“La influencia de la ecuación personal en la investigación antropológica o la mirada interior”

MIGUEL MA. LÓPEZ COIRA

<<Descubriendo en nosotros lo que es masculino y lo que es femenino, utilizando la

experiencia de campo para conocernos más profundamente a nosotros mismos por medio
de una subjetividad consciente, será más fácil alcanzar la ultima meta de la objetividad, así
como la comprensión de otras culturas más profundas. Sin esa subjetividad, el método
comparativo pierde mucho de su credibilidad, y tanto como confundamos la técnica
participante-observador con el mero papel que desempeñamos, nuestras observaciones
serán superficiales y triviales, sin importar cuán ardientemente procuramos disfrazar esa
trivialidad esencial con una jerga altisonante. La Antropología es una ciencia y un arte, y
aplicando métodos científicos a datos inadecuados, nos engañamos a nosotros mismos.>>

C.M. Turnbull (1986:27)

(paciencia, humor, resistencia física, habilidad lingüística, etc.)

Preámbulo.
El problema del conocimiento en la antropología está
centrando la atención de los antropólogos no en el otro, sino en
el investigador. Una muestra de ellos son los contenidos de los
trabajos que se han presentado en el seminario “Los españoles
vistos por los antropólogos”. Seminario en el que antropólogos
españoles y extranjeros que habían realizado investigación de
campo en España, intercambiaron opiniones sobre –
parafraseando el texto de presentación del seminario- “los
riesgos y ventajas de la descripción de la propia cultura en la
propia lengua, o por el contrario, la importancia de la
perspectiva transcultural y sus limitaciones.
Hablaron de los antropólogos mismos, de las
características personales del investigador, su sexo, país de
origen, religión, etc., que influyen sobre la propia investigación
de las características necesarias en todo investigador de campo
del egoísmo de cualquier visión científica, de que una etnografía
no muestra la verdad, sino muestra la idea, la visión que un
antropólogo tiene sobre la realidad estudiada, de la autocensura
del antropólogo en la investigación, y de un sinfín de temas más
que referían al investigador de campo como parte importante en
el proceso de conocimiento antropológico.
La pretendida neutralidad del antropólogo, y viceversa, la
implicación del investigador de campo con lo que estudia son
asuntos que discuto en el texto que sigue. Mi interés por estar
cuestiones viene de atrás, de las reflexiones sobre mis
experiencias de campo, y de las repercusiones que aquéllas
han tenido en la forma de percibir los distintos entornos
culturales en los que he hecho investigación. Sólo era
necesario dar forma a las ideas y sistematizar los argumentos
que apoyaran el hilo conductor de la exposición.

1
Introducción
El desarrollo de la teoría antropológica se ha venido
definiendo, en gran parte, por su práctica investigadora. Tanto
es así que se ha llegado a definir el objeto por el método cuando
debía ser lo contrario.
No se trata, por mi parte, de hacer una exposición de los
métodos y las técnicas de campo que caracterizan a nuestra
disciplina.
Ni tan siquiera en ahondar en cada una de las
herramientas que nos sirven para la observación de los datos.
En todo caso mi intención es la de recalcar la necesidad de un
mayor conocimiento empírico sobre nuestra característica
estrategia de investigación.
Concretamente voy a centrarme en un aspecto que para
muchos autores sigue aún sin resolverse de modo satisfactorio:
la influencia de la ecuación personal del investigador en los
fenómenos observados y en la información que obtiene de los
informantes así como el problema de los controles empíricos
sobre la investigación con el fin de posibilitar una disminución de
los sesgos del investigador.
Aunque debemos convenir que todo conocimiento
científico tiene su origen en la observación, en antropología
dicho conocimiento se supedita tanto a la observación de
fenómenos culturales como a la información que nos facilitan los
informantes.
Bien es cierto que en toda ciencia la situación de
observación se compone, al menos, de cuatro elementos: a) El
observador b) Los fenómenos observados c) La información
buscada y d) El papel del observador (Junker, 1972:29)
Por principio, todo fenómeno observado es susceptible
de ser modificado o sesgado por el observador. En cada tipo de
ciencia el sujeto observador ocupa un lugar determinado y
desempeña un papel específico. Así, cada cuenca ha adoptado
métodos concretos para controlar la influencia del observador.
Muchas disciplinas, y entre ellas la psicología, han intentado
evitar tales sesgos centrándose en el empleo del método
experimental.
En realidad, las ciencias experimentales parten del
siguiente argumento: “Si no se puede evitar la influencia del
observador en lo observado, adoptemos un método donde aquél
intervenga lo menos posible. Hagamos del observador un
instrumento cuyas funciones puedan definirse
operacionalmente, con lo que la situación de observación se
centrará en los fenómenos observados y en la información que
se busca”.
En las investigaciones experimentales el sujeto
investigador se ubica en un laboratorio donde construye
artificialmente un contexto controlado que pueda manipular a su
voluntad. Su objetivo es crear una situación donde el sujeto
investigador introduce un estímulo o modifica alguno de los
componentes de la situación y a continuación observa cómo
reacciona el individuo o materia investigada.
Pero el investigador que trabaja con el método
experimental generalmente no pone en juego sus sistema de
valores –todo lo más parte de unos presupuestos científicos-, ni
su persona como tal interviene de forma directa sobre lo que
estudia. Al recrear artificialmente un ambiente para su estudio,
no precisa moverse de su medio social de pertenencia.
Por otra parte, en las ciencias naturales, el observador
teóricamente tampoco interviene activamente en la situación, ni
modifica el curso natural de los procesos. Su papel es
puramente pasivo, constatando cómo se producen los
fenómenos, sin tratar de hacer nada que interfiera en los
resultados de sus observaciones.
De hecho, la mayor parte de los estudios biológicos del
siglo pasado se realizaron por esta vía: una cuidadosa y
2
sistemática observación de animales y plantas, permitieron
establecer unas características estructurales o morfológicas
comunes (Arnau, 1979:7-8).
Tampoco aquí el sujeto investigador se ve involucrado
en el proceso de su investigación. Y lo mismo ocurre con
determinadas ciencias humanas como la historia, la geografía o
la arqueología; donde la relación del investigador con lo
investigado se reduce a analizar documentos de diversa índole,
a los que somete a una clasificación científica. Es cierto que,
por ejemplo, puede tratarse una interpretación de la historia
dependiendo del posicionamiento ideológico del historiador,
pero su persona en cuanto tal no resulta afectada en el proceso.
