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Senderos mexicanos.

Una visión
retrospectiva de la educación
1821-2016
Asignatura: Enfoques Filosóficos de la Educación

Titular: Dr. Enrique Reyes Chávez

Presenta: Fernando Herrera


Senderos mexicanos. Una visión retrospectiva de la educación

La Pedagogía del oprimido, deja de


ser del oprimido y pasa a ser la
pedagogía de los hombres en
proceso de permanente liberación.
Paulo Freire.

Introducción

La educación mexicana ha transitado por un tortuoso sendero de altibajos que nos


ha conducido, como en un cuento de hadas, a diversos universos psicológicos,
pedagógicos y filosóficos. La historia de la educación en México se asemeja a una
pasarela por donde deambulan los diversos modelos, en boga, en el panorama
internacional. De esta manera, los gobiernos en turno los han asumido, y aplicado,
sin conciencia del estado que guarda la realidad económica, social y cultural de
nuestra población. Ésta ha sido, durante décadas, la estrategia mexicana para
satisfacer las necesidades de instrucción de los mexicanos.

No se dejan de lado los grandes esfuerzos de magníficos estadistas e


intelectuales que han contribuido a llevar a nuestra nación hacia el plano de la
organización y sistematización de la tarea educativa. Pero, en lo general, todo
parece mostrar el imperio de la improvisación, la inmediatez y la politización del
hecho educativo. Es verdad que se ha avanzado en la fundación de instituciones y
organismos, así como en la formulación e implementación de planes, programas,
métodos y recursos técnicos que han incrementado la eficiencia del servicio
educativo, sin embargo, el ideal de calidad prescrito en el texto constitucional aún
está lejos de alcanzar. En el presente trabajo se describen algunas de las fases
más importantes del recorrido de la educación de nuestro país, tras concluir el
periodo virreinal.

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Desarrollo

Luego de la gesta por la independencia de México, en 1821, el país debió dedicar


mucho tiempo a la reconstrucción social y económica. El nuestro, era un pueblo
que vendía algunas materias primas y compraba diversos productos
manufacturados. Las comunicaciones en el territorio eran precarias, el cobro de
impuestos era, prácticamente, nulo, y no se podían cubrir los gastos del aparato
gubernamental. En estas condiciones, lo más urgente no fue, por supuesto, la
educación. El pensamiento de los políticos de la época estaba puesto en sacar a
flote a la nación, y la única manera de hacerlo era mediante la obtención de
préstamos internacionales.

En este titánico esfuerzo participaron dos principales grupos: liberales y


conservadores. Los primeros, representados por gente de modestos recursos,
algunos abogados y el bajo clero, entre otros. Los liberales seguían el modelo
norteamericano de la libertad, basada en la modernidad y en los postulados de la
Ilustración, y trataban de emular los principios emanados de la Revolución
francesa. Los conservadores, por su parte, incluían personas con grandes
recursos económicos, así como miembros del ejército, terratenientes, etcétera. El
partido conservador era el partido del orden, de la tradición religiosa, de la familia,
la propiedad, la autoridad, la libertad nacional, la monarquía. La preocupación por
el tema educativo, en ambos bandos, era genuina, sin embargo, sus profundas
diferencias ideológicas les impedían ponerse de acuerdo con respecto a la forma
que debía tomar la enseñanza, en el marco de la independencia política. Para
1824, las discusiones se centraban en el papel de la iglesia y el estado en el
ámbito educativo. Los conservadores pugnaban por un enfoque religioso y los
liberales debatían la injerencia del estado. Más tarde, estos últimos optaron por
aceptar la rectoría estatal a fin de sacudirse la intervención clerical.

