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Hayek y Rawls contra Nietzsche

Santiago Navajas
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Dinamita liberal

Nietzsche sólo es nietzscheano. Lo que no es un enunciado trivial a la luz de todos aquellos que han
querido hacer de su capa filosófica un sayo político, una justificación para sus delirios genocidas. Aunque
se le puedan hacer lecturas nazis o anarquistas, aristocráticas o izquierdistas, Nietzsche escapa siempre a
cualquier intento de categorizarlo bajo los conceptos políticos usuales. Es más fácil definirlo
negativamente como anti demócrata y anti liberal (aunque sería un error tacharlo como anti
político). Pero lo que trataremos en este ensayo es enfundar el puño de hierro de Nietzsche en un guante
de seda liberal. Nietzsche pretendía siempre salirse por la tangente, caminar sobre el abismo, transitar en
el límite y demás metáforas románticas que los nietzscheanos luego han convertido en esos conceptos
egipticiados que el alemán tanto detestaba. No vamos a pretender que Nietzsche era liberal, como otros lo
hicieron nazi o anarca, pero sí que se puede hacer una lectura liberal de Nietzsche o, mejor dicho, una
visión nietzscheana del liberalismo que haga a éste más fuerte, más potente, más vital, sin llegar a los
excesos dinamiteros, milenaristas, utópicos y apocalípticos del filósofo romántico. La legitimidad para tal
pretensión proviene del propio Nietzsche, pues después de todo uno de sus axiomas es:

Un mismo texto permite incontables interpretaciones: no hay una interpretación "correcta".


Hayek contra Nietzsche

En una nota a pie de página de Camino de servidumbre (1944) Hayek escribió


Pertenece por entero al espíritu del colectivismo lo que Nietzsche hace decir a su Zaratustra: "Mil
objetivos han existido hasta aquí porque han existido mil individuos. Pero falta todavía la argolla para
los mil cuellos: el objetivo único falta. La humanidad no tiene todavía un designio. Pero decidme, por
favor, hermanos: si aún falta a la humanidad el designio, ¿no es la humanidad misma lo que falta?"
La discusión de Hayek sobre el colectivismo se produce en el capítulo 10, titulado "Por qué los peores se
colocan a la cabeza", en el que plantea la cuestión sobre "si la comunidad o el Estado son antes que el
individuo". La opción colectivista se enfrenta al individualismo tanto por la izquierda, llamémosla en
general "socialismo", como por su derecha, una etiqueta podría ser comunitarismo. El socialismo confía
en el constructivismo estatista para formar y coordinar a los individuos. El comunitarismo dejaría esta
función constructivista desde los mecanismos sociales característicos de la tradición y las costumbres.
El caso de Nietzsche lo ve Hayek, que había vivido en primera fila la irrupción del irracionalismo en el
ámbito cultural germánico, como paradigma de las fuerzas comunitaristas. Esa ambición por una meta, un
destino, un fin común, habría de ser gestionado por una minoría: el rompehielos de la humanidad (tanto
en su versión de Führer como, desde la otra orilla política, por la vanguardia del proletariado).
El texto nietzscheano citado por Hayek pertenece al capítulo "De las mil metas y de la única meta" del Así
habló Zaratustra (1883). El tema discutido por Nietzsche es el de la labor de creación de los valores. En
un principio, plantea Nietzsche, dicha misión se hacía de manera mancomunada. Es decir, era tarea de un
pueblo entero, de una colectividad. Naturalmente dentro de cada pueblo no tenían igual participación
todos los hombres. Siempre había algunos que destacaban en esta tarea de creación de valores (morales,
estéticos, religiosos, etc.) Esta es la gran diferencia entre el hombre-animal y el resto del reino vital: el ser
humano se pone a sí mismo como medida.
Pero Hayek no tiene en cuenta que en el camino de la creación de valores Nietzsche distingue dos
momentos. En primer lugar, el momento comunitarista, en el que el colectivo asume esa tarea de
valoración. Pero posteriormente aparece el momento individualista:

Creadores lo fueron primero los pueblos, y sólo después los individuos; en verdad, el individuo mismo es
la creación más reciente.
Y es que
el placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo: y mientras la buena conciencia se
llame rebaño, sólo la mala conciencia dice: yo.
El problema interpretativo surge al final cuando Nietzsche advierte del peligro inherente a la acción de
valorar. En definitiva, "un monstruo es el poder de ese alabar y censurar". Mientras la acción valorativa
estaba circunscrita a un grupo, a una tribu, a un pueblo, en las mismas relaciones sociales cerradas de
dicho pueblo encontraba el "monstruo" los límites a su acción de construcción y destrucción. Pero la
irrupción del individuo creador ha trastocado el equilibrio de la acción valorativa y lo que Nietzsche teme
es la aparición del nihilismo. Desde el momento en que la acción valorativa se ha atomizado, ¿cómo hacer
compatible al átomo individual con el holismo social de la globalización, es decir, con la destrucción de
los pueblos que supone la emergencia de una sociedad abierta y cosmopolita?

Una respuesta posible será, por parte de los reaccionarios, querer volver a encadenar "las mil cervices" a
un proyecto colectivista anclado en la tierra y la sangre. Fue la opción de Heidegger y desde esta
perspectiva se explica su compromiso con el nazismo, ni una idiotez ni una perversión sino la apuesta
lógica de su planteamiento antropológico. Pero también es posible una salida liberal a la tensión
individuo-mundo globalizado, que dote de "una única meta", en cuanto que entendamos ésta como un
mínimo común denominador a los individuos, para que dentro de dicho marco de referencia se pueda
establecer una pluralidad de valores propia de la actividad individual libre. Un mínimo común
denominador que vendría dado por la propia naturaleza humana en su esencial tensión entre la dimensión
biológica y cultural.

Que esta lectura liberal, anti colectivista, es posible se visualiza mucho mejor cuando se lee un capítulo
anterior de Así habló Zaratustra, titulado "Del nuevo ídolo". Nietzsche nos advierte de que allá donde
desaparecen "los pueblos y rebaños" no surge espontáneamente y sin problemas el individuo, sino que
hace su aparición "el más frío de todos los monstruos frío (dice) Yo, el Estado, soy el pueblo".
El análisis nietzscheano del Estado es muy similar al que hace Hayek. Nietzsche advierte contra los que
parasitan al Estado, "aniquiladores" los llama, cuya principal actividad es "poner trampas para muchos",
al tiempo que suspenden sobre los hombres "una espada y cien concupiscencias", es decir, la amenaza
surgida de haber conseguido el monopolio de la fuerza y la promoción de todo tipo de actividades
placenteras para conseguir un estado de alienación permanente. La "muerte de Dios" es sólo momentánea
porque en seguida aparece "el nuevo ídolo"

A pesar de que el estilo grandilocuente, que no afectado, de Nietzsche está a años luz del estilo analítico,
aunque polémico, de Hayek en Camino de servidumbre, su crítica al Estado podría haber sido firmada por
cualquier liberal de la escuela austríaca de esa misma época:
El Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente –y posea lo que
posea, lo ha robado (...) Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del
Estado. ¡En verdad, voluntad de muete es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a los
predicadores de muerte! (...) ¡Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado! (...)
¡Mira cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!

En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios (...) ¡Héroes y
hombres de honor quisiera colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío monstruo – gusta de calentarse
al sol de buenas conciencias! (...) Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis:
por ello se compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.
Frente a la eclosión totalitaria del Estado, que se arroga el derecho de hablar por boca de cada uno porque
considera que es la suma de todos, el individualismo aristocrático de Nietzsche constituye un límite en los
valores a la pretensión estatal de dominar absolutamente la sociedad civil, y funciona como un
complemento cultural a la esfera inviolable de derechos que un liberal como John Locke postula en el
plano político para hacer igualmente limitado al Estado.

