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Del desafío de la empleabilidad a la empleabilidad desafiada.

Comentarios sobre el desempleo juvenil y la nueva cuestión social.

Miguel Abad

No es cosa nuestra la construcción de futuro o de un resultado definitivo para todos los tiempos;
pero tanto más claro está, en mi opinión, lo que nos toca hacer actualmente:
criticar sin contemplaciones todo lo que existente
KARL MARX

¿Por qué los jóvenes no quieren trabajar?

Según la teoría neoclásica, la desocupación se origina por la resistencia de los trabajadores a


emplearse por un salario que corresponda a la productividad marginal resultado de la adición (o
sustracción) de una unidad de trabajo a la unidad productiva. En esta perspectiva, el desempleo
sería o de tipo voluntario pues es el oferente quien se abstiene de participar en el mercado de
trabajo dado que las condiciones no lo satisfacen o de tipo friccional, debido al tiempo que insume
dejar una posición vacante y la ocupación de una nueva. Según esta teoría, habría una tendencia a
la plena ocupación, que se realizaría tarde o temprano una vez el precio de la mano de obra (salario)
se ajuste a la productividad marginal total de la economía siempre que no intervengan factores
externos que distorsionen los mecanismos correctivos del mercado.

Sin embargo, la oferta de trabajo viene determinada por las necesidades de sobrevivencia de las
unidades domésticas, que moviliza y organiza a las personas que comparten la vivienda para su
reproducción física y social. Una de estas estrategias es la laboral, es decir, la realización de un
trabajo – la producción de un bien o servicio socialmente útil - a cambio de un ingreso, sea como
asalariado dependiente, por cuenta propia o como empleador (Pok, 1992; Neffa et al., 2005). De
esta forma, la estrategia laboral inserta directamente a las unidades domésticas en la estructura
social de la producción capitalista, de la que se deriva su participación en el proceso de trabajo.
Según la modalidad de esta participación, se establece su condición de actividad con relación al
mercado de trabajo, el ámbito más institucionalizado donde se desarrollan las estrategias laborales.
(Pok, 1992).

Por otro lado, la demanda se relaciona con un conjunto de fuerzas diferente que actúa sobre los
empresarios e influye sus expectativas acerca de la tasa de ganancia que pueden esperar y los
niveles adecuados de producción para conseguirla. En la teoría keynesiana, esto da lugar a un tipo
de desempleo que es involuntario, pues “en un determinado nivel de salario vigente (…) hay
personas que quieren trabajar y no consiguen empleo [porque existe] una demanda efectiva
insuficiente como para requerir un volumen de producción que necesite el pleno empleo de la mano
de obra disponible.”1


Psicólogo argentino y consultor internacional en temas de juventud. E-mail: jmabadgmail.com
1 Pérez y Neffa, 2006, p. 112-113.

1
Resulta evidente que los resultados de dos conjuntos de fuerzas tan diferentes como la necesidad y
la ganancia - uno para la oferta y otra para la demanda de trabajo - difícilmente pueden equilibrarse
como si se trataran de variables independientes entre sí que se ajustan “automáticamente”,
haciendo que el número de personas que buscan empleo coincida con la cantidad de vacantes
demandadas por los empresarios a un precio de equilibrio. La causa de esta diferencia está en la
estructura del mercado de trabajo capitalista, donde
“la fuerza de trabajo se vende como una mercancía, pero su producción y reproducción no es el
producto de simples relaciones mercantiles. Los requisitos para la fuerza de trabajo por parte del
capital se asocian a sus necesidades de valorización, mientras que la oferta de trabajo por parte de los
hogares se encuentra ligada a la necesidad de reproducirse socialmente y su rechazo a la
explotación.”2

En esta misma línea de argumentación, si bien el mercado de trabajo se asemeja a otros por la
oposición existente entre compradores y vendedores, el intercambio de salarios y fuerza de trabajo,
la competencia entre oferentes y demandantes, y la implementación de estrategias racionales,
individuales o colectivas, para que la oferta tenga éxito y la demanda sea satisfecha, se diferencia
por la desventaja estructural que enfrentan los vendedores con relación al poder de compra de la
demanda, posición que restringe la efectividad de sus estrategias de negociación e induce un
conflicto social y político continuo en el mundo del trabajo. Esta situación ha requerido la
intervención del Estado capitalista con el objeto de neutralizar esta diferencia, controlando el flujo
de la oferta y condicionando el poder de compra de la demanda (Bowles y Edwards, 1990; Offe,
1985).

Ahora bien, en el mercado de trabajo capitalista, todas las personas que deben trabajar están
potencialmente expuestas a la desocupación. La vulnerabilidad como medida de la exposición a
este riesgo, es decir, la probabilidad de quedar desocupado por un período de tiempo o transitar
hacia formas de subocupación, afecta de manera desigual a los distintos grupos sociales y
categorías ocupacionales, siendo mayor para aquellos que parten de una situación de inactividad
(Neffa et al., 2005).

Según Claus Offe, la sobreposición de vulnerabilidades concentradas en determinados grupos


cuestiona las teorías que defienden la idea de una sociedad que funciona en torno a la libertad de
contratación como garantía de la igualdad de oportunidades, en donde la posición de una persona
no está determinada por su estatus de grupo, heredado o atribuido, sino por su pertenencia a una
clase o fracción de clase colectiva y las trayectoria individual de su comportamiento en el mercado
de trabajo, en el marco de las premisas y limitaciones definidas para su clase.

Por el contrario,
“os riscos do mercado de trabalho são distribuídos de maneira muito desigual, de forma nitidamente
estruturada, [y ese] padrão de distribução corresponde às características ‘atributivas’. Isso acontece a
despeito de (ou porque?) a política guvernamental relativa ao mercado de trabalho ter cada vez mais a
sua disposição pacotes de medidas ou instrumentos de apoio para grupos especificos.”3
lo que ha inducido en las economías capitalistas modernas la ampliación de la agenda política del
mercado de trabajo, que además de ocuparse del crecimiento de la demanda global de la fuerza de
trabajo y el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores, ha pasado también a ocuparse de
los problemas de la distribución justa y equilibrada de esa demanda entre los diferentes grupos de
trabajadores.

Como parte de los grupos vulnerables, es un hecho que los jóvenes no sólo tienen mayores
problemas para emplearse, sino que, cuando lo consiguen, acceden a un trabajo probablemente
precario, que requiere menos calificaciones y donde el salario es más bajo con relación al empleo de

2 Féliz y Neffa, 2006, p. 70.


3 Offe, 1985, 22-23.

2
un adulto (Abdala, 2004). En la literatura especializada se da un amplio conjunto de razones para
explicar las dificultades de la inserción laboral de los jóvenes que remiten, en última instancia, a dos
grandes causas: los factores demográficos y las variables económicas. A su vez, estos últimos
pueden ser subdivididos en problemas de ajuste entre la oferta y la demanda de trabajo, las que se
derivan de las características del mercado de trabajo y la influencia de los ciclos económicos sobre
el crecimiento de la demanda de trabajo (Schkolnik, 2003; Weller, 2003).

Específicamente, se nombran las siguientes causas:


 El insuficiente ajuste de los sistemas de educación y capacitación a las necesidades que
demandan las empresas, lo que determina una preparación inadecuada o insuficiente.
 La incongruencia de las aspiraciones de los jóvenes con la realidad del mercado laboral, que
determina períodos de búsqueda más largos que en el caso de los adultos.
 La falta de información sobre el mercado de trabajo y las empresas, que determina entradas y
salidas más rápidas del mercado laboral.
 Las distorsiones producidas por la legislación, que desaniman la contratación de jóvenes con
menor productividad, bajo iguales condiciones, contractuales y salariales, que los adultos, más
productivos.
 Las preferencias de los empleadores en los períodos recesivos, debido a su reticencia para
desprenderse del personal adulto más experimentado, por los costos de despido y los de
entrenamiento.
 El aumento de la población en la edad de trabajar y de la participación juvenil por encima de la
capacidad de absorción de la economía.

