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EL ETHOS BARROCO COMO RESISTENCIA AL CAPITALISMO

Julio PEÑA Y LILLO E.


(2014)

INTRODUCCIÓN
Hablar del ethos barroco es hablar de una forma de vivir al interior de la modernidad, es una manera de
sobrevivir o de inventarse estrategias dirigidas a neutralizar la contradicción propia del capitalismo, en
la cual el progreso del capital se produce a costa de un desgarramiento constante de los seres humanos -
modernos-, de la naturaleza y de su mundo, debido a un modo de producción -capitalista- que antepone
la multiplicación del capital frente a los aspectos cualitativos de la vida (valores de uso, naturaleza,
sociabilidad no mercantilizada, tiempo libre, etc.), que son persistentemente acosados por las dinámicas
del capitalismo. Como nos recuerda Echeverría (2010)1, la Modernidad Capitalista vive de sofocar a la
vida y al mundo de la vida. Es un proceso que se ha desarrollado de tal forma que la reproducción del
capital solo puede darse en la medida en que destruya por igual a los seres humanos que a la naturaleza,
es decir, es un sistema que brinda al ser humano los instrumentos de su propia destrucción. Partiendo
de estas reflexiones, el propósito de este trabajo es revisar uno de los campos de estudio de Echeverría
que ha tomado gran relevancia en estos últimos años, y es el que tiene que ver con la modernidad de lo
barroco, comprendida como una versión de la modernidad que insiste en el intento de vivir la vida, aún
dentro de las limitaciones que nos impone la lógica productivista, propia de la modernidad capitalista.
A partir del análisis de dos dinámicas del ethos barroco: valor de uso y tiempo extraordinario,
intentaremos responder a los interrogantes siguientes: ¿De qué forma el ethos barroco se contrapone
con la modernidad capitalista? Y ¿cuáles son los elementos que obstruyen el buen funcionamiento del
productivismo -puritano- , que sostiene a la lógica de la acumulación capitalista? Analizaremos de
forma breve las características del ethos barroco para conectarnos con los encuentros y desencuentros
del valor de uso y la modernidad. Una vez analizados estos dos momentos, revisaremos el concepto de
tiempo extraordinario, comprendido como una dimensión que juega con las contradicciones del
sistema, tratando de rescatar al goce como parte fundamental de la sociabilidad.
El análisis de estos tres momentos: ethos barroco, valor de uso, y tiempo extra ordinario, puede
contribuir a la necesidad urgente de buscar alternativas políticas, económicas y culturales sustentables a
esta versión capitalista de la modernidad.

