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El imaginario cervantino ejemplar y el nuevo lenguaje de la telenovela

Arturo Díaz Sandoval

Si queremos encontrar una lengua más digna e ilustre, debemos


realizar una crítica analítica y severa de los distintos vulgares regionales,
teniendo en cuenta que los mejores poetas, cada uno a su manera, se han
ido distanciando del vulgar de su ciudad, y debemos aspirar a una vulgar
ilustre (que irradie luz) cardinal (que sirva de fundamento y regla, regio
(digno de ocupar un puesto en el palacio real de un reino nacional) y curial
(lengua del gobierno, del derecho, de la sabiduría).
Umberto Eco, en busca de la lengua perfecta: 40

Intentaré en esta charla poner en circunstancia y contexto dos elementos que me


parecen fundamentales para comprender el transcurso y el legado cultural que
viene de la gran vena creadora de la literatura española –y me atrevo a decir
española y no castellana, por lo que se explicará más adelante-, procedente de la
multifacética obra de Miguel de Cervantes Saavedra.
A cuatrocientos años de su desaparición física y de que la prolífica obra de
este autor haya trascendido hasta nuestros días como paradigma de una lengua
cabal, refinada y perfecta, estableceré puntos de unión entre las intenciones que
gestaron la escritura literaria de las novelas ejemplares y el legado que se
desprende para reconocer la escritura visual que es hoy una nueva búsqueda en
la transmisión de valores o de códigos éticos y morales a través de la televisión.
En las novelas ejemplares prevalecen todos los elementos de las distintas
formas literarias que cultivó cervantes: los grandes supuestos de la sociedad
contemporánea que son colocados bajo la mirada crítica desde la novela
caballeresca (El Quijote), hasta las novelas italianas (la gitanilla, el amante liberal,
las dos doncellas) o las obras de capa y espada (entremeses) que venían
fraguando, desde la edad media, una tradición consolidada por la robustez literaria
de Lope de Rueda (Los pasos), Fernando de Rojas (La Celestina) o Lope de Vega
(obra dramática).
Tradición depurada que en Cervantes se convierte en materia de
transformación, sustrato para la creación de una obra contemporánea de su
tiempo en el sentido en que Giorgio Agamben lo conceptualiza, es decir, al rango o
a la altura de los grandes constructores de la lengua y al mismo tiempo capaz de
tener una distancia de observación, análisis, transformación y propuesta nueva y,
por consiguiente, de influir la trayectoria cultual de una sociedad amplísima como
ha sido la nuestra desde los viajes por el descubrimiento de nuevas rutas hacia las
indias. Cervantes, un hombre posibilitado para ver su época, de conocer una
cultura occidental volcada hacia un mismo horizonte, de padecer sus latrocinios y
de entregarse al frenesí de su vorágine creadora, a la que también se circunscribe
desde una postura iconoclasta.

El poeta, que debía pagar la contemporaneidad con la vida, es aquel


que debe tener fija la mirada en los ojos de su siglo-fiera, soldar con su
sangre la espalda despedazada del tiempo. (Agamben, 2011:14)

Para hablar de la época y de las circunstancias que influyeron en la vena creativa


de Cervantes, me referiré al fecundo ensayo En busca de la lengua perfecta (Eco,
1994), texto que indaga en las vicisitudes por las que la lengua sucumbió, por
accidente o castigo, a las transformaciones que derivaron en la disgregación de
una cultura originaria, víctima de una supuesta diáspora súbita, ocurrida en el
pasaje bíblico de Babel, que relata la confusión de la lengua a causa de la
soberbia humana. La investigación sigue los esfuerzos de distintas civilizaciones
por recuperar la lengua perfecta y demostrar la suya como heredera de aquella
ancestral, en vías de progreso, para consolidarse como lengua perfecta para la
comprensión de todas las cosas del mundo.
En busca de la lengua perfecta es un recorrido por documentos, escritos y
tratados acerca de la construcción de una gramática universal, del análisis del
hebreo como posible origen, del latín como lengua dominante y de la multiplicidad
de lenguas naturales sobre las cuales ésta última se impuso como lengua de
conquista, vehicular y artificial, para dar paso a las reivindicaciones de hablas
cultas o vulgares y demostrar la transformación de la lengua basada en un
proceso natural: que la diversidad lingüística existía desde mucho antes de la
construcción de la torre de Nemrod y que encontrar la lengua perfecta seguirá
siendo una utopía en el constante devenir de las prácticas sociales de
comunicación.
Lo que nos interesa, son los momentos que revisa Eco, los autores que
intentan arrojar claves y códigos para que se construya una lengua que unifique
los referentes originarios con que Adán pudo nombrar las cosas desde el principio
de la creación, entre los cuales, en un intento por derribar el hermetismo medieval
y fundamentar esa gramática se encuentra Dante Alighieri. Posterior a su forma
locutionis, la que pensaba la lengua de comunicación de Adán con Dios, en la
forma perfecta de crear lenguas capaces de reflejar la esencia misma de las
cosas, en De vulgari eloquentia, reconoce la existencia de relaciones naturales
que intervienen en las formas de comunicación y sienta las bases del curso que ha
de llevar a las distintas naciones a empuñar su lengua ante las conquistas que
harán del mundo dos siglos después.

