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El aprender de Génova

Boaventura de Sousa Santos

Vamos a hablar de la sociedad civil planetaria. El concepto de sociedad civil nacional siempre
nos ha causado, a nosotros, críticos y de izquierda, muchos problemas. Porque es una sociedad
que responde al modelo liberal, que incluye tanto al mismo mercado como a los derechos de
los ciudadanos autónomos, vinculados a intereses particulares. Es una sociedad donde los
derechos constituyen un falso universalismo. Esto es así porque no todos tienen derechos,
muchos no son ciudadanos, quedaron fuera del contrato social, arrojados al estado natural. Es
también una sociedad en la que, sobre todo en las ciudades coloniales, no se constituyó la
sociedad civil. Para los indígenas, nativos eran los colonos, o sea, en el Estado capitalista, la
sociedad civil es siempre el otro. Por lo tanto, ¿por qué vamos a apelar en este momento al
concepto de sociedad civil planetaria para resolver el problema? Porque no somos capaces de
pensar un nuevo escenario a partir de lo viejo y de conceptos que están a nuestra disposición
para ser retrabajados. Pero tampoco es sólo eso.

Pienso que en todas las tradiciones de la modernidad existen versiones dominantes y versiones
dominadas. Hay versiones suprimidas, conocimientos suprimidos, marginados, que fueron
parte de esta modernidad, pero que nunca pudieron tener derecho de ciudadanía. Y ahí hay un
concepto de sociedad civil que es aquél que acostumbramos llamar sociedad civil extraña : la
de los oprimidos, la de los de abajo, la de aquellos que están en una situación prácticamente
de no-ciudadanía, pero que luchan efectivamente para adquirir esta ciudadanía y entrar en el
contrato social. Esa sociedad es también una sociedad civil que el mercado no incluye. Es la
sociedad civil del tercer sector : de las organizaciones solidarias, de las organizaciones no
gubernamentales, de los movimientos sociales. Es esa sociedad civil que ha de ser el embrión
de la sociedad civil planetaria que queremos construir.

Curiosamente, no tenemos muchas expectativas en este momento, porque las dos grandes
situaciones de emergencia de la sociedad civil en los años 80 sólo condujeron a la
mercantilización del conjunto de la sociedad civil ; mercado y democracia : ésa es nuestra gran
preocupación. La primera fue, naturalmente, el neoliberalismo de Thatcher y Reagan, donde
las situaciones de emergencia de la sociedad civil son la otra cara de la destrucción del Estado
de bienestar social, de los derechos sociales y económicos, arrojando a la sociedad civil a la
lógica del mercado. Y esto lo sabemos muy bien a raíz de las privatizaciones de la seguridad
social en este país y de otros países del mundo. También existió una situación de emergencia
en los países del Este, y allí también la democracia, el capitalismo y el mercado fueron
considerados parte de la sociedad civil. Todos recordarán cómo el logo de McDonalds en
Moscú fue, durante mucho tiempo, el símbolo de la democracia.

En virtud de ello, es necesario saber efectivamente lo que nos interesa acerca de este concepto
y pienso que es fundamental trabajar con las tradiciones oprimidas, con las tradiciones
reemplazadas, de alguna manera, por éstas, que son las dominantes. ¿En qué situación
estamos, dónde estamos? Estamos en una etapa en la que muchos países nunca tuvieron
contrato social y los que lo han tenido atraviesan una crisis dentro del ámbito de ese contrato
social. ¿Cómo se manifiesta la crisis? Prevalecen los procesos de exclusión, en oposición a los
procesos de inclusión. Esto genera una desestabilización de las expectativas. Quien tiene
empleo hoy, mañana puede no tenerlo. Y no sólo de las expectativas : sucede que la
experiencia de cada uno, las discrepancias entre experiencia y expectativas, son ahora
negativas. En Occidente, la modernidad, durante mucho tiempo, generó discrepancias entre
experiencias y expectativas. En el pasado, quien nacía pobre, moría pobre; quien nacía
analfabeto, moría analfabeto. En la sociedad moderna, se hizo posible que quien nacía pobre,
muriera rico, y que quien nacía analfabeto pudiera morir letrado, o incluso doctor.

