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G u s ta v o B u e n o
T e o r ía d el C ierre C a te g o r ia l
Volumen 1
Introducción general
Parte I. Proemial (sobre el concepto de «Teoría de la ciencia»)
Sección 1. Siete enfoques en el estudio de la ciencia
Volumen 2
Sección 2. La Gnoseología como filosofía de la ciencia
Sección 3. Historia de la teoría de la ciencia
Indice onomástico y temático de la Introducción y Parte I
Glosario
Volúmenes 3 a 5
Parte II. El sistema de las doctrinas gnoseológicas
Sección 1. Las cuatro familias básicas
Sección 2. Descripcionismo
Sección 3. Teoreticismo
Sección 4. Adecuacionismo
Sección 5. Circularismo
Volúmenes 6 a 15
Parte III. La idea de ciencia desde el materialismo gnoseológico
Sección 1. Campo y espacio gnoseológico
Sección 2. Principios y modos de las ciencias
Sección 3. Teoría de la verdad científica
Sección 4. El concepto de Teoría y las cuestiones de reduccionismo
Introducción general
Siete enfoques en el estudio de la ciencia
(Parte I, sección 1)
GUSTAVO B U E N O
PENTALFA EDICIONES
OVIEDO 1992
Introducción general
Propósito conspectivo
1976, 774 págs.)> E p istem ología gen ética y filo s o fía (Ariel, Ariel quincenal n°
160, Barcelona 1981, 246 págs.); Julián Velarde Lom braña, G n oseología d e la
gra m á tica gen erativa (Tesis doctoral, Universidad de Valencia 1976, 341 págs);
Tom ás R am ón Fernández Rodríguez, G n oseología d e las ciencias d e la con du cta
(Tesis doctoral, Universidad de O viedo 1981, 690 págs.); David A lvargonzález
Rodríguez, A nálisis g n o seológlco d el sistem a d e clasificación d e C ari Von L in n e
(M em oria de licenciatura, Universidad de O viedo 1984, 188 p ágs.), A n á lisis gno-
se o ló g ic o d e l m aterialism o cu ltu ral d e M arvin H arris (Tesis doctoral, Universi
dad de O viedo 1988, 734 págs.), Ciencia y m aterialism o cu ltu ral (U N E D , M a
drid 1989, 386 págs.); Juan Bautista Fuentes Ortega, E l p ro b le m a d e la con stru c
ción cien tífica en P sicología: análisis epistem ológico d e l cam po d e la psico lo g ía
cien tífica (Tesis doctoral, Universidad Com plutense 1985); Carlos Iglesias, A l
berto H idalgo y G ustavo Bueno, S y m p lo k é (Jucar, Madrid 1987, 543 págs.; 2 a
edic. aum entada, Júc^r, Madrid 1989, 464 págs.); Carmen G onzález del T ejo,
L a p resen cia d e l pa sa d o , in trodu cción a la filo s o fía d e la h istoria d e Colling-
w o o d (Pentalfa, O viedo 1990, 246 págs.); Elena R onzón, N o ta s p a ra una h isto
ria crítica d e la a n tro p o lo g ía española (Tesis doctoral, Universidad de Oviedo
1990, 586 p ágs.), A n tro p o lo g ía y an tropologías. Ideas p a ra una h istoria crítica
d e la a n tro p o lo g ía española. E l siglo X I X (Pentalfa, O viedo 1991, 515 págs.);
A lberto H idalgo T uñón, G n oseología d e las ciencias d e la organ ización adm in is
trativa; la organización de la ciencia y la ciencia de la organ ización (Tesis d octo
ral, U niversidad de O viedo 1990, 1177 págs.).
7 R e a l D ecreto 1888/1984 de 26 de septiembre (BOE, 26 octubre 1984,
págs. 31057 y ss.).
como una nueva escolástica y a la que muchas veces se le da el
nom bre de «ciencia de la ciencia». P odría decirse, en suma, que
ha llegado la ocasión para ofrecer una exposición adecuada de
la doctrina general del cierre categorial —puesto que los volúme
nes de esta serie no están destinados a dar cabida, salvo ocasio
nalmente, o a título de ilustración, a los análisis gnoseológico-
especiales de ciencias, disciplinas o teoremas positivos concretos.
En cualquier caso, y dada la coyuntura tem poral (su posteriori
dad a la constitución de esa «com unidad científica», ya cristali
zada en España y burocratizada en su temática gremial) en la cual
la publicación sistemática de la teoría del cierre categorial tiene
lugar, conviene tom ar conciencia de la gran probabilidad de que
esta publicación esté destinada a tener que ir «contra corriente»
de esa teoría «escolástica» de la ciencia que suele enseñarse, como
hemos dicho, en las Facultades de Filosofía. Y por ello, nuestra
exposición no podrá menos de lanzar duros ataques contra esta
teoría escolástica a la que tiene que comenzar acusando de vacui
dad, por su «formalism o» y «bizantinism o» (los más caracterís
ticos estigmas de un saber «burocrático»). Com partim os el diag
nóstico diferencial que de la «actual filosofía de la ciencia» hace
un profesor muy conocido entre nosotros: «La com paración de
la lógica con la filosofía de la ciencia ilumina con crudeza la di
ferente situación de ambas disciplinas, indudablem ente interre-
lacionadas. La actual lógica no es m ucho más antigua que la ac
tual filosofía de la ciencia, pero mientras la prim era ha logrado
reunir un extraordinario tesoro de saber sólido, riguroso y prác
ticamente definitivo, la segunda sigue dando tum bos y estando
agitada por continuas ‘revoluciones’ y polémicas. Quizás la ex
plicación se encuentre en que la lógica es en el fondo m atem áti
ca, mientras la filosofía de la ciencia es ‘sólo’ filosofía. Qui
zás»8. Pero, por mi parte, radicalizaría este diagnóstico, retiran
do el ‘quizás’: la teoría de la ciencia no es ciencia —tal es nuestra
tesis—, sino filosofía, y esto no de m odo coyuntural («hasta que
un día alcance el seguro sendero...»), sino constitutivo. Precisa
mente por ello consideramos como un espejismo, como un fenó
meno de orden ideológico-gremial, y como un hecho sociológico
9 Com partim os m uchos puntos de vista, pero no tod os, de los que m an
tiene Francisco Fernández Buey en su libro L a ilusión d e l m é to d o (Ideas p a ra
un racionalism o bien tem p era d o ). Crítica, Barcelona 1991.
gan a darlo. Si no se poseyera desde el principio una idea pan
orámica (con-spectiva) del campo que va a ser recorrido, los pa
sos dados por cada sección, y aun por cada párrafo de cada par
te, no podrían alcanzar su verdadero sentido. En consecuencia,
esta Introducción conspectiva no es un mero resumen o sumario.
Sus capítulos se corresponden, desde luego, con las diferentes par
tes de la obra total, pero la correspondencia no es la que media
entre un resumen y la exposición completa, entre una exposición
comprimida y una detallada, sino más bien la que media entre
el m apa y el terreno. Esto es debido a que ya el mero intento de
resumir una argumentación filosófica, de hacer un resumen cons-
pectivo, suele determinar un cambio en los nexos generales —co
mo el mero hecho de entresacar la línea melódica de una com po
sición orquestal obliga a construir un dibujo característico, y aun
«sustantivo». El resumen conspectivo supone, al eliminar muchos
detalles, establecer relaciones globales características, «líneas de
fuerza» que incluso dejan de percibirse en la exposición detalla
da. Sólo cuando nos alejamos de una cordillera que hemos reco
rrido en sus partes y miramos hacia atrás podemos comenzar a
percibir las líneas globales de su perfil.
Pero la dificultad específica que una introducción conspec
tiva entraña es, recíprocamente, la de su misma posibilidad: ¿no
estaría obligada ella a dar todos los pasos pertinentes y, por tan
to, no habría de ser redundante, una «reproducción abreviada»
de la obra entera, con duplicación, por tanto, en su ám bito, de
la situación global? No, si es posible referirse a los pasos dados
en el cuerpo de la obra, de un m odo, por así decirlo, «meta-
lingüístico», es decir, re-flexionando sobre ellos, en lo que tienen
de contenido dogmático (que los enlaza los unos a los otros), pres
cindiendo de los procesos de fundamentación. No entendemos
la exposición dogmática tanto como una exposición sumaria —por
oposición a una exposición detallada—, cuanto como exposición
global-estructural del sistema de las tesis, por oposición a una ex
posición genética de cada contenido. De otro modo: el propósito
de esta Introducción es ofrecer una visión conspectiva y global
del «hilo dogmático» o doctrinal que enlaza los diversos nudos
de la teoría del cierre categorial, prescindiendo de la fundam en
tación o composición de los hilos de los que consta cada uno de
esos nudos, y sin que esa fundamentación pueda considerarse por
tanto, a su vez, como una cuestión de detalle, puesto que ella cons
tituye el cuerpo mismo de la teoría. Es cierto que el lector que
conozca las publicaciones que hemos citado líneas arriba, u otras
similares, puede encontrar, al menos en parte, superflua esta In
troducción: sólo en parte, puesto que en tales publicaciones tam
poco se tuvieron presentes los propósitos de ahora, y, en cual
quier caso, la obra que vamos a introducir dejaría de ser autóno
m a al hacerla tributaria de publicaciones que han tenido lugar
en otros contextos distintos de aquel en el que ella misma se ins
cribe.
22 Este punto ha sido visto y com entado con gran perspicuidad por Alberto
H idalgo, «Estructuras metacientíficas. Parte I», E l Basilisco, 2 a época, n° 5, Ovie
do 1990, pág. 24. .
teria independientemente de la form a: verdad como aletheia; (2)
la verdad b ro ta de la form a, independientemente de la materia^
verdad como coherencia; (3) la verdad brota de la yuxtaposición
de m ateria y form a: verdad como correspondencia; (4) la verdac(
científica b ro ta en contextos en los cuales quepa decir que pro%
píamente desaparece la distinción entre m ateria y form a: verdad
como identidad sintética], para después escoger una de estas com .
binaciones, la que encontremos más propia23. Pero este modo d(¡
proceder es «escolástico», por cuanto resulta de la perspectiva de
la enseñanza, de la recapitulación; en rigor, la perspectiva gno-,
seológica, si es material y no sólo form al-com binatoria, o mera^
mente histórica, ha de comenzar situándose en alguno de los cuav
tro grandes tipos de teorías, y no de cualquier m odo, sino en tan^
to que este tipo niega los tres restantes. Sólo así alcanza la tipov
logia su significado dialéctico gnoseológico. Pues la teoría de 1^
ciencia no puede «sobrevolar» a esta com binatoria; la teoría d^
teorías será meram ente form al si no se interpreta desde una teov
ría concreta, que tenga la pretensión de refutar a las restantes.
Sólo así podrán reexponerse los diversos tipos de teorías desd^
la perspectiva de sus argumentos materiales gnoseológicos, argu
mentos que habrán de ser discutidos desde las otras. Esto signifi
ca que si adoptam os el punto de vista de la com binatoria (abs
tracta), recién expuesta, podría comenzarse por cualquiera de los
cuatro tipos (es decir, podría tom arse como referencia cualquie
ra de esos tipos); de otro m odo, no habría orden entre ellos (un
orden al menos visible, fenoménico, por ejemplo, en la historia
de la teoría de la ciencia), porque las teorías pertenecientes a di
versos tipos podrían haberse conform ado sim ultáneam ente y re
cíprocamente. Sin embargo, y como ya hemos sugerido en el pá
rrafo anterior, el cuarto tipo de teorías (en el que incluimos la
teoría del cierre categorial), en cuanto se le hace consistir en «ne
gar la disociación entre m ateria y form a», parece que habría de
presuponer la disociación que se niega y, por tanto, los tres tipos
25 P odem os representar sim bólicam ente los cuatro tipos de relaciones en
tre la form a y la materia de las ciencias por los siguientes diagram as (que genera
lizan un diagram a de W eyl); las zonas m arcadas con cruces representan la m a te
ria de las ciencias y las zonas rayadas representan la parte de las ciencias (ya sea
la materia, ya sea la form a) que se considera subordinante en el cuerpo global
de cada ciencia.
eje
PRAG M ÁTICO
N orm as
D ia lo g ism o s
A u to lo g ism o s
I. S IT U A C IO N E S E N E L E JE SIN T Á C T IC O ( a ¡ , O j) F IG U R A S G N O S E O L Ó G IC A S
11 (fT¡, O k) / ( O k ,Oj) = (CT¡, Oj) T érm inos
12 (CTi , S k) / ( S k ,C5J) = (CT¡ ,Crj ) O peraciones
13 ( o ¡ , a k) / ( a k ,CTJ) = (crj , 0j) Relaciones
(■er. 2 La idea de tomar el concepto lógico-m atem ático de «cierre» com o cri-
trafi* ^3ra caracterizar una teoría científica aparece, de vez en cuando —y lo ex-
o sería, al m enos desde nuestras coordenadas, que no hubiera aparecido
tn^nca'~> s> bien circunscrita al plano proposicional, en el cual «cierre» equivale,
(j0 S 0 m enos, a «construibilidad de p roposiciones» dentro del círculo constitui-
porPOr Un Astenia dado de axiom as. D ado un sistema de axiom as — cuya unidad,
b Cleito> no se explica en el plano p roposicional— las proposiciones que de él
Co an y las que vuelven a resultar de su com posición con las anteriores, pueden
rec S1C*ef arse com o térm in o s construidos a partir de otros dados y que, por ser
c ia ° mk*na^ es con otros anteriores, se m antienen en el interior — en la inmanen-
^ círculo constructivo. W. Elsaser, por ejem plo, utiliza este criterio para
(a 'nsu ir las teo ría s cien tíficas del estilo de la G eom etría euclidea (tales com o
ría 6° ria *a Pr°babilidad, la M ecánica clásica o la Física cuántica) de las teo
ría8 Clentl'ficas del estilo de la Biología: aquellas serían m ás potentes, por ser teo-
Pro Cer.ra^as> m ientras que en las teorías abiertas la capacidad constructiva (de
Posiciones predictivas, &c.) sería m ucho menor. La Mecánica celeste es el pro
de to° Un s*stema cerrado de teoría abstracta, en el cual, con base en las leyes
obs eWton’ se hacen predicciones precisas partiendo de un número lim itado de
O vaciones astronóm icas. A to m a n d O rganism , op.cit. 1,4 y 1,5. .
construcción objetual, sino que incluirá cierres proposicionales
establecidos mediante las identidades sintéticas entre términos que
hayan sido obtenidos a partir de cursos de construcciones obje
tuales diferentes. En efecto, supuesto un proceso constructivo ob
jetual mediante el cual hayan ido apareciendo en el campo nue
vos y nuevos térm inos, es evidente que el criterio más radical y
objetivo para establecer la «inm anencia» de esas novedades, res
pecto del campo de referencia, será dem ostrar que entre los tér
minos que han ido surgiendo «en las diversas direcciones» del cam
po hay, por encima de su aparente diversidad o desmembramiento,
no ya meramente relaciones de cualquier tipo, sino, en el límite,
identidades (que indudablemente habrán de ser consideradas como
sintéticas, puesto que suponemos enlazan a térm inos bien dife
renciados y aun independientes m utuam ente en la apariencia fe
noménica). Como prototipo de esta intrincación y concatenación
entre las construcciones objetuales y las construcciones proposi
cionales, tom aremos el proceso que se describe en el Libro I I de
Euclides y que culmina en el «Teorema 47» (el «teorem a de P itá
goras»). En los problem as precedentes se han ido construyendo
los conceptos de figuras planas diversas (segmentos perpendicu
lares, ángulos, triángulos, cuadriláteros, ...); sobre los lados de
un triángulo rectángulo se han construido cuadrados (es decir,
por tanto: segmentos perpendiculares, segmentos iguales a otros
dados, &c.). ¿Adonde conduciría toda esta pululación de figuras
nuevas que van surgiendo, al parecer caprichosamente, en el pla
no geométrico, como membra disjectae, sin que conste la unidad
que entre ellas puede acaso estar actuando? Mediante nuevas ope
raciones, que establecen términos intermedios («líneas auxilia
res»), Euclides logra fijar una, no por muy conocida menos asom
brosa, relación de identidad: la igualdad entre la suma de los cua
drados construidos sobre los catetos y el cuadrado construido so
bre la hipotenusa del triángulo rectángulo dado. Esta relación (de
identidad sintética, desde luego) es, según lo que hemos dicho,
el predicado de una proposición que sólo a través de todos esos
cursos de construcciones objetuales puede establecerse, y que cons
tituye la culminación del teorema. H abrá, según esto, que consi
derar como grave error gnoseológico, confundir la estructura
lógico-geométrica de este teorem a con la estructura del curso de
derivaciones entre fórmulas de un cálculo de proposiciones que,
desde luego, puede serle coordinado. El teorema de Pitágoras,
m ediante la relación de identidad sintética que él establece entre
térm inos del campo, lo cierra categorialmente, al menos por este
flanco, y organiza en su alrededor una masa indeterminada de
contenidos dispersos.