I/ EL ETHOS BARROCO:
¿Qué nos dice el ethos barroco?: “No, yo no voy a sacrificar la riqueza cualitativa del mundo”. Para
Echeverría (1998) 3, el ethos barroco nace como consecuencia de la destrucción que hace el mundo
europeo de los mundos prehispánicos. Tiene que ver con el modo en como los indios se inventan, junto
con los españoles, una manera de sobrevivir o de cohabitar de forma “civilizada” en América, una vez
que éstos fueron abandonados por España. Si bien los antiguos códigos culturales fueron devorados por
el código civilizatorio vencedor de los europeos, este proceso se llevó a cabo de tal forma que lo que se
reconstruyó resultó ser algo completamente diferente del modelo esperado: una civilización occidental
europea, sostenida en su núcleo por los restos del código indígena que debió asimilar.
El ethos barroco surge de este momento en el que jugando a ser europeos, imitando a los europeos,
poniendo en escena lo europeo, los indios asimilados montaron una representación de la que ya no
pudieron salir, representación en la que incluso nosotros nos encontramos todavía como parte de ese
proceso, de esa puesta en escena -absoluta-, de ese performance sin fin que significa nuestro mestizaje
(a/ Echeverría, 1998). Desde esta perspectiva, en palabras del autor, se podría decir que: “El término
ethos, tiene la ventaja de un doble sentido, por un lado, se lo puede entender por: refugio o abrigo, y
por otro, está relacionado con los usos, costumbres, y comportamientos automáticos de una comunidad
o de una sociedad. Es un modo de ser, o una manera de imponer nuestra presencia en el mundo
(Echeverría, 1998:37).”
El ethos opera entonces, como una segunda naturaleza, ya que incorpora en la sociedad un
conjunto de normas y códigos sociales, creados para hacer posible la cohabitación “armoniosa” entre
los seres humanos. Se trata, por lo tanto, de una creación indispensable para poder organizarse como
sociedad y generar las reglas mínimas que van a regular su comportamiento. El barroco por su parte, es
la decoración absoluta, adornos superfluos que centran la atención más en lo accesorio que en lo
sustancial. Como arte, es una forma de expresión que prefiere el efecto local y efímero por sobre el
impacto duradero, buscando persuadir al entendimiento mediante la conmoción de los sentidos. El
exceso de énfasis en las formas o la abundancia de su decoración lo hacen muy diferente de los otros
estilos en los que prima una racionalidad más equilibrada y sobria, como es el caso del estilo neoclásico
francés (a/ Echeverría, 1998).
Durante mucho tiempo (entre los siglos XVIII y XIX), el término barroco tuvo un sentido
peyorativo, era sinónimo de recargado, de desmesurado y hasta de irracional. Se decía que era una
expresión de la simulación que termina por transformar al arte en un instrumento de lo festivo (a/
Echeverría, 1998). Desde esta perspectiva, se puede comprender la estrategia del mestizaje cultural en
América Latina, sin duda como barroca, ya que promueve un tipo de comportamiento que intenta
permanentemente romper con las reglas y las exigencias impuestas por el canon clásico o por las
relaciones capitalistas de producción, es decir, es una estrategia que se resiste a aceptar la destrucción
de los valores de uso, promoviendo y reivindicando las formas sociales de la vida. El Ethos Barroco
opera entonces como una forma de rebelión dentro de la subordinación al capital, y lo hace activando la
teatralización de la vida, impulsando las dimensiones de lo imaginario, construyendo mundos ficticios.
De esa manera puede rescatar, al menos por unos instantes, la riqueza cualitativa de la vida, aun en
medio de la devastación que implica el sacrificio al que estamos expuestos en manos del capital y su
lógica de acumulación. Por ello, para el ethos barroco el rescate de lo lúdico y lo festivo pasa a ser
esencial como elementos que reivindican lo humano. En este sentido, el ethos barroco es muy poco
productivo, ya que no contribuye para nada al incremento “necesario” del “famoso” Producto Interno
Bruto, más bien lo obstaculiza. Opera justamente como una especie de resistencia al productivismo
moderno. Por eso se suele escuchar a menudo que los países latinoamericanos no estamos hechos para
el progreso, para la disciplina, o el sacrificio productivista, aspectos que son indispensables para una
vida moderna -capitalista- o para el ethos realista (Echeverría, 2007).
Ahora bien, como ya lo explicó muy bien Weber y lo ha complejizado Echeverría, no cabe duda
de que en la historia del occidente moderno el ethos que ha dominado sobre los demás, el que ha sido el
más militante y fanático de todos, el ethos más productivo y puritano en términos capitalistas, es el
“ethos realista4”, el cual experimenta como una bendición y no como una desgracia la subordinación
del valor de uso al valor económico capitalista. El ethos realista, nos dice Echeverría (2011),
“malenseña al ser humano, puesto que le hace vivir el mundo capitalista como un mundo que es
irrebasable, insuperable, que es él mismo natural, eso es lo terrible que hay en él. El mundo moderno en
su forma más pura o realista es el que dice este mundo es tal como es: esto es capitalista, o
simplemente no es. En cambio, el ethos barroco dice: el mundo puede ser completamente diferente,
puede ser rico cualitativamente, y esa riqueza la podemos rescatar incluso de la basura a la que nos ha
condenado el capitalismo” (Echeverría, 2011: 85) 5.
Por ello, a diferencia del ethos realista que impera actualmente en occidente y que estructura la vida
siempre desde una lógica cuantitativa, valorizando por sobre todas las cosas la multiplicación del
capital; en el caso de América latina, debido a la forma de construcción de su modernidad, el ethos que
prima es el barroco, que se mantiene al margen del productivismo afiebrado, tomando distancia en
función de una “desviación esteticista” que antepone el disfrute de lo bello como condición de la
experiencia cotidiana. El ethos barroco se presenta de esta manera como un inventarse la vida aun
dentro de la muerte (que implica las relaciones de producción-explotación- exclusión), e intentará vivir
plenamente las dimensiones de lo sensible, de lo natural, de lo festivo, por encima de la dimensión de
lo netamente productivo, artificial, impuesto por el ethos realista dominante. A pesar de la complejidad
de tener que relacionarse cotidianamente con el ethos realista, el Ethos Barroco va a intentar salvar el
disfrute y, con ello, salvar el valor de uso. Para el Ethos Barroco, la felicidad debe darse aquí y ahora,
por ello somete constantemente las leyes -“puras”, “clásicas” y “sobrias”- de la circulación mercantil a
un juego constante de transgresiones (a/ Echeverría, 1998).
Una imagen que puede ayudarnos a clarificar el Ethos Barroco puede ser el recordar las grandes
festividades en las que aun, en medio de una situación general de penuria, de precariedad y de
represión, los habitantes de nuestro continente se procuran momentos de intensa felicidad a expensas
de su propia subsistencia (Echeverría, 2007). Ahora bien, ¿cómo se presenta esta amenaza del valor de
uso por parte del ethos realista?, ¿en qué circunstancias o momentos es posible apreciar cómo el ethos
realista sofoca u oprime al valor de uso tan reivindicando por el ethos barroco?

