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Miguel de Cervantes

adaptación de Agustín Sánchez Aguilar


ilustración de Nivio López Vigil
Edición no venal, 2005

Depósito Legal: B. 27. 501-2005


ISBN: 84-316-8028-8
Núm. de Orden V.V.: U-206

© NIVIO LÓPEZ VIGIL


Sobre las ilustraciones
© AGUSTÍN SÁNCHEZ AGUILAR
Sobre la adaptación y las actividades
© VICENS VIVES PRIMARIA, S.A.
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Índice

Otra vez don Quijote

Don Quijote vuelve a los caminos 5

Dulcinea no es lo que parece 16

¡Leoncitos a mí! 28

El caballo que voló a Candaya 44

Sancho Panza aprende a ser rey 58

El caballero vencido 74

Actividades 91
Don Quijote vuelve a los caminos

Hubo un tiempo ya muy lejano en el que todo el mun-


do hablaba sin parar de don Quijote. Cervantes acaba-
ba de escribir sus locas aventuras, y la gente las leyó
con enorme entusiasmo. Los mozos se llevaban el libro
a las tabernas, los criados lo hojeaban a escondidas en
las cocinas de los palacios y hasta los niños lo manosea-
ban como si fuera su juguete más querido. Y, cada vez
que Cervantes salía a pasearse, la gente le preguntaba
con mucho interés:
—¿Cuándo os pondréis a escribir la segunda parte
de Don Quijote?
«¿La segunda parte?», pensaba Cervantes. «¡No
habrá segunda parte ni aunque venga a pedírmela
el mismísimo Sancho Panza!»
Pero tanto le insistieron aquí y allá, que al final
Cervantes se dejó convencer. Así que una tarde
tomó su pluma y empezó a escribir el libro que
todos deseaban.

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Cuando los niños supieron que Cervantes estaba es-
cribiendo más aventuras de don Quijote, se volvieron
locos de felicidad. Día tras día, pasaban ante la casa
del escritor y le gritaban desde la calle:
—¡Señor Cervantes, señor Cervantes, decidnos
qué le pasa a don Quijote en la segunda parte!
A lo que Cervantes respondía desde su escritorio:
—¡Tened paciencia, que pronto lo sabréis!
Pero los niños no podían aguantar la curiosidad.
Querían conocer cuanto antes las nuevas aventuras de
don Quijote, y estaban tan impacientes que andaban
enfurruñados todo el día. De modo que una noche, sin
pensárselo dos veces, se metieron en bandada en casa
de Cervantes, rodearon su cama por todos lados y anun-
ciaron con voz decidida:
—¡O nos contáis qué le pasó a don Quijote o no dor-
miréis en toda la noche!
Cuando el bueno de Cervantes vio su aposento lleno
de niños, pensó por un momento que estaba soñando.
Había trabajado mucho durante todo el día y se sentía
muy cansado porque ya era un hombre viejo: más viejo
aún que el propio don Quijote. Pero ¿cómo iba a decir-
les a aquellos niños que se fueran? Aun-
que había llevado una vida muy dura,
Cervantes tenía un corazón muy blando. Así que se le-
vantó de la cama, se calzó sus viejas pantuflas, salió del
cuarto poquito a poco y se sentó ante el fuego que ardía
en la chimenea. Y, rodeado de niños por todas partes,
comenzó a decir:
Ya sabéis que don Quijote regresó a su casa en una
jaula. El pobre iba tan aporreado y dolorido que tuvo
que pasarse un mes en la cama, pues no tenía fuerzas
ni para mover un dedo. Por fortuna, su criada lo mimó
como a un hijo: le daba ocho huevos al día para que re-
cobrara el color de la cara, lo tapaba hasta los bigotes
para que no se resfriase y le limpiaba las orejas con
copos de algodón para sacarle el polvo de los caminos.
Es decir, que sólo le faltaba cantarle una nana de vez
en cuando para que se durmiera a pierna suelta.
Gracias a aquellos cuidados, don Quijote empezó a
mejorar. Un día, el cura y el barbero fueron a visitarlo,
y don Quijote habló con tanta sabiduría de las cosas de
la vida, que la criada comenzó a gritar:
—¡Mi amo ya no está loco, mi amo ya no está loco!
Pero no sabía la pobre lo equivocada que estaba. Por-
que, de pronto, el cura mencionó al caballero Amadís de
Gaula, y entonces don Quijote dijo:
—Pues yo soy mejor caballero que el mismísimo Ama-
dís, porque una vez maté a más de tres mil gigantes en
una sola mañana.
Cuando el cura y el barbero salieron de la casa, iban
tan tristes que daba lástima verlos.
—¡El señor Alonso sigue tan loco como antes! —se la-
mentaban—. Y lo peor es que el día menos pensado se
escapará otra vez de casa para vivir nuevas aventuras.