Sin embargo, nunca se ha probado que el desarrollo de la adolescencia y la juventud requiera per se
de ese período de privación de responsabilidades y derechos naturalizado en las sociedades
occidentales (Lutte, 1991),4 desigualdad cuyas consecuencias sobre la participación en el mercado
de trabajo analiza Offe (1985). Según este autor, la vulnerabilidad de determinados grupos deviene
como consecuencia de la dinámica del mercado de trabajo y los flujos de la inactividad a la
actividad, en torno a la cual se sitúan cuatro segmentos poblacionales:
(I) Los segmentos inactivos de la población, cuya función productiva está regulada por derechos
y obligaciones en función de su estatus de forma que su familia y otras instituciones proveen
los medios que requiere su subsistencia.
(II) Los segmentos disponibles para trabajar, que actualmente no tienen empleo pero buscan
activamente ser ocupados y, por tanto, permanecen en el mercado de trabajo.
(III) Los segmentos ocupados en el mercado de trabajo, cuyo intercambio de fuerza de trabajo por
salario es continua y se realiza dentro de una relación contractual.
(IV) El segmento de las personas que están fuera del mercado de trabajo porque poseen medios
de producción y no necesitan vender su fuerza de trabajo. Este segmento está en condiciones
de ejercer o no su propia demanda por fuerza de trabajo.

Los mecanismos para pasar del segmento IV al mercado de trabajo (en II o III) están determinados
por las condiciones de competencia en los mercados que expulsan a las unidades productivas
ineficientes. De manera similar, los mecanismos por los que se transita entre los segmentos II y III
están también influenciadas por determinantes económicos de la demanda de la fuerza de trabajo:
la inversión capitalista, transformaciones tecnológicas, ciclos económicos de recesión o expansión,
nuevos productos o sectores productivos, etc.

4 Según Bourdieu, los conceptos de adolescencia y juventud corresponden a una construcción social, histórica, cultural y
relacional, que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido adquiriendo denotaciones y
delimitaciones diferentes, de forma que “la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la
lucha entre jóvenes y viejos” (Bourdieu, 2000:164). En este marco, la concepción de la adolescencia y juventud como una
etapa fundamentalmente instituida como de transición que establece una verdadera moratoria social (“quarantine period”,
cfr. Erikson, 1993), caracteriza la etapa adolescente y juvenil en las sociedades modernas.

3
En cambio, los mecanismos para pasar de I a II o III son de naturaleza diferente y se relacionan más
con el grado de desarrollo institucional y los factores culturales de la sociedad, que establecen
límites a la participación en el mercado de trabajo. Este paso no depende sólo de las oportunidades
de ocupación sino también de los medios disponibles fuera del mercado laboral - en las familias e
instituciones - que amparan a la población inactiva de los riesgos de la desocupación.

Para los segmentos inactivos de la población, la intervención reguladora del Estado que ha
acompañado los procesos de organización y movilización de los trabajadores, ha posibilitado
también la opción de que crecientes segmentos de la población accedan a modos de subsistencia
individual fuera del mercado de trabajo. Empero, la insuficiencia de las rentas percibidas por los
trabajadores, la ineficiencia de las políticas de empleo y los mismos procesos que se dan en el
mercado de trabajo, debilitan las posibilidades de subsistencia ofrecidas por las instituciones fuera
del mercado laboral, llevando a los grupos del segmento I a ejercer una constante presión sobre el
mercado de trabajo.

En ese fenómeno se conforman los llamados “grupos-problema” del mercado de trabajo capitalista,
es decir, personas que transitan del segmento I al II y al III cuya posición desfavorable depende
tanto de su desventaja estructural ante la demanda, común a todos los trabajadores, como de las
atribuciones sociales y mecanismos institucionales que restringen su capacidad de ofrecer su
trabajo en igualdad de condiciones con otros trabajadores, sea por la edad, su sexo, estado de salud
o clasificación étnica, toda vez que su subsistencia por fuera del mercado de trabajo es “aceptable”
y “promovida”.

En efecto, al observar la posición desfavorable de grupos vulnerables en el mercado de trabajo -


mujeres, jóvenes, viejos, incapacitados y extranjeros -, Offe observa que se trata de personas cuyas
características son usadas, política y culturalmente, para definir el segmento I de la población, aquel
que puede acceder a formas de reproducción social por fuera del mercado de trabajo:
“Para os membros desses grupos, um período (limitado) de não-participação na oferta de trabalho é
considerado normal e legitimo (…) [Sin embargo], a maioria esmagadora de membros da categoria I,
‘abrigados’ e com a subsistência garantida daquela forma, não podem, na verdade, ser impedidos
(muitas vezes nem mesmo legalmente) de procurar ingressar no mercado de trabalho (…) é claro que
os fatos objetivos e atributivos que autorizam a não-participação no mercado de trabalho só podem ser
definidos como opções e não como alavancas para efetivamente ‘proibir’ a mão-de-obra no mercado
(negro) de trabalho.”5.

Para Offe, el recurso a la formación de estas categorías atributivas permite a las sociedades
capitalistas resolver el problema estructural de no poder “forçar toda a população à participação
direta no mercado de trabalho, ao mesmo tempo que não podem tornar globalmente disponível a
opção de não-participação no mercado de trabalho e, portanto, a dependência com relação a meios
de subsistência externos a ele.”6, pues lo contrario, en ambos casos, destruiría la desigualdad de
poder que sustenta el mercado de trabajo.

Tilly (2000) postula que este fenómeno opera en el mundo del trabajo a través de la incorporación y
acoplamiento de categoría externas, tales como la de género, nacionalidad, raza, edad, etc. Esta
propuesta supone que la desigualdad categórica en términos de remuneraciones por trabajo no se
reduce a factores de tipo individual propios de la teoría del capital humano y que, por tanto, la gran
parte de las diferencias en términos de remuneración que suelen atribuirse a la capacidad y
esfuerzo de los individuos, resulta más bien de la organización de la producción y la reproducción en
categorías.

A su vez, el lado de la oferta de trabajo también aprovecha las atribuciones sociales para controlar
la participación de determinados grupos sociales en el mercado de trabajo, ejerciendo una
5 Offe, 1985, p. 51-53.
6 Ibídem, p. 51.

4
solidaridad grupal - como forma de “cerramiento social” - con el objetivo de generar
discriminaciones en la apropiación de las oportunidades de trabajo (Weber, 1996). De esta manera,
la construcción y aplicación de determinadas categorías atributivas facilita la distribución desigual
de los ingresos, las condiciones de trabajo y las oportunidades de empleo entre los asalariados.

Efectivamente, las personas que están dispensadas temporal o definitivamente del mercado de
trabajo no pueden escoger libremente su estado y no pueden plantear demandas excesivas con
relación a su subsistencia y sus derechos, pues están sometidos a “relações especiais de força e
controle, que privam ás pessoas dos meios para a ação coletiva e conseqüentemente as impedem
de realizar seus interesses econômicos ou de outra natureza: sistemas familiares, escolas,
presídios, programas de previdência social, exércitos, hospitais, etc.”7

Siendo que la contratación de un trabajador implica unos costos fijos de reclutamiento y


entrenamiento y el riesgo de que el empleado entrenado no cumpla bien su tarea o renuncie por un
ofrecimiento mejor, se recurre a mecanismos contractuales e incentivos adicionales o se contratan
grupos con una alta probabilidad de salir del mercado de trabajo, personas que por sus
características tienen la “opción” de subsistir por fuera del mercado de trabajo. Esta “fuerza de
trabajo secundaria” tiene costos de reclutamiento y entrenamiento particularmente bajos, se
desempeñan en empleos que “cualquiera puede hacer”, donde la presión por la substitución es alta,
los salarios son bajos y existen limitadas oportunidades de promoción (Offe, 1985).

