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INTEGRACIÓN POR MEDIO DE ESTRUCTURAS QUE SE SOLAPAN

Por razones heurísticas, hemos descrito por separado, una por una, las fuerzas
motrices de la integración global. Representan la gran variedad de estructuras posibles, que
van desde las «que dan forma e imponen limitaciones al desarrollo del poder militar
mundial hasta las que dan forma e imponen limitaciones a las bromas de un grupo de
colegas que los domingos salen juntos a pescar».[31] Algunas han extendido su alcance
hasta el ámbito global, otras son mucho más restringidas. La integración estructural puede
quedarse en el nivel regional e incluso local; no necesariamente tiene que ser planetaria.
Para muchos historiadores globales, la infraestructura que proporcionaron el Imperio
Británico y las rutas comerciales del océano Índico en la Edad Moderna son cruciales para
explicar el cambio global.
También deberíamos evitar la idea de que la integración es un proceso
prácticamente natural. En realidad, fue obra de actuantes históricos. Una diversidad de
grupos y actuantes intentaron realizar sus propios proyectos globalizadores, proyectos que
competían entre sí (y a veces entraban en mutua contradicción) y que diferían por su
densidad y alcance geográfico: la red de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales,
el imperio de Napoleón, las redes transnacionales del anarquismo, el horario universal
creado por Sandford Fleming. Buena parte de lo que hoy podemos percibir como
estructuras globales es el fruto de esta clase de proyectos, de estrategias en competencia
que ansiaban generar circulación y controlarla, así como de planes diversos de creación de
mundos.
Por otro lado, la integración estructurada no se puede atribuir a una sola causa o
serie de causas. Entre las tareas de la historia global entendida como perspectiva figura
precisamente la de comprender la relación de las diversas causalidades que actúan a gran
escala. Hubo épocas y lugares en los que las relaciones comerciales desempeñaron un papel
clave, y momentos en los que la cohesión global fue acelerada por el cambio tecnológico.
En su conjunto, resulta útil comprender la integración global no como el fruto de un factor
único, sino de estructuras que se solapan. Es difícil separar con nitidez las dimensiones
económica, política y cultural. La convergencia de los mercados, por ejemplo, no fue un
proceso autónomo, sino que se vio influido por las preferencias culturales y «facilitado» por
intervenciones políticas: la captura de barcos guyaratíes por los portugueses en el océano
Índico, las cañoneras británicas, la apertura forzosa de ciudades portuarias en Yokohama e
Incheon, Ningbo y Xiamen.
Así pues, estos procesos no fueron independientes. Tampoco necesariamente fueron
homólogos: no todos apuntaban en la misma dirección ni siguieron la misma cronología. La
primera guerra mundial hizo que se levantaran barreras económicas, pero el intercambio
cultural y las organizaciones internacionales prosperaron en el período de entreguerras. Las
fases de integración económica podían ir de la mano de la disociación política; el
incremento de la apertura cultural no siempre fue simultáneo de las fases de intercambio
económico y político. Por lo tanto, lo que solemos designar como «globalización» fue el
resultado de una compleja red de estructuras solapadas e interrelacionadas, cada una de las
cuales seguía su propia dinámica; en palabras de Charles Tilly, se trató de «un proceso
superior interdependiente».[32] Entre estos procesos hubo intersecciones diversas; la
fórmula de la estructura, por decirlo así, no fue la misma en todas partes. En consecuencia,
estas fuerzas mayores provocaron impactos muy desiguales.[33]
Es importante recordar, por último, que hacer hincapié en las estructuras no implica
que las personas —la agencia humana más en general— dejaran de ser cruciales. Es una
advertencia que hay que tener en cuenta. El vocabulario de las estructuras, como la retórica
de la globalización, puede crear la impresión de una jaula de hierro: macroprocesos
abrumadores que no dejan sitio a la acción personal, a los acontecimientos que reconfiguran
estructuras, a lo accidental, al descubrimiento fortuito. Algunos estudios, en particular
cuando abarcan varios siglos o períodos aún más largos, podrían dar la impresión de que la
historia estuvo guiada por macrofuerzas anónimas, mostrar una historia sin seres humanos,
como si la Tierra fuera una megalópolis despoblada. Pero esto no solo induce a confusión,
es más grave aún; en realidad, para que los procesos de integración estructurada perduren y
sean estables necesitan individuos y grupos, sus actividades cotidianas. Las estructuras
quizá provean las condiciones en las que la gente actúa y los entrelazamientos se hacen
realidad, pero no determinan por entero estas acciones. La originalidad y creatividad de las
acciones humanas no se puede predecir por el simple estudio de los contextos.
Lo que caracteriza la historia global en tanto que enfoque, por consiguiente, no es el
funcionalismo, ni tampoco necesariamente la perspectiva macrosociológica. No cabe
derivar la causalidad tan solo de los macroprocesos. Más aún, las fuerzas que actúan en un
macronivel no por fuerza tienen un impacto mayor que los procesos de carácter más local.
Aunque la Pequeña Edad de Hielo del siglo XVII tuvo repercusiones de alcance global, por
citar un ejemplo, sin embargo la mayoría de acontecimientos se explican sin necesidad de
recurrir al cambio climático. Lo importante sigue siendo analizar esas problemáticas y estar
abierto a investigar todas las cuestiones de la causalidad hasta llegar al nivel global.

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