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Aquella misma mañana, don Quijote recibió otra
visita. Era el bueno de Sancho Panza, que venía a ver
a su amo. Pero, cuando estaba a punto de entrar en
la casa, la criada se le plantó delante de la puer-
ta y comenzó a gritarle:
—¡De aquí no pasas, maldito Sancho Panza,
que tú eres el que vuelves loco a mi señor y lo
llevas de aquí para allá para que me lo dejen molido
a palos!
—En eso andáis muy equivocada —soltó Sancho—,
porque fue don Quijote quien me dijo: «Vente conmi-
go, que antes de tres días te haré rey». Y sin embar-
go aquí sigo, tan pobre como nací, sin más corona
que mi sombrero de paja ni más criados que las
cabras de mi corral. Así que dejadme pasar,
que vengo a reclamar lo que es mío.
—¿Es que no me has oído, pelagatos? ¡Te
he dicho que te vayas ahora mismo a tu casa!
Los gritos eran tan grandes, que don
Quijote acabó por oírlos, y entonces le dijo
a la criada:

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—Deja entrar al bueno de San-
cho Panza, que es el mejor escu-
dero del mundo.
Así que la pobre mujer no tuvo más
remedio que apartarse. Sancho subió
entonces al aposento de su amo dándose
tanta importancia como si fuera un marqués.
—Dígame, señor —le preguntó a don Quijo-
te—, ¿cuándo saldremos otra vez a buscar aventu-
ras? Lo digo porque me gustaría ser rey antes de
hacerme viejo. Y, si es que no tiene ningún reino a
mano, apáñeme al menos un condado, que, cuando
se tiene sueño, ningún colchón parece pequeño.
Don Quijote respondió que el reino de Sancho es-
taba al caer, y luego se puso a hablar con mucho en-
tusiasmo sobre las cosas de la caballería.
—¿Sabes que el gigante Tripablanca era más
alto que las nubes? —decía—. ¿Y que el ma-
go Merlín se convertía en pájaro cuando
le venía en gana para mirar el mundo des-
de el cielo?

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En eso estaban cuando, de repente, alguien entró en
el cuarto veloz como un rayo.
—¡Oh grandísimo don Quijote de la Mancha —venía
diciendo—, dejad que bese vuestras santas manos, por-
que sois el caballero más valiente del mundo!
El que daba aquellos gritos era un bachiller que vi-
vía en el pueblo, pasaba de los veinte años y se llamaba
Sansón Carrasco. Tenía la boca enorme, los ojos muy
vivos y una cara redonda como la luna llena. Y en la al-
dea todo el mundo lo conocía por dos cosas: era más lis-
to que el hambre y le encantaba gastar bromas.
—¿Sabéis lo que he visto en Salamanca? —dijo—.
Pues ni más ni menos que un libro titulado Don Quijote
de la Mancha que explica con pelos y señales todas vues-
tras aventuras. Y lo mejor es que está gustando tanto
que no hay nadie en toda España que no lo haya leído.
Don Quijote se sintió tan orgulloso que sus ojos brilla-
ron como estrellas.
—¿No te decía yo, amigo Sancho —exclamó—, que
algún día sería el caballero más famoso del mundo?
—¿Y hablan de mí en ese libro? —preguntó Sancho.
—Claro que sí —respondió el bachiller—. El autor ex-
plica una por una todas las palizas que os dieron por