El modelo educativo, producto de tan contradictorias posturas, desembocaría,


décadas más tarde, en complejas problemáticas nacionales. Semejantes

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doctrinas, opuestas y amalgamadas en un sistema educativo emergente,


constituyeron la causa y el efecto de la idiosincrasia mexicana del siglo XIX, que
se proyecta hasta nuestros días. El perfil del pueblo mexicano es descrito por
Blanco White (1775-1841) como un individuo incapaz de asumir una
responsabilidad moral. Los nativos americanos (criollos e indígenas)
acostumbrados, por años, a observar gobiernos que se servían de sus
gobernados para el beneficio propio, no acertaban a dilucidar el mal moral en
estas acciones, las cuales reprodujeron en su vida diaria. La verdad y el honor, en
labios de supuestos caballeros, se convertían en palabras vacías para el pueblo.
O’Gorman (1977) señala que el discurso ampuloso de nuestros días, que pretende
disimular las verdades evidentes, proviene de los sermones grandilocuentes,
usuales en el virreinato. En este escenario destacan los pensamientos de Lorenzo
de Zavala, José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, quienes consideraban
que la enseñanza no debía circunscribirse únicamente a la lectura y la escritura,
sino que debía trascender al plano de la formación moral y política, acorde con el
sistema adoptado por la nación mexicana.

Cordero y Torres señala que, para este momento, se habían establecido


numerosas escuelas primarias que empleaban el sistema lancasteriano. Éstas
fueron fundadas por Manuel Codorniu, Agustín Buenrostro, Eulogio Villarutis,
Miguel Fernández Aguado y Eduardo Turreau, durante el gobierno de Agustín de
Iturbide. Aquí se impartían: lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana,
durante una jornada de siete horas. El método que empleaban se basaba en la
enseñanza a cargo de los alumnos más avanzados. Se priorizaba la higiene y se
otorgaban premios y castigos, inclusive corporales. La enseñanza de la escritura
iniciaba con las letras más fáciles (I, H, T, L, E, F) y se continuaba con las más
difíciles: las angulosas (A, W, M. N) y las curvas (O, U, J). (Aguilar Alcaraz, s/a)

Este método tiene como sustento filosófico la doctrina del utilitarismo de Jeremy
Bentham y John Stuart Mill. En esta corriente de pensamiento influye el empirismo
inglés de Locke y Hume, así como de algunos ilustrados franceses como: Claude-

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Adrien Helvétius, Francis Hutcheson, Cesare Beccaria y Joseph Priestley.


Bentham afirma que el ser humano actúa con base en el principio de la felicidad
máxima. De esta manera, orienta todas sus acciones privadas y públicas, ya sea
de la moralidad individual o la legislación política o social. Por ello, una acción es
correcta si resulta útil para alcanzar la mayor felicidad posible. (Sánchez-Migallón,
s/a)

Más adelante, en el año de 1933, Valentín Gómez Farías ocupa la presidencia de


la República, de manera interina, e intenta imponer el proyecto educativo liberal
que propugnaba por la formación de ciudadanos que, imbuidos por un profundo
sentimiento nacionalista, estuvieran aptos para el ejercicio de la democracia, así
como para la defensa del territorio nacional. El 23 de octubre expidió una ley que
establecía la libertad de enseñanza, lo cual dividió y desorientó a las escuelas,
que se hallaban en manos de la iglesia, y abría el camino para el control estatal de
la educación. (Meneses, 1998)

El sistema educativo mexicano estaría regido, en este periodo, por una Dirección
de Instrucción Pública para el Distrito y Territorios Federales. Además, se hizo
necesaria la creación e implementación de un catecismo político y se destacó la
importancia de símbolos como la bandera y el Himno Nacional. De esta manera, la
educación sería la encargada de acentuar, transmitir y perpetuar la identidad del
mexicano. (La educación en México 1824-1876). Las reformas se aplicaron a los
tres niveles: primaria, secundaria y educación superior, causando un mayor
impacto en esta última por impactar la Real y Pontificia Universidad de México. El
liberalismo, a ultranza, de Gómez Farías provocó fuertes protestas y lo obligó a
salir del país (Estrada y Mariscal, 2010). Aquí se puede notar la enorme influencia
de las grandes figuras del racionalismo y la ilustración en el liberal mexicano,
desde Descartes, hasta Voltaire, pasando por Hobbes, Rousseau y Spinoza. Este
último sostenía que “un hombre libre es el que vive conforme sólo con los dictados
de la razón” (F.A. Hayek)