Podrá cuestionarse lo afortunado o errado de su interpretación
científica de los hechos históricos pero, en definitiva, los hechos
del pasado están fuera de él: el investigador no forma parte de
los mismos.
En antropología, sin embargo, por la propia naturaleza
de nuestra investigación el investigador es un elemento decisivo
en lo investigado, es parte intrínseca del proceso. Si el
psicólogo experimental estudia la conducta humana a través de
los individuos sometiéndolos a situaciones controladas, el
antropólogo al estudiar la conducta cultural sólo puede hacerlo
en el contexto donde, de hecho, ésta se produce.
Y ello nos conduce a la paradoja de que si la
observación es el principio de toda ciencia, la cultura como
objeto de estudio no se puede conocer solamente con la
observación. La metodología de la investigación antropológica
requiere una interacción social entre el investigador y lo
investigado, es decir, una interacción entre personas. Por ello,
el investigador está involucrado en lo que estudia.
El trabajo de campo es básicamente una experiencia
solitaria y como afirma Freeman (1981: 188):
“... puede resumirse como la irresoluta lucha por convertir una
experiencia personal en científica, con lo personal
prevaleciendo continuamente sobre cada nuevo intento de
“cientifizarle”. Porque, en el fondo, casi todos los etnógrafos
anhelan la experiencia de una relación íntima y prolongada
con lo exótico desconocido, y que intentan convertir (seamos
honestos y confesemos que el proceso es misterioso) en
experiencia vital.”
El antropólogo en el campo se encuentra alejado de su
cultura; casi siempre solo; estudia una cultura o subcultura
distinta a la suya en la que ha de participar y observar al mismo
tiempo.
Si la antropología consiste en ponerse en lugar del otro
para aprender su cultura, el investigador ha de recorrer en
síntesis el largo proceso que cada individuo recorre aprendiendo
su cultura (Velasco 1980). El antropólogo sufre, por lo tanto, un
proceso de resocialización:
“Lo que es cierto para muchos otros científicos, lo es más para
un antropólogo, que no simplemente pasa un tiempo de su vida
dedicado al estudio de un pueblo, sino que tal estudio le implica hasta
el punto en que, para poder llevarlo a cabo, ha de integrarse en ese
pueblo, en esa comunidad, como uno más. Lo que le obliga a
aprender de nuevo cómo comportarse, cómo vivir” (Velasco 1989ª: 14)
El objetivo es conocer una cultura como si realmente se
hubiera nacido en ella. Pero en la medida que conocer es
comprender, sólo se conoce a un grupo humano y su cultura
adoptando sus propios puntos de vista. Y para ello el
antropólogo adoptará la técnica de la observación participante.
Lo paradójico de esta técnica es que “...para lograr fiabilidad,
hay que implicar en ello la subjetividad del investigador (...) La
observación discurre en la superficie de los hechos, la
participación permite penetrar en su interioridad y acceder a la
información”. (Velasc, 1980: 50 y ss.).
A través de esta técnica el antropólogo registra
información sobre lo que la gente dice, lo que la gente hace y lo
que la gente dice que hace.
3
 El trabajo del investigador de campo descansa tanto en
sus presupuestos científicos como en sus valores y cualidades
personales.
Werner y Schoeple (1987), señalan que valores internos
del etnógrafo tales como la amistad hacia los nativos,
confidencialidad, honestidad e integridad, forman parte
importante de la ecuación personal. En realidad la investigación
de un antropólogo depende finalmente de él mismo. Y cada
antropólogo –como persona individual- se integrará en la
comunidad de un modo distintivo, haciendo de su investigación
un producto personal y único. Quizá sea por esto por lo que la
antropología ha sido frecuentemente criticada: su investigación
está basada en variables no controladas y, consecuentemente,
la posibilidad de replicabilidad es casi inexistente.
El problema de la subjetividad del observador de campo
llevó a los antropólogos a plantearse cómo controlar el sesgo
del investigador, y a preguntarse sobre la replicabilidad de los
estudios antropológicos. Se llevaron a cabo, entonces, los
denominados reestudios. Los resultados hallados hasta la
fecha no son muy alentadores. Sobre un mismo objeto de
estudio los antropólogos ofrecen conclusiones divergentes en
cuanto a la interpretación de los mismos procesos.
Recordemos la polémica entre Redfield y Lewis sobre el
verdadero carácter –armónico o conflictivo- de la cultura de una
comunidad mexicana (Tepoztlán). O la divergencia entre
Benedict y Eggan sobre si la cultura de los indios Pueblo era de
origen apolíneo (moderada, armoniosa, sin conflictos, ni fuerte
exteriorización de las emociones), o dionisíaco (traumática,
violenta o represiva). En España esta problemática ha girado
en torno al trabajo de Rivers sobre Grazalema, piedra angular
en el desarrollo de la antropología española, y , sin embargo, no
exenta de consideraciones críticas por parte de diversos autores
(ver entre otros: Serran Pagan, 1980: Gilmore, 1980: Moreno,
1984).
El sesgo del observador (que es parte importante de la
ecuación personal) aflora de nuevo –y de modo más alarmante-
en los reestudios. Y la subjetividad del observador en los
reestudios se cifra, básicamente, en los postulados teóricos de
los que parte cada investigador. Es decir, de su adscripción a
determinados escuelas dentro de la disciplina, así como de las
diferentes metodologías seguidas. Esta ha llevado a recabar
datos de un modo selectivo y, por lo tanto, excluyente.
Pero analicemos brevemente uno de los más recientes
reestudios: el que Freeman (1983) ha realizado sobre los
trabajos de M. Mead sobre Samoa. Recordemos que en 1928,
M. Mead anunció el impresionante descubrimiento de una
cultura en la que la crisis y el estrés de la adolescencia, no
existía. Rápidamente, su trabajo sobre Samoa se convirtió en
un clásico, y en un aparente ejemplo de la supremacía de la
cultura sobre la biología. En el trabajo de Freeman se
presentan evidencias convincentes de que las pruebas y datos
aportados por Mead, son falsos. Después de muchos años de
paciente trabajo de campo y de una investigación histórica
exhaustiva, Freeman refuta la caracterización que hace Mead
de la sociedad y adolescencia samoana, punto por punto.
