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Al igual que en otros procesos productivos, los plásticos reconocen dos momentos
diferenciados: la elaboración de productos plásticos a partir de fibras existentes en la
naturaleza y la elaboración de productos sintéticos propiamente dichos, es decir no
existentes en la naturaleza.
No será sino en la década del 30 -con la creación del nailon- que la historia de los
plásticos toma otro vuelo. El nailon es un producto sintético en toda su extensión, ya
que no proviene de otros cuerpos hallados en la naturaleza sino que está constituido
por elementos creados sintéticamente: las amidas.
La lista aumenta con el acrílico, un plástico termorrígido de enorme proyección por
su dureza y por su transparencia, y el polivinilcloruro [PVC]. La década del 40 se
abre con el poliéster y el plástico de mayor uso en la actualidad, el polietileno. En
1943, se crean los clorofluorocarbonados [CFC] -que logran una serie de éxitos
tecnológicos en la refrigeración, los aerosoles y otras aplicaciones- y las siliconas.
Desde el punto de vista de una historia del material plástico, se podría decir que el
período que se abre hacia 1930 y va hasta mediados de los 40 constituye su "edad
de oro juvenil".
Una vez pasado ese momento y comenzado el enfriamiento, los plásticos se dividen
en dos grandes grupos: el de los termoestables y el de los termoplásticos. Los
primeros, también llamados termorrígidos, son los que fraguan y todo otro proceso
de calentamiento solamente los arruina o destruye; los segundos se caracterizan
porque todo nuevo calentamiento los retorna a un estado de plasticidad tal que se
los puede reconstruir, reelaborar. En estos últimos, es decisiva la presencia de
plastificantes, como los ftalatos (derivados de un ácido del petróleo), sustancia que
se ablandan con suma facilidad. Veremos más adelante consecuencias inesperadas
de su presencia.
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial se produce una expansión formidable
de la industria de los plásticos. En el Reino Unido, entre 1950 y 1961 se cuadruplica
la producción: pasa de 150 mil toneladas anuales a 600 mil.
El volumen de la producción mundial anual de plásticos en los 90 se está
equiparando al de la producción mundial total de metales. La época de expansión
más acelerada (con tasas de crecimiento superiores al 20% anual), los 50 y 60, se
caracteriza por dos elementos disímiles pero significativamente simultáneos: un
optimismo tecnológico radical, que permitía hablar, por ejemplo, de la "impar
resistencia" de los CFC "a casi todos los productos químicos y solventes", y la
materia prima extraordinariamente barata.
Este segundo aspecto del momento "glorioso" de la industria -que a esta altura del
proceso tecnológico ya se puede llamar petroquímica- se explica por el precio
irrisorio del petróleo -un producto usado como combustible desde la antigüedad-. Su
producción desde los inicios de su explotación industrial, a fines del siglo XIX hasta
1945, no sobrepasó nunca de las 300 mil toneladas anuales. Desde 1945 hasta 1973
en cambio, se multiplicó por siete su uso, pasando de constituir un cuarto del
suministro energético mundial al finalizar la guerra (momento de baja demanda), a
la mitad en 1973 (momento de altísima demanda energética).
¿A qué se debía la disponibilidad tan generosa del petróleo (del que la petroquímica
insume aproximadamente un décimo)? Las empresas del ramo, casi todas de origen
estadounidense, británico y holandés, se fueron emplazando, mediante concesiones
más o menos generosas, en los más remotos puntos del planeta donde se verificara
la existencia de yacimientos.
Y la extracción se hizo durante todas esas décadas con costos mínimos, puesto que
los países en donde se asentaban esos yacimientos apenas percibían ingresos por
ellos. Los principales países productores estaban alojados en el Tercer Mundo:
México, Venezuela, Irak, Irán, Arabia Saudita, Libia, Kuwait, a los que había que
agregar Estados Unidos y la ex-URSS, pero estos últimos no eran exportadores de
petróleo, con lo cual su situación era radicalmente distinta.
Con el tiempo, el cálculo puramente monetario de los costos a corto plazo, cede el
lugar a otras consideraciones, como el del "producido final" de desecho o basura.
Y simultáneamente, la industria petroquímica se ve sometida a un análisis crítico de
todas las virtudes que hasta entonces se le habían asignado.
El año de 1974 es a este respecto un año clave: en EE.UU. se acepta por fin, que
decenas de obreros muertos, todos ellos vinculados a las cadenas productivas de
polimerización de PVC, habían fallecido por intoxicación en los mismos procesos
productivos; en ese año aparece el primer informe de investigadores que vinculan el
"agujero de ozono" con la acción deletérea de los CFC en la estratósfera, que por lo
visto no sólo eran "extraordinariamente resistentes a los productos químicos" sino
que a su vez atacaban a algunos de ellos, en este caso al vital ozono.
La basura humana había sido hasta entrado el siglo XX una basura principalmente
biodegradable y reciclable y daba lugar a una serie de actividades económicas
anexas dedicadas a la recuperación.
Con la experiencia y las investigaciones de los últimos años, se conocen los efectos
indeseados: contaminación, toxicidad, el desecho incontrolable y, en lo que tiene que
ver con los envases, las migraciones. Los envases plásticos contienen ablandadores
que con el tiempo y el calor se pasan a los productos por ellos contenidos.
En la alegre ignorancia de los 60, se podía escribir que el PVC ofrecía "alta
resistencia a los ácidos, los álcalis y el alcohol".
Hoy en día, existen muchas investigaciones concluyentes acerca de que el PVC es
soluble en alcoholes y grasas -por su contenido de cloro-, por lo cual se desaconseja
su uso para envases de alimentos grasos o alcohólicos.
A principios de los 80, la Dirección Nacional de Alimentos sueca, por ejemplo, ante la
verificación de migración de los plásticos laminados (PVC) a alimentos en ellos
envueltos como el queso (que contiene grasa) llega a publicar "recomendaciones a la
población" de prescindir de la primera rebanada de queso, en tanto se procura
ensayar sustitutos de esta forma de envasado. Veinte años no habían pasado en
vano.