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Pocos años después, en 1867, Gabino Barreda pronunció, en Guanajuato, su


célebre Oración Cívica, que llegó a oídos del presidente Juárez impresionándolo
vivamente. Barreda había sido discípulo de Augusto Comte, en Francia, y, por
ende, formado en la doctrina del positivismo. Para Barreda, la historia de México
no puede estar sujeta a los vaivenes del azar, sino encauzada por la ciencia que
explique los hechos pasados y logre prever los acontecimientos por venir. Según
él, la educación era el medio seguro para armonizar la libertad con la concordia y
el progreso con el orden. El término positivismo fue acuñado, en el siglo XIX, por
Comte para señalar la realidad a través del conocimiento científico y el control de
las fuerzas naturales. Los postulados de Comte fueron adaptados y desarrollados,
más tarde, por los filósofos británicos John Stuart Mill y Herbert Spencer, y por el
austriaco Ernst Mach.

En México el positivismo encontró tierra fértil, pues el país requería, urgentemente,


de organización y progreso. Barreda afirmaba que, el orden intelectual, que el
positivismo implicaba, constituía la llave del orden moral y social que los
mexicanos necesitaban. No obstante, esta conceptualización se enfrentaba con un
serio obstáculo: la libertad, o liberalismo, de las décadas precedentes. Sin
embargo, el pensador mexicano encontró una fórmula para resolver el problema.
Determinó que la libertad consiste en que todos los fenómenos se deben de
sujetar a las leyes naturales, estableciendo, de esta manera, que las leyes
sociales se derivan del orden natural, en un estilo muy positivista. Empero, tal
apretado sincretismo de conceptos no resistió el paso, ni el peso, de los tiempos,
como se pudo constatar años más tarde.

El positivismo de Barreda extendió su influencia hasta el Porfiriato, pero se


combinó con las influencias educativas de Pestalozzi, Fröebel y Herbart, que
preconizaban un enfoque educativo eminentemente social. La educación es
concebida, entonces, como el desarrollo de las aptitudes humanas, a las que el
pedagogo suizo denominó educación elemental, es decir, el surgimiento armónico
y natural, de todas las capacidades humanas esenciales, las cuales se desvelan

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con la actividad de tres principales regiones corporales: la cabeza, el corazón y las


manos; lo que apunta hacia una concepción de las esferas: afectiva, física y
cognitiva. Este constructo tripartita transitará y subsistirá hasta el siglo XX
impregnando los modelos educativos de diverso origen y autoría.

La pedagogía de Pestalozzi destacaba como objetivo primordial el respeto hacia el


desarrollo del niño, de manera que se pudiera lograr una educación integral
fundamentada en el juego, la exploración y la observación realizada por el propio
infante, a fin de descubrir y aprender por sí mismo. El sistema de este pedagogo
recibió influencia del empirismo inglés, así como de la filosofía de Kant, en lo
relacionado con los fines morales. Pestalozzi afirmaba que “El hombre no llega a
ser hombre sino por medio de la educación” (Latorre, 2009)

Ya durante el amplio periodo de gobierno de don Porfirio Díaz, el Ministro de


Justicia e Instrucción, Joaquín Baranda, llevó a cabo dos congresos de maestros,
pedagogos, intelectuales y autoridades del ramo. Los resultados de estos
congresos se concretaron en la Ley de Instrucción Obligatoria de 1888. Asimismo,
en 1905, el régimen del dictador fundó la Secretaría de Instrucción Pública y
Bellas Artes, dirigida por Don Justo Sierra y, para 1910, inició actividades la
Universidad Nacional de México. No obstante, la educación en el campo se
hallaba sumamente desprotegida. Las únicas escuelas que funcionaban,
medianamente, estaban en las haciendas y los pueblos, en los cuales la población
trabajaba en condiciones inhumanas, de manera que los procesos de instrucción
no tuvieron impacto en esos estratos sociales.