Mead clasificó a Samoa como una sociedad
marcadamente cooperativa, carente de conflictos y
competitividad. Para Freeman, Mead cometió el error crucial de
creer que el sistema político local –estructurado en jerarquías en
función del rango- eliminaba toda posible competición a través
de las formalidades ceremoniales. Y, realmente –según
Freeman- el sistema funciona de modo distinto: el sistema
político facilita prioritariamente la expresión institucional de una
competitividad que es parte integrante e inherente al sistema.
Por otra parte, lejos de la relajada transición hacia el
estado adulto –que Mead adscribe a una permisiva y tolerante
actitud sexual en la niñez-, Freeman demuestra que la
adolescencia samoana es un tiempo de frecuente estrés en una
sociedad autoritaria, con métodos punitivos en la niñez y
regulaciones restrictivas contra la sexualidad premarital
(Freeman, op. Cit. Pp. 226 y ss.).
4
 El trabajo de Freeman no tiene por objeto atacar a Mead,
sino intentar comprender cómo pudo caer “en una torre de
errores científicos (...) que llegaron a ser el basamento del
determinismo cultural” (op. Cit. Introduc.).
Es también una trama detectivesca sobre la historia de la
ciencia; de la oposición entre los postulados entre la moderna
antropología cultural y el movimiento eugenésico; y de las
relaciones de Mead con sus más importantes colegas R.
Benedict y F. Boas que tanto influyeron en su obra. Asimismo,
Freeman señala la pobre preparación de Mead en el campo, y la
posibilidad de que fuera engañada por sus informantes
adolescentes.
Detrás de todas estas particularidades, Freeman aporta
importantes reflexiones sobre cómo la verdad en la ciencia
puede, algunas veces, estar oscurecida por la teoría y cómo la
teoría puede, en ocasiones, estar falseada por la ideología.
Planteamiento Sistemático del Problema
Personalmente considero que las “Confesiones de
ignorancia y fracaso” al estilo de Malinowski –y quizás el
presente escrito sea una exposición de las propias-, han sido y
son relevantes para tomar conciencia de las limitaciones de
ciertas investigaciones.
Sin embargo, la ciencia antropológica ha invertido pocos
esfuerzos en conocer, describir y explicar la situación y la
influencia del investigador en el campo que, al fin y al cabo, es
su principal fuente de datos.
Si la antropología pretende ahondar y enriquecer su
vertiente empírica, debería recabar información sobre los
aspectos señalados. Y ello, fundamentalmente orientado a la
formación de nuevos antropólogos que, a fin de cuentas, son el
futuro de la disciplina.
Si logramos conocer a fondo los factores que inciden
sobre el investigador en la situación de campo, y
sistematizamos tal cuerpo de conocimientos, es previsible que
multipliquemos la eficiencia y disminuyamos las limitaciones de
la investigación de los nuevos antropólogos. Los ya
experimentados hubieran podido ahorrarse entonces las
penurias personales de adaptación el medio, a través de la no
siempre gratificante tarea del ensayo el error. La superación de
las dificultades en el campo la consiguieron, sin duda, en el
transcurso de los años de investigación.
Se ha mantenido que le trabajo de campo es un proceso
de aprendizaje de la cultura. Como todo aprendizaje, el
antropólogo, en el curso de su investigación, mantiene una
marcada disonancia cognitiva:
“La formación antropológica del investigador le ha injertado
prejuicios, presunciones, roles institucionalizados, horizontes
de expectativa científica y un tronco de doctrina –a través de
los cueles- observa e interpreta. (...) La moda antropológica
del momento –a la que uno se adscribe- (...) nos persuade
sobre qué es lo que realmente vale la pena investigar y cuáles
son las correlaciones mentales imaginativas más apropiadas
en el momento de la interpretación. (...) en definitiva, la
interpretación depende de las normas, convenciones,
comparaciones y teorías antropológicas”. (Lisón, 1983:131)
Aunque el panorama que nos presenta C. Lisón no es
muy alentador, no deja de tener visos de realidad: Se supone y
se espera que la mente del investigador sea una mente
científica, es decir, objetiva y capaz de transmitir informes
científicos con una mínima habilidad interna; en segundo lugar,
el antropólogo observa y registra información procedente de un
sistema cultural al que no pertenece y tardará cierto tiempo en
conocerles a fondo. El antropólogo sufre un proceso de
socialización en el que personalmente se ve involucrado.
Además, en muchos casos, el investigador interactúa
socialmente a través de una lengua que no es la suya. Si
convenimos que la lengua, como tal sistema complejo de
símbolos, sirve para estructurar y describir la realidad (Buxó,
5
1978) –y en muestro caso la realidad cultural-, vemos que el
antropólogo ha de utilizar un sistema conceptual lingüístico
similar al del grupo humano estudiado, si es que quiere
comprenderlo.
Y, finalmente, es ineludible que el investigador de
campo, no solamente tiene una historia personal y un modo de
ser específico sino que también pertenece a un sistema cultural
de referencia en el cual ha sido socializado. Y el problema del
etnocentrismo del investigador es bien conocido en la literatura
antropológica.
Todos estos sistemas forman porte de los procesos
cognitivos del antropólogo en el campo. En un reciente trabajo
de Shaffirn Stebbins y Turowetz (1980: VII) señalan que la
investigación de campo se caracteriza por sentimientos de
inseguridad, incertidumbre, y frustración: sentimientos que se
irían diluyendo a medida que el estudio progrese. Por otra
parte, Taylor y Bogdan (1986) apuntan que el investigador se
siente al principio abrumado por la cantidad de información a
registrar, favoreciendo la aparición de reacciones emocionales
conflictivas.
1.- Factores que intervienen en la ecuación personal
Pero centrémonos en lo que ocurre en el sujeto
observador en la denominada ecuación personal. Un buen
número de investigadores entre los que cabría incluir a modo de
ejemplo a Mead (1933;1972, c-o- 1928); Malinowsky
(1973;1975); Jongmans et al. (1967); Junker (1972); Nadel
(1974); Lewis (1975); Wax (1975); Spradley (1980); Agar (1980);
Freedman (1981); y, más recientemente, Whyte (1986); Werner
y Schoepfle (1987); Adler (1987); Marshall y Rossman (1989);
Frtetterman, (1989) y Jorgensen (1989), han planteado el
problema de la ecuación personal en un sentido en el que
parece que son las condiciones de la observación lo que prima
sobre dicha ecuación. Es decir, el problema radica en cómo
actuar para que la observación sea más sistemática y, por lo
tanto, más fiable.
