Sunteți pe pagina 1din 5

Hablar de ciencia resulta muy complejo, es por ello que debemos tener muy claro

su concepto, para poder comprender y manejar este término, diferentes autores


dan su definición, tras investigar e indagar nos encontramos que la palabra
“ciencia” viene del latín “scire” que significa saber, su definición básica de
acuerdo con Mario Bunge (1960) “la ciencia es el conocimiento y el estudio de las
realidades que son demostrables” , lo que quiere decir que es la creación del
conocimiento a partir de la realidad obtenida por la experiencia.

Entonces se dice que la ciencia se caracteriza por ser un conocimiento racional,


sistemático, falible, exacto y verificable, la importancia teórica de saber ¿qué es la
ciencia? nos llevar a un incremento del conocimiento del mundo que nos rodea, a
medida que se resuelve un problema se habrá resuelto un problema
epistemológico (cómo conocemos) básicamente el origen y su validez.(Bunge,
1996).

A diario, los niños interactúan con su entorno en una permanente búsqueda de


explicaciones sobre lo que sucede a su alrededor. Por eso exploran los objetos, las
situaciones y los fenómenos, buscando datos y pistas que les permitan comprender
la composición, la organización y el funcionamiento de la realidad. Los niños
también procuran obtener información dialogando con otras personas que posean
conocimientos más elaborados que los suyos. De esa interacción, los niños se
proveen de interesantes experiencias que favorecen su desarrollo.
La información, que los niños reciben a través de los adultos, de los medios masivos
de comunicación y de sus propias observaciones, les permite elaborar explicaciones
sobre el mundo. Sin embargo, los niños no incorporan fielmente la información que
reciben, sino que ésta sufre un procesamiento a partir de los esquemas intelectuales
de que disponen, tratando de entender y explicar su realidad. Todas sus
explicaciones forman parte de representaciones o modelos que los niños han
construido combinando diversos aspectos de la composición, la organización y el
funcionamiento del mundo. (Mateu, M. Enseñar y aprender Ciencias Naturales en
la escuela. 2005).
Desde edades tempranas, las niñas y los niños se forman ideas propias acerca
de su mundo inmediato, tanto en lo que se refiere a la naturaleza como a la vida
social. Estas ideas les ayudan a explicarse aspectos particulares de la realidad
y a darle sentido, así como a hacer distinciones fundamentales; por ejemplo,
reconocer entre lo natural y lo no natural, entre lo vivo y lo no vivo, entre plantas
y animales. El contacto con los elementos, seres y eventos de la naturaleza, así
como las oportunidades para hablar sobre aspectos relacionados con la vida en
la familia y en la comunidad, son recursos para favorecer la reflexión, la
narración comprensible de experiencias, el desarrollo de actitudes de cuidado y
protección del medio natural; ello propicia en los alumnos un mejor conocimiento
de sí mismos y la construcción paulatina de interpretaciones más ajustadas a la
realidad, como base de un aprendizaje continuo. (PEP,2011).

Las niñas y los niños aprenden a observar cuando enfrentan situaciones que
demandan atención, concentración e identificación de características de los
elementos o fenómenos naturales. En la medida en que logran observar con
atención, aprenden a reconocer información relevante de la que no lo es. Las
intervenciones que las docentes implementan en donde permiten a los alumnos
responder distintos cuestionamientos orientan la atención de las niñas y los
niños en los eventos a observar, dan pie al diálogo y al intercambio de opiniones
y al planteamiento de nuevas preguntas que los pueden llevar a profundizar en
el aprendizaje acerca del mundo natural.

El conocimiento y la comprensión que las niñas y los niños logran sobre el mundo
natural los sensibiliza, fomenta una actitud reflexiva sobre la importancia del
aprovechamiento adecuado de los recursos naturales y orienta su participación
en el cuidado y la preservación del ambiente. (PEP,2011).

La ciencia para todos debe proporcionar a los alumnos la experiencia del gozo
de comprender y explicar lo que ocurre a su alrededor; es decir, “leerlo” con ojos
de científicos. Este “disfrutar con el conocimiento” ha de ser el resultado de una
actividad humana racional la cual construye un conocimiento a partir de la
experimentación, por lo que requiere intervención en la naturaleza, que toma
sentido en función de sus finalidades, y éstas deben fundamentarse en valores
sociales y sintonizar siempre con los valores humanos básicos. Así, las ciencias
deben proporcionar recursos para tomar decisiones fundamentadas, sin
predeterminar el comportamiento humano ni reducir las capacidades de las
personas a lo que las disciplinas científicas pueden decir de ellas (Fourez y
otros, 1996; Izquierdo, 2006).

