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Manifiesto Animalista

La explotación animal es un reflejo de los trastornos de nuestra sociedad y el maltrato ejercido


contra ellos, una señal evidente de la violencia a menudo ejercida contra otros seres humanos.
Por eso combatirla es combatir también cualquier forma de abuso cometido contra otros seres
considerados inferiores o débiles, o contra los recursos de los que nos abastecemos.

Esta es la tesis sobre la que Corine Pelluchon, doctora en filosofía práctica en la Universidad de
Franche-Comté, construye Manifiesto Animalista (Reservoir Books), un polémico ensayo de algo
más de un centenar de páginas en el que la autora aborda lo imperativo de politizar la causa
animal como un modo de transformación y liberación colectiva.

“Para promover una sociedad que nos reconcilie con nosotros mismos y sea más justa con los
animales hay que articular una teoría política y una antropología que arrojen nueva luz sobre la
condición humana […] Entender los factores que intervienen en el maltrato animal es medir el
mal que somos capaces de hacer y a la vez aventurarnos por un camino que abre perspectivas
prometedoras en el plano teórico y práctico, individual y colectivo”, adelanta Pelluchon, antes
de quitarnos la venda.

Porque todo ese mal que somos capaces de hacer –y que “se nutre de la pasividad social”-
encuentra su justificación en el antropocentrismo y el especismo imperante desde la revolución
industrial. Esto es, la idea de que la tierra y los seres que la habitan se crearon para uso y disfrute
del ser humano que, desde un rango superior, legitima la violencia y explotación de otros seres
considerados inferiores.

Por eso, advierte la autora, “la separación de otros seres humanos que siguen viviendo sin abrir
los ojos a esta realidad no debe engendrar desprecio [….] las personas conscientes de la vida de
miseria y la muerte atroz impuestas a los animales deben recordar que ellas también han estado
ciegas”.

La idea que propone Pelluchon es más bien la de girar el prisma, sacudirse los prejuicios que
sustentan el especismo y asumir la igualdad en la consideración de los intereses entre animales
y seres humanos, es decir, transitar hacia el antiespecismo, de la misma manera en que las
políticas de Abraham Lincoln permitieron a la sociedad estadounidense transitar hacia la
abolición de la esclavitud.

¿Cómo? A través de una zoópolis, un término acuñado ya en 1998 por la reputada profesora de
la Escuela de Diseño Medioambiental de Berkeley Jennifer R. Wolch, y que Pelluchon recupera
en su Manifiesto

por eso combatirla es combatir también cualquier forma de abuso cometido contra otros seres
humanos considerados a menudo inferiores o débiles, contra otros seres sintientes o contra los
recursos de los que nos abastecemos. Porque la base del movimiento animalista se sustenta
sobre los mismos principios que los de otras luchas contra la discriminación, pongamos por caso
la feminista o la ecologista, por citar solo algunos ejemplos.

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