La lengua que yo hablaba ya no cuenta


desde antes de que a la obra inconmensurable
la gente de Nemrod se hallara atenta;
porque ningún efecto razonable,
dado que el gusto humano se transforma
siguiendo al cielo, fue siempre durable
Con la naturaleza se conforma
que hable el hombre, mas déjale natura
que hable a su gusto de una u otra forma.
Antes que fuese a la infernal tortura,
I se llamaba en tierra el bien que tiene
ardiendo de alegría a mi envoltura;
y Él se llamó después: y así conviene,
porque el uso mortal fronda es fecunda
en la rama, que vase y otra viene.
Trad. Castellana de Ángel Crespo, Seix Barral, Barcelona, 1977
Texto que Adán dice en El Paraíso, XXVI, 124-138 de Dante Alighieri
(Eco, 1994: 48)
“No se trata de que la gente parezca civilizada, sino de que lo sea. Castiglione es
un campeón de la autenticidad. ‘La buena costumbre de hablar’ –dice en cierto
momento- es ‘la que nace de los hombres de ingenio, los quales con la doctrina y
esperiencia han alcançado a tener buen juizio” (Alatorre, 1995: 236). Esto a
propósito de la confianza en la lengua vulgar y de los personajes que enseñan el
buen decir de la lengua vulgar.

Es, el Renacimiento, periodo propicio para fijar la perfección de la lengua y


con ella hacer viajar los imaginarios de civilizaciones que influirán decididamente
en la arquitectura de Nuevos Mundos.
Fueron ya varios siglos, incluso anteriores a Dante en que las diversas
humanidades y las distintas lenguas trataban de consolidar su propia lengua y de
hallar en ella los fundamentos de la creación del hombre y de sus formas
primigenias de comunicación, que debieron de ser perfectas antes de la supuesta
condena caída sobre la humanidad entera desde Babel. Es entonces en un
constante refinamiento de la gramática en el que la lengua de Cervantes florece
con la especificidad de perfección que alimentará, incluso integrando vocablos
desarrollados en otras lenguas: v. gr. matalotaje (provisión de comida en una
embarcación) al francés, táutem (que es lo principal) del latín, guarentigia al
antiguo alto alemán entre otros tantos vocablos incorporados a la lengua
española, así como de variantes léxicos de las distintas regiones que ahora
constituyen la República española y que fuera, en los tiempos del Quijote, territorio
frecuentado por los personajes creados por Cervantes en sus andanzas y
aventuras: Castilla, Sevilla, Salamanca, Valladolid, Toledo,
Cervantes llama cuentos a las novelas en su prólogo, por considerar la estructura
por capítulos, que ya había probado con la inclusión de los distintos cuentos que
componen la magna obra del Quijote. Aun cuando él mismo haya advertido que
“en ningún modo podrás hacer pepitoria, porque no tienen pies, ni cabeza, ni
entrañas, ni cosa que les parezca”, sin embargo, es de pensar que la estructura de
las doce novelas guardan desarrollo desde su creación misma, o bien de su
disposición en el orden en que son presentadas, a pesar de haber sido editadas
de manera separada innumerables veces y cada una de ellas contenga un
laberinto de peripecias, de moralejas y de asuntos históricos entretejidos con las
fábulas. Como resulta evidente, en el recorrido que va de La Gitanilla al Coloquio
de los perros, las formas narrativas se complejizan, los sucesos se incrementan y
la elocuencia discursiva se perfecciona, es decir que con cada vez mayor destreza
narrativa ocurre una síntesis poética que en menor relato describirá con mayor
precisión universos abismales capaces de causar la anhelada admiración en los
lectores del siglo XVI. Así, al inicio de la lectura seguimos el hilo de un narrador
que de vez en vez hace intervenir a los personajes, los hace dialogar entre ellos,
luego realiza hipertextualidades e hipérboles de mayor elaboración hasta convertir
las novelas en deliciosas sinfonías, con la armonía perfeccionada en el transcurso
de una a otra. Esto se percibe ya desde la novela Rinconete y Cortadillo, ahí los
planos se multiplican del encuentro inicial entre los protagonistas a la observación
que hace de ellos un tercero, haciéndolos pasar a un segundo plano narrativo para
ocupar el eje central el patio de Monipodio. De la historia vagabundera de los dos
ladroncillo, pasamos a la historia de un lugar donde suceden, como en un gran
retablo, varias historias y personajes que cuentan, a su vez, sus propias historias y
las de otros. Más todavía, en el coloquio de los perros se repite toda la estructura
de las novelas en esta última narrada por el diálogo de dos perros, que versa
sobre el comportamiento paradójico y picaresco de los humanos.

DE FERNANDO BERMÚDEZ Y CARVAJAL,


CAMARERO DEL DUQUE DE SESA,
A MIGUEL DE CERVANTES
Hizo la memoria clara
de aquel Dédalo ingenioso,
el laberinto famoso,
obra peregrina y rara;
mas si tu nombre alcanzara
Creta en su monstruo cruel,
le diera al bronce y pincel,
cuando, en términos distintos,
viera en doce laberintos
mayor ingenio que en él;
y si la naturaleza,
en la mucha variedad
enseña la mayor beldad,
más artificio y belleza,
celebre con más presteza,
Cervantes, raro y sutil,
aqueste florido abril,
cuya variedad admira
la fama veloz, que mira
en él variedades mil.

A diferencia del Quijote, cuya forma y sustancia poseen una naturalidad autóctona
(Steiner, 1980: 93), la novelas ejemplares, como una serie de experimentaciones
literarias y de estructuras de figuración, adquieren una espontaneidad elaborada
para conquistar nueva realidad territorial. Esta transfiguración de la escritura será
la que a cuatrocientos años haya construido los imaginarios sociales que se han
reproducido en los nuevos escritores que “juegan con la forma, distorsionan el
tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje”
(Vargas Llosa, 2004). Por esta razón los televidentes no sólo reconocen estos
juegos de las narrativas, sino que las esperan con delirio.

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