Hayek, por tanto, se equivoca. Nietzsche representa todo lo contrario al "espíritu del colectivismo" porque
precisamente lo que reivindica es un perfeccionismo moral en clave individual. Lo veremos más detalle
en la crítica que haremos a Rawls en su crítica al pensador alemán.
Rawls contra Nietzsche
En una nota a pie de página de Teoría de la Justicia (1971) John Rawls cita a Friedrich Nietzsche como
un defensor del principio de perfección: el que dirige a la sociedad a proyectar las instituciones y a definir
los derechos y obligaciones de las personas, para maximizar los resultados de la excelencia humana en el
arte, la ciencia y la cultura. En el caso de Nietzsche, este perfeccionismo llevaría a que toda la sociedad
estaría obligada moral y políticamente a la emergencia de grandes hombres. Las palabras de Nietzsche
provienen de Meditaciones inoportunas. Tercer ensayo: Schopenhauer como educador:
La humanidad debe esforzarse continuamente por producir individuos extraordinarios, ésta, y no otra, es
la tarea… porque la pregunta se plantea así: ¿cómo puede la vida, la vida individual, conservar los
valores superiores, los significados más profundos?... Sólo viviendo en provecho de los más raros y
preciosos especímenes.
Rawls entiende, por tanto, que Nietzsche defiende un aristocratismo político, en la senda tradicional de
un gobierno de los mejores que en la versión de Platón llevaría hacia un gobierno de sabios, en la de
Nietzsche hacia un gobierno de superhombres.
Sin embargo, cabe otra interpretación de ese párrafo nietzscheano que lo haga no sólo compatible con la
teoría liberal-democrática sino fundamental para ella: si en lugar de un aristocratismo político Nietzsche
estuviese defendiendo exclusivamente un aristocratismo moral, es decir, un aristocratismo interior a cada
individuo para extraer de sí mismo su mejor y más poderosa versión. Nietzsche no estaría sino apuntando
al mandamiento expresado por Píndaro: "Llega a ser el que eres". Por tanto, "los raros y preciosos
especímenes" habría que entenderlos como el yo superior que reside como una larva en cada uno de
nosotros y que habría que ayudar a emerger. Esa es la tarea nietzscheana: el perfeccionamiento del propio
yo. Y en lugar de considerar a Nietzsche un protofascista habría que tenerlo en cuenta como un
demócrata elitista, en el sentido expresado por Kant en su opúsculo ¿Qué es la Ilustración? cuando
exhortaba a cada individuo a "atreverse a pensar por sí mismo" al margen de tutores del pensamiento y
del sentimiento. Porque para Kant el igualitarismo político de la democracia no es contradictorio con un
aristocratismo moral que lleva a cada ciudadano a convertirse en amo de su propio destino.
La mejor versión de la democracia liberal combina el igualitarismo político con el aristocratismo moral,
para constituir una sociedad abierta en la que cualquiera puede aspirar a participar en el gobierno de los
mejores porque en todos se encuentra la potencia hacia la excelencia que tendrá que ser puesta en acto a
través de un entrenamiento democrático, universal, hacia la excelencia. La democracia liberal, por tanto,
ha resuelto lo que parecía ser la cuadratura del círculo político al reconciliar la aspiración a una
democracia política de corte kantiano con un aristocratismo moral de raíz platónica. A través de la
educación universal se aspira a que cada individuo llegue a la autonomía, es decir, a ser dueño consciente
de su propio destino como persona y ciudadano. Sin esa tensión por producir individuos extraordinarios,
una de dos, o bien se recae en un elitismo político (incompatible con la democracia) según el cual sólo
son capaces de llegar al poder aquellos que por cuestiones sociales conocen los resortes para detentarlo, o
por el contrario, se cae en la demagogia populista (incompatible con el sistema liberal).

Una vez que la democracia política y la economía de mercado liberal ha triunfado sobre sus alternativas
comunistas y fascistas cabe el peligro de que acabe devorada por sí misma, por sus dos versiones
depravadas. Por un lado, tendríamos una democracia liberal únicamente mecánica, es decir, que
obedecería a unos rituales –elecciones partitocráticas, separación de poderes, derechos individuales–
vacíos de fuerza moral (lo que parece estar acontenciendo cada vez con mayor intensidad en Occidente).
Por el otro, una serie de despotismos ilustrados que todo lo fiarían a la eficiencia de los mercados abiertos
pero sin participación democrática (modelo que parece consolidarse en Asia). El liberalismo, por tanto,
embargado de su éxito político y/o económico habría olvidado su primigenia raíz cultural, existencial y
filosófica. Y es que el sentido de la libertad individual es fundamentalmente aristocrática. El sapere
aude de Kant se funde armoniosamente con el eterno retorno de Nietzsche en una actitud de crítica
permanente a las instituciones sociales. La libertad individual es esencialmente intempestiva y anti-
institucional, como muestran los ejemplos admirables de Sócrates, Spinoza, Castellio o el mismo
Nietzsche chocando con los límites institucionales de sus propias sociedades, abriendo cauces de libertad
a costa de su propia seguridad. El liberalismo es esencialmente una civilización caracterizada por una
lucha de la cultura, por la cultura y en nombre de la cultura contra la cultura. Del mismo modo que
Schumpeter caracterizó al capitalismo como un proceso de destrucción creadora, así el liberalismo en un
sentido amplio constituye una dinámica de creación destructora entre el individuo y la sociedad. La
fuerza de la sociedad liberal es que es capaz de acoger en su seno a aquellos que la desafían con un
margen de tolerancia que ninguna otra estructura social ha permitido jamás. Sócrates no pudo ser
asimilado por la democracia directa ateniense pero no tendría ningún problema en una democracia liberal
(con el paso del tiempo la democracia liberal también ha aprendido a depurar los desafíos violentos que
ponen en cuestión no sólo los límites de la misma, como hacía Sócrates, sino su propio fundamento, como
hizo Hitler con la democracia liberal de la República de Weimar o Lenin con la democracia liberal rusa
que derrocó a los zares).
La superioridad política de la democracia liberal reside precisamente en ser el único sistema en hacer
compatible el aristocratismo moral de la autonomía individual con la distribución igualitaria de las
libertades básicas. Por eso se equivoca trágicamente Rawls al rechazar el perfeccionismo moral de
Nietzsche como incompatible con el liberalismo. Porque entonces condena a éste a una mediocridad
igualitaria en la que se anula la sorpresa y la innovación que es consustancial a un modelo dinámico de
sociedad y que sólo se logra en la emergencia disruptiva de grandes hombres, sea Goethe o Steve Jobs.
Por otro lado, lo que salva al liberalismo de caer en el despotismo ilustrado de dichos gigantes del espíritu
reside en los mecanismos institucionales que permiten la emergencia continua de otros grandes hombres
sin tener en consideración limitaciones de sexo, clase, religión, etc., a través de un mecanismo pacífico y
transparente de movilidad en el poder. La democracia liberal es una aristocracia popular (en el sentido de
que el pueblo elige a sus mejores y más brillantes) del mismo modo que la economía de mercado es un
populismo aristocrático (entendiendo por tal un sistema en el que los productos masivos permiten
financiar a los más selectos y refinados).