Ahora bien, esa discrepancia entre expectativas y experiencias es consecuencia de la sociedad


occidental y del pensamiento de izquierda. Hoy estamos en un sistema que es exactamente
opuesto a aquél en el que las expectativas eran siempre más brillantes que las experiencias.
Hoy, por el contrario, las experiencias tienden a ser, aunque mediocres, mejores que las
expectativas. Cuando se habla de una reforma en la seguridad social, es para peor. Cuando se
habla de una reforma en la salud, es para peor. Una reforma en la educación, naturalmente es
para peor. Quien pierde el empleo, no tiene grandes expectativas de tener un empleo mejor.
Esa diferencia, esa degradación de las expectativas, está generando un problema, inclusive
para la izquierda, porque dado que las expectativas son más negativas que las experiencias, la
izquierda se ve muchas veces en la posición de defender el statu quo. Lo cual a la izquierda
nunca le gustó.

Estamos en una situación complicada, precisamente porque estamos frente a un nuevo


autoritarismo, un autoritarismo que se transfirió desde el Estado a la propia sociedad civil. Para
mí, esta es una idea nueva que tenemos que enfrentar, una idea de fascismo social. Vivimos
hoy en sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas. Por ello nuestras luchas
tienen que ser de tipo antifascista y tenemos que buscar el fascismo allí donde esté. No
necesariamente en el Estado, pues ese mismo Estado democrático actúa a veces en forma
democrática, en las llamadas áreas civilizadas de la sociedad, a veces en forma fascista, en las
áreas salvajes de la sociedad, contra los campesinos sin tierra, contra los marginales de este
mundo. Por lo tanto, el mismo Estado tiene ese doble comportamiento y actualmente estamos
precisamente en esta situación.

Es un Estado que no es mínimo. Dejó de regular a la sociedad. Al contrario, lo que sucedió es


que el Estado de bienestar de los ciudadanos pasó a ser un Estado de bienestar de las
empresas. Nunca se otorgaron tantos incentivos a las empresas como hoy. Pero la sociedad
civil por la cual luchamos es la sociedad de los oprimidos y de los explotados. Y del conjunto de
sus luchas es que los explotados dejan de ser víctimas para pasar a ser protagonistas y sujetos.
Eso es una sociedad civil planetaria. Existe una diferencia entre explotados y oprimidos. Los
explotados siempre fueron una minoría y las clases dominantes siempre tuvieron miedo a los
explotados, nunca a los oprimidos. En este momento, asistimos a una fusión entre explotados y
oprimidos y eso lleva al colapso del contrato social. Las luchas de las sociedades civiles tienen
que articularse en tres escalas: local, nacional y global. No estamos en condiciones de
privilegiar una escala en detrimento de otra, pues, en el futuro, vamos ser, transescalares.
Tenemos que saber luchar lo global a nivel nacional, lo nacional a nivel local, dado que lo
nacional y lo global también son locales. Este principio es fundamental.
El tercer principio es el de la unidad en la diversidad. Como bien demuestra este Foro, vivimos
en un mundo que es uno y diverso. Es uno, y ese uno convoca al principio de igualdad. Estamos
en una situación nueva respecto de la modernidad, y, a pesar de que la sociedad es muy
desigual, la igualdad no llega. Queremos, al contrario de lo que sucedió en el pasado, destacar
la diferencia. Queremos dos principios, y no uno solo: igualdad y diferencia. El principio de la
igualdad exige una redistribución a través de luchas que continúan siendo fundamentales. El
principio de la diferencia exige conocimiento igualitario de las diferencias. Es allí donde la
modernidad occidental siempre fue débil. Esa dupla tiene que estar completamente unida en
la sociedad civil. Y de allí surge el gran derecho en esta sociedad civil global. El derecho a ser
iguales, cuando la diferencia nos inferioriza; el derecho a ser diferentes, cuando la igualdad nos
descaracteriza. Piensen en nuestras luchas, en nuestras propias casas, en nuestra subjetividad y
en el mundo.