A hora bien, las verdades científicas las haremos consistir pre
cisamente en esas identidades sintéticas (la «verdad» del teorema
de Pitágoras es la misma identidad sintética que predica su enun
ciado); con lo que tam poco pretendemos decir que todo curso
constructivo de una ciencia en m archa haya de considerarse re
solviéndose en identidades sintéticas. Hay muchos cursos cons
tructivos que no se resuelven en ellas y, sin embargo, constituyen
contenidos im portantes de los cuerpos u organismos científicos;
en ocasiones, ni siquiera importantes, aunque inevitables, a la ma
nera como esa gran masa de moléculas de ADN —llamadas «mo
léculas basura»—, que están presentes en las células sin desem
peñar un papel activo definido. Los hilos de una red necesitan
anudarse de vez en cuando para que la red permanezca trabada,
pero esto no significa que los hilos sean una sucesión de nudos
continuos (los nudos del tejido científico son las verdades, las iden
tidades sintéticas).
Y cuando una construcción (objetual y proposicional) va pro
pagándose en un campo dado de modo cerrado, irá también se
gregando a todos los contenidos no formales de ese campo que
quedan, no ya tanto expulsados, pero sí marginados del proceso
del cierre —a la m anera como la rotación de un triángulo rectán
gulo sobre uno de sus catetos, y cuya hipotenusa genera una su
perficie cónica, segrega una muchedumbre de contenidos que no
pueden ser expulsados del campo real (pesos, colores, sabores,
sustancias químicas, velocidades, tiem pos...), pero que tampoco
son incorporados al proceso de construcción geométrica de la fi
gura. Carece de sentido preguntar: «¿qué color, o qué peso, ten
dría el cono de revolución resultante, o cuánto tiempo debe in
vertirse en la rotación para que ésta configure la superficie cóni
ca?». Va conform ándose, por «propagación» de los núcleos de
cristalización y por entretejim iento de los mismos, un campo de
contenidos cuya concatenación definirá una inmanencia caracte
rística. Sus límites sólo podrán ser trazados «desde dentro», como
resultado de la misma m utua trabazón de las partes (en tanto ella
(132\
------------- \
L u eg o J| L u eg o
r R
27ir • r1 ,
-------------------- = 711 „ . 2 jtR 2
2 27tr • dr = -------- = tiR -
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[ ........................... ......C__ a = dr
C uadro de confrontación de los pasos seguidos por dos cursos operatorios totalm ente h eterogéneos
pero que conducen al m ism o resultado, S = n r 2.
trínseca» en figuras auxiliares, con las cuales formaremos des
pués triángulos o bandas). Teniendo esto en cuenta se hace nece
sario, para el análisis, determ inar la fórm ula de este modo:
S = tmr2 (o bien St = 7ir2) y S = b7ir2 (o bien Sb = 7tr2), significan
do, respectivamente: S es igual «triangularmente» a rcr2, y S es
igual «en bandas» a n r 2. P or consiguiente, la expresión más
exacta de las relaciones obtenidas sería la siguiente: (St = 7ir2) &
(Sb = 7tr2) -> (St = Sb). P ara llegar a esta fórmula, ha sido nece
sario sumar tanto los triángulos como las bandas; después ha sido
preciso pasar al límite, reduciendo los triángulos a una base cada
vez más pequeña, y, correspondientemente, haciendo lo mismo
con las bandas. Hay una síntesis, aunque no sea más que porque
pasamos de longitudes, o de relaciones de longitudes (r, n), a
áreas.
En cada curso que conduce a S = 7ir2 hay, por tanto, una
confluencia operatoria múltiple. P or ejemplo, en el curso I, las
operaciones de disminuir las bases de los triángulos, de identifi
car estas bases mínimas con los puntos de la circunferencia y el
perímetro del polígono con 2nr; confluyen sintéticamente (a tra
vés de autologismos respectivos) con la identificación de la apo
tema y del radio; en el conjunto de estas operaciones aparece la
composición de 2nr/2 y r, y, por cancelación algebraica, nr2
(sintetizado autológicamente con la denotación de S). Adviérta
se que al suponer a S dado en un plano fenoménico y fisicalista,
la construcción del teorem a (tanto en el curso I como en el curso
II) no es meram ente «ideal»; debe ser remitida a un contexto em
pírico (Proclo diría: existencial), que com porta, de m odo más o
menos explícito, la verificación de los números, es decir, el ajus
te numérico de las medidas de las áreas de diversos círculos. No
se trata, por tanto, de que estemos ante una fórm ula ideal aprio-
ri de un m odelo puro esencial, ulteriorm ente aplicable a m ateria
les empíricos. Adm itirlo así, equivaldría a desconectarnos gra
tuitam ente del proceso constructivo-demostrativo, ateniéndonos
a la fórm ula como una mera regla. La fórm ula sólo funciona so
bre materiales empíricos, sobre «redondeles» descompuestos y se
extiende de unos a otros por recurrencia. De m anera que ni ca
brá hablar de una «sorpresa» en cada caso que realiza la fórmula
(como si pudiera no verificarla) —cada caso no pertenece a otro
m undo «real», distinto del supuesto mundo ideal apriorístico, sino
que pertenece al mismo m undo—, ni tam poco cabe hablar de una
m onótona repetición que nada añade a la verdad ya establecida.
Por de pronto, cada caso implica eliminación de los com ponen
tes distintos a partir de los cuales puede configurarse el m aterial
fenoménico (color, composición química, lugar; tam bién, longi
tud de los círculos, y, sobre todo, estado de inserción del círculo
en esferas, planos o cualesquiera otras figuras geométricas); esto
nos permite reconocer cómo la «propagación» de una misma es
tructura geométrica a través de la diversidad de situaciones y m a
teriales, constituye un incesante motivo de novedad, resultante
de la reiteración misma.
Ahora bien, la confluencia, en la misma fórm ula n r2, de los
dos cursos operatorios tam bién debe considerarse com o fuente
decisiva de la identidad sintética que establece este teorem a. Es
cierto que no puede decirse que la verdad de rcr2 haya que refe
rirla únicamente a la identidad o confluencia de los dos cursos
operatorios que llevan a la fórm ula. Tam poco puede decirse que
cada curso sea autónom o y que su confluencia con el otro no aña
da nada en cuanto a certeza (o convictio), que sí le añade; lo im
portante es que la confluencia añade, sobre todo, contenido (cog-
nitio). No puede decirse, en resumen, que esa confluencia sea irre
levante, porque cada curso no añade ninguna evidencia al otro
curso, como si fuera suficiente cada uno por sí solo. Solamente
desde la perspectiva de Dios Padre, de su «Ciencia de simple in
teligencia» (para la cual todas las verdades son analíticas), puede
afirmarse que «es natural» que St dé el mismo resultado que Sb,
puesto que se trata del mismo círculo. Con semejante afirmación,
incurriríamos en flagrante petición de principio. Sólo podría afir
mar esta «naturalidad» quien hubiera conocido la relación Ttr2
antes de triangular el círculo o de descomponerlo en bandas, y
hubiera formado los círculos a partir de esa relación. Pero el p ro
ceso efectivo es el inverso: es porque St conduce a 7ir2 y porque
Sb (por caminos totalm ente independientes) conduce a 7tr2 por
lo que podemos poner St=±= >Sb. Lo que habría que reconocer es
que, por decirlo así, no tendría a priori por qué ocurrir que el
área S, a la que se llega por triangulación, fuese la misma que
el área S a la que se llega por segmentación en bandas. No ten
drían en principio por qué ajustar los resultados de esos cursos,
si tenemos en cuenta sólo el hecho de que cada uno de ellos cons
tituye un completo artificio, requiere operaciones de paso al lí
mite llevadas a cabo por vías totalmente independientes. Por tan
to, si se identifican St y Sb, en S, habrá que adm itir que ello se
debe a su identidad en la fórm ula nr'1. Esta es la razón por la
cual establecemos que S t± ’Sb, pero no puede decirse que, por
ser (ordo essendi) éstas idénticas, es «natural» que ambos cursos
operatorios hayan de conducir (ordo cognoscendi) al mismo re
sultado.
En todo caso, será la confluencia de estos dos cursos lo que
perm ite neutralizar las operaciones respectivas (de triangulación
y de bandas), es decir, la segregación de la estructura respecto
de sus génesis, cuyos cursos tienen tan diversas trayectorias. En
efecto: si consideramos cada curso por separado, por ejemplo,
el curso I, habrem os de decir que el área n r 2 de S sólo se nos
m uestra como verdadera (la identidad St = rcr2) a través del po
lígono que va transform ándose en otro, y este en un tercero...,
disminuyendo la longitud de sus lados. Esto equivale a decir que
la identidad S = n r2 se establece en función de esos polígonos que
m ultiplican (operatoriam ente) sus lados, de esas apotemas que
tienden al radio (confluyendo los resultados de estas operaciones
con los resultados de las otras aplicadas a los lados). Siempre ha
bría que dar un margen de incertidum bre a la relación St = Sb.
En efecto, aunque el área S esté dada en función de los triángu
los que se transform an los unos en los otros, no está determ ina
da por ellos. H abría que sospechar que la relación St = S = 7ir2
pudiera no ser una identidad por sí misma, sino «sesgada» por
la triangulación. P odría pensarse que no fuera siquiera conmen
surable la triangulación con S, y que la fórm ula n r 2 fuese una
aproxim ación de n r 2 a S, pero no S mismo. En cualquier caso,
S sólo se nos hace aquí idéntico a n r 2 por la mediación del cur
so de la triangulación, y sin que pueda eliminarse propiam ente
este curso. El «paso al límite» no es un «salto» que pueda dejar
atrás (salvo psicológicamente) a los pasos precedentes.
Pero cuando los dos cursos I y I I confluyen en una misma
estructura (S = 7tr2), entonces es cuando es posible neutralizar (o
segregar) cada curso, desde el otro. La neutralización será tanto
m ás enérgica cuando ocurra, como ocurre aquí, que los cursos
son, desde el punto de vista algorítmico, totalmente distintos; que
las mismas cifras que aparecen como las «mismas» (esencialmente)
en el resultado (por ejemplo, el 2 de n r2 y el 2 de 2n, que se can
cela por otra mención de 2) proceden de fuentes totalm ente dis
tintas: en el curso I, n r 2 tom a el 2 exponente de la repetición de
r en 27tr.r, es decir, de la circunstancia de que r aparece en la fó r
mula 27ir (límite del polígono) como límite de la apotem a a; pero
en el curso II, rcr2 tom a el 2 exponente del algoritmo general de
integración de funciones exponenciales x n para el caso n = l.
Asimismo, en el curso I, la cancelación de 2 (en el contexto
2n) se produce a partir del ‘2’ procedente de la formulación del
área del triángulo como m itad de un rectángulo, pero en el curso
II, el ‘2’ cancelado procede del algoritmo de integración de x n
para n = l (es decir x 2/2).
Lo asombroso, por tanto, es la coincidencia de procedimien
tos algorítmicos tan completamente diversos; asombro que no pue
de ser declinado ni siquiera alegando de nuevo la consideración
de que el círculo es el mismo (al menos esencialmente). ¿Acaso
ese mismo círculo ha sido descompuesto de modos totalmente dis
tintos y reconstruido por vías no menos diferentes? Cada una de
ellas nos conduce a una adigualdcid; adigualdad que, por tanto,
no puede considerarse como reducible a la adigualdad obtenida
en el otro curso. Cada una de estas adigualdades —diremos— nos
m anifiesta una fra n ja de verdad, y la confluencia de ambas fran
jas tiene como efecto dar más am plitud o espesor a la franja de
verdad correspondiente. Como quiera que hay que registrar dos
identidades de primer orden (St = 7tr2 y Sb = 7tr2), y otra de se
gundo orden (St = Sb), habrá tam bién que registrar tres sinexio-
nes, a saber: la sinexión (S,St), la sinexión (S,Sb), y la sinexión
(St,Sb). Si hablamos de sinexiones es porque el círculo S y los
triángulos (o bandas) en los que se descompone son, en cierto
modo, exteriores al propio círculo; pero no por ello dejan de es
tar necesariamente unidos a él. Una unión que sólo resulta ser
necesaria precisamente cuando haya quedado establecida la iden
tidad sintética. Sólo porque S es a la vez St y Sb, puede decirse
que hay conexión necesaria entre ellos.
II. Pasemos ahora al análisis del que denominaremos «teo
rema central de la Química clásica», análisis que daremos aquí
en esbozo (el análisis detallado, necesariamente prolijo, corres
ponde a la Gnoseología especial).
La tabla periódica de los elementos químicos, que constitu
ye la organización misma (según el modo de la clasificación) del
campo de la Química clásica, como ciencia cerrada, puede ser ana
lizada, en cuanto a su verdad, en términos de identidad sintética.