Conclusión

Nietzsche profesaba una sana admiración por el individuo, cuya soberanía le infundía respeto. Aunque,
atención, individuo no es tanto el que es como el que puede llegar a ser, siguiendo la máxima de Píndaro.
La cuestión es cómo llegar a ser en acto lo que se adivina en potencia, simplemente como posibilidad.
En El gay saber, aforismo 143, escribía:
Que un individuo se forme su propio ideal y de él infiera su ley, sus alegrías y sus derechos, se tuvo hasta
ahora como la aberración humana más terrible de todas y como la idolatría en sí. Efectivamente los
pocos que se atrevieron a ello han tenido siempre necesidad de una apología incluso ante sí mismos, y
ésta venía a ser, sobre poco más o menos, así: "No soy yo, no soy yo, sino un Dios por mí".
Por tanto, no es colectivismo, como malinterpreta Hayek, lo que está en la base de la pregunta de
Zaratustra. El problema del economista austriaco es que, ante la pregunta retórica planteada por Nietzsche
sobre el destino de la humanidad, ha interpretado que para el filósofo alemán sería una buena idea trabajar
por dicha humanidad. Todo lo contrario. Un poco más delante de El gay saber, epígrafe 377, leemos:
¡La humanidad! ¿Hubo en alguna ocasión una vieja más monstruosa entre todas las mujeres?... No, no
amamos a la humanidad.
De hecho, la concepción de extremo individualismo de Nietzsche le lleva a establecer estrictos criterios
de demarcación con otras opciones que también reivindican cierta manera de individualismo:

No conservamos nada, tampoco queremos volver a ningún pasado, no somos en absoluto liberales, ni
trabajamos para el progreso.
Tanto conservadores como liberales como progresistas estarían uncidos según Nietzsche a una pequeña,
peluda y suave manera de pensar, sentir y comportarse. Por el contrario, Nietzsche hace toda una
declaración de europeísmo, ¡a finales del siglo XIX! Dicho europeísmo, dicho vínculo flexible entre
individuos, es lo que daría forma a la "sociable insociabilidad" del ser humano en clave nietzscheana:

… somos buenos europeos, los herederos de Europa, los ricos y colmados, pero también
sobreabundantemente obligados herederos de milenios del espíritu europeo; en cuanto tales procedemos
del cristianismo y estamos en contra del mismo, precisamente porque procedemos de él, porque nuestros
antepasados cristianos eran de una honradez del cristianismo sin miramientos, que ha sacrificado
voluntariamente sus bienes, su sangre, su situación y su patria a la fe. Nosotros… hacemos lo mismo…
¿A favor de nuestra incredulidad?... El sí oculto en vosotros es más fuerte que todos los nos… y si
tuvieseis que estar en la mar, como emigrantes, a vosotros también os fuerza a ello… una fe.
Y es que la principal preocupación de Nietzsche es la llegada del nihilismo, el deseo de nada. Este
síntoma de cansancio de una vitalidad agotada se produciría con la irrupción del hombre-masa, cuya
manifestación más clara sería el totalitarismo vinculado al fascismo y al comunismo pero también todas
las formas políticas democráticas (del conservadurismo al liberalismo vulgares) en cuanto que promueven
la producción en serie del ser humano que atenta contra una liberalización de los individuos y la
promoción de su pluralidad. De ahí el epígrafe 143, "La utilidad máxima del politeísmo", cuando afirma:
El arte y la fuerza maravillosos de crear dioses –politeísmo– era lo que se permitía descargarse este
impulso… En este caso, en primer lugar, se permitían individuos. La invención de dioses, de héroes y de
superhombres… era el inestimable ejercicio preparatorio para la justificación del reconocimiento propio
y de la soberanía de los individuos.
El hombre-masa es el que ha sido incapaz de superar el originario "impulso vulgar e insignificante,
próximo al egoísmo, a la desobediencia y la envidia" y, por lo tanto, ha sido incapaz de originar un
individuo autónomo. Pero dado que una vez se sintió con fuerzas para matar-a-Dios se siente solo y crea,
con otros hombre-masa, un pueblo, un Reich, todo ello bajo la protección del Estado, erigido nuevo Dios
inmanente, laico. Este hombre-masa es productivo, obediente siempre y cuando sienta sus más bajas
necesidades satisfechas (lo que llama "bienestar" y "calidad de vida").
En definitiva, una lectura liberal de Nietzsche también podría ser una lectura nietzscheana del liberalismo.
Los dos fundamentos constitutivos del liberalismo, el individualismo y la competencia, pueden,
desgraciadamente cada vez más, entenderse y aplicarse de manera ingenua, vulgar y mecánica. Por ello
Nietzsche es tan necesario para un liberalismo no adocenado. Porque critica la uniformización del ser
humano fabricado en serie por las instituciones culturales y educativas del Estado y las que pueden llegar
a detentar (en su sentido preciso) el poder del mercado. Porque defiende una pluralidad axiológica y la
flexibilidad de los principios, en el sentido marxiano ("Estos son mis principios si no le gustan tengo
otros"), keynesiano ("Cuando los hechos cambian, cambio de opinión") y popperiano ("El aumento del
conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo."). Otro liberalismo –incentivador de
un perfeccionismo moral aristocrático compatible con un dinámico democratismopolítico– es posible.

La fiebre manipuladora de Michael Moore


Por José Carlos Rodríguez

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¿Cómo puede haber inexactitudes en una comedia?

Michael Moore, CNN, 12 de abril de 2002

Bueno, es una obra de opinión. Es mi opinión sobre el últimos cuatro años de la


Administración Bush. Eso es como yo le llamo. No estoy tratando de fingir que es algo del
tipo, ya sabes, trabajo de periodismo justo y ecuánime (…) ¿He mencionado que es una
comedia?

Michael Moore, NBC.

Una versión condensada del artículo fue publicada en La Revista de Libertad Digital, el 23 de
julio de 2004.

Introducción

Michael Moore no es un misterio. Es un hombre muy inteligente, hábil, y con clara visión de
lo que son las cosas y de cómo deberían ser. Y recurre a su gran capacidad y a los medios
que sean más efectivos para transformar la realidad a su gusto. Él se sabe inteligente y lo
suficientemente válido como para pasar por encima de restricciones como la verdad o la
honradez intelectual. Lo suyo es arrastrar a las masas; guiarlas a donde él quiere que vayan
y ha declarado en más de una ocasión que su intención con su última película Fahrenheit
9/11 es echar a George W. Bush del poder. Un motivo añadido para confiar en su éxito está
no solo en su confianza en sí mismo, sino en la estolidez de su público. Para Michael Moore,
los americanos “son posiblemente la gente más tonta del planeta. Nuestra estupidez es
vergonzosa”. Lo que es un misterio es precisamente el público. Es difícil explicarse cómo es
posible que haya gente, y la hay por centenares de miles, que salga encantada de la sala
tras dos horas de haber sido sometido a una intensa sesión de manipulaciones y mentiras.
Gente que se ve a sí misma como crítica, rebaja esa actitud hasta la nada, quizás porque le
gusta el mensaje que está comprando. En principio hay tres explicaciones posibles. Una de
ellas es precisamente el partidismo; pero poca confianza ha de tener uno en sus convicciones
cuando necesita que le mientan para reafirmarse. Otra explicación es que Moore es un genio
y esconde en la cinta las manipulaciones más burdas. Y eso es en parte cierto, ya que opta
por la desnuda mentira más incluso que en su anterior docuficción, Bowling for Columbine.
Pero entonces también resonaban los aplausos tras los pases, y las manipulaciones ahí eran
incluso más evidentes.

Mi explicación del éxito de Fahrenheit 9/11 va por otro lado. Como ha dicho
genialmente Andrew Sullivan, la docuficción recuerda a una de las orwellianas sesiones de
odio de 1984, en la que George W. Bush hace aquí el papel de Goldstein. El odio es la clave.
Los sentimientos. Moore apela a ellos, conmueve y zarandea al espectador para que sienta lo
que el, un inmenso e inextinguible odio, que anule lo que cada uno tenga de capacidad
crítica. Michael Moore no atiende a los datos, porque los ha pervertido, cambiado, ocultado
hasta lo enfermizo. Michael Moore no atiende a las razones, porque ha demostrado su
absoluto desprecio por ellas, por ejemplo acusando a George W. Bush de una cosa y la
contraria en más de una ocasión. La clave son los sentimientos y el propio cineasta llega a
mostrar los suyos en la película, como en seguida veremos. Se venga del personaje central
por algo que le dijo o se duele de que a él ¡a el!, no le dejaran volar cuando quería.