Al mismo tiempo, los “grupos-problema” actúan como una fuerza de trabajo marginal y alterna a la
regular (jefes de familia, hombres, adultos, sanos, etc.), que puede ser recompuesta con relativa
flexibilidad en función de las tasas de crecimiento y las fluctuaciones del mercado debido,
precisamente, a las “redes de seguridad” social y política que “poseen” estos grupos por fuera del
mercado de trabajo.

Esta posición estructural es reforzada por la apreciación subjetiva de los “grupos-problema” hacia
su posición como trabajadores los orienta hacia modos de vida por fuera del mercado de trabajo, lo
que conllevan a una menor motivación para invertir tiempo y energía en luchas individuales o
colectivas por mejores sus condiciones de trabajo pues les parecen objetivamente imposible de
obtener y subjetivamente desventajosas. Así, son grupos con una tasa de sindicalización mucho
más baja y su participación es periférica en la definición de los intereses colectivos de la clase
trabajadora8:

¿Desocupados, subocupados o inactivos?

Jacques Freyssinet (cit. Neffa et al., 2005) respalda estos análisis al resaltar las diferencias en los
itinerarios individuales entre inactividad, empleo y desempleo, siendo posible distinguir tres tipos
diferentes de desocupación, cada uno con características propias e implicaciones para los
diferentes grupos - problema:
 Desempleo repetitivo: Se observa en personas que fluyen continuamente de la desocupación a
la ocupación o subocupación, cuyos empleos son generalmente temporales o precarios. En este
grupo, hay una mayor proporción de jóvenes, mujeres y trabajadores con bajos niveles de
calificación profesional.
 Desempleo de reconversión: Afecta a trabajadores de sectores industriales que han ocupado
puestos de trabajo estables y protegidos, la mayoría hombres adultos con un cierto nivel de
calificación profesional y experiencia laboral, que pasan un largo tiempo desocupados a la
búsqueda de una ocupación acorde con sus expectativas y capacidades.

7 Ibídem, p. 52.
8 “Para os membros desses grupos de empregados, o nível de interesse nos factores como emprego, carreira, mobilidade,
renda e boas condições de trabalho é mais baixo do que para os empregados ‘normais’. Esta é a razão pela qual são
freqüentemente considerados pelos empregadores como tendo mais ‘paciência’ do que a média e uma ‘capacidade
mayor de suportarem o stress’.” (Offe, 1985, p. 60).

5
 Desempleo de exclusión: Es de carácter estructural, y se relaciona con una débil demanda y una
sobreoferta de trabajo. Los empleadores aplican una estricta selección, que al marginar
continuamente a trabajadores con una posición desfavorable en la oferta, les lleva a
desocupaciones de largo plazo que deterioran sus competencias profesionales y los desalienta,
arrojándolos fuera del mercado de trabajo. En su mayoría se trata de jóvenes en situación de
fracaso escolar, con dificultades de aprendizaje o sin capacidades para formarse
profesionalmente, y adultos poco calificados, con edad próxima a la jubilación.

Por otra parte, en los países sin mecanismos eficaces de apoyo a los desempleados, como es el
caso en América Latina, la atención excesiva al desempleo oculta las situaciones de subocupación,
puesto el desempleado no puede permitirse esperar a conseguir una ocupación acorde con sus
expectativas, e ingresa así a modalidades de desempleo repetitivo, según la tipología expuesta. De
ahí el carácter residual que durante años tuvo el desempleo en la región. El efecto de esta situación
con respecto a la situación de los jóvenes, es que las estadísticas tienden a sobre – representar a
los jóvenes de los estratos socioeconómicos más altos puesto que sólo ellos pueden permitirse
dedicar más tiempo a buscar un trabajo adecuado a sus expectativas de formación y salario. La
mayoría de los jóvenes, en cambio, deben implementar estrategias de sobrevivencia que los
empujan al sector informal de la economía, con una mayor probabilidad de precarización y movilidad
laboral excluyente del mercado de trabajo (Schkolnik, 2005).

Estos análisis son necesarios para redimensionar las lecturas estrictamente economicistas o
demográficas del fenómeno, y explicar como las atribuciones institucionales y culturales asignadas a
la categoría social juvenil, relacionadas con la “(…) transiçao das sociedades agrárias para as
sociedades urbanas e industriais, [cuando] aparecem medidas de interferencia pública voltadas
para a emancipaçao da crianza e do adolescente da condição de trabalho para a sobrevivência”
(Pochmann, 2004: 217-218), terminan desfavoreciendo la posición competitiva de los jóvenes en el
mercado de trabajo9, una vez las medidas políticas no solamente no corrigen las desigualdades
básicas estructurales del capitalismo, sino que, por el contrario, las potencian, una vez el Estado
“torna-se até mesmo ativo na remoção de obstáculos e ‘inflexibilidades’ institucionais que impedem
o exercício do poder do mercado, ampliando, assim, esse poder.” (Offe, 1985: 69).

Por otro lado, el desempleo afecta a los jóvenes de manera distinta. Las diferencias de edad, sexo y
escolaridad influyen de forma significativa en la probabilidad de encontrar un empleo/ocupación,
por tanto causan impacto sobre las tasas de desempleo de los jóvenes. Los más jóvenes y aquéllos
menos educados, registran mayores tasas de desempleo, en virtud del menor capital humano
incorporado y de la menor experiencia en el mercado de trabajo, que limitan sus oportunidades de
ocupación. Las mujeres jóvenes, a su vez, aportan mayores tasas de desempleo con relación a los
hombres, debido a factores adicionales, entre los cuales son importantes la discriminación, la
menor disponibilidad para aceptar cualquier trabajo, la especialización por género de determinadas
ocupaciones, y la necesidad de desempeñar múltiples funciones en las unidades domésticas
(Cacciamali, 2005).10

9 Según Bourdieu, los conceptos de adolescencia y juventud corresponden a una construcción social, histórica, cultural y
relacional, que a través de las diferentes épocas y procesos históricos y sociales han ido adquiriendo denotaciones y
delimitaciones diferentes, de forma que “la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la
lucha entre jóvenes y viejos” (Bourdieu, 2000:164). En este marco, la concepción de la adolescencia y juventud como una
etapa fundamentalmente instituida como de transición que establece una verdadera moratoria social (“quarantine period”,
cfr. Erikson, 1993), caracteriza la etapa adolescente y juvenil en las sociedades modernas. Sin embargo, nunca se ha
probado que el desarrollo de la adolescencia y la juventud requiera per se de ese período de privación de
responsabilidades y derechos naturalizado en las sociedades occidentales (Lutte, 1991), desigualdad cuyas
consecuencias sobre la participación en el mercado de trabajo analiza Offe.
10 Así mismo, es necesario llamar la atención sobre las decisiones personales de los jóvenes que limitan o posibilitan su
acceso al empleo. Los arbitrajes individuales confieren a las trayectorias juveniles una lógica de construcción que
mediatiza el impacto de los factores estructurales y modula su sentido. Los recursos y los condicionantes similares
adquieren un impacto diferente según el individuo, su vida y el momento que está en su trayectoria, haciendo que
determinados factores contextuales objetivos sean resueltos como posibilidades o limitaciones según la lógica de las
trayectorias individuales (Nicole-Drancourt, 1998; Fawcett, 2002).

