nada detrás de ella, fuera de esta ciega pulsión vital -hoy hablaríamos del gen egoísta-, una pulsión que en el hombre
está unida con el entendimiento, que por lo regular escucha el mandato de la pulsión (del «interés») y sólo en casos
excepcionales se despega de esos impulsos y mira desde la distancia. Según Schopenhauer, es lo que sucede en el arte, en la
sobriedad de la ciencia y en una filosofía sin ilusiones. Él escogió a Edipo como patrón protector de su filosofía. El filósofo,
escribía una vez a Goethe, igual que Edipo, necesita el «valor de no retener ninguna pregunta en el corazón», aun cuando de
ahí se derive lo «más horrible». Para Schopenhauer quizá no se derivó lo «más horrible», pero sí algo descorazonador: la
vida se quiere solamente a sí misma y nada más. No se esconde detrás ninguna otra cosa.

Pero esta «verdad», ¿es realmente tan descorazonadora, incluso tan insoportable? ¿No nos hemos acostumbrado ya a tales
verdades: a la monstruosa indiferencia de los espacios vacíos, a los torbellinos de materia y los agujeros negros; los agujeros
negros en el alma y las tormentas de neuronas en las cabezas?, ¿no estamos acostumbrados al devorar y al ser devorado en la
naturaleza; a la historia como carnicería? ¿Puede asustarnos todavía la falta de una instancia superior de sentido? Parece
más bien que estas convicciones forman parte del decorado interior del escaldado hombre occidental.

Habría que comprobar si semejantes puntos de vista han penetrado realmente en el sentimiento elemental de la vida o si
vivimos todavía con otras premisas silenciadas, si, aunque pensemos con Copérnico, en el estrato del sentimiento seguimos
radicados en Ptolomeo. Quizá vivimos todavía de crédito y de hecho nos sentimos llevados aún por una especie de confianza
originaria. El joven Schopenhauer anotó una vez en su diario: «Radica en las profundidades del hombre la confianza de que
algo fuera de él es consciente de él, a la manera como lo es él mismo. Si pensamos lo contrario con intensidad, esto se
convierte en un pensamiento terrible» (Der handschriftlische Nachlass, I, 8).

Exactamente este «pensamiento terrible» es lo que Schopenhauer trató de pensar. Rechazó las ofertas de fundación de
sentido de la metafísica y la religión -una especie de metafísica para el pueblo, según él. Habremos de aprender a vivir, dice,
sin la confianza en el mundo que aquéllas nos ofrecen. Estamos solos. El cielo se encuentra vacío.

¿Qué se sigue de ahí? Cabría pensar que en todo caso la religión ha quedado fuera de juego. Sin embargo, no es ése el caso
para Schopenhauer. Por más que sorprenda, precisamente en este punto podemos aprender de él. El hecho es que
Schopenhauer no sólo aportó el giro biológico a la filosofía, sino que además, con su filosofía de la negación de la voluntad, se
apoya en la sabiduría oriental y en los aspectos de la cultura religiosa del cristianismo que concuerdan con las religiones
orientales, en el espíritu de renuncia y la ascesis. Schopenhauer describe la negación de la voluntad como un giro de ésta
contra sí misma. La voluntad, hecha prudente por experiencia propia y familiarizada por la compasión con el carácter de
sufrimiento inherente al mundo, se revoca a sí misma y desiste de la autoafirmación a cualquier precio. El furor del ansia de
vivir, del consumo, de la voluntad de poder, ha de mitigarse. ¿Hace falta dibujar con detalle cuánto puede ayudarnos esa
cultura de la ascesis y de la renuncia y cuán urgentemente la necesitamos?
Pero aquí surge una gran dificultad, pues la renuncia y la ascesis han de buscarse por mor de sí mismas y ya no de cara a una
instancia superior, a un mandato más elevado. Se trata de conseguir un pensamiento y un ánimo elevados, pero sin fe en un
ser superior. Sería aquella actitud que Sloterdijk llama acertadamente «tensión vertical». De ahí puede proceder la fuerza
para la renuncia, la amplitud de miras y la autodisciplina, hasta llegar a la ascesis. Cuando ya no se cree en ningún Dios, esas
virtudes se ejercitan en aras de la propia mismidad mejor. Precisamente en este punto Schopenhauer va más allá de la
biología: en la fuerza de superación de la voluntad egoísta está incluida para él la dignidad del hombre.

