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“Apoyemos al compañero, pase lo que pase”.

“Gracias muchachos, me saco el sombrero ante todos. Peleamos, sufrimos, corrimos,


dejamos todo adentro. No se dio, es verdad, no se dio, pero ahora tranquilidad
muchachos. No vamos a perder […], lo vamos a ganar. Tenemos experiencia de sobra.
Apoyemos al compañero, pase lo que pase, ¡nos vamos con la cabeza en alto!”. La
arenga del capitán de la selección chilena de fútbol Claudio Bravo, previa al
lanzamiento de penales en la semifinal de la Copa Confederaciones tuvo tintes
magistrales y conmovedores. Magistral y conmovedor como los penales de Vidal,
Charles Mariano y Alexis, junto a las tres tapadas del portero compatriota. Se
apoyaron y se fueron con la cabeza en alto. Y esperamos, que este domingo, se vayan
con la copa en sus manos, para alegría de hombres y mujeres de esta tierra.

¿Pero qué tiene que ver esta cita y el párrafo inicial con el boletín del mes de nuestra
iglesia? ¡Mucho! La fuerza magistral y conmovedora de la arenga de Bravo tiene la
fuerza provocativa (en sentido positivo, digámoslo), de llevarnos a recordar principios
que a veces distan de nuestra práctica. El apoyo a los compañeros debe realizarse
pase lo que pase. La oración gramatical es demasiado rica y profunda. La palabra
compañero apela a uno que comparte el pan con un otro, que trabaja
comunitariamente y puja codo codo por una bella realidad, que se compromete vital
y activamente por ese que camina junto a él o ella. La palabra bien cabe en el
cristianismo para ser aplicada ya sea en la prisión (Romanos 6:17), en las aflicciones
(2ª Corintios 1:7), en la peregrinación (8:19), en el trabajo colaborativo (8:23;
Filipenses 2:25), en la fidelidad necesaria (4:3) y en el combate de la fe como
“compañeros de milicia” (Filemón 2). Todos los textos citados invitan a huir de las
relaciones asépticas (esas que nunca se suben las mangas y se ensucian las manos) y
de la falsa ideología del sistema mundano que nos dice que “nunca hay que meter
las manos al fuego por nadie”. Eso es falso para el cristianismo, toda vez que el amor
que se nos demanda es uno sacrificial. El apoyo al compañero, pase lo que pase, no
tiene que ver con las consecuencias de las decisiones y actos. No nos perdamos. El
apoyo es diferenciado según la necesidad de cada cual: celebración, colaboración,
ánimo, consejo, consuelo, asistencia, enseñanza, exhortación y disciplina. Todo eso
forma parte del pastoreo mutuo de creyentes que se entienden desde su “sacerdocio
universal”.

Insistamos en esto: antes de tapar tres penales de manera consecutiva, y de que sus
compañeros hicieran lo suyo convirtiendo los goles para la victoria, la frase es
magistral y conmovedora, porque el pase lo que pase nos invita a amar y luchar hasta
las últimas consecuencias. Ese amor que apoya pase lo que pase es el mostrado por
el apóstol Pablo cuando dijo: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es
envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se
enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se
regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta” (1ª Corintios 13:4-7). ¿Sabes lo que me pasa cuando veo esta “coincidencia
de contenido? Dos cosas: a) ganas de glorificar al Dios de la vida que con su gracia
común sostiene el mundo para que no sea tan malo como podría ser, dando dones,
capacidades e inteligencia a todas sus criaturas; y b) en cierto sentido, dolor y
desafío, puesto que muchas veces no hemos aprendido a vivir así aún en la iglesia de
Cristo, a pesar de haber sido comprados y redimidos con la misma sangre del
Redentor, siendo hermanados por ello, y contando con la ayuda del Espíritu Santo
que da vida a la iglesia. “Apoyemos al hermano, pase lo que pase”, debiera ser la
realidad constante de nuestras comunidades, no olvidando lo que apuntara hace
unos años el pastor presbiteriano Eugene Peterson: “Uno de los cambios inmediatos
que produce el evangelio es gramatical: nosotros en vez de yo, nuestro en vez de mío,
para nosotros, en vez de para mí mismo”.

En Cristo, Luis Pino Moyano.

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