Y es ése el gran principio por el cual tenemos que luchar. Es por eso que esta sociedad tiene
que ser multicultural. Hay dos tipos de multiculturalismo: uno reaccionario y otro progresista.
El reaccionario fija las diferencias y mantiene las jerarquías entre culturas; el progresista
transforma las diferencias, no las canibaliza, sino que atenúa las diferencias entre ellas. Es ese
multiculturalismo progresista el que debe dirigir nuestras acciones. Esas luchas civiles de las
sociedades planetarias o globales van a ser organizadas en diferentes áreas. Esto es muy
importante, cómo vamos a organizarnos. En primer lugar, la sociedad civil es una sociedad de
relaciones horizontales. Ni jerárquicas, ni de mercado. Por lo tanto, es necesario encontrar una
forma de organización plural y tolerante. Porque sólo juntos podemos llegar a la diversidad,
avanzar para crear espacios públicos transnacionales, donde sea posible otra noción de
derechos. No hablamos de derechos abstractos, que existen para enmascarar las
desigualdades, sino de los derechos organizados y concebidos políticamente, que
desenmascaran las desigualdades, que desenmascaran las diferencias inferiorizantes.

Esas luchas que propongo son de seis tipos. La primera es una democracia participativa, que es
fundamental para que podamos contraponernos a la democracia de baja intensidad, que se
tornó compatible con el capitalismo en la medida en que perdió su capacidad redistributiva .
Una democracia sin redistribución es el sistema político ideal del capitalismo. Es un Estado
débil por naturaleza, ilegítimo. Tenemos que crear democracias de alta intensidad. Sólo que
una democracia de alta intensidad no se hace sin demócratas de alta intensidad. Las
organizaciones no gubernamentales y los movimientos sociales tienen que ser el ejemplo de
esa democracia de alta intensidad. El segundo punto se refiere a los sistemas alternativos de
producción. En todo el mundo vemos cooperativas de mujeres y de hombres, de campesinos,
diferentes tipos de intercambios solidarios que están surgiendo por afuera , planteando otra
lucha, otra alternativa que tiene que ser parte del patrimonio de la sociedad civil global. En
tercer lugar, existen nuevas ciudadanías, la ciudadanía postnacional, el multiculturalismo. Los
derechos no tienen que ser los derechos humanos occidentales, individualistas, sino una
concepción multicultural de derechos humanos. Las diferentes culturas hablan todas de la
dignidad humana. Hablan en diferentes idiomas, pero el de los derechos humanos es uno de
ellos. La cultura islámica tiene una manera diferente de hablar de los derechos humanos, del
mismo modo que la cultura indígena de este continente tiene la suya.
El cuarto punto importante debe apuntar hacia dónde vamos a avanzar con los nuevos
conocimientos con respecto a la biodiversidad, por ejemplo. La ciencia no puede ser, de ningún
modo, el único conocimiento: tenemos que luchar por otro sentido común. Por un
conocimiento que comience por la solidaridad. ¿Por qué nuestras escuelas sólo quieren formar
estudiantes competitivos, y no estudiantes solidarios? La ciencia tiene que caminar junto con
otras formas de conocimiento, pues las promesas que la ciencia nos hizo nunca fueron
cumplidas y se siente la falta de una confianza epistemológica, de otros conocimientos
alternativos. La biodiversidad va a ser una gran lucha contra el saqueo al Tercer Mundo, esa
nueva forma de imperialismo que es el bioimperialismo. Una forma de conocimiento
transforma a otra en materia prima. El conocimiento de los indígenas, o de los campesinos, es
materia prima. Esta parece ser otra gran área de conflicto en la cual tenemos que organizarnos.
En quinto lugar, el nuevo internacionalismo obrero no es hoy nuestra única lucha. Hace 30
años, podría ser. Hoy, es una lucha de ciudadanía. Es claro que los derechos de los trabajadores
no se pueden reducir a los derechos humanos. ¿Por qué? Porque eso solamente sería posible
si, en el plano internacional, se les diera a los derechos humanos, a los derechos sociales y a los
derechos económicos, la misma importancia que se les da a los derechos cívicos y políticos. El
nuevo internacionalismo obrero que está emergiendo después de la Guerra Fría, es riquísimo y
tiene una enorme potencialidad. Tiene que convertirse en un ejercicio de ciudadanía, en una
forma de juntar ese internacionalismo obrero con todas las otras luchas. Finalmente, existe una
lucha por la información y la comunicación. Es otra gran dificultad que vamos a tener en el
futuro. Una dificultad que tiene que ser combatida a través de formas alternativas de
información y comunicación. La intención es que esas alternativas sean conjuntas y articuladas.

