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Fue por eso que con mucho cuidado la descolgó de las cadenas, para que al
menos pudiera descansar en paz.
Un día, una muchacha llamada Inés llegó a pedirle trabajo. Era muy hermosa,
vestía de negro y tenía un largo cabello oscuro.
Muy apenada, Doña Sofía le dijo que no le podía dar trabajo pues las cosas
estaban yendo pésimas en la fonda. Pero Inés insistió:
—Déjeme ayudarla por favor, vengo de muy lejos y no tengo donde quedarme.
Me conformo con que me deje quedar en un cuartito, con un catre para dormir
y algo de comer.
Doña Sofía aceptó tenerla en la fonda, más que nada por lástima y le pusieron
un colchón en la habitación que estaba escondida detrás del baño. A partir de
ese momento, las cosas mejoraron para su negocio. Todos los días tenían
gente a reventar y su sabrosa comida se hizo muy famosa en la ciudad.
Pasados los meses, reunió el dinero suficiente para comprar el local y hacerle
mejoras. Leo también se recuperó y se hizo muy amigo de Inés, quien parecía
tenerle un enorme cariño.
Así, la familia de Doña Sofía también pudo cambiarse a una casa más grande y
cuando invitaron a Inés a vivir con ellos, esta se negó amablemente. Aquel día,
era el cumpleaños número doce de Leo y cuando ella se acercó a abrazarlo, al
niño le pareció que se despedía.
Pero “La Fonda Sarita” continuó siendo un lugar muy célebre y próspero.