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Las niñas y los niños aprenden a observar cuando enfrentan situaciones que
demandan atención, concentración e identificación de características de los
elementos o fenómenos naturales. En la medida en que logran observar con
atención, aprenden a reconocer información relevante de la que no lo es. Las
intervenciones que las docentes implementan en donde permiten a los alumnos
responder distintos cuestionamientos orientan la atención de las niñas y los
niños en los eventos a observar, dan pie al diálogo y al intercambio de opiniones
y al planteamiento de nuevas preguntas que los pueden llevar a profundizar en
el aprendizaje acerca del mundo natural.
El conocimiento y la comprensión que las niñas y los niños logran sobre el mundo
natural los sensibiliza, fomenta una actitud reflexiva sobre la importancia del
aprovechamiento adecuado de los recursos naturales y orienta su participación
en el cuidado y la preservación del ambiente. (PEP,2011).
La ciencia para todos debe proporcionar a los alumnos la experiencia del gozo
de comprender y explicar lo que ocurre a su alrededor; es decir, “leerlo” con ojos
de científicos. Este “disfrutar con el conocimiento” ha de ser el resultado de una
actividad humana racional la cual construye un conocimiento a partir de la
experimentación, por lo que requiere intervención en la naturaleza, que toma
sentido en función de sus finalidades, y éstas deben fundamentarse en valores
sociales y sintonizar siempre con los valores humanos básicos. Así, las ciencias
deben proporcionar recursos para tomar decisiones fundamentadas, sin
predeterminar el comportamiento humano ni reducir las capacidades de las
personas a lo que las disciplinas científicas pueden decir de ellas (Fourez y
otros, 1996; Izquierdo, 2006).
Desde la perspectiva teórica conocida como “cognición situada”, que enfatiza que
el pensamiento siempre sucede en contexto, pensar científicamente implica la
capacidad de participar de una serie de prácticas culturales particulares de las
ciencias, que conllevan modos propios de construir conocimiento, de comunicarlo,
de debatir y de colaborar (Brown et al, 1989; Gellon et al, 2006). Esta visión del
pensamiento como la capacidad de participar en prácticas auténticas, creo yo, es
en particular valiosa, porque nos da pistas muy concretas para pensar sobre la
enseñanza Pensar científicamente también implica ser conscientes de qué
sabemos y cómo lo sabemos (por ejemplo, entender cómo llegamos a cierta
conclusión, con qué evidencias, y para qué ideas aún no tenemos evidencias
suficientes). Con los niños pequeños, el trabajo metacognitivo parece un desafío
difícil. Sin embargo,(…), es totalmente posible avanzar en este objetivo ofreciendo
oportunidades a los chicos de hacer sus ideas visibles desde que son muy
pequeños, con preguntas como: “¿en qué te fijaste para decir eso?”, “¿cómo te diste
cuenta?”, que poco a poco se vuelvan parte de las rutinas habituales de la clase.
Entonces, podríamos redefinir al pensamiento científico como una manera de
pararse ante el mundo, que combina componentes cognitivos y socioemocionales,
como la apertura y la objetividad, la curiosidad y la capacidad de asombro, la
flexibilidad y el escepticismo, y la capacidad de colaborar y crear con otros.
La educadora escocesa Wynne Harlen (2008), referente mundial en la enseñanza
de las ciencias, hace una síntesis excelente de los componentes racionales y
emocionales del pensamiento científico, que tomaremos como punto de partida para
el resto del libro. En sus palabras, el pensamiento científico podría resumirse en:
• La capacidad de sostener y desarrollar la curiosidad y un sentido de la maravilla
sobre el mundo que nos rodea.
• El acceso a modos de pensar y razonar basados en evidencia y razonamiento
cuidadoso.
• La satisfacción de encontrar respuestas por uno mismo a preguntas por medio de
la actividad mental y física propia.
• La flexibilidad en el pensamiento y el respeto por la evidencia.
• El deseo y la capacidad de seguir aprendiendo.