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EL CHULLA QUITEÑO

EL ORIGEN:

Según contó Edgar Freire Rubio, más


conocido como el “Librero de la Ciudad”,
chulla en quechua quiere decir uno. Sí, el
chulla quiteño siempre tuvo un traje, un
sombrero, sin duda un par de zapatos y un
montón de ingenio para estar siempre
codeándose con la nobleza de la franciscana
ciudad y la incipiente burguesía, aunque
para eso muchas veces no tenía ni un sucre
en el bolsillo.

Lo que acabo de decir le puede sonar muy


familiar o recordar algún borrado capitulo de su vida, es decir que miles de personas
antes, hoy, sin duda en el futuro, encamarán al polémico pero siempre querido chulla
quiteño.

Las gracias o ingredientes que hicieron del chulla alguien polémico, querido y admirado
son entre otros el gran humor con doble sentido que manejaba. Un aspecto que ahora es
conocido como la “sal quiteña”.

El gran ingenio para crear situaciones en las que él salía no solo bien librado, sino hasta
con ganancias económicas, sin haber invertido un centavo, es un hecho que se repite a
través de la historia urbana de la ciudad.

No podemos dejar de lado, la picardía. Un poco entrada la época republicana era muy
habitual que llegue nuestro personaje a fiestas de los encopetados a las cuales por
supuesto no estaba invitado.

Él se ponía su tradicional atuendo y aunque ante los demás parecía todo bien acicalado,
debajo de la leva no tenía más que un cuello con un vuelo recortado, el cual estaba atado
a los puños con unos piolines.
En cuanto a la ropa fina que llevaba, era costumbre antes colocar el sombrero y los
abrigos en unos roperos de los restaurantes de clase, para que al salir los comensales los
retiren, por supuesto que el chulla no se llevaba el suyo, sino el de algún despistado
adinerado.

PERSONAJE MODERNO:

Sobre el tradicional personaje Manuel Espinosa Polo, historiador de la cultura popular,


cree que nuestro chulla quiteño aparece en una época de transición, cuando de la ciudad
pequeña colonial pasábamos a la era republicana moderna que convirtió a Quito en la
metrópoli que es ahora.
Por eso el chulla es, a su criterio, un ente solitario, libre, caminador constante o
“patacaliente”. Un hombre de la noche, que se disfrazaba para vivir su teatralización, su
sueño. El chulla nacía y moría en la noche, comenta.

Acaso lo dicho no les recuerda los fines de semana en los que sobre todo la juventud y
gran parte de la clase media vive un mundo de oropel y fantasía.

QUITO: HISTORIA, TRADICIÓN Y LEYENDA

La historia de la hermosa y colonial ciudad de Quito, llena de leyendas que se han tejido
durante más de 400 años, aún está viva en la memoria de quienes la habitan. Para llegar
a su origen oficial es necesario retroceder a un 6 de diciembre de 1534, cuando los
conquistadores españoles fundaron la ciudad y en ella se establecieron 204 habitantes.

Estuvo habitada en sus inicios por la cultura quechua de los quitus. Desde el cerro del
Panecillo en el sur, hasta la plaza de San Blas en el centro, se extendía la estrecha franja
poblada que fue creciendo con el tiempo hasta convertirse en la gran urbe que es hoy.

El nombre original de la ciudad en la etapa prehispánica fue Reino de Quito. Las


edificaciones fueron en un principio de piedra labrada y ladrillo secado al sol. Más
tarde, los arquitectos españoles empezaron a utilizar otro material para las
construcciones, que eran principalmente piedras traídas de las canteras del Pichincha.

Durante el siglo XVI, se denominó Real Audiencia de Quito. A comienzos de aquel


siglo, la ciudad adoptó un aspecto monumental con la construcción de los imponentes
templos de San Francisco, Santo Domingo, La Catedral y San Agustín, edificaciones
pertenecientes a las misiones católicas, en torno de las cuales giraron los principales
acontecimientos de esta etapa y que fomentaron la religiosidad del pueblo.

Pero Quito es anterior a 1534, fecha de la fundación española, aunque sus evidencias
prehispánicas desaparecieran con la llegada de los conquistadores. Se dice que antes de
la llegada de los europeos, Rumiñahui, un guerrero indígena, incendió la ciudad y
destruyó los templos construidos por los incas que la habitaban.

Al tenor de estos acontecimientos, Quito se convirtió en una ciudad de leyendas y


cientos de historias de personajes que pasan de generación en generación. La
franciscana y conventual ciudad guarda, entre templos y plazas, memorias importantes
que se han convertido en historia oficial y forman parte de su tradición.

Valga recordar personajes como Atahualpa, último emperador del Tahuantinsuyo (el
Reino de los Incas), quien fuera ejecutado en 1533 luego de ser tomado prisionero por
los españqles a pesar de que el pueblo pagó por su rescate una habitación llena de oro y
plata; Xavier Chusig, quien dada la discriminación por su condición de mestizo se viera
obligado a cambiar su nombre por el de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, y quien con
visión liberadora que lo llevara a la muerte, fuera fundador del primer periódico de la
ciudad; o Manuela Sáenz, primera mujer que formó parte del ejercito bolivariano y
mano derecha del Libertador Simón Bolívar. Para ellos, como para muchos otros, Quito
fue el escenario de su resistencia y de su lucha.
Al mismo tiempo que los españoles ingresaron a Quito, lo hicieron también los
misioneros católicos, cuya influencia en la Colonia y la etapa republicana se refleja en
más de treinta conventos, iglesias y capillas que se levantan en el centro histórico. La
influencia no pasó en vano, y al parecer la devoción quedó bien sembrada entre las
almas. En 1649, más de dos mil personas cruzaron la ciudad de norte a sur en repetidas

ocasiones durante el día y la noche, suplicándole a Dios que revelara la identidad de los
ladrones que robaron el cáliz sagrado del Convento de Santa Clara.