Schopenhauer ha descrito penetrante e inolvidablemente tal superación de la voluntad como instantes de desasimiento, por
no decir de redención. ¿Los experimentó realmente? Ahí está su talón de Aquiles. Él no fue ni santo ni asceta. Y tampoco se
convirtió en el Buda de Frankfurt. Entendía brillantemente la negación de la voluntad siempre que no afectara a su voluntad.
Y a ésta supo abrirle paso, a veces incluso con rudeza. Lo hizo contra su madre, a la que pretendía dar órdenes, como
sustituto del patriarca tras la muerte del padre; contra casi todos los profesores de filosofía coetáneos, a los que insultaba
como «emborronadores de absurdos»; contra los editores, por los que se sentía engañado, y contra las «mujeres», una
especialidad suya (llegó a lanzar por la escalera a una vecina que merodeaba tras él con excesiva curiosidad; por lo menos eso
es lo que ella afirmaba). En el café Greco de Roma los artistas que allí se congregaban trataron de impedirle la entrada
porque ya no soportaban más su constante regañar y sus aires de sabiondo. En su habitación de Berlín, desengañado y
agriado, golpeaba los muebles con el bastón de paseo. Al pedirle explicaciones, refunfuñaba: «Doy cita a mis espíritus». Pero
este duendecillo tenía sus momentos de «mejor conciencia», tal como él se expresaba; con todo, quedaba siempre en él una
espina cuando no vivía a la altura de su inteligencia.

No obstante, acierta con su filosofía de la superación de la voluntad egoísta o ansiosa de sí misma. No hay otra salida.
Tenemos que aprender a renunciar; tenemos que aprender ascesis. Hemos de mitigar la avidez. Tenemos que remar hacia
atrás. Ahí estaría el progreso que conviene a nuestra época. Y en este camino, la filosofía de Schopenhauer nos viene como
anillo al dedo.

Rüdiger Safranski, ensayista y biógrafo alemán, es autor, entre otros títulos, de Schopenhauer y los años salvajes de la
filosofía (2008) y Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán (2009), ambas obras publicadas por Tusquets Editores.

ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS EN SCHOPENHAUER


ABSURDO: El mundo es ‘voluntad y representación’, sin embargo toda voluntad acaba
en la muerte y toda representación nos deja con el mal sabor de boca de la
superficialidad. El mundo expresa, pues, su absurdo ontológico, existe sin causa ni
meta, (sin qué y sin por qué). La voluntad produce y reproduce el mundo ciegamente.

DOLOR: Para Schopenhauer el dolor es consustancial a la vida. ‘Vivir, por regla


general, significa experimentar una serie de desgracias, grandes o pequeñas’. El dolor
puede ser físico o psíquico y provocado por la violencia física de nuestros semejantes,
por la naturaleza física, brutal, que nos rodea, o por la simple maldad moral que nos
caracteriza en cuanto a especie.

EGOISMO: Al afirmarse en los organismos vivos, la voluntad obedece a un principio


de individuación. Pero mientras en los animales la voluntad como instinto genérico (de
pertenencia a una especie) vence al instinto individualizador, en cambio los humanos
se creen únicos, distintos, y en su diferencia ocultan lo genérico. Cada ego se imagina
que encarna algo incomparable, único, central, alrededor del cual gira todo el universo.
Observando un patio de colegio a la hora del recreo ya se observa la guerra de todos
contra todos de Hobbes; el egoísmo es pueril pero expresa la condición humana.
Schopenhauer llegó a escribir que ‘Más de unos sería capaz de matar a sus semejantes
y usar la grasa de los cadáveres pera limpiarse los zapatos’.

ESPECIE: Motor secreto de la voluntad que no obra para el bien del individuo, sino
para la vida en tanto que vida de especie que se impone sobre cada humano en
particular.

HASTÍO: ‘Enfermedad del tiempo’. Sensación de retorno del tiempo, de tiempo sin
futuro, de banalidad de la representación, característica de la vida humana. En el
hastío en vez de esperar que llegue el futuro, esperamos que llegue el pasado.

