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Formación universitaria del arquitecto

CARLOS RAUL VILLANUEVA

Cualquier estudio de la formación universitaria del arquitecto debe comenzar con definir el significado, la
extensión y el valor de la profesión de arquitecto, pues el propósito manifiesto de todo el proceso de
formación que se realiza en la Universidad es precisamente la capacitación para esta profesión.
Expuestos a la nociva tentación de proponer definiciones abstractas y definitiva, y confundidos, al mismo
tiempo por la presencia de innumerables y contradictorias tendencias teóricas, necesitamos disponer de
una firme base conceptual de donde partir en búsqueda de la respuesta correcta.

Ahora bien, el problema de definir lo que es y lo que debe ser el arquitecto se aclara notablemente, en
nuestra opinión, si se plantea como sigue: La profesión del arquitecto cobra vida y efectividad en la
medida en que se ajusta a la realidad histórica concreta y determinada. Sin embargo, también es cierto
que debe responder a tres grandes postulados universales: Antes que nada, el arquitecto es un
intelectual, luego debe ser un técnico y, finalmente, puede ser un artista.

El arquitecto es un intelectual por el trabajo intelectual que realiza y porque pertenece, por su formación,
a una capa funcional de la sociedad donde hay necesidad de amplitud de visión, de fuerza creadora, de
fervor crítico y experimental, cualidades éstas que del intelectual son particularidades constantes.

El arquitecto debe ser un técnico, porque su trabajo exige e implica una serie de normas y conocimientos
que no pertenecen a la ciencia pura, sino al ajuste y a la ordenación material de ciertos específicos ciclos
constructivos definidos como “técnica”.

El arquitecto, finalmente, puede ser un artista, porque su trabajo se manifiesta con la elaboración de
ciertas relaciones formales, mediante mecanismos creadores que la enseñanza desarrolla y encauza a
partir –es obvio– de la presencia en el estudiante de una capacidad mínima que llamaremos “orgánica”.

Igualmente, hay que recordar que:

La enseñanza impartida por el Estado, órgano de dirección de la sociedad, debe estar forzosamente en
consonancia con las necesidades culturales de esa misma sociedad. No se puede concebir, en otras
palabras, la educación pública como hecho aislado, con programas propios, descuidando el
cumplimiento de su indispensable función formadora de intelectuales, técnicos y especialistas en vista de
una precisa exigencia cualitativa y cuantitativa de la estructura actual de la sociedad. Por la misma
razón, el ritmo de aislamiento de la sociedad y sus transformaciones consiguientes imponen que se
imprima a la enseñanza iguales ritmos de transformación. Es preciso mantener constante la relación
entre necesidades culturales y medios educacionales. Es más, la estructura educacional debe prever los
cambios con anticipación y preparar los instrumentos necesarios para cumplir con su cometido.

Cuando esto no ocurre, la situación que se produce es realmente dramática. De estos conceptos
normativos se deduce que el arquitecto no es y no puede ser, una personalidad abstracta, carente de
características nacionales y temporales. Nos encontramos, en cambio, frente a una actividad humana
claramente condicionada por la historia. La arquitectura como profesión debe responder, es necesario
repetirlo, cualitativa y cuantitativamente a las exigencias reales del país.

Las premisas anteriores constituyen la correspondencia obligada entre formación educacional y sociedad
en el espacio (nuestro país) y en el tiempo (su momento de desarrollo). Destruyen el concepto utópico de
enseñanza ideal y conducen directamente al estudio de una metodología conforme a nuestra realidad
nacional. Así mismo, caen las pretensiones de resolver el problema con reformas limitadas a pequeños
cambios superficiales (este curso, aquel examen, etc.). En efecto, lo que se plantea en el plano de las
necesidades generales del país, analizadas en el tiempo y en el espacio, no puede resolverse sino en el
plano global de la reforma de la estructura de la educación.

Para necesidades culturales específicas, específicos medios educacionales. Así, pues, carece de sentido
preguntarse ¿Qué es el arquitecto?

La verdadera pregunta que debemos formularnos es, en cambio, la siguiente: en este país, en las
presentes circunstancias históricas, con estas determinadas perspectivas de desarrollo, ¿qué tipo de
arquitecto necesitamos? Tratemos de contestar a esta pregunta.

