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Así, nos encontramos con varios tipos de heridas. En concreto, una de ellas es la
que se conoce como herida punzante. Un término este que se utiliza para definir a
toda aquella lesión que se ha producido como consecuencia de un objeto delgado
y agudo.
Para asistir a una persona que presenta una herida leve, es necesario utilizar
guantes quirúrgicos para evitar contagios. La herida debe limpiarse del centro a la
periferia con agua y jabón o con suero fisiológico. Los especialistas recomiendan
no utilizar alcohol (produce vasodilatación) ni agua oxigenada (destruye los
tejidos).
Todo ello sin olvidar que también existen las llamadas heridas de amor que son
aquellas que se sienten, emocional y sentimentalmente hablando, en el corazón
cuando se produce la ruptura con la pareja o bien una fuerte discusión con la
misma.
Una herida también puede ser emocional o psicológica. Cuando alguien sufre una
ofensa, un agravio o está afligido, se siente herido. Se trata de una situación de
tormento para el ánimo: “Sus palabras han dejado una herida en mí”, “El
reencuentro con María me causó una herida que aún no logro cerrar”.
Herida emocional.
1- El miedo al abandono
Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia,
tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las
barreras invisibles al contacto físico.
2- El miedo al rechazo
3- La humillación
Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos
desaprueban y nos critican. Podemos generar estos problemas en nuestros niños
diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus
problemas ante los demás; esto destruye la autoestima infantil.
Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las
heridas emocionales de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el
saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar responsabilidades.
5- La injusticia
Ahora que ya conocemos las cinco heridas del alma que pueden afectar a nuestro
bienestar, a nuestra salud y a nuestra capacidad para desarrollarnos como
personas, podemos comenzar a sanarlas.
La herida existe, puedes estar o no de acuerdo con el hecho de que existe, pero el
primer paso es aceptar esa posibilidad. Aceptar una herida significa mirarla,
observarla detenidamente y saber que tener situaciones que resolver forma parte
de la experiencia del ser humano.
No somos mejores o peores solo porque algo nos haga daño. Haberte construido
tu coraza de protección es un acto heroico, un acto de amor propio que tiene
mucho mérito pero que ya ha cumplido su función. Es decir, te protegió de los
ambientes que te dañaron pero, una vez que la herida está abierta y la puedes
ver, es momento de pensar en sanarla.
Aceptar nuestras heridas resulta muy beneficioso, entre otras cosas, porque nos
ayudará a no querer cambiarnos a nosotros mismos.
3. Date el permiso para enfadarte con aquellos que alimentaron esa herida
Cuanto más nos dañen y más profundas sean nuestras heridas, más normal y
humano resultará culpar y sentir enfado hacia quien nos perjudicó. Date permiso
para enfadarte con ellos y perdónate a ti mismo. De lo contrario, desahogarás todo
ese rencor contigo mismo y con los demás, pues si lo haces es como si estuvieras
arañando tus heridas de forma constante.
También es necesario perdonar, pues debemos aceptar que las personas que
hieren es probable que lleven dentro un profundo dolor. Nosotros mismos
dañamos a los demás con las máscaras que nos ponemos para proteger nuestras
heridas.
Lo cierto es que, normalmente, el ego quiere y cree tomar el camino más fácil,
pero en realidad nos complica la vida. Son nuestros pensamientos, reflexiones y
actuaciones los que nos la simplifican, aunque nos parezca demasiado
complicado por el esfuerzo que requiere.
Intentamos esconder la herida que más nos hace sufrir porque tememos mirar de
frente a nuestra herida y revivirla. Esto nos hace portar máscaras y agravar las
consecuencias del problema que tenemos, pues, entre otras cosas, dejamos de
ser nosotros mismos.
Niño interior.
El niño interior está constituido por los sentimientos que perduran dentro de
nosotros a causa de experiencias vividas en nuestra niñez. Son lecciones que
aprendimos como niños y que no podemos desaprender; deseos que
albergábamos como niños y que todavía conservamos en lo profundo de nuestro
ser.
Casi todos hemos vivido algo en nuestra niñez que marcó "a fuego" nuestra
manera de pensar y actuar, ya que como dice Therese J. Borchard en su artículo
6 Steps to Help Heal Your Inner Child (6 Pasos Para Ayudar a Sanar tu Niño
Interior) acerca de nuestros padres, los más probable es que “ellos mismos,
también fueran niños heridos.”
Lo mismo se puede decir de nuestros profesores, abuelos, tíos y otros adultos que
participaron en nuestra crianza. Sin embargo, el objetivo de sanar a tu niño
interior no es asignar culpabilidad, sino más bien aceptar lo que sucedió y
tomar control sobre cómo afecta tu vida hoy.