6
Todo lo anterior, permitiría plantear al menos cuatro críticas a los análisis centrados exclusivamente
en las causas del desempleo juvenil:
 En primer lugar, consideran el fenómeno de manera aislada y descriptiva, sin reparar en las
contradicciones capitalistas y su influencia sobre las relaciones institucionales y político-jurídicas
que rigen las nuevas formas de organización y división internacional del trabajo. Sin embargo, es
el contexto del desempleo juvenil, y no el desempleo en sí mismo, el que debe ser articulado a la
totalidad del mundo laboral, con sus múltiples relaciones y contradicciones, y la manera como se
afecta por la reestructuración del capitalismo a escala mundial.
 Por otro lado, el desempleo es sólo un aspecto de la situación en la Población Económicamente
Activa, y a un joven pueden corresponderle múltiples condiciones de actividad: inactivo,
desocupado, subocupado, ocupado a tiempo completo, a tiempo parcial o sobreocupado, y cada
una de estas situaciones contribuye a una trayectoria diferente de los jóvenes de uno y otro sexo
cuando comienzan su vida laboral. La medición y características de caso deben ser
consideradas igualmente y en forma comparativa, así como los flujos de una situación a otra.
 Además, los análisis del desempleo juvenil generalmente no dicen nada acerca de la
composición de los oferentes de empleo, es decir, no especifican sus niveles de escolaridad,
origen étnico, extracción socioeconómica, experiencia laboral, etc., de los desocupados jóvenes,
con lo que se pierde información útil para acceder a una más dimensión más concreta del
problema.
 Para terminar, la tasa de desocupación tampoco ofrece una orientación sobre el tipo de
desempleo que afecta a los jóvenes, aspecto fundamental para las autoridades a la hora de
formular políticas pertinentes, pues, por ejemplo, el desempleo de tipo estructural no puede
resolverse limitándose a cualificar la oferta de trabajo.

La situación laboral de los jóvenes en América Latina

En un contexto de crecimiento económico por tercer año, el último informe de la OIT sobre
tendencias del empleo mundial indica que la productividad del trabajo (medida por unidad de fuerza
de trabajo ocupada) fue 2.6% en 2005, inferior al 3% de 2004. De otro lado, el empleo en 2005
registró un aumento en la Tasa de Ocupación de 1.5% con respecto a 2004, para un total
acumulado de 16.5% desde 1995. Respecto a la tasa de desocupación, después de dos años
sucesivos de disminución, esta se mantuvo en 6.3% como en 2004, cuando experimentó un alza
con respecto a 200311. En números absolutos, en 2005 se presentaron ligeros aumentos con
respecto al año anterior en la cantidad de personas mayores de 15 años empleadas y
desempleadas, manteniendo esta última la misma tendencia a aumentar desde 1993. Finalmente,
la Población Económicamente Activa – personas mayores de 15 años empleadas y/o en disposición
de aceptar un empleo –, se redujo 1.4% entre 1995 y 2005, y actualmente es de 61.4%, el cociente
más bajo en 10 años.

Un factor importante en esta disminución, ha sido el descenso continuo de la tasa de participación


juvenil en la PEA (las personas con edades entre 15 y 24 años), que ha pasado de 51.7% en 1995 a
46.7% en 2005, sea por un aumento en la permanencia dentro de los sistemas educativos o porque
abandonaron la búsqueda activa de empleo. Aún así, en 2005 casi la mitad de las personas
desempleadas – 89 millones de 191.8 millones de personas -, son jóvenes, mientras su
participación como grupo de edad en la PEA no llega al 25%. Así, mientras la cantidad de personas
en la PEA mundial aumentó 16.8% entre 1995 y 2005, la cantidad de jóvenes sólo lo hizo 4%
durante el mismo período, lo que supone una probabilidad de desempleo tres veces mayor para una
persona joven que para una adulta (ILO, 2006).

11 De esta manera, se mantiene la tendencia de los últimos 10 años: desde 1995, la productividad global ha crecido en su
conjunto a un promedio anual de 2%, mientras el PBI global lo ha hecho por 3.8%, poniendo en evidencia el mayor peso
relativo en el crecimiento económico de los incrementos en la productividad sobre la cantidad de nuevos empleos
generados (ILO, op. cit.).

7
A esto hay que sumar la desventaja relativa de los jóvenes en las economías en desarrollo, donde
constituyen una mayor proporción de la PEA que en las economías desarrolladas (21,8 por ciento
frente al 14,0 por ciento, respectivamente, en 2003), y afrontan, comparativamente, condiciones
estructurales más desfavorables. En estos países, la probabilidad que un joven no tenga trabajo es
3.8 veces mayor que en un adulto, mientras en las economías industrializadas, los jóvenes tienen
2,3 veces más posibilidades de estar desempleados (World Bank, 2006; OIT, 2004)12.

Pero además de la cuestión del desempleo, la vulnerabilidad comparativa de los jóvenes con
respecto a los trabajadores adultos, tanto en los países industrializados como en las economías en
desarrollo, influye en que la mala calidad de los empleos a los que acceden, sea por mayor
exposición a factores insalubres, horarios más prolongados, contratos informales o de corta
duración, bajas remuneraciones, y/o poca o nula protección social:
“Jamás ha habido tantos jóvenes en situación de pobreza o subempleo. Alrededor de 106 millones de jóvenes
trabajan, pero viven en hogares que ganan menos del equivalente a un dólar de los Estados Unidos al día.
Además, millones de jóvenes se encuentran atrapados en empleos temporales, a tiempo parcial involuntario o en
trabajos eventuales que ofrecen pocas prestaciones y limitadas posibilidades de promoción”13.

Situaciones de este tipo, que caracterizan los empleos en el sector informal de la economía14,
comienzan a presentarse también en los países industrializados. Sin embargo, ha sido una
influencia determinante en las economías de los países en desarrollo, donde “el crecimiento [del
empleo] se concentra fundamentalmente en las actividades por cuenta propia y en
microestablecimientos” (Tokman, 1997), siendo ilustrativo el caso de América Latina y El Caribe, en
que las 2/3 partes de los nuevos puestos de trabajo creados en los últimos 10 años, fueron en el
sector informal de la economía (OIT, 2006). El declive de la economía formal y la disminución del
apoyo público o familiar a los ingresos en el empleo juvenil, tiene relación con el hecho que casi
todos los puestos de trabajo recién creados ocupados por los jóvenes de América Latina, están en la
economía informal (OIT, 2005)15. Al mismo tiempo, la región registró el mayor aumento en el
desempleo en 2005, que sumó 1.3 millones al número de personas desocupadas en 2004,
elevando la TD a 0.3% para llegar a un total de 7.7% (OIT, 2006).

