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Reseña Nº 7: Joutard, Philippe (1991) Esas voces que nos llegan del pasado. Ed.

Fondo de Cultura
Económica,, Buenos Aires.

Sobre el autor

El historiador francés Philippe Joutard nació en febrero de 1935, en París. Es profesor emérito en la
Universidad de Provenza Aix-Marseille I y en la Escuela de Hautes en Sciences Sociales. Hizo su tesis
doctoral dedicada a la Guerra de los Camisardos, poniendo énfasis en la tradición oral; el trabajo tuvo como
nombre La leyenda de los Camisardos. Una sensibilidad hacia el pasado (1977). Su preocupación está
centrada en la forma que opera la memoria colectiva como campo de investigación de los historiadores.
Otras de sus publicaciones son La invención del Mont Blanc (1986); Esas voces que nos llegan del pasado
(1983) e Historia y recuerdos, conflicto y alianza (2013).

Resumen del texto

El primer capítulo Los precursores de la historia oral, asume el legado que ha tenido este intento de
renovación en torno a los métodos y fuentes de los que se hace la historia para construir una investigación.
Desde este momento queda claro que existe un problema transversal frente a la oralidad: el cuestionamiento
del fetichismo de lo escrito sin sucumbir ante un absolutismo del testimonio hablado. Así, desde Heródoto,
pasando por Polibio, la cuestión fue trazar el punto de partida de la encuesta oral como fuente. Aunque el
camino fue sinuoso, Joutard plantea que llegado el siglo XVIII, esta herencia logró articularse internamente
y constituirse, al menos parcialmente, en una propuesta de fuente y método al mismo tiempo. Tal es el caso
que evoca con Maximilien Misson y la Guerra de los Comisardos, donde se da inicio a una sistematicidad en
las encuestas orales. De hecho, no sólo hay una exaltación del testimonio oral, sino una diatriba contra las
‘leyendas’ incorporadas en los libros de la época; para ello se valdrían de la crítica histórica, entrecruzando y
confrontando múltiples testimonios, lo que daría la connotación de verídico y verdadero al producto que de
ello se obtendría.

El siguiente capítulo, En la época de la “historia ciencia”, se buscará plantear un parteaguas entre la historia
oral y el proceso de profesionalización de la historia. En primera medida, el inicio del siglo XIX aparecía
como el momento de consolidación del historicismo alemán, encabezado sobre todo por Ranke. Por medio
de su influencia, Langlois y Seignobos construirían el manifiesto propio de la historia positiva, que se
caracterizaba por un sólido cientificismo, lo cual implicaba una visión donde el método de la historia, la
filología, abarcaba principalmente lo escrito. Esto significa que el documento escrito fundaba dos cuestiones
cruciales: la verdad y la memoria. No obstante, Joutard hará un esfuerzo valioso por exponer referentes que
resistieron a esta oleada vehemente del historicismo. Hombres como Walter Scott, Agustin Thierry o el
conde Hersart de la Villemarqué, representan un ánimo por defender las encuestas orales, dotándolas de un
carácter cultural-popular, entendiendo que es en el seno de las sociedades, y en su producción de referentes
culturales donde se gesta gran parte de la memoria sobre los acontecimientos relevantes históricamente.