Entonces, aunque pueda ser difícil encontrarte cara a cara con lo que te está
molestando de tu pasado, no le huyas porque vale la pena.
Una vez que tienes un niño interior saludable, entonces puedes asumir el
papel de ‘padre’ para tu niño interior. Igual que hace un padre sabio y amoroso,
puedes conceder los deseos sanos de jugar, pasarse toda una tarde riéndose y
disfrutando. Si surgen algunos de esos viejos razonamientos falsos de tu niño
interior, puedes tranquilizarlo reafirmándole su valor.
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Ahora bien, son muchas las veces en que cerramos los ojos y sabemos que nos
falta algo. Que nos duele algo que no tiene herida exterior, sino interior.
Hay un niño en todos nosotros que se quedó en una edad donde apareció un
determinado tipo de carencia, de necesidad no cubierta. Hablemos hoy sobre ello.
Es posible que más de uno se sonría o vea algo irónico en el término de “niño
interior”. Para muchos, esta expresión denota debilidad, inocencia y la mirada
de alguien que aún no sabe demasiado qué es y cómo va el mundo.
“Los adultos lo saben todo y los niños no saben nada” -piensan-. Y aún más, “la
infancia es esa etapa que todos hemos vivido con despreocupación y una felicidad
absoluta” -valoran algunos de forma equívoca-.
Para crecer con madurez y felicidad, todo niño necesita desarrollar un apego
saludable donde exista un amor sincero que le ofrezca seguridad en cada paso,
en cada caída, aliento en cada una de sus experiencias previas.
Si el vínculo desarrollado con nuestros progenitores no es el adecuado, todas
esas primeras vivencias nos van a marcar de una forma u otra.
Ser niño nunca es fácil, porque todos necesitamos el apoyo de alguien para
empezar a andar, para pronunciar las primeras sílabas, y saber que los temores,
las angustias, se apagan con abrazos y palabras adecuadas.
– Tu niño interior te puede pedir que resuelvas ciertos aspectos del pasado.
– Nuestro niño interior también demanda amor. Querer y ser amado. Vence tus
reparos, tus vergüenzas o tu apariencia de adulto gris, y permítete un poco de
libertad emocional.
2- Deja que los recuerdos vuelvan a ti, con tranquilidad, evoca aquellos años y
siéntete libre para que las emociones y las imágenes vengan hasta ti.
3- Ahora visualízate a ti mismo con ese niño. Estáis los dos, el “yo adulto” y el
“yo de tu infancia” frente a frente.
4- Pregúntale qué necesita, qué quiere, qué echa en falta. Pregúntale qué
carencia tiene y que desearía para sentirse libre y completo.
Carencia.
Lo que sí puedes ver nítidamente en tu vida son los efectos de esa falta de
amor propio. Especialmente en el terreno de la pareja, que es donde afloran
nuestros conflictos más íntimos. Es ahí donde solemos sentirnos más vulnerables
y más desorientados.
Fantasías románticas
Amores difíciles
Ese es el punto precisamente: la nada. La carencia. Ese lugar que quedó vacío
para siempre, quizás debido a necesidades afectivas que no fueron
satisfechas durante la niñez. Por eso puedes sentir que el vacío, la ausencia,
esa “nada”, es un sentimiento intolerable. De lo que no te das cuenta es de que
justamente carencias es lo que hay tras todas esas peleas, esos disgustos, esas
escenas de gritos y reclamos.
Mejor que de una vez por todas decidas ser bueno contigo mismo. Que aprendas
a reconocer esas trampas con las que tú mismo vuelves imposible tu avance.
Recuerda que la vida es un pestañeo. No vale la pena dedicarla a fantasías o a
tormentos que, lo sabes en el fondo, finalmente solamente te dejarán nostalgia
por el tiempo inútil que invertiste en ellos.
Apenas como y a veces duermo en exceso o me paso noches enteras sin dormir.
No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie, todo el mundo me sobra
porque me sobro hasta yo mismo… y aunque no tengo el valor para quitarme la
vida a veces pienso que ojalá cerrara los ojos y no despertara nunca más.
Muchas veces siento como si la pena me ahogara y lloro sin cesar pensando
que mi vida no merece la pena y que ¿realmente que hago yo aquí? Siento que
he fracasado en el trabajo, siento que he fracasado una y mil veces en el amor,
siento que nadie me valora y pienso que esta vida no merece la pena…”.
Desde aquí queremos animarte a que sepas que todo puede cambiar, que hoy
y quizás mañana el cielo esté gris pero que volverá a lucir el sol y que a lo mejor
sin darte cuenta encuentres las respuestas como una sorpresa que te da la vida a
través de la sonrisa de un niño, paseando por un bonito parque lleno de flores en
primavera o encontrando a alguien especial.
Estas son pequeñas cosas que puedes hacer, gestos y actitudes que te ayudarán: