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Evaluación de la Docencia

El modelo basado en el rendimiento juzga a los instructores sobre si y con qué frecuencia
cumplen en el aula con algunos de los hábitos aceptados. ¿Usan la tecnología más avanzada,
generan discusiones en clase, llaman a los estudiantes por su nombre, escriben con claridad en
la pizarra, devuelven pronto los exámenes corregidos, restringen las clases magistrales, utilizan
los debates o los estudios de caso, explican con claridad en clase?

Sin duda, estas preguntas apuntan buenas prácticas, pero todavía mantienen su atención en lo
que hace el profesor en lugar de en lo que los estudiantes aprenden. Un profesor podría
conseguir unas puntuaciones altas en todas estas prácticas consideradas convencionalmente
adecuadas, y aun así tener muy poca influencia positiva en el aprendizaje del estudiante.

En cambio, nuestros sujetos mantienen un enfoque basado en el aprendizaje, haciéndose la


pregunta fundamental de la evaluación, ¿Ayuda y estimula la docencia a los estudiantes a
aprender de manera que se consiga una diferencia positiva, sustancial y sostenida en la forma
como piensan, actúan o sienten –sin causarles ningún daño apreciable?

Los mejores profesores se comprometen con un examen exhaustivo de sus objetivos de


aprendizaje, revisando el trabajo de los estudiantes como reflejo de su aprendizaje, analizando el
tipo de métodos y estándares utilizados para calificar ese trabajo, y observando de cerca los
niveles de aprendizaje esperados.

Puede que incluso busquen a un colega para que revise esos objetivos, y también contribuyen
frecuentemente a la discusión pública sobre objetivos educativos, ensanchando los límites del
aprendizaje que se considera aceptable en las asignaturas que ellos dan.

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