Sunteți pe pagina 1din 4

HORA SANTA (33)

EL CULTO
DE LA EUCARISTÍA
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)


Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.
 Se lee el texto bíblico:

D
DEL EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN Jn 12,1-8
Seis días antes de la fiesta judía de la Pascua, llegó Jesús a Betania,
donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era
uno de los comensales. María se presentó con un frasco de perfume muy caro,
casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después los secó
con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito. Judas
Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo: -
¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo
entre los pobres? Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino
porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba
de lo que echaban en ella. Jesús le dijo: -¡Déjala en paz! Esto que ha hecho
anticipa el día de mi sepultura. Además, a los pobres los tenéis siempre con
vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis.

EL CULTO DE LA EUCARISTÍA
Dilexi decorem domus tuae
“He amado el ornato de tu casa” (Ps 25, 8)
Un día se acercó a Jesús una mujer, una verdadera adoradora, con intención
de adorarle. Llevaba una vasija llena de perfumes y los esparció a los pies de
Jesús, para atestiguar su amor y honrar de esta manera su divinidad a y su
santa humanidad.
¿Para qué esta superfluidad? –dijo Judas el traidor–. Mejor hubiera sido
vender esos perfumes a un precio elevado y distribuir su importe entre los
pobres”.
Pero Jesús salió a la defensa de su sierva diciendo: “Lo que ha hecho esta
mujer, bien hecho está y dondequiera que se predique este evangelio se
referirá esto en alabanza suya”. He aquí ahora la explicación de este hecho
evangélico.
I.- Nuestro señor Jesucristo está en el santísimo Sacramento para recibir de
los hombres los mismos homenajes que recibió de los que tuvieron la
fortuna de tratarle durante su vida mortal. Está allí para que todo el mundo
pueda tributar a su santa humanidad honores personales. Aun cuando ésta
fuese la única razón de la Eucaristía, deberíamos considerarnos dichosos
por poder rendir a Jesucristo en persona los homenajes que dimanan de
nuestros deberes de cristianos.
Por esta su divina presencia tiene razón de ser el culto público y tiene vida
propia. Suprimid la presencia real y no habrá medio de tributar a la
santísima humanidad de Cristo el respeto y el honor que le son debidos.
Nuestro Señor, como hombre, no está más que en el cielo y en el santísimo
Sacramento. Por la Eucaristía podemos aproximarnos al Salvador en persona
estando vivo, y podemos verle y hablarle... Sin esta presencia el culto caería
en una abstracción.
Mediante esta presencia vamos a Dios directamente y nos acercamos a Él
como cuando vivía en la tierra. ¡Desgraciados de nosotros si, para honrar la
humanidad de Jesucristo, nos viésemos precisados, como único recurso, a
evocar los recuerdos de hace dieciocho siglos! Aun tendría esto base para lo
que toca el espíritu, pero por lo que hace a los homenajes del culto externo,
¿cómo se lo tributaríamos, atendiendo solamente a un pasado tan lejano?
Nos contentaríamos con dar gracias sin entrar en la participación de los
misterios.
Pero por estar Jesucristo realmente en la Eucaristía, puedo yo hoy en día
adorar como los pastores y postrarme ante Él como los magos: no hay por
qué envidiar la dicha de los que estuvieron en Belén o en el calvario.
II.- La presencia real de Jesucristo no es sólo la vida del culto externo, sino
que, además, nos ofrece la ocasión de socorrer a Cristo con nuestras
limosnas.
Ciertamente, desde este aspecto, nosotros somos más afortunados que los
mismos santos del cielo: ellos reciben, pero ya no dan. Se ha dicho que es
mejor dar que recibir y nosotros damos a Jesús. Le damos parte de nuestro
dinero, de nuestro pan, de nuestro tiempo, de nuestros sudores y de nuestra
sangre. ¿No es éste el mayor consuelo?
Nuestro señor Jesucristo viene del cielo con sola su bondad: no tiene otra
cosa y está sujeto, aquí en la tierra, a la voluntad de los fieles. ¡Su templo, la
materia de su sacrificio, las luces, los vasos sagrados que son necesarios
para el Sacramento y, en fin, todo, se lo damos nosotros!
Sin esas luces y sin ese pequeño trono, Jesucristo no puede salir del
tabernáculo, y somos nosotros quienes se lo damos, pudiendo decirle: “Os
halláis sobre un hermoso trono, mas somos nosotros quienes os lo hemos
erigido nosotros hemos abierto la puerta de vuestra prisión y hemos
disipado la nube que os ocultaba a nuestra vista. ¡Oh sol de amor! Haced que
vuestros, rayos penetren todos los corazones”.
¡Jesús nos debe algo!
Él puede pagar sus deudas y las pagará seguramente. Ha salido fiador de los
miembros de su cuerpo místico pobres y atribulados...
“Cuanto hiciereis por el más pequeño de mis hermanos os lo devolveré
centuplicado”, y si Jesús paga las deudas ajenas, ¿cómo no pagará las suyas
propias?