Sin embargo, Nadel (1974:61) plantea el problema desde
otra óptica:
“Cuando el ser humano es el único ‘instrumento’ de
observación, la ‘ecuación personal’ del observador tiene que
penetrarlo todo; y cuando los datos observados son también
datos humanos, la personalidad del observador puede
fácilmente anular las mejores intenciones de objetividad.”
Y más adelante comenta:
“En la medida en que también es cierto que hasta la
observación entraña ya la eliminación, selección y valoración,
es decir, una primera interpretación inevitable, no se le puede
conceder tanto margen a la personalidad del observador.”
En los trabajos de los autores arriba mencionados se
alude a la personalidad del investigador como algo referencial,
como un elemento obstaculizador de la observación. Sin
embargo, como mostraré más adelante la personalidad del
observador de campo –y en definitiva su ecuación personal-
constituye un factor de especial importancia en cuanto a los
resultados de su trabajo.
En la ecuación personal inciden, entre otros, los
siguientes elementos:
• La orientación teórica
• El uso de la lengua
• Variables sociológicas
• Variables individuales
Básicamente, los dos primeros aluden a requisitos
científicos exigidos al investigador, y los dos últimos refieren a
características que están en el investigador. Pero vayamos por
partes:
La orientación teórica nos informa del particular enfoque
que lleva al investigador a seleccionar determinados aspectos
6
culturales y no otros. Tanto las ciencias experimentales como
las no experimentales insisten en la necesidad de explicar
claramente los puntos de partida teóricos y metodológicos de
toda investigación. Por su importancia trataré este problema
más adelante, cuando aborde los controles de la investigación
antropológica.
Otro de los temas importantes en la práctica
antropológica es el uso del lenguaje. Cuando comencé mi
primera investigación, redactaba el diario de campo en la lengua
vernácula del grupo que estaba estudiando. Pensaba que era le
mejor manera de comprender y vivir una lengua desde el punto
de vista de la investigación. Al poco tiempo de haber iniciado el
estudio, escribí lo siguiente en el diario:
“Decido escribir en castellano por motivos claramente
operativos. Al releer las notas de los últimos días me
encuentro con la dificultad de no saber exactamente qué
pertenece a mi discurso y qué a los informantes, o lo que es
pero, no sé si el discurso del informante forma parte del mío
propio.”
En las “Confesiones de ignorancia y fracaso” Malinowski
señala que después de un periodo de aprendizaje
tomaba notas de campo en trobriandés. Pero al mismo
tiempo confiesa que:
“…la dificultad consiste en rellenar rápidamente los
vacíos de una explicación mediante datos
contextuales… Un completo conocimiento de
cualquier lengua indígena depende más de una
familiarización con sus formas sociales y
organizaciones culturales, que de la memorización de
largas listas de palabras, o de la comprensión de
fundamentos gramaticales y sintácticos de la lengua
nativa” (Malinowski, 1975: 130-131.)
En mi caso, la dificultad consistía en un problema de
traducción, o si se prefiere, un problema de interferencia de
códigos y estructuras lingüísticas: las del investigador y las del
nativo. En el de Malinowski se trata de la preponderancia que le
da al contexto. Es más relevante el conocimiento contextual de
la cultura estudiada que el mismo conocimiento de la lengua
nativa.
Personalmente, considero que tan necesario es el
conocimiento de lo uno como de lo otro. Ahora bien, si la
obtención de la información se debe recoger verbalmente en la
lengua nativa, el registro de los datos ha de hacerse
irremisiblemente en la lengua vernácula del investigador en la
que ha sido esculturado en la que se ha formado, tanto social,
como científicamente. Por lo tanto es preciso registrar la
información de los nigromantes entrecomillándola, diferenciando
el discurso ETIC del discurso EMIC.
Lo anteriormente expuesto resultaría banal si no
tomáramos en cuenta el desarrollo actual de la antropología
cultural española. El tan comentado Estado de las Autonomías
ha cimentado la tendencia de los antropólogos a escribir en
lenguas vernáculas, y yo mismo lo he hecho. Decididamente,
no es mi intención valorar ideológicamente tal asunto, sino
señalar la necesidad científica de diferenciar el discurso
científico del discurso nativo.
Respecto a las variables sociológicas, las más conocidas
son la edad el sexo y la raza. Cualquiera de ellas por separado
pueden ejercer una poderosa influencia negativa sobre el modo
en que los informantes reaccionan ante el observador.
Recordemos cuando Liebow, en su conocido trabajo
sobre Tally’s Corner (1967), afirma no haber superado las
barreras del estatus de extraño impuestas por la raza:
“En mi opinión, el hecho bruto del color –tal y como ellos lo
entendían en su experiencia y yo en la mía- irrevocable y
absolutamente me relegaba al estatus de extraño” (Op. Cit.
Pag. 248)
Easterday y colaboradores (1977) en su artículo sobre
los problemas en el trabajo de campo en relación al sexo del
7
investigador, señalan la dificultad común entre las Existen otras variables menos estudiadas, como por
investigadoras jóvenes en los escenarios dominados por ejemplo el estatus o la clase social del observador, o la misma
varones, al ser objeto de “avances sexuales” por parte de los situación política de un país. En el clásico estudio sobre los
propios informantes. Nuer, Evans-Pritchard (1977, c.o. 1940) manifiesta su ambigua
e incómoda situación de campo:
Trabajos más recientes elaborados por antropólogas
(Cesara, 1982; Scheper-Hughes y Clark, 1983) abundan en las “Cuando entraba en un campamento de ganado, era no sólo
dificultades epistemológicas derivadas de la identidad de género en extraño sino también un enemigo; y raras veces intentaban
y del papel del sexo del investigador. Así, por ejemplo, se indica ocultar su desagrado ante mi presencia, pues se negaban a
la mayor presión a la que están sometidas las investigadoras responder a mis saludos en incluso se volvían, cuando me
dirigía a ellos” (Op. cit. pág. 24)
por hacerse eco de las atribuciones locales de género –
adscripciones EMIC de rol y estatus según el sexo-, aunque
En relación a las variables individuales, dado que la
también es cierto que a las investigadoras se les permite mayor
personalidad ocupa un lugar especialmente relevante, como ya
libertad para cruzar las fronteras locales de género que a los
he señalado anteriormente, voy a detenerme brevemente en
investigadores (Golde,. 1970: 67 y ss.; Cesara, 1982:15;
ella.
Conaway, 1986: 52 y ss.).