En el caso de los jóvenes, si en 2003 había un 13,1 por ciento más de jóvenes que en 1993, el
porcentaje de jóvenes con empleo sólo se incrementó 2,8%, en contraste con el resto del mundo,
que durante el mismo período incrementó su población joven en 10,5%, mientras los jóvenes con
empleo lo hicieron 0,2% (OIT, 2004). Esto parece hacer apoyar que este mayor dinamismo en la
generación de empleos para jóvenes, se daría a través de puestos de trabajo en sectores con baja
productividad, inestables y carentes de seguridad y protección social. Al mismo tiempo, estos se
convierten en la principal, y a veces la única, vía de acceso a las habilidades y aprendizajes
necesarios para el mundo laboral, afectando las condiciones de su empleabilidad futura por la

12 El desempleo juvenil dista mucho, pues, de ser una característica exclusiva de los mercados de trabajo en los países no
desarrollados. De hecho, el primer informe de la Comisión del Empleo de los Jóvenes de la OIT se refiere explícitamente a
las menores tasas de desempleo juvenil en los países industrializados como un “cambio mínimo” considerando
“… los numerosos factores favorables [en comparación con las economías en desarrollo], como las tendencias demográficas, la
mejora de la educación, los cambios estructurales, el crecimiento del sector de los servicios y las tecnologías de la información y
la comunicación, la concesión de una mayor atención política y la asignación de más recursos para abordar los problemas de los
jóvenes en el mercado de trabajo” (OIT, 2005).
13 OIT, 2006, b: 3.
14 Las actividades del sector informal remiten a un sector donde predominan actividades económicas que siendo lícitas,
son ilegales, es decir, no están registradas, son ejercidas por micro o pequeñas unidades productivas, y emplean bajos
niveles de tecnología, según consumo de energía y calificaciones del personal ocupado, lo que se asocia con condiciones
de trabajo precarias y bajas remuneraciones (Cfr. Neffa, 2005). Aún siendo un concepto cuya definición soporta varias
ambigüedades y frecuentemente cuestionado por su carga ideológica y/o las limitaciones heurísticas de su aplicación por
la heterogeneidad de condiciones laborales y remuneración que abarca, su importancia en las economías de los países en
desarrollo imponen su tratamiento.
15 “Los jóvenes que cuentan con un empleo (…) se enfrentan a problemas específicos. Habida cuenta de su escasa
formación y experiencia laboral, los jóvenes generalmente terminan aceptando los trabajos más precarios. En Perú, por
ejemplo, del total de afiliados al sistema de seguro social de salud, solo el 10 por ciento son jóvenes de 15 a 24 años (aún
cuando su peso en el empleo es superior al 40 por ciento) y dos de cada tres de estos jóvenes trabaja sin contrato
firmado. La situación –comenta el informe- es similar en otros países de la región” (OIT, 2006, c: 53-54).

8
pérdida de calificaciones y certificaciones, especialmente cuando se asocian con la
desescolarización y la jefatura familiar16.

Lo anterior parece corroborar las conclusiones generales del informe de la CEPAL sobre la juventud
en América Latina, España y Portugal, que señalan como en los últimos 10 años, la situación laboral
de los jóvenes latinoamericanos se ha caracterizado por el aumento del desempleo, la
concentración creciente del empleo en los sectores de baja productividad y la caída de los ingresos
laborales medios que obtienen los jóvenes (Hopenhayn, 2004).

Para los últimos 10 años, el empleo juvenil de la región se ha caracterizadas por un crecimiento en
la ocupación de puestos de trabajo informales o precarios, y por un cambio en la estructura del
empleo – con el traslado acelerado desde las ocupaciones en los sectores agrícolas y
manufactureros, al sector servicios. Este último factor se relaciona también con un aumento en la
ocupación de las mujeres jóvenes y una reducción de la brecha salarial con los hombres, mientras
se verifica un incremento de las diferencias entre los ingresos de los trabajadores jóvenes más
calificados y los menos calificados (Weller, 2003; Schkolnik, 2005).

Con respecto a los trabajadores adultos, si bien la diferencia entre algunos indicadores se redujeron,
como la tasa de desempleo, los estudios muestran que la situación de los jóvenes en el mercado de
trabajo se da en un contexto de deterioro general del empleo en América Latina, que también ha
desmejorado la posición de los trabajadores adultos (Hopenhayn, 2004.), resultado de las
desventajas acumuladas desde la década de 1980, con la adopción de los objetivos planteados por
el Consenso de Washington luego de la crisis de fines de la década del sesenta, generalizados como
programa aplicado por los organismos económicos internacionales, especialmente la OMC, el FMI y
el Banco Mundial.

¿Políticas de empleo o de empleabilidad?

El estado expuesto contrasta flagrantemente con la hipótesis optimista planteada a principios de la


década de 1990 acerca de una tendencia positiva para el empleo juvenil en la región mientras se
diera continuidad al ajuste estructural en la economía latinoamericana de la década pasada con
una segunda generación de reformas destinadas a remover las barreras institucionales que habían
hasta entonces obstruido la inserción laboral de los jóvenes en las décadas pasadas, facilitando así
el aprovechamiento de las oportunidades abiertas por la liberalización y mundialización de los
mercados de bienes y factores de producción (incluyendo el trabajo).17

Bajo estas premisas y sustentados por una dudosa selección de cifras y experiencias
inconsistentemente evaluadas (CMT, 2006), las propuestas de los organismos de cooperación

16 La empleabilidad es la probabilidad que tienen las personas desocupadas de encontrar un puesto de trabajo dentro de
un período determinado de tiempo, y disminuye conforme aumenta el tiempo de desocupación, es mayor la edad del
desocupado y/o son más bajas las calificaciones (Neffa, 2005).
17 No es mi interés discutir en este artículo si el ajuste estructural y las reformas neoliberales se han introducido y hasta
que grado en la región pues los defensores de estas reformas siempre podrán argumentar que su fracaso radica en la
insuficiencia de su aplicación y nosotros diremos que han sido muy exitosas, de ahí nuestro fracaso. Por lo demás, es
preciso reconocer diferencias notables entre los países y los mecanismos que han seguido estas transformaciones. Es
evidente, sin embargo, que en las sociedades latinoamericanas se ha producido una ruptura con el anterior régimen de
acumulación y el modelo político-institucional que lo sustentaba. Esto es visible haciendo el recuento, país por país, de las
sustantivas modificaciones que a lo largo de la década pasada hubo en las políticas y regulaciones macroeconómicas, así
como en las normas constitucionales, destinadas, básicamente, a controlar el gasto público y equilibrar las cuentas
nacionales, mejorando el saldo de la balanza de pagos a través del ingreso de capitales. Por eso, la necesidad de
mantener la inflación interna a niveles internacionales, generando tasas de interés y de ganancia más competitivas. Los
instrumentos de estas políticas han sido, con algunas excepciones, la sobrevaluación, la apertura financiera, cambiaria y
comercial, la privatización de las empresas públicas y la flexi-regulación de los mercados de capitales, bienes y trabajo.
Esta es una tendencia regional que, a lo sumo, es contestada, con limitaciones, por Cuba, Venezuela y Bolivia, y
parcialmente por la Argentina, debido especialmente a los efectos de la crisis 2001 en los arreglos institucionales. Por lo
demás, las principales economías latinoamericanas, Brasil y México, siguen las grandes líneas trazadas, así como el
conjunto de los países andinos y Centroamérica.

9
multilateral y sus equipos de consultores han venido destacado en sus informes las siguientes
recomendaciones generales para mejorar la inserción laboral de los jóvenes en la región:
 Los jóvenes como actores estratégicos del desarrollo, a partir de la concurrencia de factores
“internos”, intrínsecos a una naturaleza juvenil, y otros “externos”, atribuibles al actual estilo de
desarrollo, las nuevas tecnologías de información y comunicación, y las tendencias
demográficas;18
 Diseñar políticas públicas específicas de empleo juvenil según estrategias de focalización
centradas en grupos vulnerables por pobreza;
 La necesidad de mejorar el impacto de las políticas sociales orientadas a los jóvenes por medio
de la aplicación de soluciones técnicas en el plano de la gestión bajo una premisa de
racionalización del Gasto Público Social (GPS) mediante:
a) implementación de desconcentración y descentralización de funciones hacia niveles
municipales y a la “sociedad civil”;
b) introducción paulatina de mecanismos de mercado en los servicios sociales de formación
profesional;
c) promoción de enfoques activación de la búsqueda de empleo, que condicione subsidios
para la capacitación a la inserción laboral;
 En un nivel político, controlar los intereses gremiales de los trabajadores adultos adoptando una
perspectiva generacional en las políticas de empleo juvenil;
 En la línea de acciones, priorizar el apoyo a la transición a la vida adulta de los jóvenes mediante
la generación de ingresos a través del mejoramiento de su empleabilidad.