Su estilo está ya claramente asentado, tanto en sus anteriores películas como en sus
libros ¿Qué han hecho con mi país, tío? y Estúpidos Hombres Blancos (de nuevo su absoluto
desprecio por el público, dado que el título está dedicado a sus seguidores). Con Farenheit
9/11 su técnica se ha depurado, ya que si bien no deja a un lado la manipulación, que se
presta a ser descubierta por el espectador, opta por incidir más en la simple y desnuda
mentira. Ha aprendido de las críticas a Bowling for Columbine y la experiencia le ha hecho
más hábil, más fino, sin que ello le impida alguna manipulación burda. La cuestión no es
baladí, porque ha batido récords de audiencia, y se ha convertido en el documental (sic) más
visto de la historia. Moore se ha convertido en un género en sí mismo. Pero ¿Qué cuenta
Farenheit 9/11? ¿En qué manipula y miente y en qué opta apelar a la realidad o hacer
análisis razonables?

Fahrenheit 9/11. Mentiras y manipulaciones

Gore ganó las elecciones

El comienzo de la película sienta el tono de lo que vendrá. Dice que Bush llegó injustamente
al poder, tras unas elecciones manipuladas. La primera imagen retrata a Albert Gore
recibiendo el caluroso apoyo de sus seguidores, mientras el narrador, el propio Michael
Moore, se pregunta si la victoria de Al Gore no fue nada más que un sueño. Pero las
imágenes no son de celebración de la victoria, como se sugiere, sino anteriores a que se
contara un solo voto[1]. Primera imagen, primera manipulación. Vendrán muchas a lo largo
de las dos horas de docuficción.
Gore ganó las elecciones, dice Moore. Las pruebas son las siguientes: el Gobernador de
Florida, Estado en el que se jugó la elección, es su hermano Jeb (imagen de George con su
hermano, diciendo ¿Sabes qué? Vamos a ganar en Florida). La jefa de campaña del
republicano es la encargada de contratar la empresa que cuenta los votos. Luego cita a un
hombre al que llama uno de los numerosos investigadores independientes, del que él parece
ser un fiel representante. Dice: Si hubiera habido un recuento estatal, en cualquier
escenario, hubiera ganado Al Gore. Y punto. Dos datos, la opinión de un experto (en
representación de todos los demás) y tanto Moore como el espectador deseoso del
autoengaño encantados. Pero hay más porque, de acuerdo con la película, según las
encuestas todas las cadenas habían dado como ganador a Gore. Pero el órgano de la
conspiración derechista Fox News cambiaría de opinión indicando que el ganador sería
George Bush lo que, como sugiere Moore, sería un apoyo indirecto al ahora Presidente. Lo
que no cuenta Moore es, en primer lugar, que no fue la cadena Fox News la acreedora al
éxito periodístico de ser la primera en adelantar lo que luego pasó, que corresponde a la
CBS. En segundo lugar tampoco dice que la Fox, como las demás, dio por ganador a Gore
hasta las 7 de la tarde, una hora antes de cerrarse los comicios en el Estado de Florida, error
que le costó a George W. Bush unos cuantos votos (8.000 ó 10.000 según dos estudios
independientes)[2]. Nada de ello importa. Moore cuenta que el hombre que estaba al cargo
de la mesa de la Fox esa noche no era otro que el primo de Bush, John Ellis, lo que le parece
suficiente al director de la docuficción para crear su propia teoría conspirativa.

Pero, ¿cómo se sucedieron los hechos? Moore no nos lo cuenta. Bush ganó el primer
recuento, con una diferencia de menos de medio punto porcentual, lo que obligaba por ley a
un segundo recuento, que se hizo, de nuevo con victoria para el republicano, de nuevo con
una minoría exigua. Llegados a ese punto, es la mujer a la que aludía Moore la que por ley
tuvo la potestad de ordenar un tercer y último recuento, a lo que se opuso. Los demócratas
llevaron la decisión a juicio y el tribunal, de mayoría demócrata, dijo que donde la ley dice
que ella tiene la potestad de ordenar un tercer recuento, en realidad lo que ha de
interpretarse es que tiene la obligación de ordenarlo. Así que hubo un tercer recuento, una
tercera victoria de George W. Bush. Pero Moore lo que nos cuenta es la velada acusación de
manipulación de los republicanos y la declaración de solo uno de los
numerosos investigadores independientes que presume una victoria de Al Gore si el tercer
recuento no se hubiera hecho sólo en los sitios donde había dudas, sino en todo el Estado.
Un estudio de seis meses llevado a cabo por los principales periódicos de Florida mostró que
la victoria hubiera sido, de todos modos, para George W. Bush. No han pasado cinco minutos
de la larga Farenheit 9/11 y el número de manipulaciones es ya preocupante.

Mr. Bush, encuentre un trabajo de verdad

La sesión de ataques ad hominem comienza con la acusación de que Bush es un vago. Algo
parecido a nuestros Austrias en plena decadencia española, con caza y todo, golf añadido. El
dato: en los ocho meses de ejercicio anteriores al 11 de septiembre Bush pasó fuera de
Washington (lo que Moore llama vacaciones) el 42% del tiempo. El supuesto holgazán
responde a un periodista no conocen la definición de trabajo. Estoy sacando mucho trabajo
adelante. Es más, no necesitas estar en Washington para estar trabajando. Es asombroso lo
que puede ocurrir con teléfonos, faxes, y… La respuesta es impecable. ¿Por qué le acusa
Moore de vago simplemente porque no haga su trabajo en Washington más que un 59% de
su tiempo? La respuesta nos la ofrece el propio director, cuando ofrece un corte de un breve
intercambio entre los dos, que se dicen:-Gobernador Bush, soy Michael Moore, a lo que Bush
hijo responde–Pórtese bien ¿vale?; y encuentre un trabajo de verdad. Bush había acusado a
Moore de vago y éste no lo iba a dejar aquí. La venganza convertida en argumento. El 42%
del tiempo que Moore cita de vacaciones incluye fines de semana y estancias en Camp
David, donde despacha asuntos como la visita del primer ministro británico, Tony Blair.
Moore retrata al Presidente americano jugando al golf y hablando de los ataques terroristas,
que el espectador piensa que son los de Al Qaeda. Lo que no sabe por la película es que
acababa de haber un atentado en Israel y que es a esos a los que se refiere, y por los que
convoca a la prensa, a la que da un comunicado de condena.
Otro argumento ad hominem, de nuevo falso. El cineasta crea a un George W. Bush miembro
de la elite económica, al retratarle en una costosísima cena de recaudación de fondos para la
caridad. La cena es de etiqueta blanca, y en su discurso dice George W. Bush: vosotros sois
mi base. Moore no menciona que Al Gore estaba en la misma cena benéfica ni considera que
son habituales las bromas de ese tipo. Ni menciona los 900.000 dólares recaudados para una
causa benéfica. Lo importante es echarle del poder, conseguir que llegue al él quien se
convertiría en el Presidente más rico en los últimos 100 años después de John F. Kennedy.
Apoyado además por la familia Rockefeller y George Soros, quien, por medio de su
MoveOn.org ha llamado a ver el panfleto del cineasta. Quien sería vicepresidente con Kerry,
John Edwards, tiene más dinero que George W. Bush y Dick Cheney juntos. Pero es Bush el
que pertenece a la elite del dinero.

El 11 de septiembre

Moore trata el momento del atentado contra las torres gemelas con maestría y con buen
gusto, que contrasta con el resto de la cinta. No saca en ningún momento a las torres
cayendo, o a quienes saltaban, desesperados, de ellas; pero sí la horrorizada y atónita
mirada de los neoyorkinos ante lo que está pasando. Antes, se ha reído de Bush, John
Ashcroft, Paul Wolfowitz y Condi Rice sacando largos planos de ellos frente a las cámaras,
antes de salir al aire, lo que convierte lo que podría haber sido un buen punto de vista de los
atentados en un instrumento más de su farsa. Y entonces llega uno de los más impactantes
momentos de la película. Cuenta cómo el Presidente se baja del coche oficial para visitar un
colegio elemental de Florida, informado del primer impacto del avión contra la primera torre.
Una vez en el colegio el Jefe de Gabinete entra en el aula y le dice a Mr Bush que la nación
está siendo atacada. Sin saber qué hacer, sin decir a nadie qué hacer, sin que el Servicio
Secreto se lo lleve a un sitio seguro, Mr. Bush estaba ahí sentado, leyendo My Pet Goat con
los niños. Pasaron casi siete minutos sin que nadie hiciera nada. Cabe preguntarse ¿Qué
tenía este hombre en la cabeza durante estos siete minutos? Moore sugiere varias
respuestas: El malo que quiso matar a mi padre, los talibanes que visitaron Tejas cuando yo
era gobernador, o los saudíes, con los que mi padre y yo tenemos negocios. Sugiere que
podría pensar en ese informe secreto que le entregaron en agosto, y que decía que Osama
ben Laden podría estar pensando en atacar el país secuestrando aviones. Una respuesta
posible es que no quería, de haber reaccionado abandonando inmediatamente el aula, que
Moore le acusara de reaccionar fanáticamente como un desequilibrado que solo quiere la
guerra. Como de hecho hubiera sido el caso.