Hemos visto que difícilmente el investigador puede
El problema, sin embargo, se torna más complejo si
abstraerse del influjo de su propia personalidad. Pues bien, el
tomamos en cuenta la falta de consistencia, o de acuerdo, que
asunto no parece nuevo ya que en el año 1950 Lombard sugirió
suscitan los conceptos “sexo”, “género”, “sexualidad o
que el investigador debe conocerse bien personalmente, debe
comportamiento sexual” e “identidad de género” (Whitehead y
tener conciencia de sus prejuicios, de sus valores, de sus
Conaway, 1986:4). De hecho la “sexualidad” o la vida sexual
debilidades y fuerzas (Lombard, 1950: 290). Por su parte Nadel
del antropólogo durante la experiencia de campo añade una
(1974: 62) sostiene que, pese a todo, el investigador –aún con
nueva dificultad a la adecuada realización de la investigación
un sistema de conceptos y categorías aclarado- responde
(Whitehead y Price, 1986: 289-304): si muchos investigadores
inconscientemente a un contexto emocionalmente cargado con
han de permanecer durante largo tiempo estudiando otra cultura
el lado emocional de su personalidad. Recordemos, a modo de
¿deberán de renunciar a su propia sexualidad durante todo ese
ejemplo, la confesión de Evans-Pritchard:
periodo de trabajo? Turnbull (1986) relata el modo en que
resolvió el dilema sin menoscabo para su investigación no para
“…después de algunas semanas de relacionarme
su vida personal en el terreno ni para su vida personal en el exclusivamente con los Nuer, uno empieza a mostrar – si se me
terreno. Por el contrario, Conaway, deja entrever la asunción permite el retruécano- los síntomas más evidentes de ‘nuerosis’” (Op.
generalizada, -no compartida por esta autora- que muchos cit., pág 25)
antropólogos americanos tienen sobre las relaciones sexuales
sobre la estancia de campo: “No te cases con ninguno” y “toma
anticonceptivos” fueron las respuestas de sus colegas de O la reacción emocional de Malinowski, encerrado en su
departamento sobre las relaciones interpersonales con la gente tienda, a leer novelas con una compulsión similar “a la de un
de la comunidad venezolana que iba a estudiar. (Conaway, op. alcohólico que se da a la bebida”.
Cit. Pag. 53).

8
 Pero vayamos al centro del problema: Me referiré a las
características de personalidad del investigador como conjunto
de elementos inherentes a él y que inciden, de una u otra
manera, en la realización del trabajo de campo. La expresión
interactiva Personalidad-Investigación se refleja en el gráfico
siguiente.
No es el lugar apropiado para hablar de la totalidad de
las características de personalidad de un individuo, por lo que
me centraré en aquéllas que se pueden relacionar más
directamente con la investigación antropológica.
Es evidente que todo investigador de campo ha de tener
un buen nivel de adaptabilidad a contextos nuevos y una buena
capacidad de sociabilidad o habilidades sociales para establecer
relaciones humanas, que en el caso del trabajador de campo se
traducen en el conocimiento de las reglas del juego social de las
relaciones.
Una correcta interpretación de los roles sociales
(adoptada como estrategia de trabajo o adaptada a la
atribuciones EMIC), el papel de la movilidad social del
investigador para acceder a todos los estamentos de la
jerarquía social, o la disposición para aceptar cambios
sustantivos que afectan al investigador como persona son
algunas de las cuestiones que configuran el mapa de las
relaciones de campo. En definitiva, se torna relevante el manejo
de lo que Velasco denomina “espíritu de convivencia” (1989ª:
15). De estas características dependerán el tipo y el grado de
integración en una comunidad, así como el modo de
observación en el campo que, al fin y al cabo, son factores
fundamentales para la observación participante (ver Spradley,
1980; Jorgensen, 1989).
Por tanto la adaptabilidad como la sociabilidad dependen
de la personalidad del sujeto observador, y en función de ella, el
investigador tenderá a adoptar actitudes concretas en el campo.
En un refrescante y sincero artículo sobre el papel de la
subjetividad en la investigación de campo –y en relación con las
categorizaciones Mbuti acerca del sexo y del género-, Turnbull
(1986:27) concluye: “las consideraciones éticas y morales se
resuelven mejor no insistiendo en el código personal de cada
uno o adoptando conscientemente otro, sino más bien,
alcanzado por dentro y soltando la vieja, estrecha y limitada
personalidad y descubriendo la nueva, adecuada y apropiada
para el nuevo contexto.” El desarrollo de la personalidad, el
ejercicio de la introspección, y la compresión de uno mismo para
comprender a los demás, con puntos de reflexión constante en
los trabajos de algunos antropólogos (Ver, por ejemplo,
Rainbow, 1988, y la compilación de ensayos elaborada por
Whitehead y Conaway, 1986 sobre los conflictos de
personalidad, sexo y género en la investigación de campo).
9
 Otras características de la personalidad importantes
refieren a:
• La rigidez en el mantenimiento de los propios
esquemas (factor que en determinadas pruebas
psicológicas, como el CEP [Pinillos, 1975], se
denomina paranoidismo. La expresión de esta
rigidez en la práctica de campo aparece reflejada
en los Argonautas, cuando Malinowski indica que
“no tendrá ningún valor el trabajo de alguien que
sea incapaz de cambiar en cualquier momento
sus puntos de vista, y de desecharlos bajo el
peso de las evidencias” (Op. cit., 1973:23).
• También la personalidad del observador
interviene notablemente según atribuya a causas
internas o externas la consecuencia de sus
conductas. Lo que en psicología se conoce como
Locus of Control (Rotter, 1966; Rotter y cols.,
1972). Así un antropólogo puede atribuir las
insuficiencias de su investigación a causas
externas, tal como hace Evans-Pritchard al juzgar
“sus trabajos en función de los obstáculos que
haya tenido que superar y de las penurias, que
haya sufrido.” (Op. cit., pág. 22). O bien, por el
contrario, a causas internas, como en el caso de
Malinowski, el cual admite que las lagunas de su
investigación sobre Trobriand son producto de
“observaciones… fragmentarias y caóticas”, o
fruto “del sentimiento de que mañana será otro
día, quizás el más imperdonable de los pecados
del etnógrafo” (1975: 138-139).