Más aun, difícilmente puede lograrse de otro m odo un análisis
gnoseológico de la misma, un análisis capaz de responder, en con
creto y principalm ente, a la cuestión que suele plantearse de esta
form a alternativa: ¿es una clasificación natural o artificial? Una
cuestión que, planteada desde la perspectiva del adecuacionismo
podría responderse en el sentido del realismo; planteada desde
la perspectiva del teoreticismo (y aun desde el descripcionismo)
podría responderse en el sentido del artificialismo. Pero, propia
mente, la alternativa cuestionada tiene que ver con la verdad;
aquello por lo que preguntam os es por la verdad de la tabla pe
riódica y por los caminos que llevan hacia ella. Replanteada la
cuestión desde esta perspectiva, la oposición entre lo que es «na
tural» y lo que es «artificial» cambia de sentido. Aquí no proce
de un análisis en form a de una cuestión tan compleja. Tan sólo
diremos que la verdad de la tabla periódica (las verdades que ella
determ ina, puesto que la «verdad de la tabla», entendida la ver
dad como identidad sintética, se descompone en muchas identi
dades cuyas franjas de verdad son diversas y están dadas a dife
rentes niveles —los más señalados son los que cabe asociar a los
nombres de Mendeléiev y de Lothar Meyer—) implica una pro
porción muy alta de «artificiosidad»; pero los artificios, lejos de
separarnos de la realidad («natural») resultan ser la única vía para
poder penetrar en ella. Y esto lo vemos una vez descartado el «pos
tulado de duplicación» implícito en las respuestas adecuacionis-
tas, según las cuales, de un m odo u otro, la tabla periódica habrá
de verse como una re-presentación duplicada, isomorfa, de la cla
sificación natural de los elementos (como si tuviese sentido pen
sar en unos elementos organizados naturalmente, en virtud de un
designio del Creador, según la tabla periódica).
La tabla periódica presupone dada una ordenación de los ele
m entos químicos según criterios más o menos afinados que hoy,
tras la teoría electrónica, ciframos en el numero atómico (Z); a
este criterio se aproxim aba groseramente el criterio barioatómi-
co de Mendeléiev. Del mismo modo a como la «clasificación pe
riódica» de los días sucesivos de cada mes en «días de la sema
na», que se repiten en ciclos de siete días (días lunes, días martes,
&c.), presupone una sucesión de los días que va corriendo, según
los números naturales, del 1 al 31, pues los períodos («semanas»)
representados por las filas del calendario, se establecen sobre una
sucesión acumulativa a lo largo de las semanas, de suerte que,
cíclicamente, los días pueden inscribirse en grupos diversos (re
presentados por las columnas de un calendario: lunes, m artes,
&c.), así también la clasificación periódica de los elementos quí
micos presupone dada una sucesión de los mismos (que va co
rriendo tam bién según la sucesión de los números naturales, del
1 al 173), y en la que los períodos (o «semanas») se establecen
porque, cíclicamente, los elementos «repiten» ciertas propieda
des que se asignan a las columnas de la tabla (y en función de
las cuales los elementos se clasifican en grupos). Pero la clasifi
cación de los días sucesivos en períodos de semanas (y, concreta
mente, el llamar a los días lunes, martes, &c.), se tiene como « ar
tificial» (cultural); ¿puede decirse en cambio que la clasificación
de los elementos químicos en grupos es natural? La cuestión es
muy compleja. P or de pronto hay que comenzar diciendo que la
sucesión de los días del mes, en cuanto sucesión cronológica (dia-
crónica) es más natural que la sucesión (cronológica) de los ele
mentos de la tabla; porque, sin perjuicio de que hablemos, des
pués de Gamow sobre todo, de una sucesión evolutiva de los ele
mentos (el hidrógeno es anterior, en el tiempo cósmico, al carbo
no, &c.), lo cierto es que, a los efectos de la tabla, la sucesión
de los elementos no necesita ser cronológica (diacrónica), puesto
que es lógico-material y se mantiene en un plano sincrónico. Se
gún la llam ada «regla de\Aufbam>, que es una regla de recurren
cia, los elementos de la tabla se «construyen» añadiendo al pre
cedente (a partir del hidrógeno) un protón (y neutrones) y un elec
trón; de este m odo, el núm ero Z expresa el núm ero de protones
o de electrones del átom o elemental (la recurrencia no tiene por
qué ser físicamente ilimitada; tam poco es ilim itado el proceso de
poner un sillar encima de otro sillar, al edificar una colum na).
En cualquier caso, la ordenación del conjunto (sincrónico, si se
quiere) de los elementos, según la sucesión, ya sea de sus pesos
atómicos, ya sea de sus números atómicos, no es arbitraria, como
tam poco lo era la ordenación de los días según su sucesión cro
nológica. Pero la clasificación de los elementos sucesivos en p e
ríodos y grupos es mucho más «real» que la clasificación de los
días en semanas y días de la semana. Ello sólo puede ser debido
a que las propiedades que se tom an como criterio de período se
aplican a los elementos de un m odo, por así decir, más interno
a como se aplican los días de la semana a los días del año; y di
ríam os que las propiedades periódicas son intrínsecas a los ele
mentos químicos, mientras que la «propiedad» de ser lunes, m ar
tes, &c., es extrínseca a los días del año (aunque tam poco sea en
teram ente subjetiva o gratuita). A hora bien, el carácter intrínse
co de estas propiedades sólo se nos puede manifestar por
procedimientos («manipulaciones») altamente «artificiosos» que
son, además, muy heterogéneos, pero que se entretejen m utua
mente. P ara abreviar, comenzaremos señalando que las propie
dades de los elementos son ya, ellas mismas, de naturaleza lógica
muy diferente entre sí. P or un lado, hay propiedades llanas (por
ejemplo «m etálico», «no metálico») y hay propiedades climaco-
lógicas o variacionales (por ejemplo «peso atómico»); por otro
lado hay propiedades periódicas y propiedades no periódicas. Por
tanto será preciso distinguir entre propiedades periódicas llanas
y propiedades periódicas climacológicas; y entre propiedades no
periódicas llanas y propiedades no periódicas variacionales. El
peso atómico (o el número atómico) es una propiedad variacio-
nal discreta, pero no es periódica. La tabla originaria que descu
brió Mendeléiev utilizaba «propiedades periódicas llanas», o tra
tadas como tales («metales alcalinos», «halógenos», ocho formas
de «óxidos», «hidratos ácidos»). El tratam iento «llano» de las
propiedades escogidas por Mendeléiev es el que da a su tabla el
aspecto de un fichero adm inistrativo-burocrático; no por ello la
tabla periódica original dejaba de manifestar «franjas de verdad»
muy profundas, relacionadas con las identidades sintéticas entre
los elementos de un grupo copartícipes de una propiedad llana.
Pero también hay propiedades llanas que no son periódicas (como
pueda serlo la condición de «lantánido»). Sin embargo, las pro
piedades que estaban llamadas a ofrecer las verdades más pro
fundas al respecto eran las propiedades variacionales periódicas,
a las cuales se refiere propiam ente el descubrimiento (simultáneo
al de Mendeléiev) de Lothar Meyer. Queremos decir que el des
cubrim iento de L othar Meyer no es simplemente un duplicado
del descubrimiento de Mendeléiev; está situado en una perspecti
va lógica diferente. Las propiedades variacionales (es decir, pro
piedades que, como la talla o el peso en A ntropología, se dan in
m ediatam ente determ inadas en grados variables, sin perjuicio de
la repetibilidad de un mismo valor, de acuerdo con las reglas de
la «distribución normal») son propiedades de los elementos; pero
es necesario tener en cuenta que estas propiedades sólo pueden
ser determinadas concibiéndolas como derivadas de conjuntos o
colectividades de elementos homogéneos (por ejem plo, el «pun
to específico de ebullición» o el «punto específico de fusión» son
propiedades que no tienen sentido aplicadas a un elemento ató
mico aislado). El nuevo concepto de periodicidad que se nos abre
en el marco de las propiedades variacionales ya no tendrá por qué
ir referido a la repetición cíclica (en la sucesión de los elementos)
de una propiedad (o de un valor de la misma), sino que podrá
ir referido a la «repetición de la form a de la variación», es decir,
a la repetición (1) de las relaciones entre los valores que tom a una
propiedad variacional P k en cada período y (2) de las relaciones
en un mismo período entre los valores tom ados por las diferen
tes propiedades.
Estos dos tipos de repeticiones (cuya relación m utua es simi
lar a la que media entre las leyes prim era y tercera de Kepler),
pueden ser establecidas en form a de identidades sintéticas obte
nidas al térm ino de procesos m atemáticos tan artificiosos como
rigurosos. En todo caso, son estas mismas identidades sintéticas,
y sólo ellas, las que nos permiten penetrar en niveles estructura
les o franjas de verdad cada vez más profundas, ya sea al nivel
de las estructuras fenoménicas, ya sea al nivel de las estructuras
esenciales. Ateniéndonos a los resultados del análisis de la ley pe
riódica propuesto por León G arzón64, cabría afirm ar que, ante
todo, es la aplicación adecuada de ciertos esquemas de identidad
matem ática (en particular, el esquema de la función cuadrática,
mediante el «artificio» de suponer continuos los valores que, en
realidad, son discretos) lo que permite alcanzar una identidad sin
tética entre los diversos períodos variacionales (tanto intra com o
inter propiedades) dados en función del núm ero atóm ico Z. La
identidad sintética equivale aquí, por tanto, a la misma tesis de
74 J. Piaget y otros, T en d en cesp rin cip a les d e la recherche dan s les scien-
c e sso c ia le s e t hum aines. P a r tie l. Sciences Sociales, U nesco 1970. Trad. españo
la de Pilar Castrillo, A lianza, Madrid 1973.
75 W . W indelband, «H istoria y ciencia de la naturaleza» [Discurso de Es
trasburgo], en P relu dios filo só fic o s, Santiago Rueda Editores, Buenos Aires 1949,
p ágs. 311-328.
76 O ppenheim , «Les dim ensions de la C onaissance», R ev. Int. de P hil.,
n ° 40, 1957.
como internas o, al menos, con fundam ento in re (aquí, la «cosa»
es la cientificidad misma). Por vía de ejemplo, citaremos tan sólo,
acom pañándolas de sumarias indicaciones críticas, algunas cla
sificaciones dicotómicas que, de un m odo u otro, «planean» cons
tantem ente sobre nuestras cabezas, en nuestros días:
a) la clasificación de las ciencias en especulativas (o teoréti
cas) y prácticas. Esta clasificación procede de Aristóteles, pero
la podemos ver reconstituida, en formas diversas, en oposiciones
comunes tales como «ciencias puras» y «ciencias aplicadas», o
incluso en la oposición, muy operativa desde el punto de vista
adm inistrativo, entre «investigación fundam ental» e «investiga
ción aplicada». A hora bien, esta clasificación sólo tiene sentido
en el ám bito de la Idea de ciencia como «reflejo de la verdad ob
jetiva»; en esa perspectiva, la distinción es más bien psicológica
(por el finis operantis) y aun trivial, y, en todo caso, oscura (¿cómo
puede llamarse ciencia a lo que es m era tecnología aplicada?; pre
cisamente porque resulta hoy tan difícil distinguir la tecnología
de la ciencia, es por lo que consideramos engañosam ente eviden
te la clasificación aristotélica). Cuando adoptam os la perspecti
va gnoseológica constructivista (verum est factum ), la oposición
cambia obviamente de sentido: toda ciencia es práctica (construc
tiva, operativa); por tanto, la cuestión ya no será la de dar cuen
ta del supuesto paso de lo que es especulativo a lo que es prácti
co, sino inversamente, la cuestión consistirá en comprender cómo
partiendo de lo práctico-tecnológico (o prudencial), es posible re-
definir el concepto de lo especulativo, sin tener que apelar a la
m etáfora del espejo, o sin tener que crear ad hoc la categoría de
lo «práctico-teórico», con objeto de «elevar» al entendim iento
a la condición de «actividad especulativa» (una condición m eta
física, puesto que se mantiene en una perspectiva m entalista). El
proceso de la transform ación de la práctica científica en ciencia
especulativa, en la teoría del cierre, se analizará por medio del
concepto de la neutralización de las operaciones.
b) La dicotom ía de W indelband, que antes hemos m encio
nado, entre ciencias nomotéticas y ciencias idiográficas, se utili
za para discriminar, sobre todo, las ciencias naturales de las cien
cias culturales; esta dicotom ía resulta inaceptable no sólo (como
tantas veces se ha dicho) porque hay m om entos idiográficos en
la ciencia natural, como los hay nom otéticos en las ciencias cul
turales (y Rickert, en su reelaboración de la clasificación de Win-
delband, lo adm itió ampliamente), sino porque si esta distinción
se m antuviera (incluso con las matizaciones de Rickert) quedaría
rota la unidad de la ciencia. El mismo concepto de las «ciencias
culturales» —en cuanto contrapuestas dicotómicamente a las cien
cias naturales— que tanta influencia tuvo durante casi un siglo,
se oscurece en nuestros días, particularm ente a raíz de los avan
ces de la Etología, que, sin dejar de ser ciencia natural, puede
considerarse a la vez hoy como ciencia cultural —como ciencia
de las culturas animales y de la cultura hum ana (en la medida en
que el hom bre sigue perteneciendo al campo de la Zoología)77.
c) La dicotom ía entre ciencias form ales y ciencias realesn ,
de amplia circulación en nuestros ámbitos académicos, es difícil
mente sostenible, y no tiene más fundam ento gnoseológico (aun
que tenga fundam entos pragmáticos —administrativos, presu
puestarios— evidentes) que la dicotom ía que pudiera establecer
se entre las ciencias botánicas y las ciencias zoológicas. ¿Qué sig
nifica form al, cuando no estamos dispuestos a adm itir formas
metafísicas o mentales? Si no hay formas puras, la denomina
ción ciencias form ales «válidas para todos los mundos posibles»
(Lógica, M atem áticas, &c.) no es más que una confusa manera
de llam ar a unas ciencias que se atienen a materialidades sui ge-
neris, sin duda, pero que será preciso analizar79.
d) P o r últim o, la dicotom ía, tam bién muy común en nues
tros días (no sólo en el plano m undano, sino en el académico),
entre las ciencias naturales y las ciencias humanas, necesita una
revisión crítica a fondo, dadas las implicaciones que esta dicoto
mía contiene, y la gran variedad de interpretaciones que se han
dado de ella. P or sí misma, la oposición entre unas ciencias na
turales y unas ciencias hum anas no tendría, en principio, por qué
ser más significativa gnoseológicamente, que la oposición entre
ciencias geológicas y ciencias zoológicas, por ejemplo. Pero lo cier
to es que, detrás de la oposición entre ciencias naturales y cien-
81 Louis Couturat, L a logiqu e d e L eib n iz, A lean, París 1901, pág. 185:
« E go semper putavi, dem onstrationem nihil aliud esse quam catenam defini-
tionu m ».