La desigualdad generada por la dictadura porfirista devino en la gesta


revolucionaria de 1910. El héroe de Tuxtepec había prometido, en varias
ocasiones, que dejaría el poder y convocaría a lecciones libres sin cumplirlo. El 20
de noviembre de 1910, Francisco I. Madero proclama el Plan de San Luis Potosí,
iniciando una cruenta lucha armada entre diversos actores que aspiraban a un
nuevo orden político y social. En plena lucha revolucionaria aparecen

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preocupaciones por el aspecto educativo. Salvador Alvarado demandó la


fundación de una escuela rural pública que coadyuvara a mejorar las condiciones
de vida del pueblo mexicano. Esta petición tuvo como corolario la creación de la
Escuela Rural de Yucatán. Asimismo, Carranza convocó al Congreso
Constituyente con la finalidad de elaborar la Legislación Educativa para escuelas
primarias oficiales, la cual debía regirse de acuerdo con los principios de la
libertad de enseñanza, así como la gratuidad, la obligatoriedad y la laicidad
(Araujo, Sandra, s/a) que se cristalizaron en el artículo 3.o de la Constitución de
1917.

Los postulados educativos del Congreso Constituyente originaron múltiples


protestas. Sin embargo, es en este momento crítico, cuando aparece la figura de
José Vasconcelos. Con influencia platónica y las nociones de estética, obtenidas
por la lectura de Lunatcharsky, impregna su mandato, como Secretario de
Educación Pública, de una exaltación de las artes del espíritu, las cuales
constituyen un factor primordial en su propuesta educativa. El flamante Secretario
de Educación fundamenta su obra en un símbolo de identidad que llamó la “Raza
Cósmica”. Elaboró un concepto de mexicanidad y nacionalismo integrando las
herencias indígenas y prehispánicas, y diseñó un plan de instrucción denominado
“Alfabeto, pan y jabón”, con el cual emprendió su cruzada por la reconstrucción
social, cultural y económica del país.

Vasconcelos esbozó la tesis de que el arte propicia una combinación de


elementos diversos que se combinan en forma no intelectual, sino armónica y
estética, los cuales tienden a producir efectos vinculados y perfectamente
inteligibles, a la par que sensibles, y que no tienen que ver en lo absoluto con las
conclusiones lógicas de la mente. El pensamiento de Vasconcelos preconiza, de
alguna manera, las teorías del funcionamiento de la mente, en sus diversas
expresiones, que se desarrollarán a lo largo del siglo XX y, por ello, se yergue
como una figura premonitoria de las ideas pedagógicas que le procedieron.

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El legado de Vasconcelos comprende, asimismo, la puesta en marcha de la


Escuela Rural Mexicana y las Misiones Culturales, que se convirtieron en el
semillero de maestros y gestores culturales a lo largo y ancho de la República
Mexicana. Su postura filosófica se desarrolla en contraposición del positivismo y
asienta sus raíces en las ideas de Bergson, en el espiritualismo y el vitalismo, que
niegan la doctrina de la reducción naturalista positiva la cual convierte al hombre
en un prisionero de las leyes biológicas.

Posterior a la formidable empresa vasconcelista, llegan los ecos de la Revolución


bolchevique. La doctrina comunista de Marx se infiltra en la Rusia zarista
provocando su derrocamiento. En México, en 1934, arriba, por la vía electoral, el
primer presidente sexenal, el Lic. Lázaro Cárdenas del Río. Durante su mandato
fueron tomados en cuenta el campesino y el obrero, así como todos los grupos
sociales, con sus derechos y necesidades, como producto de la influencia
socialista soviética.

Ignacio García Téllez, el Secretario de Educación del gobierno cardenista


afirmaba que la educación estaría orientada hacia las clases campesinas y
obreras, relacionada con los problemas del contexto, así como con las
necesidades y anhelos del proletariado, y de acuerdo con el progreso técnico, a fin
de alcanzar la socialización de la riqueza, de manera que escuela deviniera en
una institución formadora de trabajadores, no solo manuales, sino, también,
intelectuales. La escuela socialista aspiraba, de este modo, a mejorar las
condiciones de vida de los trabajadores y a aumentar el bienestar de los
mexicanos. (Lázaro Cárdenas y la educación socialista en México, 1934 -1940).