II/ VALOR DE USO, FRENTE AL PRINCIPIO DE MULTIPLICACIÓN DEL CAPITAL:


Como señala Echeverría (1998) 6, todo ser humano tiene la capacidad de reproducirse, de generar
proyectos de vida y de organizar el mundo, por lo tanto, de definir las formas de los valores de uso.
Ahora bien, cuando la producción y consumo de estos valores se realizan al modo capitalista, éstos son
reprimidos por la necesidad de comportarse como mercancías capitalistas. De modo que los valores de
uso en nuestra forma de sociedad son constantemente reprimidos. Así tenemos que toda producción
humana, ya sea un bien, un producto o un objeto, consta ahora de dos dimensiones bien definidas. La
primera es la que tiene que ver con su valor de uso, que responde a la necesidad por la cual fue
concebido ese objeto, bien o producto, y la segunda, es la que tiene que ver con el valor valorizándose,
es decir, la que responde a la dinámica del capitalismo o, también, la que se preocupa por saber a
cuánto se puede multiplicar su valor (mercantil) dentro de las relaciones económicas de producción y
consumo.
Sin embargo, debemos tener imperativamente en cuenta, como señala Echeverría (b/1998), que
la producción de valor mercantil, es decir, el Valor que intenta multiplicarse, no puede salir adelante,
no puede ser llevado a cabo sin la producción del valor de uso. El valor valorizándose por principio,
por su naturaleza y lógica capitalista, controla al valor de uso, y en la mayoría de los casos, incluso lo
oprime, al punto de llevarlo casi a su destrucción. Así tenemos, por ejemplo, que el 65% de las tierras
que un día fueron cultivables hoy ya no lo son. La mitad de las selvas existentes en el mundo en 1950
han sido arrasadas, y sólo en los últimos 30 años han sido derribados 600 mil km2 de selva amazónica
brasileña, es decir, el equivalente a Alemania unida, o a dos veces el Zaire (Boff, 2006). De esta forma,
se puede comprender cómo las prácticas capitalistas se desentienden del problema ecológico. La
modernidad capitalista no sólo ha pretendido dominar la naturaleza (lógica antropocéntrica8), sino que
en su lógica productivista busca a toda costa rentabilizar al máximo el proceso de su explotación.
En ese ejemplo podemos apreciar cómo la naturaleza y sus valores de uso se encuentran
delimitados al ámbito de las mercancías, sacrificando todas sus potencialidades de biodiversidad,
ecosistemas, multiculturalidad, esparcimiento, etc. A la dimensión de valor de uso se la ha
transformado en “objeto” o en mercancías que se valorizan constantemente en el mercado, tornándose
muchas veces inalcanzables para la gran mayoría de los seres humanos. Tal como nos recuerda
Echeverría (b/, 1998), el valor valorizándose sólo tiene en cuenta al valor de uso en abstracto,
únicamente como vehículo de esa voluntad que sirve para multiplicar el capital, y con ello, para
estructurar la vida siempre desde una lógica cuantitativa. Desde esta perspectiva, la lógica capitalista de
acumulación y multiplicación del capital controla al valor de uso y, al oprimirlo cada vez más, tiende
prácticamente a su destrucción. Podemos apreciar, entonces, cómo el tipo de ser humano que demanda
o solicita la modernidad capitalista debe poseer, antes que cualquier otra característica, la aptitud para
vivir con naturalidad este sometimiento del valor de uso a lo netamente mercantil, es decir, debe vivir
con naturalidad el proceso de empobrecimiento cualitativo de la vida, que viene con el progreso del
desarrollo capitalista (b/Echeverría, 1998). De esta manera, el progreso, en lugar de liberar esta tensión
entre el valor de uso y el valor, se ha encargado de incrementarlo, subordinando el valor de uso bajo la
forma del valor puramente económico.
Para el sujeto social, en definitiva, reproducir su riqueza de modo capitalista implica
reproducirse a sí mismo de manera autodestructiva. De esta forma, si bien la modernidad capitalista se
pretendía una modernidad de la abundancia, de la igualdad y de la emancipación, terminó siendo una
modernidad del “auto-sabotaje”. Con todas las catástrofes existentes hoy en día -ecológicas,
financieras, económicas y sociales- esta modernidad ha terminado por auto-descalificarse a sí misma
(Echeverría, 2007).