Entre golpe de golf y escopetazo de cacería, sugiere Moore, Bush no encontraría tiempo para
leer un informe que según el cineasta decía que Osama ben Laden estaba planeando atacar
America por medio del secuestro de aviones. En realidad lo que decía el informe es que el
FBI no ha podido corroborar tal amenaza. Es falso que alegara que la vaguedad del título del
informe fuera la causa de que no lo leyera, de lo que además no hay pruebas. Más adelante
acusará al Presidente de permitir el 11 de septiembre por conspirador necesario, cuando lo
acaba de hacer por vago. Una doble acusación contradictoria, argumento al que Moore va a
recurrir en varias ocasiones.

Bush y sus amigos, responsables del ataque

Expuesto el ataque terrorista contra los Estados Unidos, Michael Moore relaciona a Osama
ben Laden con George W. Bush. La tarea no es fácil, pero para el cineasta nunca demasiado
complicado, y en una parte que ocupa muchos minutos sumará todos los elementos con que
cuenta para convencer al espectador de que W., está detrás de estos ataques. El esquema es
el siguiente. Él y su padre tienen una estrecha relación con la oligarquía saudí y con los ben
Laden en particular. Éstos, además, nunca han cortado los lazos con Osama, por lo que deja
asentada la relación entre el 43 Presidente y el terrorista más buscado desde hace una
década. Y en tercer lugar expone toda una trama que llevaría al Presidente y su entorno
enriquecerse gracias a los conflictos de Afganistán e Irak, siempre respetando los intereses
saudíes y de Al Qaeda, y con evidente desprecio de las vidas de los soldados (americanos,
porque no se ven otros en Fahrenheit 9/11) y la población civil irakí. Una teoría fantástica
que va construyendo con varios argumentos que vamos a mirar aquí de cerca.

Parte de que en la moratoria en los vuelos internacionales hubo una excepción: al menos
seis jets privados y casi dos docenas de aviones comerciales llevaron a 142 saudíes,
incluidos 24 miembros de la familia ben Laden, (a quienes) se les permitió abandonar el país.
Y ello sin que el FBI se molestara en interrogarles o investigarles. Como sabemos por
el informe de la Comisión sobre el 11 de septiembre, 26 ben Laden abandonaron el suelo
estadounidense el 20 de septiembre, el FBI interrogó a 22 de ellos y de todos se investigaron
los datos que tiene el Estado sobre su situación legal y antecedentes. Como todo estaba en
regla, ninguno había tenido relación reciente con Osama y los Estados Unidos sigue siendo
un país libre, lo abandonaron sin problema. Por lo que se refiere a los 142 saudíes, a los que
se realizó preguntas detalladas, la Comisión del 11 de septiembre no encontró relación
ninguna ni con el terrorismo ni con la Casa Blanca. Estas decisiones las tomó personalmente
Richard Clarke, hoy archienemigo de George W. Bush, quien ha declarado que no se fue más
arriba en la cadena de mando, por lo que él es el último responsable. Nada que el espectador
sepa por la película. Nada que le importe a Moore[3].

Como la Comisión del 11/S le contradice, se ha visto forzado en las entrevistas a rectificar su
posición. Entrevistado por George Stephanopoulos en ABC News, que le echa en cara que los
aviones no salieran de los Estados Unidos hasta que se reabrió el espacio aéreo comercial,
Moore responde diciendo: no, se fueron en vuelos charter. Si bien el espacio aéreo se había
abierto para los vuelos comerciales, no lo había hecho para los charter. Pero es que no es
eso lo que dice en su película. Como no quiere que el espectador se centre en su mentira,
dice que todo esto fue asistido por la Casa Blanca, que en realidad debería ser el objeto de
atención de todo esto. Decisión tomada por Richard Clarke, principal valedor de la teoría de
Ben Laden como responsable, y uno de los primeros enemigos de Bush después de haber
abandonado su cargo. Cuando Stephanopoulos le pregunta sobre este asunto, del que Clarke
cree que no fue un error, Moore dice que Clarke reconoció que él había cometido varios
errores. Pero este no era uno de sus errores, insiste el periodista. Bueno, es que yo creo que
fue un error. Con lo que su gran contribución a la teoría conspirativa se queda en su opinión
de que un hecho sin relevancia es para él un error.

Moore sabe, porque él no se permite otra respuesta, que George W. Bush es culpable. Lo
supo siempre. Tenía que encontrar las pruebas y las ha ido buscando. Cuando todo
empezaba a apuntar a Osama ben Laden, Michael Moore adoptó una postura cínica, diciendo
que en realidad no había pruebas de su participación (incluso cuando ya se estaban
acumulando) y que por tanto no se le podía acusar. Había que darle el beneficio de la duda.
Una postura muy americana, se podría decir. Pero descubrió de la relación de los Bush con
los ben Laden, y en ese momento ni actitud americana, ni beneficio de la duda, ni presunción
de inocencia ni nada. Ben Laden, ese amigo de George W. Bush, era el hombre más culpable
sobre la faz de la tierra. Acaso el segundo más culpable, detrás de W[4].

Moore acusa a Bush de ser desertor de la Guardia Nacional de Tejas, lo que queda
desmentido tras la publicación por la Casa Blanca de los records militares de Bush. Moore,
como cuenta él mismo, tenía el mismo documento que sacó la Oficina de Washington y que
le desmiente. Entonces, ¿por qué hace esa falsa acusación a sabiendas? Porque preveía que
la Casa Blanca reaccionaría como lo hizo, emitiendo el documento, pero con un nombre
tachado. Es el de James R. Bath, que luego sería el gestor para Tejas del dinero de los ben
Laden, como cuenta el propio Moore. Creó una compañía de aviones, vendiendo uno de ellos
a un Ben Laden, en la época en la que Bush padre era director de la CIA. Moore sugiere, sin
más, que Bath pudo realizar esa venta gracias a un favor de Bush padre, de lo que no se
ofrece ninguna prueba en la película. Pero entonces hay un engranaje más que cuadra con el
dato anterior. Bush hijo crea una ruinosa empresa de extracción de petróleo en Tejas
(Arbusto), no con dinero de su padre, que como nos recuerda Moore era un hombre muy
rico, sino de los ben Laden, con Bath como testaferro. Claro, los comprometedores datos
parecen motivo suficiente para ocultar ese nombre, ¿verdad? Sin embargo, una ley federal
prohíbe ofrecer datos personales relacionados con la salud, por lo que tenía la obligación
legal de tachar el nombre de Bath; como Moore confiaba en que la Casa Blanca no podría
violar esa ley, ese tachón le permitiría achacar la ocultación a otra razón, la inversión de los
sauditas en Arbusto que, como ya podemos esperar a estas alturas, es una nueva mentira.
Bath no invirtió más dinero que el suyo propio.