• Y por supuesto, el punto límite de una situación
de campo altamente estresante sería el shock
cultural que, según los trabajadores de Wintrob
(1969) y de Nash (1963) sobre los antropólogos
que sufrieron el shock, éste se caracteriza por
estrés, ansiedad, mayor tendencia a las
enfermedades físicas, y de un estado anímico
muy tenso, producto de las tensiones
psicológicas a las que les somete el nuevo medio
(Pelto y Pelto 1978). En mi opinión, sólo
mediante la utilización de técnicas de
autoevaluación -empleadas como mecanismo de
feedback emocional- podríamos reducir el riesgo
de shock cultural. En definitiva, se trata de
anticipar respuestas emocionales ante
situaciones culturales impactantes.
Antes he mantenido que el trabajo de campo implica un
proceso de aprendizaje de la cultura. Pues bien, en función de
la influencia que las características de personalidad tienen sobre
el investigador, el antropólogo debe entender la práctica
antropológica como un aprendizaje personal. Un proceso de
aprendizaje personal como instrumento de autoevaluación. Un
aprendizaje que le informe constantemente de sus capacidades,
limitaciones y tendencias de adaptación a situaciones
cambiantes o novedosas. Y en el plano cognitivo, como apunta
el propio Nadel: “…aprender a evaluar el ‘tirón’ de la propia
mente hacia la representación esquemática, hacia un recuerdo
sintetizador más bien que ennumerativo, hacia una disposición
excesiva a descubrir ‘significados’ y relaciones significativas”
(1974: 62).
Whitehead y Conaway (1986: 9), aludiendo a la
personalidad, el género y la interpretación sugieren que “el
autodescubrimiento personal (…) y la introspección pueden
contribuir a la eficacia del proceso de trabajo de campo, así
como facilitar al investigador un entendimiento más amplio de la
cultura que estudia.” Este argumento se apoya en la afirmación
de Rainbow (1988: 19 –tomada por Ricoeur-): “la comprensión
de uno mismo se obtiene al reflejarse en la comprensión del
otro”.
Resumiendo la situación, en el proceso investigador
inciden diversas variables que atañen tanto a los aspectos
metodológicos de nuestra disciplina, como a los aspectos
internos del propio investigador. La necesidad de paliar su
10
influencia debe tratarse desde el punto de vista del control, que
a continuación abordaremos.
2.- Controles sobre el proceso de investigación
Si la antropología pretende y tiene a un mayor control
sobre su proceso de investigación, debe sistematizar la
situación de campo. Esta sistematización se fundamenta, entre
otros factores, en las tres fases fundamentales de la
investigación sobre el terreno: la entrada en la comunidad, la
permanencia en ella, y, finalmente, el abandono de la misma.
En este periodo temporal el antropólogo como único
observador (otro caso sería el de los equipos de trabajo) es el
artífice y responsable de toda la investigación. Aunque esto
pudiera parecer algo obvio, es evidente que si el estudio
científico depende de un solo investigador, debemos controlar
bajo qué condiciones se ha llevado a cabo su trabajo. El control
sobre la investigación no debería referir solamente a las
condiciones de verdad o falsedad de lo expuesto por el
antropólogo, sino sobre el cómo se descubre (el proceso) lo que
se expone. Dicho de otro modo ¿Por qué se escribe el volumen
de los productos y no el volumen de los procesos?
Sería preciso descubrir tanto las variables contextuales
como las variables que informan sobre el investigador: tiempo
de permanencia, tipo de residencia, nivel de integración y
participación en la comunidad, conocimiento de la lengua, tipo
de transcripción de la información al diario de campo, es decir;
diferenciación entre observaciones externas e informaciones
internas, etc.
Toda esta sistematización, aunque laboriosa, resulta de
todo punto necesaria para obtener un mayor nivel de
credibilidad y confianza en los datos aportados en las
investigaciones antropológicas. Sería preciso entonces tender
hacia la unificación de criterios de obtención de datos y de
observación de fenómenos culturales.
Básicamente, los controles clásicos sobre la
investigación antropológica pueden resumirse en:
A. Controles sobre la ecuación personal.
B. Controles sobre la obtención y fiabilidad de los
datos.
C. Controles sobre los diseños y métodos de
investigación.
D. Controles sobre la replicabilidad de
investigaciones, comúnmente conocidos como
reestudios.
A.- En cuanto al primer tipo de control, son varios los criterios
sugeridos. Así, se ha apuntado la posibilidad de que el
antropólogo debiera psicoanalizarse antes de ir al campo. Pero
tanto Lewis como Naden dudan que ésta sea una solución
adecuada, en la medida que el propio proceso psicoanalítico
añada una mayor complejidad a la compresión del proceso
investigador. Una muestra de ello la tenemos en las
Experiencias personales y científicas de una antropóloga, donde
M. Mead (1987) ofrece con profusión de ejemplos de aplicación
de categorías dinámicas para explicar procesos personales de
identificación con las culturas que estudiaba; y lo que es aun
más relevante: explicación de procesos culturales a través de
etiquetas analíticas que no hacen sino obscurecer la veracidad
de sus conclusiones.
Junker (1972: 219), habida cuanta de la enorme
diversidad existente en las características personales de los
investigadores, sugiere “la necesidad de una tarea inmediata de
investigación en las ciencias sociales –actividad a la que
podrían incorporarse estudiantes y profesores- con el fin de
evaluar sus situaciones generales e individuales, para planear
las experiencias de aprendizaje que parezcan más apropiadas”.
Nadel va más allá y señala la importancia de una evaluación
psicológica completa del antropólogo antes de ser enviado al
campo: “No hay nada de paradójico ni ridículo en tal opinión. Lo
que es paradójico es que no se haya adoptado hace ya tiempo,
ni se haya exigido con más apremio (…). Por tales medios, el
11
antropólogo advertirá más fácilmente su tendencia inconsciente,
y estará capacitado para defenderse del influjo de fuerzas que
ha aprendido a evaluar” (1974: 62). Otro medio de paliar la
influencia de la ecuación personal es el de los trabajos de
equipo. Lewis (1975), entre otros autores, menciona los
equipos formados por: a) marido y mujer, b) equipos
constituidos por estudiantes reclutados y coordinados por un
director, c) equipos configurados por antropólogos profesionales
de culturas diferentes, o bien de una misma cultura; y d) equipos
interdisciplinares.
Aunque, en alguna medida, estas estrategias posibilitan
observar más, diversificar tareas, completar secuencias, etc., en
realidad no evita el problema de la ecuación personal,
simplemente lo transforma. De una dinámica individual se pasa
a una dinámica de grupo con problemas diferentes, pero que
inciden de nuevo en el riesgo de subjetividad a la hora de
realizar trabajo de campo. Depende en todo caso, y esta
opinión es compartida unánimemente por todos los autores, de
la organización del grupo, así como de la calidad de las
relaciones interpersonales entre los miembros del equipo.