III/ EL ETHOS BARROCO, EN EL RESCATE Y MAXIMIZACIÓN DEL TIEMPO EXTRA-


ORDINARIO:
Para Bolívar Echeverría (a/1998), nuestra existencia se divide en dos tiempos o dimensiones que
conviven y se entrelazan. Uno es el tiempo cotidiano, donde ejerce con fuerza el ethos realista, tiempo
consagrado a la producción y multiplicación del capital, tiempo también de la enajenación, del
perfeccionamiento de la técnica en pro de la eficacia productivista, tiempo en que el ser humano entra
en simbiosis con la maquinaria.
El otro es el tiempo extra-ordinario, es decir, tiempo que está fuera de lo ordinario, de lo
cotidiano, tiempo de ruptura, donde se abre la posibilidad para que el ser humano se recupere, se re-
encuentre con su naturaleza, tiempo en el que se desatan los potenciales creativos, tiempo que está
vinculado con el intento constante de goce y satisfacción de nuestros deseos, tiempo en donde el
principio de realidad se somete aunque sea por unos instantes al principio del placer (a/ Echeverría,
1998). De esta manera, los seres humanos se encuentran siempre en medio de una tensión permanente
entre el tiempo de una existencia conservadora, que mediante su acción restaura y reproduce las formas
que nos impone el ethos realista, y el tiempo de una existencia innovadora, que se enfrenta a esas
formas mediante la invención de otras nuevas (a/ Echeverría, 1998).
Por ello, únicamente en el tiempo extraordinario se da la posibilidad efectiva de aniquilamiento
o destrucción de la identidad del grupo, ya que es un tiempo que se abre para la realización de las
potencialidades de la sociedad, tiempo en donde las metas y los ideales libres de la comunidad pueden
cumplirse. Es en el tiempo extraordinario (ya sea en una manifestación, una movilización, una fiesta),
en el que la comunidad se pone realmente en cuestión y se contrapone al otro tiempo, al de la vida
cotidiana, que está dominado por la práctica rutinaria de la acumulación y reproducción del capital.
El ethos barroco, entonces, rasga constantemente las costuras de la rutina para potenciar la
expansión del tiempo extraordinario, ya que en él se puede cuestionar la identidad de lo humano, la
identidad cultural, lo que impone el sentido y permite el funcionamiento efectivo de la sociedad; en
definitiva, es en esta dimensión que se hace posible el cuestionamiento de las exigencias y los
sacrificios que nos impone la rutina propia del ethos realista (a/ Echeverría, 1998). El tiempo de la
cotidianeidad rutinaria, por su parte, es el tiempo de reproducción de la sociedad, es un tiempo que no
cuestiona lo establecido, o lo que se pretende entender engañosamente como el “sentido del mundo”.
Por esta razón, si no hay esta peculiar combinación de los dos tiempos en mayor o menor escala en la
vida individual, en un año, o en un mismo instante, si no hay una combinación de la rutina con la
ruptura de la rutina, no existe propiamente una temporalidad humana (a/ Echeverría, 1998). Ahora bien,
la expansión del tiempo extraordinario se hace posible mediante su irrupción dentro del tiempo de la
rutina, ya que la rutina abre lugares o deja espacios para que se inserte, se cuele, se haga presente ese
tiempo extraordinario. La ruptura o irrupción es justamente eso: un aparecimiento, una explosión en
medio de la imaginación de la existencia rutinaria, un aparecimiento de lo que puede ser y no es, es
decir, puede convertirse en el tiempo en una luminosidad absoluta si nos brinda placeres o goces, o el
momento de una tiniebla absoluta si nos sumerge en las actividades -enajenadas- de la rutina (a/
Echeverría, 1998).
El ethos barroco aparece así como un inventarse la vida expandiendo esos momentos extra-