En Venezuela, así sea en rápido análisis, se manifiestan los siguientes elementos históricos esenciales:

Una estructura semifeudal y semicolonial en fase de progresiva liberación en sentido democrático y


sobre bases capitalistas nacionales.

Una situación de excesiva concentración del potencial humano, económico y cultural en pocos puntos
geográficos del país.

Aspiración al descentramiento cada vez más angustiosa y apremiante.

Situación de desarrollo caótico e irregular, sin planificación económica, ni suficiente conciencia de los
medios necesarios en los círculos económicos progresistas.

Modos de vida tradicionales, a veces de alto valor humano, en lucha con la penetración de fórmulas y
modos de vida, de escaso peso cultural, importados indiscriminadamente.

Carencias alarmantes de cuadros tecnificados y especializados.

Carencia de mano de obra especializada.

Falta de una industria moderna de la construcción (prefabricación, etc.).

El horizonte así sea caótico, personalista y desarticulado, está cuajado de esperanzas. La buena fe
contrasta con los feroces obstáculos reaccionarios.

Frente al atraso y hacia el progreso, un enorme potencial humano en conmoción lucha por liberarse, en
contra de una hueste erizada de intereses creados, y a pesar de las trabas opuestas por culpables
circunstancias políticas y económicas. Simpatizando con las exigencias y aspiraciones colectivas, pero
fácil víctima de la corrupción en permanente acecho, el arquitecto debe disponer de una formación ágil y,
por encima de todo, instrumental, que le facilite desenvolverse en esta situación, dominarla y,
paulatinamente dirigirla.

A tal efecto, en primera aproximación, nos parece posible delinear las siguientes características
profesionales como las más pertinentes:

Concepción global del mundo, de la sociedad y de la historia activa, científica y humanística.

Visión que proceda infatigablemente de lo general a lo particular y no viceversa.

Conciencia de la trascendencia social de su profesión.

Conocimiento directo de los verdaderos problemas del país, a todo lo largo de la escala social, y efectiva
comprensión de ellos.

Capacidad de enfrentarse a todos los problemas y a todas las situaciones.


Tacto y visión política consciente.

Capacidad organizativa.

Conocimiento práctico y personal de los materiales y del ciclo completo de la construcción.

Espíritu de búsqueda y experimentación.

Preparación para la participación en la vida pública.

De estas características emerge un tipo de arquitecto psicológicamente hábil, organizador, conocedor del
proceso constructivo, factor consciente de la evolución del país hacia una estructura económica y social
independiente y democrática. Un hombre, en fin, que gracias a su trabajo crea y forma nuevas
condiciones y relaciones de vida.

Debemos tener conciencia de que las obras arquitectónicas de verdadero valor son la evidencia formal
de una concepción de la vida tan real, tan viva y tan verdadera que actúa sobre las relaciones existentes
y termina por transformarlas, dándoles otro significado y otra medida humana. El resultado estético es
importante, pero esta irremediablemente condicionado por los valores de contenido que aporta el
arquitecto. Si esto es cierto, si es cierto que los componente humanos concretos son tejido y linfa de la
arquitectura, y si también es cierto que ésta culmina en las grandes cimas del arte nutriéndose de la
realidad humana, la formación del arquitecto, como realidad esencialmente humanística, es entonces
tarea universitaria primordial e imprescindible. Fin permanente de la arquitectura en nuestro siglo es la
vida, y no simplemente la estética. Así sea muy grande la belleza formal de una arquitectura, jamás
podrá ser verdaderamente viva si no se afianza sobre un criterio de los problemas de la vida y si no
contempla soluciones para ello. Así, pues desde el comienzo, la Universidad debe proporcionar al
estudiante el sentido vivo y responsable de las relaciones entre las partes. La capacitación analítica en
ningún momento debe hacer olvidar las relaciones que el fenómeno en estudio tiene con el mundo
circundante. Este principio reviste extrema importancia, porque constituye la mejor guía para que la
mentalidad del arquitecto tome cuerpo alrededor de este vínculo omnipresente entre cualquier obra de
arquitectura y sus relaciones y consecuencias urbanísticas.

Si el arquitecto quiere salvar su propia vida intelectual y el porvenir urbano del país, debe crear las
condiciones sociales necesarias a la realización de su arquitectura. Ésta y más aún el urbanismo, se
garantizan en la vida pública, política y económica, en la lucha diaria en todos los frentes, formando la
opinión pública y deteniendo la especulación.