Como doctrina, la teoría marxista sostiene que el estado constituye una


maquinaria coercitiva destinada a mantener la explotación de una clase sobre otra.
La aspiración comunista es destruir el estado y derecho burgueses y sustituirlos
por la dictadura del proletariado, como etapa política de transición, e instalar la
sociedad comunista, es decir establecer el Estado, con el proletariado como clase

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dominante. La finalidad de la revolución comunista es instaurar una sociedad sin


clases. Sin embargo, en México, las ideas del filósofo alemán sólo adquirieron
tintes, notoriamente, populistas, por la manera en que sugieren un aparente
acercamiento para con los trabajadores y que apuntan, francamente, hacia fines
más políticos que sociales.

A la letra, el artículo 3.o Constitucional, reformado en 1934, decía:

La educación que imparta el estado será socialista y además de excluir toda


doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela
organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la
juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social. (Diario
Oficial de la Federación, 1934)

Las herramientas empleadas fueron los libros de texto, los cuales contenían
información relativa a la doctrina marxista. Éstos se centraron en retratar a las
familias campesinas y a la clase trabajadora. La música y las artes plásticas se
inspiraron en la historia popular de la lucha por la libertad y reflejaron la cultura de
la vida cotidiana. Los corridos exaltaron el heroísmo de Zapata y los episodios de
las huelgas obreras se divulgaron entre los maestros y aparecieron en los
festivales patrióticos, lo mismo que numerosas danzas folclóricas.

A partir de 1940 la educación mexicana tomó un rumbo diferente del sexenio


cardenista. La política nacional se alejó del ideal agrario y se enfocó en el
desarrollo industrial. La mirada estaba puesta en la instrucción urbana y en los
estudios técnicos superiores. México pasó, de ser un país libre y libertador, a uno
protector y sometedor. Los presidentes, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán
Valdés, fueron los que impulsarían la política educativa de la producción a través
de la “Escuela de la Unidad Nacional”, que, hipotéticamente, cimentaría la
democracia e industrialización de México.

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Cuatro corrientes de pensamiento fundamentan la pedagogía de este periodo: el


pragmatismo de Dewey, la escuela reformadora, de Alfred North Whitehead, la
escuela científica realista de Claparede y Piaget y la reconstruccionista social de
Marx, Lenin y Makarenki, desarrollada por Natorp y Kerschensteiner. La primera y
la última son las que ejercieron mayor influencia en la educación mexicana en esta
etapa. John Dewey proponía una escuela en donde el aprendizaje se diera según
los intereses del niño, de forma libre y práctica. Natorp aseguraba que la
educación tiene como propósito primordial ayudar al educando a asimilar el mundo
objetivo y los valores que conforman la cultura de su tiempo. Kerschensteiner es el
creador de la pedagogía activa y de la escuela del trabajo; afirmaba que la teoría
emerge de manera natural, a partir de la práctica, y que ambas se hallan
vinculadas estrechamente.

Durante este periodo el ministerio de educación tuvo cuatro titulares: Luis Sánchez
Pontón, Octavio Véjar Vázquez, Jaime Torres Bodet, y Manuel Gual Vidal. Uno de
los problemas cruciales en el momento histórico lo constituían los programas de
estudio que se consideraban vitales para conseguir la anhelada unidad nacional.
Para ello, Torres Bodet creo la Comisión Revisora y Coordinadora de los Planes
Educativos y Textos Escolares. Bodet aseguraba que la primera norma de la
educación era constituirse como una doctrina constante de paz, la segunda como
un puente para la democracia y la tercera un cimiento para la justicia. (Sánchez,
Ariadna, 2008)

Por otra parte, el gobierno de Miguel Alemán puso su confianza en el concepto de


igualdad ciudadana. Hacía hincapié en la modernización del campo y en la
industrialización del país. En este sexenio, Manuel Gual llevó las riendas de la
Secretaría de Educación Pública y, apoyado por Francisco Larroyo, brindó a la
institución una importante plataforma filosófica. Ambos insistían en orientar la
educación hacia la actividad productiva del país y vincularla con las tareas
nacionales. Para ello, hicieron énfasis en la llamada “pedagogía social”, la
“escuela productiva” y en el concepto “aprender haciendo” de Dewey.