B.- En relación al segundo tipo, uno de los controles sobre la
obtención de información en el campo por parte del antropólogo,
es el propuesto recientemente por Werner y Schoepfle (1987), y
basado en la reformulación de la vieja metáfora de Kluckhohn
(1949) sobre la estéreo-visión del etnógrafo: En el ojo izquierdo
está la visión del etnógrafo, en el derecho la visión aportada por
el nativo, y la mente del investigador facilitará la síntesis de
ambas, mostrando una tercera dimensión que sería la científica.
En esta dirección, Chambers y Bolton (1979), tras la
revisión de series de notas de campo, encontraron que los
etnógrafos que volvían recientemente del campo no distinguían
entre las notas de campo y la transcripción. Cada investigador
tendía a generalizar las notas tomadas sobre el terreno. Por
ello, la estricta separación de los dos tipos de fuentes de datos
(investigador y nativo) tiene indudables ventajas
epistemológicas al diferenciar cautelosamente la procedencia de
los datos. Una clara separación de imágenes es la clave de la
visión estéreo.
Otros criterios para dotar a las informaciones de
fiabilidad consisten en la clásica contrastación cruzada de
informantes seleccionados según edad, sexo, y estatus social.
Si bien es cierto que esta práctica no es tan frecuente como
sería deseable o, al menos, no suele aparecer reflejada en los
textos antropológicos. Se da como implícita, pera raras veces
se hace explícita.
Es necesaria, entonces, la aportación y explicación de
criterios de selección de muestras; la santificación del mayor
número posible de datos y, en general, una exhaustiva
clarificación del tipo de técnicas de campo utilizadas para la
obtención de las informaciones sobre el terreno.
C.- El tercer tipo de control, alude a la importancia de partir de
diseños de investigación que incluyan métodos específicos de
análisis: Prácticamente todos los metodólogos de las disciplina
insisten en este punto, es decir, en la puesta a prueba de
hipótesis sobre problemas relativos a la cultura humana, de
acuerdo con un diseño de investigación previo. Sin embargo
pocas veces se han realizado los trabajos etnográficos de
campo bajo estas condiciones. Además, no basta contener
claras las hipótesis, sino que hay que establecer las formas de
correspondencia entre teoría y datos que delimiten el tipo de
informaciones que se buscan (Nagel, 1961). Me refiero a lo que
Nutini (1975) denomina definiciones coordinativas, Carnal
(1955) reglas semánticas y Northrop (1947) correlaciones
epistémicos.
Los diseños de investigación deberían explicitar tanto el
problema a estudiar como el modo de hacerlo: método de
covariación de un mismo factor en distintas unidades de
análisis; los diseños experimentales propuestos por Levine
(1970), basados en la ausencia o presencia de instituciones en
función del tamaño de los núcleos de información, etc., etc.
12
D.-Y, finalmente, el problema de la replicabilidad de las
investigaciones a través de los reestudios. Aunque esta
alternativa nos informa sobre las semejanzas y/o divergencias
entre dos estudios realizados por investigadores distintos sobre
el mismo objeto, al ser cada investigador una variable no
controlada, las diferencias entre ambos estudios habrán de
atribuirse no sólo al objeto estudiado, sino también a los propios
investigadores. A este respecto Lewis alberga, sin embargo,
alguna esperanza cuando afirma:
“Dado un número suficientemente grande de reestudios, tal
vez sería posible crear una teoría de la observación que nos
ayudaría a valorar el papel desempeñado por la ecuación
personal, por la personalidad y las variables ideológicas o
culturales” (1975: 117)
3.- Controles empíricos sobre la ecuación personal
A partir de lo expuesto sobre distintos sesgos
provenientes del observador, muchas ciencias –como ya
señalamos anteriormente- han intentado evitar su influencia
adoptando el método experimental. Es obvio que en el caso de
la antropología no será el método idóneo, dado que la
manipulación de variables conlleva la alteración del medio a
observar y, por tanto, la línea a seguir debería ser la de
optimizar la calidad de la observación, rediciendo los problemas
que en sí misma implica.
Para ello propondremos como alternativa la elaboración
de programas de formación del observador como una estrategia
de reducción de sesgos en la práctica antropológica. Dicho
programa debería comenzar por una evaluación de las
características del observador como ya propusieron Nadel y
otros autores, aunque nunca se ha especificado en que
consistía aquella.
En este sentido, y como ya he sugerido, serían de gran
utilidad datos sobre la sociabilidad del sujeto observador,
(extroversión); su capacidad de adaptación a situaciones
nuevas o impactantes o por el contrario rigidez en el
mantenimiento de sus propios esquemas (paranoidismo); o
información sobre si el sujeto atribuye a causas internas o
externas la consecuencia de sus actos (Locus of Control); e
incluso el nivel de respuestas de ansiedad (evaluado a través
del I.S.R.A.): Y todo ello no sólo para conocer la fiabilidad del
sujeto como observador, sino también –y quizás principalmente-
para que el investigador pueda controlar y paliar el influjo de las
características de su personalidad sobre el proceso de
investigación.
Posteriormente, el programa se centraría en el
adiestramiento propiamente dicho, que conllevaría prácticas de
observación controlada a cargo de monitores cualificados, los
cuales prestarán una especial atención a las características
individuales de cada observador, controlando las tendencias de
su personalidad sobre el proceso de investigación.
Si bien no se conocen qué registros y perfiles resultan
más adecuados para que un observador resulte más fiable, no
cabe duda que investigaciones en seta dirección aportarán
información relevante, disipando incógnitas hasta ahora no
resueltas.
No obstante, un programa de entrenamiento para
observadores posibilita una mejora de la efectividad y habilidad
de los investigadores. Se trata de establecer un proceso de
simulación que conllevaría las siguientes fases:
1. Explicación a los futuros observadores de los
fundamentos teóricos y la finalidad del estudio-
2. Práctica de una tarea de observación en cabinas
de laboratorio y posterior discusión entre los
observadores en formación y monitor,
centrándose en los datos obtenidos, así como en
los problemas metodológicos aparecidos en la
obtención de los mismos, y en el comportamiento
personal ante el hecho observado.