HUMANO: Mientras el animal vive en lo indiferenciado, en los humanos la voluntad


engendra el intelecto. Y con el intelecto nace la capacidad para sentirse diferente, para
sorprenderse/extrañarse de la propia existencia. Pero no se trata de una sorpresa
agradable; más bien lo que caracteriza lo humano es una ‘estupefacción dolorosa’ ante
la miseria de la vida. Forma parte de la condición humana saber que hemos de nacer y
de morir. Por eso, por la brutal lucidez que nos produce la muerte en tanto que falta
de sentido, el humano es un ‘animal enfermo’ o un ‘animal metafísico’

MÚSICA: Arte supremo en la medida que es forma inmaterial. Como el dolor se


vincula a la materia y en la música no la hay, la música se constituye como el arte
consolador por experiencia.

REPETICIÓN: Forma del mundo.

REPRESENTACIÓN: Cuando la voluntad se encarna en un organismo se produce la


‘representación’; en la representación la voluntad se comporta como objeto para ella
misma. O dicho de otra manera: mediante la representación, el mundo toma forma de
fenómeno y de especulación más o menos fantástica (religión, creencia, superstición) o
de conocimiento objetivo (ciencia). Pero toda representación no puede más, en el
fondo, que dejarnos insatisfechos.
VOLUNTAD: fundamento último de todo lo que se mueve. Se trata de una fuerza
ciega, inconsciente, implacable e inagotable. La voluntad es cósmica, es decir, común
a humanos, animales, planetas y estrellas.

ARTHUR SCHOPENHAUER Y LOS PUERCOESPINES

Vincent VALENTIN

En invierno los puercoespines se encuentran aquejados por dos sufrimientos. O bien se


alejan unos de otros y padecen frío. O bien se juntan unos con otros para mantener el
calor y se clavan las espinas que les destrozan las carnes. Buscan, pues, una situación
intermedia aceptable entre la soledad helada y la proximidad hiriente. Mediante esta
fábula, Arthur Schopenhauer (1788-1860) resume de una manera sencilla uno de los
aspectos importantes de su pensamiento. Como los puercoespines en invierno, los
hombres se encuentran, según él, empujados los unos a los otros por «la necesidad de
la sociedad surgida del vacío y de la monotonía de su propio interior (...) pero sus
numerosas cualidades repulsivas y sus insoportables defectos los dispersan de nuevo.
La distancia intermedia que terminan por descubrir y en la cual la vida en común se
hace posible, consiste en la cortesía y las buenas maneras».

Friedrich Nietzsche veía en el texto el estado de espíritu de una sociedad devenida


vulgar y niveladora. Sigmund Freud apreciaba la parábola en que reconocía su propio
escepticismo en lo tocante al proceso de civilización, necesario pero productor de
neurosis. Tal vez no sea casual que tuviese en su mesa de trabajo un pequeño
puercoespín como pisapapeles.

Para Arthur Schopenhauer este ejemplo ilustra la idea, recurrente en su obra, según la
cual la vida: «oscila como un péndulo de derecha a izquierda, entre el sufrimiento y el
aburrimiento»; lo mismo sucede con el amor en que uno –el que desearía
aproximarse– sufre, mientras que el otro, indiferente, se aburre. Cada uno de nosotros
duda necesariamente entre ambas miserias. De un lado, la soledad en que el hombre,
animal social, se consume. Del otro, el juego social, en que lo que Schopenhauer
denomina el «querer vivir», nos empuja a fin de satisfacer nuestros deseos, pero
donde no encuentra mucho en que expandirse. En un mundo que es «el peor de los
mundos posibles», las penas prevalecen sobre las alegrías. La vida en sociedad
multiplica los deseos y, en consecuencia, las frustraciones.

El sufrimiento es redoblado por la conciencia que la «voluntad» no sólo nos somete


sino que no tiene razón de ser. Actuamos sin saber verdaderamente porqué,
obedeciendo a un instinto nunca pensado. El absurdo se hace trágico: no tan solo no
tiene ningún fundamento, sino que actuamos como si lo tuviese. La vida en sociedad
nos obliga a tomar en serio un juego absurdo y penoso.