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No obstante los logros de la nación mexicana, en materia de educación, hasta la


primera mitad del siglo XX se percibía, aún, un gran atraso. El número de
analfabetas llegaba a los 10 millones, más de 3 millones de niños no asistían a la
escuela y la eficiencia terminal era del 16 % a nivel nacional, y en el medio rural
era del 2 %. Además, la escolaridad promedio de la población adulta era de 2
años y, asimismo, 27 mil maestros ejercían sin título.

En 1958 asumió la presidencia de la República Mexicana el Lic. Adolfo López


Mateos y nombró como Secretario de Educación a Jaime Torres Bodet quien, en
este segundo periodo, al frente de la Secretaría de Educación Pública (SEP), ante
la imposibilidad de formular un plan general que abarcara todos problemas del
sistema educativo, se decidió por solucionar el problema desde sus inicios. Diseñó
el Plan Nacional de Expansión y Mejoramiento de la Enseñanza Primaria, que
tenía como propósito garantizar, en un plazo de once años, la enseñanza
elemental para todos los niños entre los 6 y los 14 años que tuvieran posibilidad
efectiva de asistir a la escuela y que no la recibieran, ya fuera por falta de aulas,
de grados escolares, de maestros o por cualquier otra razón. El Plan de Once
Años constituyó, de esta manera, el primer intento por planificar la educación
mexicana a largo plazo. (Plan de 11 años-Jaime Torres Bodet, s/a)

Torres Bodet se calificaba a sí mismo como escéptico en cuestiones de índole


religiosa, decía que si la tradición greco-latina había inspirado la inteligencia
humana, la filosofía piadosa del cristianismo había abrigado la moral. Su visión del
mundo se fundamenta en un naturalismo pragmático, por lo cual se explica los
fenómenos físicos y espirituales, ajenos a una causa todopoderosa. Para él
hombre se halla dentro de estos fenómenos, así como la experiencia del propio
yo. La capacidad de aprender, se basa específicamente en el conocimiento, el
cual depende de la intuición y de las pruebas empíricas. Bodet concibe al
“hombre cabal” como una síntesis de la cultura general y el avance técnico; como
una síntesis personalizada de la cultura, en un espacio y tiempo determinados, y

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con la posibilidad de realizar una aportación positiva a la evolución de la


humanidad. El ideal humanista universal, del “hombre cabal” de Bodet, se
trasladará a sus propuestas educativas como el “mexicano ideal” y del “ciudadano
del porvenir”. (Latapí, Pablo, 1992)

El periodo posterior abarca el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, durante el cual


se llevaron a cabo importantes avances en materia educativa. En el marco de una
política de reforma se llevó a cabo una considerable expansión y diversificación de
los servicios educativos. Se multiplicaron las instituciones en todo el país, se
modificaron los planes y programas de estudios de primaria y secundaria, se
editaron nuevos libros de texto de primaria y se promulgaron nuevas leyes
educativas.

Entre 1973 y 1974, se inició el proceso de descentralización estableciéndose


nueve unidades regionales y 37 subunidades en el país con el propósito de
coordinar eficaz e integralmente el sistema educativo. Sin embargo, un problema
no menos importante de este gobierno se centró en la rigurosa imposición de una
“identidad nacional” a través de una cultura de la mexicanidad y con los libros de
texto adecuados como bandera, lo cual demostró la faz intervencionista
directamente abierta del Estado que pretendía ideologizar a la población a través
de la educación básica y media básica.