ordinarios, concibe una manera de vivir en la que insiste en la vigencia y rescate de los valores de uso,
anteponiéndolos al momento rutinario. De esta forma, el ethos barroco que hereda esos rasgos
arquitectónicos del arte que lo caracterizan por su manera de ser recargado, con un exceso de
ornamentación y de formas, por lo tanto, desmesurado, al que incluso tildan de tener ciertos rasgos de
irracional, de histriónico, de superficial o populachero, nos demuestra que “vivir en y con el
capitalismo, puede ser algo más que vivir por y para el capitalismo” (a/ Echeverría, 1998). En el ethos
barroco existen, entonces, diferentes posibilidades de ejercer esa ruptura, entre las cuales tenemos el
juego, la fiesta y el arte; dimensiones que comparten entre sí el rasgo común de una búsqueda o
persecución obsesiva de restablecimiento de los sentidos de la vida frente a la artificialidad
productivista que se impone, aísla y oprime a los seres humanos. Por ello: El Juego, nos dice
Echeverría (a/1998), se presenta como esa ruptura que muestra la intención autocrítica de la cultura,
que consigue que se inviertan, aunque sea por unos instantes, los papeles que el azar nos ha impuesto.
El momento lúdico trae consigo el placer de la experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte; la
instantánea convicción de que el azar y sus consecuencias pueden ser, en un momento dado,
intercambiables.
La Fiesta, por su parte, como agrega Bataille (1971), es esa dimensión en la cual está permitido
-y en la que incluso se exige- aquello que en lo ordinario está excluido. La transgresión en los
momentos de la fiesta es justamente lo que le da su colorido y que llama nuestra atención. Es una
ceremonia en donde la experiencia de un trance o de delirio son indispensables para la constitución de
la ruptura con el tiempo cotidiano. Si no hay este traslado, si el paso de la conciencia rutinaria a la
conciencia de lo extraordinario no se da mediante una sustitución de lo real por lo imaginario, no hay
propiamente una experiencia festiva. Por ello, no hay sociedad humana que desconozca o prescinda del
disfrute de ciertas substancias potenciadoras de la percepción, o hasta incluso, incitadoras de la
alucinación. Gracias a estas substancias, los seres humanos violentan su existencia orgánica,
obligándose a dar más de sí, a rebasar lo requerido por su simple animalidad para desde allí, poder
percibir algo que en estado consciente (o de fijación productivista) nos estaría siempre vedado (a/
Echeverría, 1998). Muchas veces es en la dimensión festiva donde lo imaginario da refugio a lo político
y donde la actitud anticapitalista está omnipresente. (Echeverría, 2011).
El caso del Arte es, sin embargo, completamente diferente a las dos anteriores. Con el arte se
intenta de revivir esas experiencias de plenitud de la vida; pero ya no mediante el recurso a esas
ceremonias o ritos sino a través de sus propias técnicas, dispositivos e instrumentos, que nos invitan a
apreciar otras dimensiones de la vida que la rutina obstruye, silencia, posterga, o calla. Desde esta
perspectiva el ethos barroco inventa mundos imaginarios para poder afirmar el “valor de uso” en medio
del reino del “valor de cambio”. El ethos barroco se percibe, entonces, como esa vocación extra-
ordinaria de provocar experiencias estéticas, logrando proporcionar al resto de la comunidad
oportunidades de vida y de goce, incluso en ocasiones de excepcional miseria. Es una forma de re-
componer las relaciones sociales de un modo no mercantilizado para que se regenere y alegre la vida
mediante la irrupción del tiempo de lo extraordinario en el tiempo de la rutina, recuperando por unos
instantes para la comunidad, oportunidades de vivir la vida por fuera de las restricciones propias del
ethos realista