¿Estamos condenados a la fría soledad, a la ilusiones sociales o a la mediocre


«cortesía»? No, porque existe una alternativa que aparece al final de la parábola: «el
que posee en sí mismo una gran dosis de calor interior, prefiere alejarse de la sociedad
para no causar contrariedades ni sufrirlas». Preferir la soledad, pues, pero a condición
de neutralizar la propia voluntad, de negar el querer-vivir y la propia individualidad.
Sólo la filosofía y la contemplación estética permiten comprender la vanidad de la
existencia. Ambas liberan de los instintos gregarios, de los deseos vanos y nunca
satisfechos. Sin embargo la sabiduría que de ello resulta es negativa: no se trata de
felicidad, sino de la simple capacidad de no sufrir. Del sosiego –cuando no se notan ni
los pinchazos ni el frío– más que de la felicidad.

«Philosophie Magazine»; nº 13, octubre 2007.

Introducción a su pensamiento

P ara Schopenhauer nuestro mundo está hecho del mismo material que el de los sueños, el "Velo de maya" de los hindúes. Sólo existe una

fuerza cósmica: la voluntad; que tanto hace nacer estrellas como crecer las plantas o generar y liquidar nuevos seres humanos sin cesar. Éstos
se ven atrapados en una dolorosa paradoja: no pueden resistirse al impulso de la voluntad ciega e irracional de su propia naturaleza que
muchas veces les acarrea el sufrimiento, y a la vez aspiran a estar libres de él. Sólo hay dos formas al parecer de liberarnos o de al menos
reducir este sufrimiento. La primera es con la muerte, pero esto es algo de carácter completamente ilusorio y engañoso. Un trance en el que la
naturaleza, una vez acabada su función en nosotros, pondrá otro nuevo individuo en nuestro lugar para continuar su tarea sin fin, y el
sufrimiento no terminará, haciendo que actos como el del suicidio sean totalmente inútiles. La segunda es la tarea que llevan a cabo místicos y
ascetas, que mediante la aniquilación de su voluntad y su victoria sobre la naturaleza consiguen rasgar el velo de maya, ver "más allá". Ésta es
la única salida y victoria posible.

A pesar de que muchos autores afirman que la ética es la base del sistema de Schopenhauer, lo cierto es que es su metafísica la piedra angular
del mismo. Schopenhauer afirma descubrir la cosa en sí, que no es otra que la voluntad. A partir de ahí toda su ética impele al conocimiento y
renunciación de la misma. Ni la época ni quizás la personalidad del propio autor habrían hecho posible que Schopenhauer llevara él mismo a la
práctica lo que decía. Por eso se distancia diferenciando la labor del filósofo de la del asceta o místico. Al primero sólo le es posible a lo sumo
aspirar a cierta tranquilidad ante el mundo gracias a su conocimiento, pero sólo al asceta o al místico le está reservada la victoria sobre él, la
visión de la cosa en sí. Sólo ellos rasgan el Velo de Maya. Schopenhauer encontró pues especial inpiración allí donde esta lucha contra el sueño
de la realidad aún pervive con plena vigencia; en Oriente, y concretamente en la India. Pronto se convirtió en ávido lector de todo lo referente a
la cultura de esas latitudes.

La admiración de Schopenhauer por todas las formas de ascetismo y misticismo es enormemente fuerte. En cierta forma, su filosofía es la
antesala de la mística, como él mismo a veces se da cuenta. Sin embargo, con la misma fuerza con la que admira a místicos y ascetas rechaza las
religiones sistematizadas socialmente, a las que llama "metafísica para el pueblo". Es esta misma consideración por las religiones en estado
puro la que le lleva a citar varias veces textos hindúes, budistas y cristianos así como a rechazar al mismo tiempo catolicismo, protestantismo,
judaísmo, Islam, y cualquier otro tipo de religión "social". Para Schopenhauer la conquista del mundo incluso nunca fue el objetivo de la
religión cristiana, sino que el cristianismo no acabó de triunfar ante los antiguos dogmas judíos "este objetivo determinante no es, ni tan
siquiera una vez, el auténtico cristianismo del Nuevo Testamento, ni tampoco su espíritu, puesto que es para ellos demasiado elevado,
demasiado etéreo, demasiado excéntrico, excesivamente no de este mundo y, por tanto, demasiado pesimista, completamente inapropiado
para la apoteosis del Estado, sino que se trata simplemente del judaísmo, la doctrina de que el mundo ha recibido su existencia de un ser
personal y muy superior, algo que, por tanto, es también el más encantador y en donde todas los cosas son hermosísimas."