En el día del juicio podremos decirle: “Os hemos visitado no sólo en
vuestros pobres, sino también en vos mismo, en vuestra augusta persona:
¿que nos dais en recompensa?”
Las gentes del mundo nunca comprenderán estas verdades.
Dad, sí, dad a los pobres; pero a las iglesias, ¿para qué? ¡Este es dinero
perdido! ¿Para qué esa prodigalidad en los altares?
¡Y así algunos se hacen protestantes!
¡Fuera tales ideas! La Iglesia quiere un culto vivo porque posee su Salvador,
vivo sobre la tierra.
¡Qué dichosos pueden llegar a ser los que saben agenciar rentas para la vida
eterna a cambio de este poco que dan a nuestro señor Jesucristo! ¿Es esto
una cosa de poca monta?
Más todavía. Dar a Jesucristo es un consuelo, una satisfacción íntima; aun
más, es una verdadera necesidad.
III.- Sí, tenemos necesidad de ver, de sentir de cerca a nuestro señor
Jesucristo y de honrarle con nuestros donativos.
Si Jesucristo no quisiera de nosotros otra cosa que homenajes internos,
desatendería una imperiosa necesidad del hombre, cual es el no saber amar
sin manifestar este amor por señales exteriores de amistad y de cariño.
Así se puede juzgar de la fe de un pueblo por sus donativos a las iglesias. Si
hay luces encendidas, las ropas están limpias y los ornamentos decentes y
bien conservados..., ¡ah, en aquel pueblo hay fe!
Pero si Jesucristo está sin ornamentos, y en una iglesia que más que iglesia
parece una cárcel, ¡entonces existen pruebas de que allí falta la fe!
Se hacen donativos para todas las obras de beneficencia, y, si pedís para el
santísimo Sacramento, no os entienden.
Para adornar el altar de tal o cual santo, para hacer una peregrinación a un
lugar en el cual se obran curas maravillosas, aun se da algo; mas para el
santísimo Sacramento... ¡nada!
¿Ha de ir el rey vestido de andrajos mientras que su servidumbre se adorna
con magníficos tocados? Es que no se tiene fe, fe viva y amorosa, o a lo
sumo es una fe especulativa, puramente negativa: se es protestante en la
práctica por más que se diga católico.
Jesucristo está allí, y a Él se acude incesantemente para pedirle gracias, la
salud, una buena muerte, etc.; pero ¡nadie se acuerda de remediar su
pobreza con algún donativo! ¡Callad...; con ese proceder le insultáis!
Dice el apóstol Santiago: “Si un pobre te pide limosna y lo despides sin darle
nada, diciéndole: ‘La paz sea contigo’, te burlas de aquel pobre y eres
homicida”.
Pues bien: ahí está nuestro señor Jesucristo, que nada tiene y que todo lo
espera de vosotros; cuando vais a decirle: “Te adoro, te reconozco por mi
rey; te doy gracias por hallarte presente en el santísimo Sacramento”, y a
pesar de ello nada le dais para contribuir al esplendor del culto, ¡le insultáis!
Y cuando un párroco se ve obligado a usar ornamentos miserables y rotos,
porque no tiene otros, tienen la culpa los feligreses y eso es un verdadero
escándalo.
Porque es cierto que todos, sí, todos, pueden dar a Jesucristo nuestro señor,
y la experiencia confirma que no son los grandes ni los ricos los que
sostienen el esplendor del culto eucarístico, sino la masa del pueblo pobre.
Veía un día Jesucristo que los fariseos echaban grandes sumas de dinero en
el gazofilacio, sin dar señales de impresionarse por ello; pero una pobre
mujer echa un denario, que era todo cuanto poseía, y Jesús la admira, se
conmueve su corazón y no puede menos de decir a los apóstoles: “Esta
pobre viuda ha dado más que todos los otros, porque ha dado lo que
necesita para su sustento”.
Del mismo modo, aquel que se priva de algo necesario para ofrecer una vela,
una flor..., da más que aquel otro que por estar en posición desahogada,
puede aportar cuantiosas sumas. Jesús no mira la cuantía de las dádivas,
sino el corazón del que las hace.
–¡Dad, sí, dad algo al Señor! ¡Consoladle en su abandono, socorredle en su
pobreza!
IV.- Pero, más todavía. Jesús está allí por amor, ¿no es eso? Bien; cuando uno
cree en su presencia, cuando se le ama, no comprendo cómo no se le atiende
con algún obsequio.
Prescindiendo de los méritos y de las gracias que nuestras ofrendas pueden
proporcionarnos, el poder hacer algún regalo a nuestro Señor, el poder
honrar a nuestro rey con nuestros obsequios, ¿no es ya una honra muy
grande?
Ciertamente que no todos son admitidos, aunque lo quieran, a ofrecer sus
homenajes a un rey de la tierra, y los que lo consiguen es a fuerza de
influencias. ¿Quién se atrevería, sin contar con el apoyo de algún alto
personaje, a ofrecerle ni siquiera un ramo de flores con ocasión de una
fiesta?
¡Jesús es rey y quien hace los reyes, y, sin embargo, no quiere para sí la
etiqueta que usan los reyes en la tierra! ¡Permite que nosotros mismos le
presentemos, siempre que queramos, nuestros homenajes, y Él los espera
continuamente!
¡Ah, cuánto nos honra esto! Aprovechémonos, que no hay más que un corto
tiempo para dar. Aquí en la tierra quiere Dios recibir de nuestras manos lo
que le damos. ¡Ojalá tengáis muchas veces el consuelo de decir: “He dado
algo a Jesucristo nuestro señor”!
En cambio, ¡El mismo se dará a vosotros!

S-ar putea să vă placă și