82 Lévi-Strauss, E l p en sa m ien to salvaje, trad. española, FCE, M éxico
1962. G .G . Sim pson, P rin cipies o f A n im a l T axonom y, Nueva York 1961, pág. 5.
83 Stuart Mili: «E sta provincia [la L ógica, en cuanto teoría de la ciencia,
ciencia de las ciencias o ars a rtiu m ] debe ser restringida a la porción de nuestro
con ocim ien to que consiste en inferencias de verdades previamente conocidas».
A sy ste m o f Logic, In trodu ction , §4.
84 Andreas G . Papandreu, L a eco n o m ía com o ciencia, trad. española de
J .R . Lasuén y M . Sacristán, A riel, Barcelona 1961.
temático que eleva al cuadrado dos miembros de una ecuación
para eliminar los monomios negativos, sigue una «estrategia» y
sólo desde ella cabe hablar de operación matem ática). A dvertire
mos que, desde estas premisas, cabe entender la eliminación de
las causas finales y la de la acción a distancia en la ciencia m o
derna como resultados de un mismo principio.
En este punto es donde se hace preciso distinguir dos situa
ciones, en general muy bien definidas, dentro de los campos se
mánticos característicos de cada ciencia.
Situación primera (a): la situación de aquellas ciencias en cu
yos campos no aparezca form alm ente, entre sus térm inos, sim
ples o compuestos, el sujeto gnoseológico (S.G.); o, tam bién, un
análogo suyo riguroso, pongam os por caso, un anim al dotado
de la capacidad operatoria (Sultán, de Kóhler, «resolviendo p ro
blemas» mediante composiciones y separaciones de cañas de
bambú).
Situación segunda (P): la situación de aquellas ciencias en cu
yos campos aparezcan (entre sus términos) los sujetos gnoseoló
gicos o análogos suyos rigurosos.
La situación prim era corresponde, desde luego, a las cien
cias físicas, a la Química, a la Biología m olecular (no es tan fácil
decidir cuando hablemos de la Etología, como ciencia natural).
La situación segunda parece, por su parte, mucho más próxim a
a la que corresponde a las ciencias hum anas. Sobre todo, si tene
mos presentes algunas de las definiciones más comunes de estas
ciencias: «las ciencias hum anas son las que se ocupan del hom
bre», «las ciencias hum anas son aquellas en las cuales el sujeto
se hace objeto». No queremos «incurrir» de nuevo en estas fó r
mulas que, aunque muy expresivas en el terreno denotativo, ca
recen de todo rigor conceptual. Se trata de redefinirlas gnoseoló-
gicamente, si ello es posible.
Y, en efecto, así es. «Las ciencias hum anas son aquellas que
se ocupan del hom bre». La dificultad de esta definición puede
cifrarse en que ella no reconoce la necesidad de m ostrar precisa
mente que «hombre» tiene significado gnoseológico. Desde la teo
ría del cierre categorial, podríamos ensayar la sustitución de «hom
bre» por S.G. Porque S.G. es, desde luego, hum ano (según algu
nos, lo único que es verdaderam ente hum ano). De este m odo la
fórm ula considerada («las ciencias hum anas son aquellas que se
ocupan del hom bre») puede recuperar un alcance gnoseológico,
ya que nos pone delante de un caso particular sin duda lleno de
significado gnoseológico. «En las ciencias hum anas, el sujeto se
hace objeto»: tam bién habrá que probar que esta circunstancia
gnoseológica tiene significado gnoseológico (Piaget, por ejemplo,
desde su teoría de la ciencia, no ve dificultades especiales en el
hecho de que los «sujetos» figuren, en su m om ento, como «ob
jetos» de las ciencias psicológicas o sociales). Pero cuando (des
de la teoría del cierre categorial) el sujeto es el sujeto gnoseológi
co, reconocer la posibilidad de aparecer (reflexivamente) el suje
to entre los térm inos del campo, entre los objetos, es tanto como
reconocer que el sujeto aparece, no como un objeto más, sino,
principalmente, como un sujeto operatorio (como una operación,
o, por lo m enos, como un término que opera, que liga apotética-
mente otros térm inos del campo). Lo que equivale a decir: que
actúa com o un científico. Y esta peculiaridad ya tiene indudable
pertinencia gnoseológica, y aun de muy críticos efectos. ¿No ha
bíam os hablado del proceso de neutralización (o eliminación) de
las operaciones como del mecanismo regular del cierre categorial
en el proceso de construcción de las identidades sintéticas?
La dem ostración de que la distinción entre «ciencias natura
les» y «ciencias hum anas», a partir del criterio de distinción en
tre situaciones a y (3, tiene un significado gnoseológico, puede
llevarse a cabo (desde la teoría del cierre categorial) del modo más
inm ediato posible, a saber: m ostrando que la situación P no sólo
afecta a un conjunto de ciencias que se relacionan con ella, sepa
rándose de las demás (las que no se relacionan) por algún rasgo
gnoseológico más o menos im portante (lo-que ya sería suficien
te), sino que las afecta por razón misma de su cientificidad. Es
la cientificidad misma de las ciencias asociadas a la situación P
(es decir, las «ciencias hum anas») aquello que queda comprome
tido. Y, si esto es así, habrem os probado que el criterio es gno-
seológicamente significativo y que el concepto de ciencias hum a
nas resultante es verdaderam ente gnoseológico (sin perjuicio de
que este criterio pueda alcanzar una virtualidad ella misma críti
ca respecto del concepto de ciencias humanas).
En efecto, las ciencias humanas, así definidas, es decir, aque
llas ciencias que se incluyen en una situación P, podrían conside
rarse, desde luego, hum anas, en virtud de su concepto. A hora
bien, la teoría del cierre categorial prescribe la neutralización de
las operaciones (del sujeto operatorio, S.G .). La neutralización
de las operaciones en la situación de las ciencias hum anas com
portaría en principio su elevación al rango de cientificidad más
alto. Pero con esta elevación, simultáneamente, se perdería su con
dición de ciencia hum ana, según lo definido.
Algunos dirán, que, por tanto, lo que procede es eliminar
simplemente, la posibilidad del concepto de ciencia humana así
definido (a la m anera como tam bién se han eliminado, por m ito
lógicas, las operaciones del cam po de la Física). Pero la conclu
sión pediría el principio. Porque m ientras en las ciencias n atu ra
les y formales las operaciones son exteriores, no sólo a la verdad
objetiva, sino también al campo, en las ciencias hum anas las ope
raciones no son externas a ese campo; por ello, la verdad de, al
menos, una gran porción de proposiciones científicas de las cien
cias humanas puede ser una verdad de tipo tarskiano (lo que no
ocurre en las ciencias naturales). Y, por ello tam bién, la presen
cia de operaciones en las ciencias hum anas, en sus campos, lejos
de constituir un acontecimiento precientífico o extracientífico,
constituye un episodio intracientífico que, desde la teoría del cie
rre, puede formularse con precisión como, al menos, un aconte
cimiento propio del sector fenomenológico del campo científico.
Pues, por lo menos, las operaciones son fenóm enos de los cam
pos etológicos y humanos: es preciso partir de ellos y volver a
ellos. Esta consideración nos permite, a su vez, introducir, en la
estructura interna gnoseológica de las ciencias hum anas, así de
finidas, dos tendencias opuestas, por aplicación del mismo prin
cipio gnoseológico general (que prescribe el regressus de los fe
nómenos a las esencias y el progressus de las esencias a los fenó
menos) al caso particular en el que los fenómenos son operaciones.
Con estas premisas, estaríamos en condiciones de introducir
nuevos conceptos gnoseológicos, a saber, los conceptos de m eto
dología a y metodología [J de las ciencias hum anas (inicialmente)
y, en una segunda fase, de metodologías-a de las ciencias en ge
neral. No debe confundirse esta distinción con la distinción entre
situaciones a y p que le sirve de base; y que, en todo caso, se re
duce a un criterio de clasificación dicotóm ica (dado que puede
aplicarse, no tanto globalmente a las «ciencias átomas», sino tam
bién parcialm ente, a estados, fases o doctrinas especiales de al
guna ciencia hum ana).
Entendemos por metodologías p-operatorias aquellos pro
cedimientos de las ciencias hum anas en los cuales esas ciencias
consideran como presente en sus campos al sujeto operatorio (en
general, a S.G ., con lo que ello implica: relaciones apotéticas, fe
nómenos —ciencia «émica»— causas finales, &c.). Metodología,
en todo caso, imprescindible por cuanto es a su través como las
ciencias hum anas acumulan los campos de fenómenos que les son
propios.
Entendemos por metodologías a-operatorias aquellos pro
cedimientos, que atribuimos a las ciencias humanas (es decir: que
podemos atribuirles como un caso particular del proceso general
de neutralización de las operaciones) en virtud de las cuales son
eliminadas o neutralizadas las operaciones iniciales, a efectos de
llevar a cabo conexiones entre sus términos al margen de los ne
xos operatorios (apotéticos) originarios. Estas metodologías a
tam bién corresponderán, por tanto, a las ciencias humanas, en
virtud de un proceso genético interno. Estamos claramente ante
una consecuencia dialéctica. Ulteriormente, por analogía, llama
remos metodologías a a aquellos procedimientos de las ciencias
naturales que ni siquiera pueden considerarse como derivados de
la neutralización de metodologías (3 previas. Incidentalmente hay
casos —el demiurgo astronóm ico, por ejemplo— que más bien
sugieren una simetría o paralelismo, al menos parcial, entre am
bos géneros de ciencias y, con ello, la pertinencia de nuestros con
ceptos.
La dialéctica propia de las metodologías a y P así definidas
puede form ularse sintéticamente de este modo:
Las ciencias hum anas, en tanto parten de campos á& fe n ó
m enos hum anos (y, en general, etológicos), comenzarán necesa
riam ente p or medio de construcciones (3-operatorias; pero en es
tas fases suyas, no podrán alcanzar el estado de plenitud científi
ca. Este requiere la neutralización de las operaciones y la eleva
ción de los fenómenos al orden esencial. Pero este proceder, según
una característica genérica a toda ciencia, culmina, en su límite,
en el desprendimiento de los fenómenos (operatorios, según lo
dicho) por los cuales se especifican como «hum anas». En conse
cuencia, al incluirse en la situación general que llamamos a, al
canzarán su plenitud genérica de ciencias, a la vez que perderán
su condición específica de humanas. P or último, en virtud del m e
canismo gnoseológico general del progressus (en el sentido de la
«vuelta a los fenómenos»), al que han de acogerse estas construc
ciones científicas, en situación a , al volver a los fenóm enos, re
cuperarán su condición (protocientífica y, en la hipótesis, post-
científica) de metodologías (3-operatorias.
Esta dialéctica nos inclina a forjar una imagen de las cien
cias humanas que las aproxim a a sistemas internam ente antinó
micos e inestables, en oscilación perpetua —lo que, traducido al
sector dialógico del eje pragm ático, significa: en polémica p er
m anente, en cuanto a los fundam entos mismos de su cientifici
dad—. Es indudable que esta imagen corresponde muy puntual
mente con el estado histórico y social de las ciencias hum anas,
continuam ente agitadas por polémicas metodológicas, por deba
tes «proemiales», por luchas entre escuelas que disputan, no ya
en torno a alguna teoría concreta, sino en torno a la concepción
global de cada ciencia, y que niegan, no ya un teorem a, sino su
misma cientificidad. Lo que nuestra perspectiva agrega a esta des
cripción «empírica», no sólo es el «diagnóstico diferencial» res
pecto de situaciones análogas que puedan adscribirse a las cien
cias naturales y formales, sino la previsión («pronóstico») de la
recurrencia de esa situación. La antinom ia entre las m etodolo
gías a y p-operatorias de las ciencias hum anas, no es episódica
o casual ni cabe atribuirla a su estado histórico de juventud (¿acáso
la Química no es tan joven, o todavía más, como la Econom ía
política?); el conflicto es constitutivo. Y, lo que es m ás, no hay
por qué desear (en nom bre de un oscuro armonism o) que se des
vanezca, si no se quiere que, con él, se desvanezca tam bién la p ro
pia fisonomía de estas ciencias.
El concepto de «ciencias hum anas» al que llegamos de este
m odo es un concepto eminentemente dialéctico, porque, en vir
tud de él, las «ciencias hum anas» dejan de aparecer simplemente
como un mero subconjunto resultante de una dicotom ía absolu
ta, que separa dos clases de ciencias en el conjunto de la «repú
blica de las ciencias» y deja que permanezcan inertes la u n a al
lado de la otra, como meras «clases complementarias». Las «cien
cias humanas» se nos muestran como un conjunto denotativo cuya
cientificidad es más bien problemática, y nos remite, desde den
tro , a situaciones alcanzadas por las ciencias humanas a través
de las cuales éstas van transform ándose propiam ente en ciencias
naturales. La dicotom ía no es absoluta.
P o r otro lado, el concepto de «ciencias humanas» que he
m os construido, se apoya en las situaciones límite, en las cotas
del proceso (a saber, el inicio de las metodologías P-operatorias,
y su térm ino a-operatorio). Desde ellas, vemos cómo las ciencias
que originariam ente se inscriben en la clase de las ciencias hum a
nas comienzan a form ar parte de la clase a de las ciencias no hu
m anas. Pero la dialéctica efectiva de las «ciencias humanas» es
m ucho más compleja, obviamente, cuando atendemos no sólo a
los límites (a las cotas) sino también a los contenidos abrazados
por ellos. La teoría del cierre categorial tiene también recursos
suficientes para desplegar esta dialéctica en un cuadro de situa
ciones más rico; situaciones que siendo, desde luego, internas, pue
dan dar cuenta, más de cerca, de la multiplicidad de estados en
los que podemos encontrar a este m agm a que globalmente desig
nam os como «ciencias hum anas».
Entre los límites extremos de las metodologías a y P-
operatorias, y sin perjuicio de la permanente tendencia a la mo
vilidad de sus situaciones (en virtud de la inestabilidad de la que
hemos hablado), cabrá establecer el concepto de los «estados in
termedios de equilibrio» de los resultados que vayan arrojando
estas m etodologías siempre que sea posible conceptualizar m o
dos diversos de neutralización (no segregativa, en términos abso
lutos) de las operaciones y, p o r consiguiente, de incorporación
de fenóm enos.
Estos estados de equilibrio habrán de establecerse por me
dio de la reaplicación de los mismos conceptos genéricos gnoseo-
lógicos consabidos (en particular, los de regressus y progressus).