El equipo liderado por Richard Duschl (2007), en un profundo análisis de la


educación en ciencias desde el jardín de infantes, que lleva por título Taking science
to school (llevar la ciencia a la escuela), identifica cuatro capacidades que considera
fundamentales (verán que se solapan en parte con las que surgen del relato de
Feynman):
• Conocer, usar e interpretar explicaciones científicas del mundo natural.
• Generar y evaluar evidencia y explicaciones científicas.
• Entender la naturaleza y el proceso de desarrollo del conocimiento científico.
• Participar productivamente en las prácticas y el discurso científico.

Desde la perspectiva teórica conocida como “cognición situada”, que enfatiza que
el pensamiento siempre sucede en contexto, pensar científicamente implica la
capacidad de participar de una serie de prácticas culturales particulares de las
ciencias, que conllevan modos propios de construir conocimiento, de comunicarlo,
de debatir y de colaborar (Brown et al, 1989; Gellon et al, 2006). Esta visión del
pensamiento como la capacidad de participar en prácticas auténticas, creo yo, es
en particular valiosa, porque nos da pistas muy concretas para pensar sobre la
enseñanza Pensar científicamente también implica ser conscientes de qué
sabemos y cómo lo sabemos (por ejemplo, entender cómo llegamos a cierta
conclusión, con qué evidencias, y para qué ideas aún no tenemos evidencias
suficientes). Con los niños pequeños, el trabajo metacognitivo parece un desafío
difícil. Sin embargo,(…), es totalmente posible avanzar en este objetivo ofreciendo
oportunidades a los chicos de hacer sus ideas visibles desde que son muy
pequeños, con preguntas como: “¿en qué te fijaste para decir eso?”, “¿cómo te diste
cuenta?”, que poco a poco se vuelvan parte de las rutinas habituales de la clase.
Entonces, podríamos redefinir al pensamiento científico como una manera de
pararse ante el mundo, que combina componentes cognitivos y socioemocionales,
como la apertura y la objetividad, la curiosidad y la capacidad de asombro, la
flexibilidad y el escepticismo, y la capacidad de colaborar y crear con otros.
La educadora escocesa Wynne Harlen (2008), referente mundial en la enseñanza
de las ciencias, hace una síntesis excelente de los componentes racionales y
emocionales del pensamiento científico, que tomaremos como punto de partida para
el resto del libro. En sus palabras, el pensamiento científico podría resumirse en:
• La capacidad de sostener y desarrollar la curiosidad y un sentido de la maravilla
sobre el mundo que nos rodea.
• El acceso a modos de pensar y razonar basados en evidencia y razonamiento
cuidadoso.
• La satisfacción de encontrar respuestas por uno mismo a preguntas por medio de
la actividad mental y física propia.
• La flexibilidad en el pensamiento y el respeto por la evidencia.
• El deseo y la capacidad de seguir aprendiendo.

Estar científicamente alfabetizado es indispensable para comprender, juzgar y


tomar decisiones con respecto a cuestiones individuales y colectivas, así como
participar de la vida comunitaria. Decidir sobre cuestiones ambientales o
relacionadas con la salud, por citar solo los ejemplos más evidentes, exige una
ciudadanía informada y conocedora de algunos aspectos básicos del mundo
natural, que además pueda tomar en cuenta evidencias científicas y evaluar de
manera responsable argumentos a favor y en contra de cierta postura.
Golombek decía, en pocas palabras, que el objetivo último de la enseñanza de la
ciencia es “formar buenos ciudadanos y, por qué no, buena gente” (2008, p. 14).
Furman, Melina. Educar mentes curiosas : la formación del pensamiento científico
y tecnológico en la infancia : documento básico, XI Foro Latinoamericano de
Educación / Melina Furman. - 1a ed compendiada. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : Santillana, 2016.

Bruner (1993), por ejemplo, enfatiza el papel de los intelectuales y de los


aportes de la ciencia como elementos articuladores de los intereses sociales, y
estableció dos modelos que permiten entender dicha relación: el “ingenieril”,
que valora el papel de los que deciden y ejecutan en los diferentes gobiernos,
y el “autorregulador”, que valora los procesos de decisión y coordinación,
haciendo mención de que los resultados de la investigación repercuten más
en el modelo ingenieril que en el autorregulador, ya que en el segundo influyen
de manera más directa los medios de comunicación y las características de los
diferentes contextos o instituciones educativas.

S-ar putea să vă placă și