Alrededor de Schopenhauer se organizó en el mundo académico un complot de silencio contra el cual reaccionó con furia, acusando al
ambiente académico de estar bajo el control e influencia del clero. Este silencio perdura en buena medida hasta nuestros días. En su tiempo, las
críticas mordaces con las que se empleó el autor en sus obras son todo un estímulo para la lectura. Tremendamente individualista, fue muy
difícil para sus contemporáneos encasillarlo en escuela alguna. Con posterioridad los ataques sobre él han ido centrados en sus diversos
comentarios sobre los más diversos colectivos. Pero esto en realidad es anecdótico cuando se profundiza en la personalidad del autor. Tanto
arranca encendidamente a favor de la abolición de la esclavitud, como cuestiona la inteligencia de las mujeres. Arrasa con todos los tópicos
sobre las bondades de los pueblos europeos y afirma que prefiere la compañía de su perro a la de los humanos, o también cita antes de morir
que le da vergüenza ser alemán.

Su obra en su tiempo

D urante la época posterior a Kant, en la que aparece Schopenhauer reclamando su lógica sucesión, la filosofía empezaba a derivar hacia

un oscurantismo tanto en el lenguaje como en los conceptos. Las ideas tratadas con tanta profundidad por Kant no solían penetrar en las
cabezas de muchos académicos, que sin entenderlas, optaban por usar unas absurdas formas en el lenguaje carentes de todo contenido. Esto
irritaba especialmente a Schopenhauer, que siempre optaba por el lenguaje claro y se situaba en el polo opuesto de estas prácticas. Veía como
la búsqueda sincera del conocimiento iba siendo lentamente sustituida por una jerga sin sentido del lenguaje que sectariamente se aprobaba en
los círculos académicos. Las ideas se vuelven "nueces vacías, como esa de que `el mundo es la existencia de lo infinito en lo finito´, o la de que
`el espíritu es el reflejo de lo infinito en lo finito´, y otras semejantes.[...] Pero sin duda es tan probable que una mente vulgar tenga
pensamientos no vulgares como que los olmos den peras."

Según Schopenhauer, todo esto era debido a un interés especial de las autoridades académicas afines al clero. Se crea la "filosofía de
profesores", tal como ya ocurría en tiempos de los sofistas, en donde el sincero afán de conocimiento se haya sepultado ante la dependencia
económica del estado. No es posible ser filósofo a sueldo. "Que con la filosofía sea posible un afán tan sincero y fuerte, es algo que quien
menos puede soñar es un profesor; del mismo modo que el menos creyente de todos los cristianos suele ser el Papa. Por eso es muy raro que
un auténtico filósofo haya sido también profesor de filosofía"

La filosofía después de Kant y el asentamiento que supuso de los principios racionales que ponía en entredicho cada vez más la aceptación de
una búsqueda de un "Ser" como centro del pensamiento en occidente, empezaba a convertirse en un amenaza para la intelectualidad de la
teísta Europa. Así comenta con ironía "El catolicismo alemán o neocatolicismo, no es otra cosa, en efecto, que hegelianismo popularizado. Al
igual que este deja el mundo sin explicar: está ahí, sin más historias. Simplemente recibe el nombre de Dios, y la humanidad el de Cristo.
Ambos son "fines en sí", es decir, existen precisamente para abandonarse a su propio bienestar, tanto como dure la breve vida ¡Alegrémonos
pues!"

Todo ello sin embargo, es tratado sarcásticamente por el autor, que dándolo todo por perdido arremete con ironía y sentido del humor y
confiando en que los tiempos futuros le darán un reconocimiento que el presente le negaba. "...también en todos los tiempos las obras
estimables se van abriendo paso a paso su camino y como por un milagro, se las ve finalmente elevarse sobre la turbamulta, a la manera de
aeróstatos, que de las regiones más densas de la atmósfera ascienden a otras más puras y una vez allí se sostienen sin que nada ni nadie
pueda hacerlas descender" .

Este reconocimiento le ha llegado sin duda, pero bajo la especial forma de haberse convertido en un autor de culto. Fácil es encontrar
personalidades brillantes de este siglo en el campo de las humanidades o la ciencia que han sido influidos por su obra, pero más fácil aún es
observar la ley del silencio a la que frecuentemente se le ha sometido.

