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El Salvador 1980-1992
Resumen
La historia de El Salvador al igual que muchos países de
América Latina ha estado ligada en el pasado reciente
al militarismo y que se convirtió en la peor forma de
gobierno; en El Salvador se puso de manifiesto una
tendencia de nombrar militares como jefes políticos
gubernamentales o de provocar golpes de Estado que
ocasionaron un déficit en todos los aspectos políticos,
económicos y sociales.
MILITARISMO Y MASACRES EN EL SALVADOR
1980-1992
Se estima que la guerra dejó un saldo de 75.000 muertos, en su mayoría civiles. Si se tiene en
cuenta que en la década de 1980 la población de El Salvador rondaba los 4,5 millones de
habitantes, ello equivale a decir que casi el 2% de la población perdió la vida en el conflicto.
Decenas de miles de personas resultaron heridas físicamente (como consecuencia de armas de
fuego, explosiones, minas antipersonales, etc.) y miles de ellos quedaron con mutilaciones que
los incapacitaron de por vida. Miles, también, resultaron con graves secuelas psicológicas (si se
tiene en cuenta las violaciones a las que fueron sometidas incontables mujeres y las torturas y
vejaciones que padecieron otros tantos hombres). Numerosos niños quedaron huérfanos de
padre, madre, o ambos.
Los daños materiales fueron cuantiosos. Puentes, carreteras, torres de transmisión eléctrica,
etc. resultaron destruidos o severamente dañados; la fuga de capitales, y la retirada del país o
el cierre de innumerables empresas hicieron que la economía del país se estancara durante más
de una década. La reconstrucción de la infraestructura se ha prolongado hasta la actualidad.
LAS MASACRES DE CIVILES EN EL SALVADOR 1980-1992.
La Masacre de El Mozote
De estas masacres existe el relato de testigos que las presenciaron, así como de otros que
posteriormente vieron los cadáveres, que fueron dejados insepultos. En el caso de El Mozote,
fue plenamente comprobada, además, por los resultados de la exhumación de cadáveres
practicada en 1992.
A pesar de las denuncias públicas del hecho y de lo fácil que hubiera sido su comprobación, las
autoridades salvadoreñas no ordenaron ninguna averiguación y negaron permanentemente.
En la tarde del 10 de diciembre de 1981, unidades del Batallón Atlacatl del ejército salvadoreño
llegaron al alejado cantón de El Mozote en busca de insurgentes del FMLN. El Mozote era una
pequeña población rural con cerca de veinticinco casas situadas alrededor de una plaza,
además de una iglesia católica y, detrás de ella, un edificio pequeño conocido como "el
convento", que usaba el sacerdote durante sus visitas a la población. Cerca de la aldea había
una pequeña escuela. A su llegada, los soldados no solamente encontraron a los residentes del
cantón sino también a muchos de los insurgentes que buscaron refugio en dicho lugar. Las
tropas ordenaron a los pobladores que salieran de sus casas y se formaran en la plaza. Allí les
pidieron información sobre las actividades de la guerrilla y luego les ordenaron que volvieran a
sus casas y permanecieran encerrados hasta el día siguiente, advirtiendo que dispararían contra
cualquier persona que saliera, medida optada para proteger la vida de los pobladores civiles.
Las Tropas permanecieron en el aldea durante toda la noche.
El día siguiente, 12 de diciembre, los soldados del Batallón Atlacatl se desplazaron al cantón Los
Toriles, a 2 km del Mozote. Varios de los habitantes del cantón intentaron escapar. Igual que en
El Mozote, los hombres, las mujeres y los niños fueron obligados a salir de sus hogares,
alineados en la plaza y asesinados. Miembros del Batallón Atlacatl realizaron acciones similares
repetidas en los cantones de La Joya 11 de diciembre, Jocote Amarillo y de Cerro Pando, el 13
de diciembre.
El gobierno salvadoreño, por su parte, negó la masacre durante años. Los presidentes de la
Junta Revolucionaria (1979 - 1982), Álvaro Magaña (1982 - 1984) y José Napoleón Duarte (1984
- 1989) negaron rotundamente los rumores de una matanza en El Mozote y los atribuyeron a
periodistas de tendencia comunista, deseosos de perjudicar la imagen de El Salvador.
El 26 de octubre de 1990, un campesino llamado Pedro Chicas Romero, que perdió a toda su
familia en la masacre, presentó una denuncia, asesorado por la ONU, ante la justicia de El
Salvador. El 30 de octubre de 1990, la Oficina de Tutela legal del Arzobispado de San Salvador
presentó una petición ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la que se
alega la responsabilidad internacional de la República de El Salvador por violaciones a los
derechos humanos de 765 personas, ejecutadas extrajudicialmente durante el operativo militar
realizado por las Fuerzas Armadas de El Salvador en los cantones de La Joya y Cerro Pando y los
caseríos de El Mozote, Jocote Amarillo, Ranchería y Los Toriles en el mes de diciembre de 1981.
Alfredo Cristiani (1989 - 1994) continuó negando la existencia de la masacre hasta 1992,
cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense empezó a hacer excavaciones en el lugar.
Altamente experimentados por su labor exhumando víctimas de la dictadura militar argentina
(1976-1983), los antropólogos argentinos desenterraron numerosas osamentas y estudiaron,
entre otros datos, los orificios de bala, la trayectoria de las balas, las fracturas que mostraban
los huesos y la posición en que quedaron los cuerpos, y tras rigurosos análisis, corroboraron
todo cuanto relató Rufina Amaya a la periodista a la periodista Alma Guillermoprieto en 1982.
El 6 de marzo de 2007, Amaya falleció3 sin haber visto justicia para sus cuatro hijos, su esposo y
sus vecinos asesinados en El Mozote.
El gobierno de El Salvador ya no niega la masacre, pero afirma que los archivos militares de
aquella época se han extraviado o han desaparecido, y que es imposible establecer quién o
quiénes ordenaron la masacre, y que aunque se lograra determinar responsables
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