La cosa no se queda ahí. Uno de los principales activos de Arbusto era la compañía Harken.
Siendo su padre ya presidente, recibió un informe de los abogados, advirtiéndole a él y otros
dirigentes de la compañía que no vendieran las acciones si habían tenido informaciones
desfavorables sobre la marcha de la empresa, porque podría levantar las sospechas de la
SEC. Una semana después vendió el stock de Harken por 848.000 dólares. Dos meses
después, Harken anunció pérdidas por más de 23 millones de dólares. Y añade Moore, sí,
ayuda ser el hijo del Presidente. Especialmente cuando estás siendo investigado por la SEC,
una actitud mucho menos respetuosa que la que tenía con Osama ben Laden cuando todos
los datos apuntaban a su participación, y eso que a Bush ni siquiera se le ha investigado por
ese asunto. Moore miente, además, porque W. no realizó la venta hasta que los abogados le
informaron de que no habría ningún problema legal. Pero añade otro dato: el hombre que
ayudó a George Jr. a salvar la investigación de la SEC y que era socio de James Baker,
Robert Jordan, sería nombrado por el mismo George, tras suceder a Clinton, embajador de
Estados Unidos en Arabia Saudita.

La relación no se agota ahí, según lo contado por el comediante. Padre e hijo trabajaban
para Carlyle Group, compañía participada por los Ben Laden, que invierte en industrias muy
reguladas por el gobierno, como las telecomunicaciones, la sanidad y particularmente la
defensa. Ya sabemos que la regulación es un foco de corrupción, y eso es precisamente lo
que sugiere Moore. El Carlyle Group era la 11ª compañía que más contrataba en defensa con
los Estados Unidos. El 11 de septiembre garantizaba que (…) iba a ser un buen año.
Entonces el director se pregunta, a quién van a hacer más caso los Bush. A quienes les han
votado tres veces democráticamente como Presidentes de los Estados Unidos, o a los
saudíes, que han invertido en ellos, sus amigos y sus negocios en común 1.400 millones de
dólares. La respuesta para Moore es obvia. Pero la verdad, cómo esperar otra cosa, difiere
mucho de lo sugerido por el director. El 80% de esa cantidad, 1.180 millones de dólares, los
ha sacado de un contrato de la compañía BDM, propiedad del grupo Carlyle. Pero Carlyle
vendió la empresa a otro grupo antes de que Bush padre pasara a formar parte del consejo
asesor del grupo. Bush padre nunca tuvo ninguna relación con BDM. Por otro lado, la relación
entre el primer Bush Presidente de los Estados Unidos y el Grupo Carlyle es la misma que
tienen otros demócratas americanos con esta corporación, así como con otras empresas, y
en el grupo Carlyle invierte, entre otros, George Soros, declarado enemigo del actual
Presidente. La influencia de la corporación en la administración de Bush hijo no debe de ser
decisiva, cuando éste canceló los obuses autopropulsados Crusader, uno de los pocos
recortes en materia de gasto militar decididos por W., lo que supuso un enorme revés
económico para la compañía[5]. Me pregunto si otro cineasta llegará a una teoría
conspiratoria entre Michael Moore y el grupo Carlyle, dado que está metida en el proceloso
negocio del cine y de hecho posee una gran parte de las 300 salas donde se pasa Fahrenheit
9/11.

Como lo de los vuelos, Bath, Carlyle, no le parece suficiente, vuelve a la carga con otro
argumento, ahora más vago. Llama a Craig Unger[6] quien dice que los saudíes poseen 0,86
billones de dólares invertidos en la economía estadounidense lo que le lleva a decir al
cineasta y economista Michael Moore que los saudíes poseen el 7% de América. El dato de
los 0,86 billones de dólares, ficticio, representaría el 7% del total de la inversión extranjera
en los Estados Unidos, de unos 10 billones de dólares. No del total de la economía, que
incluye lo que los propios americanos poseen en su país. Entonces se sitúa frente a la
embajada de Arabia Saudita, de la que sugiere una protección especial. Falso una vez más;
tiene protección en cumplimiento de un tratado internacional firmado por los Estados Unidos
y que requiere que los el gobierno estadounidense ofrezca protección a cualquier embajada
que lo solicite.

Todo ello para probar que son los saudíes quienes rigen la política exterior estadounidense.
Un papel de manipuladores en la sombra que generalmente se asigna a los judíos, en ambos
casos sin tener en cuenta la heterogénea realidad que se esconde tras esas palabras[7]. Pero
entonces, cabe preguntarse, ¿Cómo es posible que éste haya seguido una política en
ocasiones diametralmente opuesta a los intereses saudíes? Bush decidió acabar con el
régimen taliban en Kabul, apoyado fuertemente por Riyad, así como con Irak. Lo último que
le conviene a la interesadísima oligarquía saudita es la recuperación de la producción de
petróleo de Irak, mermada bajo el régimen de Sadam. Para ser un esclavo de los intereses
del país de la península arábiga, George W. Bush ha mostrado bastante independencia.

Moore relata que dos días más tarde del 11 de septiembre, Bush hijo cita a su padre y al
embajador de Arabia Saudita en los Estados Unidos a una cena en la Casa Blanca. En su
estilo sugerente, pero sin afirmar nada, dice Michael Moore. ¿De qué estuvieron hablando?
¿Se estaban dando condolencias? ¿O estaban comparando notas? ¿Bloquearía el Gobierno
(…) a los investigadores americanos de hablar con los familiares de los quince
secuestradores? ¿Por qué sería Arabia Saudita tan reticente a desbloquear los activos de los
secuestradores? Y más adelante dice: Me pregunto si Mr. Bush le dijo al Príncipe Bandar que
no se preocupara, porque tenía un plan en marcha. Un plan para borrar la participación de
éstos en los ataques, sugiere pero no dice Moore, y dirigirlo contra el que sería su verdadero
objetivo. Por lo que entrevista a Richard Clarke, quien dice: El Presidente, de un modo muy
intimidante, nos dejó, a mí y a mi oficina, la clara indicación de que quería que volviéramos
con la palabra de que había una mano iraquí detrás del 11 de septiembre, a lo que añade no
me preguntó sobre Al Qaeda. Clarke señala entonces a Rumsfeld, que rechazaba la
sugerencia de éste de bombardear las instalaciones de Al Qaeda en Afganistán, optando por
Irak desde el principio.

La alegada relación de los Bush con los saudíes y los ben Laden se queda en nada, como
hemos visto. Pero ¿Y la relación de Osama con el resto de la familia? La única prueba que
ofrece Moore, experto mediante, es que algunos miembros de la familia acudieron a la boda
de uno de sus hijos. ¡Ajá! Habrá exclamado el cineasta cuando supo de este dato. Hubo
primos, tíos ben Laden que acudieron a la boda. Suficiente como para que Osama sea uno
más en la familia. Un ser amado y respetado. Es más, alguien con quien conviene aliarse y
planear cosas en conjunto. Este nudo de la relación a que Moore nos quiere llevar del
Presidente Bush a Osama ben Laden es incluso más débil que el primero. Y sobre la reciente
relación de Al Qaeda con el régimen de Riyad dan buena prueba las recientes bombas
colocadas por la organización terrorista en Arabia Saudita.

Y en este momento, Clarke añade otro dato importante. Se queja de la escasez de efectivos
en Afganistán, 11.000, menos, dice, que policías en Manhattan. Es más, no entrarían en la
zona ocupada por Al Qaeda durante dos meses. Pero el propio Moore había criticado
en Bowling for Columbine el envío de tropas a Afganistán (era la época en la que Osama era
inocente en la mente de Moore) que ahora le parece insuficiente. Pero no hablemos del
pasado; si se puede acusar a Bush por una cosa y la contraria, confiado en que el espectador
medio está tan fanatizado como el propio Moore, mucho mejor. Así no tendrá escapatoria.
Porque es seguro que si el número de tropas enviadas hubiera sido mucho mayor, Moore
habría destacado el enorme coste del envío, los fabulosos contratos a su costa, el número de
muertos de la indefensa población civil y de los soldados americanos y las afligidas madres
americanas. Moore ha hecho la crítica contraria, sin hacer referencia a la mejoría de las
libertades en Afganistán desde la caída de los Talibán, la vuelta de millón y medio de
refugiados, la destrucción de las bases de Al Qaeda o una nueva constitución democrática.
Por otro lado, critica el escaso envío de tropas, no solo a Afganistán, sino a Irak donde no se
ha conseguido un efectivo control, pero hace lo mismo con el proceso de reclutamiento. ¿De
dónde cree Moore que salen las tropas?