Su obra en la posteridad
P ensador difícil de meter en cualquier corriente, se le ha usado tanto para decir que inspiró a marxistas y a nacionalsocialistas, a ateos y a

espiritistas. En realidad muchos autores decisivos leyeron a Schopenhauer, pero éste no puede ser acusado de ser germen de ninguna de estas
cosas, y su oposición al sometimiento del individuo al estado es bien patente en muchos párrafos de su obra. Su frontal rechazo a las ideas de
Hegel, que según él estaban estropeando Alemania y que a la postre alimentarían tanto a nazismo como a marxismo de manera fundamental,
es la mejor demostración de ello. "Con ello no sólo se convierte la filosofía académica en una escuela del filisteísmo más vulgar, sino que al
final se llega como Hegel, a la indignante doctrina de que el destino del ser humano se agota en el Estado -algo así como el de las abejas en la
colmena-. Y así se desvía por completo la atención del fin más sublime de nuestra existencia."

Su genialidad y brillantez, su sentido del humor, y el desarrollo de la metafísica más potente que nunca se halla gestado en occidente han
proporcionado a Schopenhauer adhesiones de las mentes contemporáneas más brillantes. Desde Freud, del que se ha demostrado se inspiró en
sus ideas, a Nietzsche, más sincero y quien le dedicó un libro entero ("Schopenhauer educador") . También Einstein afirmó que después de
haber leído a Schopenhauer su concepción de la muerte había cambiado radicalmente, Wittgenstein, Kierkeegard, y una larga lista de autores
no escapan a la influencia de "El mundo como voluntad y representación", la principal obra de Schopenhauer y eje de todo su sistema.

Gran amante de todo lo hispano, utiliza nuestro refranero a menudo, y era gran lector de Calderón y Baltasar Gracián, del cual se inspiró en su
"Oráculo" para realizar parte de sus "Parerga" y a los que cita muy frecuentemente. La obra de Schopenhauer encuentra correspondencia
también en una de las generaciones literarias españolas más brillantes de la historia, la de principios de siglo, y en especial en Baroja y
Unamuno. Actualmente, el impulso de su pensamiento se viene manifestando desde hace décadas en todo tipo de manifestaciones artísticas y
de pensamiento. Con Schopenhauer encontramos tempranamente, todos los intereses especulativos que habrán de ser luego generales en el
siglo XX, desde el psicoanálisis hasta el interés por lo esotérico y por las culturas orientales, la ciencia, la sicología, e incluso la sensibilidad de
la música más actual. Es por muchos considerado el padre de este siglo, y sin embargo sigue pesando sobre él un silencio cada vez más
evidente.

Acceso a su obra: comentarios

S chopenhauer gustaba decir que su filosofía era la Tebas de las 100 puertas, por donde se acceda siempre se va a parar al centro de su

sistema. Tanto filosóficamente como literariamente, el centro de su sistema es su obra capital "El mundo como voluntad y representación".
Desde la edición que se realizó en 1928, ha habido que esperar hasta el 2003 para ver de nuevo una edición completa de la obra.

La editorial Trotta así como el Fondo de Cultura Económica/Círculo de Lectores ha lanzado sendas ediciones traducidas de la obra principal,
realizadas por los mejores especialistas del autor en lengua castellana. También Trotta ha publicado en el 2003 una edición de los
Complementos los cuales son la última revisión que el filósofo hizo a su obra. Esta misma editorial ha publicado la Crítica de la filosofía
Kantiana, pieza del todo fundamental en el pensamiento del autor. Ambas traducidas por Pilar López de Santamaría, que como se mencionaba,
junto con los trabajos de R.Aramayo hasta la fecha componen la mejor opción a recomendar por su calidad.

Los "Parerga y Paralipómena" son, un compendio de observaciones y citas que dieron la fama a Schopenhauer hacia el final de su vida, y son
una buena puerta de entrada a su pensamiento. No obstante son observaciones dirigidas más bien al amplio público, y si no se ha llegado a
entender la base metafísica de su sistema pueden ser mal comprendidas en su totalidad.

Sobre ediciones de la obra de Schopenhauer, hay que tener cuidado tanto con las traducciones como en los prólogos. Este autor no siempre ha
sido bien tolerado, y además de la censura tradicional sobre su obra principal, en los fragmentos que aparecían de ella a menudo se ha
intentado condicionar al lector de una u otra forma.

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