El nacimiento de la historia oral moderna es una pretensión por realizar una genealogía cronológica de la
historia oral. Según el autor, la geografía de nacimiento fue Estados Unidos y la temporalidad poco después
de la II Guerra Mundial, teniendo como pilar la interacción con el periodismo, que se situaba en una esfera
de preocupación importante por el testimonio. Este primer acercamiento supuso, en primera medida, una
noción de técnicas y metodologías que facilitaban el desarrollo de la historia oral. En cierta medida, su
experiencia constitutiva, la forjó tomando la forma de herramienta, antes que de una disciplina
independiente. Ahora bien, no era complicado deducirlo en la medida que su origen está ligado al desarrollo
de una entrevista que Alan Nevin pretende hacer a George Mac Anemy. De nuevo, la cuestión de una
existente desde abajo es objeto de análisis para Joutard, que insiste con vehemencia en la cuestión de una
cultura popular, que está directamente relacionada con la característica de la exclusión de lo que es la vida
propiamente norteamericana.
Luego vendrá ¿Una historia oral europea autónoma que busca identificar los esfuerzos más importantes que
se han hecho en el continente europeo, en las islas o continental, en torno a la historia oral. El punto de
partida es Escandinavia, como sub-región, donde desde el siglo XIX se inició un proceso de búsqueda por las
tradiciones orales propias del país, en el marco de estudios lingüísticos. Acto seguido, Joutard menciona a
los británicos como los representantes de la institucionalización de la historia oral, a partir de las culturas
orales tradicionales, es decir, de nuevo, la abigarrada expresión cultural de las clases populares.
Aparentemente, es en este contexto, donde Jane Wake establece el primer vínculo, a través del archivo, entre
fuentes orales y escritas, que tienen como énfasis la elaboración de una historia local. Además, con un
ambiente intelectual preocupado por la formación industrial británica, e influenciados por la figura y obra de
E.P. Thompson, en Gran Bretaña la entrevista pasará de tener una connotación ligada al periodismo para
insertarse definitivamente en el campo histórico, como herramienta y como opción investigativa.

También se tratará la historia oral italiana, que según el autor, tiene una emergencia tardía con respecto a
Gran Bretaña, presentando dos inconvenientes: aislamiento entre investigadores individuales y absorbidos
por una perspectiva demasiado local. Particularmente en Italia, de nuevo a diferencia de las islas, la historia
oral se desenvuelve en un mundo universitario, el cual tiende a despreciar esta forma de historia, considerada
no científica, además de cuestionar el método de análisis crítico, donde se diluyen los sentidos de la palabra
popular. Finalmente, Alemania tendrá un rasgo dominante en la historia oral que se vincula con el mundo
obrero, centrándose en la potencia de la memoria colectiva, aunado a un esfuerzo por analizar el papel de las
mujeres, siendo estas encuestadas en importante medida.

El capítulo que sigue es El retraso francés, que se anida junto al capítulo anterior, pero ahora haciendo un
análisis comparativo con el despliegue de la historia oral en Francia. Según Joutard, el caso francés
demuestra un retraso a nivel cronológico y cuantitativo, dando inicio su trayectoria recién en 1980. Más allá
de especificar en la minucia el desarrollo, es importante mencionar las razones de la lentitud: por un lado, se
construyeron archivos orales que no generaban claridad sobre su utilidad como técnica; la incapacidad de
crear escuelas de pensamiento alrededor de esta situación, ocasionando una profunda desarticulación entre
los distintos esfuerzos. No obstante, para Joutard, la historia oral llega a Francia hacia la década de 1970, a
través de la eclosión de lo local como punta de lanza de batalla, al igual que Italia e Inglaterra. En cierto
sentido, el objetivo trazado era el reencuentro con un pasado cultural, que debía ser re-actualizado. Lo que
ocurre, parcialmente, es que esa búsqueda de lo local, situado en la ruralidad, pronto se fue traspasando hacia
los centros urbanos; esto resulta siendo un detalle no menor ya que el pasado no toma la forma de refugio
sino que es un modo de aspirar a la sobrevivencia.

Posteriormente vendría ¿Un fenómeno de civilización? toma la forma de interrogante ya que el autor
pretende dar respuesta a si el testimonio oral es una evolución de técnicas o una expresión mucho más
profunda, que tienes rasgos de civilización. En parte, cuando explica que el gusto por el pasado produce una
identidad sobre ciertos países, y el modo de tramitarlo es la encuesta oral, supone que allí hay un indicio de
respuesta. El pasado se hacía fetiche, aunque en lugares como Francia se mirara con desdén, debido a su
proyecto de progreso y modernización, lo que suponía una mayor dificultad para su desarrollo. De esta
manera, lo que resulta verdaderamente universal, según Joutard, es el interrogante por el retorno a los
orígenes; sin duda, lo que ello implica es una búsqueda de cierto horizonte, que termina trazándose como
apuesta global. Y para sorpresa, la búsqueda por el retorno iba acompañada de un rescate por la historia de
los de abajo, en aras de hacer una conservación de la memoria que no era parte constitutiva del relato
dominante.