Las políticas de apoyo al empleo juvenil resultan, pues, políticas de promoción de la empleabilidad
de los jóvenes,19 es decir, se asume que el desempleo juvenil es de carácter estructural,
entendiendo por ello que sus orígenes sociales son una combinación de malas decisiones
individuales y deficiencias institucionales.

La focalización de los programas – dirigido a los jóvenes en situación de exclusión - se justifica con
el análisis que se hace de la pobreza como resultado de una baja inversión en capital humano que
reproduce un bloque de tipo sociocultural en las poblaciones vulnerables. Las políticas de
empleabilidad, antes que proteger a los jóvenes más vulnerables (jóvenes pobres, mujeres y
adolescentes que no estudian ni trabajan) de las fluctuaciones de la demanda de trabajo, actúan
sobre la oferta procurando corregir los desequilibrios e imperfecciones del mercado mediante
estrategias de intermediación laboral, la formación en competencias sociales, la re- escolarización y
las medidas para flexibilizar su contratación.

En lo que respecta al diseño institucional que las opera, las políticas de empleabilidad se
subordinan a las “señales del mercado”, que definen los requerimientos de competencias y los
contenidos de las calificaciones implementadas, al tiempo que se persigue la más amplia y eficiente
coordinación pública – privada, donde el Estado central asume la función rectora, administradora y
evaluadora de los programas, delegando su ejecución a los niveles municipales y a los proveedores
privados locales de los servicios, bajo un esquema de competencia y subsidio de la demanda de los
servicios.

Estas políticas de empleo juvenil - diseñadas bajo los enfoques de los organismos de cooperación
internacional de los países centrales y la banca multilateral - se orientan por la tesis de garantizar “o
ingresso de toda a população, mas não dependendo do pleno emprego – que já não é possível –

18 “La relevancia de estas iniciativas coincide con la presente coyuntura histórica, signada por la oportunidad del ‘bono
demográfico’, el desafío de la construcción de la ‘sociedad del conocimiento’ y la posibilidad de reformas estructurales del
Estado, que plantean la pertinencia de invertir más y mejor en los jóvenes” (Rodríguez, 2004).
19 La empleabilidad es la probabilidad que tienen las personas desocupadas de encontrar un puesto de trabajo dentro de
un período determinado de tiempo. Disminuye conforme aumenta el tiempo de desocupación, es mayor la edad del
desocupado y/o son más bajas las calificaciones del oferente de trabajo (Neffa et al., 2005).

10
mas sim de seu empregabilidade”20. Como se ve, en contraste con las anteriores políticas laborales,
los programas de empleabilidad juvenil constituyen una política restrictiva de intervención sobre el
mercado de trabajo, que se superpone con las políticas de lucha contra la pobreza: la vulnerabilidad
de los jóvenes pobres que carecen de las calificaciones suficientes demandadas por los
empleadores, perciben una ayuda financiera que demandan una contrapartida: la obligación de
trabajar, o más ampliamente, de participar en programas que preparan para el empleo. Subsiste así
la visión dominante de la “política de empleo” norteamericana (Perez, 1998; Morel, 1998), guiada
por la teoría del capital humano que, centrada en el individuo, en sus aptitudes y comportamientos,
oculta cualquier reflexión sobre las dinámicas económicas y sociales de creación y eliminación de
empleos.

Sin embargo, y sin entrar a cuestionar las limitaciones de su cobertura y la poca eficiencia
administrativa de los recursos,21 más de diez años de políticas y programas de empleo juvenil han
puesto en evidencia tres desconexiones fundamentales: i) la educación, tanto la formal como la
compensatoria, no mejora los índices de ocupación de los jóvenes; ii) tener un empleo no es
garantía de un ingreso satisfactorio para las nuevas generaciones; iii) ni el crecimiento económico ni
la estabilidad macroeconómica son generadores de puestos de trabajo para los jóvenes, ni tampoco
para los adultos. (Abad, 2005).

Lo que se los informes dejan ver es que tales programas de empleo, cuando tuvieron éxito,
consiguieron apenas disminuir el tiempo de ‘paro’ del desocupado juvenil, lo que hace suponer que
la capacitación, combinada con la disminución de los salarios y el traslado de los costos de la
reproducción social a las familias de los trabajadores, facilita ‘adelantar puestos en la fila’ de los
desempleados. Pero aun cuando los conocimientos generales, las calificaciones ocupacionales y las
competencias sociales de empleabilidad mejoren la competitividad de los jóvenes frente a otros
asalariados, los bajos salarios percibidos y la inestabilidad de los puestos de trabajo - apoyados por
las medidas que favorecen la flexibilización de la relación salarial -, no favorece que los jóvenes
puedan hacer del empleo una forma de proyección social como lo fue para sus abuelos, y quizás
para sus padres.22

En cambio, las estrategias para generar empleo juvenil, especialmente las que estimulan
directamente al sector privado para la contratación de jóvenes combinando la capacitación
subsidiada por el Estado, los beneficios tributarios y la desregulación laboral, han reforzado los
componentes de una relación salarial cada vez más insegura, heterogénea y fragmentada,
consiguiendo disolver el desempleo en una hipermovilidad laboral bajo las categorías de subempleo,
“producción flexible”, working poors, trabajo voluntario, trabajo informal, trabajo a tiempo parcial,
etc., que constituyen las modalidades a las que acceden los jóvenes a través de las políticas de
empleabilidad.

La superposición de las políticas de lucha contra la pobreza con las políticas de empleabilidad se
llevan a cabo con la misma lógica asistencial: la precarización y la dependencia de la situación
económica como modo de regulación de los comportamientos individuales, en una situación donde
el contrato social entre los pobres y el Estado tiende a orientar el GPS bajo nuevos criterios:
 La redefinición de las bases sobre la que se otorgan las prestaciones sociales, desmontando
particularmente las que privilegiaban la relación salarial regulada;
 La reducción y privatización de la cobertura de seguridad social y prestaciones laborales,
buscando reducir el costo de la fuerza de trabajo;

20 ABDALA, 2004:34.
21 Estudios y análisis sobre los enfoques y las tendencias de las políticas de empleo juvenil en América Latina y El Caribe
se pueden encontrar en Jacinto (1999), Gallart (2000), Rodriguez (2004) y Abdala (2004), entre otros.
22 Una evaluación de las políticas de inserción laboral de jóvenes en Chile, país pionero en América Latina en este campo,
ha verificado que los jóvenes pobres no poseen una expectativa ni están interesados en una inserción laboral estable ni en
desarrollar una “carrera”, básicamente por los bajos sueldos percibidos y su escasa diferencia con el salario de sus
padres; en cambio, se orientan hacia formas esporádicas de inserción al empleo, que satisfagan necesidades de consumo
específicas y acotadas en el tiempo (Santiago Consultores, 2001).