13
 3. Realización de prácticas de observación
sistematizada en textos naturales, en orden de
dificultad creciente, que seguirán el mismo
proceso de discusión que en el apartado anterior.
4. Realización de pequeños proyectos de
investigación sobre un objeto común y
desarrollarlo de modo individual por cada
observador. En este caso, además de la
discusión señalada, se hará especial hincapié en
la descripción y explicación de las posibles
discrepancias en los resultados.
5. Realización de un nuevo proyecto, esta vez en
equipo, con el fin de centrar la discusión en las
posibles dificultades y/o deficiencias surgidas en
la organización de tareas, relaciones
interpersonales, es decir, el funcionamiento del
equipo en cuanto grupo humano.
6. Evaluación final sobre el trabajo realizado, tanto
por parte del monitor como por parte de los
integrantes del grupo de formación.
Otras técnicas complementarias son la simulación de
entrevistas a través del Role Playing; entrenamiento en
habilidades sociales y, en general, la práctica de diversas
técnicas tanto de observación como de obtención y clasificación
de datos. El objetivo final es el de facilitar al futuro antropólogo
información acerca de sí mismo y de su estilo personal de ser y
observar.
Se trata pues, de estimular la capacidad de observación,
potenciar una mayor precisión, exhaustividad y objetividad en la
descripción de los hechos; dotar a los observadores de un
amplio repertorio de técnicas que faciliten una recogida de datos
sistemática, y una adecuada clasificación que permita análisis
contrastables.
Es preciso recalcar que este tipo de programas de
adiestramiento servirán, tanto como mecanismo reductor de
riesgos –en relación a la ecuación personal-, como facilitadotes
de recursos personales que ayuden a una mejor orientación del
antropólogo en el trabajo de campo.
Consideraciones finales: Proyección científica del
problema
Para concluir, resumiré brevemente los factores en los
que necesariamente ha de incidir la ciencia antropológica para
acceder a un buen conocimiento empírico sobre las fases del
proceso de investigación.
1. Elaboración de diseños de investigación precios donde
consten los objetivos, orientación teórica, metodología y
desarrollo de las hipótesis.
2. Potencialización del conocimiento sobre la influencia de
la ecuación personal, sistematizando los datos a este
respecto, con el objeto de minimizarla y generar técnicas
de control en el trabajo de campo.
3. Formación de nuevos antropólogos, incluyendo técnicas
de autoevaluación y entrenamiento en el registro de
datos en relación a la influencia de la ecuación personal.
4. Necesidad de fomentar equipos de trabajo bajo la
coordinación de antropólogos expertos en el trabajo de
campo, de cara a desarrollar investigaciones con
objetivos controlados o controlables y, a ser posibles,
con delimitación de variables en función de diseños y
contrastables.
5. Riguroso control y clara explicitación de los sistemas de
análisis de datos. Éstos habrán de estar inspirados en el
desarrollo de los métodos de cuantificación que permitan
estudios longitudinales sobre los mismos procesos.
6. Elaboración de informes científicos en los que se incluya
un apartado sobre la metodología empleada, así como
las condiciones en las que se ha llevado a cabo la
investigación incluyendo, lógicamente, todo lo
relacionado con la ecuación personal.
Por último, debo reconocer la complejidad de la tarea
propuesta, sobre todo si tenemos en cuenta las dificultades
14
técnicas y la falta de medios con la que se encuentran los
antropólogos en España. La antropología todavía adolece de la
función y el respaldo social que le permita desarrollarse
adecuadamente. El voluntarismo de los antropólogos españoles
les lleva a afrontar las investigaciones con sus propios medios
(escasas son las subvenciones sustanciosas que permitan
constituir un equipo de trabajo estable y duradero). Pero ello no
es óbice para que no nos planteemos programas de formación
sistemática de investigadores de campo. La investigación
cualitativa está despertando la atención de psicólogos,
sociólogos, y demás profesionales. La psicología transcultural
está desarrollándose rápidamente en Europa, y los psicólogos
demandan conocimientos en técnicas de observación social
para contextualizar sus análisis cuantitativos, habida cuenta de
la pobreza resultante de la comparación de puntuaciones
obtenidas mediante pruebas estandarizadas aplicadas a
individuos de distintas nacionalidades. Las empresas privadas
de marketing contratan antropólogos para realizar estudios de
mercado sin reconocer su estatuto profesional porque éste,
sencillamente, no existe. Los centros institucionales de salud
requieren cada día más información sociocultural para planificar
campañas de salud comunitaria, y un extenso etcétera.
reflexión disciplinar. Han sido necesarios trabajos como los de
Agar (1980), Clifford y Marcus (1986), Geertz (1989), entre
otros, para propiciar un cambio de dirección en la mirada
antropológica. Si asumimos el cambio de rumbo, debemos
hacerlo abordando el problema desde ópticas fundamentales
que sustentan la investigación en antropología: el investigador
como instrumento de conocimiento por una parte, y el discurso
del nativo como punto de reflexión epistemológica por otra.
Investigadores y nativos son los polos del eje de nuestra
disciplina: el proceso intermedio-el estudio de la cultura- vendrá
mediatizado, sin duda, por el conocimiento que tengamos del
continuum. En este escrito se pone uno de ellos sobre el
tapete, sobre el otro afortunadamente tenemos colegas que
desarrollan su labor investigadora al amparo de la antropología
cognitiva. Aquellos que nos interesamos por lo que ocurre
dentro del investigador todavía estamos abriendo brecha.

Los antropólogos deberían ser conscientes de que la

antropología no puede quedarse para siempre enclaustrada en
las aulas universitarias, y que la formación de científicos
sociales es asunto primordial si pretendemos reclamar el lugar Transcripción de fotocopias del texto de:
CÁTEDRA, M. Los españoles vistos por los antropólogos,
social que corresponde a nuestra disciplina. Las Madrid, Júcar, 1991, pp. 187-222.
consideraciones ideológicas sobre la función social de la Febrero de 2005.
antropología so constriñen a sí mismas al no ser capaces de Última revisión: Marzo 2008.

prospecciones de futuro. ¿No resulta curioso que se discuta la

ética social de la disciplina cuando todavía no hemos abordado
la ética individual y el conocimiento de nosotros mismos como
investigadores sociales?

Desarrollar estudios sobre la influencia de la ecuación

personal en la investigación puede parecer arduo, pero son
duda el conocimiento del proceso del investigador –a través de
los individuos que la llevan a cabo- abrirá un nuevo campo de
15