C om binando estos conceptos, obtenemos la siguiente teoría ge
neral de los estados internos de equilibrio que buscamos:
(I) En las metodologías a-operatorias. El estado límite, aquel
en el cual una ciencia hum ana deja de serlo propiamente y se con
vierte plenamente en una ciencia natural (en cuanto a su «objeto
form al», aun cuando por su «objeto m aterial» siga siendo cien
cia «del Hom bre») se alcanzará en aquellos casos en los cuales
el regressus conduzca a una eliminación total de las operaciones
y de los fenómenos hum anos («de escala hum ana»), que queda
rán relegados a la historia de la ciencia de referencia, a la m anera
como «pertenecen a la historia de la ciencia» los «m otores inteli
gentes» de los planetas de la A stronom ía medieval. Ese estado
límite, lo designamos por medio de un subíndice: a ,. En el es
tado a ,, regresamos a los factores anteriores a la propia textura
operatoria de los fenómenos de partida, a factores com ponentes
internos, esenciales, sin duda, pero estrictamente naturales o im
personales. No es fácil acertar en las ilustraciones de estos con
ceptos gnoseológicos, que hay que discutir en cada caso (la dis
cusión en torno a un ejemplo no compromete, en principio al me
nos, el concepto gnoseológico). P or nuestra parte, y salvo m ejor
opinión, pondríam os a la Reflexología de Pávlov como ejemplo
de una ciencia que, partiendo de una situación P-operatoria (di
gamos psicológica, el trato «tecnológico» o «etológico» con pe
rros y otros animales) ha regresado hasta el concepto de reflejo
medular o cortical, en cuyo nivel ya no cabe hablar de operacio
nes. En este nivel el anim al, como sujeto operatorio, desaparece,
resuelto en un sistema de circuitos neurológicos. La m etodología
psicológica inicial (P-operatoria) se convierte en Fisiología del sis
tem a nervioso, en ciencia natural. Los fenómenos psicológicos,
y su escala (la «percepción» del sonido, o de las form as, o de los
«movimientos de retirada», el «hambre», el «dolor», el «miedo»,
&c.) quedan atrás, se reabsorberán en el hardware de los contac
tos de circuitos nerviosos, como los colores del espectroscopio se
reabsorben en frecuencias de onda. Otros ejemplos claros de trans
formación de una metodología P en una a los encontram os en
la Etología: las relaciones lingüísticas entre organismos de una
misma especie (o tam bién, las relaciones de com unicación inte
respecíficas) se dibujan inicialmente en el campo p-operatorio de
la conducta, tal como la estudia la Etología (investigaciones so
bre el lenguaje de los delfines o de las abejas, determ inación de
pautas de conducta de cortejo, ataque, &c. entre mamíferos, aves,
&c.). Estas relaciones se suponen dadas entre organismos que se
mantienen a distancia apotética (precisamente el concepto de «sím
bolo» incluye esta lejanía entre significante y significado o refe
rencia; el signo reflexivo, autogórico, es sólo un caso límite pos
terior). Pero sabemos que las relaciones apotéticas no dicen «ac
ción a distancia». La acción es por contigüidad, y las señales óp
ticas o acústicas deben llegar físicamente de un animal al sujeto
que las interpreta. A hora bien, en el momento en que tomamos
en cuenta los mecanismos de conexión física entre señales, esta
mos regresando, a partir del plano (3-operatorio en el que se con
figuró el concepto de signo, al campo a-operatorio de la Quími
ca o de la Bioquímica. A hora, las señales serán secreciones exter
nas, ecto-hormonas que el animal vierte, no ya al torrente circu
latorio de su organism o, sino al medio social constituido por los
otros organism os, como si estos constituyesen una suerte de «su-
perorganism o»: las ferom onas se vierten por cada organismo al
m edio am biente, no a la sangre, como las horm onas intraorgáni-
cas, sin perjuicio de lo cual serán concebidas como «hormonas
sociales». El curso (regressus) que va desde el concepto de sím
bolo o señal al concepto de ferom ona (del concepto de señal so
cial al de horm ona social) es el curso de transform ación de una
m etodología (3 en una m etodología a „ de la Etología a la Bio
quím ica. Sin perjuicio de lo cual, si las investigaciones sobre fe
rom onas no quieren perder su sentido global, han de mantener
de algún m odo el contacto con los fenómenos de partida, con el
concepto de «organismos que se comunican». Pero no es este cur
so regresivo, que desemboca en estados a ,, el único camino para
neutralizar los sistemas operatorios del campo de partida. Tam
bién podem os concebir un camino de progressus que, partiendo
de las operaciones y sin regresar a sus factores naturales anterio
res, considera los eventuales resultados objetivos (no operatorios)
a los cuales esas operaciones pueden dar lugar (puesto que no está
dicho que todo curso operatorio tenga que dar resultados opera
torios), y en los cuales pueda poner el pie una construcción que
ya no sea operatoria. Las metodologías que proceden de esta ma
nera se designarán como metodologías a 2.
Hay dos modos, inmediatos y propios, de abrirse caminos las
metodologías a 2. El primero tiene lugar cuando aquellos resulta
dos, estructuras o procesos a los cuales llegamos por las operacio
nes (J, son del tipo a pero, además, comunes (genéricos) a las es
tructuras o procesos dados en las ciencias naturales; hablaremos
de metodologías I- a 2. El segundo modo (II-a2) tendrá lugar cuan
do las estructuras o procesos puedan considerarse específicas de
las ciencias humanas o etológicas. Tanto en los estados I-a 2 como
en el II-a 2 puede decirse que las operaciones P están presupues
tas, no ya ordo cognoscendi sino ordo essendi, por las estructuras
o procesos resultantes, los cuales neutralizarán a las operaciones
«envolviéndolas», pero una vez que han partido de ellas. En el caso
I-a 2 es precisamente la genericidad de los resultados (una generi-
cidad del tipo «género posterior») el m ejor criterio de neutraliza
ción del plano (3, dado que estamos ante situaciones isomorfas a
aquellas que no requieren una génesis operatoria. En el caso II-
a 2 el criterio de neutralización no es otro sino el de la efectividad
de ciertas estructuras o procesos objetivos que, aun siendo pro
pios de los campos antropológicos (sólo tienen posibilidad de rea
lizarse por la mediación de la actividad humana), sin embargo con
traen conexiones a una escala tal en la que las operaciones (3 no
intervienen, y quedan, por así decir, desprendidas.
Es evidente, por lo que llevamos dicho, que los estados de equi
librio a 2 corresponden seguramente a aquellas situaciones más ca
racterísticas de las ciencias humanas, en la medida en que en ellas
se da la intersección más amplia posible de sus dos notas caracte
rísticas: ciencias, por la neutralización de las operaciones, y hu
manas, en tanto que hay que contar internamente con las opera
ciones. Lo que creemos necesario subrayar es que las ciencias hu
manas, en sus estados a 2, no son, en m odo alguno, ciencias de
la conducta (Etología, Psicología); ni siquiera son ciencias antro
pológicas, en sentido estricto (si es que la Antropología no puede
perder nunca la referencia a los organismos individuales operato
rios, que están incluidos en el form ato del concepto «hombre»,
en cuanto concepto clase). Son ciencias humanas sui generis, pues
no es propiamente el hombre (ni siquiera lo «humano») lo que ellas
consideran, sino estructuras o procesos dados, sí, por la media
ción de los hombres, pero que no tienen por qué considerarse, por
sí mismos, propiamente humanos. El concepto de «cultura» (y,
por tanto, correspondientemente el concepto de «ciencias de la cul
tura») en cuanto contradistinto al concepto de «conducta» (corres
pondientemente al concepto de «ciencias de la conducta», como
pueda serlo la Psicología), responde plenamente al caso. Las «cien
cias de la cultura» no son «ciencias psicológicas» (se ha distingui
do, en la formulación de estas diferencias, L. W hite85). En cierto
85 Leslie A . W hite, en The Science o f C u ltu re, Parrar, N u eva York 1949.
Edición española, L a C iencia de la C ultura, P aid ós, B uenos A ires. C ap. 5. «C u l
turología versus P sicología».
m odo, ni siquiera son ciencias hum anas, y no sólo porque tam
bién hay culturas animales, sino porque, aun ateniéndonos a las
culturas hum anas, no puede confundirse la cultura con el hom
bre (en términos hegelianos: el espíritu objetivo no es el espíritu
subjetivo). Las estructuras culturales se parecen más a las geo
métricas o a las aritméticas que a las etológicas o psicológicas.
Siendo producidas, en general, por el hombre, son, sin embargo,
objetivas. P odría incluso decirse que las ciencias humanas, en el
estado a 2, aunque no sean ciencias naturales son, al menos, cien
cias praeter humanas. En el estado I - a 2, las ciencias humanas se
aproxim an, hasta confundirse con ellas, con las ciencias natura
les (o incluso, con las formales), aunque por un camino diame
tralm ente diferente al que vimos a propósito de los métodos a ,.
E n efecto, en I- a 2, partimos de operaciones a , que, siguiendo su
propio curso, determ inan la refluencia de estructuras genéricas
(comunes a las ciencias naturales), que confieren una objetividad
similar a las de las ciencias no hum anas. Es el caso de las estruc
turas estadísticas, pero tam bién el caso de las estructuras topoló-
gicas (en el sentido de René Thom) o de cualquier otro tipo. Una
m uchedum bre que se mueve al azar en un estadio en el que ha
estallado un incendio, se com porta de un m odo parecido a una
«población» de moléculas encerradas en un recipiente puesto a
calentar. Pero los movimientos aleatorios de la muchedumbre se
producen a partir de conductas prolépticas (cada individuo tien
de a salir, en el caso más favorable a la comparación con la si
tuación de las moléculas, en línea recta, sólo que choca aleato
riam ente con otros individuos) y los movimientos de las molécu
las se derivan de la inercia. No cabe, en m odo alguno, asimilar
los individuos a las moléculas.
En el estado I I - a 2 no puede decirse que las ciencias hum a
nas se aproxim en a las ciencias naturales o formales, puesto que
los procesos y estructuras que alcanzan son específicos de la cul
tu ra hum ana (o, en su caso, animal), como pueda serlo el ritmo
de evolución de las vocales indoeuropeas, o las «curvas de Kon-
dratiev». Lo que se ha llamado «ciencia estructuralista» (en el
sentido de Lévi-Strauss) se incluye claramente en la situación II-
a 2; la polémica «estructuralismo/existencialismo» (o estructura-
lism o/hum anism o) podría ser reconstruida a la luz de la antino
m ia entre las metodologías a y p.
(II) Consideramos las metodologías p-operatorias: El estado-
límite nos aparece en la dirección opuesta en que se nos aparecía
en a (a,): es un estado que designaremos por p 2. Es el estado co
rrespondiente a las llamadas tradicionalmente «ciencias humanas
prácticas», en las cuales las operaciones, lejos de ser eliminadas
en los resultados, son requeridas de nuevo por estos, a título de
decisiones, estrategias, planes, &c. Las disciplinas práctico-prácti
cas (como se denominaban en la tradición escolástica) no tienen
un campo disociable de la actividad operatoria, puesto que su cam
po son las mismas operaciones, en tanto están sometidas a impe
rativos de orden económico, moral, político, jurídico, &c. Esta
mos, propiamente, ante «tecnologías» o «praxiologías» en ejerci
cio (Jurisprudencia, Etica includens prudentiam, Política econó
mica, &c.). Praxiologías que se apoyan, sin duda, en supuestas
ciencias teóricas, pero que, por sí mismas, no son ciencias en modo
alguno, sino prudencia política, actividad jurídica, praxis.
Desde el punto de vista de la teoría del cierre categorial: se
trata de disciplinas P-operatorias que no han iniciado el regres
sus mínimo hacia la esencia, o bien se trata de disciplinas que,
en el progressus hacia los fenómenos, se confunden con la p ro
pia actividad prudencial, con cuyo material han de contar en su
propio curso (no son, m eramente, «ciencias aplicadas»). Es muy
importante advertir que, en este punto, se nos abre la posibilidad
de plantear los problemas gnoseológicos más profundos suscita
dos por las llamadas «Ciencias de la Educación», por la «P eda
gogía científica».
Si las metodologías P no son siempre, desde luego, científi
cas (sino que se m antienen en el estado que llamamos P 2), ello
no significa que sea preciso llevar el regressus en la dirección que
nos saca fuera de las operaciones, que nos lleva a «desbordar
las» (tanto antecediéndolas, en I - a 2 como sucediéndolas, en II-
a 2), puesto que tam bién cabe trazar la figura de una situación
P tal en la cual pueda decirse que nos desprendemos del curso
práctico-práctico de tales operaciones en virtud de la acción en
volvente, no ya ahora de contextos objetivos dados a través de
ellas, sino de otros conjuntos de operaciones que puedan analó
gicamente asimilarse a tales contextos envolventes. En esta situa
ción, que designamos por P,, nos m antenem os, desde luego, en
la atm ósfera de las operaciones, pero de form a tal que ahora las
operaciones estarán figurando, no como determinantes de térmi
nos del campo que sólo tienen realidad a través de ellas, sino como
determ inadas ellas mismas por otras estructuras o por otras ope
raciones. Y análogam ente a lo que ocurría en la situación a 2,
también en la situación cabe distinguir dos modos de tener lu
gar esta determ inación de las operaciones:
Un m odo genérico (I-Pi), es decir, un modo de determina
ción de las operaciones que, siendo él mismo operatorio, repro
duce la form a según la cual se determinan las operaciones P, a
saber, a través de los contextos objetivos (objetuales). Aparente
mente, estamos en la situación II -a 2. No es así, porque mientras
en I I - a 2 los objetos o estructuras se relacionan con otros obje
tos o estructuras con las que se traban en conexiones mutuas, en
I-P , los objetos nos siguen remitiendo a las operaciones, y la ca
pacidad determ inativa de éstas deriva de que partimos de obje
tos, pero en tanto ellos ya están dados (en función de otras ope
raciones, a las que intentam os «regresar»). La situación I-P, re
coge muy de cerca el camino de las disciplinas científicas que se
regulan por el criterio del verum esí factum , es decir, por el co
nocimiento del objeto que consiste en regresar a los planos ope
ratorios de su construcción. Tal es el caso de las «ciencias de es
tructuras tecnológicas», pues en ellas las operaciones resultan de
term inadas (retrospectivamente, en el regressus) por los mismos
o similares objetos que ellas produjeron, pero una vez que tales
objetos han ido «tom ando cuerpo» y acumulándose en el espa
cio histórico y cultural, y de un modo tal que hayan podido «ob
jetivarse» y enfrentarse a sujetos muy distintos de quienes los cons
truyeron. «Existe una gran diferencia entre el conocimiento que
el que produce una cosa posee con respecto de ella y el conoci
m iento que poseen otras personas con respecto a la misma cosa
(decía M aimónides, Guía de Perplejos, 11, 21). Supongamos que
una cosa sea producida de acuerdo con el conocimiento del pro
ductor; en este caso, el productor estaría guiado por su conoci
m iento en el acto de producir la cosa. Sin embargo, otras perso
nas que examinan esta obra y adquieran un conocimiento de la
totalidad de ella, ahora ese conocimiento dependerá de la cosa
misma».