11
 El modelo del Workfare en lugar del modelo welfare en la lucha contra la pobreza, o el paso de
los derechos incondicionales a los derechos condicionados ;
 El cálculo diferenciado de las prestaciones sociales según ingresos tributarios del Estado;
 La descentralización de la gestión de los gastos sociales, delegando al ámbito municipal su
responsabilidad, donde la relación con los beneficiarios es más fácil de controlar;
 La combinación de estrategias de control policial focalizado con programas de inserción
condicionada.

Nuevos enclosures

Siendo el trabajo una categoría axiomática central, como eje nuclear de la experiencia individual y
social de las personas, la imposibilidad de desarrollar una actividad laboral mínimamente estable o
realizarla de forma precaria, sea cual fuere su modalidad, tenga efectos dramáticos sobre cualquier
grupo social, pero en el caso de los jóvenes, se traduce en “experiencias laborales desprovistas del
contenido socializador – tanto en el polo de la integración como del conflicto y resistencia a la
explotación – que se atribuyó tradicionalmente al trabajo” (Kessler, ibidem: 169), que se conecta
con una situación más amplia de emergencia de realidades límite en los mercados laborales, como
el trabajo asalariado en organizaciones que producen bienes o servicios ilegales o el trabajo
clandestino y el no registrado, aunque sean actividades legales.

En este marco, si se considera la exclusión no como una situación dada sino como una construcción
social resultado de un proceso tanto biográfico como estructuralmente determinado, el desempleo
de los jóvenes y sus dificultades de inserción laboral, representan una crisis más amplia situada en
la organización social e institucional de los ciclos de vida en la sociedad, y no apenas de los
mecanismos de entrada a la vida laboral o de la movilidad intergeneracional (Jacinto, 2000), que
apuntan a la pérdida de la eficacia de las instituciones reguladoras del tránsito de la juventud a la
edad adulta que mediaban el paso de la educación al trabajo como vía de integración social.

Dichas transformaciones del trabajo, lejos de ser una excepción, representan para los jóvenes una
realidad que además comienza a afectar también a los trabajadores adultos. Quizás en lugar de
seguir pensando el desempleo juvenil en términos de ocupación/desocupación, sea preciso admitir
la heterogeneidad del mercado de trabajo, la indeterminación de sus fronteras y la diversidad de las
transiciones que conforman las inestables trayectorias de los jóvenes en el mercado de trabajo,
evidenciado por la existencia de difusas “zonas grises” entre el empleo, la inactividad y el
desempleo juvenil.

Se ha producido una situación similar a la de los “cercamientos” que describe Marx, cuando las
viejas tierras comunales de Inglaterra fueron transformadas en tierras de pradera destinadas al
ganado. El proceso, que se daba ilegalmente desde el siglo XVI, adquirió legalidad en el siglo XVIII
con la promulgación de una ley (Bill for Inclosure of Commons) que cerca y expropia las tierras
comunales, convirtiendo a homogéneas familias de campesinos en una variedad de sujetos
múltiples y heterogéneos: trabajadores desposeídos, indigentes, vagabundos, criminales, siervos sin
tierra, mujeres del mercado, vendedores ambulantes, etc., que van siendo incorporados
gradualmente como trabajadores asalariados. Según Marx, estos “enclosures” fueron el punto de
partida de la sociedad capitalista, al crearse una población de trabajadores que, despojados de sus
medios de producción, la tierra, se ven obligados a venderse a sí mismos a cambio de un salario.

De forma parecida, la pérdida de relevancia de la relación salarial significó también la pérdida de la


centralidad del “trabajador-hombre-adulto” y la emergencia de una nueva subjetividad, heterogénea
y múltiple, liberada de una relación salarial formalizada y casi permanente, arrojándola a la
búsqueda de las más diversas estrategias de sobrevivencia y la creación de los oficios más
impensados, facilitando el crecimiento exponencial del sector terciario, la informalidad y el
subempleo, así como el aumento de la criminalidad. Se fractura toda una sociedad construida

12
alrededor de la certidumbre de un empleo asalariado, todo un mundo construido alrededor del
derecho al trabajo y a sus derechos. Aquí emergen los jóvenes como parte de estos nuevos
“enclosures”.

¿Acaso no podemos calificar a los jóvenes, pero no sólo a ellos, de modernos “enclosures”, y la
actividad capitalista de finales del siglo XX y comienzos del XXI como un revival expandido de aquella
acumulación originaria del capital: el mismo apoderamiento violento de los medios de producción y
reproducción de la vida, la creación de una inmensa fuerza de trabajo dispuesta a venderse por
cualquier precio sin la seguridad de saber que pasará mañana, el incremento de la depredación
ecológica a un ritmo cada vez más acelerado? La miseria que sostiene este proceso y que subyace
como malestar permanente contra el nuevo orden es la que otorga personería política, como en los
albores del capitalismo, a los rebeldes modernos: campesinos sin tierra, vagabundos de distinta
condición, vendedores ambulantes, trabajadores desempleados o precarizados, inmigrantes y,
sobre todo, jóvenes.

De esta manera, el desempleo y las situaciones de precariedad laboral juvenil tiende a concentrarse
en los jóvenes que provienen de hogares de escasos recursos, muchos de los cuales se encuentran
en situación de pobreza, generando un círculo vicioso de transmisión intergeneracional de la
pobreza (Lépore y Schleser, 2005), pues la movilidad social descendente se asocia con rupturas
irrecuperables en las trayectorias de acumulación de competencias individuales y colectivas de las
familias. Así lo señala Gabriel Kessler en una investigación sobre sociabilidades emergentes en
jóvenes de sectores populares del Gran Buenos Aires, el deterioro e inestabilidad de los ingresos de
los hogares por una inserción precaria en el mercado de trabajo, constituye una situación
“… que tiene más de una década, ya experimentado por los padres (…) es una segunda generación con
inserción inestable. (…) Así la inestabilidad se naturaliza a medida que la imagen del trabajo como
situación estable va desdibujándose de la experiencia trasmitida por sus padres y otros adultos de su
entorno. Los jóvenes ven frente a ellos un horizonte de precariedad duradera en el que es imposible
vislumbrar algún atisbo de ‘carrera laboral’.”(Kessler, 2002: 142).

Por eso, retomo a Bourdieu: los conflictos generacionales se producen en el marco de una clase que
no puede disponer de los medios de reproducción social que tuvo la anterior generación, y sus
conflictos tienen por principio la oposición entre los valores y los estilos de vida (Bourdieu, 2000).
Karl Mannheim describió esto como un conflicto social que surge como consecuencia de los
diferentes horizontes y experiencias que separan las capas generacionales, y que juega un papel
clave en la innovación social (Mannheim, 1970).

Es preciso alinearse, una vez más, con la juventud, reconociendo que detrás del “hueco normativo”,
la “anomia estructural” y “el alejamiento del mainstream” de la sociedad opera la potente acción de
una subjetividad que resiste, la formación de solidaridades propias y no impuestas por programas
de voluntariado, la constitución de una configuración subjetiva diferente. Son manifestaciones que
no podemos criminalizar en su totalidad con la tolerancia cero, la rebaja de edades para la
imputabilidad y los estatutos antiterroristas. Y no es una cuestión de cantidad de individuos, no es
para mí una cuestión de distinguir unos jóvenes en comparación a la mayoría, “buena y
trabajadora”. Se trata de advertir una tendencia, de por sí bastante potente. Ninguna revolución fue
una cuestión cuantitativa sino cualitativa, de cambio en la noción de valor.