CONCLUSIÓN:
A partir del repaso de las dinámicas del ethos barroco, podemos darnos cuenta de que no existe una
modernidad monolítica o única. Esta modernidad trágicamente regida por el capitalismo, que se
pretende irrebasable, insuperable y al mismo tiempo natural, tiene varios matices y uno de ellos resulta
ser el ethos barroco. Ethos, que por sus características históricas, tiene entre sus cualidades originales el
deseo de no perder o no sacrificar su relación con el valor de uso, o su relación con las diferentes
dimensiones que son posibles únicamente a partir del tiempo extra-ordinario. Ethos que nos muestra al
mismo tiempo que el mundo puede ser completamente diferente, puede ser rico cualitativamente, y que
a esa riqueza se la puede rescatar. Sin embargo, como nos recuerda Echeverría, el ethos barroco no es
una solución, no conduce hacia la revolución. Es una resistencia al capitalismo que no implica su
destrucción. Es un modo de vivir y hacer de alguna forma más vivible la vida dentro de un sistema
opresor (de lo natural, de lo humano, de la vida, etc.). No es una propuesta, ni una estrategia, y ni
siquiera un proyecto de transformación. Este es su gran problema, que se mantiene como un ethos
conservador, que no logra rebelarse del todo contra el capitalismo, juega con él, muy a pesar de que
insista en la recuperación de los valores de uso y del tiempo extra-ordinario. No obstante, a este ethos
barroco se lo puede asociar de algún modo a una de las formas de ser de izquierda, ya que de una cierta
forma, aunque muy mínima, logra imponer una actitud de resistencia a la vorágine del esquema
civilizatorio de la modernidad capitalista, así sea ésta en lo íntimo o en lo público (Echeverría, 2007).
La propuesta radical de izquierda, como subraya Echeverría, debe insistir en la búsqueda y
puesta a punto de una salida de esta versión de la modernidad, una salida que nos conduzca a una
modernidad verdaderamente alternativa, post-capitalista, y no en la búsqueda de un nuevo reacomodo
dentro de ella. Lo fundamental de una modernidad alternativa, entonces, es replantear la idea de un
proceso de reproducción social en el que se persista en la necesidad de rescatar la autarquía del sujeto
humano, es decir, su capacidad de autodefinirse, de autorrealizarse, de auto-proyectarse, evitando a
toda costa que se entregue esta capacidad que es lo más íntimo y fundamental del sujeto humano, al
mundo de las cosas, a la acumulación capitalista de la riqueza abstracta. Por ello, lo primero que tiene
que ser la izquierda es, ante todo, anticapitalista (Echeverría, 2011).
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La revolución implica entonces no aprender a vivir dentro del capitalismo, sino transformarlo, subvertirlo .

[En línea] http://ciespal.org/publicacion/ethos-barroco-como-resistencia-al-capitalismo/


(Consultado el 18 de enero de 2018)

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