Estamos, pues, ante las situaciones consideradas por las cien
cias de los objetos artificiales, opera hominis, ciencias que saben
de las estructuras form adas en tales procesos, «sistemas autom á
ticos» en el caso límite (independientes de la voluntad hum ana,
en sus fin es operis). Desde la noria árabe del Guadalquivir, en
su paso por C órdoba, hasta un com putador autorregulado, te
nemos que regresar al demiurgo que los fabricó, y, por tanto, te
nemos que regresar a las operaciones que los demiurgos determ i
narán. Pero siempre se diferenciarán tales obras (sistemas, o es
tructuras artificiales) de los sistemas o estructuras naturales, en
los cuales el regressus al demiurgo está descartado. Lo que los
distingue es la causa final, en su sentido más fuerte, a saber, la
del fin is operantis.
La situación I-pj abarca una am plísima gam a de m etodo
logías de conocimiento, aunque podría decirse que, en nuestros
días, su radio de acción se ha restringido, si tom am os como pun
to de comparación precisamente los tiempos en los que, en As
tronom ía (y no digamos nada de la Biología), se apelaba a los
planes o fines de un demiurgo para reconstruir el «sistema solar»
(o el «órgano de la visión»). La «m áquina del m undo» quedaba,
de este m odo, asimilada a una «m áquina artificial», según es pro
pio del llamado «artificialismo infantil» (Piaget), pero tam bién
de muchos grandes pensadores de nuestra tradición. Tam bién es
cierto que, si aceptamos la interpretación de C ornford, habría que
entender la concepción de las esferas del Timeo de Platón como
«artificialista», y no como una concepción metafísica, porque Pla
tón estaría allí form ulando la estructura de una m áquina que no
sería, por cierto, la «m áquina del m undo» sino la esfera arm ilar.
Dicho en nuestros términos: La m etodología del Timeo platóni
co sería una m etodología I-j3 j aplicada, no m etafísicamente, a
un campo natural, sino correctam ente, a un campo artificial.
P o r últim o, el concepto de una situación que denom inam os
II-Í3 j, es decir, el concepto de una situación en la cual las ope
raciones aparecen determinadas por otras operaciones (proceden
tes de otros sujetos gnoseológicos), según el modo específico de
las metodologías P (es decir, sin el interm edio de los objetos o,
para expresarlo en otras coordenadas, en una situación tal en la
que la energeia operatoria es determ inada por otra energeia, y
no por el ergon) no es un concepto vacío, la clase vacía, como
podría acaso parecer. Por el contrario, toda esa nueva ciencia que
se conoce con el nom bre de Teoría de Juegos podría considerar-
Tabla representativa de los «estados de equilibrio» por m edio de los cuales pueden ser
caracterizadas las «ciencias hum anas y etológicas». Las flechas llenas del sector izquierdo d e la
tab la representan fases distintas del regressus\ las flechas punteadas d e este mism o sector
representan fases o etapas distintas en el progressus (explicación en el texto).
se como una ciencia desarrollada en el ám bito de las m etodolo
gías II-P,. Y mediante esta consideración, múltiples problem as
gnoseológicos que la Teoría de Juegos trae aparejados, encuen
tran un principio de análisis resolutivo. P or ejem plo, el proble
m a del lugar que corresponde a la Teoría de Juegos: ¿es una dis
ciplina m atem ática o no puede considerarse de ese m odo, sin per
juicio de que utilice métodos matem áticos? Responderíam os: es
una de las Ciencias Hum anas más características (dentro de la
Praxiología), y, por ello, se aplica precisamente a los campos eto-
lógicos (estudio de estrategias de las conductas de animales caza
dores, &c.), o políticos (coaliciones, &c.). Esta conclusión impli
ca retirar el concepto de «juego contra la N aturaleza», que sería
metafísico. Los juegos «contra la Naturaleza» son los que se re
suelven en el cálculo de probabilidades. Acaso la característica
más interesante de los juegos (la imposibilidad de una perspecti
va neutral, no partidista, que abarque a todos los jugadores a la
vez; la im posibilidad de que una persona juegue al ajedrez consi
go misma), y que carece de tratam iento desde la perspectiva de
upa ciencia universal, que equipara, por principio, como inter
cambiables, todos los sujetos gnoseológicos, recibe una posibili
dad de análisis desde nuestra perspectiva gnoseológica. Pues la
clase de los sujetos gnoseológicos puede tam bién considerarse no
distributivamente; lo que significa que los planos o estrategias de
determinadas subclases de sujetos operatorios no tienen por qué
ser las mismas que las de otra subclase; por supuesto, estas estra
tegias podrían permanecer ocultas o desconocidas m utuam ente.
Esta es la situación en la que se mueven los juegos de referencia,
si los juegos son sólo juegos entre sujetos («los átom os, m olécu
las y estrellas pueden coagularse, chocar y explotar, pero no lu
chan entre sí ni cooperan», dice Oskar Morgenstern). Que los jue
gos tengan siempre lugar entre sujetos no implica que estos suje
tos sean homogéneos, transparentes en todo m om ento los unos
a los otros, iguales desde el principio (la igualdad es sólo un re
sultado, el resultado de un proceso de reciprocización, que per
mite, por ejemplo, al que ha perdido, aprender del triunfador y
ganar en otra ocasión).
Concluimos: los desarrollos de las metodologías a y p ope
ratorias, en tanto se entrecruzan constantemente entre sí, y se des
bordan mutuamente, permiten definir a las ciencias hum anas, glo
balm ente, como ciencias que constan de un doble plano operato
rio —a , (3— a diferencia de las ciencias naturales y formales, que
se m overían sólo en un plano asimilable al plano a . Los procesos
que tienen lugar en este doble plano operatorio culminan, en sus
límites, en estados tales en los que las ciencias humanas o dejan
de ser hum anas, resolviéndose como ciencias naturales o form a
les (a ,) o dejan de ser ciencias resolviéndose en praxis o tecno
logía (P2). Pero a estas situaciones límite no se llega siempre en
todo m om ento. En todo caso, estas situaciones tampoco son es
tables. Más bien diríamos que las ciencias humanas se mantienen
en una oscilación constante, y no casual, en ciertos estados de
equilibrio inestable, en los cuales, como les ocurría a los Dióscu-
ros, alguno tiene que apagarse para que la luz de otro se encien
da. E n el cuadro adjunto tratam os de representar sinópticamen
te el conjunto de estas situaciones y de sus principales relaciones.
C a p ítu lo 5
* * *
A hora bien, la reflexión proem ial puede recaer, bien sea so
bre las teorías de la ciencia «vigentes» (abstrayendo las cuestio
nes de orden histórico), bien sea sobre la historia de la propia teo
ría de la ciencia. (La historia introduce un orden de sucesión en
tre las teorías, vigentes o no; dicho de otro modo, abstrae la cues
tión de su vigencia). Pero las teorías de la ciencia «vigentes» son
hoy tan heterogéneas que si nos dispusiéramos a llevar adelante
una recapitulación histórica, sin adoptar alguna doctrina de re
ferencia, nos veríamos abocados a una tarea en la que el orden
cronológico, muchas veces artificial, otras irrelevante, apenas po
dría disimular el efectivo desorden objetivo; no significaría m u
cho más que lo que pudiera significar un orden alfabético.
P or este motivo, la reflexión histórica la precederemos de una
caracterización de la doctrina de referencia, que es una doctrina
que quiere ser caracterizada como doctrina que se mantiene en
la escala gnoseológica. De este m odo, la historia de la teoría de
la ciencia puede llegar a ser el contenido mismo de la más plena
reflexión proem ial.
Reservaremos, por tanto, la exposición de la perspectiva gno
seológica p ara el obligado preám bulo de una Historia de la teo
ría (gnoseológica) de la ciencia, y ello com pondrá el volumen 2
anunciado. En este prim er volumen nos ocuparemos de las teo
rías de la ciencia que, consideradas en un plano «sincrónico» como
alternativas vigentes (actuales), sin embargo no se m antienen a
escala gnoseológica (tal como la entendemos). Entre estas alter
nativas unas son científicas, o pretenden serlo; pretenden ser, en
el caso límite, la «ciencia de la ciencia», aunque sólo sean —tal
será nuestro diagnóstico— diversos enfoques científicos para ana
lizar la ciencia, «ciencias de la ciencia»; aun cuando puede ser
conveniente constatar que la expresión «ciencia de la ciencia» se
ha ido, de hecho, circunscribiendo a la función de designación
del «enfoque sociológico-sociométrico», tal como lo practica
D .J.S . Price. Otras alternativas son filosóficas, (aunque no por
ello necesariamente gnoseológicas; puesto que aunque la gnoseo
logía sea, tal como la entendemos, filosófica, no toda teoría filo
sófica de la ciencia se desarrolla a escala gnoseológica). Todas
estas alternativas pueden, sin embargo, ser consideradas com o
«teorías de la ciencia», si mantenemos el criterio que antes he
mos adoptado (en el sentido de réconocer la efectividad de teo
rías científicas y tam bién la de las teorías filosóficas). En los ca
pítulos siguientes expondremos críticamente siete enfoques, ac
tualm ente vigentes, de la teoría de la ciencia. Exponemos, no ya
propiam ente siete teorías de la ciencia, sino más bien siete m ane
ras posibles (discriminadas por su adscripción a sendas discipli
nas reconocidas: Lógica form al, Psicología, Sociología, &c.) de
llevarse a cabo los análisis teóricos de la ciencia. Los capítulos
1 al 6 se consagran al análisis de enfoques que parecen participar
de una pretensión científico positiva; en el capítulo 7 nos referi
remos a los enfoques filosóficos, con referencia, sobre todo, a
los que no se m antienen en la escala gnoseológica. Estos siete ca
pítulos constituirán la Sección 1 de esta Parte I de la obra, así
como su prim er volumen; la Sección 2 (el enfoque gnoseológico)
y la Sección 3 (Historia de la teoría de la ciencia), que ocuparán
el segundo volumen, com pletarán la prim era parte, o parte proe
mial de este tratado.
Siete enfoques en el
estudio de la ciencia
Capítulo 1
El enfoque lógico-formal
20 J.M . Bochenski, The L ogic o f Religión, New York University Press 1966
se encuentran en otras «construcciones sintéticas» consideradas
por la teoría del cierre categorial.
Considerarem os la derivación «analítica» de la fórm m a
[p->p] en el sistema de C hurch21. Como principios sintácticos de
este sistema podemos tom ar: I. Los términos (a, b, c), II. Las
operaciones (reglas, &c.), III. Las relaciones (-* en los cinco axi0_
mas siguientes: A j. A ->(B-*A); A 2. (A-»(B->C))-+((A-+}j)
-> (A -C )); A 3. (A-»B)->(-B-»-A); A 4. (A -> P a )-> (A -V x P X);
A s. Ax Px->Pa). Advertirem os que esta axiom ática, por sus
postulados (A , a A s), envuelve un sistema de hecho que postu
la el cierre de las fórmulas (R¡) por medio de «-*•». A, B, C ,..
son metavariables, es decir, sustituyen fórm ulas R, y son ellas
mismas fórmulas del sistema. H abría que analizar si los térm i.
nos del campo son las mismas metavariables o las proposiciones
p, q , r , . . . contenidas en ellas. En realidad, es necesario suponer
diversas clases de térm inos. Las operaciones metalógicas serían
las reglas, como hemos dicho. Consideremos las siguientes:
0, Regla de sustitución de metavariables (A, B, C ,...) por
fórmulas.
0 2 Regla de segregación, según la cual: si A y A->B perte
necen a R¡, B pertenece a R¡.
0 3 Regla de derivación, según la cual, si A eR ^ entonces
A € R 1+1.
Nótese que 0 0 2 y 0 3 son reglas de cierre.
Analicemos ahora, como ejemplo de una fórm ula que, sien-
■do aparentem ente analítica, es el resultado de una dem ostración
(o construcción) sintética, la derivación de la fórm ula [p-*p]22.
Esta derivación puede proceder según estos pasos (teniendo en
cuenta que R r R i+, significa: «la fórm ula R 1+1 deriva de R¡, es
decir, puede obtenerse de R, m ediante la aplicación de 0¡»);
1—(Aj)p -> (q~»p) I—(02,A 2) [(p-*(q-*p)] -» [(p-»q) -» (p—>p)]
1—(02) (p->p).
Destaquemos brevemente los m om entos constructivos (sin
téticos) de la derivación de una fórm ula tan «analítica» como pue
El enfoque psicológico
El enfoque sociológico
39 John Zim an, L a fu e r z a de! co n o cim ien to , A lianza, M adrid 1980. John
Zitnan, In trodu cción al estu dio d e las ciencias, A riel, Barcelona 1986. Joseph
Ben-David, The S c ie n tit’s R o le in S o ciety, Prentice H all, N u eva Jersey 1971.
impiden el ejercicio «puro» del conocimiento científico. Sólo en
la medida en que la ciencia se haya liberado de todo influjo polí
tico o social podrá considerarse como verdaderamente tal. Tam
bién el racionalismo realista, que puede considerarse como «filo
sofía espontánea» de muchos científicos de nuestro siglo (mate
rialistas, deterministas, incluyendo aquí a Planck o Einstein), abri
ga una idea de ciencia para la cual muy poco (por no decir nada,
salvo relativo a condiciones externas) pueden significar los análi
sis sociológicos. No se trata de que, desde esta idea objetivista
(asociológica) de la ciencia la única actitud coherente sea pros
cribir, como vanos, los enfoques sociológicos para el análisis de
las ciencias; por el contrario, desde una tal idea de la ciencia ca
brá tam bién valorar la im portancia de estos análisis, pero siem
pre que ellos sean interpretados como externos a la ciencia mis
m a y a su estructura, a lo sumo como condiciones de existencia
de la ciencia (no de esencia), como oblicuos o contextúales; por
que no por atribuir a los contextos sociológicos de la ciencia un
alcance oblicuo, cuanto a su estructura o esencia, hay que con
cluir que estos contextos dejen de ser decisivos para la existencia,
aum ento o bloqueo de la ciencia. De este m odo cabrá reconocer
una gran im portancia práctica (para la política científica, por
ejemplo) a los análisis sociológicos de la ciencia, a la determina
ción de las funciones de los «colegios invisibles» y de su prom o
ción; lo que se les negará es un significado gnoseológico interno
o directo. Se puede llegar incluso a conceder que la ciencia, lejos
de ser el resultado de un «entendim iento libre» (gracias a que ha
logrado, como Teeteto, retirarse de la plaza pública, hacerse in
mune a sus presiones, es decir, aislarse socialmente), es un cono
cimiento condicionado; y eso lo sabía ya Aristóteles cuando ha
blaba del ocio sacerdotal —concepto sociológico— como condi
ción para el desarrollo de la A stronom ía. En nuestros días se ha
blará, con G ordon Childe, de la necesidad de contar con un
excedente productivo tal que perm ita la liberación de un grupo
capaz de consagrarse, a tiempo completo, al cultivo de la cien
cia; se hablará de la Paz, como condición sociológica óptima para
el florecimiento de las ciencias, aunque, otras veces, se hablará
de la Guerra (también un concepto sociológico político) como «lo
com otora» del progreso científico. Se reconocerá la necesidad,
en todo caso, de un incremento constante en la asignación de re
cursos para poder atender a las necesidades imperiosas de instru
mental o de otros medios de investigación: el progreso de la cien
cia, y aun su misma subsistencia a nivel ordinario, se subordina
rá a la satisfacción de estos condicionantes sociales (que incluyen
los incentivos personales, tanto económicos como de estatus so
cial) del científico. Pero todos estos reconocimientos a la im por
tancia de la Sociología de la ciencia pueden mantenerse dentro
de una idea asociológica de la misma para la cual los análisis so
ciológicos se presentarán siempre como desprovistos de signifi
cado gnoseológico. Con frecuencia, el antisociologismo causal sue
le ir acompañado de una sobrevaloración de las funciones asig
nadas a la ciencia en el desarrollo político y social.