Más adelante, con José López Portillo se elaboró el Plan Nacional de Educación
que consistía en un diagnóstico y en un conjunto de programas y objetivos. En
1978 se declaró como prioritaria la educación preescolar y se creó la Universidad
Pedagógica Nacional. En este sexenio se notan los bajos índices de eficiencia en
la educación primaria y la desigualdad de oportunidades para la población. En el
Plan Nacional de Educación se incluyó, asimismo, un programa para elevar la
calidad de la educación normal con metas precisas con respecto a su crecimiento.

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Entre los principales problemas de la educación nacional, se encontraban seis


millones de adultos analfabetas, 13 millones de adultos que no terminaron la
primaria, 1.2 millones de indígenas que no sabían hablar español y el reporte,
cada año, de 200 mil jóvenes que llegaban a los 15 años siendo analfabetas. Esta
situación nos calificó como una población con una escolaridad de tercer grado de
primaria.

En la administración de Miguel de la Madrid Hurtado los proyectos para la


educación básica comprendieron: la integración de la educación preescolar,
primaria y secundaria en un macrociclo de educación básica, la formación de
profesores de educación normal, la formación de directivos de planteles escolares,
el autoequipamiento de los planteles educativos, y el mejoramiento de la calidad
de la educación bilingüe y bicultural.

En 1983 el presidente presentó el “Programa Nacional de Educación, Recreación,


Cultura y Deporte” en el que sobresalía como principal política para mejorar la
educación: brindar un año de educación preescolar, mínima, para todos los niños
mexicanos. Asimismo, este programa introdujo el concepto de calidad como un
elemento central para consolidar la política educativa, lo cual estableció una
diferencia importante en relación con los gobiernos anteriores que solamente se
habían preocupado por la capacidad física del sistema educativo, poniendo a un
lado la calidad.
En términos generales puede afirmarse que, los años setentas, representan un
momento histórico en el que la educación se halla al servicio de la recuperación de
la legitimidad del régimen, mediante distintos mecanismos de aparente apertura
democrática y desarrollo, utilizando reformas que procurarían armonizar la
innovación con la vanguardia intelectual progresista. Todo pareciera indicar que el
país y la educación efectuaran una desaforada carrera con el objeto de alcanzar
los estándares de crecimiento internacional que se configuraron en la época. Fue
como si el Estado hubiera querido impedir, por todos los medios, que el rezago
cundiera en el territorio y ahogara los objetivos del desarrollo nacional. Sin

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embargo, los problemas económicos, derivados de la inadecuada administración


evidenciaban una grave contradicción entre el discurso y las acciones políticas. No
parecían coincidir las metas planteadas con los mecanismos de ejecución. (Arnaut
y Giorguli, 2010)

En los años noventa, la reforma educativa llevada a cabo, debe entenderse sobre
la base del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica,
lanzado por el presidente Carlos salinas de Gortari, que constituye un intento por
aglutinar la innovación educativa con gobernabilidad, a fin enfrentar los grandes
retos de la calidad y la equidad educativa en el país. De esta manera la SEP
empleó los mecanismos de control pedagógico que le eran propios y los orientó
tanto hacia la innovación educativa, como hacia un esquema compensatorio para
atender la desigualdad educativa.

También se llevó a cabo, en este periodo, la reforma de los planes y programas de


estudio de educación primaria y secundaria, que no habían tenido mayor
modificación desde 1972 y 1974, respectivamente. De la misma forma, se asumió
que la educación básica había evolucionado, lo mismo que los desafíos a
enfrentar. Por ello, en el marco de las reformas al artículo 3º constitucional y la
promulgación de la Ley General de Educación en 1993, la educación básica
debería estar constituida por diez grados, de los cuales, nueve eran obligatorios,
es decir, los correspondientes a la educación primaria y secundaria.

Igualmente se determinó que la educación básica se enfocaría en el desarrollo de


nuevas competencias, actitudes y valores. En este panorama, la nueva currícula
retorna a la estructura de asignaturas, en sustitución de las áreas que se habían
introducido en educación primaria y secundaria durante los años setenta.