El siguiente capítulo Los territorios de la historia oral expone cuatro ejes principales que influyeron en el
despliegue de la historia oral. En primer lugar, la entrevista como punto relevante en ofrecer testimonios de
la historia acontecimental; en segundo término, esta herramienta hace una contribución en torno a la historia
de la vida cotidiana o etno-historia; luego, el testimonio indirecto como aspecto relevante, que no es algo que
atraviesa la existencia sino un conocimiento que pasa de generación en generación, que en muchos casos
toma la forma de recuerdo o memoria; finalmente, en cuarto lugar, la entrevista oral ayuda a entender el
modo en que opera la memoria colectiva. En definitiva, la historia oral, para Joutard, tiene la virtud de tomar
en cuenta actores antes no percibidos por los grandes relatos, y de esta manera coadyuva a esclarecer el
origen de los acontecimientos. Si se quiere, puede decirse, que toma la forma de una historia no oficial o
institucionalizada. Si bien, en muchos momentos plantea una dicotomía, este capítulo es conclusivo en la
idea de que tanto la historia oral, como la que queda en registros escritos, no son antagónicas, sino que en
muchos casos puede existir un complemento a través de la confrontación de visiones en la historia.

¿Construir archivos? es el nombre del octavo capítulo donde Joutard habla propiamente del lugar de los
historiadores en el marco de la investigación que emprenden. Los problemas que emergen de la relación
entre historiador-entrevistado son múltiples. Por un lado el afecto latente que genera la entrevista, la
búsqueda por una representación reivindicativa de los excluidos, sustentado en un culto irreflexivo en
muchos casos, el rechazo de voces distintas a la de la fuente oral, la eliminación de la crítica como modo de
interpretación histórica, etc. Así, la apuesta del autor es defender el documento oral como una novedad
imponente, en la que se reintroduce una nueva subjetividad, con respecto a lo anterior. Y parte de esa
innovadora constitución subjetiva radica en el diálogo que se emprende, cuestionando la idea de la entrevista
oral como un interrogatorio de extracción de información o datos, sino que apela a cuestiones menos
concretas pero igual de profundas como la confianza, la solidaridad, y el conocimiento conjunto.

De esta manera, para Joutard en la conclusión, el mayor mérito de la historia oral es otorgar luz a lugares y
actores que se encontraban nublados por la oscuridad, que implica comprender la complejidad manifiesta
que tiene la realidad, y que sólo a través de nuevas herramientas es posible ampliar la concepción que de esta
se tiene.

En el apéndice La historia oral: balance de un cuarto de siglo de reflexión metodológica y de trabajos, parte
de lo esbozado por el autor se referirá a un nuevo contexto del estado en que se encuentra la cuestión,
además de avances en la delimitación del campo y de los alcances que tiene la historia oral. Quizás una
cuestión determinante es delinear una intención clara: la historia oral no es un complemento de los materiales
escritos, sino que posiblemente sea un tipo de historia distinto. El híbrido entre historia política y
antropología es la base de las primeras visiones que hubo al respecto y será el sustento de las que han llegado
luego de 1975, incluso para América Latina, lo cual además de conseguir una consolidación interna, produjo
un avance en la aceptación en los contextos universitarios

Comentario

La importancia de la historia oral se sitúa en la posibilidad de obtener –desde abajo– formas de expresión y
operación que tiene la cultura, no siempre identificables fácilmente en los grandes relatos que se construyen
en torno al texto escrito, y que suelen pertenecer estrictamente a una época, en el sentido de su producción.
La oralidad del habla –siguiendo a Saussure– contiene estructuras de larga duración que han sido
aprehendidas e insertadas por medio del lenguaje a través de continuas relaciones sociales. Además de un
relato, entonces, la historia oral ofrece un contexto profundo de la vida cotidiana y del ser social, en sus
múltiples manifestaciones, del modo en que se constituyen los sujetos. De alguna manera, insistiendo en el
carácter desde debajo de esta posibilidad, entendido como aquello anónimo en muchos tipos de
historiografía, por no decir toda, es la ruptura con el silencio. O dicho de otro modo, la incorporación de
voces, que heredan un pasado al presente pero que también contenían grandes atisbos de futuro.

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