Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Dios nos llama a amarle con toda nuestra alma, mente, corazón, y con todas
nuestras fuerzas. Una forma de expresar ese amor es meditando o reflexionando
sobre nuestra vida espiritual. Debemos usar nuestras mentes para meditar sobre
la Palabra de Dios; meditar sobre nuestro servicio cristiano; y más que nada,
debemos meditar sobre nuestra vida cristiana. En otras palabras, debemos
constantemente preguntarnos, “¿Cómo estoy andando con Dios?”
Eso es lo que el Salmista hace en este versículo: “Consideré mis caminos, y volví
mis pies a Tus mandamientos” (v.59a).
Antes de entrar al estudio detallado de este versículo, notemos la relación que tiene
con los versículos anteriores. En el v.57 el autor del salmo declaró que amaba a
Dios por encima de todas las cosas (“Mi porción es Jehová”); eso le llevó a buscar a
Dios de todo corazón (“Tu presencia supliqué de todo corazón”, v.58).
Lógicamente, si anhelaba disfrutar la presencia de Dios, era importante reflexionar
sobre su vida espiritual (“Consideré mis caminos”, v.59a), dispuesto a arrepentirse
de cualquier cosa en su vida que podía ofender a Dios (“volví mis pies a Tus
testimonios”, v.59b).
118
REFLEXIÓN: ¿Qué valor ponemos sobre nuestra forma de vivir como creyentes?
¿Nos preocupamos mucho por nuestros “caminos”, o vivimos en una
forma ‘relajada’, comportándonos como queremos, sin tomar en
cuenta la Palabra de Dios? Dios nos ayude a entender la importancia
de nuestro comportamiento diario, y nos conceda el deseo de mejorar
cualquier deficiencia en ello.
Pensemos ahora en el resultado de la acción del Salmista; dice, “Y volví mis pies a
tus testimonios” (v.59b). Al considerar seriamente sus “caminos”, el Salmista (con
la ayuda del Espíritu Santo) se dio cuenta que todavía había algunas deficiencias en
su vida diaria. Obviamente ya era un hombre piadoso, y amaba mucho a Dios; sin
embargo, al evaluar otra vez su vida diaria, se dio cuenta que no todo estaba bien.
Al entender eso, ¿qué hizo?
Bueno, lo que NO hizo fue tratar de justificarse. ¡Cuántas veces hacemos eso
nosotros! Cuando nos damos cuenta de que algo no está bien en nuestra vida
cristiana, enseguida sentimos el deseo de justificarnos; de explicar por qué vivimos
así. Pero el Salmista no hizo eso.
Tampoco quedó con sólo buenas intenciones. A veces somos así. Cuando el
Espíritu Santo nos convence de pecado en alguna área de nuestras vidas llegamos
a la conclusión que debemos cambiar, y honestamente nos proponemos hacerlo.
Pero al pasar los días y semanas, nos damos cuenta que en realidad no hemos
dejado el pecado. Las cosas siguen igual que antes. El Salmista no fue así.
Cuando el Hijo Pródigo consideró sus caminos, se arrepintió y encaminó sus pies
rumbo a la casa de su padre. Seamos así nosotros; recordando que Dios se alegra
cuando un hijo Suyo se arrepiente y vuelve a Él deseando enmendar su vida, y
restaurar su comunión con Dios.
118