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Christopher González
18 de Agosto de 2015
García Márquez solía decir que una de sus mayores fuentes de inspiración a la hora de sentarse a
escribir era la invasión de una imagen en su mente, como un abuelo llevando a su pequeño nieto
al circo o un hombre esperando con gesto de angustiada paciencia en un puerto de río, y es algo
que se percibe en sus cuentos quizá más que en sus novelas; en el caso de Un día de estos el autor
plantea una situación casi cómica que se desarrolla apenas en unos minutos: el alcalde de lo que
ha de ser un pequeño pueblo viene al gabinete de un dentista sin licencia para que le saque una
muela. Pero como se ha comprobado en lecturas anteriores con García Márquez importa aquello
que está ahí pero no se dice y este breve cuento es un iceberg con mucho cuerpo bajo el agua.
de poder que se enfrenta a un hombre de mirada ausente con una determinación férrica pero de
naturaleza noble que estuvo dispuesto a convertir su duelo de dignidades en uno de revólveres
hasta que vio en los ojos de su contrincante la agonía. Los disparos no se hacen pero el duelo
continúa para el alcalde, quien se niega a demostrar su dolor, Aurelio por su parte, deja de
sentirlo como un contrincante y esto se evidencia en el texto cuando no solo deja de mirarlo
excepto para hacer su trabajo sino también, a un nivel de estructura, el punto de vista se enfoca
desde el alcalde y sus percepciones, sus miradas al gabinete, o la concepción del dentista (ya no
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Aurelio) como un verdugo vengador, quien, a pesar de su nobleza, no puede evitar dar paso a su
Podría decirse que la violencia está con los personajes en el diminuto y pobre gabinete del
dentista casi orfebre todo el tiempo, pero como es costumbre de García Márquez, está allá,
afuera, atrás, lo que está con ellos y con muchos de los personajes en la obra de este autor, son los
anteriores, se marca la desgracia con la figura siempre presente del clima “Siguió trabajando con
la idea de que antes del almuerzo volvería a llover” (Márquez, 9), pero no es este el único
simbolismo recurrente que parece asomarse en este cuento: parece haber un halo de intensidad
alrededor de los días impares de la semana: en La hojarasca el fatídico día de la muerte del
doctor es un miércoles que parece un domingo, en El coronel no tiene quién le escriba cada
viernes es una decepción más, y en este cuento, el lunes es el sexto día de padecimiento del
alcalde.
llegan a rayar en el patetismo, la de don Aurelio Escovar es menos ingenua aunque es muy
humana; pero a diferencia de Baltasar, quien entrega su jaula a Pepe en un gesto irreverente en
contra de la voluntad del poder que representa José Montiel – lo que lo lleva a descubrir la otra
vida que puede tener al intentar todo lo que ha querido pero nunca ha tenido el valor para hacer,
don Aurelio cede ante el alcalde, más no a su poder, sino a su humanidad. Veo entonces en esto
un planteamiento sobre cómo aun en la oposición debería existir el reconocimiento del otro, de lo
contrario se corre el riesgo de convertirse en la cara opuesta de aquellos a los que se está
contrariando.