La posición opuesta —la que concede el máxim um de signifi
cado a los enfoques sociológicos— es la del sociologismo gnoseo
lógico, denominación con la que podemos englobar a todas las ideas
de la ciencia qué defiendan la posibilidad de reducir las categorías
gnoseológicas a términos de categorías sociológicas. A hora ya no
se trata de ver en las categorías sociológicas a los condicionantes
de las científicas, o como índices o síntomas de su estructura. Se
trata de presentar a las categorías sociológicas como moldes de los
mismos contexto's determinantes de los campos científicos. Por su
puesto, el sociologismo gnoseológico se preocupará también de ex
plicar la idea asociológica de la ciencia, como idea que también
está determinada socialmente (mecanismos de evasión, elitismo aris
tocrático, &c.). Para el sociologismo gnoseológico radical, el en
foque sociológico es el único enfoque interno que puede dar cuen
ta, no sólo de la estructura lógica de las ciencias, sino también de
su desarrollo y de su dinámica, de su historia. Desde esta posición
extremada, los demás enfoques resultarán ser aquellos cuya posi
bilidad abstracta necesita ser redefinida y justificada. La verdad
científica, por ejemplo, será definida por la intersubjetividad o con-
sertsus entre los investigadores (Hempel); los métodos de las cien
cias serán vistos como convenciones de las comunidades de cientí
ficos, que logran definirse a través de ellos, y, por tanto, las opi
niones comunes no se discutirán críticamente, pero, en cambio,
serán recibidas sistemáticamente con ánimo crítico las opiniones
propuestas a título individual (Kuhn). Incluso el «orden sistemáti
co y jerárquico» propio de las ciencias matemáticas o físicas será
explicado a partir de ciertas estructuras sociales que serán vistas
como cauces a través de los cuales aquellas se hacen presentes;
Nietzsche subrayaba la afinidad entre el espíritu burocrático (or
denador, clasificador) y el espíritu de sistema científico; una afini
dad que apreció (aunque sin ánimo de reduccionismo, sino «inge
nuamente») el propio Hilbert: «en la vida de las sociedades, la pros
peridad de los pueblos depende de la de todos sus vecinos, por lo
cual los Estados tienen un vital deseo de que reine el orden, no
sólo en su interior, sino en sus mutuas relaciones. Lo mismo ocu
rre en la vida de las ciencias, y prueba de ello es que los más ilus
tres representantes del pensamiento matemático han demostrado
siempre un gran interés por la estructura y las leyes de las ciencias
distintas de la suya...». Los componentes psicológicos se recono
cerán también, pero como un momento abstracto de la acción de
la causalidad sociológica realmente actuante: las evidencias auto-
lógicas por ejemplo, no estarán determinadas por ningún cogito
individual, absoluto, sino que estarán determinadas —como lo es
taba, desde nuestra perspectiva etic, el propio cogito cartesiano—
por el entorno social; al menos, esta conclusión se desprenderá de
investigaciones sociológicas similares a las que inició Samuel
A sch40.
A hora bien: el sociologismo gnoseológico no es un concep
to que pueda tratarse como un concepto simple, sencillo; es un
concepto muy amplio y complejo, con muchas m odalidades, que
es preciso diferenciar en función de sus respectivos significados
p ara la teoría de la ciencia. Desde esta perspectiva, nos parece
que es, cuando menos, imprescindible, tener en cuenta dos crite
rios distintos (pero entrecruzados), uno de los cuales m ira a la
ciencia, m ientras que el otro m ira a la sociedad. Cuando nos si
tuam os en la perspectiva de la ciencia, es indispensable distinguir
los casos en los cuales las ciencias se tom an universalmente, de
los casos en los cuales las ciencias se tom an especificadamente
o regionalmente (por ejemplo, las «ciencias hum anas» frente a
las «ciencias naturales»). Cuando nos situamos en la perspectiva
de la sociedad, es tam bién im portante distinguir los casos en los
cuales «Sociedad» sea tom ada en general, como «sociedad hu
47 N . C hom sky, S yn ta ctics S tru ctu res, M ou ton, La H aya 1957. L in gü ís
tica cartesiana, trad. española, Seix Barral, Barcelona 1970.
al enfoque sociológico; pero no por ello considera a este enfoque
com o m eram ente externo u oblicuo, carente de significado gno
seológico (dejando a salvo, desde luego, su interés propiamente
sociológico). P or el contrario, como veremos, el enfoque gnoseo
lógico regresa a ideas tales que necesitan incorporar a muchos
componentes (no necesariamente a todos) determinados por el en
foque sociológico, en proporciones no definibles a priori para cada
caso.
Ante todo, el sociologismo radical, en lo que tiene de subje
tivismo, desarrollado sin embargo en un terreno no psicológico
(por tanto, más cercano a la escala histórica en la que se dibujan
las ciencias), obliga a toda teoría filosófica de la ciencia, sin per
juicio de su orientación objetivista, a tom arlo en cuenta, a darle
«beligerancia», en el estricto sentido polémico de este término.
El sociologismo absoluto obliga, en efecto, a un replanteamien
to de los fundam entos en que cabe apoyar el objetivismo cientí
fico, sobre todo cuando se ha desistido de todo realismo ingenuo
(de la interpretación de las leyes de Kepler como re-presentación
de leyes naturales absolutas, o de la interpretación de la tabla pe
riódica como determ inación de la «estructura del universo» en
su nivel químico). El regressus hacia los fundamentos nos remite
necesariamente a la consideración de la alternativa subjetivista;
sólo por la crítica de esta alternativa se nos hace posible aproxi
m arnos a una formulación crítica del objetivismo (las leyes de Ke
pler, o la tabla de Mendeléiev, aunque no son representaciones
de la realidad en sí, tam poco son meras expresiones de la estruc
tu ra social trascendental de alguna cultura, en funciones de for
m a a priori kantiana, sociológicamente positivizada; pero si en
tre representación y expresión caben otras alternativas, estas sólo
han de poder configurarse a la vista de los «valores extremos»
límites). El sociologismo relativista obliga a cualquier teoría ob
jetivista de la ciencia a tom ar en cuenta, como cuestiones de dia
léctica interna de las ciencias, todo cuanto tiene que ver con el
conflicto entre culturas contrapuestas. Pues, en todo caso, el ob
jetivism o tendrá que conceder, como «cuestión de hecho», que
la ciencia, no por ser objetiva, se constituye a partir de un «refle
jo especulativo» de la realidad en la mente de los hombres en ge
neral (de cada uno de los sentimientos humanos), tan pronto como
se desbloqueen los obstáculos epistemológicos; tendrá que con
ceder, como cuestión de hecho, que la ciencia sólo se constituye
en un tipo de sociedades que hay que considerar siempre dadas
entre otras. Y si las sociedades no se dejan reducir a un caso co-
genérico es precisamente (y esta es su dialéctica) en virtud de la
efectividad de las ciencias mismas (en tanto son inter-nacionales);
lo que, a su vez, implica que el materialism o gnoseológico, lejos
de dispensarnos de los problem as suscitados por el relativismo
sociológico cultural nos lleva a plantearlo directam ente como al
ternativa que el mismo materialism o objetivista delimita «desde
dentro».
A hora bien, la teoría del cierre categorial contiene com po
nentes que permiten comenzar viendo a las diversas ciencias como
formaciones que sólo pueden concebirse inmersas en el proceso
social; si no ya como reducidas a él, sí como organizándose y reor
ganizándose en él y a partir de él. En efecto, y ateniéndonos sim
plemente a las coordenadas del espacio gnoseológico (ver In tro
ducción General, §19), constatarem os que tanto el sector de las
operaciones del eje sintáctico, como el sector de los fenóm enos
del eje semántico, así como el sector dialógico del eje pragm áti
co, dicen inserción interna de los sujetos gnoseológicos en un me
dio social, al cual habrá que llegar, por regressus, a partir de cual
quier ciencia dada. Las operaciones, en la m edida en que son co
operaciones de sujetos diferentes (y no sólo indirectamente, a tra
vés de la obligada inserción genérica de cada sujeto operatorio
individual); los fenómenos, porque formalm ente su concepto, tal
como lo utilizamos, presupone más de un sujeto situado ante pers
pectivas apotéticas, diferentes de lo que ulteriorm ente se identi
ficará con un mismo objeto (por ejemplo, «Luna», tal com o se
percibe en diferentes observatorios); los dialogismos, porque ob
viamente sólo pueden tener lugar en un contexto social. La pure
za gnoseológica de los conceptos de operaciones, fenómenos o
dialogismos, es sólo una pureza abstracta, que no puede jam ás
ser hipostasiada. Esta pureza sólo se m uestra en la consideración
de los resultados científicos, cuando ellos son efectivos; pero de
hecho, en su ejercicio, esos resultados están «alimentándose» cons
tantem ente del medio social en el que actúan los sujetos gnoseo
lógicos (la cooperación científica, por ejem plo, implica grupos
sociales relativamente estables y renovables, definidos ante ter
ceros, en conflicto con ellos, situados en un determ inado nivel
tecnológico, cultural, &c.); los fenómenos implican una organi
zación del campo físico «m arcado», un control social del mis
mo; los dialogismos implican un lenguaje socializado, unos có
digos de señales y convenciones que hacen posible la cooperación
y discrepancia crítica obligada en el debate, la uniform idad en
la enseñanza, la competencia entre Departamentos homólogos de
diversas Universidades dentro de un Estado o de los Estados en
tre sí, &c. Pero no podemos nunca dar por hecha, como perfec
ta, la delimitación neta entre los componentes formales de las cien
cias en m archa (operaciones, fenómenos, dialogismos) y los pro
cesos sociales a partir de los cuales esos componentes actúan; la
delimitación es intrínsecamente «infecta», y solamente dentro de
algunos límites convencionalmente establecidos, y transitorios,
puede producirse la impresión de una delimitación definitiva. Sólo
en función de los «circuitos de cierre» —que afectan a zonas lo
cales de los campos de las ciencias, pero no a su totalidad— cabe
hablar de una delimitación, por neutralización, de las dimensio
nes sociológicas de las ciencias; pero en la medida en que esos
circuitos de cierre tienden constantemente a propagarse a otras
zonas del campo que permanecen abiertas, así también la segre
gación bien delim itada de los procesos sociales deja de mostrarse
como algo evidente y en su lugar tendremos que postular la uni
dad o continuidad sustancial entre las operaciones, fenómenos
y dialogismos sociales genéricos («mundanos») y los específica
mente científicos («académicos»). Por tanto, tendremos que con
siderar de nuevo actuando los juegos de intereses, opiniones, pre
juicios, ideologías, que no sólo envuelven constitutivamente al
proceso científico, sino que constituyen los hilos de su propio te
jido. Estos hilos sólo desde estructuras que logran verse como ce
rradas pueden diferenciarse de los demás; en el momento en que
esos procesos de cierre se ponen entre paréntesis, vuelven a con
fundirse con los otros. Más aun: la misma constitución de los sis
temas cerrados de operaciones, fenómenos, dialogismos, &c.,
científicam ente redefinidos, alcanza, por sí misma, un significa
do sociológico nuevo en la medida en que com porta la constitu
ción de nuevos grupos sociales («académicos», las «comunida
des científicas»), enfrentados a otros grupos sociales diferentes
(m undanos, políticos, pero tam bién académicos); de suerte que
la misma «institucionalización de la investigación científica» —pa
ra utilizar la fórm ula de T alcott P arsons48— es aquello que, le
jos de dirimir las cuestiones heredadas de situaciones sociales pre-
científicas, las renuevan, creando situaciones nuevas que (entre
otras cosas), im ponen a la ciencia en m archa —a sus campos, a
sus rutas, a sus m étodos— unas exigencias sociales de «funcio
nalidad» o pertinencia social que, en principio, poco tienen que
ver directamente con una supuesta estructura científica ideal pura.
Tam poco pueden considerarse como imposiciones enteram ente
exógenas, puesto que ellas no desvían las rutas de la ciencia fue
ra de su campo propio (¿acáso éste está predeterm inado), sino
que precisamente las m antienen en él. Y si desvían a la ciencia
de unas rutas poco pertinentes socialmente, es para dirigirla por
otras rutas que tam bién pueden ser objetivas e internas. Todo lo
que venimos diciendo presupone, desde luego, que dejamos de
lado cualquier dicotom ía entre una «ciencia definitiva» y una
«ciencia en formación» (o bien, una dicotom ía entre un contexto
—hipostasiado— de ciencia justificada y un contexto de descu
brimiento). La ciencia, aun en sus estados más perfectos, es siem
pre infecta, no por su incertidumbre, sino simplemente por su ca
rácter abstracto, que la hace susceptible de insertarse y reorgani
zarse en entornos más complejos, o prolongarse en direcciones
inexploradas y no definibles a priori. Lo que implica a su vez que
no podemos considerarla independiente de los procesos sociales
a través de los cuales han de darse nuevos contextos objetivos.