Relaciona a Bush con los Talibán por el hecho de que éstos visitaron Tejas cuando él era
Gobernador. Fueron allí para contratar los servicios de una empresa, Uncoal, para que
construyera un gaseoducto que transportara el mineral desde el mar Caspio. El día en que
esta empresa consigue el contrato, otra obtendría un contrato para la perforación en el mar
Caspio. Halliburton, presidida por Dick Cheney. Otro de los beneficiados por la construcción
del gaseoducto sería Kenneth Lay, primer contribuyente a la campaña de Bush. Moore añade
que el elegido como primer presidente del Afganistán post Taliban es Hamid Karzai, anterior
consejero de la compañía Uncoal. Según Moore, es decir, que es mentira. Lo que no cuenta
Moore es que Uncoal, si bien estuvo estudiando esa posibilidad a mediados de los 90’, la
descartó definitivamente en 1998, con Bill Clinton en el poder. Y que si bien el nuevo
gobierno afgano retomó el proyecto abandonado por Uncoal, de este se encargó una
compañía diferente. La construcción todavía no ha comenzado. Bush nunca se reunió con los
talibán ni tuvo relación alguna con ellos, no les dio la “bienvenida”, sino que condenó su
relación con Osama Ben Laden.

El FBI nunca supo que varios sospechosos de ser miembros de Al Qaeda estaban recibiendo
instrucción de vuelo. Tampoco es cierto que John Ashcroft[8]recortara los fondos
contraterroristas. El único recorte que hizo fue en un programa que había dejado dinero sin
utilizar durante los dos años anteriores. Moore acusa a Bush de ordenar el cierre de
hospitales de veteranos. ¡Lo que es cierto! Pero también lo es que ordenó la apertura de
otros nuevos, sépanlo quienes han visto la película. El director solicitó al guitarrista de The
Who Peter Townshend que le permitiera incluir en la docuficción el tema Won’t Get Fooled
Again, a lo que Townshend se negó porque no le gustaron sus anteriores películas Roger and
Me y Bowling for Columbine. Moore, en su amplio esquema mental, ha concluido que el
motivo para que Townshend no cediera a la petición de este es que el guitarrista está a favor
de la guerra. Townshend se siente manipuladopor algunas afirmaciones del director sobre él,
ya que entre otras cosas si bien apoyó la guerra en un principio, ahora no está seguro de
que la decisión fuera correcta.

Irak, el cielo en la tierra

Irak no es, en Fahrenheit 9/11, un país regido por un genocida. Las imágenes muestran un
país pacífico, donde los niños juegan alegre y despreocupadamente en la calle, la gente se
casa, camina plácidamente por la ciudad. No podrían hacerlo el sexto de la población que ha
huído del país y con él de la tiranía de Hussein. No se refiere a los 23 años de dictadura
genocida, sino que en este momento es un país soberano, que nunca ha atacado a los
Estados Unidos. No es que Moore no haga mención del sangriento Saddam. Pero para
recordar los crímenes del iraquí espera al momento en que cuenta del apoyo de los Estados
Unidos al régimen, frente al régimen teocrático del Ayalotá Jomeini. Al que de todos modos
Moore no hace referencia, no vaya a ser que el espectador pudiera albergar una duda
razonable sobre la política exterior estadounidense en este punto.
Pero volviendo al Irak idílico anterior a la segunda guerra del Golfo, Moore dice que el
régimen no asesinó o amenazó a ningún americano. Solo una de las varias mentiras de la
cinta, ya que Irak era refugio no solo de inocentes niños que juegan en la calle, sino de
terroristas como Abu Nidal, Abu Mussab Al-Zarqawi, o el terrorista que construyó la bomba
que estalló en el World Trade Center en 1993, además de financiar terroristas palestinos
suicidas. La invasión de Kuwait por Irak resultó, entre otras cosas, en el secuestro de
numerosos occidentales. Sadam estuvo negociando en la primavera de 2003 en
negociaciones secretas en Siria la compra del sistema de misiles y de producción de los
mismos a Corea del Norte. La relación entre el régimen de Irak y Al Qaeda está muy
documentada, por ejemplo en el informe de la Comisión del 11S, en contra de lo afirmado
por Moore en su docuficción.

Un periodista de la ABC le preguntó la razón por la que afirmaba en la docuficción que


Saddam Husein no había matado ningún americano. Moore dice que lo que aparece en la
cinta es que no había asesinado, lo que incluye un elemento de premeditación. Para celebrar
el primer aniversario del 11 de septiembre, Saddam Hussein llamó a que se realizaran
ataques suicidas contra los Estados Unidos. Asimismo ordenó el intento de asesinato del ex
presidente Bush y de diplomáticos estadounidenses en Filipinas, a los que Moore no debe
considerar ciudadanos americanos. Resulta contradictorio que en otro momento de la
película saque a Bush hijo recordando que Hussein intentó matar a su padre. Por supuesto,
ni una sola palabra sobre las mejoras en Irak desde que Saddam Hussein fue echado del
poder.

La guerra y Al Qaeda

Y en vivo contraste con el idílico Irak de Moore, éste nos cuenta, con crudeza, lo peor de la
guerra, que es a la vez su esencia. El Estado en su mejor expresión. El efecto en el
espectador es demoledor. Imágenes de muertos y heridos, los civiles llorando sus muertos y
clamando justicia, los soldados estadounidenses (nunca los iraquíes) bien diciendo tonterías,
bien hablando del horror de la guerra y que llegan al espectador en el mismo momento en
que oye pronunciar a Bush objetivos selectivos. Pese a que los muertos militares iraquíes
fueron mucho más numerosos que los civiles, no aparece ninguno en la cinta. Lo que sí
aparece es la voladura de varios edificios por los americanos; dedicados a fines militares, y
no a las viviendas de civiles, como se desprende de la docuficción. El espectador al que va
dirigido el documental, el tonto hasta la vergüenza, dice Moore, que saldrá encantado
después de dos horas de mentiras, por lo general es muy crítico con una supuesta (o real)
displicencia americana hacia el resto de los países. Pero se reirá a base de bien en un
montaje en el que Moore literalmente se ríe de varios países que forman parte de la
coalición, y de sus costubres. Son Palau, Costa Rica, Rumanía (a la que se refiere con una
imagen de una vieja película sobre el Conde Drácula), Islandia o Marruecos. De este último
país se mofa, porque ofreció el envío de 2.000 monos para la detección de minas
antipersona.

Moore acusa a la Administración de no hacer suficiente caso a las los informes que alertaban
de un posible ataque de Al Qaeda, y al mismo tiempo de reaccionar elevando
innecesariamente el nivel de alerta, tras el 11 de septiembre. Critica el exceso de control en
los aeropuertos, y la falta de control en los mismos con encendedores y cerillas.

Moore en lo que mejor sabe hacer. Todo este horror, nos dice el director, tenía el apoyo de
los estadounidenses porque el propio Presidente les había arrastrado a ello. En uno de los
típicos montajes suyos, edita imágenes de Bush de varios discursos, cogiendo
exclusivamente las palabras Saddam/Al Qaeda/Saddam/Al Qaeda/Saddam/Al Qaeda… Antes
lo había hecho con armas nucleares/armas nucleares/armas nucleares… tiene armas
químicas/las tiene/las tiene… Moore en su salsa. La edición y la manipulación del espectador,
que por lo general es lo que espera y desea. Y tiene para quedar más que satisfecho. Para
hacer ver que la Administración Bush unió falsamente al genocida y el grupo asesino, pone
un corte en el que Condi Rice dice: Oh, de hecho hay una relación entre Irak y lo que ocurrió
el 11 de septiembre. Pero el cineasta, el as de la edición, no pone las palabras completas de
Condoleezza: Oh, de hecho hay una relación entre Irak y lo que ocurrió el 11 de septiembre.
No es que Saddam Hussein mismo o su régimen estuviera implicado de alguna manera en el
11 de septiembre, pero si piensas en lo que causó el 11 de septiembre, es el crecimiento de
las ideologías del odio lo que llevó a la gente a dirigir aviones a los edificios de Nueva
York. Lo que dijo C. Rice, y lo que le hace decir Michael Moore es antitético. Pero alimenta la
ideología del odio, que es lo que quiere el propio Moore.