Así mismo. queda en las páginas de la historia quiteña el 28 de enero de 1912, día en
que una multitud arrastró el cuerpo del general Eloy Alfaro, Presidente de la República
y gestor de la revolución liberal, quien antes fuera asesinado en el penal de la ciudad
para posteriormente ser incinerado en el parque de id2. Otro hecho memorable es el
intento de golpe de Estado para derrocar al gobierno del general Guillermo Rodríguez
Lara, el primero de septiembre de 1975, por militares que atacaron el Palacio de
Gobierno.

Tres años más tarde, en 1978, Quito fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad
con el objetivo primordial de conservar la arquitectura colonial de conventos, iglesias y
en general del centro histórico. La expansión de la ciudad al norte y sur se inició en la
década de 1980, cuando también se desarrolló la principal área turística del Quito
moderno, hoy denominada centro norte.

Quito, capital de la República del Ecuador, es actualmente una metrópoli emprendedora,


sede del Gobierno y centro político del país. Ha realizado enormes esfuerzos para
contrarrestar los daños causados por las fuerzas climáticas que le han afectado y para
convertirse en una ciudad cálida. Hoy día ofrece múltiples opciones para visitar y
disfrutar de una estadía absolutamente placentera, en medio de tradiciones, fantasía y
leyenda

LEYENDAS

Leyendas y tradiciones quiteñas

Las leyendas constituyen solo una de las posibilidades de comunicación a través de los
mensajes lingüísticos tradicionales, ya que estos comprenden muchas formas, diferentes
de expresión, romances, coplas, refranes, las propias leyendas y otros.

Quito es una larga historia de cuentos, de leyendas, de una cultura oral que se transmite
de generación a generación. Desde el origen mismo de su nombre, Quito está hecho de
incertidumbres, de misterios que se esconden detrás de sus calles. La historia de Quito
cuenta con personajes que hicieron leyendas que se volvieron hechos reales, a fuerza de
tanto contarlas.

Este es un espacio en homenaje al Quito antiguo, al que nos enseñaron a querer nuestros
abuelos, el Quito que se lo reconoce cuando se camina por la Plaza Grande y que se
aprecia en todo su esplendor desde el Panecillo.

Estas son las principales leyendas que caracterizan a la ciudad de Quito.


Cantuíia...

Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue
construido por Cantuña mediante pacto con el diablo. Esta relata cómo Cantuña.

contratista, atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para que, a cambio
de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos diablillos trabajaron
mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al amanecer los dos firmantes del
contrato sellado con sangre: Cantuña por un lado, y el diablo por el otro, se reunieron
para hacerlo efectivo.

El indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su parte cuando se dio cuenta de que
en un costado de la iglesia faltaba colocar una piedra; cuál hábil abogado arguyó, lleno
de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya amanecía y con ello el plazo
caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba insubsistente.

Ahora bien, la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es algo diferente. Cantuña
era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado
por sus mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de las huestes
españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito incaico.

La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el


muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez,
que lo hizo parte de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi como a propio
hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal administrador, cayó en
la desgracia. Aquejado por las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez
más acuciantes. Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le acercó
ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que haga ciertas
modificaciones en el subsuelo de la casa.

La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal
punto que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que
pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la
muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de gran
fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a los franciscanos
para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y autoridades, al no
comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo.
Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió
zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos curas
que había hecho un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba
todo el dinero que le pidiese.

Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la


persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las
continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y
misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa, bajo un
piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios lingotes de oro y una
cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.
El padre Almeida

En el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote, el padre
Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la juerga.
Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que daba a
la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta ella apoyándose en la
escultura de un Cristo yaciente. Se dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada
noche le preguntaba al juerguista: “hasta cuando padre Almeida”. . .a lo que él
respondía: “hasta la vuelta, Señor”

Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y el
aguardiente corría por su garganta sin control alguno.. .con los primeros rayos del sol
volvía al convento.

Aparentemente, los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo de vida
eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar
definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía tambaleándose por las empedradas
calles quiteñas rumbo a su morada, cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se
aproximaba. Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora y como era
curioso, decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su cuerpo en el
féretro.

El susto le quitó la borrachera. Corrió como un loco al convento, del que nunca volvió a
escaparse para ir de juerga.

La olla del Panecillo

Había en Quito una mujer que diariamente llevaba su vaquita al Panecillo. Allí pasaba
siempre porque no tenía un potrero donde llevarla. Un buen día, mientras recogía un
poco de leña, dejó a la vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró.
Llena de susto, se puso a buscarla por los alrededores. Pasaron algunas horas y la
vaquita no apareció. En su afán por encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma olla y
su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso palacio.

Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono estaba sentada
una bella princesa.

Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó:


-,Cuál es el motivo de tu visita?
- ¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor miseria - contestó j
mujer sollozando -.La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una
mazorca y un ladrillo de oro.
También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana y salva. La mujer
agradeció a la princesa y salió contenta. Cuando llegó a la puerta, ¡tuvo la gran
sorpresa!
- ¡Ahí está mi vaca!
La mujer y el animalito regresaron a su casa.

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