El persistente fracaso de las políticas públicas dirigidas a los jóvenes, particularmente las de empleo
- que ya no existen pues la de empleabilidad, hemos querido demostrarlo, son otras cosa -, es la
evidencia de que las instituciones y políticas orientadas a facilitar tales transiciones siguen
operando bajo el supuesto de un modelo lineal del curso de la vida, en el que la integración social
es equivalente a la integración en el mercado laboral (du Bois-Reymond y López Blasco, 2004). No
quiero decir que el tema del empleo juvenil deba ser abandonado; por el contrario, siguiente esta
línea de reflexión, siendo el empleo una parte esencial del destino social de la gran mayoría de la
población, ¿es posible luchar por el establecimiento de “nuevas protecciones” de las situaciones

13
laborales caracterizadas por la hipermovilidad, la heterogeneidad, la fragmentación y la flexibilidad
del mercado de trabajo?

Hoy por hoy, cuando la lucha anterior por el salario es imposible de reflotar, así como cualquier
ingenuo retorno al Estado Benefactor o a la “sustitución de importaciones”, en un capitalismo que
para recomponerse ha despojado al salario de su contravalor sociopolítico y ha mercantilizado casi
todo, se ha desplazado la lucha hacia el control del GPS.

Ahora bien, ante una composición de la clase trabajadora, un moderno proletariado, múltiple,
polivalente y heterogéneo, las luchas de clase asumen también una discontinuidad y fragmentación
que imprimen esas características a las políticas sociales. Por eso considero “estructural” su
desarticulación y discontinuidad, imposible de solucionar técnicamente. Pero aún así será siempre
deseable que mejoren la eficacia de su acción política, claro está.

Sin embargo, pongo en duda que se produzca cambios sustanciales mediante el consejo técnico si
no está antecedido y acompañado por una lucha política liderada por un polo de clase que asuma
concientemente su tarea. No siendo ya el salario el vehículo para imponer la realidad de la unidad
del trabajo social en contra de su escisión producción/reproducción, aspecto que hizo posible la
realización de pactos de tipo socio-tecno-productivos con la burguesía, las posibilidades de una
autovalorización del trabajo de la clase trabajadora pone al centro de la lucha de clases el
incremento del GPS como la parte de la reproducción social que el Capital debe pagar mediante
acciones sociopolíticas en torno a la defensa y ampliación de los derechos adquiridos, hasta
provocar una crisis en la misma ley de valor que sostiene las relaciones de producción capitalistas,
forzando hasta sus límites el Estado Social de Derecho.

Cercano está el dios


Y difícil es captarlo
Pero donde hay peligro
crece lo que nos salva
FRIEDRICH HÖLDERLIN

Nuevos desafíos

En el contexto actual latinoamericano de recuperación de niveles de crecimiento económico


superiores a los de la década pasada en la región, el mercado de trabajo comienza a dinamizarse.
De ahí, el aumento en la tasa de actividad, producto del efecto de la percepción de nuevas
oportunidades de empleo en los desocupados desalentados que retornan a la búsqueda de empleo.
Sin embargo, persisten problemas estructurales más allá del buen desempeño de algunos
indicadores como la tasa de desocupación, toda vez que el sistema institucional y político que
respalda el funcionamiento de las relaciones de producción se conserva inalterado: se mantiene el
ajuste fiscal, el endeudamiento público, el estancamiento de los ingresos laborales y las
transferencias regresivas a favor de los grupos más concentrados del poder económico y político, y
la metáfora del “derrame” del crecimiento económico sigue operando tanto como en las anteriores
versiones liberales.

En una perspectiva macroeconómica, las economías latinoamericanas más grandes están mejor
preparadas para afrontar crisis externas tato por el superávit fiscal como por la alta cotización de los
commoditties por la demanda de los países emergentes, particularmente China e India, y el buen
momento de los países exportadores de petróleo - su sostenibilidad sigue esencialmente apoyada
en factores vulnerables como el mantenimiento de un tipo de cambio devaluado, los bajos costos
laborales y el congelamiento de las tarifas, sin que se modifiquen substancialmente los elementos
que definen su competitividad sistémica.

14
La restricción externa al crecimiento en una economía fundamentalmente orientada a la
exportación, refleja el sistema de precios que define una estructura económica con productividades
diferenciales entre distintos sectores según sus grados de inserción internacional, así como la
tensión entre el tipo de cambio y los salarios pagados, lo que impone límites a políticas de
distribución de ingresos mediante aumento de las tasas de ocupación formal e incremento de
salarios.

En este escenario, se pone en cuestión los límites del crecimiento económico para generar en
cantidad y calidad los puestos de trabajo que demanda una población empobrecida tras tres
décadas de reformas neoliberales, que, sin embargo, empieza a recomponer sus niveles salariales y
de organización política, lo que revierte en una disminución de la tolerancia de los sectores
movilizados de la clase trabajadora a la desigualdad social.

Por tal motivo, la sostenibilidad de la dinámica de crecimiento dependerá de la demanda y la


inversión interna, por lo que la propia distribución regresiva del ingreso se transforma en un
obstáculo al desarrollo económico. No obstante, mejorar esta distribución se traduce en reformas
más profundas del mercado de trabajo hacia mayores niveles de protección, lo que va a aumentar el
poder social y político de los trabajadores, que a su vez afectará el mantenimiento de los bajos
costos laborales en los cuales los gobiernos de la región han basado su estrategia de
competitividad, en alianza con los empresarios y los sindicatos oficialistas.

El conflicto entre la distribución del producto social y la tasa de ganancia en contextos donde la
acumulación de capital está requerida por parámetros internacionales, se agudiza a medida que se
recuperan los niveles de ocupación. Mientras sigue durando la recuperación – especialmente por la
“memoria” de las pésimas condiciones en que se inició -, la demanda interna va a generar señales
positivas mediante la recuperación del consumo, particularmente en las clases medias, apoyando la
creación de empleos en el sector secundario y especialmente en el terciario, tanto formal como
informal.

Precisamente es la presencia de una alta tasa de informalidad laboral y fenómenos como la


creciente terciarización de la economía, la que asegura bajos costos. Junto con el control salarial, el
superávit fiscal y el control sobre algunos precios claves, han conseguido frenar los aumentos del
índice de inflación provocado por el aumento en la actividad económica y el ritmo ascendente de las
exportaciones.

Mientras tanto, la situación del empleo en América Latina sigue mostrando altos grados de
segmentación intersectorial y entre empresas, heterogeneidad por edades, género y capacidades, e
informalidad, afectando de manera desigual a grupos vulnerables como mujeres, jóvenes y hombres
mayores de 45 años. El sistema de protección y seguros de desempleo son todavía limitados o
incipientes, vinculados al trabajo formal y no cobijando, por tanto, las situaciones de desempleo,
sub-ocupación y precariedad que caracterizan la inserción de estos grupos en el mercado de
trabajo.

Por otra parte, los sistemas de capacitación y formación para el empleo no proveen con suficiencia
las condiciones requeridas por una política de estado de largo plazo para crear condiciones de
competitividad y desarrollo autónomo, de forma que las certificaciones que expiden están
desacreditadas y desvalorizadas, aumentando el efecto de la desigualdad por el acceso a la
educación de forma que es probable la existencia de una alta sub-ocupación invisible.

La modificación de los sistemas de protección social para volverlo más universal y menos
dependiente del empleo formal, podría ser una medida eficaz contra la tensión inflacionaria pero
conduciría a transformaciones institucionales del mercado de trabajo que resultan incompatibles

15
con el modelo actual de inserción internacional de la región. En este escenario, la discusión se abre
a partir de un desafío histórico para las clases trabajadoras: generar una ciudadanía con
protecciones sociales asociadas con las características del nuevo mercado de trabajo que
consideren las nuevas trayectorias laborales, signadas por situaciones aleatorias y de
discontinuidad.

16
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