El amor se convierte en odio

Entonces la película da un giro y le da a su vez un respiro al espectador. Se centra en la


persona de Lila Lipscomb, una demócrata conservadora, que pierde a su hijo en la guerra. Es
una mujer entrañable y su tremendo drama personal conmueve inevitablemente al
espectador. Si el director supiera del significado de la honradez y el respeto a la verdad, yo
no tendría el desagradable convencimiento de que Lila Lipscomb es un elemento más en la
sesión de odio ideada por Moore. En un momento se ve a Lila Lipscomb diciendo estoy triste
por mi familia, porque hemos perdido a nuestro hijo. Pero realmente lo siento por las otras
familias que están perdiendo a sus chicos mientras estamos hablando. ¿Y por qué? Esta es,
creo, la parte más enfermiza. ¿Por qué? Y Moore nos coloca un anuncio de la compañía
Halliburton, participada por Dick Cheney, y a la que ya hemos hecho referencia. De ahí a un
directivo de la compañía que dice que están haciendo un buen trabajo atendiendo a los
soldados en Irak, y de nuevo al vicepresidente Cheney. La compasión por los familiares de la
víctima. Se señala a quién se beneficia directamente de la guerra. El espectador está ya
preparado para su odio, precisamente cuando Lila Lipscomb da rienda suelta al enorme dolor
que le aflige. Moore se la lleva a la Casa Blanca. Y allí Lila dice necesito a mi hijo. Dios, es
más duro de lo que pensaba que iba a ser, estar aquí. Pero también es liberador, porque
finalmente tengo un sitio en el que localizar todo mi dolor y toda mi furia y los libero.

Es un momento de la película este, en el que Moore dice apoyar al ejército de los Estados
Unidos. Al fin y al cabo se quiere beneficiar de la enorme simpatía que despierta Lila
Lipscomb. Pero el ejército de los Estados Unidos tiene enemigos. Entre ellos el ejército de
Saddam que estaba defendiendo su tiranía frente a la invasión americana. Moore lo ve así,
fuera de la película: “Los iraquíes que se han alzado contra la invasión no son ‘insurgentes’ o
‘terroristas’ o ‘el enemigo’. Son la revolución, la reserva, su número crecerá y vencerán”. El
cineasta confundió sus deseos con la realidad y Saddam no solo perdió sino que está en
manos de la justicia iraquí. Dado el contenido antiamericano, es hasta demasiado lógico que
el distribuidor de la cinta en Oriente Medio haya recibido la llamada de grupos relacionados
con Hezbollah en el Líbano ofreciendo su ayuda, que ha aceptado. Un enemigo común une
mucho.

Alterado el ánimo del espectador, Moore introduce uno de esos trucos callejeros que son ya
legendarios. Asalta a varios congresistas para darles información sobre el reclutamiento,
para que se la den a sus hijos, a la vista de que uno de los hijos de un congresista ha sido
enviado al frente. La verdad es dos hijos de dos congresistas están en el ejército, en contra
de lo afirmado por Moore (además de un hijo de John Ashcroft y de tres Representantes).
Muchos más están en la reserva. El paroxismo de la demagogia, a la que ningún congresista
ha sabido responder con un mire, señor Moore, mi hijo es mayor de edad, sabe
perfectamente las opciones que tiene en la vida y la libertad de elegir la que más le
convenga. Al menos ninguno que nos haya mostrado el cineasta. Porque de hecho saca al
senador republicano Mark Kennedy rehuyendo la respuesta, pero más tarde este no solo
respondió sino que dijo que era muy buena idea, además de ofrecerle ayuda. El senador
republicano Porter Gross dice que tiene un número 800, los que aceptan llamadas sin cargo,
y Moore dice que es mentira. En realidad tiene un 877, que como otros muchos que
comienzan con 800 y pico, es gratuito. A ello hay que añadir que 101 de los 435
Representantes y 36 de los 100 senadores han servido en el Ejército estadounidense.

El Fenómeno Moore

Moore cosechó un enorme éxito en Cannes, donde su película fue recibida con verdadero
alborozo, aparte de despedida con una Palma de Oro y con unos aplausos que se
prolongaron por 19 minutos. Moore, exultante, mantenía el secreto sobre el contenido de su
docuficción. Pero decía, orgulloso, que le costaría la presidencia a George W. Bush. En la
rueda de prensa tras el pase los periodistas le aplaudieron al entrar en la sala, antes de que
hablara y cuando la abandonaba. Las preguntas rivalizaban en mostrar admiración por el
americano. Si el director hubiera hecho una docuficción sobre sí mismo habría descubierto
que el mayor rival internacional de la compañía Halliburton, que presidió Dick Cheney, es la
francesa Schlumberger y habría descubierto que la Palma de oro es en realidad la mano de
oro negro.

La impresión que dan las críticas es la de que el fin (echar a George W. Bush del poder)
justifica los medios (la mentira y la manipulación partidista). El hecho de que dos horas de
mentiras sean aclamados por los periodistas hace pensar sobre el aprecio que tienen estos
por lo que debería ser su trabajo. Hay quien afirma que la película podría ayudar a
un cambio de valores en el periodismo, aunque quizás es tarde para ello. También se le ha
criticado desde el cine. Godarddice de Moore que es inteligente a medias, no sabe distinguir
entre texto e imagen, no sabe lo que está haciendo y (lo que parece un pecado mayor que
los anteriores) no está ni siquiera haciendo daño a Bush. Godard es injusto con Moore,
porque sí sabe lo que hace, sí sabe distinguir entre texto e imagen, pero las confunde con
intención y seguramente sí es inteligente. También le han hecho críticas seguramente
injustas, como la de racismo.

Michael Moore, en esta película como en la anterior, sigue el camino opuesto a lo que
debería hacer un documentalista. Primero elabora su docuficción y luego busca los datos. Ha
contratado todo un equipo que busque y compruebe datos con los que responder a los
previsibles ataques. Ha tomado la decisión personal de no aparecer en entrevistas televisivas
con periodistas incómodos, después de la desagradable experiencia con George
Stephanopoulos en ABC News; es más fácil (y efectivo, dada la forma de pensar de sus
seguidores) limitarse a llamarles derechistas. Un motivo más para admirarse de la reverencia
con que le tratan los medios de comunicación. Amenaza con llevar a los tribunales a
cualquiera que diga mentiras sobre su documental, es decir, a cualquiera que desvele las
suyas.

La película ha sido todo un éxito y muchos se preguntan si logrará torcer la voluntad de los
estadounidenses contra el actual Presidente. Lo cierto es que los espectadores de la película
son mayoritariamente demócratas; pero si bien los principales líderes demócratas no se han
apoyado en la docuficción, sí otros representantes del partido, por lo que algunos ya les
están advirtiendo del peligro de radicalizarse en exceso y perder apoyos por el centro.
Además, los apoyos no vienen en exclusiva de la izquierda, ya que parte de la conspiración
derechista que Moore ve en todos los rincones también le apoya.

Michael Moore declaró en la NBC: “Como muchos americanos, simplemente no entiendo por
qué durante cuatro años se nos ha presentado una visión de esta Administración y no hemos
oído la otra parte de la historia. No hemos visto la verdad, al menos lo que yo considero que
es la verdad”. Ya sabemos qué verdad. Moore, que se presenta como el abanderado de una
posición relegada en los medios de comunicación, dice en la película que los medios tenían,
todos, un cariz claramente probélico. No fue nunca el caso de uno de los periodistas más
conocidos de su país, Peter Jennins, al que saca en la película como todo lo contrario, dando
la noticia de que el ejército de Saddam había capitulado en abril de 2003. Moore no está
acostumbrado, pero Jennins simplemente estaba diciendo la verdad.

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