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esos mundos de Dios. Y ha prometido que, en cuan-
to encuentre algo nuevo que contar, se pondrá a
escribir la segunda parte de vuestra historia.
—Entonces saldremos cuanto antes a buscar
aventuras —concluyó don Quijote—, para
que a ese grandísimo historiador no se le
seque la pluma lejos del tintero.
—¡Ay, Dios mío, que nos vamos otra
vez a visitar castillos y matar gigan-
tes! —dijo Sancho loco de alegría—.
¡Vamos a vivir tantas aventuras
que harán falta más de quinientos
libros para contarlas todas!

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Cuando salió de la casa de don Quijote, Sancho iba
tan contento que caminaba por la calle hablando solo:
—¡Ahora mismo me voy a buscar a mi Teresa para
decirle que en menos de dos días será reina! A mi hija
Mari Sancha la voy a casar con un conde de esos que se
perfuman hasta las uñas de los pies. Y a mi Sanchico le
compraré una capa de seda tan vistosa que cuando lo
vean por la calle le dirán a gritos: «¿Adónde va el señor
principe tan peripuesto?».
Don Quijote y su escudero salieron de la aldea a los
tres días, en plena noche para que nadie los viese. San-
cho iba tan feliz que tenía que sorberse las lágrimas.
—¡Que tiemblen los gigantes —decía—, porque les
vamos a saltar las muelas en un visto y no visto!
La que no estaba tan contenta era la criada de don
Quijote. Porque, cuando descubrió que su amo se había
marchado, estuvo a punto de morirse del susto. Comen-
zó a sudar como si tuviera fiebre y le entró tal temblor
en las piernas que las rodillas le castañeteaban.
«¡Todo esto ha sido culpa de Sansón Carrasco!», se di-
jo. Así que fue a buscar al bachiller y empezó a gritarle:
—¡Mi amo se ha escapado otra vez, y ha sido por
vuestra culpa! Como le contasteis lo del libro, le ha
vuelto a entrar el gusanillo de las aventuras…
—Calmaos, señora —dijo el bachiller—, que todo lo
hice a propósito. Llevo días tramando un plan para que
vuestro amo se cure de su locura, y el primer paso con-
siste en que don Quijote vuelva a los caminos. Veréis: lo
que tengo pensado es que…
Supongo que queréis saber lo que había tramado
Sansón, pero tendréis que tener paciencia, pues ya os lo
contaré a su debido tiempo. Era un plan tan ingenioso
que os maravillará, así que seguid escuchando con
atención, que donde menos se piensa salta la liebre.
Miguel de Cervantes
adaptación de Agustín Sánchez Aguilar
ilustraciones de Nivio López Vigil

¡Que tiemblen los gigantes y los dragones, porque don


Quijote y Sancho andan buscando nuevas aventuras!
Les esperan un león malcarado, unas damas barbudas,
un caballo volador y un reino en el que todo son proble-
mas. Pero lo más asombroso es que un brujo malvado ha
convertido a la hermosa Dulcinea en una fea aldeana
que apesta a ajos podridos. ¿Logrará don Quijote desen-
cantar a su princesa? ¿Volverá Dulcinea a oler como
Dios manda? La respuesta a esas preguntas se encuen-
tra en Otra vez don Quijote, un libro donde todo parece
posible y donde las risas no se acaban nunca.

Tras Érase una vez don Quijote, Agustín Sánchez


Aguilar recrea ahora la segunda parte del Quijote con
un estilo dinámico, accesible y cargado de ironía. Su tra-
bajo se completa con las espléndidas ilustraciones de
Nivio López Vigil, que retratan a la perfección el mun-
do loco y entrañable de don Quijote y Sancho.

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