Pienso que en este Foro estamos en condiciones de hacernos una evaluación. Ayer, un colega
me decía que, en Ecuador y en Perú, el movimiento indígena está a favor del movimiento de las
mujeres y del movimiento estudiantil. Tenemos aquí mujeres por un lado, ambientalistas por
otro, indígenas por otro, etc. Habrá con seguridad otro Foro y en él debemos generar una
trama, una red que nos dé fuerza. No podemos continuar cada uno de nosotros encerrado en
su ghetto. Voy a enunciar algunos principios que juzgo fundamentales. Primero, un principio de
traducción. Tenemos que aprender a traducir las diferencias entre nosotros para crear una
nueva inteligibilidad. A partir de la inteligibilidad llegamos a la proximidad, de la proximidad
vamos a la simplicidad. En segundo lugar, el principio de la horizontalidad, que es muy difícil,
sobre todo en las relaciones Norte-Sur. Luego, existe ambigüedad en lo que se denomina el
principio emancipatorio. Lo que para cada uno de nosotros es emancipatorio puede ser
regulatorio u opresivo para otros. Vean, por ejemplo, el caso de los parámetros del trabajo, de
la calidad del trabajo, de los gorros y camisetas que circulan en el mercado mundial. Puede ser
una lucha emancipatoria, pero los sindicatos del Primer Mundo tienen reservas, ven en eso un
nuevo proteccionismo. O sea, no basta decir que estamos por la emancipación social, es
preciso dar testimonio, es preciso ser autorreflexivo. Porque aquéllo que puede parecer
emancipatorio, también puede ser una imposición de nuestras jerarquías. Y estaríamos siendo
autoritarios sin querer. Otro principio fundamental es el de la política simbólica, en el que
debemos ganar la prioridad de poner nombres. Poner nombres implica decir que la
flexibilización de las relaciones de trabajo no es flexibilización, es priorización. Implica decir que
el neoliberalismo no es tan sólo un modelo económico, es asesino, mata gente. Y es preciso
enfatizar que ese neoliberalismo excluyente, esa inseguridad elemental, son eufemismos para
decir que hay gente muriendo. Tenemos que tener el derecho de nombrar eso. ¿Cuáles son
nuestros objetivos? Si el socialismo tiene un nombre hoy, ese nombre es la democracia sin fin.
Tenemos que democratizar la sociedad no sólo en el plano político, sino a todos los niveles
sociales.

En esas seis grandes luchas que propongo, va a haber también seis formas de democracia,
vinculaciones entre Estado y sociedad civil. No va a ser nada fácil, pues nuestros objetivos,
finalmente, son incompatibles con el capitalismo. Pero no vamos a angustiarnos porque con
excepción de una situación revolucionaria, tenemos siempre que partir de lo que es compatible
con el capitalismo. No nos dejemos angustiar por la idea de que la dominación económica
nunca puede ser democratizada. Efectivamente no puede, pero podemos crear formas en el
sentido de mantener la integridad de nuestras luchas.

¿Cuáles son nuestros principios? Primero, contra la idea de valor y precio. Frei Betto explicó
eso muy bien en su intervención: hoy en día, sólo tiene valor lo que tiene precio. Es preciso
combatir la prioridad de la competitividad en lo relativo a la solidaridad y es preciso evitar la
idea de que el mercado es siempre eficiente. ¿Cuáles son nuestros problemas? Primero, ¿hasta
qué punto llega la resistencia del nacionalismo? ¿Cómo construir una sociedad civil que no
choque con un nacionalismo progresista? Por otro lado, ¿cómo vencer la ambigüedad
emancipatoria? Otro desafío es la falta de comunidad, somos aún muy extraños unos a otros.
Finalmente, debemos distinguir entre objetivos a corto y a largo plazo. A corto plazo, pienso
que tenemos que cambiar los discursos de las instituciones monetarias y otras que nos
dominan. Tenemos que sustituirlas por otras. El objetivo a largo plazo es la transformación
hacia una nueva ética, una nueva estética, una nueva sensibilidad para una nueva política. Es
una utopía, pero no se dejen intimidar por la idea de que somos utópicos. Todas las grandes
ideas, antes de que se hicieran realidad, fueron consideradas utópicas.

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