El gobierno salinista adoptó, en 1991, lo que denominó liberalismo social, que se


encaminaría a buscar el bienestar popular, para que no solo los poseedores de
capital se beneficiaran por el nuevo modelo económico. Pero, aunque en el

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discurso parecía que existía una verdadera preocupación por extender los
beneficios económicos, educativos y culturales a todo el pueblo, en la práctica, la
aplicación de este modelo generó lo contrario y preparó al país para ingresar en
un contexto de competencia internacional para el cual no existían las condiciones
adecuadas. Esto nos precipitó hacia un escenario que reveló, en las siguientes
décadas, las grandes insuficiencias de la población. Mostró a propios y extraños
que en el país había dos clases de mexicanos los que viven en el primer mundo y
el resto.

Un hito de importancia capital, en la década de los noventa, lo representa el


ingreso de México a la Organización para el Desarrollo y la Cooperación
Económica (OCDE) el 18 de mayo de 1994, pues significa un hecho que marcaría
al país en todos los ámbitos de su acontecer. Para muchos este suceso significó la
entrada al club de los países ricos, una organización muy apropiada para las
minorías pudientes y no para las mayorías populares de México. Se cernía sobre
el territorio la sombra del paradigma opresor de la gestión.

El nuevo siglo, trajo consigo, para nuestro país un cambio político de inusitada
magnitud. Pues luego de casi setenta años de predominio priista, la Presidencia
de la República fue conquistada por el Partido Acción Nacional, con Vicente Fox
Quezada a la cabeza. Este escenario de alternancia política provocó diferentes
expectativas en las áreas de la política, la sociedad y la educación.

El gobierno del Fox, en el terreno curricular, planteó la necesidad de la reforma en


preescolar y secundaria. Pero una de las innovaciones de su administración
consistió en la introducción del Programa Escuelas de Calidad (PEC), que tuvo
como objetivo la evolución del patrón tradicional de administración del sistema
educativo, que transitó de un tipo burocrático, central y vertical hacia un modelo
de gestión basado en la supuesta autonomía de las escuelas.

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Es preciso subrayar que el gobierno del presidente Fox, como se ha mencionado


anteriormente, constituyó un parteaguas, político y educativo en México, pues es
durante este periodo, y en el de Felipe Calderón, que se consolida el paradigma
de la calidad y la gestión.

A modo de epílogo

Es necesario apuntar, aquí, que la carrera que iniciara el estado mexicano, desde
1970 – o tal vez desde 1821 - con el afán de modernizar el país y lograr la
transformación económica, social y cultural, de cara a un promisorio futuro, resultó
infructuosa y frustrante. Fue, desde siempre, una carrera perdida, un anhelo
inalcanzable que terminó por “desPeñarse” en la administración actual, a partir del
año 2013. La falta de un programa conciso, coherente, transparente, realista y
honesto sólo podía devenir en un colapso social que, irónicamente, esgrime, como
punta de lanza, una lastimosa y lastimada educación.

Los tristes acontecimientos que hemos presenciado en la actualidad nos informan


de la necesidad de entablar un diálogo entre los mexicanos. Es momento de
reflexionar acerca del país en el que queremos vivir y convivir. No es posible
seguir practicando el discurso de nuestros antepasados del virreinato, ese
discurso inflamado de simulación que señalaba Blanco White. Es la hora de
adoptar un nuevo modelo de mexicano, un nuevo modelo de mexicanidad, forjado
desde nuestra propia cultura, desde nuestra propia realidad, desde nuestra propia
trinchera, desde la filosofía, desde nuestra propia aula.

No se vale justificar a las élites opresoras, tampoco se vale empuñar las armas, la
única arma efectiva para la transformación del entorno mexicano es la educación.
Tal vez haya que apurar el paso, tal vez haya que levantar la voz, pero hay que
hacerlo con categoría, con dignidad, con honestidad, con conocimiento, con
sabiduría, con humanidad, con la verdad, con una visión de futuro.

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Senderos mexicanos. Una visión retrospectiva de la educación

Si hacemos esto, asistiremos, entonces, a la confirmación del proverbio chino que


advierte:

“Donde hay educación, no hay distinción de clases”


(Confucio)

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Senderos mexicanos. Una visión retrospectiva de la educación

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