Para lograr este tipo de arquitecto, consideramos necesarios los siguientes medios educacionales:

Estructurar la enseñanza, en todos los cursos, sobre bases formadoras y creadoras, eliminando todos
los residuos de enseñanza nocionística y mnemónica.

Elevar por todos los medios la calidad pedagógica y metodológica de los profesores.

Respetar el principio, sumamente energético, de la libre escogencia estudiantil de sus profesores, medio
excelente para que se eleve progresivamente la calidad de la enseñanza, para que ésta mantenga
siempre vivo el contacto con la realidad y para impedir el enquistamiento de falsos valores.

Mantenimiento y máximo aprovechamiento del sistema de taller vertical, haciendo hincapié en las
enormes posibilidades creadoras y formadoras que este ofrece, en las posibilidades de desarrollar la
invención organizativa de los alumnos en virtud de los contactos que surgen en el trabajo en equipo y en
el espíritu necesariamente crítico del trabajo en común.
Entregar, en todas las ocasiones, a los mismos alumnos, la organización de los detalles prácticos
internos, de los cursos y de los temas (búsquedas, viajes, encuestas, mesas redondas, exposiciones,
etc.).

Acondicionar los talleres, completar la biblioteca; garantizar el uso efectivo de todo el equipo científico de
la Universidad en relación con las estructuras y los materiales.

Temas de composición extraídos directamente de la realidad más viva del país de tal manera que exijan
análisis y conocimiento de la misma.

Colaboración con todos los organismos estadales y particulares interesados en los temas propuestos.

Investigación directa de la situación y de los problemas del país mediante encuentras, viajes, mesas
redondas, etc.).

Un curso teórico, en forma de seminario, que, comenzando en primer año, empalme con la Historia de la
Arquitectura y del Urbanismo en cuarto y quinto año. Un curso que abra la mente del estudiante a la idea
de concatenación de causas socio-económicas y de sus consecuencias en la arquitectura. Que le
proporcione los métodos críticos más convenientes para su propia búsqueda personal de una visión del
mundo, requisito necesario e indispensable para poder expresarse como un arquitecto genuino y total, y
no como un simple diseñador de fachadas. Que le confiera, en otras palabras, un sentido y una trabazón
histórica al mundo estético-formal del arquitecto.

Reformar el método de enseñanza de las materias técnicas para convertirlas en verdaderos instrumentos
ágiles y efectivos. Introducir el uso experimental de modelos estructurales, como lo sugiere Nervi, con el
fin de que el cálculo sobre dimensiones reales y sensibles en la mente y en los sentidos de los
estudiantes.

Compenetración de los cursos de composición con las materias técnicas, para que se le recalque
permanentemente al estudiante la verdad esencial de que ambas cosas forman una unidad integrada e
inseparable.

Construcción directa de detalles y elementos arquitectónicos y estructurales (concreto, madera,


mampostería, etc.). Visitas detalladas y periódicas a las obras en construcción.

Colaboración entre la industria y la facultad mediante el planeamiento en la enseñanza de los problemas


industriales reales.

Se propone como base de discusión, todo lo enunciado anteriormente, y se especifican los puntos que
deberían ser discutidos en su orden de precedencia respectivo:

1. Se procede a un análisis detallado y científico de la realidad nacional y de sus perspectivas.


2. De este análisis surge un esquema amplio de las necesidades en el campo arquitectónico.
3. Aparece, además, un perfil profesional definido circunstancialmente.
4. Se elabora la estructura educacional más conveniente para formar el tipo de arquitecto enunciado.
5. Esta estructura debe ser abierta, en el sentido que debe consentir su constante y paulatina
transformación de acuerdo con los cambios de la realidad nacional y las posibles modificaciones
sugeridas por la experiencia práctica.

Es una gran tarea la adecuación racional de la enseñanza universitaria a la realidad del país. Lo es
igualmente la formación de arquitectos con una visión humanística del mundo y de la historia que
garantice el proceso de esta nuestra realidad actual a otra nueva y mejor.

Es la mejor colaboración que podemos prestar a la transformación de nuestro país en otro, pacífico y
rico, donde la democracia no sea un mero nombre, sino el ritmo diario de una existencia racional.

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