Desde la teoría del cierre categorial hay que partir del su
puesto de que los sujetos gnoseológicos sólo actúan (en sus cien
cias respectivas) en cuanto están inmersos, no sólo m aterialm en
te, sino formalm ente, en un medio social dado, en un eje circular
coordinado con un m undo (radial y angular) que tiene influencia
formal y directa (no sólo m aterial u oblicua) sobre la ciencia. La
realidad objetiva de este m undo, en su existencia y esencia, plan
tea, sin duda, problemas filosóficos ineludibles en filosofía de la
ciencia (la cuestión de la «realidad del m undo exterior»); proble
mas que, desde nuestra perspectiva del m om ento (el análisis del
enfoque sociológico), cabe aplazar si se admite la tesis que sos
tiene el carácter histórico de las ciencias. Las ciencias presupo
48 T alcot Parsons, The S ocial S ystem , G lencoe, N u eva York 1951. Trad.
española, A lianza, M adrid 1966, cap. 8, pág. 314.
nen tecnologías, y se constituyen en épocas históricas —muy
recientes— de la evolución de la hum anidad; por tanto, actuan
do a partir de un «mundo heredado» (no sobre campos vírgenes),
un m undo ya organizado culturalmente. En lugar, por lo tanto,
de plantear los problemas de la relación entre la sociedad y la cien
cia en el contexto (metamérico) de las relaciones entre el hombre
(o su ciencia) y el «mundo», la replantearemos en el contexto (dia-
mérico) de las relaciones que la ciencia ha de mantener con el mun
do heredado (como íerminus a quo) y con el mundo al que ella
misma puede contribuir a traer (como íerminus ad quem). El
«m undo heredado» (configurado por tecnologías, mitos, religio
nes, &c.) es el único m undo en cuyo seno podrán constituirse las
ciencias; las ciencias determ inarán cambios más o menos profun
dos en ese m undo heredado. Sobre el hecho mismo de la «recu
rrencia en la existencia» de ese m undo —en tanto implica su via
bilidad económica— , podemos fundar racionalmente la creencia
relativa a su realidad, o a la de los fulcros en los que la creencia
se apoya. De otro modo: una ciencia estará determinada por las
configuraciones dadas en el «m undo precursor». Entre ellas, hay
que contar en prim er lugar, las propias configuraciones sociales,
en estricto sentido (circulares), como puedan serlo las estructu
ras políticas, de clase, familiares, de grupo, ceremoniales, &c.,
que llamaremos «sociofactos». Pero en el «mundo precursor» hay
tam bién configuraciones radiales; estas configuraciones, o bien
son «m orfologías fenoménicas» que pueden considerarse como
fragmentos individualizados del mundo cosmológico («bóveda ce
leste», «Luna», «mar»), que llamaremos «trazos», o bien son con
figuraciones propias del m undo tecnológico, que llamamos «ar
tefactos» (hachas, tejidos, máquinas). También en el mundo he
redado hay configuraciones angulares (religiosas, mitológicas).
A hora bien: todas estas configuraciones, constitutivas del mun
do heredado, e integradas en «nebulosas de creencias», se vincu
lan entre sí a través de una actividad «nematológica» de repre
sentaciones m utuas49; la m ayor parte de estas configuraciones,
cuando se relacionan con los sujetos, llevan acoplados progra
mas (ortogramas) que no siempre son compatibles entre sí —o
El enfoque informático
63 ver por ejem plo Steve A aronson, «Style in scientific writing», Current
C o n ten ts, n° 2, 10 enero 1977, págs. 6-15.
configurarse las diferentes ciencias. Estas dimensiones pueden re
presentarse geométricamente según los procedimientos ordinarios.
Representemos la am plitud o extensión en el eje de las X. Esta
m agnitud sería cuantificable si tom am os como índice el núm ero
de predicados m onádicos [por tanto, considerados intensional-
mente, más que extensionalmente] que utiliza un texto o publica
ción P dado. Como unidad consideraremos el imp (predicado mo-
nádico independiente). Es tam bién evaluable por el log2 del car
dinal asociado al simplejo coordinable a los predicados utiliza
dos en el texto (Oppenheim utiliza otra terminología, pero su idea
es la misma). Si el texto P considera ocho casillas (abe, ab-c,
a-bc, -abe, a-b-c, -a-bc, -ab-c, -a-b-c) entonces lo g 2 es igual a 3,
(23= 8), que m edirá la extensión o am plitud del texto, es decir,
el valor de x = ext (P).
En cuanto a la fuerza (en tanto varía respecto a la am plitud
de un m odo peculiar), Oppenheim no la considera com o una di
mensión prim itiva que deba sin más medirse en la ordenada. In
terpreta, desde luego, fuerza (strenght) de un texto o publicación
en el sentido de Kemmeny, similar al concepto de «m edida de la
inform ación» de Shannon. «Fuerza» es así la cantidad de infor
mación verdadera, tom ando como unidades de inform ación las
proposiciones atómicas básicas. Un texto que contenga un con
junto de tres proposiciones básicas verdaderas tendrá una fuerza
s = 3. Relacionando s y x, introduce a continuación el concepto
de intensidad i, como «cantidad de inform ación por unidad de
m ateria x», es decir, i = s/x . Este concepto i es el que habría
que poner en correspondencia con la «forcé et droiture de sprit»
de Pascal. Se tom ará, por tanto, a i como ordenada. [Constate
mos, de pasada, cómo el concepto «m entalista» de «espíritu» ha
sido traducido aquí por el concepto «fisicalista» de «publica
ción»]. A hora bien, como de la definición anterior obtendrem os,
despejando s, la igualdad s = i.x, concluiremos que, en el plano
determ inado por las coordenadas (x,y), el lugar geométrico de to
dos los puntos de igual fuerza s es una hipérbola equilátera i = s
(1/x): Oppenheim sugiere que cuando Pascal habla de «espíritus
[publicaciones] amplios y débiles» y de «fuertes y estrechos» es
porque presupone un principio de constancia. Es decir, com o si
Pascal se hubiera propuesto solamente com parar publicaciones
de igual fuerza porque, de lo contrario, deberían haberse tam -
bien considerado las publicaciones «amplias y fuertes» y las «es
trechas y débiles». Efectivamente (y puesto que s puede a su vez
tener distintos grados), refiriéndonos a cada hipérbola «isodiná-
mica», tiene sentido claro oponer publicaciones con elevado x y
bajo i (amplias y débiles) y publicaciones con bajo x y elevado
i (restringidas y fuertes), y también publicaciones equilibradas
x = i.
A hora bien, en el espacio constituido por estos conceptos (x,
i, s) podem os construir un concepto nuevo, a saber, el concepto
de «grado de concentración de la fuerza de una publicación», de
signado por y, que señala la dirección en que se mueve una pu
blicación (o un científico). Basta considerar los puntos de las hi
pérbolas equiláteras que pertenecen a una misma recta que pase
por el origen. Esta recta contiene los puntos de diferente fuerza
absoluta (Sj, s 2, s n) pero tales que formen el mismo ángulo
(pt con el eje de las X , es decir, tales que la razón i/x = tag cp,
= y, sea la misma. Evidentemente, estas rectas, en tanto se dife
rencian unas de otras, señalan «direcciones distintas» que, con
las hipérbolas equiláteras, form an un sistema de coordenadas po
lar hiperbólico. Estas rectas permiten com parar publicaciones de
fuerzas absolutas diversas, pero proporcionalmente equiparables
en cuanto a su interna composición de amplitud e intensidad. Un
científico puede seguir la dirección «amplia y débil» (por ejem
plo, la recta A de la figura) comparativamente con otra direc
ción «estrecha y fuerte» (la recta B). Oppenheim señala como sor
prendente el hecho de que los conceptos de Pascal se hallen en
esta relación geométrica y puedan, por tanto, redefinirse geomé
tricam ente. [Se trata de un isomorfismo sin duda interesante
—particularm ente por la prolongación en las rectas que cortan
la hipérbola y la catacresis que generan—, pero muy común, en
tre las distancias del plano en más y menos y ciertos conceptos
inform áticos a los que previamente se les ha atribuido de modo
intencional —en tanto no son efectivamente cuantificables— una
expresión cuantitativa].
A hora bien, hasta aquí el concepto de intensidad i ha sido
tratado indeterminadamente. Pero este concepto puede desdoblar
se en dos determinaciones, cuando consideramos ya dados dos
planos diferentes en los cuales se configuran las proposiciones bá
sicas y sus conjunciones (constitutivas de la dimensión s), a sa-
R epresentación, según O ppenheim , en coordenadas cartesianas (x, i = s/x) de las
relaciones de los puntos de igual fuerza (s) correspondientes a un texto
científico, m ediante hipérbolas equiláteras i = s(l/x ).
El enfoque epistemológico
79 Ernst Mach, Con ocim ien to y error (1905), edición española, Espasa Cal-
pe, Buenos A ires 1948, pág. 127
80 M ach, C o n o cim ien to y error, págs. 129-130.
los mecanismos específicos subrayados por la filosofía espiritua
lista —«apresentación» de Husserl81, &c.—, por los mecanismos
genéricos desde los cuáles los otros hombres son, por de pronto,
animales).
También la Epistemología biológica, en cuanto disciplina po
sitiva, se mueve en el ám bito de un dialelo, o círculo constituti
vo, porque el conocimiento que trata de analizar, y cuyo desa
rrollo y límites busca determ inar, está ya predefinido globalmen
te para cada especie y para la especie hum ana. Pero este círculo
no impide, sino que, por el contrario, hace posible que a través
de las resoluciones y recomposiciones que lo dibujan puedan ob
tenerse determinaciones diaméricas del más grande significado,
y que ningún planteam iento filosófico tendría derecho a dejar de
lado como «asunto que en rigor permanece encerrado en su cír
culo». Sin duda, hay un círculo en el proceso de «explicación epis
temológica» de la «construcción tridimensional» de las estructu
ras del espacio óptico a partir del análisis de la estructura del ojo
como estructura a su vez tridimensional; pero el radio de este cír
culo comienza a dilatarse cuando se incorporan a él los conduc
tos semicirculares del oído de los vertebrados, de la simetría bila
teral, &c. Habrem os descompuesto el espacio/tiempo relativis
ta; pero la anatom ía com parada nos permitiría en este caso esta
blecer distintos niveles de conocimiento en función de estas
descomposiciones, de suerte que pudiéramos medir, de algún
m odo, los límites del nuestro, del conocimiento humano. ¿Acá-
so no constituye m ateria de reflexión —por nueva que ella s e a -
la consideración de la posibilidad de hablar de una «composición
por idempotencia», al menos parcial —es decir, una composición
lógica, «autoform ante»— en todos los casos de confluencia o coo
peración de los órganos geminados de los sentidos (las señales pro
cedentes de cada ojo, de cada oído, en general, de los diferentes
pares nerviosos correspondientes, incluyendo el tacto), a diferencia
de la «composición por adición» (o multiplicación) «heterofor-
m ante» en los casos de cooperación de órganos motores (como
puedan serlo las dos manos arrastrando conjuntamente un peso)?
Los «mecanismos psicológico-humanos de la abstracción» (a los
que la filosofía tradicional daba una especial relevancia) habrán
B. L a «Epistemología filosófica»
La Epistem ología positiva, según lo dicho, no puede consi
derarse como una disciplina que haya logrado, «por fin», redu
cir los problem as filosóficos a la condición de problem as «pri
merizos», mal planteados y sólo interesantes en tanto que barrunto
de futuros planteamientos científicos. Por el contrario, la Epis
temología positiva, aunque impide —eso sí— que sigan planteán
dose ciertas cuestiones tal como se planteaban antes de su consti
tución, tam bién es cierto que abre problemas nuevos, incluso, si
se prefiere, los mismos o parecidos, pero mucho mejor precisa
dos y determ inados. Pero sería inadecuado interpretar la filoso
fía del conocimiento como una «superepistemología», como una
«epistemología generalizada», puesto que su situación es otra. No
es una ciencia más amplia, de síntesis, lo que podemos esperar,
sino, ante todo, una crítica de las ciencias positivas (de sus lími
tes) y un planteamiento de alternativas filosóficas (idealismo, rea
lismo, escepticismo, &c.) que habrá que considerar dialécticamente
y no en función exclusiva de los resultados positivos (diciendo,
por ejemplo, que «después de los resultados de la Epistemología
biológica se im ponen las alternativas realistas»), sino en función
tam bién de otras coordenadas que pasan por lugares (ontológi-
cos, lógicos) distintos de aquellos en los que se mueve la Episte
mología. Muy especialmente, la Epistemología filosófica regre
sará sobre la misma oposición constitutiva_S/0, no para prescin
dir de ella, sino para desarrollarla —incluso en el momento de
analizar la Epistemología positiva— cambiándola de sentido, al
sustituir S, por ejemplo, por [S„ S2, S3, ..., Sn] y O por [O,, 0 2,
O 3, ..., O J , y la relación S /O como un caput moríuum, un
fragm ento que debe resolverse como inserto en complejos de re
laciones del tipo [Sj, S 2, O í, Sj, 0 2, S 2,...].
En cualquier caso, carece de todo fundamento considerar la
crítica filosófica de la Epistemología positiva o, en general, a las
diferentes alternativas filosófico epistemológicas, como el conte
nido mismo de la Teoría de la ciencia (de la Gnoseología) —salvo
que la ciencia se considerase definida como conocimiento y, me
jo r aún, como la única form a del conocimiento.
El enfoque histórico
85 Peter A chinstein, en Suppe, L a estru ctu ra d e las teorías cien tíficas, ed.
cit.
nos profesores de filosofía suelen aceptar sin mayores reservas,
acogiéndose con gusto a la condición de «miembros de una (su
puesta) com unidad filosófica», la confusión es mucho más inten
sa. Porque ahora es imposible tratar de fijar unos rasgos comu
nes, dada la naturaleza polémica de las relaciones entre las dife
rentes escuelas filosóficas; lo que aconsejaría, a lo sumo, a ha
blar, no ya de una com unidad de filósofos, sino de diferentes
comunidades (o, si se quiere, de «colegios invisibles») que se en
frentan entre sí de modo irreconciliable86. He aquí dos ejemplos,
tom ados del simposium citado, de esa confusión que considera
mos inherente a cualquier discusión sobre cuestiones de delimi
tación de enfoques (en este caso, del enfoque histórico y el enfo
que filosófico-gnoseológico) en términos de delimitación gremial
de las supuestas «comunidades de investigadores» definidas en
función de esos enfoques.
Bernard Cohén form ula así las diferencias de su enfoque de
historiador de la ciencia con el enfoque de los filósofos (personi
ficados en Karl Popper, en el trabajo citado, y en el cual con
cluía que la «teoría de Newton» no se puede inducir de las leyes
de Galileo y Kepler, ni tam poco deducir estrictamente de ellas):
«La diferencia entre los puntos de vista del historiador y del filó
sofo se m anifiesta ya en el tipo de preguntas que uno y otro se
form ulan. Y así, de lo que Popper se ocupa es de investigar si
la ‘teoría new toniana’ desprovista de todo lo que no es esencial,
es o no es consistente con (y por consiguiente ‘derivable de’) la
‘teoría kepleriana’ o la ‘teoría galileana’. En cambio, el cometi
do del historiador es muy diferente: consiste en descubrir si pue
de haber inform ación documental acerca de si Newton llegó a su
‘teoría’ a través de una serie de pasos lógicos partiendo de los
resultados de Kepler y de Galileo. ¿Creía que su ‘teoría’ podía
deducirse de las leyes de Galileo y de Kepler? En suma, el histo
riador debe mantenerse en guardia con objeto de que los análisis
lógicos propios del filósofo no le impidan percatarse de los as
pectos significativos del proceso del pensamiento de un Newton,
un Kepler, un Galileo, un Darwin o un Einstein»87. Lo que, por
nuestra parte, tenemos que puntualizar en esta formulación de